Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS)

ANUARIO DE SEXOLOGÍA


 

 

 

 

 

EN LOS CINCUENTA AÑOS DE EL SEGUNDO SEXO (1949-1999)

SIMONE DE BEAUVOIR Y EL DEBATE DE LOS SEXOS

Felicidad Martínez *

* Psicóloga. Sexóloga.

C/Martell N° 34, 4° A. 28053 Madrid. España

 

Con ocasión de los cincuenta años de la publicación de El Segundo Sexo se hace aquí un acercamiento a la figura de Simone de Beauvoir y, en particular, a éste su célebre ensayo. Además de algunos enfoques que son clásicos a la hora de estudiar a esta autora, como son el biográfico, filosófico y feminista, proponemos un enfoque sexológico. La herencia de las preguntas que Beauvoir se hizo en torno a los sexos, sus identidades y su relación, siguen vivas y se plantean hoy en el debate de las diferencias sexuales, a la búsqueda de un marco que les dé coherencia y las dote de sentido.

Palabras clave: Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Sexos, Identidad Femenina, Diferencias Sexuales, El debate de los sexos.

 

FIFTY YEARS AFTER THE SECOND SEX (1949-1999).

SIMONE DE BEAUVOIR AND THE DEBATE OF THE SEXES.

 

On the occasion of 50th anniversary of the publication of The Second Sex, this is an approach to the figure of Simone de Beauvoir and particularly, to her remarkablee essay. Along with the classical approaches to Simone de Beauvoir -the biographic, the phylosophic and femi- nist ones, we propose a sexological approach. The legacy of the questions on the sexes-that Beauvoir brought to light-, their identities, and their relations, are still alive. They are posed in the debate of sexual differences in order to search for a framework which will make them coherent and will provide them a meaning.

Keywords: Simone de Beauvoir, The Second Sex, sexes, feminine identity, sexual diffe­rences, The debate of the sexes.

 

(...) Una novela es una problemática. La misma historia de mi vida es una problemática y yo no puedo dar soluciones a la gente y la gente no puede esperar soluciones de mí. Es en esta medida, a veces, que lo que usted llama mi celebridad, es decir, la atención de la gente, me ha molestado. Hay cierta exigencia que encuentro un poco estúpida porque me ence­rraría, me fijaría completamente en una especie de bloque de cemento feminista.

(Simone de Beauvoir por ella misma. pp. 85-86)

 

Introducción

 

En este 1999 que ya finaliza se han cum­plido cincuenta años de la publicación de El Segundo Sexo1. Biblia feminista, hito o refe­rencia inexcusable para todo el feminismo pos­terior, perspectiva existencialista de la condi­ción femenina, reflexión sobre la cualidad sexuada de la humanidad, estudio polémico sobre la dialéctica de la relación entre varones y mujeres... Son éstas algunas de las valora­ciones que se han hecho -y otras que cabe

hacer- acerca de un texto escrito por una mujer singular, cuya biografía y cuya obra continúa hoy en día iluminando aspectos de una reali­dad tan compleja y contradictoria, como apa­sionante y seductora.

Leer El Segundo Sexo en la actualidad pue­de despertar una sensación tan privilegiada como lo hizo en aquellas mujeres -y hombres- de 1949, y aún de las siguientes décadas, a medida en que iba siendo traducido y divul­gado. Mencionar su potencial de descubri-


miento para las entonces mujeres de van­guardia ha sido un lugar común en el análisis histórico de esta obra. Pero su lectura no sólo marcó un hito para varias generaciones a nivel vivencial o de su experiencia personal, sino que ha dado lugar a infinidad de tesis docto­rales, seminarios, congresos, libros... Ha espo­leado el pensamiento y la producción intelec­tual, dotando de vitalidad y energía el debate de los sexos, su modo de hacerse y sus mane­ras de entenderse. Esta es una cualidad de aquellas obras que llevan un mensaje en cier­to modo atemporal. Pues bien, en consonan­cia con esa peculiaridad -y fuera de modas, celebraciones puntuales o corrientes más o menos dominantes-, vemos que ese potencial sigue ahí, vivo, dispuesto a decir algo nuevo a quien se acerque a sus palabras y abierto al manantial de lecturas diferentes.

Cuando convivimos con un feminismo social, a todas luces cotidiano, y los sexos continúan ensayando formas de acercarse y entenderse, la lectura de El Segundo Sexo es posible que suponga una experiencia de des­cubrimiento por razones totalmente diferentes a las que sirvieron a aquellas otras mujeres de hace medio siglo. Por razones, opuestas, inclu­so. En nuestro contexto social e ideológico, esta obra es susceptible de ofrecer descubri­mientos distintos y hasta contrarios o contra­dictorios. Son descubrimientos que vienen a incidir en un momento que inicia la vuelta, tras la resaca de una lucha que, mejorando la dimensión social de las mujeres, no termina de hallar el camino del encuentro entre los sexos. Y este punto puede ser significativo para acceder a cualquier interpretación de esta obra y, en general, para aproximarse a un estu­dio del corpus teórico y literario, el ingente corpus elaborado con tenacidad y talento por Simone de Beauvoir.

Una de las primeras características que vamos a señalar en su obra es, por tanto, su complejidad. Para cualquiera que haya leído a Simone de Beauvoir no es fácil sustraerse a ese afán de buscar a la verdad a la que res­ponden sus textos. De ahí que no resulte sen­cillo ni epistemológicamente válido encasi­llarla, como se pretende, al hacer lecturas retrospectivas sirviéndose de conceptos de hoy. Es el caso de la suposición -comúnmente defendida por el feminismo de la igualdad- de que el concepto género habría estado, avant la lettre, en El Segundo Sexo2. En el primer tomo de su autobiografía, ella misma, como nos recuerda María Teresa López Pardina

(1998)        3, se situaba a los veintiún años, recién obtenida la Agrégation, con los siguientes pro­yectos nuevos, absolutamente por hacer, ante sí: combatir el error, encontrar la verdad y decirla, y poner claridad en el mundo. A ellos se dedicó. Y no son proyectos fácilmente com­patibles con visiones monolíticas de las cosas; la diversidad por fuerza ha de estar presente en ellos. Sobre todo, cuando a éstos se les suma una actitud honesta; cuando uno está al ace­cho de su propia mala fe. Y éste era sin duda el caso de Simone de Beauvoir.

Así ha sucedido con El Segundo Sexo y, en general con toda su obra y con ella misma como mujer, con su propia, rica y entrevera­da historia. Hay cosas que no encajan, hay matices que no van con según qué interpreta­ciones, hay dificultad para situarla aquí o allá. O, cuando menos, hay controversia. Ese aspec­to, sin ningún género de dudas, constituye par­te de su potencial de descubrimiento; parte no pequeña de la grandeza de su obra. De alguna forma, conmueve, arrastra, seduce y contraría. Nos lleva a sus textos, nos recrea en sus ambientes y nos saca de ellos; fabrica nues­tros propios personajes; nos conduce a través de sus argumentos y, de vez en cuando, se nos escapa. Pero nos conecta siempre con aque­lla parte de la realidad de hombres y mujeres que se buscan, encuentran y desencuentran, que se hacen en inexcusable dialéctica, en rela­ción. A Simone le interesaron los hombres y las mujeres en lo que tenemos de tales, en nuestra diversidad, en nuestras analogías, en nuestras diferencias, en nuestros conflictos. Heredera del debate ilustrado, la Cuestión de los sexos, que abre las preguntas por la iden­tidad sexual4, es algo que la mueve en torno a los años previos a la publicación de El Segundo Sexo -más que un feminismo para ella de influencia militante y posterior.

Si pensamos que en la actualidad puede suponer una experiencia de privilegio leerla, experiencia en la que se mezclaría cierta dosis de revelación, es principalmente por la apues­ta que Beauvoir hace por la libertad encarna­da y singularizada; la libertad de cada mujer hecha proyectos; la libertad que nace de sí, del qué puedo hacer yo en esta situación, es decir, en esta situación que es la mía, mi situación. Desde esta perspectiva, la mujer cuenta por­que el núcleo de su autenticidad bebe en sus vivencias5. La experiencia vivida será el títu­lo del segundo tomo de El Segundo Sexo. La inautenticidad será el otro lado de la moneda: atrapa a mujeres y a hombres; los encierra en una dialéctica destructiva o castradora para ambos, por más que nos pueda cegar el espe­jismo de que en esa diada uno gana y otra pier­de. Hay en Simone un gran empeño por com­prender las relaciones entre los sexos. Y, a su lado, profundas dudas y muchos interrogan­tes. Se debate entre las referencias de dos modelos o paradigmas distintos a la hora de estudiar a los hombres y a las mujeres: el para­digma moderno, el de los sexos, el que lleva a la mujer al estatuto de sujeto; y el viejo, el que la condena como proyecto fallido de hom­bre. Ella misma aparece como una obrera de las relaciones: las construye, incluso con méto­do; las hace con consciencia. Busca la forma -las formas- de las relaciones entre dos. Dos que la Ilustración ya ha dejado en claro que son dos sujetos. Dos que nosotros decimos que son, fundamentalmente, dos sexos. Y, por ello, dos sujetos.

 

Algunos enfoques o acercamientos a Simone de Beauvoir

Pues bien, a Simone de Beauvoir es posi­ble acercarse desde diferentes perspectivas. Nosotros, dentro de esa variedad de posibili­dades que abre la complejidad de su obra, opta­remos por entender, en particular El Segundo Sexo, como una reflexión acerca de la condi­ción sexuada. Antes, no obstante, y puesto que es momento de rendir homenaje, haremos men­ción de algunos otros enfoques que abundan en la literatura que la estudia.

 

Enfoque Biográfico

El primero y más evidente es el enfoque biográfico, sumamente facilitado por la con­tribución que ella misma ha hecho al escribir con profusión sus Memorias. El caudal de información aportado por las Cartas al Castor, las Cartas a Sartre, las editadas este mismo año en España, a Nelson Algren -el llamado marido americano de Simone- el Diario de Guerra., permiten un estudio detallado de las circunstancias que rodearon su vida. Diríamos entre paréntesis que estos escritos, a fuer de pormenorizados y exhaustivos, paradójicamente, parecen ocultar a veces lo que esa vida tiene de más íntimo, de profun­damente vivido. Vida, por lo demás, intere­sante, en su trayectoria individual y en una situación humana y social de relevancia histó­rica: hablar de Simone es hablar de pobreza y necesidad; de cultura, de esfuerzo, de senti­mientos de inferioridad compensados, de capa­cidad de liderazgo, de trabajo y de talento; de amistad y de amor; de dureza y frialdad; de interés por los otros en la singularidad de sus vidas; de gran curiosidad y preguntas inquie­tas; de coquetería y deseo de gustar; de lucha interna; de situaciones límite y de carencia. Es hablar de muchas cosas: de brega; de rebeldía, de compromiso, de excepcionalidad; de rela­ciones contingentes y esenciales. De “volun­tad de edificar su felicidad, de crearse sus pro­pias reglas, inventarse sus modalidades y aferrarse a ellas con una terquedad que ella misma calificaría de esquizofrénica”6.

Todas estas notas vitales y muchas más, u otras totalmente diferentes, van hilvanándo­se en una vida que supone hablar de otros per­sonajes por sí mismos objeto de interés especí­fico: Sartre, Merleau-Ponty, Nizan, Adorno, Aron, Camus., de un núcleo de intelectua­les entre los cuales ella se encontraba y que mantenían entre sí arduas polémicas y pro­fundas complicidades; de una vanguardia que se enfrentó a la vivencia de dos guerras mun­diales y a la honda inquietud de la sociedad nueva que se deseaba construir. En la obra que le valió el premio Goncourt, Los Mandarines (1954) -iniciada el mismo año que se publicó El Segundo Sexo y dedicada a Nelson Algren, retrató los conflictos ideoló­gicos que surgieron entre estas fuerzas vivas de la intelectualidad francesa y que trajeron consigo las rupturas con el grupo de Merleau- Ponty en 1951 y de Camus en 1952. Este núcleo, que constituía el alma de la revista Temps modernes dirigida por Sartre y fun­dada con el propósito de ofrecer una ideología al mundo-, se llegaría a fragmentar por las diferencias que surgieron en las posiciones de sus miembros. Ya desde sus inicios, Beauvoir publicó en esta revista numerosos artículos, entre ellos, un resumen de la tesis doctoral de Merleau-Ponty.

Hablar de Simone de Beauvoir supone tam­bién, por ejemplo, hablar en primera persona de mayo del 68. Y de lucha por los derechos de las mujeres, por la libertad de prensa, por la planificación familiar. Significa, en fin, hablar de una época de profundas convulsio­nes y cambios de los que hoy somos herede­ros naturales. De ahí que el interés biográfico sea indudable.

Con todo, al margen del interés académico por su biografía, quizá aquello que despierta un interés más generalizado en cuanto a su vida son sus amores, su inquietud identitaria, los devenires en la orientación de su deseo y, sobre todo, la contradicción que se le atribu­ye entre su lucha por la liberación femenina y su entrega personal a la relación con Sartre. Generalmente estas cosas se entienden, preci­samente, en el contexto de una vida. Simone era una mujer despierta, inteligente, cultural­mente cultivada, con proyectos y vivencias de autonomía, inquieta por lo que sucedía a su alrededor y avanzada para su época -van­guardista: una referencia, un modelo a imitar por sus alumnas que encontraban en ella alguien que rompía los moldes cotidianos y ejercía un liderazgo comprometido y perso­nal; desentonaba entre la clase docente de los Liceos. Se trataba de una pionera. Muy pron­to descubrió en el trabajo “la fuente y la sus­tancia de los valores"7 y se permitía vivir de acuerdo con una liberalidad de costumbres. Era, en suma, una mujer excepcional que se abrió paso en la vida del mismo modo que avanzaba en sus largas marchas por campos y montañas: conquistando paisajes nuevos a fuer­za de tesón y voluntariedad. Así, no es difí­cil pensar, o entender, que se tratase de una mujer exigente a la hora de elegir compañero o incluso que tuviese dificultades para ser ele­gida. Su propia excepcionalidad la abocaba desde jovencita a desear un hombre que fue­ra superior a ella: “para que lo reconociera como un igual, tendría que sobrepasarme -escribe en Memorias de una joven formal. Deseaba a alguien que se le impusiese con absoluta evidencia, singularizado al extremo de que no cupiese preguntarse “por qué él y no otro"; alguien que la “subyugara por su inte­ligencia, su cultura, su autoridad"8. Ese idea­rio juvenil se llegó a concretar en Sartre: no era sencillo ser superior a Beauvoir. Tuvo que ser alguien también excepcional, como excep­cional fue la relación que mantuvieron.

Así mismo, su inquietud identitaria tiene mucho que ver con este hacerse y vivirse como excepcional. Por una parte, se experimenta como una mujer única. Ser una excepción en un mundo de varones la hacía recrearse en su condición de mujer. Había aprendido pronto que la intelectualidad no era cultivada por su sexo. Pero, por otra parte, siente zozobra acer­ca de su identidad sexual o su forma de ser mujer. La singularidad individual va a ser muy importante para ella y reaccionará enardecida ante cualquier idea esencialista sobre las iden­tidades o ante la suposición de un eterno feme­nino. La ingratitud de la adolescencia la había hecho refugiarse en la intelectualidad y vivir con carácter de conflicto la feminidad. En prin­cipio, encuentra una salida dualista a este con­flicto: decide aparcar su condición sexuada para cultivarse como individuo. Se ve fea y rechazada en su fealdad, y explora en el cul­tivo del intelecto la realización de su singula­ridad. Esto supuso para ella poner entre parén­tesis su condición femenina o, al menos, la referencia de feminidad que pudiese haber adquirido. Más adelante, tanto su intelectua­lidad, como la ruptura con otros roles o patro­nes de comportamiento tradicionalmente feme­ninos, la hicieron moverse más a gusto, sin renunciar a vivirse como mujer, a gustarse: “un corazón de mujer y un cerebro de hom­bre”9. Se sentía única. Sin embargo, su con­dición sexuada la reclama, su ser mujer siem­pre estaba al acecho: su desasosiego con respecto a la identidad femenina y al deseo, sus ansias de agradar, su incomodidad por no gustar, o su deseo de hacerlo; la inquietud por su belleza, la comparación con otras mujeres y la vivencia de una necesidad absoluta del hombre elegido y amado. Son inquietudes pro­fundas y poco resaltadas que, sin embargo, constituyen la trama de fondo con la que Beauvoir intentó investigar, explicarse y hacer su vida y, por consiguiente, constituyen ele­mentos clave en su biografía.

 

Enfoque Filosófico

Un aspecto poco considerado es el de Simone como filósofa. Y quizá éste sea uno de los aspectos más importantes: no ya, como afirma Celia Amorós en el prólogo que hace a López Pardina (1988), porque en ella, “como en todas las teóricas del feminismo, teoría feminista y filosofía formen un todo articula­do”, sino de modo específico, es decir, por su modo de analizar y conceptualizar diversas dimensiones de la realidad. Ya en la fase más militante de su vida, en el momento de la radi- calización del compromiso social, cuando tan­to ella como Sartre eran invitados como con­ferenciantes en diferentes países, se lamentaba un tanto, pues parecían tenerla limitada a la reflexión sobre las mujeres. Le habría gusta­do que le pidiesen sus ideas acerca del siste­ma colonialista, sobre la guerra de Argelia. La actualidad política y social le interesaba vivamente.

Pero si su faceta filosófica no ha prevale­cido, ha sido, entre otros motivos, porque ella misma mostró gran empeño en definirse como escritora. Deja esa otra parte, la del quehacer filosófico -que entendía principalmente como la creación de un sistema-, a su compañero de vida, Sartre.

Sin embargo, Simone de Beauvoir fue una mujer filósofa: iluminó aspectos de la reali­dad que hasta entonces estaban velados e hizo una filosofía moral en la tradición que va de Montaigne a Voltaire: “lo que hizo fue desen­trañar problemas de su tiempo y tratar de poner racionalidad en la realidad vivida desde una perspectiva filosófica existencialista, al mis­mo tiempo que daba a algunos conceptos del existencialismo un acento propio”10.

En ella la filosofía, el trabajo filosófico, resultaba fluido. Algo que se constata en sus ensayos: ¿Para qué la acción?, Para una moral de la ambigüedad, El pensamiento polí­tico de la derecha. Y, sobre todo, la Vejez, y, antes y muy especialmente, El Segundo Sexo -ensayos en los que usa un método peculiar y nuevo: el método regresivo-progresivo, y en los que arroja luz sobre unas zonas de la rea­lidad que hasta entonces habían permanecido en penumbra. Por su parte, ¿Hay que quemar a Sade? constituye una aportación desde la filosofía existencialista al estudio del perso­naje del Marqués de Sade, por entonces obje­to de interés de autores como Deleuze. Ofrece una visión de este personaje histórico como la de alguien que sólo concibió el camino de la rebelión individual, que se atrevió a asumir su singularidad y, en suma, a gritar lo que cada uno se confiesa vergonzosamente. Dirá de él que “no logró el surgimiento de una eviden­cia, pero por lo menos discutió todas las res­puestas demasiado fáciles (...) Lo que consti­tuye el valor supremo de su testimonio es que nos inquieta”11.

Por nuestra parte, al leer La Filosofía en el tocador, vemos que en Sade hay una apuesta por la mujer como sujeto que se singulariza en la vivencia erótica: ella se independiza, se libe­ra, a través del placer. El placer constituye la llave de la autonomía que la lleva a erigirse en sujeto.

Por otro lado, Merleau-Ponty y el pseudo-sar- trismo, Beauvoir polemiza, llevando a cabo una defensa lúcida del pensamiento de Sartre contra la interpretación realizada por Merleau-Ponty en su libro Las aventuras de la dialéctica.

Esta aplicación de la filosofía existencia- lista en diferentes temáticas ha llevado a que se la considere una epígona de Sartre e, incluso, musa del existencialismo. Por otra parte, algu­nas autoras como Michéle Le Doeuff (1993) piensan que los conceptos sartreanos han coar­tado el pensamiento de Beauvoir. Con una ironía rayana en el mal gusto, Le Doeuff señala que, en la base de la aplicación del pensamiento sar- treano que hace Beauvoir, habría una compli­cidad íntima con Sartre. Complicidad amoro­sa, se entiende.

Encontramos en la autora de El estudio y la rueca una añoranza, pero también una pre­gunta pérfida y teóricamente sacada de situa­ción acerca de lo que Beauvoir podría haber dado de sí, de lo que podría haber desarrolla­do sin este vínculo. Sin embargo, toda la obra de Sartre fue exhaustivamente debatida con Simone de Beauvoir. Su influencia en el desa­rrollo de la filosofía existencialista de Sartre no fue menor. Se dice que era ella quien daba el imprimatur a las obras de Sartre. Éste lo requería. Tenía esa necesidad y la planteaba -como queda explícito en su correspondencia. A título anecdótico podemos comentar que, fruto de esta confrontación de estrecha com­plicidad intelectual, Sartre reescribió La Náusea. De igual modo también ella le enco­mendaba la lectura de sus obras literarias, rees- cribía capítulos, modificaba enfoques y replan­teaba obras a partir de las indicaciones de Sartre. Se trataba de una alianza intelectual en la que cada uno parecía hacer de espejo o crí­tico del otro. Alianza que pusieron por enci­ma de otros avatares y de otros compromisos que habrían podido debilitarla.

Por otro lado, no vemos qué puede haber de reprochable en que una mujer asuma una doctrina elaborada por el hombre que ama.

Doctrina, por lo demás, que no sólo fue asi­milada por Beauvoir, sino que ha supuesto una revolución en la concepción del sujeto y la libertad en nuestro siglo.

En Simone de Beauvoir, una filósofa del siglo XX, López Pardina (1998) resalta el matiz propio que Beauvoir habría dado a algunos de los conceptos del existencialismo, en particu­lar al concepto de situación y su relación con la libertad. En este punto Sartre y Beauvoir diferirían. Se trata, precisamente, de un matiz de singular interés a la hora de entender de un modo u otro el concepto de situación. Beauvoir pondera el peso externo de la situa­ción, aunque sea la libertad quien tome las riendas de la misma. Para Sartre, la situación se constituye siempre de diferente forma según el modo en que es asumida y vivida. Digamos que para este último pesa más el hecho de que el sujeto se apropie de su situación, es decir, ejerza su libertad. Mientras que para Beauvoir, más atenta a la denuncia de las situaciones de privilegio o de opresión, el peso recaería en el modo en que los demás ejercen su libertad de forma que inciden o no inciden en la situa­ción del otro. Es decir, ella se pregunta, por ejemplo, qué proyectos, qué grado de libertad o qué transcendencia puede plantearse una mujer en un harén. La dimensión social de su inquietud es evidente.

Sin embargo, la pregunta o las preguntas de El Segundo Sexo, qué es ser mujer, por qué la mujer es la otra, por qué el hombre se plan­tea como lo mismo, sin relación de reciproci­dad ni reconocimiento de su necesidad, no son sólo ni principalmente preguntas por la dimen­sión social, sino preguntas por la identidad. Lo veremos enseguida.

 

Enfoque Feminista

Hay, además del inmediato interés literario de esta autora, un interés o una lectura que se da por supuesta. Se trata de la lectura feminista de Simone de Beauvoir y, en particular, de su obra cúspide El Segundo Sexo, al que la autora cali­fica en el film Simone de Beauvoir por ella mis­ma (1979) de su único ensayo importante.

El Segundo Sexo ha sido definido por sus biógrafas Claude Francis y Fernande Gontier, (1985) y, en la misma línea, por María Teresa López Pardina, (1984) como hito en la histo­ria de la Teoría Feminista, pues relanza el femi­nismo después de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que todo el pensamiento feminis­ta posterior se va a relacionar con este ensayo -planteándose como continuidad, como opo­sición o callándolo-, su insistencia en el peso externo de la situación a la hora de definir el espacio de libertad, junto con su célebre afir­mación la mujer se hace y un indiscutible talante ilustrado que la lleva a abogar por la emancipación a través de la cultura, han hecho que el feminismo de la igualdad se apropie del pensamiento de Beauvoir.

Cuando ve la luz El Segundo Sexo (1949) han transcurrido cuatro años desde que en Francia se ha reconocido el derecho al voto a las mujeres. En este contexto, cuando “no había un feminismo válido” -como diría la propia autora-, Beauvoir realiza un estudio exhausti­vo sobre la condición femenina en las socie­dades occidentales. No va a escribir desde una motivación política, militante o sufragista, pero desvela ciertos aspectos de la educación-for­mación de las mujeres que constriñen su poten­cialidad de transcenderse y de vivir con auten­ticidad y libertad; pone en evidencia algunos mitos que las falsean; analiza críticamente los datos aportados por la biología, el psicoanáli­sis y el materialismo histórico al estudio de la mujer; y se detiene en la propia experiencia de las mujeres, en su modo de vivirse. La mujer aparece como un ser enajenado, atrapada en unas redes que impiden que brote su singula­ridad, que se trascienda a través de sus pro­yectos y que se haga de una forma positiva. Una de estas redes en las que se ve atrapada queda perfilada en la dialéctica de su relación con el varón: una dialéctica que, tomando las referencias hegelianas, los sume en una rela­ción amo-esclavo. Relación en la que el amo, que identifica con el varón, no plantea su nece­sidad y donde la mujer, su mejor cómplice, será absolutizada como la Otra.

La obra, traducida al alemán, árabe, danés, español, hebreo, húngaro, inglés, italiano, holandés, noruego, portugués, serbo-croata, eslovaco, sueco, tamil y checo, suscitó una gran polémica; tuvo la cualidad de irritar a un tiempo al Partido Comunista y al Vaticano. Los cimientos de una sociedad androcéntrica se habían hecho tambalear con ideas, y hasta habían sido ridiculizados. Una mujer había tomado la pluma cuando la palabra femenina apenas si había sido expresada y oída.

Beauvoir rechaza los esencialismos y la idea de un eterno femenino. Una mujer se hace. Y se hace en situación. La incidencia en la situación puede ser externa, esto es, venir de otros, o interna, es decir, el acto positivo por el que la mujer hace suya su situación. De ambas formas se va a definir el campo de la libertad femenina. Evidentemente, cuando Beauvoir piensa de este modo, está tomando al varón como modelo del transcenderse, del hacerse a través de los propios proyectos y, por consiguiente, de ejercer la libertad. El hom­bre, educado de modo más exigente, se reali­za a través de la dimensión social. El cuerpo de la mujer, con sus servidumbres específicas, va a ser considerado, si no un obstáculo, sí una dificultad para ejercer la libertad según la refe­rencia masculina - y no se cuenta con una alternativa. En este sentido, planteará las con­diciones poco favorables en las que la mujer ejerce la maternidad12. En la misma línea de mantener su situación enajenada, alertará sobre el riesgo que puede acarrear para la mujer la vivencia de la sexualidad, pues podría llegar a convertirse en una trampa, al ser lugar de la más íntima complicidad con el varón. Con esta variedad de ingredientes, El Segundo Sexo estuvo llamado a influir en todo el feminismo posterior, hasta el punto de que, posteriormente, y unido a su momento de máximo compromi­so social y del feminismo radical de los años 70, su propia autora llegó a declararse femi­nista. Simone de Beauvoir se hizo feminista con posterioridad a la publicación de este ensa­yo y siempre con relación a la dimensión social de sus inquietudes.

Mientras que las feministas anglosajonas veían en la maternidad una posibilidad enri- quecedora y única del sexo femenino, el femi­nismo de la igualdad va a insistir, como indi­ca su propio nombre, en potenciar la igualdad de los sexos y, por tanto, va a enlazar con los planos de semejanza entre los sexos que se derivan de El Segundo Sexo. En la teorización de esta igualdad, y con vocación eminente­mente práctica, esta corriente feminista ha con- ceptualizado el dualismo sexo/género, depo­sitando en el sexo lo biológico y en el género, lo cultural. Se entiende que la cultura es lo modificable y, en consecuencia, vía para alcan­zar la igualdad entre hombres y mujeres. El sexo, reducido a la mínima expresión, es repu­diado por inmodificable y, por lo tanto, dis- criminador. Estos supuestos pertenecen, como hemos dicho, a la evolución seguida por el feminismo de la igualdad. Pero en la relación establecida ente la obra de la filósofa france­sa y el feminismo de la igualdad no sólo se va a dar esta influencia prospectiva, hacia delan­te, sino que, y esto es más curioso, se dará una influencia retrospectiva o hacia atrás. Ésta, ya lo hemos anunciado, consiste en leer con cate­gorías posteriores, v.g. sexo/género, el ensa­yo de Beauvoir. Sin más explicación que acla­rar que ella no poseía aún ese lenguaje, se procede a hablar sobre el género en Beauvoir (López Pardina, 1994). Este proceder o este trasplante elimina de un plumazo la categoría de lo vivido -podríamos decir lo biográfico- que posee para nuestra filósofa un carácter cen­tral y articulador. En esta dirección de viven­cia, hay en ella una inquietud, que no debe­mos considerar menor, por la identidad sexual.

Y  ésta, la identidad, se diluye cuando se pre­tende disociar a la mujer conforme a pres­cripciones dualistas, olvidando que es ella, por lo vivido, quien le da sentido y coherencia a lo biológico y a lo cultural. La desarticulación de la mujer a la que conduce el sistema sexo/género no está en Beauvoir. Sí sucede, en cambio, que mediante el recurso a la fór­mula avant la lettre, se han interpretado como feministas textos que históricamente no lo han sido ni podían serlo, obviando el marco gene­ral en el que fueron generados (Fraisse, 1991).

Pero llegados a este punto, iríamos más lejos para cuestionar esa primera evidencia de la que partíamos: que El Segundo Sexo es un ensayo feminista. Antes que nada deberíamos preguntarnos y, en su caso, ponernos de acuer­do, con respecto a qué características o qué requisitos ha de tener una obra para ser con­siderada feminista. ¿Haber sido escrita por una mujer?, ¿tener por objeto de estudio la mujer -o las mujeres- en cualquiera de los aspectos que nos conciernen?, ¿ambas? ; ¿poseer un talante reivindicativo?, ¿denunciar una situa­ción injusta para las mujeres?, ¿tomar posi­ción a favor de éstas y en detrimento de los varones?; ¿ser reconocida como tal por el gre­mio feminista?. En caso de ser afirmativas las respuestas, ¿debemos considerar el feminis­mo como el brazo armado de las mujeres en el debate de los sexos?. Y, si es así, ¿podemos hablar con rigor de teoría feminista?.

 

Enfoque sexológico

Conforme relata Le Doeuff (1993), Marisa Rodano, en un debate al que fue invitada por el Partido Comunista en Milán, en 1986, habría llegado a decir que El Segundo Sexo no era un libro feminista. Estamos de acuerdo. A pesar del enojo de Le Doeuff o de otros enojos posi­bles, vemos que El Segundo Sexo ha sido entendido a posteriori desde el feminismo -para cuya causa, sin duda, ha tenido conse­cuencias- pero que, sin embargo, se inscribe en el contexto del debate de los sexos, el deba­te o querella que gira en torno a la cuestión sexual y del cual el feminismo es deudor. Así pues, lo repetimos, con esta obra ha sucedido como con tantos otros textos que han sido interpretados a posteriori como feministas, pero que histórica y conceptualmente están contextualizados en el debate de los sexos. De uno y otro sexo (Amezúa, 1998).

No olvidemos que ya desde el propio títu­lo Beauvoir nos está situando ante una reali­dad que le interesa resaltar: el hecho de que son dos los sexos. La superación del paradig­ma aristotélico se expresa en este hecho de dos. La mujer ya no será un hombre fallido, manqué. La mujer, las mujeres, somos el otro sexo. El modelo de un solo sexo referencial, el masculino, ha caducado y se ha inaugurado la nueva era: la era de los sujetos; la era en la que, en nombre de su sexo, las mujeres hacen oír su voz: la era de los sexos. Este es el lega­do revolucionario que nos deja la razón ilus­trada. Y este legado de ideas está nutriendo a Beauvoir. Su cuestionamiento acerca de la identidad femenina tiene sentido desde ahí, desde la ruptura epistemológica, desde el cor­te, que ha supuesto el hecho de los sexos. En plural. Decir el segundo lleva aparejado el reconocimiento -más o menos explícito o implícito- de la evolución histórica que ha seguido la epistemología sexual. En la histo­ria de las ideas, el sexo femenino aparece en las últimas décadas del siglo XVIII.

Si decir segundo connota pretensión de denuncia, si segundo adquiere un sentido ordi­nal y, en ese sentido, peyorativo, si, en defi­nitiva, repugna a la razón, es porque previa­mente se ha producido ese cambio de paradigma. El debate de los sexos que se pro­duce en torno a las últimas décadas del siglo

XVIII   y en las primeras del Siglo XIX trae consigo una revolución copernicana en el estu­dio y comprensión de los hombres y las muje­res en lo que tienen de tales, es decir, en su condición sexuada. Comenzará a hablarse pro­piamente de los sexos. Con esta terminología se designará una realidad nueva. Una realidad que llega a nosotros de la mano de la Razón y que, por tanto, va a tener enormes consecuen­cias prácticas. La vida de los sexos cambia con el advenimiento del nuevo modelo. La mujer se pone como centro de sí misma y desde esa centralidad plantea su relación con el varón: polemiza, reivindica, imagina, escribe, desea. El concepto sexual no hará, pues, referencia al locus genitalis13 que llevaba a una consi­deración objetual de la mujer en función de su papel reproductivo. Sexual hará referencia a los sexos. La mujer elige. Se vive. No es alguien pasivo en la reproducción, alguien que recibe su cuerpo y sus potencialidades con un determinismo fatal y externo, sino que se sitúa a sí misma respecto de estas capacidades y res­pecto del hombre. Estamos, por tanto, ante el marco que históricamente los hace pensables a ambos como sujetos: el marco del dimorfis­mo sexual o hecho sexual humano. La condi­ción humana es sexuada y son dos los sexos. Es por este reconocimiento inicial del hecho de dos sexos por lo que vamos a rechazar cual­quier postura de abuso o colonización de un sexo respecto a otro. Es evidente, que si la mujer fuese considerada aún un hombre incom­pleto no se podría pensar en iguales derechos. Su derecho a la ciudadanía dimana de este hecho primero y radical que se abre paso con la Razón ilustrada. Ser humano significa ser sexuado. Y son dos los sexos. Eso explica sus mutuas referencia y reciprocidad, su mutua necesidad. De manera que toda la temática feminista que en su construcción ha vapulea­do tanto el sexo -¿qué sexo?-, ha podido desa­rrollarse precisamente porque las mujeres hablaron en nombre de su sexo, porque se pro­clamaron y fueron reconocidas como el otro sexo. La lucha social feminista, es decir, la cuestión de los derechos, arranca de esa otra cuestión previa que la hace posible y de la que es deudora: la Cuestión sexual. Porque somos dos sexos se hace evidente a la razón que debe­mos poseer los mismos derechos; porque se ha dado el debate de los sexos ha sido posible luchar para mejorar la situación social de las mujeres; porque somos dos sexos resulta recha­zable la idea de uno de ellos como segundo, si con ello se indica inferioridad o subordinación.

Finalmente, la idea de segundo lleva implí­cita la suposición de una dialéctica. Se ha lle­gado a ser segundo en una relación con otro, que es el primero. Hay una relación ontológi- ca entre los sexos: es imposible que no se rela­cionen porque están refiriéndose mutuamen­te. Ahora bien, ¿es posible cambiar el cómo de esa dialéctica inevitable?. ¿Es posible, al menos, estudiarla y comprenderla?.

El Segundo Sexo trata sobre estas cuestio­nes, que son eminentemente sexuales, es decir, relativas a los sexos. Es un estudio sobre la condición sexuada y, por tanto, un estudio de interés para la Sexología.

Se me objetará, quizá, que Beauvoir pasa de puntillas por la condición sexuada. Es cier­to. Pero sólo en la medida en que no se ha apropiado del alcance de este lenguaje, esto es, de la terminología que corresponde al moderno modelo de los sexos. Sin embargo, se pregunta -es su pregunta- qué es ser mujer -y, en paralelo, como referencia, qué es ser hombre. Lo que viene a señalar que pregun­ta por la identidad de los sexos y por la natu­raleza de esa identidad; estudia cómo se cons­truye, cómo se hace, una mujer -y, siempre con esa referencia, cómo se hace un hombre. Es decir, estudia los procesos de sexuación y plantea posibilidades de actuar en algunos de ellos. Ha pasado a la historia -lo hemos dicho- su célebre frase la mujer se hace. Y

analiza la dialéctica de la relación entre los sexos -cómo es, cómo podría ser -hacerse- en qué medida reconocen y plantean uno y otro su recíproca necesidad. La relación es el mar­co del encuentro con el otro y sigue unas pau­tas. Su denuncia de la complicidad malsana que ambos mantienen se hace patente a través de figuras de mujer como la narcisista, la casa­da y, de modo más relevante, la enamorada. Estos son los entresijos en los que se mueve. Cuando se refiere en El Segundo Sexo a la ins- trumentalización de la erótica en el matrimo­nio -que vendría dada por un encuentro de los esposos marcado por los derechos y deberes y no por los placeres (el débito conyugal)-, escribirá Beauvoir: “el marido se siente hela­do, a menudo, ante la idea de que no hace más que cumplir con un deber, y a la mujer le avergüenza sentirse entregada a alguien que ejerce un derecho sobre ella”(vol II. p.199).

Ymás adelante, cuando habla de los efec­tos de la costumbre sobre ese movimiento hacia el Otro que es la erótica, dirá: “el mari­do necesita ver o saber que su mujer se acues­ta con un amante para volver a encontrar un poco de magia, o bien se obstina sádicamen­te en provocarle rechazos, de manera que al fin aparezca su conciencia y su libertad y sien­ta entonces que posee realmente a un ser huma­no. Inversamente, se esbozan conductas maso- quistas en la mujer, que busca suscitar en el hombre el amo, el tirano que no es” (p. 202).

No hay que temer, sin embargo, que expre­se repulsa hacia la sexualidad. También se dan complicidades placenteras en la medida en que el marido va haciendo posible que la esposa se abandone a la vivencia de la carne, supe­rando la idea de pecado: “una cohabitación regular y frecuente engendra una intimidad que favorece la maduración sexual” (p.199).

Las identidades de los sexos siempre se cons­truyen en su necesaria relación. “No parecerían enanos si no se les pidiese que fueran gigantes” (p. 442). Así es: la enamorada ha hecho de su vida un empeño amoroso, o de su empeño amoroso, su vida, y en ese empeño se hipoteca con respecto a un hombre -al hombre- al que absolutiza. Pero al encontrarse con un hombre concreto, le llega la decepción. Su amor, hecho para dioses, no asume al otro en su humanidad, en su contigencia, con sus limitaciones y carencias. Al contrario: lo mag­nifica, lo idolatra. En el seno de esta relación no será posible el encuentro auténtico de los sexos. La mujer enamorada se desborda dando y su dar se convierte en exigencia; se hace esclava del ama­do y de este modo encuentra la manera más segu­ra de atarlo a ella. Sólo lo aprecia en la medida en que es por ella y para ella y lo detesta en su otre- dad, en su calidad de ser singular. Él jugará ese juego reclamando una abnegación incondiciona- da, y ésta es una cruel mistificación.“(...) A los hombres -dirá- no les preocupa aceptar lo que ella les ofrece. El hombre no necesita la abnegación incondicionada que reclama, ni el amor idólatra que halaga su vanidad. Sólo los recibe a condición de no satisfacer las exigencias que recíprocamen­te implican estas actitudes” (p. 455). Diríamos, de nuevo, que juega el papel del verdugo que no es. El espejismo del Otro fue un tema que interesó muy pronto a Beauvoir.

Los sexos se encuentran y algunos de esos encuentros están presididos por la mala fe de uno y otro; se hipotecan, crean alianzas y dialécticas no auténticas. En 1954, escribirá en Los Mandarines: “se abruma a las chicas con prohibiciones, a los muchachos con exi­gencias; son dos especies de bromas igualmente nefastas. Si hubieran querido ayudarse entre ellos, quizá Nadine y Lambert habrían logra­do juntos aceptar su edad, su sexo y su lugar en la tierra"14. Beauvoir estudia la condición femenina, sí. Pero este estudio siempre está orientado hacia el otro, hacia la relación de los sexos. Los dos están ahí y le parece absoluta­mente necesario superar las dialécticas que no reconocen la mutua referencia y reciprocidad o los encadenan en un empeño mutuo que no los deja desarrollarse en plenitud.

Un enfoque sexológico será, por tanto, el que nos permita situar El Segundo Sexo en el contexto del debate de los sexos y en el para­digma moderno que gira en torno de las iden­tidades. Es obvio por otra parte, que Beauvoir no tiene una posesión efectiva15 del nuevo modelo. Por eso es posible proponer un enfo­que sexológico o hacer una lectura sexológi- ca y no nos encontramos, pura y llanamente, ante un tratado de Sexología. En otra oportu­nidad16 hemos mencionado que la dimensión sexual recorre de principio a fin esta obra, pero sin que llegue a adquirir el relieve o la estruc­turación que merece. Su presencia, efectiva­mente, es constante, pero difusa. Tenemos alguna idea de por qué:

En Simone de Beauvoir, como ya hemos ido comentando, están incidiendo los dos modelos o paradigmas sexuales. No hay un dominio claro de uno sobre el otro, aunque tal vez pudiéramos decir que sí, que apuesta por el nuevo modelo, en la medida en que se esfuerza por comprender las pautas de rela­ción entre los sexos. Sucede, sin embargo, que disputa con objeciones y planteamientos que sólo tienen sentido en el viejo paradigma. Un caso o ejemplo de esto podría ser el tratamiento que da a la maternidad, y que parece ver más claro en torno a los años 80. Una vez que los dispositivos sociales favorezcan la materni­dad, entonces ésta pasará a situarse, dejando de ser vista como una trampa de la biología de la mujer que la condena a la inmanencia.

