Damas y caballeros:
En mi práctica de la geriatría, ha sido costumbre mía recomendar a mis pacientes
ancianos y viejos que no insistan demasiado en el pasado, sino que cultiven el presente y hagan planes para
el futuro. Por otro lado, no soy de ninguna manera ciego al hecho de que esa memoria en verdad puede ser un
regalo precioso y bendito de la naturaleza.
Por consiguiente, desobedeceré mi propia prescripción hoy y me permitiré
unas pocas reminiscencias, en particular aquellas que tienen que ver con contactos personales que he tenido
con algunos sexólogos famosos del pasado.
El primero que recuerdo fácilmente, porque fue una gran influencia en mi vida y probablemente
más que nadie el responsable por mi interés en la Sexología, fue
August Forel, neurólogo y psiquiatra en Zurich,
Suiza.
Durante los primeros años del siglo, escribió "The Sexual Question", un volumen
bastante grande, en el cual trató los temas como las relaciones sexuales premaritales, la
homosexualidad, la prostitución, las enfermedades venéreas, etc., con objetividad no
habituada y refrescando el sentido común. En ese momento, fue un libro revolucionario, aunque ahora,
Forel indudablemente sería considerado un conservador y su actitud se consideraría bastante
convencional. Pero en 1906, el año de su primera publicación, tuvo una gran
repercusión, no sólo en mí, sino también en mi generación.
Aproveché como punto para conocer a Forel cuando dio una de sus conferencias ocasionales en
Berlín, sobre la vida de la hormiga, un tema de su interés específico. Yo apenas
había finalizado la escuela pero me presenté como estudiante de medicina. Forel me
regaló diez minutos de sus tiempo; sin embargo, habló conmigo menos sobre The Sexual
Question, y más sobre la necesidad de abstenerse de consumir bebidas alcohólicas. Era un
abstemio convencido.
Hay aquí probablemente pocos, si es que hay alguno, en el grupo de los de mi edad, y por
consiguiente familiarizado con el trabajo de Forel. Pero me gusta creer que incluso los más
jóvenes pueden recordar el nombre de Forel con respeto.
Pronto después, mientras fui estudiante joven en la Universidad de Berlín hacia 1906 o 1907,
conocí a Magnus Hirschfeld. No necesita ninguna
presentación como sexólogo y portavoz de la comunidad homosexual.
Yo fui presentado a Hirschfeld por un amigo mutuo, el entonces bien conocido comisario (inspector
principal), Dr. Kopp, quién estuvo a cargo de la
sección de delitos sexuales en el Departamento de Policía de Berlín. Hirschfeld mismo,
como es conocido, fue homosexual. Kopp no lo fue, pero fue un estudiante solidario y serio de la
homosexualidad y otros problemas sexuales. Algunas veces, fui invitado a acompañar a Hirschfeld y a
Kopp, quienes fueron buenos amigos, a las rondas por los bares homosexuales en Berlín. El
más famoso fue el Eldorado donde principalmente se reunían travestis, y actuaban imitadores
femeninos. Hirschfeld fue conocido allí y fue llamado "Tante Magnesia" (Tía
Magnesia).
Muchos años pasaron antes de que me reuniera con Hirschfeld nuevamente. El destino me había
traído a Estados Unidos en 1913. Volví a Berlín en 1921 como médico visitante
del exterior y fui bien recibido en el Instituto para la Investigación Sexual en Berlín,
donde conocí a varios de los asistentes y colaboradores de Hirschfeld, por ejemplo Kronfeld,
Abraham, Schapiro y otros.
Todos los años durante los años veinte, fui a Berlín y pasé muchas horas en las
conferencias de Hirschfeld en su Instituto y más de una vez tomé parte en el tour guiado
por el Instituto y su museo único.
Hirschfeld no fue un hombre muy atractivo. Con su tupido bigote de morsa, su vestir desaliñado y su
tacañería inmensa, su personalidad detractó mucho de la admiración que
merecieron sus grandes logros para la nueva ciencia: la Sexología. Sus esfuerzos reformistas
valerosos, sus comparecencias frecuentes ante los tribunales para prestar declaración a favor de los
homosexuales y sus muchas publicaciones populares-científicas, libros y folletos, hicieron de
él el sexólogo sobresaliente de sus días.
Cuando Hirschfeld visitó Estados Unidos en el otoño de 1930, para lo cual mi esposa y yo
fuimos en gran parte responsables, pasó muchas horas en nuestro hogar. Trató de dar un
seminario en mi oficina de Nueva York. Fue un fracaso, en gran parte porque insistió en hablar
inglés. Una vez le dije: "Dr. Magnus, por favor hable alemán. Al menos algunas personas
le entenderán. Si usted habla inglés, nadie lo hará". No lo hacía bien.
