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Reminiscencias *

HARRY BENJAMIN


* Discurso dado en la 12ª Conferencia Anual de la Sociedad para el Estudio Científico del Sexo el 1° de noviembre, de 1969.

Damas y caballeros:

En mi práctica de la geriatría, ha sido costumbre mía recomendar a mis pacientes ancianos y viejos que no insistan demasiado en el pasado, sino que cultiven el presente y hagan planes para el futuro. Por otro lado, no soy de ninguna manera ciego al hecho de que esa memoria en verdad puede ser un regalo precioso y bendito de la naturaleza.

Por consiguiente, desobedeceré mi propia prescripción hoy y me permitiré unas pocas reminiscencias, en particular aquellas que tienen que ver con contactos personales que he tenido con algunos sexólogos famosos del pasado.

El primero que recuerdo fácilmente, porque fue una gran influencia en mi vida y probablemente más que nadie el responsable por mi interés en la Sexología, fue August Forel, neurólogo y psiquiatra en Zurich, Suiza.

Durante los primeros años del siglo, escribió "The Sexual Question", un volumen bastante grande, en el cual trató los temas como las relaciones sexuales premaritales, la homosexualidad, la prostitución, las enfermedades venéreas, etc., con objetividad no habituada y refrescando el sentido común. En ese momento, fue un libro revolucionario, aunque ahora, Forel indudablemente sería considerado un conservador y su actitud se consideraría bastante convencional. Pero en 1906, el año de su primera publicación, tuvo una gran repercusión, no sólo en mí, sino también en mi generación.

Aproveché como punto para conocer a Forel cuando dio una de sus conferencias ocasionales en Berlín, sobre la vida de la hormiga, un tema de su interés específico. Yo apenas había finalizado la escuela pero me presenté como estudiante de medicina. Forel me regaló diez minutos de sus tiempo; sin embargo, habló conmigo menos sobre The Sexual Question, y más sobre la necesidad de abstenerse de consumir bebidas alcohólicas. Era un abstemio convencido.

Hay aquí probablemente pocos, si es que hay alguno, en el grupo de los de mi edad, y por consiguiente familiarizado con el trabajo de Forel. Pero me gusta creer que incluso los más jóvenes pueden recordar el nombre de Forel con respeto.

Pronto después, mientras fui estudiante joven en la Universidad de Berlín hacia 1906 o 1907, conocí a Magnus Hirschfeld. No necesita ninguna presentación como sexólogo y portavoz de la comunidad homosexual.

Yo fui presentado a Hirschfeld por un amigo mutuo, el entonces bien conocido comisario (inspector principal), Dr. Kopp, quién estuvo a cargo de la sección de delitos sexuales en el Departamento de Policía de Berlín. Hirschfeld mismo, como es conocido, fue homosexual. Kopp no lo fue, pero fue un estudiante solidario y serio de la homosexualidad y otros problemas sexuales. Algunas veces, fui invitado a acompañar a Hirschfeld y a Kopp, quienes fueron buenos amigos, a las rondas por los bares homosexuales en Berlín. El más famoso fue el Eldorado donde principalmente se reunían travestis, y actuaban imitadores femeninos. Hirschfeld fue conocido allí y fue llamado "Tante Magnesia" (Tía Magnesia).

Muchos años pasaron antes de que me reuniera con Hirschfeld nuevamente. El destino me había traído a Estados Unidos en 1913. Volví a Berlín en 1921 como médico visitante del exterior y fui bien recibido en el Instituto para la Investigación Sexual en Berlín, donde conocí a varios de los asistentes y colaboradores de Hirschfeld, por ejemplo Kronfeld, Abraham, Schapiro y otros.

Todos los años durante los años veinte, fui a Berlín y pasé muchas horas en las conferencias de Hirschfeld en su Instituto y más de una vez tomé parte en el tour guiado por el Instituto y su museo único.

Hirschfeld no fue un hombre muy atractivo. Con su tupido bigote de morsa, su vestir desaliñado y su tacañería inmensa, su personalidad detractó mucho de la admiración que merecieron sus grandes logros para la nueva ciencia: la Sexología. Sus esfuerzos reformistas valerosos, sus comparecencias frecuentes ante los tribunales para prestar declaración a favor de los homosexuales y sus muchas publicaciones populares-científicas, libros y folletos, hicieron de él el sexólogo sobresaliente de sus días.