Podría pensarse que el planteamiento de Beauvoir tiene ciertos rasgos eugenésicos17 porque, aunque no atiende directamente al bie­nestar de la prole, sin duda una maternidad querida y vivida desde el desarrollo personal siempre redundará en beneficio de las crías. Lo cierto es que en sus reflexiones no hace explícita esta intención y sí, en cambio, vemos que su dificultad entronca con el arraigo al modelo que se centra en los genitalia, según el cual la mujer va a ser vista no como sexo, sino como reproductora.

Pero el ejemplo más evidente de la influen­cia de ambas fuerzas está en su pregunta ¿por qué la mujer es lo otro?. No se plantea por qué la mujer es lo otro para el hombre, esto es, no se lo cuestiona desde la sexuación. Simone inquiere de ese otro modo más absoluto por­que no ha podido asumir el moderno paradig­ma. Sigue amarrada al paradigma de un sexo. Ella ve que, en efecto, son recíprocos uno y otro sexo, pero no sabe dar respuesta al hecho por el cual esta reciprocidad no es reconocida por uno de ellos, por el varón. Es la cuestión referencial -la referencia antigua, la del mode­lo de un sexo- la que está mandando. Aquí lucha la evidencia que nos hace inmediata la razón con el peso de un modelo atávico, según el cual se han sexuado muchos filósofos y teó­ricos que han conformado el poso intelectual de Beauvoir. No olvidemos que se trataba de una gran lectora. Es el peso de una cultura.

De este modo, cuando se cuestiona si una falda hace a una mujer, está obviando la teoría de los caracteres sexuales que ya han desa­rrollado Ellis18 y Marañón19. Digamos que, en general, se hace preguntas que podrían adqui­rir otro sentido más acorde con sus inquietu­des desde los conceptos ofrecidos por la Sexología. Sin embargo, toma algunos de éstos de modo descontextualizado. Es el caso que juega la intersexualidad en su búsqueda alre­dedor de la identidad femenina. No puede admitir que la variabilidad del sexo femenino se explique por la intersexualidad. Sin duda, porque no admite que se trata de una variabi­lidad sexual, de ambos sexos. O lo que es lo mismo, que son las formas en las que se mani­fiesta el hecho sexual humano.

En el plano personal también se deja sen­tir esa tensión. Durante la Segunda Guerra Mundial escribe en su Diario de Guerra (1990, págs. 91 y 126): “Con la ayuda del alcohol tengo sensaciones fuertes, me siento tan poco mujer, tan asexuada." Y, más ade­lante, “.Voy a cumplir treinta y dos años y me siento una mujer hecha, aunque me gus­taría saber qué clase de mujer. Ayer por la noche hablé con Sartre durante mucho rato de un aspecto que me interesa de mí, precisa­mente de mi femineidad, del grado en que formo parte o no parte de mi sexo". En este sentido no se observa en ella una actitud de comprensión ante su modo de vivirse como mujer, sino más bien una actitud de excep­ción, que ya hemos comentado. Se ve a sí misma como una excepción, como un no lle­gar a ser.

Las preguntas que Beauvoir se hizo viven aún. La confusión que ha formado la búsque­da de respuestas por el lado de un feminismo social -que ha incidido e insistido en la dimen­sión reivindicativa-, no ha ayudado a que dichas preguntas puedan ser situadas en un marco que les dé sentido. Un marco que, en la perspectiva que inauguró el moderno paradig­ma de los sexos, desoiga los intentos reaccio­narios y reactivos que pretenden regresar al antiguo modelo ataviados con los ropajes de los términos nuevos. Un marco de estudio de conceptos como sexos, caracteres sexuales, sexuación, e intersexualidad como elementos que dotan de articulación y coherencia.

 

2.       El futuro de Simone de Beauvoir

Cuando, además de los años, han corrido también riadas de textos que han ido dando cuerpo teórico al movimiento feminista, los interrogantes acerca de las identidades de los sexos -insistimos de nuevo: punto que cons­tituye el núcleo de El Segundo Sexo- y acer­ca de los modos en que éstas se construyen -cómo se hace una mujer, como se hace un hombre- permanecen. O se constatan. O rea­parecen. Así como las búsquedas en torno a la dialéctica de la relación entre los sexos.

A lo largo de estas cinco décadas, el deba­te de las identidades sexuales ha ido progre­sivamente dando bandazos al son de la dico- tomización del pensamiento feminista, enfrentado entre los postulados de la igual­dad y los de la diferencia. Ambos movién­dose en extremos. Si el feminismo de la igual­dad postula unas identidades que arrasan con cualquier asomo de diferencias, el feminismo de la diferencia tiende a aislar a los sexos en compartimentos incomunicados. En los últi­mos años, una serie de producciones que vie­nen de Francia -y que quizá sea precipitado calificar de corriente- intentan poner un poco de lucidez en este debate, diferenciando pla­nos o niveles en los que cabe hablar de seme­janzas entre los sexos de aquellos otros en los que se dan las diferencias. Y al plantear esta distinción, retornan esas preguntas, que son centrales, en torno a las identidades de los sexos.

 

Geneviéve Fraisse

Es el caso de Geneviéve Fraisse, autora, entre otras, de la obra Musa de la Razón (1991) -traducida al castellano en la colección Feminismos de Cátedra: “Parecería que a la conjura del miedo a la igualdad le sucede la conjura del miedo a la diferencia. Sin embar­go, quizás haya llegado el momento de dis­tinguir con una relativa serenidad teórica los registros en los que tiene lugar el parecido entre hombres y mujeres y aquellos en los que tiene lugar la diferencia". (págs. 206-207).

Para Fraisse la cuestión del poder -desde el feminismo institucional hoy se habla del empoderamiento de las mujeres- está enma­rañando la reflexión acerca de la condición sexuada. Como quiera que ésta se ha utiliza­do para privilegiar política y socialmente a los varones en detrimento de las mujeres, ese uso -es decir, el hecho de que los argumentos sean susceptibles de un tratamiento político- obs­curece la posibilidad de plantearse si la razón -por la que ella se pregunta- puede ser sexua­da: “En el fondo -nos dice- si no estuviera la cuestión política y social, se podría quizá refle­xionar sobre esta noción del sexo sobre el ser humano, sin “exagerar” en un sentido o en el otro. Así, la “consecuencia”, lo que está en juego en la diferencia de los sexos, impide la pregunta serena” (p. 164). De hecho, finaliza con estas palabras la investigación realizada en Musa de la Razón: “No sabemos todavía qué responder cuando nos preguntamos si la razón es sexuada y de qué manera lo es”(p.207).

Tomamos las ideas de Fraisse como una invitación a pensar las identidades desde otra perspectiva: una vez que la igualdad de opor­tunidades ha sido alcanzada y posee sus pro­pios mecanismos de vigilancia y desarrollo, y situadas las cuestiones de los derechos y el poder en el plano que les corresponde, el pla­no político y social, podemos plantearnos las diferencias entre los sexos. Ya cabe ese pre­guntarse más sereno. Cabe plantearse, por ejemplo, como lo hace Fraisse, si la razón es sexuada. Cabe afrontar las cuestiones de las diferencias de los sexos sin temor, perdida esa referencia del poder que frena una entrada más a fondo en el hecho de los sexos.

 

Sylviane Agacinski

A la inversa, Agacinski (1998) tomará las diferencias sexuales y su cultivo como la jus­tificación de la reciente reivindicación políti­ca de paridad: lo que haría más genuinamen- te necesaria una representación más o menos proporcional o equilibrada de mujeres y de hombres en la toma de decisiones sería, preci­samente, la condición sexuada, con las dife­rencias a que da lugar.

Para esta autora la cualidad más singular de la condición humana es la carencia, la nece­sidad. Puesto que no existe una forma com­pleta de lo humano -son dos: los dos sexos-, entonces ninguno de ellos puede gozar en soli­tario de la visión o de la perspectiva comple­ta de lo humano. Esta condición sexuada, este hecho de dos, es justificación necesaria y sufi­ciente para la propuesta política de la paridad. Sólo quedaría a expensas de que se la dotase de los instrumentos precisos para ponerla en práctica.

En efecto, si fuéramos iguales, ¿cómo jus­tificaríamos la necesidad de que ambos sexos estuvieran representados en la toma de deci­siones?. ¿En nombre de qué?. Podría decirse que en nombre de las capacidades, pero siem­pre nos quedaría el interrogante de si esas capa­cidades son sexuadas y de qué manera. Sexos quiere decir diferencias. Esto se confunde -y por eso se teme- con compartimentos estanco en todos los caracteres sexuales de uno y otro sexo. Sin embargo, no es así. Para Agacinski, lo esencial es que lo masculino y lo femenino son diferentes, y no el contenido de esas dife­rencias. Lo masculino y lo femenino tienen mucho de construcciones históricas y cultura­les: “Y todavía más. La multiplicidad de estas expresiones y de su variedad en el espacio y en el tiempo nos permite pensar que no expre­san nada inmutable excepto la diferencia mis­ma...” (p. 32).

La humanidad se ha esforzado en poten­ciar y cultivar esas dos formas en las que se da lo humano, y en la medida en que deciden hacerlo, cada mujer y cada hombre se hacen. Se hacen quiere decir aquí elegirse a sí mis­mos, a través de sus opciones, hombres o muje­res. Las diferencias sexuales son cultivables. Por poner un ejemplo sencillo: cuando men­cionamos la coquetería de Simone nos refería­mos a ciertas ocupaciones e inquietudes que ella tenía y que estaban orientadas a embelle­cerse como mujer. Enseguida veremos, por otro lado, que precisamente la estética es algo que, al finalizar el S. XX, aparece como una peculiaridad principalmente femenina.

Como vemos, los planteamientos que se hace Agacinski son coherentes con la nega­ción del esencialismo en Beauvoir: no hay un eterno femenino, en el sentido de unos conte­nidos inmutables y estáticos de lo femenino, como no hay un eterno masculino. Lo mascu­lino y lo femenino adquieren diversas formas históricas y culturales. Se es hombre o se es mujer en una época determinada y a través de una biografía singularizada. De ahí que la céle­bre afirmación una mujer se hace adquiera ple­no sentido en una trayectoria biográfica que transcurre en un tiempo histórico.

 

Gilles Lipovetsky

Citaremos otro ejemplo de estas produc­ciones que vienen de Francia y tienen un interés por buscar alternativas a los planteamientos del feminismo dicotómico. En este caso no se tra­ta de una mujer, sino de Gilles Lipovetsky. En La tercera Mujer (1997, p. 12), traducido al castellano y editado por Anagrama en este mis­mo año 99, afirma: “Las identidades sexuales se recomponen más que se desmoronan, y la economía de la alteridad masculino/femenino no resulta en absoluto invalidada por el curso de la igualdad. El hombre sigue asociado prio­ritariamente a roles públicos e “instrumenta­les", la mujer a roles privados, estéticos y afec­tivos; lejos de obrar una ruptura radical con el pasado histórico, la modernidad labora por reciclarlo sin cesar. La época de la mujer suje­to conjuga discontinuidad y continuidad, deter- minismo e impredictibilidad, igualdad y dife­rencia".

Para Lipovetsky, la tercera mujer es la prueba de la permanencia de las diferencias sexuales como fenómeno nuevo y no vincula­do a resquicios del pasado. Contrariamente a lo que sin mucho detenimiento pudiéramos considerar, es hoy en día cuando se hacen indiscutibles las diferencias en los roles de los sexos. Tal vez estas diferencias se hayan fle- xibilizado, acaso los estereotipos de lo mas­culino y de lo femenino sean débiles, pero no por ello menos constantes. Y esa constancia, esa afirmativa y consistente persistencia, se hace tanto más significativa en una sociedad, la nuestra, que ejerce una profunda presión hacia la igualdad: a todas luces la variable sexo sigue orientando la existencia, fabrican­do diferencias de sensibilidad, de itinerarios, de aspiraciones.

Estas preguntas por la identidad, o esta irre- ductibilidad de las diferencias sexuales, han puesto en evidencia las insuficiencias del femi­nismo de la igualdad. En la medida en que las mujeres se han ido haciendo preguntas y han ido constatando que no es posible continuar sos­teniendo una lucha contra un orden patriarcal claramente resquebrajado, al que son ajenos los hombres y las mujeres contemporáneos -en cuanto hacedores de mala fe-, en la medida en que se pretende rescatar el orden simbólico de la madre, los valores o tradiciones femeninas que ya no son patrimonio de nadie o que irre­mediablemente llevan camino de perderse, el feminismo de la igualdad -que ha pretendido ser único- fracasa. Al verificarse, deja al des­cubierto sus insuficiencias en este otro punto más hondo y radical, más de fondo, que es el de la identidad, esto es, el de las diferencias sexuales.

A partir de estas ideas, concluimos que el feminismo de la igualdad alcanza su pleno sig­nificado en el plano o dimensión social, en el plano de la igualdad de derechos y en el plano de la igualdad de oportunidades. O, dicho de otra forma, el feminismo de la igualdad no sir­ve para hablar de identidades, no sirve para hablar de mujeres y de hombres -que por ser tales se hacen en una polaridad disyuntiva. Sirve para hablar de las condiciones sociales, de los derechos, de las situaciones facilitado­ras o entorpecedoras para que una mujer o un hombre, utilizando la terminología beauvoria- na, se realicen como proyecto, como transcen­dencia, como libertad. Pero esta realización, que sí es identitaria, es singular, es individual, es diferente, es sexual, es de los sexos.

 

El futuro de las preguntas beauvorianas

El hilo que une estos textos e ideas que aca­bamos de reseñar, es precisamente el de las preguntas. Siempre el mismo afán, la misma búsqueda para explicarse como sexuados. A Beauvoir, que llevó ese empeño a sus textos y a su vida, hoy se la tiene poco considerada. No se sabe muy bien si por superada y con- textualizada en unos momentos germinales para el feminismo posterior, o por ser una auto­ra difícilmente encasillable según supuestos dicotómicos. Bien es cierto que se la toma como patrimonio del feminismo de la igual­dad. El haber puesto en relieve la situación de opresión de las mujeres en la medida en que ésta es infligida, así como su demanda de una formación que desarrolle en mujeres y hom­bres idéntica actitud de transcenderse, han sido tomadas por el pensamiento igualitario como base para pergeñar identidades homogéneas. Sin embargo, dicha homogeneidad no está en la existencialista francesa. Nuestra autora rechaza los esencialismos -lo hemos reitera­do-, la idea de mujer y la idea de hombre, puesto que son ideas que se refieren a absolu­tos. Pero, lógicamente, considera que las muje­res y los hombres son profundamente dife­rentes y no piensa que estas diferencias deban ser eliminadas (López Pardina, 1994).

Por su lado, el feminismo de la diferencia, atrincherado en su propia definición de valo­res identitarios, la ve como abogada de la igualdad. Mientras que este otro feminismo, el suyo, procede a releerla desde los concep­tos sexo/género. Pero, en definitiva, el valor de El Segundo Sexo se sitúa fuera de esta polé­mica y adquiere plena vigencia, como hemos visto, precisamente por la esterilidad del deba­te igualdad-diferencia. Lo más genuino de su aportación son sus preguntas; preguntas que han tocado núcleos hondos y radicales de la vida de los sexos. Y ha abierto también algún camino para las mujeres: no se ha detenido en una actitud victimista - a la que hoy estamos tan acostumbrados-, sino que apuesta por las mujeres como aurigas de su propia existencia, encarnando sus posibilidades, saliendo de la enajenación, sin colgarse de un Otro absolu- tizado, sino viviendo con el otro, humano y concreto, en libertad.

La querella de los sexos -esa querella de imposible proceso porque ambos son juez y parte (Fraisse, 1991)- se ha recrudecido de tal forma que las posturas se han radicalizado, tan­to en el sentido de la igualdad como en el de la diferencia -salvo esas excepciones arriba comentadas y que, dato a estudiar, en su mayor parte provienen de mujeres. Beauvoir, con su complejidad -lo hemos repetido-, no es fácil­mente encasillable. Resulta poco definida para esa lid. Se le proclama heredero un pensa­miento que no puede dar respuesta a sus pre­guntas, ni siquiera situarlas en un marco que las dote de coherencia. Al contrario, se trata de un pensamiento que las desarticula. Por eso se la relee.

Sin embargo, desde esta su complejidad y desde esas sus inquietudes y preguntas, Beauvoir sigue dando juego, más allá de una celebración. Nuestra autora se proyecta hacia la segunda mitad de siglo de su ensayo, invi­tando a nuevas lecturas del mismo. Entre ellas, ésta que hemos sugerido, más acorde históri­camente, y que situaría El Segundo Sexo en el marco de la Cuestión sexual. El debate de las identidades, de su hacerse y del encuentro entre los sexos quedaría planteado desde los con­ceptos del moderno paradigma sexual o para­digma de los sexos.

 

Referencias

 

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-        (1972): LesMandarins. París. Gallimard. (1982): Los Mandarines. Barcelona. Edhasa. (Orig. 1954)

-        (1962): Le Deuxiéme Sexe. Tome I, Les fai­tes et les mythes. Tomo II, L’expérience vecue (1949). París. (1962): El Segundo Sexo. Buenos Aires. Ediciones Siglo XX.

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Notas al texto

1      Le Deuxiéme Sexe. Tome I, Les faites et les mythes. Tomo II. L’expérience vecue (1949). Gallimard, París, 1962. En castellano, la edición más manejada ha sido la de Siglo XX. Nosotros hemos trabajado con una impresión de 1987. El año pasado, en la colección “Feminismos” de Cátedra, se publicó una nueva edición en castellano, también en dos volúmenes, traducida por Alicia Martorell y con prólogo de María Teresa López Pardina.

2       Butler, J. (1990): Variaciones sobre Sexo y género, Beauvoir, Witig, Foucault en Benhabib, S. y Cornella, D. (Ed) Teoría feminista y teoría crítica. Traducido del inglés por Ana Sánchez. Edics. Alfóns el Magnánim, Generalitat Valenciana. 169-92

3       Simone de Beauvoir, una filosofía del siglo XX. Universidad de Cádiz, Servicio de Publicaciones. Col. “Textos y Estudios de Mujeres". Este libro fue escrito a partir de su tesis doctoral. Por otra parte, María Teresa López Pardina ha reflexionado sobre Simone de Beauvoir en diferentes tipos de trabajos, centrándose especialmente en su dimensión filosófica y feminista. Es el caso de: “El feminismo de Simone de Beauvoir’’, en Historia de la Teoría Feminista. Coord. Celia Amorós. Instituto de

Investigaciones Feministas de la U. Complutense de Madrid, Dirección General de la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid, 1994. 107-124; Simone de Beauvoir y Sartre: consideraciones her­menéuticas en torno a "El Segundo Sexo". Comunicación presentada al Congreso de la Simone de Beauvoir Society. Dublin, 1995; “Simone de Beavoir como filósofa”, en Simone de Beauvoir Studies, California, 1994. Seguiremos la obra citada en algunos puntos, pero, especialmente, al referirnos al aspecto filosófico de Beauvoir.

4        Ver Amezúa. E. (1998): Cuestiones históricas y conceptuales: El paradigma del hecho sexual, o sea de los sexos, en los siglo XIX y XX. Anuario de Sexología, (4), 5-19. Y Fraisse, G. (1991): Musa de la Razón. La democracia excluyentey la diferencia de los sexos. Madrid. Cátedra. (Orig. 1989).

5        He tocado este punto en Coeducación. Balance y nuevos retos. Editado por la Sección Sindical de FE.T.E.-U.G.T. en la Universidad Complutense en 1998.

6        Tomado de sus biógrafas Francis, C. et Gontier, F. (1987): Simone de Beauvoir. Barcelona, Plaza y Janés. (Orig. 1985). Pág. 34.

7        La Plenitud de la vida (1984). Pág. 48. (Orig. 1960).

8        Las citas corresponden con la edición castellana de 1980. Págs. 149 y 151. (Orig. 1958).

9        Ibíd. Pág. 308.

10    López Pardina. Obra citada. Pág. 25.

11    El marqués de Sade. Edit. Siglo Viente, Buenos Aires, 1964. Pág. 119. (Orig. 1952).

12    En la medida en que la posibilidad de elegir la maternidad requiere el conocimiento de métodos no con­ceptivos y también por ser una gran defensora de la libertad, Beauvoir, que se comprometió activamente en los movimientos de Planificación Familiar y en la defensa de las adolescentes solteras que reclama­ban del Estado una pensión para cuidar a sus hijos, reclamaba la necesidad de la educación sexual en las escuelas y criticaba un sistema educativo que se basaba únicamente en las prohibiciones.

13    Locus genitalis como paradigma de la reproducción vs. Los sexos como paradigma moderno abierto en el debate de la Cuestión sexual.

14    Pág.545 de la edición española de Edhasa, 1982.

15     Se have mención aquí al concepto posesión efectiva, formulado por Marías (1980), y que se opone al de posesión efusiva. En este caso Beauvoir tiene una posesión efusiva, y no un nivel adquirido en cuanto al hecho sexual humano a partir del cual articular sus reflexiones.

16    Martínez Sola (1998).

17    Nos consta que los conocía. Queda expreso en la referencia que hace en La Plenitud de la vida al I Congreso Internacional para la Reforma Sexual. Se hace eco de la fundación por Hirschfeld del Instituto de Sexología en Alemania, de su posterior clausura, y de su lucha por ampliar el respeto a la libertad del individuo autori­zando ciertas perversiones y logrando que la ley alemana no tratase come delitos las anomalías. (Pág. 117 y 129).

18     1894. Citado por Amezúa (1998).

19    La evolución de la Sexualidad y los Estados Intersexuales, donde dedica los capítulos II, III, V y VI al estu­dio de los caracteres sexuales, es una obra de 1930.

 

 

 


ANTISEXUALISMO EPIDÉMICO: Del Onanismo al Satanismo*

John Money **

 

* Redactado para el 10° Congreso Mundial de Sexología. Amsterdam, Junio, 18-22, 1991. Copyright John Money, 1/23/91. Hemos considerado interesante recoger este texto en nuestro Anuario en la medida en que puede ofrecer algunas claves para la comprensión del fenómeno del abuso sexual, actualmente en auge en nuestro país.

** Ph. D. Johns Hopkins University and Hospital. Baltimore, MD 21205.

 

Hoy, en la Era de la Epidemia del Sida, la Sexología está progresivamente amenazada por el antisexualismo que, en su expresión más extrema, incluye el satanismo en su teoría del abuso sexual del niño. El Satanismo es la moderna contrapartida del onanismo y de la teoría antisexual de la conservación del semen en los Siglos XVIII y XIX, era de la epidemia de la sífilis. La Sexología Científica está en peligro de ser absorbida y destruida por el Satanismo y por la Teoría del abuso sexual.

Palabras clave: Antisexualismo, Abuso sexual, Onanismo, Historia de la Sexología, Sida, Sífilis

 

EPIDEMIC ANTISEXUALIS: FROM ONANISM TO SATANISM Written for the 10th World Congress of Sexology. 18-22, June,1991

Nowadays, in the Age of the AIDS Epidemic, Sexology is being progressively threatened by antisexualism which, in its most bizarre expression, includes satanism in the sense of the child abuse. Satanism is the modern term to onanism, and of the antisexual theory of the semen conservation of the 18th and 19th centuries, the age of the syphilis epidemic. Scientific Sexology is in danger of being absorved and destroyed by satanism and by the theory of sexual abuse.

Keywords: Antisexualism, Sexual Abuse, Onanism, The History of Sexology, AIDS, Syphilis.

 

1. Liberación sexual

Las dos décadas entre 1950 y 1980 ya son conocidas históricamente como la época de la Revolución Sexual. El periodo más interesante fue el de la reformulación de la moralidad de las relaciones hombre-mujer en general, así como también las relaciones eróticas-sexuales.

Se puede ver la Revolución Sexual como un breve momento de liberación entre dos grandes epidemias sexuales: la primera, la sífi­lis (con o sin la coexistencia de la gonorrea), y el actual HIV (Virus de la Inmunodeficiencia Humana), el agente infeccioso del SIDA (Síndrome de la inmunodeficiencia adquiri­da). Ambas epidemias comparten la historia de un absurdo e irracional antisexualismo,

que se manifiesta como secuela de la impo­tencia ante la incapacidad de contenerlas.

 

2. Sífilis y antisexualismo

Aunque hay opiniones que disienten, se considera que la Conquista de Cristóbal Colón volvió del Nuevo Mundo trayendo la espiroqueta de la sífilis al puerto de Nápoles. Es seguro que la nueva epidemia comienza en este lugar a finales del S. XV y que fue llevada al Norte por soldados fran­ceses que estaban guarnicionados allí. La enfermedad se extendió a los países del norte que eran vecinos y fue denominada con el nombre del país en el que se originó. Fue conocida también como una enfermedad


social. Aunque asociada con el vicio, la inmoralidad y las costumbres disolutas, no había una teoría adecuada que explicase la difusión del contagio.

La primera formulación de una teoría corresponde a un médico suizo, Simón André Tissot, en 1758. Tissot reconoció correctamente los síntomas de la sífilis, incluyendo la posibilidad de que un paciente sifilítico pudiera transmitir la enfermedad a su descendencia. Sin embargo, cometió un error de consecuencias transcendentales para la sexología: atribuyó los síntomas a la degeneración causada por una pérdida de semen, no sólo por medio de los vicios sociales y la promiscuidad indiscriminada, sino también por el vicio solitario de la mas­turbación u onanismo. El título de su libro en francés (edición de 1781) es El onanismo, disertación sobre las enfermedades produci­das por el Onanismo (masturbación). En la primera edición americana (1832) es tradu­cido por Tratado de las enfermedades pro­ducidas por el Onanismo.

La teoría de la conservación del semen, utilizada por Tissot como la base de su teoría de la degeneración por medio de la masturbación, tiene su origen en la Antigüedad de la India Ayurvedic, en la medicina china y en la medicina étnica folklórica. La teoría opuesta, semen-inver­sión, puede tener la misma antigüedad pero está limitada a Nueva Guinea y Melanesia. Según la medicina tribal de Sambia, de Nueva Guinea (Herdt, 1981, 1984), es nece­sario para los adolescentes solteros alimen­tarse con su propio semen. Leche masculina para los jóvenes pre-puberales. Así, de esta manera, se facilitará que el esperma vuelva a ellos y que se hagan adolescentes y capaces de producir su propio semen.

La teoría medicalizada de la retención del semen de Tissot fue asociada con la teoría de la degeneración y ambas fueron alineadas con la mayoría de los descubri­mientos y conceptos de la medicina de su tiempo. Para los médicos, la teoría propor­ciona un nuevo diagnóstico, el onanismo, al que más tarde se añadirá la espermatorrea (polución nocturna). El tratamiento de ambas por el ejercicio, aire fresco, dieta, la regulación intestinal, hábitos regulares de sueño, el control de las pasiones concupis- centes.se convierte en la mayor industria médica del Siglo XIX, llegando hasta el Siglo XX. El descubrimiento de la teoría de los gérmenes por Pasteur y Koch a comien­zos de 1870 marcó el comienzo del fin de la masturbación como la causa de síntomas de la sífilis, así como de multiplicidad de otros síntomas psíquicos y físicos.

Sin embargo, en cuanto a las normas de conductas culturales, el antisexualismo inhe­rente a la teoría de la conservación del semen se extinguió difícilmente. Recibió otro golpe en el último cuarto del Siglo XIX con la fabricación de la goma látex a finales de 1920. Condones y diafragmas dieron a ambos sexos la opción de separar el placer erótico-sexual de la procreación, pero la opción fue condenada por la ley y por los dogmas morales a lo largo del Siglo XX. Aunque el dogma cedió en cuanto a los con­dones, bajo el pretexto de que fueran fabri­cados exclusivamente como protección con­tra las enfermedades de transmisión sexual. Fueron reconocidos legalmente.

La premisa básica de la teoría de la dege­neración, a saber, las enfermedades causadas por la pérdida de semen, ha sido socavada por la teoría de los gérmenes y la tecnología contraceptiva. Recibió un golpe mortal con el descubrimiento de la penicilina, con el subsiguiente descubrimiento de su eficacia en destruir el bacilo infeccioso de la sífilis y la gonorrea. La eficaz fabricación y comer­cialización de la penicilina a finales de 1940 fue la innovación tecnológica y la precurso­ra de la emancipación sexual, que se conver­tiría en la marca de la revolución sexual. La revolución sexual fue contingente también con una mayor innovación en el control de la natalidad, particularmente por la aplica­ción de los nuevos descubrimientos en endo­crinología, con la fabricación de la hormona contraceptiva: la píldora. La píldora sale por primera vez al mercado en 1960. Para las mujeres la píldora estaba menos estigmatiza­da moralmente que los contraceptivos vagi­nales, porque la píldora se ponía en la boca, no en la vagina, y no era necesaria una pre­paración específica para el acto del coito. Se trataba de una mediación independiente y rutinaria.

Las nuevas formulaciones de la moral en la Era de la revolución sexual afectan a los jóvenes, bajando la edad de la primera expe­riencia sexual. También afectaban a las mujeres adultas que se permitían experimen­tar relaciones sexuales múltiples durante un largo periodo de tiempo, independientemen­te de la procreación.

Estas nuevas formulaciones no afectaban a la inclinación de ambos, hombres y muje­res, a experimentar el deseo de vivir juntos y formar parejas de amor. Por contraste, afec­taba a la fecha del matrimonio, relativa al comienzo de la relación entre hombre y mujer. El antiguo sistema pre-romano, pre- cristiano-europeo, que consistía en el dere­cho de quedar embarazada -y para ello era necesario casarse-, fue revivido en una forma diferente: adultos jóvenes vivían jun­tos antes de hacerse cargo de las responsabi­lidades del matrimonio y del embarazo.

Puede ser tomado como un axioma que, en las vidas individuales y en la sociedad, cualquier forma de cambio sin reparar en las consecuencias es peligrosa y está sujeta a variables grados de desconfianza y resisten­cia. No es sorprendente, por consiguiente, que las nuevas éticas de la reforma sexual no fueran universalmente aceptadas, aún siendo diferentes y moralmente coherentes en sus premisas. En lugar de esto fueron objeto de una apasionada critica y penaliza­das económicamente. Fueron indiscrimina­damente equiparadas con la impudicia, la promiscuidad, la depravación, la destrucción de la familia y la desintegración moral de la sociedad.

 

3.Sida y antisexualismo

La lección de la historia es que esa refor­ma es seguida inexorablemente, se podría decir, por una contrarreforma. Así ha pasado con las nuevas formulaciones morales en la Era de la Revolución Sexual que fueron segui­das por las críticas de la contrarreforma sexual y que continúan manifestándose ine­xorablemente, no sólo en el macrocosmos de la sociedad, sino también en el microcos­mos de la sexología profesional. El antise- xualismo de la era de Tissot encontró apoyo en el clima social de la epidemia bacteriana de la sífilis. El antisexualismo de nuestra era existe en el clima social de la epidemia viral del Sida, el llamado síndrome de la inmunodeficiencia. La rápida propagación de la todavía no contenida epidemia del Sida lleva consigo la propagación aún mayor de las irracionalidades y los absur­dos del antisexualismo.

Una de las manifestaciones del antise- xualismo más terroríficas es el importante crecimiento de las falsas acusaciones de los abusos sexuales a niños. Mientras que es una regla de la justicia que al acusado se le considere inocente hasta que se pruebe que es culpable, ser acusado de abusar sexual- mente de un niño es ser considerado culpa­ble antes de que pueda ser probado. Así, una falsa acusación de abusar sexualmente de un niño es un arma de venganza muy importan­te. Como quiera que este tipo de falsas acu­saciones prolifera, colapsan el sistema de la justicia criminal, distrayendo la atención sobre otro tipo de delitos.

Una de las mayores irracionalidades del antisexualismo en boga es relacionar las fal­sas acusaciones de abusos sexuales a niños con acusaciones de satanismo. El satanismo está usurpando el lugar antiguamente ocupa­do por el onanismo, como la justificación del antisexualismo.

Etimológicamente, en hebreo, Satán sig­nifica adversario. Esto serviría como premo­nición de que la teoría del satanismo es una teoría del adversario. Es en la Ley donde existe el adversario. No en la medicina, ni en la ciencia, ni en el humanismo. La Sexología, siendo la ciencia del sexo, no es un adversario, pero como todas las ciencias obedece las leyes del consenso y de los acuerdos. Cuando fracasa esto, la sexología pierde su identidad científica, toma una identidad ideológica y doctrinal, y se trans­forma en una sexosofía.

Los practicantes de la sexosofía se con­vierten en adversarios ideológicos de aque­llos a los que ostensiblemente sirven. Y lo peor es que se transforman de una manera encubierta en policías del sexo que, brindan­do y simulando confidencialidad, dan infor­mación confidencial al sistema de justicia criminal. O, dentro del sistema, se utiliza en programas de reeducación disciplinaria, eufemísticamente llamada terapia.

Históricamente, la Sexología ha sido reco­nocida como adversaria por sus padres funda­dores. A finales del S.XIX y principios del XX, estuvo ocupada no sólo en la investiga­ción sexual, sino también en la reforma sexual. Un aspecto de la reforma, especial­mente bajo Krafft-Ebing (1886-1903), fue el traslado de lo que hoy llamamos parafilias desde la jurisdicción de Justicia de lo criminal hasta la jurisdicción de la Psiquiatría forense. Se caracterizarían como una enfermedad que debe ser curada y no como un crimen que debe ser castigado. Sin embargo, el sistema de justicia no perdió su antiguo derecho de defi­nir el escándalo sexual y someter a los culpa­bles a juicio y castigarlos. Antes bien, recluta dentro del sistema de justicia a médicos foren­ses entrenados en temas sexuales, principal­mente psiquiatras y psicólogos, para servir bajo su propia ideología y mantener así el statu quo (Coleman, 1990).

 

4.Renacimiento del satanismo

En la era de Krafft-Ebing, el statu quo no incluyó el renacimiento de la ideología de la brujería, de la posesión demoniaca o del satanismo -que habían agitado el sistema de justicia de los siglos XVI y XVII. Esta ideo­logía había ido perdiendo credibilidad pro­gresivamente a los ojos de la ley. Sin embar­go, sí mantiene su credibilidad a los ojos de la Iglesia y en la industria de los festejos. Así, ha habido siempre una abundante fuente de materiales desde la que se ha construido en el siglo XX el renacimiento del satanis­mo del siglo XVI. El periodo reaccionario de los 80 proporciona una oportunidad para su renacimiento. En Inglaterra, un periodista del periódico El Independiente investiga su his­toria (Waterhouse, 1990) desde sus comien­zos en Victoria, Brithish Columbia.

Michelle Smith y su psiquiatra Lawrence Pazder, con el que posteriormente se casó, publican el libro Recuerdos de Michelle (1930). En él se relatan sus recuerdos de 1976, tras 200 horas de terapia: desde que tenía cuatro años, había sido víctima de abu­sos sexuales, físicos y emocionales, por parte de unos parroquianos del satanismo y de su propia madre. Afirmaba haber sido testigo de grotescas ceremonias de magia negra, liberti­naje, asesinatos, sacrificio de niños, mutila­ciones de animales.y, además, dice que bebían extraños líquidos y sangre. Fue con Pazder al Vaticano para alertar a la Iglesia de los peligros que acechan a los niños por los cultos satánicos en todo el mundo. Con su libro, ambos dirigen seminarios sobre los cul­tos satánicos para terapeutas expertos en abu­sos sexuales, trabajadores, policía y cristia­nos fundamentalistas. En la excitación de sus seminarios, la histeria contra los cultos satá­nicos prolifera. Entre 1984 y 1989 cien ame­ricanos de todos los estados fueron acusados de rituales sexuales y abuso de menores. De cincuenta casos, la mitad fue condenada con la sola evidencia de testimonios de expertos que explicaban cómo detectar los signos de trauma sexual en los niños y el testimonio de los padres y de los niños que tenían a su cui­dado para testificar.

 

5.Satanismo en California

El botón de muestra de los enjuiciamien­tos en América alegando abusos sexuales a menores es el caso de McMartin Preschool en Manhattan Beach, California (uncited, 1990). Los propietarios y profesores de esta escuela fueron acusados por la querella de una mujer, con un doble diagnóstico de alco­holismo y una aguda paranoia esquizofréni­ca, que murió en 1986 de una enfermedad relacionada con el alcohol. En Julio de 1983 dijo a su médico que su hijo, de dos años y medio, tenía prurito anal. Ella misma tenía una infección vaginal y es posible que hubiera podido contagiarlo. Unas semanas más tarde, telefonea a la policía local para informarles de que había observado sangre en el ano del niño y que le había escuchado decir algo sobre un hombre llamado Ray, de su escuela (a quien el niño no pudo identifi­car en una foto de la propia escuela). La policía pide un examen médico. El interno del hospital establece que la rojez en el área del ano tiene que ver con la sodomía, pero admite que no está muy instruido en temas de abusos sexuales. Progresivamente, la madre embellece más sus acusaciones. Le dice a la policía que el profesor Ray Buckey sostenía la cabeza de su hijo en el retrete mientras lo sodomizaba; llevando una más­cara y una capa, le tapaba los ojos y la boca, le ataba las manos y le metía un tubo de aire por el ano; había hecho que el niño cabalga­ra desnudo sobre un caballo y él mismo se había disfrazado de bombero, payaso y Santa Claus. Dice también que los profeso­res de la escuela habían pinchado al niño en los ojos con unas tijeras y que le habían puesto un material extraño en los oídos, pezones y lengua; Ray le había pinchado un dedo y se lo había metido en el ano de una cabra; y la madre de Ray, Peggy Buckey, había matado a un niño e hizo que su hijo bebiera la sangre. Como adorno adicional, la madre acusa a otros de haber sodomizado a su hijo, particularmente a un marino, tres empleados de un club de salud y al propio padre del niño, del que estaba separada. También acusa a una camada de perros. Y a tres mujeres de la escuela McMartin de ser brujas y haber enterrado a su hijo en un ataúd, y de que una de ellas había matado a su propio hijo, cortándole la cabeza y sacán­dole los sesos.

El niño únicamente había asistido a la escuela catorce días y había sido supervisa­do por Ray Buckey sólo dos. La policía registra su apartamento y la escuela sin encontrar ninguna evidencia incriminatoria. Sin embargo, los doscientos padres de los preescolares enviaron a la policía una carta, advirtiéndoles de que sospechaban que sexo oral, caricias en los genitales y sodomía eran algo obligado cuando los niños estaban solos con Ray Buckey. Ningún niño reveló ningu­na desconfianza o sospecha. Preocupados los padres, fueron enviados desde la Oficina del Fiscal al Instituto Internacional del Niño (CII), una institución especializada en la investigación de cualquier sospecha de abuso sexual. El médico especialista de la CII advierte a los padres que es posible que los niños del McMartin hayan sido violados. Los niños fueron interrogados por una MSW sin título, una autodenominada experta en abusos sexuales a menores.

Usando maniquíes y muñecas anatómi­camente correctas crea el escenario donde ella es la intérprete. Esta mujer aplica técni­cas de entrevistas standard, obtenidas de grabaciones de vídeos que ella misma elige para apoyar sus sugestiones y conjeturas. Ofrecerá las grabaciones de vídeo como una prueba profesional de que ha habido abuso sexual.

Provisto con las cintas, un procurador políticamente ambicioso, convoca un gran jurado que los acusa de ciento ocho cargos, implicando a cuarenta y dos niños. En el curso de seis años, la acusación gastó 15.000.000 millones de dólares en el caso y lo perdió. El jurado puso en libertad a toda la plantilla de la escuela que había sido acu­sada. No sólo las acusaciones habían sido falsas, sino que también habían sido fabrica­das por los profesionales de la industria del abuso sexual. Estos profesionales no fueron librados de su responsabilidad por el efecto perjudicial que causaron no sólo sobre los acusados, sino también sobre los niños. Durante siete años, estos niños, con edades comprendidas entre los tres y cinco años y los once y trece, fueron presionados para construir una biografía, con el fin de deter­minar un posible pago por daños. Hacer un lavado de cerebro para incorporarlo a la fabricación de cada biografía es, así mismo, una forma de abuso traumático y una fuente de psicopatología. Sus consecuencias persis­ten para toda la vida.

 

6.Satanismo en New Jersey e Inglaterra

No superado por el caso de California, Maplewood, New Jersey, en el Este, tiene como escenario de su propio caso la guar­dería Wee Care Day Nursery (Rabinowitz, 1990). Margaret Kelly Michaels, una aspi­rante a actriz y estudiante de Arte Dramático en Nueva York, tenía en Maplewood un contrato de trabajo de siete meses, entre 1984-1985. Su acusación fue acelerada por la observación de un niño de cuatro años, cuando la enfermera de su pediatra le tomó la temperatura rectal. Jugando, dice que su profesora le hizo lo mismo también durante la siesta. El pediatra le dice a su madre que llame a la Agencia de Protección Infantil del estado. De allí se la remite a la Unión contra el Abuso Sexual de la provincia, que inicia una investigación. Sobre la base de unas cin­tas de vídeo, en la que se obtienen confesio­nes forzadas de veinte niños de 3 a 5 años, Michaels fue acusada de abuso sexual, vio­lación y de agredirles con cuchillos y tene­dores. En 1988, con 26 años, fue sentenciada por un jurado de New Jersey a cuarenta y siete años de prisión.

El abuso sexual a menores, como una práctica del satanismo, no es una prerrogati­va americana, como queda en evidencia en el informe Waterhouse (1990). Este informe fue presentado en la 4a Conferencia Internacional sobre el incesto y los proble­mas originados por éste, celebrada en Londres, en Agosto de 1990. Sue Hutchison, de Londres, se autoproclama víctima de abuso durante 16 años en un ritual de sata- nistas. Les aconseja a los delegados que se pongan en contacto con personas que hayan sido objeto de abusos satánicos. En 50 casos se informó sobre canibalismo. Se afirmaba que fetos humanos habían sido asesinados y comidos por miembros de círculos sexuales satánicos y que bebés prematuros habían sido sacrificados. Los niños habrían sido colgados por los pies y suspendidos sobre sierras eléctricas. Los abusos sexuales incluían violación, sodomización y bestialis- mo. Norman Vaughton, un psicoterapeuta de Nottingham, habla a los delegados de una estimación 10.000 sacrificios humanos en América, muchos de ellos de fetos que fue­ron engendrados especialmente para el sacri­ficio.