Antes de salir de Nueva York para su viaje alrededor del mundo, que posteriormente describió en un
libro, "Men and Women. The World Journey of a Sexologist", descubrió su
diabetes durante un examen de rutina. Esto no lo disuadió de sus viajes. La última vez que lo
vi fue en Chicago donde el Dr. Max Thorek, el famoso cirujano y fundador de la Universidad Internacional de
Cirujanos, ofreció una cena impresionante en su honor.
Hirschfeld nunca regresó a Alemania después de su viaje mundial. Los nazis habían
llegado al poder. Algunos de los prominentes habían sido pacientes de Hirschfeld. Por eso sus
registros y libros y su Instituto fueron destruidos con prontitud. Hirschfeld se estableció el sur
de Francia donde murió en 1935.
Durante el periodo pre-Hitler, Hirschfeld organizó varios congresos sexológicos anuales en
Europa, cada año en una ciudad diferente. Yo mismo hablé en dos de ellos, en Berlín y
en Viena. En la última, conocí al, ya entrado en años, Dr. Friedrich Krauss, autor del
famoso Anthropophylia, una colección enorme de folclore sexológico, incluyendo
graffiti, quién asistió a mi conferencia y me halagó después. No recuerdo sobre
que trató la conferencia, pero recuerdo a Krauss como un tipo, viejo, algo encorvado con una barba
blanca.
Otros congresos sexológicos fueron organizados en aquellos años por uno de los adversarios
amargos de Hirschfeld, el conocido psiquiatra berlinés profesor
Albert Moll, autor de varios libros, entre ellos uno sobre
la homosexualidad. Otro adversario y crítico de Hirschfeld fue el sexólogo Dr. Siegfried
Plazek quién escribió varios libros y artículos de gran erudición pero
sumamente conservadores sobre los temas relacionados con el sexo. Lo conocí años
después, cuando había emigrado a los Estados Unidos y recuerdo algunas discusiones
enérgicas que tuve con él, tratando con homosexualidad que él definitivamente
condenó en su forma abierta.
Albert Moll fue más que un estirado, del tipo "profesor alemán", cortante y
bastante dogmático. Los "congresos de Moll" fueron considerados los más
científicos y los más conservadores. También hablé en dos de ellos, en
Berlín y en Londres, sobre problemas geriátricos y de potencia. Aquel fue a fines de los
años veinte.
En estas ocasiones, conocí naturalmente muchos trabajadores sexológicos, por ejemplo, el
biólogo Oscar Riddle, que posteriormente se convirtió en mi amigo y paciente; F. A. E.
Crew, el científico de investigación sexual de la Universidad de Edimburgo;
Herbert Lewandowski, ahora en Suiza, quién
escribió libros finos sobre los hábitos sexuales de la Antigüedad, de extranjeros y de
gente lejana (todavía mantengo correspondencia con él). También conocí algunos
psicoanalistas pioneros, por ejemplo Alfred Adler, a quien vi reiteradamente más adelante en
Viena y también en Nueva York. Recuerdo a Adler y su amabilidad para conmigo con gratitud y afecto.
Sumamente importante para mi propia carrera médica y práctica fue mi contacto con
Eugen Steinach, profesor de Psicología e
investigación biológica en la Universidad de Viena. Lo visité la primera vez en 1921,
me quedé fascinado con sus experimentos de cambio de sexo en conejillos de Indias a través de
la castración y de los trasplantes de glándulas y especialmente su denominado
rejuvenecimiento por medio de la vasectomía. Estudié con él en Viena casi todos los
veranos hasta finales de los años treinta. Mi correspondencia extensa con Steinach a lo largo de
muchos años apenas fue descrita en un artículo del Dr. Ernest Harms, en el Boletín de
la Academia de Medicina de N.Y.
Steinach fue un hombre bajo con una cabeza notable y una barba abundante gris-rojiza. Fue un
científico brillante pero a menudo una persona desagradable. Podría ser arrogante,
suceptible, levemente paranoico, pero otras veces, un amigo maravilloso, anfitrión y profesor,
siempre lleno de ingenio para la investigación de la Sexología.
Cuando los nazis se tomaron Austria en 1938, Steinach, quien fue medio judío y su esposa,
quién fue no judía, estaban de casualidad en Suiza. Nunca regresaron a su hogar en Viena. Su
esposa, se suicidó posteriormente. Steinach mismo alimentó la esperanza de seguir la
investigación en Estados Unidos. Muchos esfuerzos para traerlo aquí fracasaron.