Cuando Hirschfeld visitó Estados Unidos en el otoño de 1930, para lo cual mi esposa y yo fuimos en gran parte responsables, pasó muchas horas en nuestro hogar. Trató de dar un seminario en mi oficina de Nueva York. Fue un fracaso, en gran parte porque insistió en hablar inglés. Una vez le dije: "Dr. Magnus, por favor hable alemán. Al menos algunas personas le entenderán. Si usted habla inglés, nadie lo hará". No lo hacía bien.

Antes de salir de Nueva York para su viaje alrededor del mundo, que posteriormente describió en un libro, "Men and Women. The World Journey of a Sexologist", descubrió su diabetes durante un examen de rutina. Esto no lo disuadió de sus viajes. La última vez que lo vi fue en Chicago donde el Dr. Max Thorek, el famoso cirujano y fundador de la Universidad Internacional de Cirujanos, ofreció una cena impresionante en su honor.

Hirschfeld nunca regresó a Alemania después de su viaje mundial. Los nazis habían llegado al poder. Algunos de los prominentes habían sido pacientes de Hirschfeld. Por eso sus registros y libros y su Instituto fueron destruidos con prontitud. Hirschfeld se estableció el sur de Francia donde murió en 1935.

Durante el periodo pre-Hitler, Hirschfeld organizó varios congresos sexológicos anuales en Europa, cada año en una ciudad diferente. Yo mismo hablé en dos de ellos, en Berlín y en Viena. En la última, conocí al, ya entrado en años, Dr. Friedrich Krauss, autor del famoso Anthropophylia, una colección enorme de folclore sexológico, incluyendo graffiti, quién asistió a mi conferencia y me halagó después. No recuerdo sobre que trató la conferencia, pero recuerdo a Krauss como un tipo, viejo, algo encorvado con una barba blanca.

Otros congresos sexológicos fueron organizados en aquellos años por uno de los adversarios amargos de Hirschfeld, el conocido psiquiatra berlinés profesor Albert Moll, autor de varios libros, entre ellos uno sobre la homosexualidad. Otro adversario y crítico de Hirschfeld fue el sexólogo Dr. Siegfried Plazek quién escribió varios libros y artículos de gran erudición pero sumamente conservadores sobre los temas relacionados con el sexo. Lo conocí años después, cuando había emigrado a los Estados Unidos y recuerdo algunas discusiones enérgicas que tuve con él, tratando con homosexualidad que él definitivamente condenó en su forma abierta.

Albert Moll fue más que un estirado, del tipo "profesor alemán", cortante y bastante dogmático. Los "congresos de Moll" fueron considerados los más científicos y los más conservadores. También hablé en dos de ellos, en Berlín y en Londres, sobre problemas geriátricos y de potencia. Aquel fue a fines de los años veinte.

En estas ocasiones, conocí naturalmente muchos trabajadores sexológicos, por ejemplo, el biólogo Oscar Riddle, que posteriormente se convirtió en mi amigo y paciente; F. A. E. Crew, el científico de investigación sexual de la Universidad de Edimburgo; Herbert Lewandowski, ahora en Suiza, quién escribió libros finos sobre los hábitos sexuales de la Antigüedad, de extranjeros y de gente lejana (todavía mantengo correspondencia con él). También conocí algunos psicoanalistas pioneros, por ejemplo Alfred Adler, a quien vi reiteradamente más adelante en Viena y también en Nueva York. Recuerdo a Adler y su amabilidad para conmigo con gratitud y afecto.

Sumamente importante para mi propia carrera médica y práctica fue mi contacto con Eugen Steinach, profesor de Psicología e investigación biológica en la Universidad de Viena. Lo visité la primera vez en 1921, me quedé fascinado con sus experimentos de cambio de sexo en conejillos de Indias a través de la castración y de los trasplantes de glándulas y especialmente su denominado rejuvenecimiento por medio de la vasectomía. Estudié con él en Viena casi todos los veranos hasta finales de los años treinta. Mi correspondencia extensa con Steinach a lo largo de muchos años apenas fue descrita en un artículo del Dr. Ernest Harms, en el Boletín de la Academia de Medicina de N.Y.

Steinach fue un hombre bajo con una cabeza notable y una barba abundante gris-rojiza. Fue un científico brillante pero a menudo una persona desagradable. Podría ser arrogante, suceptible, levemente paranoico, pero otras veces, un amigo maravilloso, anfitrión y profesor, siempre lleno de ingenio para la investigación de la Sexología.