 

7.       La industria del abuso sexual

Muchas de las violentas alegaciones de satanismo podrían ser fácilmente repudia­das, no como una teoría del abuso sexual a menores, sino como la fantasmagoría de una mente enferma. Sin embargo, lo que no puede ser descartado, es la existencia de una perfecta industria basada en el abuso sexual y dedicada férreamente a incluir el abuso sexual a menores en la definición legal de la edad de la infancia, definida en Estados Unidos como el período comprendido entre el nacimiento y los 18 años. Las acusaciones de sospecha de abusos satánicos son el extremo. Los cargos no satánicos de sospe­cha de abuso sexual, vejaciones e incestos son los más abundantes. No está en discu­sión la existencia de abusos, como queda claro, por ejemplo en Williams y Money (1980), sino la sospecha o acusaciones no probadas de ellos.

La industria del abuso sexual se ha desa­rrollado bajo la influencia de los arquitectos de la contrarreforma sexual y se pone a su servicio como un agente de la contrarrefor­ma. Será tarea de los futuros historiadores el determinar el grado en el que la contrarre­forma sexual ha sido orquestada por un lide­razgo antisexual, organizado por las Agencias de religión y gobierno, en la ley y por los políticos. Se puede dar por seguro que esto no ha sucedido por casualidad. Sin embargo, cuanto más fuerte es la marea, mayor es el número de cómplices arrastrados por ella.

Antiguamente, la industria del abuso sexual seguía un camino soterrado, que no encontraba resistencia en los trabajadores. En prospectiva, los trabajadores siguieron la corriente de los cheques de pago, como las gaviotas siguen el camino equivocado. En su mayor parte, habían sido preparados para el trabajo social. O bien en psicología, para ejercer como consejeros o para otros servi­cios de la salud pública. La mayoría no tenía un conocimiento de los principios básicos de la historia de la sexología. Sus servicios fue­ron requeridos predominantemente en casos no auténticos de abuso sexual, sino de sospe­cha de abuso sexual y en infundadas acusa­ciones de divorcio y custodia de los hijos. En muchos casos la única evidencia de abuso sexual fue arrancada a los niños por ellos mismos (Coleman, 1984, Besharov, 1985).

Casi veladamente, aunque sea falso, se acepta el dogma de la industria del abuso sexual de que los niños nunca mienten sobre el sexo. Un corolario, también falso, es que las fantasías de los niños son incapaces de pseudología fantástica. Con el camino acla­rado así, para darles ostensiblemente acceso directo a la verdad absoluta, a través de jóvenes y niños, los trabajadores de la indus­tria sexual tuvieron las manos libres para desarrollar sus inquisitoriales métodos de interrogación (Coleman, 1990). El catálogo de indicios de comportamiento de abuso sexual se tomó prestado del catálogo de indicios de masturbación del S. XIX (Money, 1985).

Los trabajadores de la industria del abuso sexual están acomodados respetablemente en la comunidad profesional como miem­bros de las sociedades profesionales. Ni siquiera la credibilidad de lo científico o lo ético de sus prácticas ha sido examinada por estas sociedades. La Sexología profesional ha sido y continua siendo culpable en este aspecto. Por no hacer nada, la sexología aprueba de hecho el antisexualismo, que será su propia némesis, del mismo modo que la aprobación de la eugenesia social se con­vierte en la némesis de la sexología bajo Hitler.

Mientras que en el S. XVIII la doctrina antisexual del onanismo comienza en Europa y emigra a América, en el S. XX la emigración de la doctrina del abuso sexual del satanismo ha seguido otro camino. No es que América haya exportado su antisexualis­mo, sino, más bien, que los otros países han ido siendo preparados para el antisexualis- mo, por los mismos cambios tecnológicos y demográficos que primeramente habían pre­parado el camino del antisexualismo en América.

 

8.Peligros del antisexualismo

Los peligros del antisexualismo en América no se restringen al satanismo y abuso a menores. Otra clase de peligros ace­cha a la Sexología americana, identificados en el siguiente catálogo selectivo:

-        Censura explícita en materia de educa­ción sexual y cursos, incluyendo espe­cialmente aquellos dedicados a la auto- protección contra el Sida, independiente­mente de la edad. Incluso para adultos, en el caso de homosexuales.

-        Instrumentación oficial en los medios y en la prensa de una cruzada contra la por­nografía, basada en el dogma ideológico explícito de que la representación de los genitales y el comportamiento erótico explota a las mujeres y perjudica a los niños.

-        Extensión legislativa en 1984, aumentan­do el periodo de la infancia de 16 a 18 años, y prohibición de mostrar los genita-


les en cualquier medio de comunicación a cualquier persona que tenga menos de 18 años, incluyendo obras de arte y fotos en las que aparezca un menor desnudo bañándose.

En casos de pedofilia, trampas y arrestos oficiales realizados por agentes disfraza­dos y utilizando cebos.

Discriminación administrativa y judicial contra lesbianas y gays. Por ejemplo, para hacer el servicio militar, en Aduanas y, hasta muy recientemente, para otorgar permisos de entrada en Estados Unidos. Restricción selectiva, tanto dentro del país como en el extranjero, a la tecno­logía contraceptiva o abortiva para regu­lar la densidad de la población o el núme­ro de miembros de una familia. Indiscriminada y estática patologización de los embarazos en las adolescentes y de la maternidad o paternidad en padres solteros.

Estática inflación de la incidencia de casos llamados de violación o abuso sexual, extendiendo las definiciones de violación y abuso sexual, para incluir res­pectivamente violaciones por familiares y toques deshonestos.

Adopción de una terminología judicial criminológica dentro del vocabulario clí­nico, ostensiblemente no judicial. Por ejemplo, víctima, sobreviviente, vejacio­nes, ofensa, ofender y reincidencia. Fabricación y tratamiento de una nueva enfermedad, la adicción sexual, contra­partida de la espermatorrea del S.XIX. Proscripción de categorías seleccionadas en la investigación sexual, oficialmente justifi­cada y rayando la ilegalidad (p.e. sexuali­dad infantil); invasión, aislamiento (e.g. a new Kinsey survey); y sensibilidad perso­nal (historias de la clínica sexológica).

La conclusión más tajante que se extrae de este inventario es que la Sexología Científica está en peligro de ser tragada y consumida en las fauces del monstruo del antisexualismo epidémico, del que el sata­nismo y el abuso sexual a menores son sólo dos de sus componentes. La vulnerabilidad de la sexología es que ésta exista, no como una ciencia definida y coherente, sino frag­mentada y dispersa entre las ciencias bioló­gicas, médicas y sociales. Está peligrosa­mente dividida entre antiguos valores de naturaleza versus educación, nuevamente conceptualizados como biológico versus social.

Escasea el trabajo sobre vocabulario de términos y conceptos, así como un diagnós­tico gnoseológico internacional con consen­sos teóricos imprescindibles. De ello resulta la poca preocupación teórica de muchos pro­fesionales de su campo. Existen pocos insti­tutos universitarios que garanticen una gra­duación con peso social relevante. Por ello es muy importante el fomento y la protec­ción de programas de formación en Sexología con seriedad y rigor. Todo ello conduce y es fruto de la carencia de progra­mas de acción política global. A todos estos déficits es preciso añadir la ausencia de fuentes seguras de financiación.

Mi pesimismo se vería suavizado si todos los delegados de este 10° Congreso Mundial de Sexología volvieran a sus países con la resolución de estar más atentos de lo que han estado sus colegas norteamericanos en la defensa de la integridad teórica y de la práctica profesional de la Sexología como disciplina exigente y rigurosa. Ello podría contribuir a neutralizar esa corriente de anti- sexualismo epidémico que avanza.

 

Amsterdam, 18 de Junio de 1991

 


LA SEXUALIDAD DE LOS/AS ADOLESCENTES Y JÓVENES EN LA ERA DEL SIDA

María Lameiras*

* Profesora titular de la Universidad de Vigo. Campus de Ourense. Facultad de Humanidades. Las Lagunas s/n. 32004 Ourense. Telf. 988 387 121. e-mail:lameiras@uvigo.es

 

El incremento de la transmisión del VIH a través de las relaciones heterosexuales ha propi­ciado que cada vez sea mayor el número de adolescentes y adultos jóvenes, especialmente mujeres, que durante esta fase evolutiva se ponen en contacto con dicho virus. Esta situa­ción ha evidenciado la necesidad de un amplio y profundo estudio sobre la conducta sexual de estos colectivos. Un estudio de la sexualidad que nos permita identificar las principales variables asociadas. Es por tanto el objetivo de este trabajo llevar a cabo una revisión de los trabajos mas significativos en torno a las variables psicosociales que condicionan la expre­sión de la sexualidad en los más jóvenes. Las principales aportaciones de dichos estudios nos permiten concluir que las variables individuales no son suficientes para explicar el com­portamiento sexual de riesgo de los/as más jóvenes. Es necesario, por tanto, incorporar variables interpersonales, ya que la actividad sexual no es una conducta individual, así como variables sociales y contextuales, ya que la actividad sexual se desarrolla en un deter­minado contexto y realidad social. A partir de estos resultados concluimos que los progra­mas de promoción de la salud sexual no deben dirigirse a trabajar variables exclusivamente a nivel individual, tal como propugnan los principales modelos explicativos de la conducta humana en general y sexual en particular (Modelo de creencias de salud de Becker, 1974; Modelo de la Acción Razonada de Fishbein y Ajzen, 1975;). Se hace necesario dirigir la intervención también hacia las variables interpersonales y sociales, lo que dificulta y com- plejiza el proceso de prevención, pero solamente así podrá ser más eficaz.

Palabras clave: Conductas sexuales de riesgo, Sexualidad en adolescentes, Sexualidad y variables psicosociales, Sida.

 

TEENAGERS AND YOUNG PEOPLE SEXUALITYIN THE AIDS ERA The increase in HIV transmission through heterosexual relations has favoured the increa- singly number of teenagers and young adults, specially women, who, during this evolutio- nary stage come into contact with this virus.This situation has made evident the need for a exhaustive study on the sexual conduct of these groups. A study of the sexuality which allows us to identify the main associated variables. It is therefore the aim of this paper to carry out a review of the most significative studies about the psychosocial variables which determine the expression of sexuality in the youngest. The main contributions of these stu­dies allow us to conclude that the individual variables are not enough to explain the sexual behaviour of risk of the youngest. It is necessary, therefore, to add interpersonal variables, because the sexual activity is not an individual conduct, as well as social and contextual variables, because the sexual activity takes place in a given context and social reality. From these results we conclude that the programs of promotion of sexual health must not be directed to work on variables exclusively on an individual level, as it is suggested by the main explicative models of the human conduct in general and sexual conduct in particular (Becker’s Model of Health Beliefs, 1974 ; Fishbein and Ajzen's Model of the Reasoned Action, 1975). It is necessary to focus the intervention also on the interpersonal and social variables, which renders difficult and complex the prevention process, but only this way it will be more effective.

Keywords : Aids, sexuality in teenagers, sexual practices of risk, sexuality and psychosocial variables.

 


Introducción

Desde el modelo biomédico tradicional se enfatiza el papel preponderante que sobre nues­tra Salud tienen los agentes infecciosos. De tal modo que la medicación aminorativa de la sin- tomatología y la reparación del daño físico constituían las principales fuentes de inter­vención para alcanzar el objetivo de Salud, con­cebida como ausencia de enfermedad. Sin embargo, las limitaciones de este enfoque para abordar las amplias dimensiones que se con­solidan en las últimas décadas en la concep- tualización de Salud (OMS, 1978) han propi­ciado el desarrollo de nuevas aproximaciones. Surge así a finales de la década de los setenta un nuevo modelo, el modelo biopsicosocial (Engel, 1977), un modelo multidimensional en función del cual la salud y la enfermedad no son únicamente concebidas como la presen­cia/ausencia de un deterioro físico, sino como el producto de las interacciones entre los fac­tores biológicos y psicosociales. Concediendo a estos últimos un protagonismo largamente obviado desde la aproximación biomédica, pero indispensable para comprender los com­plejos procesos que mediatizan el binomio salud/enfermedad cada vez más vinculado a los comportamientos y estilos de vida de las personas.

Será la aparición de la infección VIH/Sida a principios de la década de los ochenta la que mejor ha ejemplificado el abordaje biopsico- social haciendo evidente la vinculación exis­tente entre comportamiento y salud. Y, además, gracias a la contextualización que dicho mode­lo aporta, es posible identificar las particula­res interacciones que se establecen entre las variables biológicas y psicosociales para abor­dar el tratamiento de las personas con la infec­ción VIH/Sida.

La rápida expansión, desde que en 1981 se identificara el primer caso, le ha conferido a la infección VIH/Sida el carácter de pandemia y la ha convertido en uno de los problemas de salud pública más importante de las últimas décadas. Lo que ha derivado hacia su preven­ción y tratamiento cuantiosos recursos mate­riales y humanos. Pero es precisamente el hecho de que la infección VIH/Sida sea una “enfermedad conductual” la que coloca a ésta en una dimensión controlable por parte del sujeto, ya que son determinadas conductas las que ponen al sujeto en contacto con el VIH y con la posibilidad de infectarse con dicho virus. De las formas de contagio, sanguínea, sexual y vertical, es la transmisión heterose­xual la principal vía de transmisión a nivel mundial, al representar la principal vía de con­tagio en países del continente africano y asiá­tico, en los que se agrupa el mayor número de personas infectadas, y constituye la principal vía de contagio en aumento en los países occi­dentales.

El incremento de la transmisión del VIH a través de las relaciones heterosexuales ha pro­piciado que cada vez sea mayor el número de adolescentes y jóvenes, especialmente muje­res, que durante esta fase evolutiva se ponen en contacto con dicho virus. Esta situación ha evidenciado la necesidad de un amplio y pro­fundo estudio sobre la conducta sexual de los/as adolescentes y adultos jóvenes. Estudio de la sexualidad que nos permita identificar los prin­cipales correlatos psicosociales que condicio­nan su expresión. Ya que solo a través del estu­dio de las variables que explican y determinan la actividad sexual será posible identificar los límites y posibilidades que la intervención sobre la conducta sexual brinda en la lucha contra el Sida.

Sin duda será el éxito conseguido en la modificación de conductas de riesgo e instau­ración de estilos de vida pro-salud lo que deter­minará la evolución de esta pandemia, ya que la consecución de tratamientos eficaces y/o una vacuna que evite el contagio no parecen una meta cercana, y aún en caso de disponerse en un futuro más o menos cercano no será un recurso accesible para todas las personas en el mundo. De modo que la prevención constitu­ye el gran reto y al mismo tiempo la gran espe­ranza en la lucha contra la infección VIH/Sida. Pero, como veremos, instaurar conductas pro­salud, mantenerlas o modificar las conductas de riesgo constituye un complejo proceso sobre el que aún nos queda mucho por hacer.

La vulnerabilidad de los/as adolescentes y jóvenes al contagio del VIH

Alcance de la infección VIH/Sida en los/as adolescentes y jóvenes En España el último registro disponible, a fecha de actualización del 31 de diciembre de 1999, el número de casos acumulados de Sida asciende a 53.094 (el 19 % son mujeres). Y aunque la mayoría de las infecciones se han pro­ducido por intercambiar material de inyección en UDVP, la presencia de la transmisión hete­rosexual se ha incrementado en los últimos años. Representa el 17 % de los nuevos casos de hom­bres diagnosticados con Sida en el último año, porcentaje que se incrementa en el grupo de mujeres al representar esta vía de contagio el 35 % del total de casos de mujeres diagnosti­cadas con Sida durante 1998. El 13 % de las mujeres con Sida en 1998 tienen entre 13 y 24 años, junto al 8 % de chicos en dicha franja de edad diagnosticados con Sida del total de hombres. No obstante, la mayoría de las per­sonas con Sida se encuentran en la franja de edad de 25 a 34 años (57 % del total) y, si tene­mos en cuanta el largo período que transcurre desde la infección al desarrollo del Sida, incre­mentado en los últimos años gracias a los nue­vos tratamientos antirretrovirales, podemos concluir que para la mayoría de las personas diagnosticadas con Sida, en nuestro país, el contagio del VIH se ha producido durante la adolescencia o primera juventud.

Las estimaciones a nivel mundial confir­man esta tendencia. El número global de infec­tados/as con el VIH es de 33.4 millones de per­sonas, de las que 5.8 millones se infectaron durante 1998, lo que representa un incremen­to del 10 %, de los que 4 millones se concen­tran en los países del Africa Sub-Sahariana. Del total de personas infectadas durante 1998, la mitad son jóvenes entre 15 y 24 años, de los que un 40 % son mujeres, siendo la principal vía de contagio las relaciones heterosexuales desprotegidas (Publicación Oficial de Seisida, 1999).

Por tanto, el período de la adolescencia y primera juventud constituye el momento de mayor vulnerabilidad a la infección con el VIH, momento en el que se produce para la mayoría el contagio, y son las relaciones heterosexua­les desprotegidas la conducta de riesgo res­ponsable del mayor número de contagios, espe­cialmente para las mujeres. Esta realidad ha llevado a la OMS a considerar al colectivo de adolescentes y mujeres como grupos diana hacia los que dirigir prioritariamente los esfuer­zos preventivos, estimulando la investigación sobre las variables que explican y condicionan la conducta sexual de los más jóvenes para poder desarrollar programas que permitan el desarrollo de una actividad sexual más segura y satisfactoria.

 

Características psicológicas de los/as adolescentes y jóvenes que condicionan su vulnerabilidad

Sabemos que los/as adolescentes y jóvenes constituyen el colectivo más vulnerable para la transmisión heterosexual de la infección VIH/Sida, y en las propias características que se identifican en esta etapa evolutiva se puede encontrar alguna explicación a este fenómeno. Ya que, a pesar de la variabilidad esperable y deseable, existen una serie de elementos que homogenizan en mayor o menor medida a este colectivo, que pueden constituir unas “señas de identidad” y, por tanto, de autoafirmación cons­ciente. Estas características pueden representar fuerzas claramente divergentes para la conse­cución de una actividad sexual protegida.

La búsqueda de sensaciones constituye una de las características más significativas de los/as adolescentes (Font,1990), definida por Sheer y Cline (1995), en relación a la actividad sexual, como una proclividad a participar de más y más experiencias sexuales producto de una activi­dad vital donde predomina el espíritu aventu­rero, la deshibición y una cierta rebeldía e impulsividad. La búsqueda de sensaciones fuer­tes está condicionada por la necesidad de expe­rimentación y atracción inevitable por el ries­go, que se erige como un valor dentro de la cul­tura juvenil y que puede llevar consigo una irre­flexiva impulsividad. La impulsividad es incompatible con una conducta sexual prote­gida, ya que para que ésta se lleve a cabo es necesario planificar y programar la conducta, y poder así incorporar los mecanismos de pro­tección. Esta necesidad de experimentación que podemos encontrar en los/as adolescentes y jóvenes también puede ayudarnos a explicar las conductas de consumo de drogas y/o alcohol (del Barrio y Alonso, 1994) y las repercusio­nes, que como veremos, puedan tener en el ejer­cicio de una actividad sexual desprotegida.

Por otro lado, en los/as adolescentes y jóve­nes se da una baja percepción de vulnerabili­dad a eventos negativos, también denominada ilusión de control, que viene condicionada por la sobrevaloración de sus capacidades y posi­bilidades. Esta baja percepción de vulnerabi­lidad permite que se desarrolle, como resulta­do de un optimismo no realista, la distorsión denominada primus inter pares. En función de esta distorsión, los más jóvenes subvaloran su riesgo personal y, en la comparación con otros sujetos de similares características, se perci­ben como más invulnerables y con capacidad de controlar el riesgo, lo que dificultaría la con­secución de una conducta sexual protegida. La baja percepción de riesgo para la transmisión heterosexual del VIH es confirmada también por las investigaciones en nuestro país (Bayés, Pastells y Tuldrá, 1995, 1996; Lameiras, 1997; Lameiras, 1997; Lameiras y Failde, 1998).

Otra característica relevante en el colecti­vo de adolescentes es la Influencia de las nor­mas y valores del grupo de iguales a los que supeditan en gran medida su conducta. El gru­po de iguales influye sobre los valores, creen­cias, normas y conductas saludables o de ries­go actuando como fuerzas centrífugas o centrípetas hacia la consecución de conductas protegidas o de riesgo. Brown, DiClemente y Reynolds (1991) plantean que obviar la influen­cia del grupo de iguales en la conducta de los/as adolescentes explicaría los fracasos a la hora de explicar y predecir la conducta sexual pro­tegida. La importancia que el grupo de iguales tiene a la hora de abordar la conducta sexual en los/as adolescentes, explica los positivos efectos que la utilización de coetáneos tiene como agentes de salud en las campañas pre­ventivas (Svenson y Johnson, 1993)

La Búsqueda de resforzadores inmediatos constituye otra característica que, aunque no exclusiva de la adolescente, puede constituir un elemento muy significativo de esta etapa evolu­tiva. Y, si tenemos en cuenta que los comporta­mientos sexuales desprotegidos tienen conse­cuencias gratificantes inmediatas, frente a la demora de la gratificación que es necesario asu­mir en los comportamientos preventivos, es más probable que sean estos últimos los que se lleven a cabo. En un colectivo que busca la inmediatez del refuerzo e intenta evitar la demora (Bayés, 1992), es lo que sin duda dificulta la consecución de comportamientos sexuales protegidos.

Además el colectivo de adolescentes y jóve­nes presenta evidentes Deficiencias o inade­cuada formación en el ámbito de la sexuali­dad. La ausencia de una estructurada educación sexual en la escuela dentro de programas más amplios de Educación para la Salud, junto a la improbable formación llevada a cabo por las madres y padres en el contexto familiar, hacen de los jóvenes un colectivo escasamente for­mado, dejando a un lado loables excepciones. El objetivo de estos amplios programas de Educación para la Salud es desarrollar estilos de vida saludables, ya que como nos recuerdan Costa y López (1998, p. 34) “las prácticas de salud y/o de riesgo no son conductas aisladas, ni aparecen sin orden y sin concierto. Por el contrario entrañan verdaderas constelaciones de comportamientos más o menos organiza­dos, más o menos complejos y coherentes, más o menos estables y duraderos y, todos ellos, fuertemente impregnados del ambiente o entor­no en el que viven los niños y adolescentes. A estas constelaciones de comportamientos las denominamos estilos de vida”.

En nuestro país la educación sexual se encuadra en el marco de la Educación para la Salud, contenido transversal del curriculum educativo desde la implantación de la LOGSE (Nieda, 1992). Sin embargo, a pesar de su atrac­tivo e indudable justificación científica, la trans- versalidad no ha podido garantizar una ade­cuada educación sexual para los/as menores y adolescentes. Como plantea López (1990) la transversalidad de la educación sexual se con­vierte en una “falacia” o cuando no en una for­ma abierta de negar la sexualidad. Por su par­te Font (1996 p. 161) defiende que “estamos todavía muy lejos de los mínimos aceptados y que el conjunto de los programas y de las inter­venciones carecen de suficiente peso específi­co”. Frente a la escasa formación en educación sexual en los últimos años, han proliferado los programas exclusivamente dirigidos a la pre­vención de riesgos vinculados a la actividad sexual durante la adolescencia. En estos pro­gramas se maximiza la vinculación sexualidad- peligro en un colectivo en el que no se ha tra­bajado previamente una visión erotofílica de la sexualidad para poder alcanzar el objetivo de una sexualidad no solamente protegida, sino y lo que es muy importante también, una sexua­lidad satisfactoria.

 

La conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes

La adolescencia y primera juventud cons­tituye el período en que se inicia mayoritaria- mente la actividad sexual coital, cuya despro­tección implica riesgos tanto para la transmisión sexual del VIH, y otras Enfermedades de Transmisión Sexual, como para la consecución de Embarazos no Deseados.

Welling, Wadsworth, Johnson, Field, Whitaker y Field (1995) recurriendo a datos obtenidos en muestras de jóvenes ingleses, constatan la reducción en el inicio de la acti­vidad sexual coital durante las pasadas cuatro décadas. Reducción que supone una media de cuatro años para las chicas y de tres años para los chicos, estableciéndose la equiparación entre sexos e identificándose los 17 años como media para ambos. Datos convergentes con los obtenidos en muestras Norteamericanas. Así

Udry, Kovenock, Morris y van der Berg (1995) establecen en 17,5 años la medida de edad en el inicio de la actividad sexual coital de las jóvenes americanas.

En España la mayoría de los datos obteni­dos representan a adolescentes escolarizados, y muestran la menor actividad sexual coital al compararlos con los jóvenes de países de su entorno socioeconómico. Actividad sexual coi- tal que aglutina aproximadamente al 50 % de los sujetos escolarizados con una edad media de 20 años (Bayés, Pastells y Tuldrá, 1996; García, Avis, Cobos, Biurrun, Eslava, Rodrigo, Padilla y Tinajas, 1995; Lameiras 1997; Lameiras y Failde, 1998). Por su parte López, Levy, Samson, Frigault, Lamer y Lew (1993) confirman la equiparación entre sexos que se está produciendo en los últimos años en rela­ción a la primera experiencia sexual coital.

Las características que contextualizan las primeras relaciones sexuales coitales hacen de estas un momento especialmente vulnerable para prácticas sexuales desprotegidas. En la mayoría de los casos se lleva a cabo sin plani­ficar, es decir, sin preveer la posibilidad de que la actividad sexual se puede realizar y, con ello, la posibilidad de que se utilice un método anti­conceptivo y preventivo eficaz. La falta de for­mación en el ámbito de la sexualidad, por tan­to el desconocimiento, los miedos y creencias vinculados a la actividad sexual, y los costes asociados a reconocerse sexualmente activos favorecen la negación de la posibilidad de que se produzca un encuentro sexual. Ya que con­vergen fuerzas contrarias, unas potenciando la expresión por el deseo de experimentar nuevas experiencias, la presión del grupo de iguales hacia su manifestación; y, por otro lado, las fuerzas dirigidas hacia su evitación desde el medio familiar y el contexto social en el que está inmerso. Todo ello explicaría las dificul­tades de los/as adolescentes para disponer de los conocimientos, habilidades y recursos nece­sarios para poder desarrollar una actividad sexual protegida.

Por otro lado la fuerte vinculación entre actividad sexual y sexo con penetración difi­culta la posibilidad de que los/as adolescente y jóvenes llevan a cabo conductas sexuales alternativas que no impliquen riesgos si no se disponen de métodos preventivos. En el traba­jo de Bimbela y Cruz (1996) los/as adolescen­tes encuestados consideran la penetración vagi­nal como la representación social más asociada a las relaciones sexuales. Que el sexo es pene­tración y que esta es esencial para un sexo satis­factorio dificulta la posibilidad de percibir otros tipos de actividades sexuales como alternati­vas, con las que disminuir el riesgo vinculado a las prácticas sexuales coitales desprotegidas. Además durante la adolescencia también pue­de ser factible la práctica de sexo anal, para autoconsiderarse no activos/as sexualmente o como método anticonceptivo (Campbell, 1995).

Y ya que la práctica de sexo anal receptivo sin protección constituye la actividad sexual que implica el mayor riesgo en la transmisión sexual del VIH, con esta actividad se estaría asumiendo, sobre todo para las chicas, el mayor riesgo.

La experimentación con las drogas y/o alco­hol, lo que no es infrecuente durante la ado­lescencia, puede suponer un riesgo añadido a la propia actividad sexual, al disminuir el con­trol y con ello una práctica sexual protegida (Clapper y Lipsitt, 1991). Sin embargo las con­clusiones del trabajo de Senf y Price (1994) cuestionan dicha relación. Por su parte Fortenberry (1995) plantea, en relación a esta cuestión, que el hábito de utilización del pre­servativo es el mejor predictor de su uso, inde­pendientemente de la presencia/ausencia de consumo previo de drogas. Pero este autor com­prueba como, en aquellas personas que no pre­sentan el hábito de uso, el consumo de drogas y /o alcohol puede favorecer la ejecución de conductas de riesgo. Por tanto se hace necesa­rio desarrollar nuevas investigaciones en las que se establezcan las condiciones en las que es posible que se produzca la relación entre conductas de riesgo y consumo de drogas y/o alcohol (Lewis, Malow e Ireland, 1997).

Teniendo en cuenta todas estas cuestiones a las que hemos hecho alusión, podemos anti­cipar que es poco probable que la conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes se lle­ve a cabo con la protección necesaria para evi­tar los riesgos vinculados a la desprotección.

 

Uso del preservativo

El preservativo, masculino y femenino, constituye un método de barrera física y quí­mica tanto para la transmisión del VIH como para el paso de espermatozoides y, por tanto, puede cumplir una doble función anticoncepti­va y profiláctica para la transmisión de Enfermedades Sexuales como la infección VIH/Sida. Y aunque disponemos de otros méto­dos anticonceptivos, incluso más eficaces para evitar embarazos no deseados, los preservati­vos, masculino y femenino, constituyen los úni­cos recursos preventivos de que disponemos para evitar el contagio del VIH durante la acti­vidad sexual con penetración.

Estas importantes funciones han favoreci­do la popularidad que este método ha experi­mentado en las dos últimas décadas, incre­mentándose significativamente su uso. Sin embargo cuando hablamos de preservativo en la mayoría de los casos nos estamos refirien­do al preservativo masculino, ya que, a pesar de las ventajas vinculadas a la utilización del preservativo femenino, que permite a la mujer ejercer un mayor control en la autoprotección, todavía existe una escasísima utilización de este profiláctico, en sintonía con la escasa docu­mentación científica disponible (Witte, El- Bassel, Wada, Gray y Wallace, 1999).

Aunque la mayoría de los jóvenes españo­les hoy en día conoce y reconoce el papel pro­tector que frente al VIH/Sida tiene el preser­vativo, no todos/as los adolescentes lo utilizan, siendo aún menor el porcentaje de jóvenes que lo utilizan de forma sistemática, ya que sola­mente el uso sistemático puede constituir una auténtica protección frente al VIH. Los estu­dios encaminados a identificar la probabilidad de uso en población adolescente escolarizada en nuestro país (Bayés, Pastells y Tuldrá, 1996; Lameiras y Failde, 1998) muestran que, en tor­no a un 50 % de los/as adolescentes sexual- mente activos, con una edad media de 20 años, lo usan sistemáticamente en sus encuentros sexuales coitales. Lo que supone que aproxi­madamente un 50 % de adolescentes y jóvenes están manteniendo una actividad sexual des­protegida a través de la que es posible se pon­gan en contacto con el VIH. Aunque la proba­bilidad real dependerá de la tasa de infectados/as que exista en su entorno, de la infectabilidad de la cepa, de la frecuencia de las conductas de riesgo y de la ejecución de prácticas sexuales que impliquen el mayor ries­go en la transmisión, lo que impone una gran variabilidad en la probabilidad de contagio.

En otros trabajos con muestras españolas, pero de adolescentes estudiantes de enseñanzas secundarias, como el desarrollado por Oráa

(1996)    , utilizan siempre el preservativo el 47 % de los sujetos de la muestra, siendo utilizado en la primera relación por el 66 %. Estos datos convergen con los obtenidos por Aláez, Mayor de la Torre, Madrid, Bavín y Melero (1994) en una muestra de sujetos con una media de edad de 17 años. Por su parte Arnal y Gil Llario (1994), con una muestra de 1.135 jóve­nes de las provincias de Valencia y Castellón, solamente el 25 % de los chicos entre 17 y 18 años utiliza preservativo en sus relaciones sexuales frente al 29 % de las chicas; en el rango de edad de 19 a 24 años se incrementó su uso al 50 % de los chicos y el 40 % de las parejas sexuales de las chicas encuestadas. El mayor uso del preservativo por los chicos encuestados que por las parejas de las chicas encuestadas, se confirma también en otros tra­bajos (Lameiras y Failde, 1988, Lameiras et al., 1999). Y se constata un mayor uso en aquellos/as que lo han usado en su primera relación coital. Lo que demuestra la impor­tancia de habituar dicha conducta y de que la educación sexual se anticipe al momento en el que se inicie la actividad sexual en los jóve­nes.

Así mismo, a medida que aumenta la edad y la percepción de estabilidad de la relación, el uso del preservativo disminuye, siendo sus­tituido por otros métodos anticonceptivos, espe­cialmente la píldora (Lameiras et al., 1999). A mayor frecuencia de actividad sexual, menor uso del preservativo, lo que puede explicarse porque la mayor frecuencia puede estar vincu­lada a la existencia de una relación más esta­ble y producirse el cambio hacia otros méto­dos (ej. la píldora). Es más probable que se use con una pareja sexual casual o esporádica y menos frecuente con una pareja percibida como afectiva. Siendo el tipo de relación afectiva la que caracteriza las relaciones sexuales de la mayoría de los/as adolescentes y jóvenes, sien­do además altamente probable que se tenga más de una pareja a lo largo del periodo adoles­cente. De modo que las prácticas sexuales con­sideradas en el marco de una relación afectiva no garantizan la protección frente a Enfermedades de Transmisión Sexual, espe­cialmente la infección VIH/Sida, por lo que estos jóvenes en “monogamia seriada” que no llevan a cabo prácticas protegidas están en situación de riesgo no asumido en la transmi­sión de enfermedades sexuales como es la infección VIH/Sida. Y, como plantea Bayés (1999), es necesario difundir los conceptos de “monogamia protectora” y “monogamia no pro­tectora”, así como los requisitos que debe reu­nir la primera para ser considerada como tal. Ya que la “monogamia seriada” quedaría inclui­da en el tipo de “monogamia no protectora”, lo que ha de ser reconocido y asumido por los jóvenes.

Obstáculos conductuales para un sexo heterosexual más seguro en los/as adolescentes y jóvenes Variables individuales La necesidad de abordar el estudio de la conducta sexual para explicar y poder modifi­car aquellas actividades que implican riesgo en la transmisión del VIH, a través de las que poder “garantizar” una conducta sexual prote­gida, especialmente en los más jóvenes, ha favorecido el desarrollo de diversas formula­ciones teóricas. Unas desarrolladas para com­prender la conducta humana en general y apli­cadas específicamente al estudio de la sexualidad dentro de la problemática que la infección VIH/Sida plantea, y otras que emer­gen específicamente para abordar dicha pro­blemática. Los modelos más influyentes y que han generado una mayor cantidad de investi­gación en el campo de la conducta sexual pro­tegida para evitar el contagio de Enfermedades de Transmisión Sexual, especialmente la infec­ción VIH/Sida, son los modelos de “toma de decisiones" que se asientan en una concepción del ser humano como ser racional que cons­truye unas intenciones conductuales a través de la valoración activa de los costes y benefi­cios de una conducta particular (Helweg-Larse y Collins, 1994).

Entre los modelos conductuales más impor­tantes para explicar la conducta en general y que se incluyen dentro de los modelos de “toma de decisiones" destacan: el Modelo de Creencias de Salud (Becker, 1974; Rosenstock, 1974); la Teoría de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen y Fishbein, 1980) la Teoría de la Conducta Planeada (Ajzen, 1985; Ajzen y Madden, 1986); la teoría de Autoeficacia de Bandura (1977, 1986). Entre los modelos desarrollados específicamente para explicar conducta sexual de riesgo en la pan­demia del Sida destacan: el modelo de Reducción de Riesgos del Sida (ARRM) pro­puesto por Catania, Kegeles y Coates (1990) y el modelo de Información Motivación y Habilidades Conductuales (IBM) propuesto por Fisher y Fisher (1992). Aunque estos modelos incluyen un amplio rango de variables indivi­duales podríamos identificar las cinco más relevantes: conocimientos, actitudes, norma social percibida, percepción de riesgo y auto-eficacia.

 

Conocimientos. La amplia diseminación de información en relación a la infección VIH/Sida y las vías de contagio ha propiciado la presen­cia de una juventud bien informada en relación a estas cuestiones (Lewis, Malow e Ireland, 1997). Aunque, como censuran algunos auto­res, otras Enfermedades de Transmisión Sexual como la sífilis o gonorrea son mucho menos conocidas (Vogels, van der Uliet, Danz y Hopman Rock, 1993). Sin embargo el nivel de conocimientos no correlaciona con el uso del preservativo, de modo que su uso es indepen­diente del nivel de conocimientos que posea el sujeto. En el meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) se obtiene una corre­lación muy baja y, aunque los autores aluden a problemas metodológicos como la forma de medir los conocimientos, a través de escalas demasiado generales y en las que no se ha eva­luado eficazmente fiabilidad y validez, la mayoría de los/as autores están de acuerdo en reconocer que la información es necesaria pero no suficiente para determinar la conducta (Baldwin, Whitely y Baldwin, 1990; Fisher y Misovich, 1990).

Actitudes. Las actitudes hacen referencia a las valoraciones que el sujeto hace del objeto de actitud, en este caso, del preservativo. La importancia atribuida a las actitudes como determinantes de la conducta está maximiza- da en el modelo de la Acción Razonada y la Conducta Planeada, consideradas como ante­cedentes de la intención y ésta antecedente de la conducta. Los datos parecen confirmar la existencia de actitudes en los más jóvenes que se distribuyen entre un polo más neutral al negativo en relación a la incorporación del pre­servativo y otras prácticas sexuales más segu­ras dentro de sus estilos de vida (Lewis, Malow e Ireland, 1997). En el meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) la correla­ción entre las actitudes hacia el preservativo y el uso del preservativo es de r = .33, próximo al valor obtenido por Krauss (1995) en su meta- análisis en el que pretende evaluar la relación existente en las actitudes y las conductas mani­fiestas. De nuevo podríamos aplicar aquí la pre­misa expuesta en relación a los conocimientos, de modo que las actitudes positivas parece que pueden actuar como variables necesarias para que se use el preservativo pero no son sufi­cientes para explicar dicho uso.

 

Norma Social Percibida. Esta variable se define como la opinión que tienen las perso­nas significativas para el sujeto sobre la ade­cuación/inadecuación de utilizar el preservati­vo y la motivación para asumir dichas opinio­nes. Sin embargo, en relación al uso del pre­servativo parece que sería más adecuado cen­trarse en las opiniones no de las personas significativas, sino de la pareja sexual, ya que el uso del preservativo se da en un contexto de intimidad que implica a las personas que for­man esa pareja (Kashima, Gallois y McCamish, 1995). Así en el meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) la correlación r = .16 demuestra la baja implicación que la norma social percibida, tal como proponen Fishbein y Ajzen (1975), tiene en el uso del preservati­vo. Los resultados de este meta-análisis pare­cen confirmar que las actitudes de la pareja hacia el uso del preservativo influyen más sig­nificativamente sobre su uso que la norma social percibida.

 

Percepción de Riesgo. La percepción de riesgo, es decir, la susceptibilidad a sufrir con­secuencias negativas, en este caso la infección del VIH a través de las conductas sexuales que se llevan a cabo, ha sido una de las variables aportadas en el modelo de Creencias de Salud (Becker, 1974; Rosenstock, 1974) que más se ha vinculado a las conductas pro-salud. Constituye una de las variables que mayor apo­yo ha tenido para explicar la conducta huma­na en relación con la salud y especialmente en el ámbito de la infección VIH/Sida (Modelo de Reducción de Riesgos del Sida, ARRM, Catania, Kegeles y Coates, 1990; Modelo de Información Motivación y Habilidades Conductuales, IBM, Fisher y Fisher, 1992). Dentro del Modelo de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen y Fishbein, 1980), el modelo predictivo de la conducta humana que mayor impacto ha tenido y que mayor investigación ha generado, y su refor­mulación teórica en el Modelo de la Conducta Planeada (Ajzen, 1985; Ajzen y Madden, 1986) el riesgo percibido juega un papel central, ya que la conducta pro-salud se asume que se basa en el análisis subjetivo de costes-beneficios, en el cual la probabilidad y severidad de las consecuencias para la salud propia de prácti­cas conductuales específicas constituyen los principales determinantes de las actitudes hacia las conductas pro-salud.

Siguiendo las recomendaciones de van der Pligt (1998) sería necesario diferenciar entre lo que denomina percepción de riesgo “condi­cional” e “incondicional” y alude a la necesi­dad de medir la percepción de riesgo “condi­cional” y no la “incondicional”, que es la que la mayoría de los estudios evalúan. De tal manera que se pueda comprobar si, como pro­pone el autor, lo que el sujeto hará está más vinculado a la probabilidad de que se den las consecuencias adversas que el sujeto asocia a determinadas conductas desprotegidas y no la probabilidad subjetiva de que una consecuen­cia negativa le ocurra. Ya que la explicación motivacional del sesgo que da lugar a esta invulnerabilidad percibida está según van der Pligt (1998) condicionada por la necesidad de reducir los sentimientos de miedo y ansiedad, lo que puede ser incluso adaptativo.

En el meta-análisis efectuado por Sheeran, Abraham y Orbell (1999) la percepción de ries­go no parece correlacionar con la ejecución de conductas pro-salud, como es el uso del pre­servativo. Aunque se argumenta la posibilidad de que ejerza su influencia indirectamente a través de otras variables tales como las normas sociales o las intenciones conductuales, o inclu­so podría ser que el nivel de severidad perci­bida de las consecuencias de la conducta fun­cione como una variable umbral antes de que la vulnerabilidad percibida tenga su impacto sobre la conducta. Lo que podría explicar las divergentes relaciones encontradas entre esta variable y la conducta manifiesta y como las variables anteriores constituye una condición necesaria pero no suficiente para la ejecución conductual.