Murió como un hombre un poco desilusionado en 1944 a la edad de 84 años. Yo mismo nunca lo
vi en este último periodo de su vida, pero mi esposa lo visitó en Zurich en 1939. La
impresionó por lo frustrado, pero reconciliado, un anfitrión gentil y amigo fiel.
Aunque Steinach fue estrictamente biólogo y crítico de la nueva área
psicoanalítica en la Medicina, se llevó lo suficientemente bien con Sigmund Freud
para hacerme una cita para conocerlo personalmente.
Fue una hora inolvidable la que pasé con él en su hogar y oficina en la Berggasse en Viena.
Después de esperar unos pocos minutos en su consultorio privado, estudiando las muchas figuras
simbólicas pequeñas sobre su escritorio, Freud apareció repentinamente por una puerta
lateral escondida; un hombre de edad madura, barbado, mirando serio. La recepción fue amistosa pero
no excesivamente cordial. Había una reserva amable. Pronto tratamos la relación cuerpo-mente.
Freud rara vez sonreía, pero rió brevemente, cuando se me ocurrió la broma de que la
desarmonía de las emociones bien puede ser causada por una deshormonía de las
endocrinas. Estuvo de acuerdo y luego me preguntó si alguna vez me había analizado yo mismo.
Le dije que sólo un intento muy corto había sido hecho por Kronfeld en Berlín.
"Pero que hombre" dijo Freud enojadamente, "tiene un carácter muy malo".
Más adelante, Freud habló nuevamente de Steinach, reconociendo plenamente el gran valor de
sus experimentos biológicos. Me dijo que él mismo se había sometido a una denominada
"operación Steinach", una vasectomía (con el propósito de
reactivación), ejecutada por el profesor Blum, el urólogo jefe de la Universidad y que
estaba muy satisfecho con el resultado. Su salud y vitalidad general habían mejorado y
también pensó que el crecimiento maligno de la mandíbula había sido influido
favorablemente. "No hable de ello mientras yo viva," me dijo al partir, le dije que no lo
haría y mantuve mi promesa.
En uno de los congresos anuales ya mencionados, conocí al brillante y valeroso sexólogo y
ginecólogo de Londres , Norman Haire, fundador y editor de la Revista de Educación
Sexual. Nos convertimos en amigos personales y nos reunimos reiteradamente en Londres y en Nueva York. En
su 60° cumpleaños, Haire estaba casualmente en Nueva York, en 1952 y una reunión en su
honor tuvo lugar en mi oficina. Entre los invitados estuvo el difunto Hugo Gernsback, fundador y redactor
de la Revista de Sexología y también el reconocido "padre de la ciencia
ficción".
Presentes entre otros estuvieron muchas personas bien conocidas de ustedes: Albert Ellis, Vivien y Henry
Guze, Ruth Doorbar, Robert Sherwin, Ed Sagarin, Eilhard von Domarus, Abraham Wolbarst, el urólogo de
Nueva York y muchos más.
Haire, un hombre alto, pesado, sufría de una dolencia crónica del corazón. Mientras
estuvo en Nueva York, tuvo que ser hospitalizado. En esos días, Alfred Kinsey llegó a
Nueva York. Estaban ansiosos de reunirse y una tarde, recogí a Kinsey y lo llevé al hospital de la Quinta
Avenida donde pasamos una media hora estimulante un trio. No se permitió una visita
más larga. Haire salió de los Estados Unidos poco tiempo después. Mi esposa y yo lo
despedimos en el barco a Inglaterra. Murió unos pocos meses más tarde en Londres.
Una de las mayores y más aprecidas experiencias en mi vida fue la tarde que yo pasé con
Havelock Ellis en su hogar cerca de Londres en 1937.
Habíamos tenido correspondencia sobre diversos temas antes y, aunque su salud se estaba
deteriorando, me invitó a venir y a verlo cuando estuve en Londres por uno de los congresos ya
mencionados.
Había algo como santo acerca de Ellis. Un hombre delgado con un aspecto tan bello, que me
recordó un poco a Rabindranath Tagore, el Poeta indio (quien, a propósito, había
conocido el año anterior en la oficina de Steinach en Viena, cuando fue paciente allí). La
característica más sorprendente que recuerdo acerca de Ellis fue el tono agudo de su voz y
su típica manera británica, atractiva y cordial.