Cuando los nazis se tomaron Austria en 1938, Steinach, quien fue medio judío y su esposa, quién fue no judía, estaban de casualidad en Suiza. Nunca regresaron a su hogar en Viena. Su esposa, se suicidó posteriormente. Steinach mismo alimentó la esperanza de seguir la investigación en Estados Unidos. Muchos esfuerzos para traerlo aquí fracasaron. Murió como un hombre un poco desilusionado en 1944 a la edad de 84 años. Yo mismo nunca lo vi en este último periodo de su vida, pero mi esposa lo visitó en Zurich en 1939. La impresionó por lo frustrado, pero reconciliado, un anfitrión gentil y amigo fiel.

Aunque Steinach fue estrictamente biólogo y crítico de la nueva área psicoanalítica en la Medicina, se llevó lo suficientemente bien con Sigmund Freud para hacerme una cita para conocerlo personalmente.

Fue una hora inolvidable la que pasé con él en su hogar y oficina en la Berggasse en Viena.

Después de esperar unos pocos minutos en su consultorio privado, estudiando las muchas figuras simbólicas pequeñas sobre su escritorio, Freud apareció repentinamente por una puerta lateral escondida; un hombre de edad madura, barbado, mirando serio. La recepción fue amistosa pero no excesivamente cordial. Había una reserva amable. Pronto tratamos la relación cuerpo-mente. Freud rara vez sonreía, pero rió brevemente, cuando se me ocurrió la broma de que la desarmonía de las emociones bien puede ser causada por una deshormonía de las endocrinas. Estuvo de acuerdo y luego me preguntó si alguna vez me había analizado yo mismo. Le dije que sólo un intento muy corto había sido hecho por Kronfeld en Berlín. "Pero que hombre" dijo Freud enojadamente, "tiene un carácter muy malo".

Más adelante, Freud habló nuevamente de Steinach, reconociendo plenamente el gran valor de sus experimentos biológicos. Me dijo que él mismo se había sometido a una denominada "operación Steinach", una vasectomía (con el propósito de reactivación), ejecutada por el profesor Blum, el urólogo jefe de la Universidad y que estaba muy satisfecho con el resultado. Su salud y vitalidad general habían mejorado y también pensó que el crecimiento maligno de la mandíbula había sido influido favorablemente. "No hable de ello mientras yo viva," me dijo al partir, le dije que no lo haría y mantuve mi promesa.

En uno de los congresos anuales ya mencionados, conocí al brillante y valeroso sexólogo y ginecólogo de Londres , Norman Haire, fundador y editor de la Revista de Educación Sexual. Nos convertimos en amigos personales y nos reunimos reiteradamente en Londres y en Nueva York. En su 60° cumpleaños, Haire estaba casualmente en Nueva York, en 1952 y una reunión en su honor tuvo lugar en mi oficina. Entre los invitados estuvo el difunto Hugo Gernsback, fundador y redactor de la Revista de Sexología y también el reconocido "padre de la ciencia ficción".

Presentes entre otros estuvieron muchas personas bien conocidas de ustedes: Albert Ellis, Vivien y Henry Guze, Ruth Doorbar, Robert Sherwin, Ed Sagarin, Eilhard von Domarus, Abraham Wolbarst, el urólogo de Nueva York y muchos más.

Haire, un hombre alto, pesado, sufría de una dolencia crónica del corazón. Mientras estuvo en Nueva York, tuvo que ser hospitalizado. En esos días, Alfred Kinsey llegó a Nueva York. Estaban ansiosos de reunirse y una tarde, recogí a Kinsey y lo llevé al hospital de la Quinta Avenida donde pasamos una media hora estimulante un trio. No se permitió una visita más larga. Haire salió de los Estados Unidos poco tiempo después. Mi esposa y yo lo despedimos en el barco a Inglaterra. Murió unos pocos meses más tarde en Londres.

Una de las mayores y más aprecidas experiencias en mi vida fue la tarde que yo pasé con Havelock Ellis en su hogar cerca de Londres en 1937.

Habíamos tenido correspondencia sobre diversos temas antes y, aunque su salud se estaba deteriorando, me invitó a venir y a verlo cuando estuve en Londres por uno de los congresos ya mencionados.

Había algo como santo acerca de Ellis. Un hombre delgado con un aspecto tan bello, que me recordó un poco a Rabindranath Tagore, el Poeta indio (quien, a propósito, había conocido el año anterior en la oficina de Steinach en Viena, cuando fue paciente allí). La característica más sorprendente que recuerdo acerca de Ellis fue el tono agudo de su voz y su típica manera británica, atractiva y cordial.