 

Autoeficacia. Hace referencia a la capaci­dad que el sujeto percibe en relación a la eje­cución de una determinada conducta. Esta variable, aportada por Bandura (1977, 1986), es la que mayor impacto ha tenido en la expli­cación de la conducta en general y el uso del preservativo en particular. Como señala Villamarín (1994, p. 10) las expectativas de autoeficacia pueden influir en la salud a través de sus efectos motivacionales de carácter cog- nitivo “que determinan la elección de com­portamientos y el esfuerzo y la persistencia en los comportamientos elegidos". Así las expec­tativas de eficacia pueden regular los intentos de abandonar los hábitos perjudiciales para la salud, por ejemplo una conducta sexual des­protegida; y determinar el esfuerzo y la per­sistencia en el cumplimiento de comporta­mientos favorecedores de la salud, por ejemplo el uso sistemático del preservativo. De nuevo los resultados del meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) no encuentran rela­ción significativa entre la percepción de ries­go al contagio del VIH y el uso del preserva­tivo. Sin embargo Bandura (1997) hace hincapié en la necesidad de llevar a cabo medi­das de eficacia sobre los dominios particula­res de funcionamiento de la salud, más que sobre rasgos generales evaluados por test gene­rales. El no tener en cuenta esta indicación pue­de haber contribuido a la ausencia de relación.

 

Nuevas variables para explicar la conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes

Parece factible aceptar que en algunas situa­ciones y/o para algunos sujetos la ejecución de una determinada conducta sea el resultado de un deliberado y razonado proceso, tal como se propone en los modelos teóricos a los que se ha hecho alusión, en los que se enfatiza la rele­vancia de variables individuales para explicar la conducta. Sin embargo, como sugiere Fazio (1989), la conducta que diariamente se ejecu­ta, y especialmente la conducta sexual de los jóvenes, puede que funcione siguiendo una secuencia automatizada, que supone así un menor esfuerzo y no implica la evaluación de costes y beneficios. Además hay que tener en cuenta que para la consecución de la conduc­ta sexual protegida es necesario considerar la cooperación de otras personas -la pareja-, la existencia de habilidades -en la utilización del preservativo- y los recursos medidos en tiem­po y dinero -para adquirir los preservativos-, por lo que por definición quedarían excluidas del campo de acción de las teorías que expli­can la conducta desde una perspectiva racio­nalista e individual.

Las principales limitaciones de los mode­los de “toma de decisiones" en la explicación de la conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes son esquematizadas por Helweg-Larsen y Collins (1994): a. centrarse en los determi­nantes intraindividuales “intrapsíquicos" de las conductas sexuales de riesgo mientras se subes­timan los determinantes interpersonales y socia­les; b. el énfasis en variables relevantes a la toma de decisiones deliberada, planeada, lógi­ca y consciente en detrimento de otros recur­sos conceptuales para el análisis de la conduc­ta humana; c. centrarse en los pensamientos del sistema de creencias asociadas al uso del preservativo; d. centrarse en la amenaza a la salud como el principal determinante de la con­ducta sexual en general y el uso del preserva­tivo en particular, sin considerar otras varia­bles irrelevantes para la salud pero que pueden determinar la conducta sexual; e. una focali- zación así exclusiva sobre el conocimiento de los procesos de la enfermedad y sobre la edu­cación de las conductas sexuales de riesgo sin tener en cuenta las consideraciones de otros modelos aplicables de influencia social.

En conclusión, las variables individuales que plantean las formulaciones teóricas más influyentes y determinantes de las últimas déca­das no permiten abordar los determinantes no racionales (afectivos), los determinantes inte­rindividuales y sociales y las implicaciones que las diferencias de género imponen al escena­rio sexual.

La reiterada presencia de elementos que se escapan a la lógica racional para explicar la conducta y especialmente la conducta sexual entre adolescentes y jóvenes determina la nece­sidad de reconocer la influencia de elementos emocionales, que han de ser abordados inelu­diblemente para explicar la conducta sexual. Sin embargo, disponemos de escasas formula­ciones teóricas que incorporen adecuadamen­te estas variables (VanOss Marín, Gómez,

Tschann y Gregorich, 1997). La importancia atribuida a las variables emocionales ha lleva­do a de Vries, Dijastra y Kuhlman (1988) a plantear la utilidad de recurrir a las reacciones afectivas anticipadas ante la posibilidad de eje­cutar una actividad sexual protegida/desprote­gida. Asociando el bienestar que producen las emociones positivas anticipadas ante la prác­tica protegida y las emociones negativas y malestar asociadas a la anticipación de prácti­cas desprotegidas. Los autores plantean que estas emociones actuarían como motivadores de prácticas sexuales protegidas y por tanto favorecerían su ejecución.

La necesidad de reconocer variables no racionales en la conducta sexual de los/as ado­lescentes y jóvenes se complementa con la necesidad de entender ésta desde una pers­pectiva interactiva, más compleja que desde la linealidad de la individualidad. Se hace así necesario abordar el tipo de relación (casual versus afectiva) para comprender las expecta­tivas vinculadas a la actividad sexual y el modo en que éstas influyen en la ejecución de con­ductas sexuales protegidas. Así, en el marco de las relaciones casuales, es más factible que se perciba el riesgo y se lleve a cabo el uso sis­temático del preservativo. Asimismo, para poder comprender las dificultades para utilizar el preservativo en una relación de pareja “esta­ble” o “afectiva” hay que tener en cuenta la importancia que tiene la confianza para el man­tenimiento de la relación. La confianza se eri­ge como un elemento fundamental, garantía del mantenimiento de la relación, cuya pérdi­da puede suponer la ruptura. Como expone Willig (1995) la importancia de la confianza y la amenaza que el uso del preservativo puede suponer explica las dificultades para que se generalice el uso sistemático del preservativo dentro de las relaciones afectivas. Lo que a su vez explica la correlación negativa entre uso del preservativo y frecuencia de la actividad sexual, y entre el uso del preservativo y dura­ción de la relación (Sheeran, Abraham y Orbell, 1999). Ya que la mayor frecuencia de la acti­vidad sexual es más probable que se dé dentro de una relación afectiva y a mayor duración de la relación es más probable que se recurra a otros métodos anticonceptivos percibidos como más “idóneos” y que no amenazan la confian­za de la pareja.

Además del contexto que impone la rela­ción, hay que resituar al adolescente y joven dentro de un marco más amplio que impone el contexto social, en que se encuentra inmerso como condicionante y al mismo tiempo co-res- ponsable de la salud. Las normas sociales representadas en las personas significativas, en el grupo de iguales y/o la pareja imponen una secuencia conductual sobre la que el sujeto tie­ne poco control. El esfuerzo que el sujeto ha de desarrollar para no sucumbir a las normas y valores que el colectivo impone puede ser muy poco eficaz al intentar instaurar una con­ducta “contra corriente” en un contexto esti­mulador de la misma. Así, como plantean Costa y López (1998 p. 49) hay que entender la salud también “como responsabilidad social y, como tal, ha de resolverse en el terreno de lo social y de lo político”. Lo que supone hablar de res­ponsabilidad social y no hacer recaer exclusi­vamente en la responsabilidad individual el objetivo de la salud.

Finalmente la necesidad de abordar las dife­rencias de género (Wight, 1992) condiciona­das por la asimetría de poder y la desigualdad de la mujer constituye un elemento fundamen­tal para comprender las diferencias entre sexos en la conducta sexual (Amaro, 1995; Lear, 1995) que se consolidan a través del aprendizaje. A partir de las diferencias de género es posible explicar las dificultades de los miembros de la pareja heterosexual para negociar su actividad sexual, hablar abiertamente sobre el deseo y las intenciones sexuales que contribuya a desarro­llar el nivel de intimidad sexual y emocional favorecedora de una sexualidad protegida y satis­factoria. Condiciones indispensables para poder “plantear” la actividad sexual y no dejar ésta a la espontaneidad y la “oportunidad” que permite que la conducta sexual simplemente ocurra. A partir de la diferencias de género se construyen también las expectativas de género-rol con las que se llega al encuentro sexual, y que impo­nen una secuencia o script de lo que se espera que ocurra y de quién actúe en cada momento, quien ha de llevar la iniciativa de la relación, quién puede plantear o incluso imponer sus deseos, quién es el responsable de incorporar un método preventivo, etc.

Las diferencias de género, a pesar de su reconocida necesidad teórica, todavía no han sido incorporadas de forma genérica en los pro­gramas de intervención, lo que limita su efi­cacia en la disminución de los riesgos vincu­lados a la actividad sexual de las mujeres. Lo que necesariamente no implica centralizar la atención en la mujer sino que su riesgo perso­nal ha de ser entendido desde la interacción entre sexos que caracterizan las relaciones sexuales. Abordar desde esta perspectiva el riesgo implica abordar necesariamente a las parejas de las mujeres. Para Campbell (1995) centrar la prevención del Sida en las mujeres no hace más que perpetuar las diferencias de género, por las que a las mujeres se las hace responsables de la salud. Supone restringir la intervención sobre alguien que representa sola­mente la mitad de la pareja. De modo que para conseguir los cambios necesarios dentro de la actividad heterosexual es necesario actuar sobre ambos miembros, ya que el control de la epi­demia heterosexual requerirá profundos cam­bios conductuales y mientras estos no se lle­ven a cabo también con los hombres “las mujeres seguirán en situación de riesgo frente al VIH" (Campbell, 1995 p. 208).

 

Conclusiones

La conducta sexual definida como “una for­ma de comunicación, tanto reflectiva como reflexiva, sujeta a interpretaciones y creada interactivamente dentro de y entre los com­pañeros sexuales “(Lear, 1995 p.1311), cons­tituye una de las conductas humanas más com­plejas, al ser una conducta que incluye no solamente el nivel individual y cognitivo, sino también el nivel relacional y afectivo.

Avanzar en el estudio de las variables psi- co-sociales que condicionan la expresión de la sexualidad en los/as adolescente y jóvenes constituye un objetivo prioritario para poder desarrollar las estrategias preventivas que fomenten el desarrollo de comportamientos saludables y satisfactorios para éstos. Sin embargo, a pesar de las fructíferas aportacio­nes de los grandes modelos conductuales como la Teoría de la Acción Razonada de Fishbein y Ajzen (1975; Ajzen y Fishbein, 1980), todavía no disponemos de formulaciones teó­ricas empíricamente contrastadas que incor­poren, no solamente las variables individuales, hasta ahora incluidas, sino también las varia­bles interpersonal y socio-cultural que tan rele­vantes están siendo para comprender la com­pleja dinámica de la actividad sexual en general, y de los más jóvenes en particular (VanOss Marín, Gómez, Tshann y Gregorich, 1997; Wight, Abraham y Scott, 1998).

Como plantean Lewis, Malow e Ireland (1997), en su trabajo de revisión de los estu­dios sobre la conducta sexual de los jóvenes, a pesar de la voluminosa bibliografía disponi­ble, es necesario disponer de un mayor núme­ro de estudios en los que a través de diseños longitudinales sea posible determinar la evo­lución de las prácticas sexuales protegidas/des­protegidas. Así mismo disponer de estudios en los que se evalúe adecuadamente la efectivi­dad de las intervenciones preventivas con jóve­nes heterosexuales, que no solamente se cir­cunscriban al momento inmediatamente posterior a la intervención. En relación a este aspecto Coleman y Ford (1996) llevan a cabo una exhaustiva revisión de los programas de intervención implementados entre 1987 y 1995 encaminados a prevenir la ejecución de con­ductas de riesgo vinculadas a la infección VIH/Sida en adolescentes. Como conclusiones a su estudio plantean que “la premura de tiem­po, los limitados recursos y la necesidad de una intervención rápida han dificultado el desarro­llo de un adecuado proceso de evaluación" (p. 332), y en aquellos programas de intervención en los que se lleva a cabo la evaluación ésta supone una evaluación pre y post-test que difí­cilmente puede identificar los cambios de con­ducta ya que no permite el transcurso del tiem­po necesario para comprobar los posibles efec­tos que la intervención haya tenido sobre la conducta de los sujetos.

Pero es necesario subrayar que el trabajo de promoción de conductas sexuales saludables en los más jóvenes ha de incorporarse necesaria­mente dentro de tempranos y prolongados pro­gramas de educación sexual, inmersos en pro­gramas más amplios de Educación para la Salud, desde los que potenciar una visión erotofilica de la sexualidad. A través de la que desarrollar valo­res y creencias más simétricas e igualitarias entre los sexos y favorecer la co-responsabilidad en la asunción de medidas preventivas y el respeto e interés por la salud y bienestar propio y de la pareja. Una educación sexual que favorezca una adecuada comunicación entre los miembros de la pareja, necesaria para una actividad sexual protegida y consensuada. Una educación sexual en la que se desarrollen destrezas y habilidades para el uso del preservativo, así como la modi­ficación de las creencias vinculadas a su carác­ter transitorio y su asociación con el sexo casual y esporádico; al mismo tiempo que se potencia su doble papel anticonceptivo y preventivo de Enfermedades de Transmisión Sexual. Una edu­cación sexual, en definitiva, a partir de la que conseguir el ejercicio de una actividad sexual protegida y satisfactoria para todas las personas, especialmente en los más jóvenes, haciendo de la actividad sexual protegida y satisfactoria un hábito conductual incluido dentro de un parti­cular y salutogénico estilo de vida.

Recordar finalmente que la consecución de una actividad sexual protegida en los más jóve­nes no va a depender exclusivamente de los avances de las investigaciones y los conoci­mientos que estas nos aporten, sino de la mate­rialización de estas aportaciones a través de programas de intervención para los que es nece­sario contar con el compromiso y financiación económica de los gobiernos. Por eso, como censura Hein (1998), en países como EEUU las medidas políticas no parecen alinearse en la dirección científicamente útil en la lucha contra el Sida. Así por ejemplo se ha impedi­do el uso de fondos federales para programas de prevención que no tengan como único fin conductual demorar la edad de inicio de la acti­vidad sexual a pesar de la demostrada eficacia científica de programas de educación sexual en los que se desarrollen habilidades de uso del preservativo, o habilidades de comunicación con la pareja por citar solo algunos. Por otro lado, en países más próximos geográficamen­te, como es el Reino Unido, la Ley de Educación de 1993, completada con una cir­cular de 1994, supone un claro retroceso en materia de educación sexual, revocando la obli­gatoriedad de estos contenidos curriculares que quedan a partir de ese momento en manos de la voluntariedad de los docentes en cada cen­tro escolar particular, y que otorga a las madres y padres un alto poder de control para impedir su implantación (Green, 1998). En España la situación no es diferente si tenemos en cuenta el desinterés concedido a la educación sexual a expensas del incremento del interés conce­dido a otras temáticas que, como censura Nájera (1998), coincide con el desarrollo de una polí­tica conservadora que está forzando la necesi­dad de insistir en un debate público sobre la importancia que la educación sexual tiene y la necesidad de su exigencia pública.

Hagamos por tanto converger todos los recursos necesarios, científicos y políticos, para conseguir instaurar estilos de vida saludables en general, y en particular en el ámbito de la sexualidad de los/as más jóvenes. Esta es una responsabilidad de todas y todos, y solo aunan­do esfuerzos se podrá conseguir.

 

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LÍNEAS DE INTERVENCIÓN EN SEXOLOGÍA. EL CONTINUO “Sex therapy-Sex counselling-Sex education” EN EL NUEVO ARS AMANDI

Efigenio Amezúa *

* Director de los Estudios de Postgrado de Sexología. Instituto de Sexología-Universidad de Alcalá c/ Vinaroz, 16. 28002 Madrid. España. Instituto_Sexología@mad.servicom.es

 

El autor presenta los resultados de una lectura de Masters y Johnson desde el paradigma moderno del Hecho de los sexos, o sea desde la línea histórica de la Sexología. Plantea para ello una forma de utilización de las fuentes de Masters y Johnson como obra completa que distingue, por un lado, los Grandes escritos y, por otro, los Escritos menores y que han sido poco considerados, si bien, según Masters y Johnson necesitan el mismo interés para el estudio de su obra completa. Señala que, contrariamente a lo más divulgado de Masters y Johnson, como tecnólogos del sexo al servicio del amor, éstos no centran sus tratamiento en las disfunciones sino en las interacciones que se producen en la relación y el encuentro de los sexos. Finalmente expone, en un paralelismo con el primer Rogers de los años cuarenta, la formulación del Sex counselling o asesoramiento sexual como la vía media entre la Sex therapy y la Educación sexual, a través de lo cual Masters y Johnson contribuyeron a intro­ducir el continuo Sex therapy-Sex counselling-Sex education como línea de intervención en Sexología y como conjunto de recursos para una nueva cultura de los sexos y su nuevo ars amandi, al que, como objetivo final, van encaminados.

Palabras clave: Hecho de los sexos, Sex therapy-Sex counselling-Sex education, Masters & Johnson, ars amandi, modelos de intervención en Sexología.

 

INTERVENTION LINES IN SEXOLOGY. THE CONTINUUM OF "Sex Therapy-Sex Counselling-Sex Education" IN THE NEW ARS AMANDI.

 

Author shows a way of reading Masters' and Johnson's resources as a complete work that distinguishes, on one hand, Great Writtings and, on the other, Minor Writtings which have been taken into account to a lesser extent, even though they were said to be as important as the others in order to understand their complete work in the words of Masters and Johnson.

The author points out that contrary to the most spreaded work of Masters and Johnson as sex technologists at love service, they do not focus treatment on dysfunctions, but on the interactions created in the relationships and in the meetings of the sexes. Finally, the aut­hor states a parallelism between the first writtings of Rogers in the fourties, and the for- mulation of Sex counselling as a midway between Sex therapy and Sex education which Masters and Johnson contributed to introduce into the continuum of Sex therapy-Sex coun- selling-Sex education. It is a proposition as an intervention line in Sexology and as a set of resources for a new culture of the sexes, and its new ars amandi as its very aim.

Keywords: Being of the Sexes, Sex therapy-Sex counselling-Sex education, Masters & Johnson, “ars amandi", Intervention Patterns in Sexology.

 


El extendido hábito de diseminar y diluir los planteamientos troncales de la Sexología en las ramas de otras disciplinas ha contribui­do a crear el equívoco de hacer de ésta un vas­to campo sin contornos definidos y, por lo tan­to, sin sus líneas propias de intervención. En otros escritos hemos tratado de plantear líneas teóricas de la Sexología desde una perspecti­va histórica y conceptual.

Lo que plantearemos aquí es la otra cara: sus líneas prácticas de intervención, si bien desde la misma lectura histórica del cuerpo doctrinal de la Sexología como referente. El resultado será una fórmula de intervención desarrollada en los tres niveles de uso corriente: el educativo, el del asesoramiento y el terapéutico y que, con toda propiedad, puede constituir la oferta más desarrollada de que disponemos en la actuali­dad.

Al mismo tiempo, esto nos obliga a revisar algunos tópicos que se han instalado, tanto en torno a la terapia sexual, como al asesoramiento y la educación, lo que requiere, en definitiva, la actualización de algunos conceptos centra­les necesitados de profundización. Por ejem­plo, junto a los de Sexuación y Sexualidad, el de Erótica o deseo, así como el de Amatoria o ars amandi.

 

1. La Sex therapy de Masters y Johnson en el marco del Hecho de los sexos

Al situar la amatoria en el marco de los sexos, y no en el del amor - y de ambos sexos y no de uno u otro por separado-, Masters y Johnson, los más importantes sexólogos de la segunda mitad del siglo XX, contribuyeron con algunas innovaciones en las que merece la pena detenerse.

De entrada, es preciso advertir la reducción que ha supuesto leerlos desde la óptica del sexo, o sea, de los genitalia (ya que no desde el amor) en lugar de hacerlo desde el marco de los sexos. Sus divulgadas y archifamosas técnicas sexua­les han deslumbrado de tal forma, con tal sensacionalismo, en un mercado ávido de ese pro­ducto, que no es de extrañar la deformación que se ha hecho de sus aportaciones. Ellos mismos se han referido a la “legión de divulgado­res y terapeutas sexuales improvisados por el exceso de la demanda" que el fenómeno despertó[i].

Que estos autores hayan dado pie a esta confusión es un hecho. Pero es necesario acla­rar y distinguir lo importante de lo accesorio. Porque lo central de este fenómeno es el encuentro de los sexos observado en el labo­ratorio, si bien la magia de los datos no debe ser confundida con las conclusiones extraí­das de ellos. A través, pues, de una lectura dete­nida de la obra completa de Masters y Johnson -de sus Escritos mayores y de sus Escritos menores, como veremos- puede perfilarse el meollo de la amatoria moderna como nuevo encuentro o nueva forma de encuentro entre los sexos.

 

La letra pequeña de la “ Sex therapy”

Leer, pues, a Masters y Johnson desde la tesis sexuante, es decir, desde la historia de la Sexología y desde su paradigma -recuérdese también: en clave de ciclo largo-, revela que su aportación más importante no ha sido la téc­nica o instrumental, sino otra. O, mejor, dicho, las dos; puesto que no es posible separar una de otra. Sea esto dicho para evitar que se rele­guen las técnicas o recursos operativos a gra­dos menores cuando éstas se sitúan junto a los contenidos a los que acompañan y de los que son medios o herramientas. No es posible, pues, como se ha tratado de hacer, separarlas y que­darse sólo con aquéllas. De esa forma no sólo son extrapoladas las ideas sino también desac­tivadas las mismas técnicas.

Esta lectura de Masters y Johnson suele resultar chocante tanto para sus seguidores lite­rales como para sus críticos más acerados. Los primeros porque han hecho de ellos el no man’s land del neo-locus genitalis y de su pragmá­tica; y los segundos porque han visto en ellos una exagerada dependencia de la técnica y un defecto de humanismo, léase una mecaniza­ción del sexo -ese sexo- frente al romanticis­mo del amor -ese amor-. Pero hay un punto que lo explica aún mejor: el desconcierto de quien al entrar en la Sexología lo hace desde un ciclo histórico corto desconectado del lar­go; o desde un segmento y no desde la disci­plina como línea general.

De muy diversas formas, Masters y Johnson han insistido hasta la saciedad en que lo que han planteado con sus estudios fueron las bases, formatos, procedimientos y estrategias para el conocimiento y, en su caso, el tratamiento de las dificultades -la sexual inadecuacy- de los encuentros propios de los sexos. Esto quedó más claro en su segunda obra La incompatibi­lidad sexual humana, aparecida en 19703.

Aunque metidos ya en el espejismo de que el mensaje es el medio, ésta fuera entendida desde el deslumbramiento de la técnica sexual y, por lo tanto, confundida con ella misma. En la sombra quedó lo que constituye el cen­tro de la aportación. ¿Cuál es ésta?. El hecho de que todos los pasos del proceso de trata­miento de esas dificultades se desarrollan cen­trados en la relación. O más exactamente en las interacciones del encuentro. Y ésa es, por otra parte, la clave de la eficacia de sus resul­tados.

 

La unidad del encuentro frente a la medida del orgasmo

Todos saben ya que la Sex therapy de Masters y Johnson se lleva a cabo siempre en formato de pareja. Pronunciar este término impregnado para muchos de tanta ideología tiene sus riesgos. Pero es preciso mantenerlo. No faltan incluso quienes la han confundido con un voluntarioso consejismo tópico al uso, sin más transcendencia, al estilo del “sed bue­nos chicos y colaborad en el laboratorio para que el problema se arregle”. Al margen de estas anécdotas explicables, y yendo de nuevo al paradigma de los sexos, el eje de todo el planteamiento consiste en que así como las difi­cultades se generan en el encuentro -real o imaginario-, su resolución o replanteamiento tiene lugar, o puede tenerlo, interviniendo en ese mismo encuentro: dotándolo de otras reglas de juego, de otras referencias. Estas afirma­ciones pueden hacer pensar en otros autores.

Habrá más coincidencias y podemos alegrar­nos de ello.

Es importante, pues, insistir en este con­cepto de las interacciones producidas en todo encuentro puesto que el mismo tratamiento no tiene por objeto directamente la técnicamente llamada desde otro modelo de trabajo disfun­ción sexual de uno u otro de los sujetos; ni siquiera son tratados uno u otro acompañado por su pareja o ayudado por ella. Los sujetos no son trabajadores de la función o reparado­res de la disfunción. Es necesario leer dete­nidamente a Masters y Johnson para darse cuenta de cómo se han hecho caricaturas que no corresponden con su planteamiento. Y, sobre todo, es importante su verificación empírica en la praxis clínica diaria. “El paciente de la Sex therapy es la relación”, esa entidad nueva, incluso distinta de sus componentes, que ambos han construido y por la cual se rigen. Esta es la letra pequeña de Masters y Johnson: que el objeto clínico es la relación. En defini­tiva, su relación sexual, concepto que es pre­ciso distinguir del otro más extendido como descarga genital o función orgásmica, de sabor más reichiano, si bien esta connotación ha sido necesaria para el análisis.

También es importante tener en cuenta que en las investigaciones de Masters y Johnson, como en otras, una cosa es el experimento que ellos han realizado y otra su aplicación y gene­ralización. Sin duda muchos han hecho de la aplicación una imitación del experimento. Por otra parte, ellos mismos no se han cansado de advertir que su trabajo “era un comienzo”, “que son necesarios muchos trabajos más para verificar y consolidar estas conclusiones”, etc. En definitiva, lo que ha sucedido es que se ha mirado más al dedo índice de los autores que a donde éstos han apuntado.

Con ello el marco del nuevo o neo-locus genitalis, sobre el que tanto se ha insistido durante las últimas décadas -y del que Masters y Johnson parecen haber sido tomados como estandartes-, pasa a ser un elemento más y en un plano secundario. Digamos que pasa a ser un medio, un instrumento, una estrategia, una herramienta, como es el caso de la puesta en práctica de las progresivas concentraciones sensitivas (non genital sensate focus) y de otros recursos. Pero de lo que se trata es de saber qué se hace y qué se trabaja con esas herramientas, con esas técnicas. A partir de esa clarificación, el proceso terapéutico entero toma otro cariz y las aportaciones del laboratorio, es decir las técnicas y estrategias, se entienden y aplican de otra forma y conducen a otro fin.

 

Precisiones teóricas

Estamos, una vez más, en la centralidad de los conceptos. Si de la casuística clínica pasa­mos a una formulación de mayor alcance, es decir, generalizable y fuera del campo clínico o del experimento, ésta puede expresarse así: frente al criterio de la unidad de medida que fue el orgasmo como descarga, se plantea la unidad de referencia que es la pareja como encuentro. Con ello estamos de lleno en la noción de amantes. O sea, en la amatoria. Se ha criticado a Masters y Johnson por no con­tar con el amor y trabajar sólo el sexo. Sin pre­tenderlo, esta crítica ha apuntado a las nocio­nes centrales que no son ni el amor ni el sexo del modelo antiguo sino el ars amandi de los sexos en el paradigma moderno.

Por otra parte, si separamos la parafernalia comercial organizada sobre ellos, es preciso reconocer que Masters y Johnson no han sido mesiánicos ni han ofrecido rupturas teóricas especialmente notorias. Lo que sí han hecho es contribuir al desarrollo empírico y verificable de la larga línea iniciada por el nuevo para­digma. Han planteado en sus investigaciones la hipótesis de que la disfunción orgásmica es relacional y que, por tanto, sólo puede ser entendida en el marco de los sexos y ésa es la que confirmaron siguiendo tanto la termino­logía como el modelo teórico del que partie­ron: el del Estímulo-Respuesta, que es el que tenían a mano como soporte técnico de sus experimentos. Aclarado esto, es igualmente importante dejar también muy claro que toda disfunción orgásmica es el resultado de una u otra dificultad llevada a la relación sexual, pero más comúnmente complicada y aumentada en ella.

Según esto, es lógico concluir dos planos de conceptos: uno, el de su terminología de par­tida; y otro, el que empieza a partir del final del experimento, especialmente en su aplica­ción. La praxis clínica a partir de ahí, es decir, el plano posterior a sus trabajos primeros, da prioridad a las dificultades del encuentro sobre las disfunciones. Ello obliga, como en Gestalt, a distinguir el fondo de la forma. El fondo es el encuentro; la forma, las disfunciones. Puede, pues, trabajarse desde éstas, pero es preciso tener en cuenta aquél. Con la intervención en una serie de circunstancias -dicho de otro modo: con la alteración de unas sinergias e inte­racciones y la inducción de otras- se facilita un nuevo campo de juego para que los aman­tes produzcan encuentros fluidos y, por ese mis­mo efecto, desaparezcan los disfuncionales.

Estas formulaciones no son las que Masters y Johnson han hecho en sus primeras investi­gaciones, en sus Escritos mayores. Pero sí son las que reiteradamente han advertido con pos­terioridad, especialmente a la vista del desvío producido por el mal entendimiento de las téc­nicas mismas de la intervención o por el exce­sivo protagonismo de ellas sobre sus fines. Están en sus Escritos menores, entendiendo por tales la serie de textos aparecidos, gene­ralmente en formato de diálogo o coloquio, si bien ratificado expresamente por ellos como autores.

Convendría precisar que estos escritos fue­ron cuidadosamente planificados y realizados y que, por ello, es necesario darles, al menos, la importancia que ellos les asignaron para explicar sus hallazgos en términos inteligibles. Es el caso de El vínculo del placer que apare­ció con sus propios nombres; pero también de otros que figuran en revistas de divulgación y en obras colectivas dedicadas a sus Escritos mayores y que llevan su sello bajo la forma de prólogos o prefacios. La tan comentada y reconocida “prosa abstrusa" de sus informes técnicos -por otra parte, como es sabido, inten­cionada- tuvo esta segunda parte con la que es preciso contar al mismo nivel de interés que la primera. Masters y Johnson lo han reitera­do sin cansarse4. Aparte de esta serie no con­viene olvidar otra que, sin ser tan divulgativa, se dirigía al público universitario general y en la que figuran ellos como autores bajo la coor­dinación de Robert Kolodny5.

 

El enfoque relacional

Un punto más a propósito de las implica­ciones técnicas de la relación es el problema de la clasificación etiopatogénica acostumbra­da, centrada en torno a las causas de los pro­blemas o dificultades denominadas sexuales. Antes de Masters y Johnson se estaba acos­tumbrado a distinguir entre dos parámetros en el diagnóstico: uno de orden orgánico o bioló­gico y otro de orden psiquiátrico o psicopa- tológico. Tras la priorización del planteamiento relacional de Masters y Johnson, esas causas fueron automáticamente cuestionadas y replan­teadas. Se ha dado poco interés a este punto enormemente importante dentro de sus inno­vaciones. Y es que tanto el factor de la pato­logía orgánica como el de la psicopatología, que ocupaban un destacado lugar en la línea clínica anterior, se convierten en secundarios.

Y  pasa a ser prioritario el factor relacional. O sea, el de la interacción entre los sexos. Estamos en Sexología.

Desde él, lo nombrado antes como estric­tamente orgánico o estrictamente psíquico necesita una reconsideración. Literalmente: “Sociocultural deprivation and ignorance of sexual phisiology, rather than psychiatric or medical illness, constitute the etiologic back- ground for most sexual dysfunction”6. Sin duda es una de las conclusiones de Masters y Johnson que también han pasado desapercibi­das. Nótese, por ejemplo, que en la relación de los sexos no se trata ya del encuentro entre lo orgánico y lo psíquico del sexo, como todavía se discute en ocasiones, sino entre uno y otro sexo. Así, pues, sin menoscabo de que en ambos se den muchas variables dignas de con­sideración, las de la relación y el encuentro for­man el eje central. En clínica se dirá: el obje­to clínico es la relación. O también: la relación es el hilo conductor de la narrativa. Y resulta claro que el criterio de los sexos ha dado un cambio al objeto clínico, lo mismo que al esce­nario en el que se desarrollan los problemas. Las consecuencias no son banales ni anecdó­ticas. Son centrales. Todavía muchos debates siguen girando en torno a “causas orgánicas” y “causas psicógenas” de los problemas sexua­les. Si tenemos en cuenta a Masters y Johnson, estas causas han pasado a ser un instrumental inservible o, al menos, revisable7.

En el prefacio a la segunda edición de la Teoría de la comunicación humana de Watzlavick, Beauvin y Jackson, escribe C.E. Sluzki, director del equipo de Palo Alto: “Cuando en el estudio de la comunicación humana se desplaza el énfasis de las intencio­nes a los efectos se opera una alteración cuali­tativa que afecta a la visión del mundo de sus protagonistas (...). Y cuando se desplaza ese énfasis desde los procesos intrapsíquicos a los interaccionales se abre un nuevo campo de comprensión de lo que sucede: la psicología y la psicopatología tradicionales difícilmen­te sirven para describir y explicar los comple­jos procesos inter-personales”8. Es una coin­cidencia no casual ocurrida en las mismas fechas de la aparición de los estudios de Masters y Johnson.

 

Encuentro, relación y “ars amandi“

No es extraño que estas matizaciones resulten difíciles de captar por la divulgación masiva o la lectura apresurada. Digámoslo de nuevo: por los grandes titulares. Y, en esa simplificación, no es extraño que se vuelva a tópicos acostumbrados sin haber calado en estas innovaciones. Por otra parte, se suele estar acostumbrado, incluso sen­sibilizado, a expresiones tales como “es cosa de dos” o “son problemas de comunicación”, etc., sin duda procedentes de un extendido volunta­rismo y de determinadas concepciones morales en vigor. La innovación de Masters y Johnson, oculta tras una inmensa cantidad de datos, técni­cas y detalles -en la letra pequeña- ha indicado la prioridad de esta otra dirección.

No es otro el sentido de todo su sistema orga­nizado y los distintos pasos del proceso terapéu­tico formado por la secuencia de acciones, tales como las entrevistas conjuntas y por separado a los dos miembros de la pareja, las puestas en común, la mesa redonda, los intercambios o explicaciones mutuas, la prohibición del coito como medida cautelar y su posterior adminis­tración dosificada, las técnicas y estrategias, la táctica y habilidad en la prescripción tutoriza- da del “sensate focus", las interacciones duran­te éste, el “pleasuring and being pleasured", las reestructuraciones emotivas y cognitivas, el insight sobre las trampas, errores y falacias, etc., etc. Por eso convendría distinguir en ellos lo que ha sido tan seguido, como son las técnicas sexuales, de sus descubrimientos, que no han sido ni tan entendidos, ni obviamente tan segui­dos en la divulgación general. Se trata, en tér­minos conceptuales, de una minuciosa mate­rialización experimental y, en vivo, del nuevo ars amandi en la Época Moderna.

Visto en clave de ciclo histórico largo, se podría afirmar que la innovación más impor­tante de Masters y Johnson consistió en cons­truir un dispositivo experimental en el que pro­bar y evaluar un fenómeno que la educación y la cultura de los sexos tenía aún por asumir: una prueba empírica de que ese entendimiento nue­vo entre los sexos era factible. Acostumbrados a un lenguaje clínico, dieron a este dispositivo un formato terapéutico: el de las disfunciones, lenguaje que ha contribuido a la distracción del fondo de su mensaje.

También es necesario reconocer que no todos los casos tratados fueron exitosos, por una serie de factores en los que no es éste el momento para detenerse. Pero en un gran por­centaje, el suficiente para pasar la prueba, ésta dio positiva y concluyente. Esta sería, en tér­minos de resumen, la principal aportación de Masters y Johnson en el marco del Hecho de los sexos. Si es preciso hablar en términos científicos y, si científicamente algo demos­traron, fue precisamente eso: que los sexos se entienden o explican en la relación y el encuen­tro.

Si Bruckner y Finkielkraut, los autores de El nuevo desorden amoroso, así como Szaats con su Sex by Prescription y tantos otros que orquestaron las campañas contra la “grotesca orgasmoterapia de los sexólogos", hubieran leí­do la obra completa de Masters y Johnson, se habrían podido ahorrar sus caricaturas. Aunque también es preciso reconocer su parte de razón puesto que, como analistas de una situación generalizada, ellos leyeron así el fenómeno del cual fueron testigos. Y ese fenómeno se dio. A cada cual lo suyo.

 

2.                Ovidio en el laboratorio. Algunas observaciones más a propósito de la Sex therapy y la noción de amantes

En anteriores amatorias se ha insistido en aspectos tales como la seducción, el cortejo, el galanteo y la conquista. En el nuevo ars aman- di las más importantes innovaciones han recaí­do, cada vez más, sobre el encuentro y la vida en común de los amantes. Una serie de indi­cadores dan cuenta de este cambio que pro­gresivamente se ha ido haciendo cotidiano. Hombres y mujeres muestran cada vez más su deseo de vivir unas relaciones recíprocas y buscan las formas de hacer de esa idea una rea­lidad. Eso ha traído consigo un incremento de la demanda terapéutica en casos de insatisfac­ción y asimismo una profundización en los for­matos y contenidos de la Sex therapy.

Ovidio, al que seguimos refiriéndonos como al clásico por antonomasia de la amatoria de Occidente, relata uno de sus encuentros en el que, tras la seducción y conquista, no pudo “com­pletarlo" por culpa de “su fallo"9. Sus descrip­ciones son tan claras y explícitas, tan detalladas y exactas, que parecen tomadas de un manual de casuística actual, y es preciso hacer un esfuerzo para ver que se trata de hechos sucedidos hace dos mil años. Hoy, sin duda, añadiríamos una serie de conceptos nuevos. Aunque en el recuen­to que nos ocupa, diríamos que se trata de un epi­sodio común de deficiencia erectiva y por lo tan­to de escasa o nula transcendencia.

Pero lo más interesante es constatar lo que él hizo y lo que hizo su amante en tal situación. En ese punto central puede cifrarse el gran cambio de un mundo antiguo en uno nuevo. Y esto nue­vo no es precisamente el recurso a lo que él plan­tea en sus Remedia, que hoy se traduce todavía, modo antiquo, en la búsqueda de substancias vigorizantes de la potencia -fueron unas, hoy son otras, y bienvenidas sean todas como recur­sos coadyuvantes-, sino en la inclusión del otro en el tratamiento ya que no lo fuera en el encuen­tro. Si Ovidio reescribiera hoy su Ars amandi éste pasaría por los datos y conclusiones de la Sex therapy. Y la mayor innovación no consis­tiría precisamente en las técnicas sexuales ni en los trucos o recursos, sino, para empezar, en el hecho de la participación de ambos, es decir, los dos, tanto en la seducción y el galanteo como, y sobre todo, en el encuentro. Los códigos anti­guos de la actividad atribuida a un sexo y la pasi­vidad al otro -en definitiva, de la presencia de uno y de la ausencia del otro- han sido profun­damente replanteados por la copernicana impli­cación del Hecho de los sexos.

Esta idea no es otra que la iniciada en el gran debate de la Cuestión sexual y del Paradigma de los sexos, llevada ahora a la experimenta­ción cotidiana lo mismo que a la empiria con­trolada del laboratorio -conviene no olvidar­lo-, es la idea matriz del nuevo paradigma de los sexos. Entenderla y desarrollar sus conse­cuencias y aplicaciones en los más dispares aspectos resulta sin duda preñado de sorpre­sas. No es extraño que doscientos años después de su gran aparición estemos todavía en los comienzos. De hecho, es significativo que la Sex therapy sea un fenómeno sólo producido a partir de la segunda mitad del siglo XX y no de antes, que es precisamente cuando se ha generalizado y consolidado el concepto de pare­ja iniciado exactamente hace un siglo. Muchos formatos terapéuticos, centrados en los indivi­duos, son de antes. Este, centrado en la rela­ción, si bien inspirado en aportaciones ante­riores, es nuevo. O, mejor dicho, el nuevo.

 

El estudio centrado en la relación

Para ser más exactos sería necesario preci­sar que este interés por la terapia centrada en el encuentro de los sexos no fue exclusivo de Masters y Johnson. Unos años antes, en la déca­da de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, trabajaban distintos equipos con esta mis­ma hipótesis, si bien no iban directamente a las hoy llamadas disfunciones sexuales sino a varios otros problemas, incluidos ésos, y nom­brados todos como problemas de la pareja. Por ejemplo, en 1955 apareció el primer infor­me del grupo de Tavistock, en Londres, en el que se señalaba expresamente el trabajo reali­zado con 1250 parejas partiendo de la base de que “la unidad de tratamiento no son los indi­viduos sino la relación”10. Desde la década de los años cincuenta y sesenta otros trabajos, como los de la Teoría de la Comunicación y de los Sistemas -recuérdese a Bateson, Watzlavick y el grupo de Palo Alto-, han ter­minado por enfocarse en esa dirección hoy ya más desarrollada y extendida como terapia sistémica de pareja11.

Con ello no tratamos de quitar mérito a Masters y Johnson sino de constatar que, de una forma notoriamente explícita, y de otras implícitas, la idea estaba ya en circulación en esos años. Lo que Masters y Johnson aportan, como novedad, es entrar a fondo y sin restric­ciones en ese núcleo merodeado, evitado y fan­taseado, más que estudiado y observado. La pregunta clave es por el conocimiento de qué sucede y qué puede hacerse para que, en caso de dificultad, suceda de otro modo. Su trabajo no fue excluir la línea general del encuentro sino incluir ésta en el marco de los sexos.

A partir de ahí el mérito, pues, de Masters y Johnson ha consistido en la verificación y posterior sistematización del sitio central de la realidad sexual en un formato terapéutico; de los problemas que plantea y de cómo pueden ser tratados estos problemas de forma expresa y prioritaria, incluso de forma intensiva den­tro del conocido estilo de terapia breve, por oposición a otras más duraderas y largas.

Las reformulaciones o adaptaciones poste­riores del formato de Masters y Johnson dan cuenta de esta minuciosidad compleja. Por ejemplo, la de Helen S. Kaplan con su aplica­ción de los datos de investigación básica de los sexólogos a la clínica diaria fue de las más segui- das12. Otra más nueva o reciente es el formato que profundiza en los procedimientos de la Sex therapy y los de la Terapia sistémica de mane­ra explícita y conjunta13. La unión entre la Sex therapy de Masters y Johnson y el Counselling rogeriano es seguramente una de las más tardía­mente elaboradas y aún a la espera de explici- tación teórica, si bien su práctica es hoy un hecho extendido y conocido como Sex counse- lling y del que nos ocuparemos más adelante. En todo caso la suma y colaboración de estos nuevos productos ha terminado por ofrecer un resultado claramente enriquecedor para la idea que aquí nos guía que, si bien suele ser eclipsa­da por un interés pragmático centrado en los pro­blemas y sus soluciones casuísticas, conviene no olvidar el teórico y explicativo que lo apo­ya, incluso que lo posibilita.