Hablamos de muchos temas sexológicos. En un punto, me mostró algunos recortes de
periódicos que alguien recientemente le había enviado de Nueva York. Estos informaban sobre
los allanamientos policiales en las casas burlescas y su cierre por parte del alcalde de La Guardia.
"Que estúpidos pueden llegar a ser", exclamó Ellis, "cerrar una válvula
de seguridad perfectamente buena. ¡Increíble!"
Después de una hora más o menos de una visita encantadora, con el servicio del té que
Ellis mismo preparó, dije, "bien, Dr. Ellis, creo que mejor me voy ahora".
"No," dijo el, "por favor quédese un rato; no podemos reunirnos otra vez".
Murió unos años después, y la última imagen mental que yo tengo de él es
parado en la puerta del jardín de su casa haciéndome adiós con la mano, cuando
caminaba calle abajo, hacia la estación del metro.
Entre otros conocí algunos de los que podría llamar "sexólogos
periféricos", con profesiones diferentes de la Medicina o la Psicología, pero con quien,
no obstante, la Sexología tiene una deuda de gratitud. Por ejemplo, recuerdo a Eduard Fuchs,
quién escribió muchas colecciones incomparable de libros sobre la historia de las
costumbres, el arte y la literatura en "Erotic", etc. Fuchs fue un hombre alto, de aspecto
distinguido. Lo visité en su hogar en un barrio de las afueras de Berlín. Aquel fue realmente
un museo y la mayoría de las ilustraciones de sus libros provinieron de sus propias colecciones.
Luego recuerdo mi entrevista con Margaret Sanger. No necesita ninguna presentación, supongo.
Ella quería saber si la Endocrinología tenía algo que ofrecer con respecto a la
prevención del embarazo. Ella visualizó algo como la "Píldora".
Un estimado amigo personal fue el Juez Ben Lindsey. Junto con Wainwright Evans, escribió el
"Companionate Marriage", hace justo cuarenta años, un libro atrevido en ese entonces.
El Juez era un hombre bajito, de cabeza redonda con coraje asombroso y un combatiente obstinado por sus
convicciones. Una noche de sábado en 1929, cené con él en el hotel Algonquin,
aquí en Nueva York. El obispo Manning de la Catedral de St. John el Divino había anunciado
que discreparía el libro de Lindsey en el sermón de su próximo domingo.
"Iré allí mañana," me dijo el Juez "y si el obispo critica sólo
mi libro, no diré una palabra; pero si me ataca personalmente, le responderé de
inmediato". Hizo caso omiso de mi advertencia de que tal paso podría ser arriesgado. No estuve
en la Catedral que domingo por la mañana, pero los periódicos del día siguiente
daban cuenta amplia de lo que había sucedido.
En su ataque contra el libro de Lindsey, el obispo Manning fue algo descuidado con sus hechos; se
refirió al Juez como "ese hombre divorciado". En realidad, Lindsey estaba felizmente
casado y nunca se divorció. Cuando Lindsey oyó aquello, saltó de un asiento frontal y,
con la mano extendida apuntando hacia el púlpito, gritó: "¡aunque usted sea un
obispo, usted no puede mentir sobre mí!" Siguió el caos y Lindsey fue, según dijo
posteriormente, "rescatado de la cólera de los fieles cristianos a la seguridad de una
estación de policía de Nueva York".
Estuve con el juez en un juicio unos días después en un tribunal, y el magistrado
tenía que encontrar a Lindsey culpable de perturbar un servicio litúrgico, pero
suspendió la sentencia. Lindsey murió en Los Angeles en 1943, mientras servía como
Juez de Tribunal Superior en California.
Confío me he consumido suficientemente en reminiscencias y en nombres importantes. Mis disculpas a
aquellos otros sexólogos, vivos o muertos, que conocí aquí y en el extranjero, y a
quienes no tuve oportunidad de mencionar en esta ocasión, o a quienes sólo mencioné
brevemente. Esto va especialmente para Alfred Kinsey, a quien conté entre mis amigos cercanos, y a
quien había conocido originalmente a través del Dr. Robert L. Dickinson. Dickinson lo trajo
un día a mi oficina y dijo "yo creo que ustedes dos se deben conocer". Otros son sin duda
más competentes para hablar de Kinsey y sus logros que yo. Kinsey y sus colaboradores dejaron una
huella en la ciencia de la Sexología tan decisiva como Hirschfeld, Havelock Ellis o Krafft-Ebing.
Una biografía de Kinsey ya está retrasada en aparecer. Se supone que esto es una clase de
"anuncio publicitario". Déjenme cerrar con este como una sugerencia para un futuro
biógrafo y editor.