Existía un recordatorio constante que el mundo estaba en confusión perpetua y se podía
perecer en cualquier momento y por las razones mas simples. El calendario anual era un recordatorio
diario para honrar a los Dioses. Según Díaz, Duran y Sahagún, los despliegues públicos de ejecuciones
en masa y tormentos eran acontecimientos diarios.
Refiere Bancroft (2003) que en pleno auge azteca, la cifra de sacrificios anuales ascendía
aproximadamente a 15.000 personas. En 1487 cuando inauguran el Templo Mayor en Tenochtitlán
sacrificaron a más de 20.000 prisioneros. Refieren las crónicas que pudieron salvarse de la destrucción,
que en ocasiones el sacerdote principal "Ahuitzotl" luego de horas de estar desgarrando corazones caía
muchas veces desmayado.
Este culto al sacrificio alcanzaba tales proporciones que se hacían acuerdos entre determinadas
poblaciones (Tlaxcala y Huejotzingo), para escenificar "guerras floridas" (Flores era un eufemismo
azteca para signifcar la sangre que salía del corazòn), con el único fin de obtener prisioneros para ser
sacrificados.
El sacrificio era un acto de honor y se valoraba a los prisioneros que morían valientemente, ya
que de éste modo no iban al Mictlán o Tierra de los Muertos, donde reinaba el hambre, la miseria, la
pestilencia, el sufrimiento, sino que se convertían en estrellas acompañando al sol.
Estos sacrificios fueron muy criticados por los conquistadores y sus acompañantes, religiosos,
librepensadores, e incluso hombres de ciencia que en ocasiones acompañaban a las expediciones de los
conquistadores al "Nuevo Mundo".
Sin embargo Bancroft (2003) finaliza señalando que la historia será testigo que hubo muchísimos
mas muertos de las etnias mesoamericanas, y sudamericanas por las espadas de los españoles que por
los sacrificios voluntarios de los mexicas a sus Dioses venerados y temidos.
Sacrificio sobre una piedra con una oquedad en el centro "Cuauhxicalli" servía para depositar los corazones de los sacrificados
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