 

Entre la disfunción y el “insight”

Si profundizamos un poco más en el inte­rior de la Sex therapy, y sobre todo en sus for­mulaciones desde los aludidos Escritos meno­res de Masters y Johnson, algunas estrategias y técnicas tales como la prohibición del coito o indicaciones dentro de ese marco, como es el caso de la práctica tutorizada del sensate focus, constituyen recursos que han podido ser aplicados como medios o herramientas para producir directamente un efecto individual sobre las dificultades mismas que se trataba de eliminar, léase sobre las conductas; pero que, administrados con esas y otras habilidades, inducen o pueden inducir a los sujetos a dar­se cuenta -insight- de forma palpable y ope­rativa de cómo se desarrollan sus encuentros y cómo pueden, de hecho, alterarse al seguir otra lógica y otras reglas de juego: concretamente la lógica del Hecho de los sexos. Es decir, con­ducen a los mismos sujetos al descubrimiento de esos códigos nuevos de encuentro y esto tan­to en el orden emotivo, cognitivo y conductual, como en otro menos considerado como es el marco de las vivencias, o sea, el existencial. Algunas obras del género de recuento, diarios o memorias, escritas por pacientes que siguie­ron tratamientos con Masters y Johnson, dan cuenta de este otro lado, de esta otra versión, es decir, tal como fue vivida por éstos14.

Esta distinción de la diana misma de las téc­nicas es importante porque se trata de algo que los propios sujetos, ayudados, pueden descu­brir, y no de algo que el terapeuta les aplica o prescribe como remedio sin que ellos sepan de qué se trata. Son ellos los amantes. El terapeuta es sólo una ayuda, un recurso, o más bien un coordinador de recursos. Pero son ellos los pro­tagonistas. Se trata de que ellos sean ellos mis­mos y de que la relación sea su relación. Las dos estrategias en debate -una directamente centrada en la producción de cambios conduc- tuales y otra directamente centrada en la pro­ducción de insight- son, pues, posibles y com­binables. Pero convendría destacar las dos para poder comprobar cada una de forma diferen­ciada. La mayor divulgación de la primera, cen­trada en las conductas, ha podido restar interés a la otra centrada en los sujetos. Curiosamente ésta incluye aquélla, si bien no a la inversa. Por ello podemos afirmar que ésta ha resultado más elaborada y completa. Es ésta la más clara­mente dibujada en los Escritos menores fren­te a la otra extraída de los Escritos mayores posiblemente por las lecturas conductuales que han sido las más frecuentes.

Otro doble juego de posibilidades debati­do a lo largo de sus tres décadas de historia ha sido la opción entre el trabajo centrado en los individuos que componen la relación o en la relación misma. Si en un comienzo la hipó­tesis básica y de partida se orientó hacia los individuos, con la consideración siempre del otro miembro de la pareja -de ahí la idea de pareja copartícipe o coterapéutica-, pronto se dio el salto al planteamiento de que, fuera quien fuera el máximo exponente de la disfunción o conflicto, la clave de trabajo residía en la pro­pia relación, pasando los mismos individuos, por extraño que pudiera parecer, a un plano secundario.

Disfunción e insight; individuo y relación han sido motivos de debate y discusión pero sobre todo de elección en la metodología de los tratamientos. Más que de oponer, se trata de claves a priorizar y combinar.

Terapia sexual, o sea, de los sexos

Con estas consideraciones el balance de la Sex therapy, a varias décadas del comienzo de su historia, ha dado ya un doble resultado: falazmente entendida y divulgada como tera­pia del sexo -desde el sexo- en la más antigua línea del locus genitalis, ha podido generar por sí misma la imagen de una vuelta al modelo pre-moderno del amor y el sexo, es decir un retroceso; entendida, sin embargo, como tera­pia de los sexos ha aportado su forma más explícita de tratamiento según la línea del replanteamiento moderno. Lo sucedido con el proceso de la Sex therapy, visto de forma evo­lutiva e histórica, consiste en haber posibilita­do de forma operativa y práctica, empírica, el paso del locus genitalis, o neo-locus, por el que se empezó el trabajo, al Hecho de los sexos, en cuyo marco ha terminado.

Todavía sigue extendida la falsa idea, muy divulgada en los comienzos, de que terapia sexual es tratamiento de los problemas sexua­les, entendiendo por tal la intervención cen­trada en el uso de los genitalia. De ahí la cari­catura de que la función de los sexólogos es aconsejar posturas y trucos, ejercicios y tareas, técnicas sexuales, en definitiva. También sigue muy extendida la caricatura de que esos pro­blemas sexuales son separables de otros pro­blemas o conflictos de pareja y convivencia.

Y  así se usa con frecuencia el tópico de que la terapia sexual es sólo terapia de disfunciones, entendiendo éstas en el más rancio sabor del locus genitalis. Todavía abunda la idea de que terapia sexual es una intervención en el sexo; del mismo modo que educación sexual sigue siendo para muchos educación del sexo y no de los sexos.

Si releemos El vínculo del placer de Masters y Johnson -recuérdese: uno de sus Escritos menores- podemos entender mejor sus planteamientos científicos y aplicados, expuestos con la claridad que requiere la sali­da del laboratorio y la entrada en el mundo coti­diano. En efecto, esta obra, elaborada inme­diatamente después de La incompatibilidad sexual humana, es un informe sobre sus encuentros con grupos de parejas sin especia­les problemas sexuales, es decir, que no han acudido en demanda de ayuda especializada, y que exponen cómo viven sus relaciones, ante las que Masters y Johnson intercalan sus ideas adquiridas tanto en la investigación como en la práctica clínica.

El vínculo del placer ofrece la muestra de cinco mesas redondas -de las once que se cele­braron entre Mayo de 1969 y Junio de 1972-, que no fueron ni conferencias ni sesiones clí­nicas, sino diálogos que dan pie a exposicio­nes, en ocasiones desarrolladas en pequeños ensayos. El mismo estilo de la obra permite la reiteración y la insistencia, lo que favorece un mejor entendimiento bajo las diferentes situa­ciones. Master y Johnson son claros y explíci­tos en sus propuestas, si bien muy cautos en evitar generalizaciones. Pero no se privan una y otra vez de criticar la nueva mitología de las técnicas sexuales de las que ellos han sido blan­cos privilegiados, así como la nueva mitología de las metas, entre las cuales la principal es el logro o conquista del orgasmo.

Es decir, confundiendo lo que es ser aman­tes con una empresa tecnológica...

 

Los costes de una caricatura

El mayor riesgo, pues, de la Sex therapy des­de sus comienzos ha sido su propia caricatura, al ser entendida más como terapia del sexo que de los sexos. Este error, fundamentalmente de conceptos básicos, puede ser comparado con otro conocido y que fue la adopción por Freud del concepto de libido sexualis en lugar de la Erótica o Eros. Siguiendo con las analogías históricas, la influencia que tuvo Freud en el comienzo del siglo XX puede ser comparable a la que en la segunda mitad han tenido Masters y Johnson. El peso de Freud fue grande; se puede decir que el de Masters y Johnson ha sido enorme. Las reper­cusiones de los tratamientos psicoanalíticos des­bordaron el ámbito clínico para pasar al campo general de la cultura; con las de Masters y Johnson ha sucedido un hecho similar. Sus refe­rencias están ya por todas partes.

Por ello es importante profundizar con más detenimiento en sus aportaciones en lugar de conformarse con sus divulgaciones panegíri­cas o críticas en función de los tópicos. También sucedió con Kinsey: el fenómeno del escándalo de las cifras y los cuadros estadís­ticos impidió entender el núcleo de su trabajo.

Y  se repitió con la parafernalia reparadora de la tecnología de Masters y Johnson. Releer aho­ra, varias décadas después, la simplificadora propaganda, incluida la polémica, de la que fueron rodeados, explica muchas cosas.

Aunque hoy ya parezca obvio, no estaría de más resaltar que la priorización del encuen­tro sobre la técnica no avala el planteamiento de quienes han rechazado o criticado los datos de Masters y Johnson con argumentos mora­les. Esto ha solido expresarse en términos de que “lo importante no son los aspectos sexua­les sino la comunicación" o que “tratando la comunicación se arregla todo", etc. Ahí son de suma utilidad las estrategias y tácticas de Masters y Johnson, y no sólo las técnicas: posi­blemente en ellas se habla poco de comunica­ción, pero se la potencia desde la raíz.

Por otra parte, partir de los sexos no es excluir los genitalia sino hacerlos de los suje­tos. ¿Será necesario recordar que no es posi­ble un sujeto no sexuado?. Ése es el encuentro al que aquí nos referimos: el encuentro por antonomasia de los sujetos en el marco del Hecho de los sexos. Más que ser, pues, menor o mayor la importancia de los llamados “aspec­tos sexuales", se trata de su carácter central y no periférico.

 

Fuera de la clínica

Al principio de este apartado nos hemos tomado la licencia de afirmar que Ovidio iría hoy con su amante a la Sex therapy; o ella con él. Se trata de ambos sexos. A partir de este hecho podemos reformular todos los compo­nentes del ars amandi antiguo por un ars amandi nuevo.

Pero no se trata de llevar a Ovidio ni al laboratorio ni a la clínica sino de que la cultu­ra y la educación cuenten con estos hallazgos. Cuando los protagonistas de La pareja -el Sr. y la Sra. K. ya citados- tras meses de haber pasado por St. Louis, tratan de responder a sus amigos a las preguntas relativas a qué había pasado allí, hay una expresión que recuerdan, dicha por el Dr. Masters en repetidas ocasio­nes: “Ustedes no necesitan un terapeuta, sino un árbitro". Un árbitro que regule las relacio­nes pero sobre todo que conozca las reglas de juego a las que atenerse.

¿Cuáles son estas reglas? Tratando de resu­mir, se podría decir que no son las reglas del amor -y el sexo- sino las de una nueva ama­toria, un nuevo ars amandi entre los sexos. Se ha especulado mucho sobre aquél y se ha dedi­cado poco tiempo e interés a éstos como suje­tos sexuados con todas sus consecuencias.

 

3.El paso de la Sex therapy al Sex counselling15: las conclusiones

de dos experimentos

La experiencia terapéutica tiene lugar en el trabajo realizado en ámbitos reducidos, seme­jante a las muestras de laboratorio que, en este caso se desarrollan en un marco propio para sujetos con dificultades específicas. ¿Se pue­de hablar de ese insight o de uno similar fuera o más allá de ese marco terapéutico? Dicho en otros términos: si tomamos esos datos como un experimento limitado, la pregunta que sigue, por lógica, es la siguiente: ¿puede, a partir de éste, generalizarse en un marco más amplio? Si esto es posible estaremos en condiciones de contar con recursos capaces para extender un uso más operativo del conocimiento y, sobre todo, de su aplicación a las relaciones de los sexos.

Nuestra respuesta es afirmativa. Y la vía es el insight educativo, muy cercano a lo que des­de otros ámbitos es denominado aprendizaje significativo. Ésa fue, por un lado, una de las grandes aportaciones de Carl Rogers, concre­tamente el Rogers de los años cuarenta, el pri­mer Rogers, al plantear el concepto y la prác­tica del Counselling como alternativa previa a la de Therapy; y, más aún, el de Education, en este orden, como la alternativa previa a ambos16. Ése fue, paralelamente, el proyecto de Masters y Johnson en los años setenta con los mismos tres niveles: Sex therapy, Sex coun­selling y Sex education.

En los dos casos se trata de dos experi­mentos que comenzaron en la clínica pero que, en lugar de quedarse en ella, fueron abiertos a la sociedad y la cultura. Se trata, en definitiva, de dos grandes proyectos cuyos resultados nos interesan aquí como gestión de recursos para una nueva cultura de los sexos y su también nuevo ars amandi.

 

Breve rodeo previo

Sabemos que una gran parte del trabajo clí­nico-terapéutico puede denominarse educati­vo. Y suele justificarse por alusión a las lagu­nas o carencias de los individuos en sus biografías. Las referencias a estas carencias, o dicho en positivo, a una necesaria educación sexual, son una constante alusión en todos los estudios sobre terapia sexual. Algunos han ido aún más allá: toda intervención terapéutica es una prueba de fracasos educativos y su obje­tivo no es sino una educación especializada, una re-educación que supla dichas carencias. Los que más lejos se han atrevido a llevar esta afirmación han sido, sin duda, Masters y Johnson, los padres de la Sex therapy, por un lado, y, por otro, los incansables hasta la ter­quedad, en la insistencia sobre la necesidad de una Educación Sexual desarrollada de una for­ma seria, organizada y sistemática. Es obvio que no se trata de llamar educación sexual a cualquier cosa improvisada; pero de ello nos ocuparemos más adelante.

Lo nuevo de este proyecto como fórmula no es que esta oferta sea, en parte, asistencial, tal como ha solido ser contemplada y que, de hecho, lo es; sino que, en sus diversos for­matos o aplicaciones, es planteada como capaz de generar en los sujetos un insight que les capacite para ser más ellos mismos y vivir más libre y autónomamente sus vidas, tal y como corresponde a sujetos sin dependencia de tute­las exteriores sean éstas del orden que sean. Fundamentalmente se trata del conocimiento. Por eso este proyecto ha podido, de entrada, ser considerado idealista y utópico. Es preci­so ser conscientes de ello. Pero vamos a plan­tearlo en términos minimalistas y no de máxi­mos. Si hemos elegido esos dos hitos que son Carl Rogers y Masters y Johnson es, entre otras razones, porque ya nos resultan familiares en lo que venimos planteando. El primero a propó­sito del insight y los segundos en lo que ya fue expuesto con relación a la Sex therapy. Otra razón: su inmensa repercusión obtenida entre los profesionales, por supuesto, pero también en la sociedad.

 

Los dos debates paralelos

Las innovaciones de Rogers fueron objeto de grandes debates en la década de los años cuarenta y cincuenta; las de Masters y Johnson lo fueron en la de los sesenta y setenta; las de aquél giraron en torno al sujeto y sus conflic­tos; las de éstos en torno a los sujetos sexua­dos y sus encuentros. Sus coincidencias en los puntos que nos interesan han sido raramente expuestas. Por ejemplo, en cuanto a uno de los principios conceptuales básicos de ambos que es la afirmación central de las capacidades que, de entrada, tienen estos sujetos.

En lo que se refiere a Carl Rogers un cier­to equívoco ha llegado a nombrar este princi­pio con el malogrado apelativo de natural, lle­vando así a sus correspondientes equívocos relativos a “lo natural” y “lo cultural”, o “por naturaleza” y “por cultura”. Convendría revi­sar esas interpretaciones a la luz de la obra com­pleta y sus desarrollos. Tal es la importancia de ese principio y de las consecuencias de sus planteamientos. El principio enunciado por Rogers relativo al valor o capacidad de los suje­tos tiene muy poco que ver con ese esquema dualista y mucho -él ha insistido sin cesar- con una concepción moderna de los sujetos como libres, autónomos y democráticos. Los tres apelativos son suyos. John Dewey estaba al fondo: “El pensamiento -escribía éste- no es sólo algo hecho para los sujetos sino que ellos mismos hacen"17.

Conviene no olvidar que la elaboración de la aportación del primer Rogers tuvo lugar en plena ascensión de los históricos fascismos y la publicación de la obra a que nos referimos, en medio de la II Guerra Mundial, de cuyo mar­co nadie se vio ajeno. También podría ser útil recordar, sobre todo en el ámbito norteameri­cano, el subsuelo puritano que generó la idea calvinista de sujeto y, por ello, la búsqueda de una salida moderna18.

Si en el caso de Masters y Johnson esto no ha resultado tan transparente en el orden de las ideas, la causa es el hecho de haber impregnado o cubierto su investigación de argot técnico inten­cionado hasta la exageración, hecho que ellos mismos han explicado por razones circunstan­ciales, como fue la prevención contra los pre­juicios científicos e institucionales con vistas a evitar cualquier concesión que pudiera dar pie a la banalización de la temática. Hacía falta cubrir­se y curarse en salud dentro de un marco exa­geradamente científico hasta el exceso del for­mulismo y, desde luego, bajo la protección y el sello frío y duro del laboratorio y su imagen de rigor. Las mismas traducciones a las distintas lenguas llevan encima ese estigma de la ambigüe­dad y confusión. No faltan quienes han llegado a afirmar que sus obras son filológica y estilís­ticamente bárbaras19.

Conociendo las circunstancias históricas y geográficas, y sobre todo ideológicas y morales, es preciso tener en cuenta tales prevenciones. Pero, por debajo de esta parafernalia, sus cons­tantes observaciones relativas a las posibilida­des de entendimiento de los sujetos como tales sujetos, y no como objetos, no dejan lugar a duda sobre el mismo principio básico enunciado a propósito de Rogers. Es lo que se puede encon­trar en los ya aludidos Escritos menores.

 

El paso de la “Therapy” al “Counselling”:

o de la nomenclatura del paciente a la de cliente

Entrando más directamente en sus respec­tivos modelos terapéuticos, por lo que se refie­re a Rogers, éste escribe: “La nueva terapia -que, en realidad ya no llama therapy sino expresamente Counselling (es muy importan­te este dato)- no se centra en los problemas sino en los individuos". “Su meta -continúa- no es resolver un problema particular sino ayu­dar al individuo a crecer y desarrollarse de for­ma que sea capaz de afrontar de un modo más coherente tanto el problema presente como otros que puedan surgir"20. Se trata de enten- der(se) y explicar(se) -de hacerse inteligibles- a sí mismos con ese problema o con el que fue­ra. Se trata, pues, de lo que él denominará “cen­trarse en el sujeto" para que éste se concentre y busque en él21.

La base de este planteamiento -resumirá años más tarde, haciendo historia- era una idea: “Se trataba de la hipótesis, lentamente elabo­rada, y comprobada después, de que todo indi­viduo es poseedor de grandes recursos que le han de permitir comprenderse a sí mismo, cam­biar la idea que tiene de sí mismo, sus actitudes, y el comportamiento que se ha impuesto, y que tales recursos pueden ser actualizados si él toma conciencia de ello..."22. En otras palabras: es el mismo sujeto quien, con sus recursos, es capaz de afrontar esos y otros problemas. Lo que el terapeuta hace es facilitar y trabajar con el clien­te -que no ya paciente- la tarea de ese darse cuenta, ese caer en la cuenta, de ese insight. En definitiva, la función del terapeuta no es ya tanto modificar directamente su conducta, sino incitar y propiciar la producción de insight para que, dándose cuenta, pueda ver lo que es más conveniente para él23.

La alternativa de Rogers unía así, en térmi­nos modernos, la acción terapéutica con la acción educativa llevando a la fórmula media el Counselling, la idea clave -y, no se olvide, clásica- de que educar no es adoctrinar sino contribuir a que cada cual conozca sus propias posibilidades y capacidades. Recuérdese el prin­cipio de que en Sexología, más que de curar se trata de cultivar24. Tampoco en esto se trataba de descubrir el Mediterráneo pero sí de hacer ver de una forma ejecutiva que el Mediterráneo seguía ahí.

Por otra parte, bajo una sencillez que podría ser confundida con simpleza -ése ha sido tam­bién uno de sus riesgos- aportaba una desmistificación y, con ello, una relativización del carácter “críptico” y “apartado” de lo que sucedía en el interior de la clínica: es la pri­mera vez que aparece publicado el material completo de lo sucedido en las distintas sesio­nes de un caso, como aparece en la obra base de 1941 que nos sirve de referencia.

 

El paso de la “Sex therapy" al “Sex counselling"

“La Sex therapy -afirmarán por su parte Masters y Johnson de forma reiterativa, como vimos en un capítulo anterior- no se centra, de entrada, ni en los problemas ni en los indi­viduos, sino en la relación”. “El objeto de tra­bajo en la Sex therapy es la relación”. Los pasos más básicos, como también se anotó, son comu­nes para todas las parejas que solicitan ayuda, se trate del problema que se trate. Siguiendo el modelo teórico del aprendizaje, ellos han habla­do de una re-educación, de un re-aprendizaje. Y lo han hecho de forma insistente respecto a la necesidad de educación sexual como base y dentro de la cual la misma terapia sexual no es sino un capítulo, un tramo más25. El forma­to de tratamiento, como el de Rogers, es inten­so y breve: exactamente dos semanas según el diseño publicado en sus informes, si bien ha sido alterado según las adaptaciones a las dis­tintas circunstancias de uso.

Por otra parte, Masters y Johnson, como Rogers, expusieron su modelo, de forma inten­cionadamente ajena a encuadres tanto de pato­logía médica como de la psicopatología psi­quiátrica. “No quisimos que la Sex therapy fuera integrada en un cuadro de carácter psi­quiátrico... ni propusimos un especialista clá­sico porque veíamos que era preciso una figu­ra nueva con una función nueva”26. Por otra parte, cuando Masters y Johnson se clasifican a sí mismos en sus textos no se incluyen ni en la línea de la Terapia conductual ni en la Psicodinámica ni en la Humanista. Se sitúan con una línea propia: la suya.

Hoy vemos que tanto el Sex counselling como la Sex therapy han sido practicados por profesionales muy diversos y no necesaria­mente según la tradicional forma de entender la clínica ni los problemas. Ese mismo rasgo ha traído consigo una serie de debates, tanto de orden profesional y ético, como episte­mológico y técnico que muestran la persisten­te dificultad para digerir dichas innovaciones. El antiguo modelo del locus genitalis o neo- locus frente al marco del nuevo paradigma se repite en todos estos debates.

Como ya quedó indicado, un problema sexual no es fundamentalmente una psicopato- logía en el sentido antiguo de la Psychopathia sexualis o de ésta adaptada y prolongada. Es una dificultad común y general de los suje­tos. Y si esto es así, concluyen, habrá que abordarlo como es. Rogers había introducido la idea de counselling frente a la de therapy, desclinicalizando los planteamientos y los mis­mos formatos de tratamiento. Masters y Johnson plantearon la Sex therapy de cuya práctica surgió pronto, por el mismo efecto, el Sex counselling. Es importante advertir este paralelismo histórico o, si se prefiere, esta con­fluencia que, a pesar de diferencias patentes, une en unos ejes centrales proyectos aparen­temente distintos.

 

Técnicas y estrategias

La estrategia general del producto elabora­do por Masters y Johnson -y las distintas tác­ticas parciales de cada tramo- integran una serie de técnicas y recursos bajo distintas formula­ciones como prohibiciones y permisividades y que, bajo denominaciones intencionadamente solapadas de prescripciones o indicaciones, con­tribuyen por un lado, a distraer la ansiedad de ejecución y, por otro, a potenciar la exploración de innovaciones en el ámbito de los deseos. Así, la prohibición del coito, por ejemplo, permite la exploración de aspectos de la erótica; las permisividades o prescripciones de focaliza- ciones sensoriales progresivas propician la organización de los aprendizajes acumulados que, a su vez, incitan a otros siguientes de for­ma no-ansiosa, es decir, razonable. Más aún, viable.

La técnica de la permisividad, que había sido ideada y desarrollada por Carl Rogers tres décadas antes, propiciaba la aplicación de una serie de tácticas, tales como la del espejo, o la de reorganizaciones cognitivas, mediante la creación de situaciones paradójicas, etc. en un proceso que pretendía siempre llevar al sujeto a darse cuenta. Curiosamente -y tal vez sin la transcendencia que Rogers dio a ello- Masters y Johnson usan algunas técnicas similares como la misma del espejo, si bien añaden otras muy distintas27. Para reconocer estos planteamien­tos conviene insistir en la centralidad de las estrategias y no en los detalles periféricos de las técnicas.

Rogers tenía muy claro el objetivo de la producción de insight, y así lo nombra, mien­tras que Masters y Johnson, acentúan ese recur­so a través de lo que llaman información o conocimiento experiencial -mediante los jue­gos eróticos de la focalización sensorial, por ejemplo- y la prohibición de metas, que son las creadoras de ansiedad. Un ejemplo de meta es por ejemplo conseguir la erección en un caso de impotencia o alcanzar el orgasmo en un caso de anorgasmia. Al prohibir unas metas, automá­ticamente se prescriben (permiten) otras: expe­rimentar, vivenciar, notar, sensar, sentir, etc. Juntar ambas tácticas globales, como dos caras de la misma moneda, en el mismo formato de trabajo, constituye una estrategia que produce efectos paradójicos que no pueden sino pro­ducir insights. La experiencia lo confirma.

Estamos, pues, en una vía muy similar, se reconozca o no en ámbitos académicos, es decir, por razones de diferenciación de escue­las o corrientes de pensamiento. El desarrollo de este aspecto en los años sucesivos por par­te de la generalización de la práctica hace que hoy ya nadie se extrañe de ese paralelismo. Estos procesos diseñados por ambos formatos de tratamiento no son sino escenarios organi­zados y artificiales -de laboratorio- en los que se juegan los problemas y las formas de entenderse de los sujetos con ellos y con otros, así como con otras formas alternativas que sur­girán de esos experimentos.

La ayuda de los especialistas en ambos casos no consiste en aconsejar o decir qué se debe o no se debe hacer, -qué es bueno o qué no lo es- sino en propiciar y facilitar -pilo­tar- a los sujetos en sus propios descubri­mientos en los que se confía y para los que están dotados. Los especialistas colaboran mediante la organización de estrategias y la coordinación de las distintas técnicas, pero quienes se dan cuenta de lo que les sucede y, a partir de ahí, se reorganizan son los sujetos mismos. Y esto tanto en términos individua­les, en el caso de Rogers, como en términos de relación, en el de Masters y Johnson28. Una serie de técnicas específicas más, o de recur­sos, según las dificultades concretas de cada caso, serán añadidos tanto por Rogers como por Masters y Johnson. Pero conviene, insisti­mos, no perder de vista qué es central y qué es periférico.

 

Simplificaciones

No es ya necesario recordar que así como la aportación básica de Masters y Johnson fue reducida a sus técnicas y trucos, la de Rogers había sido también caricaturizada y su mensa­je central trastocado. Todos conocen las exa­geraciones que se hicieron por ejemplo a propó­sito de la noción rogeriana de no-directividad cuando, de hecho, ésta no constituía sino una herramienta o recurso, una estrategia distrac- tora de la ansiedad con vistas a crear un mar­co de empatía o confianza -nueva estrategia- para ir pronto al fondo de la cuestión, que era propiciar que los sujetos se dieran cuenta por sí mismos de ese particular eureka que es el insight como forma de conocimiento.

Al ser todo permitido y dejar entre parén­tesis un gran peso de normas coercitivas dis- tractoras, el sujeto se encuentra, o puede encon­trarse, en una situación de búsqueda más propia y personal, asumiendo su gestión y dirección en el sentido más pleno. Las técnicas, pues, son claras. Pero es evidente que necesitan ser apli­cadas con prudencia y destreza de forma que su aplicación no cree lo contrario de lo que se propone: perderse aún más. “Muchos abusos -escribe Gondra en su tesis doctoral sobre Rogers- fueron producidos por usar técnicas de Rogers sin la filosofía que las inspiraba. Muchos usos convirtieron al Counselling en una forma burda de manipulación”29.

 

 

 

 

No están lejos de estas deformaciones algu­nos hechos de fondo, por otra parte, fáciles de detectar. Por ejemplo Rogers, si bien forma­do en una fuerte exigencia de rigor científico y metodológico, no tuvo reparo en tomar pres­tadas una serie de aportaciones de la fenome­nología existencial y luego de la teoría de la Gestalt, nada aparentemente científicas sino humanistas; y es preciso afirmar, muy ajenas al conductismo como abanderado de la cienti- ficidad. Masters y Johnson, por su parte, aje­nos de entrada a los planteamientos de Rogers, partieron en la dirección de un cientificismo ya tópico, si bien salteando aquí y allá sus infor­mes de rotundas precauciones para no caer en la mayor simplificación que es objetivar a los sujetos. Estas confusiones o equívocos hacen difíciles la comprensión de los puntos de con­junción que planteamos, más por razones de ortodoxias académicas que de contenidos con­ceptuales y operativos; pero el carácter inter- disciplinar de la Sexología y el diálogo que propicia, proporciona estas agradables sor­presas.

 

Del “Sexcounselling" a la “Sex education"30

El resultado final de este proceso madura­do durante varias décadas ha sido que la tri­logía de profesionales de la Sex therapy-Sex counselling-Sex education, juntas en su conti­nuo o por separado en sus distintos segmentos, son un hecho en la práctica sexológica. En el caso de EE.UU. pasan de 50.000 los profe­sionales que integran las dos organizaciones más representativas31. El gráfico siguiente pue­de ofrecer este continuo que, por un lado, se ha originado desde la Sex therapy para concluir en la Sex education; y, por otro, al revés, des­de ésta a aquélla; pero en ambos casos pasan­do por el Sex counselling. (Véase figura 1).

Si hemos tomado la referencia de EE.UU. es sólo para acentuar la organización de pro­fesionales que más gráficamente ofrece la desabsolutización de la patología sexual anti­gua y la gama de espacios que permite tener en cuenta los nuevos planteamientos, si bien no conviene olvidar que esta trilogía de recur­sos corresponde al modelo implantado por la Organización Mundial de la Salud en 197 432. El proceso de ida o de elaboración parte de la Sex therapy, pasa por el Sex counselling, para concluir en la Sex education y reproduce la his­toria que ha sucedido desde el experimento a la generalización. El otro, el de vuelta, es el seguido hoy en el trabajo diario: empieza por la Sex education, lo que hace o puede hacer disminuir los problemas; si los hay, comunes y no graves, se dispone del Sex counselling; y, si los hay más graves, se puede recurrir a la Sex therapy. Y aquí termina el modelo exter­no como tal, para seguir en el punto más cen­tral y también la mayor innovación: el trabajo en los tres tramos del continuo centrado en el insight de los sujetos.

Con ello se ha cambiado tanto el sistema antiguo de la patología extendida de una mane­ra invasiva y general -recuérdese: el de la Psychopathia sexualis y sus secuelas aún en vigor-, como contribuido a fomentar la cada vez más activa participación de los sujetos en la resolución de sus propias dificultades, lo que, sobre todo, equivale a dar un paso muy impor­tante en la toma de conciencia de su propio pro­tagonismo. Los problemas no se producen por factores misteriosos o ignorados sino de for­ma inteligible. Y también de esa forma pueden arreglarse por ellos mismos, que sería el obje­tivo deseable, o con la ayuda, en su caso, de los especialistas.

Ambos experimentos en la resolución de los problemas partieron de un planteamiento clínico clásico, antiguo, para ser reformulado y conducido hasta sus últimas consecuencias. Se empezó por los problemas; de éstos se pasó a los individuos; y de éstos a su relación; y se terminó en el planteamiento de la importancia de su educación. Dicho de otra forma: la clí­nica ha mostrado ser un recurso reparador in extremis cuando falla la educación. De donde se desprende que lo más urgente es ésta.

 

4. Del Sex counselling a la Sex education.

La educación sexual desde el paradigma moderno de los sexos Los resultados de la Sex therapy y del Sex counselling han sido considerables y todo el mundo cuenta ya con ellos. Pero si una de sus conclusiones más claras y reiterativas es la necesidad de Educación sexual será también importante plantearse ésta, no ya en términos antiguos o como una voluntariosa componen­da preventiva de enfermedades o trastornos -aunque también-, sino como es, de hecho, desde el nuevo paradigma: como el recurso que más puede contribuir de modo directo a la consolidación y avance de una cultura de los sexos y, por lo tanto, de su nuevo ars amandi.

Si estas afirmaciones u otras parecidas sue­len resultar hoy obvias y hasta tópicas, lo que no resulta tan claro es ni la forma de articular ese recurso ni el qué de su pragmática. La edu­cación sexual es una expresión del siglo XIX que ha recorrido el XX recogiendo los distin­tos imaginarios que cada ciclo corto ha pues­to en ella. Por ello resulta interesante detener­se tanto en sus formas como en sus contenidos.

 

Planteamientos pre-modernos aún vigentes

En cuanto a las formas, el defecto ha sido no contar con el insight; y en cuanto a los con­tenidos, el haber estado más atentos a las anti­guas ideas reproductiva y hedónica que a la moderna tesis sexuante del nuevo paradigma. De ello se han derivado los correspondientes efectos y deformaciones. Siguiendo una, se ha solido dar información sobre los anticoncepti­vos para evitar embarazos no deseados. Y siguiendo la otra, se ha solido ofrecer infor­mación para disfrutar del placer33.

Estos puntos de partida en los que la edu­cación sexual se ha estancado han conducido a dos grandes defectos a cual más desafortu­nado: uno, centrado en la prevención de peli­gros y situaciones de riesgo y que, obviamen­te, más que de educación sexual se trata de campañas de emergencia socio-sanitaria como sucede, por ejemplo, ante cualquier amenaza bacteriana o vírica sobre la que es preciso infor­marse para prevenirse. Es claro que no es ésa la idea central que aporta la Educación sexual de la que aquí tratamos sino en todo caso un indicador del reconocimiento de su fracaso que trata de paliarse con acciones sustitutoria34.

El otro defecto podría ser visto como una aplicación del recurso inductor de permisivi­dad, no como estrategia de búsqueda -tal como ha sido planteada o se lleva a cabo den­tro de la Sex therapy o del Sex counselling- sino como esnobismo o permisividad moral. Recuérdese, de nuevo, la hipótesis represiva de Foucault. En tal caso, lo más que se ha logrado no ha sido sino continuar con la fala­cia de dar lo prohibido como permitido en el más paternalista estilo de moral anti-sujeto, o sea pre-moderno.

Se podría añadir un defecto más al que ya se ha aludido en diversas ocasiones. Y es que la generalización de los dos anteriores ha lle­gado a ser tan claramente reductora, tan de locus genitalis o de neo-locus, tan de carne cris­tiana redenominada sexo que, para salir de ella

o,         tal vez para quitarse la mala conciencia, un sector de opinión optó hace algunos años por corregir la fórmula y hablar de educación afec­tiva y sexual. Llamar a todo eso educación sexual es usar una fórmula con denominación de origen para ofrecer un producto que poco tiene que ver con ella, lo que en términos comu­nes suele llamarse una falsificación. O más aún: un fraude.

 

Por resumir

Para denominar esas prácticas o campañas podría perfectamente hablarse de información reproductiva o, si se prefiere, anticonceptiva, puesto que se parte del locus genitalis de la hipótesis reproductiva y se trata de reproduc­ción, si bien en una época ésta puede ser más estimulada, y en otra más bien evitada. En segundo lugar, en cuanto a la información sobre el placer, puesto que de tesis hedónica se par­te, es decir del neo-locus, podría hablarse de educación para el placer, también según unas rachas morales más prohibitivas u otras más permisivas en función de la moral social del momento. Por último, puesto que se ha añadi­do lo afectivo a lo sexual, podría usarse clara­mente una fórmula anterior, que ya existía, conocida como educación para el amor y el sexo en el sentido ya indicado. Seguir abusan­do del apelativo sexual para designar este mag­ma o revuelto a-conceptual equivale a situarse en términos históricos en el segundo tercio del siglo XIX y en la corriente más reaccionaria, no sólo al margen, sino en contra de la mayor inno­vación de la Época Moderna en este campo.

Por supuesto que no se trata de negar la necesidad de una información o divulgación sino de indicar que una cosa es la higiene bási­ca -incluyendo el recto uso de los genitales- y otra la Educación sexual organizada y sis­temática. Lo grave es que las caricaturas han logrado que una sustituya a la otra y con ello se ha desactivado la educación sexual. No es ya necesario recordar que esa operación, esa forma de desactivar el lenguaje y los concep­tos, se ha repetido en diversas fases históricas.

Lo que el paradigma sexual moderno plan­tea es que, más allá de la reproducción o del placer, o aparte de ellos -puesto que no son excluidos, sino reconsiderados-, la educa­ción sexual es una educación de los sexos. Y no del sexo, es decir del locus genitalis, sea cual sea la metamorfosis bajo la que éste se disfrace. Si es a partir de ahí como la reali­dad sexual ha entrado en los sujetos, será teniendo en cuenta este hecho como será plan- teable y posible una entrada en la vía del insight. Es decir, que los sujetos puedan cono­cer a fondo -tomar conciencia, darse cuenta, caer en la cuenta- de lo que significa para ellos tanto su condición sexuada como las con­secuencias que se derivan de ello35. Ahí, pues, podemos empezar a entendernos sobre lo que es una educación sexual que corresponde a su concepto y a su denominación de origen: se trata de una educación de los sexos con insight.

 

Algunos ejemplos

Tratando de exponer su desarrollo de forma muy resumida podemos usar el formato de un experimento con dos muestras: a una, formada por alumnos que recibe esa educación sexual antigua o de locus genitalis, vamos a llamarle Grupo A. Y a la otra, que recibe la educación sexual planteada desde el paradigma del hecho de los sexos con insight, Grupo B.

El grupo A recibe información sobre anti­conceptivos y sobre el ejercicio del placer. Obviamente nadie pone en duda que esto sea importante “para evitar embarazos no deseados" y “porque el placer es un derecho". Simplemente se trata de otra cosa. Concedemos también que nadie va a decir que esta educación es parcial sino integrada en la persona, especialmente por las alusiones a los afectos y al amor, según la voluntariosa mezcla o popurrí conceptual en uso. También es preciso admitir, sin ninguna clase de duda, la utilidad de la misma “dada la gran necesidad, incluso la urgencia de estas infor­maciones", urgencia y necesidad que se pone aún más de manifiesto ante el riesgo de emba­razos no deseados y, más todavía, por el avan­ce de las enfermedades de transmisión genital, entre las cuales está el sida. Toda esta informa­ción puede ocupar un tiempo mayor o menor. Si se dispone de más tiempo parece que es mejor que si se dispone de menos. Pero lo que nos parece importante no es tanto la cantidad de información sino el contenido referencial del mensaje de locus genitalis.

El grupo B no recibe ninguna información directa o de especial utilidad inmediata de carácter preventivo, higiénico o sanitario, ni por razones de necesidad, menos aún de urgen­cia, etc. sino que es invitado a plantearse pre­guntas relativas a cómo se explican -o entien­den- ellos o si ven de interés preguntarse y explicarse cosas tan aparentemente lejanas o distantes como es el hecho de los sexos y sus consecuencias, la intersexualidad, los caracte­res sexuales primarios, secundarios y tercia­rios, etc. En definitiva -por usar conceptos refe- renciales-, la sexuación, la sexualidad y la erótica, para aterrizar en la amatoria o ars amandi36.

 

Cómos y qués

Frente al pragmatismo directo y de utili­dad inmediata -léase asistencial- de lo que ha recibido el grupo A, el grupo B ha sido invita­do sólo al conocimiento que suele denominar­se especulativo o teórico pero puede ser -y es, de hecho: a él nos referimos- explicativo y, por lo tanto, objeto de interés. Frente a los cómos

o el cómo hacer pragmático de lo recibido por el grupo A, el B sólo ha recibido claves para entender y explicarse qués, a través de los cua­les entender(se) y explicar(se) con una serie de nociones o desde ellas. Es posible que en el grupo B no se hayan planteado previamente ni la necesidad de estas claves ni siquiera los qués.

No obstante, y aunque no suela parecerlo, el conocimiento teórico es también de orden práctico, porque entender qués es, y no puede no ser, práctico. Y porque plantearse pregun­tas es una vía más práctica que la llamada prác­tica de las respuestas ofrecidas sin la previa organización de las preguntas.

En definitiva: inducir preguntas de interés explicativo -es decir, contribuir a que los suje­tos se entiendan o busquen explicarse median­te el conocimiento- es de mayor repercusión educativa que ofrecer respuestas a necesida­des inmediatas. Es la entrada y la participa­ción del sujeto interesado la que hace que el conocimiento sea significativo y de interés, y por lo tanto pueda producir insights. Algunos sistemas educativos -el español, entre ellos- plantean el conocimiento por aprendizaje sig­nificativo, que se basa en la misma fórmula. Para llegar a comprender algo es preciso pre­viamente planteárselo: estar interesado. Es la metodología que sigue la estrategia del insight. Por otra parte, sabemos que la suma de cómos relativos al locus genitalis, por muy volumi­nosa que sea, nunca dará como resultado expli­caciones de qués pertenecientes al hecho de los sexos. Pero sí a la inversa.

 

Consensos

Llegados a este punto, alguien podrá argüir, con toda razón, que el grupo B puede encon­trarse en situaciones concretas en las que no sabrá cómo hacer puesto que esos cómos no han sido materia preferente, menos aún urgen­te (por ejemplo, cómo usar un preservativo, qué técnicas son más eficaces para ligar, o cómo lograr que su pareja quede satisfecha, etc.). Frente a lo cual podríamos responder que en el grupo A han sido tan prácticos que no han salido de esos datos. Todo esto puede llevarse hasta las caricaturas en términos de comparaciones odiosas entre lo teórico y lo práctico. Se puede oponer a ambos grupos: el A contra el B y viceversa. Así unos pueden decir que lo que vale es lo práctico. Contra lo que se puede responder que no hay nada más práctico que una teoría, etc. etc., vía que nos conduce a debates de otro orden y que gene­ralmente no suelen tener fin.

Para salir de tales discusiones circulares, podemos convenir en que se puede, en un pri­mer nivel, tratar lo urgente y, en otro, detenerse en lo importante, pero a condición de que no se termine por tratar sólo lo urgente precisa­mente por su carácter de urgencia, suprimien­do lo que no es considerado urgente. De esa forma se suelen convertir las situaciones en estados de emergencia permanente, siguiendo el orden de prioridades dictado por las prisas y la nerviosidad acelerada, que es la forma más garantizada de huir del conocimiento y encon­trarse cada vez más impelido a la pragmática y la urgencia como única teoría.