Hablamos de muchos temas sexológicos. En un punto, me mostró algunos recortes de periódicos que alguien recientemente le había enviado de Nueva York. Estos informaban sobre los allanamientos policiales en las casas burlescas y su cierre por parte del alcalde de La Guardia. "Que estúpidos pueden llegar a ser", exclamó Ellis, "cerrar una válvula de seguridad perfectamente buena. ¡Increíble!"

Después de una hora más o menos de una visita encantadora, con el servicio del té que Ellis mismo preparó, dije, "bien, Dr. Ellis, creo que mejor me voy ahora". "No," dijo el, "por favor quédese un rato; no podemos reunirnos otra vez". Murió unos años después, y la última imagen mental que yo tengo de él es parado en la puerta del jardín de su casa haciéndome adiós con la mano, cuando caminaba calle abajo, hacia la estación del metro.

Entre otros conocí algunos de los que podría llamar "sexólogos periféricos", con profesiones diferentes de la Medicina o la Psicología, pero con quien, no obstante, la Sexología tiene una deuda de gratitud. Por ejemplo, recuerdo a Eduard Fuchs, quién escribió muchas colecciones incomparable de libros sobre la historia de las costumbres, el arte y la literatura en "Erotic", etc. Fuchs fue un hombre alto, de aspecto distinguido. Lo visité en su hogar en un barrio de las afueras de Berlín. Aquel fue realmente un museo y la mayoría de las ilustraciones de sus libros provinieron de sus propias colecciones.

Luego recuerdo mi entrevista con Margaret Sanger. No necesita ninguna presentación, supongo. Ella quería saber si la Endocrinología tenía algo que ofrecer con respecto a la prevención del embarazo. Ella visualizó algo como la "Píldora".

Un estimado amigo personal fue el Juez Ben Lindsey. Junto con Wainwright Evans, escribió el "Companionate Marriage", hace justo cuarenta años, un libro atrevido en ese entonces.

El Juez era un hombre bajito, de cabeza redonda con coraje asombroso y un combatiente obstinado por sus convicciones. Una noche de sábado en 1929, cené con él en el hotel Algonquin, aquí en Nueva York. El obispo Manning de la Catedral de St. John el Divino había anunciado que discreparía el libro de Lindsey en el sermón de su próximo domingo. "Iré allí mañana," me dijo el Juez "y si el obispo critica sólo mi libro, no diré una palabra; pero si me ataca personalmente, le responderé de inmediato". Hizo caso omiso de mi advertencia de que tal paso podría ser arriesgado. No estuve en la Catedral que domingo por la mañana, pero los periódicos del día siguiente daban cuenta amplia de lo que había sucedido.

En su ataque contra el libro de Lindsey, el obispo Manning fue algo descuidado con sus hechos; se refirió al Juez como "ese hombre divorciado". En realidad, Lindsey estaba felizmente casado y nunca se divorció. Cuando Lindsey oyó aquello, saltó de un asiento frontal y, con la mano extendida apuntando hacia el púlpito, gritó: "¡aunque usted sea un obispo, usted no puede mentir sobre mí!" Siguió el caos y Lindsey fue, según dijo posteriormente, "rescatado de la cólera de los fieles cristianos a la seguridad de una estación de policía de Nueva York".

Estuve con el juez en un juicio unos días después en un tribunal, y el magistrado tenía que encontrar a Lindsey culpable de perturbar un servicio litúrgico, pero suspendió la sentencia. Lindsey murió en Los Angeles en 1943, mientras servía como Juez de Tribunal Superior en California.

Confío me he consumido suficientemente en reminiscencias y en nombres importantes. Mis disculpas a aquellos otros sexólogos, vivos o muertos, que conocí aquí y en el extranjero, y a quienes no tuve oportunidad de mencionar en esta ocasión, o a quienes sólo mencioné brevemente. Esto va especialmente para Alfred Kinsey, a quien conté entre mis amigos cercanos, y a quien había conocido originalmente a través del Dr. Robert L. Dickinson. Dickinson lo trajo un día a mi oficina y dijo "yo creo que ustedes dos se deben conocer". Otros son sin duda más competentes para hablar de Kinsey y sus logros que yo. Kinsey y sus colaboradores dejaron una huella en la ciencia de la Sexología tan decisiva como Hirschfeld, Havelock Ellis o Krafft-Ebing. Una biografía de Kinsey ya está retrasada en aparecer. Se supone que esto es una clase de "anuncio publicitario". Déjenme cerrar con este como una sugerencia para un futuro biógrafo y editor.

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