Puede haber, sin embargo, algunos puntos de consenso: el grupo B puede recibir también lo práctico, porque es evidente que quien se plantea lo teórico no excluye llegar a lo prác­tico, incluso de forma más operativa, mientras que mal se puede pasar de los datos informa­tivos del Grupo A a ideas o conceptos expli­cativos cuando sólo se plantea una acción inme­diata y directa en torno a algunas necesidades urgentes, según la teoría de la urgencia. Ya quedó indicado: la hipótesis sexuante incluye la reproductiva y la hedónica, pero no al revés. No es menosprecio decir que éstas no se plan­tean aquélla. Es lo que muestra la historia en su evolución. Yel paradigma moderno supera, sin dejar de integrar, al anterior.

La educación sexual, entendiendo por tal la educación de los sexos, constituye un mar­co teórico. La otra es una amalgama ocasional de datos sueltos, unidos por la utilidad inme­diata. Sin entrar aquí en juicios de valor, lo más claro es afirmar que se trata de opciones diferentes. Una tiene muy poco que ver con otra. Cualquier pedagogo sabe que no hay conocimiento sin campo de coherencia. O, dicho de un modo más conocido: que la edu­cación no consiste en dar peces para comer sino en preparar redes para pescar.

La cuestión es, pues, otra. Se trata de dos planteamientos diferentes. Por un lado el de la asistencia técnica; por otro el de la incitación al conocimiento. El carácter asistencial tiene sus ventajas y sus riesgos, también el de incitación al conocimiento tiene las unas y los otros. Se puede reprochar a cada opción sus respectivos límites, lo mismo que se pueden acentuar sus posibilidades. Hay sin embargo algunas evi­dencias: la educación sexual -impropiamente así llamada- hecha en el grupo A y la Educación sexual, o sea de los sexos, planteada y desarrollada en el Grupo B, responden a fór­mulas distintas con contenidos, objetivos y metodologías diferentes. Y obviamente pun­tos de partida diferentes conducen a recorridos y puntos de llegada diferentes.

 

“Descubrir capacidades"

Se trata, pues, de admitir tanto el protago­nismo del sujeto como su capacidad y su valor, su posibilidad de aprender, crear y producir conocimiento. Para lo cual, decíamos a propó­sito de la Sex therapy y del Sex counselling, el insight es una clave primordial. En el ámbito terapéutico y del asesoramiento se puede afir­mar que no se producen efectos sin insight. Salvando las distancias de cada segmento del continuo, no es aventurado afirmar que no hay acción educativa sin conocimiento ni hay cono­cimiento sin insight. Tanto en la Sex therapy como en el Sex counselling, se trataba de llevar adelante el principio de que cada cual pueda explorar y descubrir sus capacidades, si bien en cada caso con metodologías y técnicas distin­tas supeditadas a los formatos de trabajo dife­rentes. Por ejemplo, aquéllos usan un formato mínimo: el individuo o la pareja; en educación sexual suele trabajarse con grupos más o menos extensos, tal como la enseñanza reglada los tie­ne establecidos.

En la así llamada educación sexual, la anti­gua, se ha ido a lo urgente y no a lo importan­te; se ha ido a la asistencia a necesidades y no a la creación de riqueza; se ha ido al consumo y no a la producción de conocimiento y de recursos. Se ha dicho que a los jóvenes no les interesa lo importante y se les ha dado lo urgen­te. Se les ha hecho usuarios y consumidores de sistemas antiguos en lugar de invitarlos a que conozcan esos sistemas por dentro y así poder participar en su conocimiento y entrar en los nuevos. Se han dado limosnas informativas y se ha abandonado el importante capital de sus capacidades en ello. Se han dado distracciones anecdóticas y no núcleos de interés troncal.

En Economía se podría hablar de tercer- mundismo y subdesarrollo, de paliar miserias y no crear riquezas, de ofrecer pan para hoy y hambre para mañana. Se ha perdido lo central y se está en las periferias. Como sucedió con las caricaturas de la Sex therapy, a propósito de las aportaciones de Masters y Johnson, se ha dejado el mensaje central de los encuentros para distraerse con las técnicas sexuales. No se ha seguido la innovación, se han mantenido los anteriores modelos con parches y remiendos. No se ha aprovechado el paradigma moderno para el nuevo ars amandi y la nueva cultura de los sexos37. Los aguafiestas de turno podrán decir que hablamos de una utopía. Pero sabe­mos muy bien que ésta es un hecho. Sólo hace falta buscar en la letra pequeña y no quedarse en los grandes titulares.

 

La llamada asignatura pendiente

Se ha hablado con frecuencia de esta edu­cación sexual como de la asignatura pendien­te, como una condición inexcusable para la nue­va cultura de los sexos. La educación general de una sociedad moderna necesita contar con esa asignatura científicamente asentada y acadé­micamente estructurada para la formación bási­ca y el desarrollo general de los sujetos.

La asignatura pendiente a la que nos refe­rimos no consiste, pues, en concesiones a la moral conyuntural u ocasional sino en una orga­nización sistematizada del conocimiento del Hecho de los sexos y de sus consecuencias. No se trata, pues, de que ya se pueda hablar de sexo sino de ofrecer marcos teóricos de Sexología como sucede con cualquier otra área del saber. Por ejemplo, no se tienen nocio­nes de Economía por el hecho de que un pro­fesor bienintencionado hable a sus alumnos de cómo administrar sus pagas o propinas ni de la voluntariosa amonestación de que tengan cuidado y no las gasten precipitadamente en chucherías. La Economía -moderna, se entien­de- tiene una serie de conceptos que permiten hacerse una idea de ese campo para poder moverse en él con cierta fluidez. Tampoco se reduce la Electromecánica a una serie de adver­tencias sobre el peligro que supone meter los dedos en los enchufes o manipular cables con corriente. Por el contrario, los contenidos que se ofrecen en lo que suele conocerse como edu­cación sexual recuerdan bastante la obsesión por esos peligros y sus consecuencias, lo que hace pensar en asuntos pueriles o anecdóticos más que en dotar intelectualmente a esos suje­tos de capacidad de pensamiento formal y reflexivo -digámoslo, de nuevo: razonable- también en este campo del vivir y, por lo tan­to, de su conocimiento.

Podríamos seguir con los ejemplos: en Lengua no se trata sólo de hablar sino de cono­cer y plantear -y por lo tanto de estudiar- las reglas y los sentidos del habla, de la gramáti­ca y de la lingüística. Dicho de otra forma: una cosa es el uso del usuario y otra el conocimiento organizado de un campo y lo que de él se deri­va desde la investigación y la ciencia. Se empie­za ya a notar un cansancio en los Institutos de Educación Secundaria ante estas campañas rei­terativas en las que se da la típica charla con el preservativo como base de la, así llamada, educación sexual... En suma: hartos de gran­des titulares y ayunos de letra pequeña, de cuer­po teórico como recurso o vía para la inteligi­bilidad.

El pragmatismo invocado por quienes insis­ten en separar este ámbito del campo general de los saberes, en nombre y en defensa de la privacidad o del pudor de los sujetos, se con­vierte, por decirlo suavemente, en una inge­nuidad voluntarista tan arcaica y estéril como distractora del proyecto de actualización de la sociedad que ellos mismos crean. Esta confu­sión continuará mientras no se dé un salto cua­litativo y una entrada, en definitiva, en el con­cepto moderno de sexo que es el de los sexos, caldo de cultivo de los nuevos sujetos. Sólo conociéndose y explicándose en esta dimen­sión será posible el despegue visible y la con­solidación de una cultura de los sexos y de un nuevo ars amandi. Si los sujetos han evolu­cionado, es preciso una puesta al día de los recursos.

 


Notas al texto

 

1      E. Amezúa, Cuestiones históricas y conceptuales: el paradigma del hecho sexual, o sea, de los sexos, en los siglos XIX y XX, Anuario de Sexología. Asociación Estatal de Profesionales de Sexología, 4, 1998, pp. 5-19. O, más extensamente, E. Amezúa, Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología. Revista Española de Sexología, n° extra-doble, 95-96, Madrid, 1999.

2       Masters & Johnson Institute, Ethical Issues in Sex therapy and Sex research, Little, Brown and Company, Boston, 1980, vol. II, p. 138.

3      W. Masters & V. Johnson, The Human Sexual Inadecuacy, Little, Brown and Company, Boston, 1970 (vers. cast. Intermédica, Buenos Aires, 1981).

4       He aquí algunas referencias de estos escritos menores: W. Master y V. Johnson, El vínculo del placer, vers. cast. Grijalbo, Barcelona, 1974; F. Belliveau & L. Richter, Understanding Human Sexual Inadequacy (Foreword by Masters and Johnson), Hodder and Stoughton, London, 1971 (vers.cast. Fontanella, Barcelona, 1974); N. Lerhman, Masters and Johnson explained, (vers. cast., Las técnicas sexuales de Masters y Johnson (con prefacio de Masters y Johnson), Gránica, Barcelona, 1977; R. y E. Brecher, Análisis de la Respuesta sexual humana. Ver.cast. Grijalbo, Méjico; E. y R. Brecher, Análisis de la Inadecuación sexual humana, Vers. cast. Grijalbo, Méjico; etc. Conviene observar que Belliveau era el director editorial de la casa en donde se editaron sus grandes obras, Lerhman era el responsable editorial de la sección informa­tiva de Playboy, E. Brecher, periodista científico, etc. Todos ellos fueron seleccionados por Masters y Johnson para “transmitir sus ideas y conceptos con claridad y fidelidad”.

5      Pertenecen a esta serie, entre otros, Masters and Johnson on Sex and Human Loving 3 vols. (vers. cast. Bajo el título La sexualidad humana), Grijalbo, Barcelona; Heterosexuality (vers. cast. bajo el título Eros: los mundos de la sexualidad), Grijalbo, Barcelona. etc.

6       W. Masters & V. Johnson, Human sexual Inadecuacy, Little, Brown C., Boston, 1970, p. 21.

7       W. Masters & V. Johnson, Principles of the new sex therapy, The American Journal of Psychiatry, 133, 1976, pp. 548-554.

8       Versión cast. Ed. Herder, p. 11.

9       Ovidio, Amores, libro III, 7; l.c. ed. del CSIC, pp. 318-322.

10   Repport: Social casework in maritalproblems: The Development of a Psychodynamic Approach, Tavistock Publications Ltd., London, 1955, p. 19

11   E. Street and Jean Smith, From Sexual Problems to Marital Issues, in Martin Cole and Windy Drayden, Sex Therapy in Britain, Open University Press, Milton Keynes, Philadelphia, 1988, pp. 204-221. Una actualización puede verse en Rafael Manrique, Psicoterapia sistémica de la pareja: una visión construc- tivista, R.A.E.N., VIII, n° 26, 1988, pp. 391-415.

12   H. S. Kaplan, The new Sex Therapy, Random House, Nueva York, 1974 (trad. cast. Alianza editorial) y otros de la misma autora.

13   E. Pérez Opi y J. R. Landaarroitejauregi, Teoría de pareja: Terapia sexológica sistémica. Revista españo­la de sexología, n° extra-doble 70-71, Publicaciones del Instituto de Sexología, Madrid, 1995.

14   Es el caso, por ejemplo de Sr. y Sra K. (Pseudónimos), The Couple, Coward, McCann, N.Y., 1971 (vers. cast. Grijalbo, Méjico).

15   Se podrá advertir que utilizamos la grafía counselling con dos eles. Entre la norteamericana con una y la británica con dos, nos hemos inclinado por ésta. Es una decisión meramente subjetiva.

16   C. Rogers, Counselling andPsychotherapy, Houghton Mifflin, Boston, 1942 ( versión castellana: Consejo psicológico y psicoterapia, Narcea, Madrid, 1978). La traducción del término Counselling como conse­jo ha traído consigo una serie de equívocos que nos llevan a usar aquí siempre el original para indicar el contenido con el que fue acuñado. De paso, usaremos también los otros, Therapy y Education para no perder el paralelismo de la nomenclatura en el continuo.

17   J. Dewey, Democracia y educación (orig.1916), edic. cast. Morata, Madrid, 1997.

18   Robert Carkhuff etal.,TheArtofHelping, 3 vols, Publishers of Human Technology, Massachussets, 1978

19   P. Robinson, La modernización del sexo, Villalar, Madrid, 1976. Por lo que se refiere a la versión caste­llana véase I. Aizpurua, Correcciones a la traducción castellana de Masters y Johnson, Revista Española de Sexología, 1990, n° 42

20    C. Rogers, Op.cit., p. 38

21    Exactamente en la primera fase Rogers sustituye el término paciente por cliente para luego sustituir éste por el de persona.

22    C. Rogers, Prólogo a André Peretti, El pensamiento de C. Rogers, S. E. A., Madrid, 1979, p. 28.

23    J. M. Gondra, Características del Counseling rogeriano, Documentación de los Estudios de Postgrado de Sexología (uso interno), Instituto de Sexología, Madrid, 1988, p. 31; J. M. Gondra, La psicoterapia de Carl Rogers, DDB, Bilbao, 1982.

24    Hemos desarrollado este exioma en E. Amezúa, ¿Qué sexología clínica? Anuario de sexología. Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología, 1, 1995, pp. 21-26.

25    W. Masters & V. Johnson, El vínculo del placer. Grijalbo, Barcelona, 1976.

26    W. Masters & V. Johnson, Ethical issue in Sex Therapy and Sex Research, Little, Brown, Boston, 1980.

27    Belliveau & L. Richter, Understanding Human Sexual Inadequacy, Coronet Books, Hodder Paperbacks, London, 1970.

28    Lucien Auger, Communication & Épanouissementpersonnel. Ottawa, 1980. Ed. de l’Lomme.

29    J.M1 Gondra, op.cit.

30    Seguimos escribiendo Sex education en lugar de Educación sexual, que sería más propio, para no perder el hilo léxico del continuo de los tres niveles que se presentan: Sex therapy, Sex counselling, Sex educa- tion.

31   La trilogía profesional conocida como educator-counselor-terapist ha confirmado la práctica de esta for­ma de trabajo. AASECT (American Association of SexEducators, Counselors and Therapists), Code of Ethics, Washington, 1978 y siguientes ediciones.

32    Organización Mundial de la Salud, Documento 572, Ginebra, 1974.

33   El añadido de la lucha contra las enfermedades venéreas -luego denominadas e.t.s. o enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida- no es ni “educación sexual" ni no sexual, sino simplemente un capí­tulo más de la higiene, por no decir de la prevención sanitaria o información elemental.

34    Carlos de la Cruz, Sobre campañas... BIS. Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología, n° 24, Enero, 1999.

35    Consuelo Prieto, Análisis de las actitudes hacia la sexualidad de una muestra de profesionales sanitarios y docentes. Tesis doctoral. Universidad de Valladolid, 1996.

36   Para una exposición ordenada de estos contenidos conceptuales véase E. Amezúa, Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología. Revista Española de Sexología, n° extra-doble 95-96. Madrid. Publicaciones del Instituto de Sexología, Madrid, 1999.

37   Hemos desarrollado más extensamente este punto en E. Amezúa, Diez textos breves, Revista Española de Sexología, 1999, n° 91, pp. 23-43.

 

 



LA CIENCIA MÉDICA Y LA MODERNIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD*

Harry Oosterhuis **

* Artículo aparecido originariamente en Franz X. Eder, Lesley Hall and Gert Hekma (Edit.). Sexual cultures in Europe. National histories. Manchester University Press, 1999. pp. 221-241. Traducción: Agurtzane Ormaza.

** Profesor de Historia en la Universidad de Maastricht.

 

El autor hace un repaso histórico sobre la introducción del concepto de sexualidad en el siglo XIX. Harry Oosterhuis trata de ir más allá de la asunción generalizada de que la interferencia médica en la sexualidad fue quicial en su conceptualización. Para explicar la configuración de este término hay que tener en cuenta el más amplio contexto social. El artículo se basa en su investigación del trabajo del psiquiatra germano-austríaco Richard von Krafft-Ebing, así como en el trabajo de otros eruditos.

Palabras clave: Sexualidad, Siglo XIX, Psiquiatría, Krafft-Ebing, Psychopatia Sexualis, Perversiones.

 

MEDICAL SCIENCE AND THE MODERNISATION OF SEXUALITY.

 

The author does a historical review on the creation of the notion of sexuality during the nine- teenth century. Harry Oosterhuis tries to go further than the generilized assumption about the medical interference on the shaping of sexuality as a concept. In order to explain how this term was shaped, the wider social context has to be taken into account. This article relies on his current researchon the work of the German-Austrian psychiatrist Richard von Krafft-Ebing as well as on the work of other scholars.

Keywords: Sexuality, 19th Century, Psychiatry, Krafft-Ebing, Psychopathia Sexualis, Perversions.

 

En su influyente Historia de la Sexualidad (1976), Michael Foucault argumenta que la idea moderna de sexualidad fue históricamente constituida en el siglo XIX cuando la ciencia médica delimitó la perversión. Mientras que historiadores anteriores vieron la “medicali- zación” de la sexualidad como un cambio sola­mente de actitudes y etiquetas- para ellos las conductas y sentimientos sexuales desviados no eran ya considerados no naturales, peca­minosos o criminales, sino que simplemente se convirtieron en enfermedades reetiquetadas por los médicos- Foucault y otros historiado­res desde el constructivismo social retaron esta interpretación. No solamente son críticos con el punto de vista de que el modelo médi­co sea un paso hacia adelante tanto científico como humanitario, sino que enfatizan el hecho de que los médicos del siglo XIX, a través de la descripción y categorización de las sexuali­dades no procreativas, sean muy influyentes en la transformación fundamental de la reali­dad social y psicológica de la desviación sexual, de ser una forma de conducta sexual inmoral a ser una forma de ser patológica. Así, dife­renciando lo normal de lo anormal, los médi­cos exponentes del “biopoder”, no solamente van construyendo la moderna idea de sexuali­dad, sino también van controlando los place­res del cuerpo. Socialmente se fueron creando poderes disciplinarios y discursos de conoci­miento, la sexualidad era un invento del siglo XIX. Antes de que las teorías médicas, que mezclaron las características conductuales y físicas y la construcción emocional de los indi­viduos, surgieran, según Foucault no existía ninguna entidad que pudiera ser definida como sexualidad.


Yo sería el último en rechazar este hecho totalmente, pero mi asunción básica es que la descripción sacada de la medicalización de la sexualidad es bastante parcial. Los efectos dis­ciplinarios de la interferencia médica con la sexualidad han sido sobreenfatizados. Las teorías médicas han jugado un importante papel en la construcción de identidades y categorías sexuales. Sin embargo, esto no significa nece­sariamente que fueran invenciones científicas a las que se les dio forma sistemáticamente por la lógica de la medicina e impuestas desde arri­ba por el poder de la opinión médica organi­zada. Para explicar cómo la ciencia médica del siglo XIX configuró la sexualidad, la cual es objeto de este artículo, hay que tener en cuen­ta el más amplio contexto social. Al argumen­tar que las nuevas maneras de entender la sexualidad emergieron no solamente del pen­samiento médico, me centraré en las conexio­nes entre los contenidos de las teorías médicas y los marcos sociales e institucionales. Este artículo se basa en mi actual investigación del trabajo del psiquiatra germano-austríaco Richard von Krafft-Ebing así como en el tra­bajo de otros eruditos.

El interés científico por la sexualidad, ori­ginado en la Ilustración, reemplazó la visión cristiana de pecado y virtud por nociones secu­lares de la naturaleza. Como un fenómeno natu­ral que era, la sexualidad se abrió a dos signi­ficados morales diferentes. Por una parte, los pensadores de la Ilustración como Rousseau pensaban que la no contaminada naturaleza ofrecía la base para la conducta moral y para las relaciones armoniosas entre el individuo y la sociedad. Por otra parte, De Sade y otros argumentaban que los impulsos naturales eran éticamente neutrales o incluso ciegamente amo­rales y por tanto no podían aportar una base sobre la cual construir la sociedad. Al hilo de estas divergentes interpretaciones de la natu­raleza humana, el pensamiento de la Ilustración sobre la sexualidad era ambivalente. Hasta el punto de que contribuyó a la procreación y de que estaba conectado al amor heterosexual armonioso, matrimonio, familia y maternidad, que eran aplaudidos. Pero cuando la sexuali­dad era prematura, ilícita, excesiva o motiva­da por la pura lujuria, era considerada social­mente subversiva. Como impulso básicamente egoísta, improductivo e irracional, la sexuali­dad minaba la optimista idea de moral natural y planteaba un potencial riesgo para la armonía social. La preocupación por los peligros de la masturbación era típica del enfoque sobre la sexualidad que la Ilustración tenía, basándo­se en las soluciones sanitarias y los efectos benéficos de un saludable estilo de vida, mode­ración y dominio de sí mismo. No fueron tan­to las leyes penales como la educación, la medi­cina y la higiene social los medios para prevenir la desviación y poder conformar una sexuali­dad saludable capaz de ser integrada en la sociedad.

Junto al interés (económico), tanto en el tamaño como en la salud de la población, en que Malthus marcó un hito, la creciente preocupa­ción sobre temas de salud pública en el siglo XIX, especialmente problemas de enfermeda­des de transmisión sexual, prostitución e inde­cencia pública, favorecieron el interés médico por la sexualidad. Después de 1850 el status científico y social de la medicina fue enalteci­do, especialmente en Francia y Alemania don­de los médicos eran aliados del estado. Los médicos poco a poco reemplazaron al clero como consultores personales autorizados en la esfera de lo sexual. Por una parte, los doctores no podían escapar al reconocimiento de que la pasión sexual era parte de la naturaleza huma­na. Se repetía el típico modelo del siglo XIX de sistema de energía cerrada, donde el impul­so sexual (masculino) era conceptualizado como una poderosa fuerza que se acumula den­tro del cuerpo hasta que se descarga en un orgasmo. Muchos creían, especialmente los hombres, que impulsos insatisfechos condu­cirían a enfermedades nerviosas. Por otra par­te, dejarse llevar por impulsos incontrolados era considerado peligroso para la salud del indi­viduo así como para la de la sociedad. Se creía que la economía sexual humana funcionaba de acuerdo a un modelo cuantitativo de flujo de energía en el cual gastar semen significaba una pérdida de energía en otras áreas de la vida y moderar el consumo estaba más en consonan­cia con la salud y la fertilidad. Moderación y fuerza de voluntad eran claves del consejo pro­fesional ofrecido a la burguesía.

Es cuestionable si la profesión médica impuso de hecho una ideología sexual en el público profano. No solamente había diversi­dad de opinión en la literatura médica sobre sexualidad, sino que era necesario también dife­renciar entre la burguesía y la clase obrera. La mayoría de los médicos dependían estricta­mente de la aprobación de sus clientes bur­gueses. La inmoralidad sexual era una diana especial para las campañas médico-morales dirigidas a la vigilancia y regulación de la cla­se obrera y los pobres de la ciudad. En el dis­curso del movimiento de la salud pública de mediados del siglo XIX, la inmoralidad, la pobreza y la propagación de enfermedades con­tagiosas se fueron condensando. La prostitu­ción era una preocupación crónica. Esta era sostenida por un doble patrón: se suponía que había que proteger a las mujeres burguesas, pero la promiscuidad por parte de los hombres burgueses era tácitamente condonada con muje­res de clase baja que les proveían una salida necesaria para el impulso sexual masculino. Al mismo tiempo la prostitución era vista como un problema por la transmisión de enfermeda­des venéreas. A lo largo del siglo XIX, en toda Europa fueron implantados sistemas policiales de registro a prostitutas. El control médico de enfermedades de transmisión sexual se añadió a la ya existente vigilancia policial sobre las mujeres de la prostitución. Al mismo tiempo la policía incrementó sus acciones contra otras formas de conducta sexual desordenada. Las conductas sexuales entre hombres, particular­mente en lugares públicos en ciudades así como en lugares institucionales como prisiones, barra­cas, barcos, escuelas y residencias, eran espe­cialmente preocupantes.

El vasto compromiso médico, respaldado por el estado, en la regulación de la prostitu­ción femenina contradecía un principio legal crucial tanto del pensamiento de la Ilustración como del Liberalismo del siglo XIX: el estado no interfiere en las vidas privadas de los ciu­dadanos. En la oposición de la iglesia y del estado, los pensadores de la Ilustración y del liberalismo enfatizaban la distinción entre peca­do, competencia de la iglesia, y el crimen, la preocupación del estado. Sin embargo, la sepa­ración liberal de las esferas privada y pública tropezaba con sus propios límites. La conduc­ta sexual y sus posibles consecuencias, por ejemplo, la reproducción, empezaron a ser vis­tas como temas sociales y políticos críticos des­de que se implicaron en ellos la salud y la fuer­za de las naciones. El examen médico obligatorio de las prostitutas y la medicaliza- ción de las sexualidades desviadas marcaron una transformación de la actividad privada en la conducta que podría ser legítimamente juz­gada desde standards de respetabilidad y salud pública.

Mientras que el interés médico anterior se había centrado en la masturbación, prostitu­ción y enfermedades venéreas, desde 1860 importantes psiquiatras comenzaron a preo­cuparse por las conductas sexuales desviadas que eran generalmente consideradas inmora­les y que eran a menudo punibles. Aunque la sodomía había sido descriminalizada en algu­nos países europeos durante y después de la Revolución francesa (Francia, Holanda y Baviera por ejemplo), las nuevas ofensas con­tra la moralidad, como la indecencia pública, fueron introducidas, y también las edades lega­les para el consentimiento de los contactos sexuales. Más aún, en la segunda mitad del siglo XIX la criminalización de la conducta homosexual estaba extendida en Alemania (en 1871) y en Inglaterra (en 1885 y 1897). Como resultado del crecimiento de la persecución de ofensas inmorales, los médicos, como exper­tos forenses en juzgados, fueron cada vez más confrontados con la desviación sexual. Antes de 1860, el interés médico por conductas sexua­les desordenadas era ligado intrínsecamente a la medicina forense, enfocada a actos crimi­nales como la violación y la sodomía. En gene­ral los expertos en medicina forense se limita­ban al diagnóstico físico para facilitar eviden­cia de ofensas inmorales. Así el profesor francés de medicina forense A. Tardieu declaró en 1857 que los pederastas arrestados por la policía de París tenían penes como los de los perros, y sus pasivos compañeros las formas blandas y redondeadas de las mujeres. La expli­cación de su conducta era social más que bioló­gica: el resultado del fallo de la moral, las con­diciones desfavorables de la vida, malos hábitos como la masturbación y la imitación de con­ductas. Para el psiquiatra alemán H. Kaan, quién publicó una de las primeras clasifica­ciones psiquiátricas de los desordenes sexua­les (Psychopatia Sexualis, 1844), las perver­siones eran malos hábitos ubicuos, favorecidos por las condiciones individuales y sociales; él no consideraba, aún, al ofensor como un tipo de persona fundamentalmente diferente.

En la primera mitad del siglo XIX no esta­ba decidido si la impudicia era una causa, una consecuencia o una forma de demencia en sí misma. Varias autoridades médicas asumieron que, como el onanismo, cometer “actos anti­naturales” podría conducir a la debilidad físi­ca y a la locura. Sin embargo, a mediados de siglo la conexión entre conducta sexual y des­viación patológica fue revocada por algunos análisis médicos. El médico francés C.F. Micheá en1849 y la autoridad médica forense alemana J.L. Casper en 1852, en su tratamien­to de la sodomía trasladaron el foco de aten­ción de las características fisiológicas del acto sodomita a la disposición biológica del ofen­sor. Ellos fueron los primeros en declarar que la preferencia por personas del mismo sexo era, a menudo, innata e implicaba feminidad en los hombres. Su acercamiento marcó un hito, para los psiquiatras que empezaban conectar actos sexuales no dirigidos a la procreación con enfermedades del cerebro o del sistema ner­vioso.

El interés psiquiátrico en los aspectos más amplios de la desviación sexual surgió de la preocupación forense por la estructura psicoló­gica de los ofensores sexuales. Considerando que los médicos habían creído en un principio que los desórdenes mentales y nerviosos eran resultado de conductas “antinaturales”, los psi­quiatras supusieron que causaban la desviación sexual. Cada vez más desórdenes sexuales eran vistos, no simplemente como formas de con­ducta sexual inmoral, sino como síntomas de condiciones mórbidas subyacentes, especial­mente como una forma de “demencia moral”. Llamados a prestar experto testimonio en el juzgado, la principal idea de los psiquiatras era que la irresponsabilidad de los ofensores mora­les debía ser considerada a la hora de juzgar­los. Ciertas categorías de defendidos deberían ser llevadas a asilos y clínicas en vez de a pri­siones.

En las últimas décadas del siglo XIX algu­nos psiquiatras, especialmente en Francia y Alemania, clasificaban y explicaban el vasto abanico de conductas sexuales desviadas que habían descubierto. Basando sus argumentos en teorías deterministas de la degeneración hereditaria y del automatismo neurofisiológi- co, cada vez más psiquiatras subscribían la nue­va visión de que en muchos casos las activi­dades sexuales desviadas no eran opciones inmorales sino síntomas de características inna­tas. Desde1870 conocidos psiquiatras alema­nes y franceses trasladaron el foco de atención de la desviación temporal de la norma a una forma de ser patológica.

En 1869 el psiquiatra alemán C.F.O. von Westphal publicó el primer estudio de lo que él denominó sentimiento sexual contrario (contrare Sexualempfindung). El artículo publi­cado por R. von Krafft-Ebing en una impor­tante revista psiquiátrica alemana en 1877 pue­de ser considerado como el directo precursor de numerosos trabajos clasificatorios de pato­logía sexual. Mientras Krafft-Ebing en 1877 distinguía tan sólo cuatro perversiones -asesi­natos por lujuria, necrofilia, antropofagia (cani­balismo) y sentimiento sexual contrario- en 1880 y 1890 él y sus colegas alemanes y fran­ceses crearon y apuntalaron nuevas categorías de perversión recogiendo y publicando cada vez más historias de casos. Después de que en 1860 seguidamente C.H. Ulrichs, Westphal y K.M. Benkert acuñaran términos como “ura­nismo", “sentimiento sexual contrario" (inver­sión) y “homosexual" (y “heterosexual"), se introdujeron otros como el de “exhibicionis­mo" en 1877 por C. Laségue , el concepto de “perversión sexual" en 1885 por V. Magnan, el de “fetichismo" en 1887 por A. Binet , el de “sadismo" y “masoquismo" en 1890 por Krafft-Ebing y el de “algolagnia" en 1892 por A. von Schrenck-Notzing.

En 1880 los psiquiatras franceses más des­tacados contribuyeron al desarrollo de la pato­logía sexual. Mientras después de 1890 los expertos alemanes y austríacos marcaron un hito, las contribuciones inglesas, italianas y rusas a este campo, aunque substanciales, fueron menos numerosas. Las publicaciones de éstos y otros muchos ayudaron a la emergencia de un dis­curso médico sobre la sexualidad. Así, al final del siglo XIX las perversiones podían ser reco­nocidas y discutidas. Se desarrollaron varias taxonomías, pero la que tomó forma fue la popu­lar y tan citada Psychopathia Sexualis de Krafft- Ebing. Con el tiempo esta obra marcó un hito, no solamente en los círculos médicos sino tam­bién en la opinión popular. La primera edición (1886) de tan ecléctica enciclopedia de la des­viación sexual fue pronto seguida de nuevas y variadas ediciones, así como de traducciones a diferentes lenguas. Con este libro que con­tenía vastos estudios de casos y autobiografías, Krafft-Ebing se hizo famoso como uno de los padres fundadores de la Sexología. Al nombrar y clasificar virtualmente todas las formas no- procreativas de sexualidad, él fue uno de los primeros en sintetizar el conocimiento psi­quiátrico sobre la perversión sexual. Aunque también puso atención en otros desarreglos de la vida sexual, Krafft-Ebing distinguió cuatro perversiones principales: sadismo, masoquis­mo, fetichismo y sentimiento sexual contrario. Este último fue el más destacado y fue expli­cado como una mezcla biológica y psicológi­ca de masculinidad y feminidad. Dentro de esta categoría de género invertido, no solamente estaba la homosexualidad, sino también varias fusiones fisiológicas y psicológicas de mascu- linidad y feminidad, que más tarde, en el siglo

XIX, se irían gradualmente reclasificando como fenómenos radicalmente diferentes, como son el hermafroditismo, la androginia, el travestis- mo y la transexualidad.

Los psiquiatras no solamente estaban preo­cupados con etiquetar conductas desviadas y reagruparlas como perversiones, sino que tam­bién intentaban explicarlas cono fenómenos fisiológicos y psicológicos. El desarrollo de la patología sexual puede ser entendido dentro de otros grandes eventos de la psiquiatría de fina­les del siglo XIX. Cambiar la visión de la sexualidad era coherente con la tendencia de las teorías generales de la psicopatología: ellos aceptaban tanto las nociones dominantes de etiología somática de la psiquiatría de finales del siglo XIX, la teoría de la degeneración y de la patología nerviosa, como el intento de escapar a las limitaciones del modelo somáti­co a través de la elaboración de un entendi­miento psicológico de los trastornos mentales. De hecho, el significado moderno de sexuali­dad vuelve a destacar cuando el enfoque fisioló­gico dominante era reemplazado por uno más psicológico. En la primera mitad del siglo, el término se refería fundamentalmente al hecho de que el individuo pertenecía a un sexo o a otro. La diferencia sexual se explicaba sobre la base de la variación anatómica: la referen­cia decisiva para la evaluación de la identidad sexual eran los genitales, las características sexuales secundarias y la funcionalidad poten­cial con un miembro normalmente constituido del sexo opuesto. En el siglo XIX, hubo una evolución de las explicaciones médicas que acentuaban los rasgos anatómicos a aquellas otras que ponían más peso en el instinto sexual y la psicología. Sólo gradualmente se utilizó el término ‘sexualidad’ para indicar deseo por el sexo opuesto (o el mismo sexo), una atrac­ción basada en la polarización psicológica y física y el emparejamiento de elementos mas­culinos y femeninos.

Algunos psiquiatras, al explicar las per­versiones, intentaron integrarlas en el pensa­miento biomédico del momento. La psiquiatría de finales del siglo XIX se caracterizaba por un creciente y generalizado énfasis en la herencia como factor clave de la etiología de los tras­tornos mentales. Aunque muchos psiquiatras continuaron creyendo que la perversión era a veces adquirida por los agentes ambientales nocivos, por la seducción y formación de hábi­tos corruptos como el de la masturbación, se acentuaba cada vez más el hecho de que los trastornos sexuales, como muchas enferme­dades mentales en general, eran innatos. Siguiendo el enfoque somático dominante en psiquiatría, que situaba los desórdenes menta­les en el sistema nervioso y particularmente en los órganos cerebrales, muchos psiquiatras suponían que no solamente los rasgos físicos, sino también los intelectuales y morales eran hereditarios. Por añadidura a la patología del tejido nervioso, el Darvinismo y la teoría de la degeneración hereditaria jugaron un impor­tante papel en las explicaciones psiquiátricas de las enfermedades mentales en general y los trastornos sexuales en particular. Se argumen­taba que mientras la heterosexualidad repro­ductiva era el resultado de un progreso evo­lutivo, la desviación sexual demostraba que un proceso natural podía también ir hacia atrás en una especie de proceso de involución; la natu­raleza era capaz de crear monstruos, o como los psiquiatras británicos H. Maudsley y Krafft- Ebing dirían más suavemente, “los hijastros de la naturaleza”.

Krafft-Ebing y sus colegas franceses esta­ban muy influenciados por B.A. Morel, quien había ideado la teoría de la degeneración para explicar algunos fenómenos patológicos tanto por la influencia del ambiente como por la herencia. De acuerdo a Morel, los trastornos adquiridos podrían ser heredados de “ viciados parientes” y, una vez que la enfermedad men­tal tuviera donde agarrarse, seguiría su inevi­table curso hacia la “neuropatía familiar”: se pasaría a los descendientes y se deterioraría a lo largo de generaciones hasta que la línea desa­pareciera. El análisis de la degeneración fue fijado en una crítica de las condiciones cada vez más frenéticas de la moderna civilización, siendo el foco de atención el gran abanico de nuevos estímulos que producen agotamiento nervioso, fatiga y perturbaciones mentales. La degeneración se asociaba con la falta de con­trol inhibidor de las “grandes” facultades sobre los niveles más primitivos del sistema nervio­so central: la gente moderna era gobernada cada vez menos por la ley moral y se había vuelto cada vez más esclava de sus deseos físicos.

El concepto de degeneración hereditaria se convirtió en un concepto de organización cen­tral en la psiquiatría de finales del siglo XIX, especialmente en Francia, pero no porque ofrecía un entendimiento más preciso o un mejor tratamiento de la enfermedad mental, sino por la posibilidad de ganar legitimidad científica. Aunque la creencia de que la demen­cia era una enfermedad orgánica a duras penas se confirmaba por la anatomía contemporánea y la evidencia fisiológica. La teoría de la dege­neración era atractiva para los psiquiatras por­que ofrecía un modelo naturalista de patología mental que parecía dar sentido a sus datos clí­nicos en términos científicos. La teoría tam­bién facilitaba la anexión de la psiquiatría a la desviación sexual porque capacitaba a los psi­quiatras para ampliar las fronteras de la pato­logía mental, incluyendo entre sus pacientes un número importante de gente que se com­portaban de modo irregular, pero que raramente se creía que estuviera completamente loca. Consolidando la asociación entre los desórde­nes mentales y los demonios sociales, la teoría de la degeneración no solamente gratificaba las necesidades profesionales específicas de la psiquiatría de finales del diecinueve, sino que tuvo un gran papel político más secreto. La indicación de que en la humanidad hay semi­llas de decadencia inevitable, se convirtió en una idea culturalmente dominante que articuló las necesidades de la sociedad y marcó una cri­sis en el optimismo social que había caracteri­zado al liberalismo. La preocupación del decli­ve biológico y la despoblación se convirtieron en una especie de obsesión que afectaba a muchas naciones a finales del siglo XIX, espe­cialmente a Francia, pero también a Gran Bretaña, Alemania e Italia. La degeneración here­ditaria resumía los terribles costos humanos de la modernización y expresaba los más profun­dos miedos del trastorno de la “masa social" y de las “peligrosas" clases sociales de las gran­des ciudades. El concepto de naturaleza huma­na liberal y de la Ilustración, que enfatizaba las comunalidades fundamentales compartidas por todos, era sustituido por el creciente énfasis en las diferencias innatas y la jerarquía “natural". La teoría de la degeneración, así como el Darvinismo Social, racionalizaron las desigual­dades sociales como hechos de la naturaleza.

Considerando que los primeros historiado­res de la Sexología, a menudo psiquiatras, subrayaban que las creencias supersticiosas y las prácticas crueles habían sido reemplazadas por la ciencia médica y el tratamiento huma­nitario, trabajos históricos más recientes han asociado las teorías médicas de la sexualidad con el control moral, político y social. La inter­ferencia psiquiátrica con la desviación sexual ha sido caracterizada como el clímax de la medicalización de la sexualidad y ha sido con­siderada, por algunos historiadores, como la expresión típica de la moral burguesa conser­vadora y de la hipocresía victoriana. Teniendo en cuenta la vehemente recepción hecha por psiquiatras ilustres de la teoría de la degene­ración, hay elementos que justificarían tal jui­cio. A menudo ellos confían, sin crítica algu­na a patrones convencionales de conducta sexuales su diagnosis de la perversión. Por esta razón confunden desórdenes mentales con el mero inconformismo. La sensualidad incon­trolada era vista como una seria amenaza a la civilización; desde el punto de vista médico, la historia de la humanidad era una lucha cons­tante entre el impulso animal y la moralidad. Los psiquiatras, de hecho, rodeaban la sexua­lidad de un aura de patología y repitieron, por ejemplo, el pensamiento estereotipado sobre la masturbación, la masculinidad y la feminidad del siglo XIX.

Sin embargo, las teorías psiquiátricas esta­ban lejos de ser coherentes y estáticas y no podían ser consideradas como simplemente una desca­lificación de la aberración sexual. Diferentes tra­diciones sexológicas nacionales tienen gran rele­vancia aquí. En Francia la preocupación acerca del afeminamiento y el bajo porcentaje de fer­tilidad determinaron la interferencia de la psi­quiatría en la sexualidad en defensa de la ética de la familia heterosexual y los roles adecua­dos de los hombres y de las mujeres. En Alemania, Austria y Gran Bretaña el desarro­llo de la sexología en la última década del siglo XIX estaba muy ligado a los esfuerzos por abo­lir las leyes que ilegalizaban las conductas homosexuales -Krafft-Ebing, Hirschfeld y Havelock Ellis son casos a destacar. Iróni­camente, esta diferencia en las tradiciones sexológicas nacionales- los alemanes, austría­cos y británicos más innovadores que los fran­ceses- puede ser explicada por el hecho de que la conducta sexual desordenada, como la homo­sexualidad, no era punible en Francia mientras que en Alemania, Austria y Gran Bretaña las leyes establecían multas por “vicio antinatu­ral". En Francia los temores de despoblación, el declive nacional y la impotencia masculina influían en la orientación conservadora de la investigación médica en sexualidad.

En 1890, cuando Austria (Viena) y Alemania (Berlín) sustituyeron a Francia como centro de la investigación médica de la sexualidad, la emergente nueva ciencia de la sexología -el término Sexualwinssenschaft fue introducido por Bloch en 1906- experimentó algunas inno­vaciones teóricas importantes. Primero hubo un cambio en el énfasis de un sistema de inter­pretación somático a uno psicológico. Segundo, hubo un desplazamiento de una clasificación de categorías de enfermedades dentro de unos límites claros a un intento de entender la sexua­lidad “normal" en el contexto de las perversio­nes, siendo éstas extremos de una escala gra­duada de salud y enfermedad, normal y anormal, masculina y femenina. Tercero, el importante paso, de un enfoque predominantemente legal y de explicaciones fisiológicas, a uno consi­derablemente más amplio que trata temas de psicología general de la sexualidad humana, significó que la sexualidad estaba cada vez más desligada de la reproducción. Cuarto, algunos sexólogos empezaron a considerar el impacto de las diferencias culturales a la hora de expli­car las variadas formas de conducta sexual.

Un caso impactante a apuntar era la pato­logía sexual de Krafft-Ebing. Influenciado por el pensamiento degeneracionista, su enfoque biologicista de la sexualidad ha sido a menu­do contrastado con el psicológico de Freud. Sin embargo, alrededor de 1890, cuando introdu­jo el fetichismo, el sadismo y masoquismo en su Psychopathia Sexualis, la atención pasó de una comprensión fisiológica a una más psi­cológica. Las características corporales y la conducta eran menos decisivas en el diagnós­tico de la perversión que el carácter individual, la historia personal y los sentimientos internos: los motivos psicológicos, la vida emocional, los sueños, la imaginación y las fantasías. Al mismo tiempo la explicación asociacionista de la perversión fue propuesta por psiquiatras tales como Binet y Schrenck-Notzing, que declara­ron que las mayores formas de patología sexual eran psicológicamente adquiridas por exposi­ción a ciertos eventos accidentales. Aunque las causas subyacentes de la perversión seguían en la degeneración y en la herencia, Krafft-Ebing, Binet, Schrenck-Notzing y otros trasladaron la discusión médica lejos de la explicación de la sexualidad como una serie de sucesos fisioló­gicamente interrelacionados hacia una com­prensión más psicológica. En este nuevo esti­lo  psiquiátrico de razonar, las perversiones eran desórdenes de un instinto que no podía ser loca­lizado en el cuerpo. La idea de que los trastor­nos sexuales podrían ser resultado de causas psicológicas inconscientes originadas en la infancia iba ganando terreno, ya antes que Freud.

Hubo otro fenómeno en el cual el enfoque psiquiátrico de la sexualidad presagiaba el de Freud. Mientras que la diferenciación entre sexualidad patológica y saludable -la repro­ducción era el quid de la cuestión- era la asun­ción básica en su trabajo, en la teoría de Krafft- Ebing, por ejemplo, sobre las principales perversiones, las barreras entre lo normal y lo anormal se iban subvirtiendo. El sadismo, el fetichismo y el masoquismo no solamente no eran categorías de enfermedades, sino que eran términos que también describían extremos de una escala graduada de salud y enfermedad y explicaban aspectos de la sexualidad “normal”. Desde su punto de vista, el sadismo y el maso­quismo eran inherentes en la sexualidad nor­mal tanto femenina como masculina; el pri­mero siendo de naturaleza activa y agresiva y el segundo, pasiva y sumisa. También la dis­tinción entre fetichismo y la sexualidad “nor­mal” era sólo gradual, cuantitativa más que cualitativa. El fetichismo era parte de la sexua­lidad “normal”, según explicaba Krafft-Ebing, porque el carácter individual de la atracción sexual y, ligado a eso el amor monógamo, se basaba en la preferencia de ambos en las carac­terísticas mentales y físicas del otro. Esto esta­ba en la línea de la afirmación de Binet de que todo amor es hasta un punto fetichista, ya que es una tendencia general, central, de la atrac­ción sexual.

Más aún, las barreras entre la masculinidad y la feminidad se hicieron difusas en la teoría médica. La gran discusión sobre las diferen­tes formas de inversión física y mental -a menudo ligadas a la homosexualidad- puso de manifiesto la idiosincrasia y el carácter alea­torio de la diferenciación sexual y señaló que la exclusiva masculinidad y feminidad podrían ser meras abstracciones. Mientras anteriormente Krafft-Ebing y muchos de sus colegas habían tendido a identificar la inversión con la dege­neración, a mediados de 1890 el concepto inter­medio sexual se basó en la investigación embriológica contemporánea y en las teorías evolutivas. El primero enfatizaba el hecho de que el estadio temprano de un embrión huma­no era caracterizado por una neutralidad sexual y el segundo sugería que las formas primitivas de vida carecían de diferenciación sexual. Repitiendo la ley de recapitulación de E. Haeckel, la humanidad parecía ser de origen bisexual desde una perspectiva tanto filogené- tica como ontogenética.

Aunque el Darvinismo a menudo había sido usado para probar que la heterosexualidad era una norma natural de formas de vida avanza­das y que las perversiones como la homose­xualidad eran necesariamente degeneraciones, la teoría de la evolución podría ser utilizada para minar la teoría convencional de la dife­renciación sexual. Darwin veía la masculini- dad y la feminidad, no como propiedades está­ticas, sino como funciones maleables que dependían de la contribución que cualquier ras­go dado hacía para la supervivencia y para el éxito reproductivo del organismo. Hirschfeld, el líder del primer movimiento de los derechos de los homosexuales en Alemania y el funda­dor de las primeras revistas sexológicas, esta­ba profundamente endeudado con las nociones darvinianas de la evolución. Al diferenciar sucesivamente entre las anomalías en las glán­dulas sexuales, los genitales, las característi­cas psicológicas y sexuales secundarias, y la orientación sexual, argumentó que había un continuo de tipos sexuales humanos que iban desde el hombre completo hasta la mujer com­pleta: hermafroditismo, androginia, travestis- mo y homosexualidad (el concepto de transe- xualidad fue acuñado en 1940). Desde una perspectiva más psicológica, también la dis­tinción absoluta entre masculinidad y femini­dad así como la de homo- y heterosexualidad se fue minando. De acuerdo al psicólogo alemán M. Dessoir, la sexualidad durante la pubertad estaba aún sin diferenciar y sin defi­nir. Concluyó que no solamente la homose­xualidad sino también la heterosexualidad eran adquiridas culturalmente.

Debería quedar claro que, en lo que se refie­re a la discusión científica sobre sexualidad, Freud no fue el pionero radical, aunque sí cons­truyó sobre las teorías psiquiátricas acerca de la sexualidad que habían sido formuladas entre 1880 y 1890. Las teorías psiquiátricas abrie­ron un nuevo campo de conocimiento, no sola­mente por tratar la anormalidad sexual como enfermedad en vez de como pecado o crimen, sino que aún más porque dejaron claro que la naturaleza de la sexualidad era importante para la existencia plena del individuo y de la socie­dad, y así se merecía un estudio serio. Krafft- Ebing apuntó sobre el peligro del instinto sexual que amenazaba la civilización, pero al mismo tiempo llamó la atención sobre su papel cons­tructivo en la cultura y en la sociedad. Para él el amor como vínculo social era hereditaria­mente sexual, y tendía a valorar el anhelo por la unión física y psicológica con un compañe­ro como un propósito en sí mismo. En cuanto al aspecto relacional de la sexualidad, Krafft- Ebing, al final de su vida, era de la opinión de que la homosexualidad era equivalente a la heterosexualidad y por tanto no era una enfer­medad.

La exclusiva naturalidad del instinto repro­ductivo se convirtió en problemático y, cada vez más, la primacía se fue asignando a la satis­facción del deseo. El sexólogo alemán A. Moll abrió nuevos caminos al postular dos grandes instintos como básicos de lo que él llamó “libi­do sexualis”: descarga (Detumescenztrieb) y atracción (Contrectations-trieb). El primero se refería al acto sexual propiamente dicho, el segundo, a las necesidades sociales. En su Untersunchugen úber die: Libido Sexualis (1897) Moll desvinculó explícitamente el impul­so sexual de la propagación y comparó las for­mas sexuales normales y anormales.

La heterosexualidad reproductiva perdió su naturalidad y empezó, poco a poco, a enten­derse como el resultado de una síntesis evolu­tiva integrada por impulsos. Aceptando la sexualidad, no tan sólo como reproducción, sino como una fuerza física vital, sexólogos como Moll, M. Marcuse y H. Ellis empezaron a discutir sobre si la abstinencia sexual era per­judicial y comenzaron a reconocer la relativa normalidad de las manifestaciones sexuales infantiles. La teoría de la sexualidad empezó a centrarse en el deseo en vez de en la repro­ducción. La tendencia de la Sexología de hacer imaginable la variabilidad sexual agrandó la esfera designada a los idiosincrásicos deseos y desde aquí solo había un pequeño paso a la “lujuriosa libido” y al “principio de deseo” de Freud, de acuerdo a los cuales el deseo sexual solamente tiene como propósito su propia satis­facción. El moderno concepto de sexualidad fue constituido a la vuelta del siglo XX, y no fue solamente una reacción a las prohibiciones victorianas, sino también una transformación epistemológica: una individualización y psicologización de la sexualidad. La emergencia del deseo y de la identidad sexual, indepen­dientemente de su potencial reproductivo, es central para la actitud vital sexual moderna.

Algunos historiadores de la sexualidad han tachado de imperialismo médico las contribu­ciones de finales del siglo XIX a la patología sexual. Aunque Foucault enfatizó que la sexua­lidad era configurada más que reprimida por la voluntad científica de saber, el sentido de este argumento y, más aún, de algunos de sus seguidores, es que los “pervertidos" estaban atrapados en un discurso médico a través del cual estaban constituidas las relaciones de poder y el control social de las sexualidades desvia­das y también los sujetos sexuales. La impli­cación radical del razonamiento de Foucault es que antes de, digamos 1870, no existían “per­vertidos" como los homosexuales, fetichistas y masoquistas, ni sus homólogos, los “norma­les" heterosexuales. Quizás esta contienda pue­de ser defendida, pero el problema es que la conclusión ya ha sido hecha, que las nuevas categorías e identidades estaban meramente construidas por un discurso médico monolíti­co. El foco exclusivo de atención en las teorías médicas supone que las voces de los indivi­duos, de los que los doctores extraen sus obser­vaciones y demuestran sus teorías, permane­cen silenciadas. Sin embargo, la Sexología era improbable que ganara terreno sin el particu­lar ímpetu creado por las confesiones íntimas de los propios “pervertidos". En el desarrollo de la patología sexual los relatos (auto)biográ- ficos jugaron un papel central; un gran núme­ro de médicos fue influenciado por la preocu­pación de quienes les proporcionaban sus historias de vida y sus experiencias sexuales. Los trabajos de Krafft-Ebing y de Havelock Ellis, por ejemplo, están ilustrados con cientos de historias de casos y relatos autobiográficos.

Los sujetos de los casos de estudio de Krafft- Ebing fueron extraidos de grupos sociales dife­rentes. Krafft-Ebing y sus asistentes no tenían otra salida más que conformar los patrones de procedimientos médicos y las historias de los pacientes hospitalizados y sospechosos transgesores morales sobre los que escribían partes forenses. Muchos de estos pacientes aristocrá­ticos y burgueses, que generalmente habían con­tactado con él por su propia voluntad, tenían la oportunidad de hablar por sí mismos. Estos indi­viduos -la mayoría de ellos independientes económicamente, y la gran parte de ellos, viviendo en grandes ciudades y fuera de la típi­ca familia tradicional- habían contactado con Krafft-Ebing como pacientes privados, o man­tenían correspondencia con él porque ellos mis­mos se habían reconocido en las historias de casos publicadas. Algunos de ellos enviaron una autobiografía para que fuera publicada en una nueva edición de Psychopathia Sexualis. Mientras la mayoría de los casos de su primer trabajo eran en su conjunto bastante cortos y objetivos, las publicaciones posteriores con­tenían casos más extensos. Al publicar auto­biografías y citar pacientes, muchos estudios de casos se enfocaron especialmente en la experiencia subjetiva de los pacientes.

Los hombres homosexuales especialmen­te, pero también los fetichistas y masoquistas, estaban deseando revelar sus vidas a Krafft- Ebing. Considerando que probablemente él hubiera esperado que fueran nerviosos “dege­nerados", muchos indicaron plausiblemente que gozaban de perfecta salud y que eran físi­camente indistinguibles de los otros hombres. Algunas de las autobiografías, escritas por hom­bres educados y a menudo cosmopolitas, esta­ban llenas de referencias eruditas y literarias, de especulaciones sobre sus extraños senti­mientos y de detallados autoanálisis. Ellos liga­ban el deseo perverso con la experiencia del sí mismo y claramente estaban buscando una con­firmación de sus impulsos sexuales. También demostraban vívidamente un considerable gra­do de sufrimiento subjetivo, no tanto por su orientación sexual sino por la condena social, la situación legal, la necesidad de disfrazar su verdadera naturaleza y el miedo al chantaje y a la pérdida de su status social. Varios hom­bres subrayaban que su conducta sexual no podía ser inmoral o patológica, porque ellos experimentaban su deseo como “natural”. Al publicar tales argumentos y al remarcar que ellos ilustraban notablemente los sentimien­tos de sufrimiento de los “pervertidos”, Krafft- Ebing debió de hacer una declaración pode­rosa para aquellos que estuvieran interesados. En las nuevas ediciones de Psychopathia Sexualis incluyó cada vez más autobiografías extensas, los autores de las cuales dejaron cla­ro que ellos no buscaban ayuda y que no era su disposición lo que les hacía infelices, sino la condena social.

Los homosexuales, especialmente, no juga­ban por definición un papel pasivo en el vis a vis con el psiquiatra. A finales del diecinue­ve, la revisión de los puntos de vista médicos sobre la homosexualidad no implicaba teori­zación médica. El ímpetu por investigaciones científicas sobre el sentimiento sexual contra­rio vino de los propios homosexuales, siguien­do a los médicos, especialmente del abogado alemán Ulrichs, quien introdujo en 1864 el con­cepto de uranismo -palabra utilizada para designar la homosexualidad, especialmente la masculina. La visión de Krafft-Ebing fue influenciada no solamente por Ulrichs sino también por pacientes e informadores de igual parecer. Después de haber publicado varias autobiografías que demostraban los efectos perjudiciales de la penalización, comenzó a favorecer la reforma judicial. Cuando, a fina­les del siglo XIX, los homosexuales comenza­ron a organizar movimientos de protesta, se referían a Krafft-Ebing como autoridad cientí­fica que estaba de su parte; y él, de hecho, apo­yaba el movimiento por los derechos de los homosexuales, que fue fundado en Berlín en 1897 por Hirschfeld.

Cualquiera puede encontrar diferentes e incluso contradictorios sistemas de valores en la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing y, de hecho, está abierta a significados divergentes.

Evidentemente de esta forma sus lectores contemporáneos interpretaron el libro de varias maneras. Aunque en un principio la obra era para médicos y abogados, sirvió no solamente como guía para profesionales sino también como portavoz y panel de individuos interesa­dos por el tema.

Con la publicación de cartas y autobio­grafías y con la cita de declaraciones de sus pacientes palabra por palabra, Krafft-Ebing permitió que voces normalmente silenciadas fueran escuchadas. El papel activo de algunos de los sujetos de estos casos en la génesis de la patología sexual sugería que la sexología médica facilitó el tratamiento médico y otras formas de control y también creó la posibili­dad de hablar y de ser reconocidos para aque­llas personas interesadas. A ellos, el libro les dio el ímpetu inicial para expresarse y tener conciencia de sí mismos. En gran medida los individuos que se reconocían a sí mismos en los casos de Krafft-Ebing pudieron dar su pro­pio significado a sus experiencias y senti­mientos sexuales. Algunos de los autobiógra- fos tuvieron la oportunidad de expresar su crítica de las normas sociales del momento e incluso aquellas de la profesión médica.

Los “pervertidos” empezaron a hablar por sí mismos y a buscar modelos con los cuales identificarse. A pesar del sesgo médico, muchas historias de Psychopathia Sexualis sirvieron de puente, al enlazar la introspección indivi­dual -a menudo (doloroso) reconocimiento de que uno es una clase de persona desviada- y la identificación social, la cómoda sensación de pertenecer a una comunidad como otros muchos. El propio Krafft-Ebing se distinguió como experto que se declaró en contra de la tradición moral religiosa y de las denuncias legales de desviaciones sexuales. Los indivi­duos se acercaban a él en busca de entendi­miento, aceptación y ayuda. El trabajo de Krafft-Ebing abrió los ojos a muchos de sus clientes, hicieron referencias a su efecto salu­dable y algunos de ellos declararon que les salvó de la desesperación. De hecho, ellos no necesitaron de tratamiento médico, porque expresar sus sentimientos era en sí mismo algo así como una cura. El escribir su historia de vida, el dar coherencia e inteligibilidad a su desgarrado self, podía resultar una catarsis de comprensión.

Krafft-Ebing y muchos de sus clientes de clase alta compartían el mismo bagaje cultural y los mismos valores burgueses. De algún modo ellos cooperaron: los “pervertidos" que querían que su voz fuera escuchada en públi­co dependían de médicos comprensivos como él porque la ciencia médica era el único aforo respetable y Krafft-Ebing, a su vez, tenía que confiar en sus confesiones para validar empí­ricamente su patología sexual. Generalmente, los relatos psiquiátricos y las historias de casos como eran publicadas por él no eran un simple medio para copiar o controlar las sexualidades desviadas, sino que también ofrecían un espa­cio en el cual el deseo sexual en forma de auto­biografía narrativa pudiera ser articulado. A largo plazo, la gran habilidad para ser recono­cido y discutido facilitó el tratamiento médico y otras formas de restricción de las conductas como era la conciencia de sí mismo. La mane­ra en que varios de sus pacientes e informado­res leyeron su libro ilustra cómo el dominio sexual empieza a ser un campo de lucha y que solamente faltaba un paso para la admisión del derecho individual a la satisfacción sexual.

Emergieron nuevas formas de entender la sexualidad, no solamente desde el pensamien­to médico: se debían tener en cuenta cambios, tanto en el contexto psiquiátrico, como en los profesionales inmediatos, en los marcos insti­tucionales y en el ámbito social. El desarrollo de la sexología dentro de la psiquiatría estaba muy ligado al empeño profesional por ampliar y diversificar el territorio de la psiquiatría fue­ra de los asilos mentales, cambiando el marco institucional donde los psiquiatras trabajaban. La interferencia de la psiquiatría en la desvia­ción sexual creció, fundamentalmente, más que desde su fortaleza desde su debilidad. Los psi­quiatras estaban lejos de ser los poderosos agen­tes del control social, tal como han sugerido muchos historiadores de la sexualidad y de la psiquiatría. Durante la primera mitad del siglo los psiquiatras habían ganado dominio sobre las formas más serias y peligrosas de la dis­función mental, pero en general su autoridad se limitaba a las paredes de un asilo de lunáti­cos, dando cobijo y cuidado a los dementes cró­nicos de la clase pobre. Más aún, incluso en la segunda mitad del siglo, los psiquiatras tenían dificultades en convencer a otros científicos y al público en general de que, como médicos, tenían una percepción científica exclusiva sobre la naturaleza de la demencia. La falta de evi­dencia anatómica y fisiológica de las bases men­tales de la enfermedad mental y la futilidad terapéutica del asilo subrayaron la vulnerabili­dad de la psiquiatría. Cuando los psiquiatras empezaron a teorizar sobre la sexualidad en 1870, su status profesional era bastante frágil. Así que yo sugeriría que, más que explicar cómo los psiquiatras utilizaban su poder para controlar y disciplinar a los desviados sexua­les, la cuestión debería ser porqué ellos inter­ferían en la sexualidad como una forma de pro- mocionar su especialidad y extender su dominio profesional.

En las últimas décadas del siglo XIX impor­tantes psiquiatras trasladaron sus actividades del asilo mental, donde el cuidado y gerencia del cada vez mayor número de pacientes cró­nicos pobres había sustituido las expectativas de cura de los mismos hacia la clínica univer­sitaria y la práctica privada. El enfoque psi­cológico proveía a la psiquiatría, tanto con una nueva clientela, como con una autoridad social realzada. El pensamiento psicológico capaci­taba a los psiquiatras para apropiarse de los pacientes de clase media, quienes padecían algún tipo de trastorno mental leve, mostra­ban alguna perturbación relativa y no necesi­taban ser hospitalizados en las residencias. Al cubrir las necesidades de la clientela burgue­sa, los psiquiatras tuvieron la posibilidad de llevar a cabo práctica privada y esto supuso un cambio en los antecedentes sociales de su clien­tela. Los psiquiatras, de hecho, jugaron un papel clave en la construcción del concepto moder­no de sexualidad, pero las teorías médicas emergentes se establecieron como hechos de la sexualidad sólo porque estaban ligadas a gru­pos sociales relevantes desde el principio.

Las historias de casos y las autobiografías de los pacientes de Krafft-Ebing y su marco socio-cultural dejaron claro que el conocimiento médico sobre sexualidad podía tener éxito sola­mente porque estaba implantado en la socie­dad. La construcción de las identidades sexua­les modernas fue llevada a cabo en un proceso de interacción social entre individuos, que se contemplaban a sí mismos, y médicos, que con­figuraban la perversión como un campo de la psiquiatría. La propia conciencia de la identi­dad sexual se desarrollaba, claramente, entre burgueses bien educados que vivían en la ciu­dad, a menudo cosmopolitas y círculos aris­tocráticos. Se daba en un contexto de expan­sión rápida de la vida urbana y de la emergente cultura consumista en la que los deseos únicos y particulares del individuo se convirtieron en significativos. Las teorías psiquiátricas llega­ron a un público que ya manejaba un gran número de trabajos médicos y literarios sobre la sexualidad. Los temas sexuales aparecían como asuntos para las novelas y el teatro. Había un mercado para la psiquiatría orientada psi­cológicamente que respondía a la necesidad de auto-conocimiento.

El discurso psiquiátrico reflejó y dio forma a las experiencias sexuales. Esto indicó y probó una creciente preocupación por la sexualidad y por el análisis de la vida íntima. A finales del siglo XIX, la sexualidad de la sociedad burguesa era privilegiada, era como la quintaesencia de la privacidad y del propio individuo. El aumen­to de la patología sexual en psiquiatría solamente magnificó los efectos de la necesidad de la auto- comprensión. Esto no quiere decir necesaria­mente que los significados individuales del self sexual deberían ser considerados como reflejo de una esencia psicológica interna. Ni las his­torias de casos psiquiátricos ni las autobiografías eran recursos espontáneos para las voces de los “pervertidos". Las identidades sexuales se cris­talizaron como narrativa de muestra y, así, su contenido y forma era más de origen social que psicológico. La identidad sexual aparecía como un guión, sobre el que los individuos modela­ban su historia de vida. La psiquiatría ofrecía un marco de referencia adecuado para mirar y dar sentido al yo de cada uno y, de esta forma, fue crucial para la nueva conciencia de ser sexual y para la concepción pública de la sexua­lidad. En ausencia de rutinas sociales tradicio­nales o de certezas morales, la autocontem- plación era causa de ansiedad y desasosiego, aún más, como muchas de las historias de casos de Krafft-Ebing ilustraban, también se creó algún espacio para la individualidad y la pro­pia expresión.

Los “pervertidos" apelaban a ideales de autenticidad y sinceridad para otorgar valor moral a su identidad sexual. En el siglo XIX la autenticidad individual de la sociedad bur­guesa había llegado a ser un valor pre-eminente y un marco de referencia para la introspección, la autocontemplación y la auto-expresión. La constitución del deseo como pista para que el sí mismo interno pueda ser explicado sólo como una consecuencia de la reconstrucción de la función de la sexualidad en la sociedad moderna. Mientras la sexualidad en la socie­dad tradicional, como función de una conducta social, no existía por sí misma. La diferencia­ción entre lo público y lo privado acarreaba la gran disociación de la sexualidad desde su implantación en los patrones de conducta puta­tivamente naturales y fijos. La elevación del ideal romántico de amor -el “verdadero" amor se convirtió en el patrón reinante para justifi­car la sexualidad- suponía que la sexualidad se iba gradualmente diferenciando de un orden moral transcendental y de su integración ins­trumental tradicional con la reproducción, la relación y las necesidades socioeconómicas. El sentimiento personal y la atracción poco a poco fueron sustituyendo al cálculo de la ven­taja familiar a la hora de la elección de pareja, y la sexualidad se colocó en la esfera separa­da de la intimidad, citas, cortejo y amor román­tico. Esto, por contrapartida, dio la posibilidad a la ciencia médica de definirla, como algo dis­tinto al impulso y descubrir las leyes fisiológi­cas y psicológicas internas. Considerando que en la sociedad premoderna la sexualidad esta­ba dominada por un imperativo reproductivo -la diferenciación crucial era entre sexo repro­ductivo dentro del matrimonio y los actos que interfirieran con la procreación dentro del matri­monio (adulterio, sodomía, bestialidad y mas­turbación)- más o menos implantado en los patrones sociales de conducta, la emergencia de las “perversiones” revela que la experiencia moderna del demonio sexual comenzó a gene­rar sus propios significados. La sexualidad llegó a asociarse con las profundas y complejas emo­ciones y ansiedades humanas.

Los médicos podían haber intensificado el problema de la sexualidad a propósito como un asunto de salud y enfermedad en vez de para realzar su status profesional, pero esto no sig­nifica que la modernización de la sexualidad pueda ser reducida a la medicalización. El eti- quetaje médico y los efectos disciplinarios de la interferencia científica han sido sobrestima- dos como los mayores determinantes en el pro­ceso de creación de las identidades sexuales. Una actitud crítica hacia el concepto de sexua­lidad como una unidad estable, “natural”, psi- co-biológica -en la cultura una diversidad de inferencias puede construir un vis a vis con la naturaleza- no debería llevar a perder de vis­ta la sexualidad como una parte de la realidad social. El argumento de que las identidades sexuales están configuradas culturalmente más que enraizadas en la esencia biológica o psi­cológica no significa que no sean más o menos realidades sociales estables. El proceso de la medicalización ha de ser visto en el contexto de grandes cambios en las estructuras sociales de la sexualidad. Las explicaciones médicas de la sexualidad tomaron forma al mismo tiempo que la experiencia de la sexualidad en la socie­dad era transformada y se convirtió en sujeto de introspección y obsesivo auto-exámen en el ambiente burgués.

 

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MEDIACIÓN FAMILIAR:
EXPERIENCIAS Y REFLEXIONES DESDE EL ÁMBITO PÚBLICO

Miguel Angel Osma* y Soraya Loza*

* Responsables del Servicio Público de Mediación Familiar de País Vasco. C/Alameda Mazarredo n° 61, 6a Planta . 48009 Bilbao. España

 

La Mediación constituye un procedimiento de intervención profesional cuyo objetivo es la resolución cooperativa de conflictos interpersonales y cuya aplicación puede realizarse en diversos campos como la familia, educación, consumo, medio ambiente, accidentes, agreso­res y víctimas, etc.

La intervención en Mediación Familiar se define como un proceso constructivo que ofrece a las partes, con la asistencia de un equipo multiprofesional, un espacio y un lugar neutral, en el que intentar aislar de forma sistemática los puntos de acuerdo y desacuerdo, buscar alter­nativas a estos últimos y considerar compromisos con el objetivo de alcanzar un acuerdo consensuado sobre su separación o divorcio, ayudando a los cónyuges a tomar decisiones responsables.

En el presente artículo exponemos algunos aspectos conceptuales, metodológicos y de resultados de la Mediación Familiar en un Servicio Público -en este caso creado por la Consejería de Justicia del Gobierno Vasco -, así como reflexiones sobre cuestiones relati­vas a este campo.

 

Palabras clave: Mediación familiar, pareja, familia, resolución de conflictos, separación/divorcio.

 

FAMILYMEDIATION, EXPERIENCES AND THOUGHTS FROM THE PUBLIC SPHERE

 

Mediation constitutes a procedure of professional intervention whose aim is cooperative solving of interpersonal disagreements and whose implementation can be carried put in dif- ferent fields; family, education, environment, accidents, aggressors and victims, to name but a few.

Family Mediation intervention can de defined as a constructive process that provide the parties in conflict with a neutral atmosphere where agreement and disagreementpoints can be systematically isolated, alternatives to these points can be found, and consensus’ concer- ning separation or divorce can be arrived at, helping spouses to make responsible deci- sions.

In this article, some conceptual and methodological concepts and some Family Mediation outcomes in a public sevice are unraveled -set up by the Justice Ministry of the Basque Government -, likewise some reflections on this subject.

 

Keywords: Family mediation, couple, family, separation/divorce, resolution of conflict.

 

Concepto de mediación

La Mediación como una forma de resolu­ción de conflictos, en la que un tercero ayuda a las partes enfrentadas a resolver su situación y a llegar a sus propias decisiones ha existido desde hace mucho tiempo. Su origen se remon­ta a viejas culturas que en su época ya la empleaban.

En la antigua China, la mediación era el principal recurso para resolver desavenencias (Brown, 1982). En algunas partes de Africa, ante un conflicto convocaban una asamblea en la que una persona respetada o “autoridad” actuaba como mediador ayudando a las partes a resolverlo de una manera cooperativa (Gibbs, 1963).


Los extensos círculos familiares y de paren­tesco han constituido un recurso de mediación en muchas tierras y culturas. Los jefes de fami­lia matriarcales y patriarcales han ofrecido sabiduría, precedentes y modelos para ayudar a los miembros de la familia a resolver sus desavenencias (Vroom, Fosset y Wakefield, 1981).

En la vida cotidiana es probable que haya­mos actuado como mediadores intercediendo entre dos hermanos, intentando calmar los ánimos de compañeros/as enfrentados/as, etc. La Mediación así entendida supone un cono­cimiento previo entre las partes y la persona que media carece de una técnica mediadora. Otro modo de entender la mediación es cuan­do la persona del mediador es desconocida para las partes en conflicto, y su intervención tiene una función más profesional.

La mediación en el contexto de la separa­ción y/o divorcio es un proceso no terapéuti­co, mediante el cual los participantes, con la asistencia de una persona o personas impar­ciales, intentan aislar de forma sistemática los puntos de acuerdo y desacuerdo, exploran alternativas y consideran compromisos, con el propósito de alcanzar un acuerdo consensua­do sobre los distintos aspectos de su separa­ción o divorcio. Es un proceso de resolución y manejo del conflicto que devuelve a las par­tes la responsabilidad de tomar sus propias decisiones en relación con sus vidas, posibili­tando la reorganización de la familia (Jay Folberg, 1992).

La mediación tiene una especial impor­tancia en aquellos casos en los que las perso­nas enfrentadas se encuentran vinculadas por relaciones continuas. En éstos, el modelo judi­cial no siempre resuelve el conflicto, ya que el juicio pone fin a la acción judicial pero no suprime las causas del mismo. En algunas cir­cunstancias el proceso puede, incluso, agravar el conflicto inicial.

El propósito de la mediación es el de resol­ver desavenencias y reducir el conflicto, a la vez que proporcionar un foro para la toma de decisiones. Aún en el caso de que no puedan resolverse todos los puntos de desavenencia, si la causa esencial del conflicto es entendida por los participantes, éste puede reducirse a un nivel manejable.

Para finalizar este apartado creemos que es importante diferenciar claramente el térmi­no de mediación de otras formas pacíficas de resolver el conflicto como es la negociación, el arbitraje y la conciliación.

En la negociación los representantes ofi­ciales o legales de cada una de las partes en conflicto intentan llegar a un acuerdo y la par­ticipación de las personas implicadas en la resolución del mismo es escasa.

El arbitraje es un proceso de negociación en el cual las partes intentan llegar a acuer­dos satisfactorios para todos, produciéndose la intervención de la figura del árbitro en caso de no conseguirse dichos acuerdos y toman­do éste decisiones que las partes han de acep­tar.

La conciliación es un tipo de negociación en la cual la persona conciliadora proporcio­na un lugar adecuado para que las partes alcan­cen un acuerdo.

Lógicamente, cada método o cada técnica empleada goza de unas ventajas e inconve­nientes, en los cuales no vamos a ahondar, excepto en los concernientes a la mediación.

 

Los profesionales de la mediación

El conflicto familiar no se da sólo en un área de la persona, sino que es un conflicto multidimensional, por lo que es necesario que sea atendido desde diferentes áreas.

Debido a la naturaleza del conflicto, el pro­ceso de mediación debe ser atendido por un equipo interdisciplinario.

Se pueden considerar diferentes maneras de intervención interdisciplinar:

-          Co-mediación interdisciplinaria: dos o más mediadores de distinta profesión hacen co-mediación.

-  Mediación interdisciplinaria colaborati- va: un mediador interviene en la media­ción en algunos aspectos, por ejemplo el psicólogo, y remite a otro mediador, por ejemplo abogado, para que medie en otras cuestiones distintas.

- Mediación Asesorada: cuando las partes requieren el asesoramiento de un profe­sional, no mediador, tal como un psicó­logo, abogado, etc., al cual se le puede invitar a participar en alguna sesión de mediación. (Thelma Butts Griggs, 1997)

El mediador ha de ser un profesional que reúna una serie de características tanto perso­nales como profesionales. Entre las carac­terísticas personales cabría destacar la flexi­bilidad, creatividad, autocontrol, empatía, la imparcialidad y capacidad de escucha activa. Ha de tener la capacidad suficiente para dis­tanciarse respecto de las situaciones que inter­viene, lo que supone un trabajo personal en cuanto al conocimiento de sí mismo y una con­ciencia de sus proyecciones personales y de sus límites, no dejándose “invadir” por las difi­cultades y las emociones de los que participan en la mediación.

Profesionalmente, el mediador debe ser experto en relaciones interpersonales, con cono­cimiento en técnicas de comunicación y de manejo de conflictos, técnicas de negociación y solución de problemas, técnicas propias de la mediación, nociones de Derecho de Familia, nociones de Psicología (Psicología Evolutiva, Teorías Cognitivas, Teoría Sistémica, Psico- patología) y una formación específica en media­ción (Cuadro 1).

El mediador es una persona imparcial en el procedimiento cuya intervención va dirigida a proporcionar un clima adecuado al diálogo, moderando las intervenciones entre las partes, reduciendo los malos entendidos, favorecien­do la expresión de emociones, atendiendo a las necesidades de los participantes, ayudándoles a identificar los temas y a clarificar priorida­des, encontrar puntos de acuerdo, explorar nue­vas áreas de compromiso y negociar un acuer­do. Ha de poner énfasis en el reforzamiento de los vínculos positivos y la evitación de repro­ches y culpabilidades (Pearson y Thoennes, 1982) (Cuadro 2).

 

 

 

Historia del Servicio de Mediación Familiar del País Vasco

Como inicio de esta exposición, creemos conveniente remontarnos a Mayo de 1995, fecha en la que se realizaron unas Jornadas sobre Derecho de Familia organizadas por EMAKUNDE (Instituto Vasco de la Mujer), en las que se reflexionó sobre la mediación familiar como método de resolución de con­flictos de familia, entendiéndose ésta como un modelo complementario al judicial. Estas Jornadas supusieron una piedra angular favo­recedora de concienciación en la Admi­nistración Pública Vasca, y más concreta­mente en la Consejería de Justicia, de la idoneidad y pertinencia de este tipo de Servicios, como respuesta a una demanda social implícita.

En junio de 1996, aparecía publicada en el B.O.P.V. una Orden del Consejero de Justicia, Trabajo y Seguridad Social, por la que se con­vocaban ayudas económicas destinadas a sub­vencionar actividades en materia de mediación familiar. En ella se refería el hecho de que el modelo judicial de resolución de con­flictos, fundamentalmente en los casos en los que las partes se encuentran vinculadas por relaciones continuas, no siempre resuelve el conflicto, ya que el juicio pone fin a una acción judicial pero no suprime en todos los casos las causas del mismo. En algunas circunstancias el proceso puede hacer más antagónico el con­flicto inicial.

 


 “Consciente de la trascendencia de este pro­blema el Departamento de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad Social, en el marco de lo establecido en el artículo 13 del Decreto 141/1995, de 7 de Febrero de Estructura orgánica, y fun­cional del mismo que determina que son funcio­nes de la Dirección de Derechos Humanos y Cooperación con la Justicia la especial atención

a los sistemas de Justicia Complementaria, pro­moviendo iniciativas al respecto y estudiando y apoyando, en su caso, las que surjan en ese cam­po de actuación, pretende la realización de un programa de mediación familiar como un servi­cio no paralelo, ni al margen de la sede jurisdic­cional de resolución de conflictos, sino como un sistema que complemente y ayude a los Juzgados de familia a instruir procedimientos matrimo­niales que, además del evidente beneficio que reporta a los/las contendientes con la consecu­ción de un divorcio/separación consensuados en sus aspectos más conflictivos, contribuye, a través de la especial tramitación de los procedimientos de mutuo acuerdo, a la aplicación del principio de la economía procesal." (B.O.P.V. 5 de Junio de 1996).

En esta convocatoria pudieron participar aquellas personas jurídicas de carácter priva­do, sin ánimo de lucro, con domicilio fiscal y social en la Comunidad Autónoma del País Vasco, que reunían los demás requisitos esta­blecidos en la misma.

Una vez resuelto el concurso público, la gestión del Servicio de Mediación Familiar fue concedida a la Asociación Vasca para la Pacificación Familiar/ Sendia Baketzerako Euskal Elkartea, disponiendo para ello de una subvención anual.

En Octubre de 1996 El Departamento de Justicia, Economía y Seguridad Social del Gobierno Vasco, en el ejercicio de las funcio­nes de promoción de Justicia Complementaria que tiene asignadas la Dirección de Derechos Humanos y Cooperación con la Justicia, puso en funcionamiento el Servicio Público de Mediación Familiar del País Vasco.

El Servicio está ubicado en Bilbao, en los locales dispuestos por el Departamento de Justicia y tiene cobertura para todo el País Vasco. Dispone de una línea de teléfono gra­tuita para los usuarios.

 

Características del Servicio

A modo de resumen, cabría señalar once características básicas del Servicio de Me­diación Familiar:


1      El programa se engloba dentro de los denominados “Servicios de Interés Público”, financiado con recursos públi­cos y controlado por la Administración.

2       El Servicio de Mediación Familiar cola­bora con el Poder Judicial en cuanto que ha sido concebido como un servicio com­plementario al proceso judicial.

3       Es totalmente gratuito para los usuarios.

4       Es voluntario: el acceso ha de ser acep­tado por las partes implicadas.

5       Facilita una ayuda psicológica y jurídi­ca en cualquier momento de su desave­nencia matrimonial o de pareja.

6       Las partes deben asumir el proceso com­pleto de mediación y el seguimiento del mismo, preparándose para afrontar la nueva situación.

7       Es interdisciplinar: el equipo de media­ción lo componen profesionales forma­dos en el ámbito del Derecho y la Psicología y una auxiliar administrativa de apoyo.

8       Está integrado por hombres y mujeres para garantizar una mayor percepción de imparcialidad por parte de los cónyuges.

9       Se trabaja en mediación y comediación.

10   Los miembros del equipo que intervienen durante el proceso de mediación quedan totalmente ajenos al proceso judicial.

11   Los asuntos en ningún caso se derivan a despachos particulares.

 

Objetivos

Los objetivos de este Servicio son:

1      Favorecer el que los cónyuges tomen decisiones en relación a todas las cues­tiones que se dan en procesos de esta naturaleza, de forma consensuada y res­ponsable, evitando enfrentamientos inú­tiles entre ambos y su negativa repercu­sión en los /as menores.

2       Posibilitar una mayor facilidad de rea­daptación a los cambios de circunstan­cias que se van a ir sucediendo en la vida de la familia y especialmente de los menores.

3         Conseguir que la familia siga mante­niendo el control sobre las consecuen­cias de sus actuaciones y un mayor com­promiso por ambas partes, en lugar de delegar la capacidad y responsabilidad de toma de decisiones a terceros. De esta manera se previenen los incumplimien­tos tan frecuentes en los procedimientos matrimoniales, dado que los acuerdos tienden a mantenerse y respetarse con el paso del tiempo.

4         Fomentar la coparentalidad responsable, como concepto mediante el cual ambos progenitores disciernen perfectamente entre sus antiguos roles de cónyuges/pare­ja, y asumen adecuadamente sus actuales roles de padres de hijos comunes, colabo­rando y en cualquier caso contribuyendo responsablemente al proceso de madura­ción de los mismos.

5         Posibilitar que tanto los adultos como los menores asuman mejor el proceso de separación o divorcio, evitando o dismi­nuyendo la frecuencia e intensidad de los trastornos psicopatológicos característi­cos de estas situaciones: trastornos de ansiedad, inseguridad personal, temores, agresividad, fracaso escolar, síndromes depresivos, etc.

6         Disminuir los procedimientos conten­ciosos como forma de resolver la sepa­ración o divorcio.

 

Destinatarios

El Servicio de Mediación Familiar está diri­gido a:

-          Parejas que han decidido separarse o divorciarse y que no han iniciado los trá­mites legales.

-          Parejas que se encuentran en cualquier fase del procedimiento legal de separa­ción o divorcio y quieren adaptarse a un proceso de mediación como un medio de llegar a acuerdos en un clima de coope­ración y respeto.

-            Parejas que han resuelto legalmente su separación y/o divorcio, pero continúan en una situación de crisis.

- Parejas de derecho que quieren regular sus relaciones sin entrar en un proceso judicial de separación en ese primer momento.

 

Perfil del usuario del Servicio

El perfil medio de las parejas que han uti­lizado el Servicio tienen una edad compren­dida entre 26 y 40 años (58,84%). El nivel de estudios en un 45,84% de los casos es de estu­dios primarios y en un 38,26% con un nivel medio de estudios. En su mayoría las parejas que acuden están casadas (82,60%), un 7,97% se hallan separadas, un 3,62% son pareja de hecho, el 2,89% están divorciadas y un 2,89% son solteros sin ser pareja de hecho.

El intervalo de tiempo comprendido entre el quinto y décimo año de vida en común ha sido el periodo en el que se han producido un mayor número de rupturas de las relaciones.

Respecto a su situación laboral un 58% desempeñan algún tipo de trabajo remunera­do económicamente, un 18,41% son amas de casa, el 17,68% están parados y un 5,05%, jubilados.

En relación al nivel económico, los datos muestran una absoluta mayoría de los estratos medios en relación a los extremos bajos o altos. Los niveles medio y medio-bajo suponen el 81,58% de los casos atendidos.

En referencia al lugar de residencia desta­ca de un modo claro la prevalencia de los viz- cainos sobre los guipuzcoanos o alaveses, alcanzando los primeros el 96,75% del total.

La mayoría de las parejas que han utiliza­do el Servicio no habían iniciado, aún, ningún trámite judicial de separación o divorcio (83,33%). Las parejas que, habiendo iniciado algún trámite legal de separación, decidieron paralizarlo para iniciar un proceso de media­ción para resolver su situación representan un 3,62%. Un 7,97% de parejas tenían sentencia de separación o divorcio y, en unos casos, deseaban modificar algún acuerdo anterior y en otros continuaban en conflicto y el 5,07% estaban separada de hecho (Cuadro 3).

 

 

Modo de acercamiento al Servico

 

La derivación de los asuntos tratados duran­te el último año natural, esto es, 1998, proce­dió de diversos ámbitos e instituciones.

En primer lugar se observa cómo los Servicios Sociales de Base suponen el mayor cauce de aproximación al Servicio (28,26%) durante este año así como en años anteriores, lo que pone de manifiesto la importancia de los mismos como derivantes, y su papel des­tacado a la hora de difundir y dar a conocer al ciudadano el Servicio.

Los medios de comunicación son un canal destacado (17,39%), pero apreciamos un des­censo durante este último año, lo que impli­ca una mayor y progresiva apertura del aba­nico de derivación de casos por parte de entidades, personas o servicios cada vez más extenso.

Por otra parte los casos remitidos por los Juzgados (15,21%) doblan la proporción obte­nida en el año anterior, siendo éste un indica­dor positivo.

Durante este año, hemos constatado que ha habido personas que han acudido al Servicio por indicación de otros usuarios del mismo, así como amigos o familiares, suponiendo un 13,76% del total. Se observa que este porcen­taje va en aumento progresivo desde la pues­ta en marcha del Servicio.

Aproximadamente un 25% de los casos provienen de diferentes fuentes de derivación: Servicio de Orientación Jurídica del Colegio de Abogados de Bizkaia, Servicios de Salud, Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita, Emakunde, Ararteko, Ertzaintza, Diputaciones Forales, Asociaciones privadas, Abogados, Psicólogos, Servicios Eclesiásticos, etc.

Estos datos referentes a la mayor diversi­dad de modos o canales de derivación que en años precedentes, suponen a nuestro juicio una mayor cimentación del Servicio y constatan su inmersión progresiva en la red de Servicios e Instituciones Públicas o Privadas de carác­ter social, jurídico o sanitario (Cuadro 4).

 

Intervención directa: el proceso de mediación

A pesar de realizarse intervenciones de mediación familiar desde hace cientos de años y desde muy diferentes culturas (asiáticas, africanas, americanas...) es relativamente reciente su utilización de un modo metódico y multidisciplinar, esto es, de un modo pro­fesional en el mundo y cultura occidental. Su trayectoria apenas alcanza tres décadas de existencia.

 

 

Su aplicación, también puede circunscri­birse en diversos ámbitos: situaciones de sepa­ración o divorcio, problemática en la relación y comunicación con los hijos, disputas intrafamiliares en relación con el cuidado de ancia­nos, herencias, negocios familiares, etc.

La metodología que aquí explicitaremos hace referencia a la intervención de mediación en separación y divorcio, ampliándose las actuaciones a cualquier situación de crisis de pareja y/o familiar que posea entre uno de sus componentes básicos una desavenencia actual, pasada e incluso futura entre los miembros de la pareja.

Realizamos normalmente nuestra inter­vención, partiendo de una metodología tipo o estándar, que no dudamos en variar o modifi­car en base a las características individuales de cada asunto. En cualquier caso el proceso de mediación consta de una serie de fases con características propias en cuanto a objetivos, procedimiento, duración y profesionales inter- vinientes.


Fase de aproximación al Servicio y organización de la demanda Se procede a recoger la demanda y recopilar información pertinente. Tras este momento, se ofrece información jurídica y psicológica sobre aspectos tales como legislación, derechos y deberes, la ruptura y la crisis personal, íntima y psicosocial que conlleva o provoca este tipo de situaciones. Igualmente se habla de las carac­terísticas del proceso de mediación, de la fun­ción de los mediadores, del alcance de los acuer­dos que tomen, reglas básicas, etc.

Es en este momento, cuando el equipo valora la adecuación de la problemática a la viabilidad o no de la mediación en el caso con­creto. De no darse las condiciones de viabili­dad requeridas, el asunto se derivará a otros Servicios. De darse dichas condiciones y tras la aceptación de acogerse al proceso de media­ción por ambas partes, se pasa a firmar el Contrato de Mediación. Dicho documento pri­vado regula las normas y compromisos de todos los participantes en la mediación, es decir, los dos miembros de la pareja y los pro­fesionales intervinientes. Aparecen, pues, aspectos relacionados con la confidencialidad de datos e información obtenida, con el com­promiso de no ejercer acciones judiciales para­lelas a la mediación, no solicitar en ningún caso el testimonio de los mediadores en los procesos legales, etc.

El Contrato de Mediación adquiere un papel fundamental en el incipiente proceso mediador: es la primera piedra sobre la que se construirá -o intentará construir- el edificio de sus acuerdos y de sus nuevos modos de fun­cionamiento o relación.

Es el primer momento en el cual la pareja, voluntariamente, estampará su firma compro­metiéndose a una tarea en común, con el obje­tivo de lograr acuerdos satisfactorios para ambos y, por lo tanto, comunes.

En esta fase de aproximación al Servicio ocu­rre con frecuencia que no es la pareja quien se persona en el SMF (Servicio de Mediación Familiar) sino sólo uno de sus miembros. En estos casos, se procede de similar manera, aun­que se ofrecen dos posibilidades: que la propia persona informe a la otra parte de su asistencia al SMF y los aspectos comentados, o que dele­gue en el Servicio dicha comunicación. Si es así, se realizará ésta a través de una carta informati­va, invitando a su vez al destinatario a acudir al SMF a asesorarse, aportar su visión de la reali­dad y colaborar en el proceso mediador si así lo considera. De producirse respuesta positiva -hecho que ocurre la mayoría de los casos-, se procede como hemos comentado con anteriori­dad.

Primera fase: Fase de información Una vez que la pareja ha aceptado acoger­se al proceso de mediación y firmado el con­trato, se procede a recoger y aportar informa­ción de un modo más exhaustivo.

El objetivo de esta fase es favorecer el dia­logo, la escucha y un mayor entendimiento entre las partes, ayudándoles a comprender las preocupaciones de cada uno y facilitar la expresión de emociones.

De igual modo se atenderá a modificar las distorsiones cognitivas existentes habitual­mente en cada miembro de la pareja, bien res­pecto a su propia situación , a la del otro y/o a la del núcleo familiar.

El equipo manifestará de un modo claro la neutralidad e imparcialidad del mismo y valo­rará de nuevo los elementos que pueden difi­cultar la negociación, intentando conseguir que ambos miembros de la pareja asuman la realidad de una forma adecuada, evitando cul- pabilizaciones y reemplazando el concepto de culpabilidad por el de responsabilidad, pen­sando menos en reivindicaciones y más en soluciones y reiterando el hecho de que son ellos quienes han de tomar sus decisiones, y no los mediadores.

La aceptación de estos aspectos predispo­ne a las personas para una mejor negociación.

 

Segunda fase: Identidificación de puntos clave y esquema de abordaje

Se procede a identificar los puntos clave que las partes quieren debatir definiendo los pro­blemas y el esquema previo para su abordaje.

Se propician claves para la aceptación y entendimiento del otro como método para favorecer una comunicación interpersonal pro­funda y completa, a todas luces necesaria para poder avanzar en el proceso, sentando así las bases para la posterior fase negociadora.

 

Tercera fase: Fase de negociación.

El objetivo de esta fase es ayudar a las per­sonas a que generen y manifiesten opciones e ideas, buscando los intereses y no las posi­ciones, como modo de facilitar la negociación al objeto de que puedan elegir y discernir lo que cada uno considera más importante en rela­ción a lo menos importante.

Se procede a identificar los puntos de acuerdo y desacuerdo incidiendo en los pun­tos convergentes y debatiendo los divergentes intentando alcanzar acuerdos consensuados.

En la mayoría de los casos, es decir, aque­llos en los que hay hijos de la pareja, se deba­tirán aspectos tales como:

 

La parentalidad compartida, o coparentalidad responsable

No tan importante es el término como su significado, y éste es claro: la actitud respon­sable de ambos progenitores respecto a la garantización del bienestar global presente y futuro de sus hijos.

Ambos exponen los puntos de vista sobre la determinación de la guarda y custodia. El mediador favorecerá la superación de confu­siones semánticas muchas veces inconscientes entre guarda y custodia y patria potestad. Es imprescindible que los padres lleguen al con­vencimiento de que la solución que adoptan respecto a la custodia es la más idónea en rela­ción a las necesidades afectivas y de atención de los hijos, siendo ambos coherentes con dicho acuerdo y debiendo aceptarlo para que éstos puedan confiar en la continuidad de la adecuada relación con cada uno de los progenitores.

 

Régimen de visitas

Padre y madre establecerán, a través del diálogo y debate, cómo y cuál va a ser la rela­ción de cada uno con sus hijos a partir de ese momento. Este nuevo modo de relacionarse requiere de una regularización que se estable­ce a través de unos periodos concretos plas­mados en atención a los intereses de ambos progenitores y en especial de los hijos.

 

Aspectos económicos

En este punto confluyen dos cuestiones importantes: la futura situación económica de los dos miembros de la pareja y, en especial, la satisfacción de las necesidades materiales de los hijos. Para poder trabajar sobre este aspecto es necesario conocer cuál es la situa­ción económica actual, y cuál ha sido duran­te la vida en común. Cada miembro de la pare­ja expone sus puntos de vista respecto a las necesidades materiales de los hijos teniendo en cuenta aquellas que estaban satisfechas durante la vida en pareja. Así pues, elaboran un presupuesto de gastos familiares, priori- zando los gastos que suponen los hijos. Es importante que tengan presente que muy pro­bablemente se producirá un empobrecimien­to del grupo: los ingresos serán los mismos en muchos casos, pero no los gastos, que aumen­tarán considerablemente.

 

Situación patrimonial

Es este uno de los aspectos a tratar que, pese a que debiera ser desde un punto de vista de pura lógica, colateral, cobra con frecuencia una importancia capital e incluso en ocasiones, desorbitada. Desde el SMF no se realizan, liqui­dación de bienes gananciales, pero sí se les ayu­da, si ellos lo requieren, a intentar debatir y acordar todos aquellos aspectos económicos y patrimoniales que consideren.

Los temas a tratar son fundamentalmente: bienes privativos, bienes gananciales y diso­lución de la sociedad de gananciales. La diso­lución de la sociedad de gananciales suele generar una gran conflictividad entre los miem­bros de la pareja, que en muchos casos acaba afectando a otros aspectos, llegando a produ­cirse en ocasiones situaciones de auténtica per-

versión de valores.

La mediación se ofrece también como una posibilidad interesante para resolver estos pro­blemas, evitando además la distorsión per­ceptiva que se da en muchos casos en los que se realzan aspectos aunque importantes, secun­darios, y se secundarizan los primarios, esto es, la atención y cuidado de los hijos.

 

Cuarta fase: Acuerdo Final

Una vez alcanzados los acuerdos de modo consensuado sobre los distintos aspectos tra­tados anteriormente, se redactan normalmen­te como Convenio Regulador, pudiendo cana­lizarlos de diferentes modos:

       Homologándolo judicialmente en el pro­ceso de separación o divorcio correspon­diente a través de la intervención de sus respectivos abogados.

       Manteniendo una separación de hecho sin iniciar ningún procedimiento judicial, bien elevando el acuerdo privado a escritura pública notarial, o bien manteniendo el acuerdo privado únicamente entre las partes.

 

Quinta fase: Seguimiento

En todos los casos trabajados en el SMF se realiza un seguimiento cuyo objetivo es conocer el grado de cumplimiento de los acuer­dos tomados, así como la capacidad de adap­tación a cambios e imprevistos.

Por otro lado, sabremos la instrumentaliza- ción realizada con el convenio regulador y su tramitación judicial o no, así como conoceremos quién o quiénes han sido los representantes lega­les de las partes y si se ha producido alguna modi­ficación de los acuerdos, o éstos se han mante­nido íntegramente, como es lo habitual.

Cabe mencionar que la valoración que hacen los usuarios del seguimiento es muy positiva por la percepción que en ellos gene­ra de apoyo y de interés, aspecto este último muy importante en cualquier servicio público. Además se les comunica que el SMF quedará a su disposición si se requiriese algún ajuste futuro por circunstancias sobrevenidas.

Para evitar confusionismo, aclararemos que el objetivo último será siempre que sean ellos mismos quienes generen recursos personales para el diálogo y resolución de problemas y, por supuesto, no generar vínculos de depen­dencia con instituciones o profesionales, aun­que por pura casuísica se entienda que esto no pueda darse en la totalidad de casos en un pri­mer momento.

Por último, reseñar que el seguimiento tam­bién nos sirve al equipo de profesionales como feed-back de la opinión que tienen los usuarios del Servicio y, por lo tanto, nos puede orientar en determinadas direcciones (Cuadros 5 y 6).

 

Valoración global de la experiencia del Servicio

Desde el inicio del Servicio de Mediación Familar en Octubre de 1996, hasta Diciembre de 1998, se han trabajado 255 expedientes de mediación. De las parejas que comenzaron el Programa de Mediación, el 9,01% se deriva­ron a terapia de pareja, al comprobarse que no era su objetivo el separarse. El 12,15% recon­sideran intentarlo de nuevo, recuperando la relación de pareja sin terapia, aunque la media­ción haya ejercido un efecto terapéutico sin duda alguna. Aún así queremos recalcar que prácticamente siempre recomendamos la inter­vención terapéutica externa al Servicio y que existe un % destacado de estas parejas que finalmente se separan, o demandan ayuda pro­fesional para conseguir un adecuado funcio­namiento. El 11,76% interrumpe la mediación por presentar conductas no negociadoras que impiden seguir con la misma. El 67,08% de las parejas han alcanzado acuerdos consen­suados respecto a su situación de separación o divorcio.

 

 

En los seguimientos realizados se observa que la gran mayoría de las parejas que han finalizado la mediación siguen respetando los acuerdos alcanzados, representando éstas un 95,30% del total. Solamente un 5% de las pare­jas han tenido desavenencias que no han podi­do solucionar entre ellos y han acudido al Servicio de Mediación para solventarlas, lle­gando con éxito a resolverlas. El 1,34% han iniciado posteriormente un pleito contencio­so. Estos datos reflejan un nivel de incumpli­miento de los acuerdos adoptados muy bajo.

El nivel de satisfacción de las parejas que han participado en el proceso de mediación ha sido positivo, aún en aquellas parejas que no consiguieron finalizar el mismo.

 

En relación a lo anteriormente expuesto establecemos las siguientes conclusiones:

1         La demanda de solicitud de mediación se va incrementando desde la apertura del Servicio. Este dato refleja el deseo de los ciudadanos de encontrar soluciones dia­logadas y amistosas a sus conflictos de pareja y/o familia de un modo evidente.

2         El resultado de las mediaciones aborda-



das demuestra la validez de este método alternativo y complementario en la reso­lución de este tipo de situaciones.

Cerca del 87% de las personas que ini­ciaron la mediación resolvieron satis­factoriamente su problemática. En la mayoría de los casos mediante la conse­cución de acuerdos consensuados o, en otros, dándose una nueva oportunidad a la continuidad de la pareja.

Este dato consideramos que ha contri­buido, sin duda, a evitar la plasmación de muchos de estos asuntos en procedi­mientos legales contenciosos.

3      El análisis diacrónico de los expedien­tes, por medio de los seguimientos rea­lizados, refleja, en primer lugar, el man­tenimiento de los acuerdos alcanzados en la gran mayoría de las parejas y, en segundo lugar, la actitud prevalente en las personas que participaron en media­ción para resolver por medio del diálo­go y el consenso las desavenencias o desajustes que han podido surgir con el paso del tiempo. Esto es así debido a que la mediación presenta un carácter pedagógico en cuanto a que genera en la pareja un aprendizaje en técnicas de comunicación, manejo del estrés y reso­lución de problemas, posibilitando una mayor facilidad de readaptación a los cambios de circunstancias que se suce­den en el devenir de la familia.

4        La diversificación de los canales o vías de acceso al Servicio nos sugiere el pau­latino conocimiento del mismo por par­te de los distintos agentes sociales, así como la aceptación y confianza de éstos en dicho Servicio. Juzgados de Familia, Servicios de Asistencia Social de Ayuntamientos, Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer, Servicio de Orientación Jurídica del Colegio de Abogados de Bizkaia, Asociaciones pri­vadas, profesionales del derecho y la salud, medios de comunicación, etc., han contribuido por ello al funcionamiento del mismo.

5         El destacado número de personas que han acudido a Mediación remitidos por su entorno cercano (familia, amigos, com­pañeros, vecinos, anteriores usuarios... ) es, a nuestro juicio, un indicador de la progresiva popularización del Servicio y de su paulatino calado social, siendo éste un aspecto de capital importancia para el buen funcionamiento de cualquier servicio público con vocación de aten­ción al ciudadano.

6         La observación de las situaciones aten­didas en el Servicio, nos ratifica en la importancia de la mediación como fac­tor destacado a la hora de minimizar cos­tes psicológicos y de adaptación psico- social por parte de las personas implicadas en este tipo de procesos.

Al mismo tiempo, esta valoración de los miembros del equipo se ve apoyada por los usua­rios a través de los seguimientos realizados.

 

Reflexiones

Consideramos interesante exponer, entre muchas posibles, algunas apreciaciones reali­zadas a lo largo de estos años de trabajo, remarcando que se basan más en valoraciones realizadas por el equipo que en conclusiones fruto de un trabajo de investigación riguroso.

       A primera vista la mediación se antoja como algo sencillo desde un punto de vista técnico y teórico. Tanto sus aspec­tos teórico-conceptuales como meto­dológicos, aún existiendo diversas líneas -o incluso escuelas con diferentes mar­cos teóricos, de método, de aplicación, etc.- son de fácil comprensión y cómoda asimilación. Consideramos, sin embargo, que su correcta práctica profesional es ciertamente compleja. Es aquí donde reside la verdadera problemática de este reciente campo profesional. Sólo desde una sólida formación teórica acompañada de una adecuada experiencia y acogién­dose escrupulosamente a una estricta ética profesional podremos garantizar, nunca el éxito, pero sí el estar en condi­ciones de iniciar un abordaje de media­ción a una pareja en crisis.

       La mediación es un proceso. Como tal proceso, presenta unas fases ya explica­das en este artículo, y como tal puede o no llegar a término. En cualquier caso, queremos aportar una consideración basa­da en nuestra experiencia, y cada vez más ampliamente compartida por los profesio­nales de la mediación, y es su carácter no finalista. Existen parejas que no consi­guen llegar a la consecución final de acuerdos y, sin embargo, no tienen con­ciencia de haber fracasado en la media­ción, sino más bien lo contrario. Por parte del equipo la valoración es la misma, ya que aunque no se llegue al objetivo final previsto, si se han producido modifica­ciones perceptivas de un miembro respec­to del otro y sus correlativas valoraciones cognitivas; si se han vehiculizado adecua­damente canales de comunicación obs­truidos o deteriorados; si se ha favorecido una expresión emocional que permita el posterior reequilibrio de los sistemas intrapsíquicos de alguno de los miembros de la pareja; si se han concienciado de que existe una clara diferencia entre su rol de pareja y su rol de padres..., enton­ces podemos hablar de un progreso y un cambio madurativo importante, indepen­dientemente de que algún obstáculo haya podido impedir un acuerdo final en todos los puntos.

       Destacamos por otro lado, y respecto a los factores etiológicos en la separación, una muy escasa incidencia de los de tipo sexual. No tenemos duda -y así nos han relatado en algunos casos- de que la existencia de trastornos o disfunciones psicosexuales ha coadyuvado en la géne­sis de algunas rupturas de pareja, y en otros ha podido incluso provocarlas directamente. Pero, aun no teniendo sis­tematizada con rigor estadístico esta variable, sí podemos afirmar que éstos son escasos, por lo que hacemos dos con­sideraciones:

1.            Las parejas en el SMF en general elu­den hablar inicialmente de temas sexua­les, lo cual tienen su lógica al acudir la mayoría de ellas con objetivos más pro­clives a la ruptura que a la continuidad.

2.              Creemos que progresivamente va mejorando la información de las parejas sobre temas sexuales, diversas problemá­ticas y sus tratamientos, de modo que el acudir a un sexólogo o terapeuta sexual, es cada vez más frecuente y se vive con más naturalidad. Este factor contribuirá lógicamente a evitar rupturas de pareja cuya causa principal sea una inadecua­ción sexual entre ambos.

       Reiteramos nuevamente la importancia en mediación de realizar una atención indi­vidualizada en cada caso, adoptando metodología, tipo de técnicas a emplear, número de sesiones, entrevistas a terce­ros, etc. Es ésta una de las variables que contribuyen a nuestro parecer en mayor medida, a la resolución exitosa de la mayoría de los casos trabajados. Si no existen dos personas ni personalidades iguales, imposible es que existan fami­lias, ni aun parejas iguales. Una premisa tan sencilla nos complicará y dificultará, esto es, hará más ardua y difícil nuestra intervención, pero sin duda contribuirá a que ésta presente un rigor y seriedad pro­fesional o carezca de ambos.

       Actualmente existen diversos borradores en el estado, más o menos desarrollados, de códigos deontológicos del mediador y de la mediación. Al no existir una instan­cia única, pública o privada, aglutinadora de esfuerzos, ideas, experiencias, estudios comparativos, etc. no podemos aún hablar de un código deontológico exclusi­vo, normatizador, de obligado cumpli­miento para todos los profesionales que emplean la mediación en su práctica habi­tual. Su carencia, responde más bien a la relativa juventud de la mediación familiar, que a una cuestión de conveniencia. En este momento, en el que la eclosión y desa­rrollo de la mediación está en pleno auge, la elaboración de dicho código presenta un carácter de absoluta necesidad, tanto para sentar unas bases sólidas con las que esta­blecer unas óptimas relaciones entre los diversos agentes sociales implicados, pro­fesionales, instituciones públicas y priva­das, y ciudadanos, como para garantizar una práctica profesional rigurosa y ética.

 

Referencias

 

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ESPEJOS Y MÁSCARAS:
MIRADAS EN TORNO A LA IDENTIDAD FEMENINA

Marina Meler *

* Psicóloga. Sexóloga.

C/Atocha, N° 98, 5° D. 28012 Madrid. España

 

La identidad femenina es uno de los temas centrales en las obras y propuestas de muchas artistas contemporáneas cuyo objetivo es mostrar la multiplicidad y complejidad de la expe­riencia de la feminidad que no corresponde a los arquetipos a los que la mirada del poder la ha reducido a lo largo de la historia.

El arte y el pensamiento feminista coinciden en la reivindicación del derecho a la autodefi- nición por parte de las mujeres y sus discursos evolucionan de forma paralela.

Las obras de algunas de estas artistas nos sirven para acercarnos, desde el lenguaje visual y plástico, a las vías de investigación que sobre la identidad femenina se han ido proponiendo a la vez que nos muestran desde qué perspectivas se aborda en el momento actual, llegando a la conclusión de que, sin abandonar discursos de carácter combativo, se está concediendo cada vez más importancia a un enfoque relacional, aunque por el momento parece que esta práctica tiende a reducirse a la relación entre las mujeres.

Palabras clave: Identidad femenina, feminismo, arte, deconstrucción, subversión, miradas, resignificación, pensamiento dicotómico, imágenes, arquetipos, cuerpo, enfoque relacional.

 

MIRRORS AND MASKS, GLANCES AT THE FEMENINEIDENTITY

 

Women's identity is one of the core themes of contemporary women artists' works and pro- posals. The aim is to show the plurality and complexity of women's identity, which does not fit into the archetypes that power's glance has shaped limiting women along history. Feminist art and feminist thinking meet in the claim to women's right to define themselves, and the discourses of the first two develop side by side with it. The works of some of these women come us near to a visual andplastic art language so as to inquire into how women's identity has been shaped, and how it is being approached nowadays.The author comes to the conclusión that it is being given more and more importance to the relational approach, without renouncing to combative condition, despite the fact that this practice tends to be limited to the relationships between women.

 

Keywords: women's identity, feminism, art, decostruction, subversion, glances, dichotomic thinking, images, archetype, body, relational approach.

 

Introducción

Este texto parte de las reflexiones surgi­das tras la elaboración de un proyecto educa­tivo dirigido a segundo ciclo de la ESO1 cuyo objetivo principal es que el alumnado realice un trabajo introspectivo sobre el cuerpo par­tiendo del arte como recurso didáctico y como vía de expresión.

Elegimos el arte en todas sus manifestacio­nes (pintura, escultura, performance, vídeoinstalación, vídeo-danza, animación, ...) como recurso didáctico porque forma parte de la cultura visual en la que estamos inmersos y a través de la cual nos llega la mayor parte de la información, y porque el lenguaje visual y plástico es universal, condición que nos per­mite el acercamiento a un mayor número de propuestas.

Vivimos inundados de una extraordinaria variedad de imágenes visuales y no podemos ver de igual forma todo aquello que se nos ofrece ni podemos fiarnos siempre igual de los resultados de nuestra visión, por lo que educar la mirada nos parece básico para desarrollar el sentido crítico ante la informa­ción que se nos transmite a través de este lenguaje.

Se trata, por una parte, de ofrecer al alum­nado alternativas para que aprenda a orientar­se y a encontrar puntos de anclaje que le per­mitan valorar, seleccionar e interpretar el alud de información que recibe diariamente y, por otra parte, propiciar que experimente la capa­cidad expresiva que supone el lenguaje visual y plástico.

En la actualidad existe en el arte una preo­cupación por el significado que coincide con un interés similar en otros campos y con un movimiento generalizado a favor de la con­cepción de la cultura, no como variable inde­pendiente, sino como marco explicativo de representaciones y comportamientos de los seres humanos (Hernández, 1997).

Importa, por tanto, más la interpretación que la percepción, una interpretación que no sólo es visual o verbal sino que vincula estos dos procesos, e interpretar supone relacionar la biografía de cada uno con los objetos, obras y propuestas artísticas con los que se pone en relación. Desde este enfoque com­presivo es como nos acercamos al arte como recurso que nos permite explorar el tema de la identidad sexual.

El arte nos proporciona una vía muy importante de análisis y crítica que favorece la aparición de líneas de pensamiento alterna­tivas a las establecidas. Todo lo que el artista hace tiene una referencia social e ideológica por alusión o por omisión.

Los artistas son facilitadores de visión ya que fijan su mirada en aspectos de la realidad que generalmente nos pasan desapercibidos. Nos amplían, por tanto, el campo de signifi­cación. Podemos aprender a reconocernos mejor a través de las reacciones que nos pro­vocan sus obras. Incluso el silencio y el mutismo ante una obra no son casuales y nos devuelven algo, no siempre de manera explí­cita, sobre nosotros mismos.

Las obras de arte nos invitan al diálogo constante, abren al espectador el terreno de la confrontación consigo mismo, ayudado por la complicidad placentera que la obra le estimu­la o movido por un rechazo significativo que le permite distinguir aquello que rechaza de los puros prejuicios.

El espectador se mueve entre aquello que la pieza le sugiere y el reconocimiento de sus propias sugerencias, la obra le concreta algu­no de sus gustos, alguna de sus sensaciones imprecisas, le reafirma en aspectos que no se sabía tan evidentes o le distancia de concep­tos ortodoxos aprendidos lejos de toda sensa­ción directa (Bosch, 1998).

Las artes, en definitiva, son un punto de confluencia entre el conocimiento y la emo­ción.

Por otra parte, el lenguaje visual y plásti­co permite la expresión de sensaciones y emociones que a través de otros lenguajes sería difícil plasmar y facilita la proyección simbólica, lo cual permite además de estable­cer una comunicación con el espectador, rea­firmar la propia identidad.

En definitiva, el arte como recurso, al tiempo que nos permite mostrar diferentes miradas, como vía de expresión nos facilita indagar sobre nuestra propia identidad al con­vertirnos en “creadores” y reconocer la de los otros al ejercer de espectadores, lo cual supo­ne ejercitar el diálogo y la empatía.

Cuando uno se acerca a las experiencias de otras personas o a otros puntos de vista y muestra los suyos, las propias experiencias adquieren una mayor perspectiva y se enri­quece la comprensión de la realidad.

Una vez seleccionado el arte como recur­so por todas las posibilidades que nos ofrece, al elaborar el marco teórico del proyecto y al seleccionar las obras y propuestas artísticas más adecuadas para llevarlo a la práctica, nos encontramos:

En primer lugar que la identidad sexual a través del cuerpo con su poder de expresión y significación como núcleo, es uno de los temas centrales en el arte contemporáneo. En el trata­miento del cuerpo se ha pasado de atender a aspectos más relacionados con la fisicidad como son la fragilidad, la decadencia física y la propensión a la enfermedad, a primar la idea de la corporeidad como lugar de la identidad, con lo que se incorpora la formulación feno- menológica que afirma que el cuerpo es el pro­pio sujeto y desde ahí la experiencia individual se convierte en uno de los rasgos más carac­terísticos de la creación actual.

En segundo lugar, que la mayoría de artis­tas que trabajan este tema son mujeres2.

En tercer lugar, el debate que se está generando en torno a la conveniencia de hablar de un arte feminista, ya que, por un lado, esta categoría supone su reconocimiento y, por otro, en su definición se establecen unos límites que, en ocasiones, fuerzan la inclusión de obras y propuestas artísticas de forma un tanto arbitraria.

En cuarto lugar, el cuestionamiento sobre la conveniencia de elaborar nuevos discursos a través, en este caso, del lenguaje visual y plástico, sobre la identidad femenina ya que los discursos son una de las estrategias del poder normativo que cumplen la función de reglamentar y normativizar, de forma que si antes la identidad femenina nos venía dada a partir de la definición hecha por el poder, ahora la trampa está en caer en definiciones igualmente normativas generadas desde los diferentes feminismos.

En quinto lugar, que las propuestas artísti­cas del colectivo de los y las homosexuales, encuadrados dentro de los queer studies3, sobre la identidad sexual son también muy abundantes y tienden a catalogarse, junto con las del colectivo mujeres, dentro de la cate­goría de otredad que engloba a todos aquellos discursos que se refieren a colectivos margi­nados ya sea por su diferencia sexual, por su orientación del deseo, por su diferencia geográfica y cultural, etc.

La estrategia consiste en que un grupo separa a otros individuos aislándolos, ya sea física o ideológicamente, de tal forma que estos otros son percibidos como un todo uni­versal al que se adjudica una determinada esencia. Como, por ejemplo, en el caso de las mujeres “el eterno femenino". La reclusión en lo otro tiene como consecuencia la pérdida de la propia identidad.

Hoy en día el tema de la identidad da la impresión de ser un cajón de sastre donde todo tiene cabida y en el que no hay una especifica­ción de lo que se almacena, lo cual genera que incluso aparezca una nueva clasificación sexual que no es ni por el sexo ni por el género sino por la orientación del deseo, en conse­cuencia “la oposición homosexuales/heterose­xuales casi tiende a sustituir a la oposición masculino/femenino" (Agacinski, 1998: 97).

Parece que los únicos que tienen proble­mas con su identidad son las mujeres y los y las homosexuales. Gays, lesbianas y mujeres son el asunto a tratar en todo tipo de exposi­ciones cada vez más destinadas a satisfacer un morboso exhibicionismo antes que profun­dizar en el eterno tema de la identidad (Olivares,1998).

Por otro lado el aumento de producción artística femenina en los últimos años y el gran número de propuestas de exposiciones exclusivamente de mujeres que han salpicado el panorama artístico internacional es, sin duda, el resultado de las acciones que desde el llamado feminismo institucional se llevan a cabo y que tienen como objetivo promover la presencia y reconocimiento de las mujeres en todos los ámbitos sociales y culturales.

En el ámbito artístico se reproduce la polémica que estas acciones están generando en otros campos ya que muchas autoras y crí­ticas de arte ven en este fenómeno otro tipo de marginación, mientras que sus defensoras consideran que es la única forma de hacer visible el trabajo de las mujeres artistas.

De ahí surge el problema a la hora de hablar de un “arte feminista" o de un “arte femenino", idea que muchas artistas jóvenes califican de no acertada y así lo manifiestan en sus propuestas, en tanto que consideran que el arte hecho por mujeres es una aporta­ción más, una visión individual en un momento y circunstancias históricas determi­nadas, y con esta catalogación lo único que se consigue es confinar una obra dentro de un campo de significación al que no puede ser reducida.

Estas artistas señalan además que quizá el feminismo ha estudiado poco los límites flui­dos que ocupan el espacio entre dominación y liberación. En ocasiones la comprensión reducida de este antagonismo conlleva la generalización y la proyección de prejuicios impidiendo abordar otras dimensiones de la cuestión. Habría que matizar qué entendemos por dominación, desde qué espacio, etc., y lo mismo sobre la liberación. Al insistir en la fuerza de las relaciones de dominio se tiende a caer exclusivamente en el punto de vista de la víctima considerando a las mujeres como seres totalmente “inocentes” y esto impide considerar los ámbitos de la vida en los que las mujeres han actuado sin estar totalmente determinadas por la voluntad del otro y los modos con los que las mujeres han ejercido y ejercen el poder sobre los otros.

Otras artistas, en cambio, definen su obra como feminista y sostienen que la categoría de “arte feminista” no implica una etiqueta estilística sino que se usa con relación a la producción de ciertos significados mediante imágenes visuales, los efectos de estas imáge­nes/obras y sus condiciones de recepción.

El proyecto feminista ha significado la apertura de la cultura visual a diferentes tipos de imágenes de la feminidad y del cuerpo femenino y ha politizado el papel de la visibi­lidad en sí misma.

En términos generales el arte y la teoría feminista han estado envueltos en la política de la autodefinición, en afirmar el derecho a la autorepresentación y los resultados han sido: exponer las omisiones y ausencias per­petradas dentro de la tradición dominante y hacer visibles nuevas subjetividades femeni­nas mediante los media de las artes visuales (Nead, 1992).

La representación visual y plástica de estos resultados en sus diferentes propuestas y análisis nos proporcionan una visión bas­tante completa sobre la situación actual del debate en torno al tema de la identidad feme­nina.

Por todo ello pensamos que puede resultar enriquecedor un acercamiento al mismo desde otro ámbito y desde otro lenguaje, en concreto a través de las obras y propuestas de algunas artistas contemporáneas y actuales, para ilustrar la evolución de los discursos sobre el tema y las reflexiones que generan, así como para comprobar si están surgiendo nuevas propuestas.

El camino seguido en este acercamiento busca en las obras una fuente de conocimien­to y de posicionamiento ante el mundo, es decir, son vistas como formas concretas de apropiarse de la realidad transformándola en unidades de sentido, y ésta es una de las muchas posibilidades de acercamiento al arte que determinará, a su vez, una forma concreta de mirar y de apreciar.

 

El feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia.

 

Críticas al reduccionismo dicotómico

Son muchas las obras y propuestas artísti­cas que reflejan los planteamientos que desde el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia se dan con respecto a la iden­tidad femenina y las críticas que este posicio- namiento dicotómico genera.

Por tanto, quizá resulte conveniente hacer una breve introducción de estos discursos para situarnos en el debate que están generan­do en la actualidad en torno al tema de la identidad sexual.

La diferencia más significativa entre ambos es quizá que el feminismo de la igual­dad tiene una tradición individualista y el de la diferencia una tradición relacional.

 

1.       El feminismo de la diferencia

Recibe el nombre de “la diferencia” por­que parte de una afirmación positiva de la misma, cuestiona la universalidad del sujeto masculino y propone atender a la especifici­dad de cada mujer.

El feminismo de la diferencia se ha ido nutriendo de fuentes como el psicoanálisis y la filosofía posmoderna, lo cual ha generado dife­rentes líneas de pensamiento que tienen como propósito canalizar las investigaciones y discur­sos feministas hacia el espacio de lo simbólico.

La reivindicación de la diferencia surge sobre todo ante la línea dura del primer femi­nismo que aceptaba el modelo masculino como neutro y deseable. Esta reivindicación incluye: un lenguaje propio, una percepción y comprensión más sensitiva y fragmentaria de la realidad, una valoración del cuerpo femeni­no y de la maternidad.

Se muestra contrario a las leyes que pre­conizan la igualdad por no contemplar la variedad de modelos de vida femeninos, afir­mando que la igualdad sólo es posible pagan­do el precio de la pérdida de la identidad.

La igualdad es un principio jurídico y la diferencia un principio existencial, por tanto hay que abandonar las reivindicaciones en el plano político.

Se trata de no crear ningún discurso unita­rio, ni sobre el poder ni contra el poder, sino de generar una teoría discursiva que se intro­duzca en todos los lenguajes donde el poder se ejerce, así el feminismo como teoría prác­tica política se convierte en teoría del discur­so.

Conectar experiencia y pensamiento implica hacer entrar como categoría de pen­samiento el aspecto pre-lógico, por tanto, lo sensible, lo corpóreo, lo diferenciado.

El punto de partida del sujeto femenino se busca en el cuerpo, Luce Irigaray (1974) señala que el igualitarismo nunca conseguirá hacer justicia “porque varones y mujeres no son iguales" y que, por tanto, los derechos que liberen a las mujeres no pueden hacer abstracción de la realidad corporal, por eso tienen que ser específicos para cada sexo.

Uno de los conceptos clave es el de deconstrucción, desarrollar el margen, lo heterogéneo como postulados revoluciona­rios, en definitiva acabar con el privilegio del habla, de la conciencia, para proponer una nueva escritura que asigne otros significados. En esto se basa la propuesta “escribir mujer" que plantean las feministas francesas, basada en la continuidad establecida entre el incons­ciente, el cuerpo femenino y la escritura.

El dar la palabra a las mujeres abre nue­vos interrogantes y cuestiona toda definición mistificadora.

Al conceder el valor central a la experien­cia personal, una de las propuestas más recientes, que proviene sobre todo del femi­nismo de la diferencia italiano, es entender la relación entre las mujeres como práctica polí­tica.

Son las relaciones genealógicas en las que una mujer es percibida como más importante con respecto a otra, el prototipo de la relación madre-hija, las que facilitan el reconocimien­to de otras mujeres como mediadoras de lo real, evitando, así, tener como único referen­te válido el modelo masculino.

El término política adquiere aquí un sen­tido amplio ya que hace referencia a hacer visible algo que siempre ha existido en el mundo de las mujeres: un saber basado en la práctica de la relación y en la práctica del “partir de sí"4.

 

2.       Feminismo de la igualdad

Parte de la tradición ilustrada con las aspi­raciones de igualdad y universalidad para las mujeres.

Priman el espacio de lo político y, a partir de ahí, surgen toda una serie de reivindicacio­nes dirigidas a aumentar y reconocer la presen­cia de las mujeres en todos los ámbitos socia­les. Son, por tanto, partidarias de elaborar un discurso sobre el poder y de acceder a él.

Puesto que la diferencia siempre se ha uti­lizado por parte del patriarcado para estable­cer jerarquías y oprimir a las mujeres, ven en su reivindicación un peligro y cuestionan cómo es posible que algunos grupos feminis­tas reivindiquen el derecho a la diferencia cuando no existe igualdad de derechos real, mientras que el derecho a la diferencia signi­fica seguir perteneciendo a la clase oprimida de la especie humana.

Lo que señala la creación de dos univer­sos simbólicos distintos para varones y para mujeres es la existencia de dos órdenes con­ceptuales, el de los iguales y el de las idénti­cas (Valcárcel, 1991).

El poder se implanta en el espacio de los iguales que existen en tanto tienen algo que repartirse: su dominio y hegemonía sobre las mujeres. Es la propia distribución de ese poder lo que produce el principio de indivi­duación, constituyendo el espacio de los igua­les. En el caso de las mujeres no existe la posibilidad de repartirse el poder, porque es inexistente y sin poder no existe individua­ción. La ausencia de ambos da lugar al espa­cio de las idénticas (Amorós, 1987).

Así, algunas de sus propuestas para conse­guir una equidad con respecto a los varones son los pactos entre mujeres, la ocupación paritaria del espacio público y la democrati­zación del espacio privado.

Como señala Ángeles Jiménez Perona (1995: 145): “Desde el feminismo de la igual­dad la maniobra patriarcal se puede desmon­tar o bien renunciando a los valores femeni­nos heterodesignados e intentando sumarse a los valores dominantes haciendo que éstos amplíen su campo referencial o bien reivindi­cando un concepto de igualdad que recoja cualquier valor concebible como propio de cualquier individuo de la especie al margen del sexo. ... esta segunda posibilidad es la que permite que la igualdad reivindicada sea “una igualdad entre”.

La categoría central en este análisis femi­nista es el concepto de género5 que surge a partir de la idea de que lo femenino y lo mas­culino no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales que histórica­mente han adquirido la forma de dominación masculina y subordinación femenina. El con­cepto de género queda vinculado a la cultura y a la sociedad frente al concepto de sexo que queda reducido a términos puramente biológicos.

Esta distinción origina, dentro de la teoría feminista, redefiniciones constantes de la relación entre sexo y género donde el femi­nismo de tradición ilustrada sostiene que el género construye al sexo y aboga por la superación de los géneros.

 

3. Críticas al planteamiento: feminismo de la igualdad “versus” feminismo de la diferencia
Las críticas que recibe el feminismo de la igualdad son el peligro o la trampa de caer en la categoría universal abstracta de la igual­dad, en el reduccionismo de los prototipos binarios, en la creación constante de modelos del “deber ser mujer”, en la concepción de un sujeto supuestamente neutro y en la invisibili- dad de aspectos importantes de la experiencia de las mujeres.

Al feminismo de la igualdad se le cuestio­na también la división sexo/género que esta­blece en la mayoría de sus análisis ya que, aunque ha resultado ser una herramienta importante para desenmascarar los usos anti­feministas de la categoría “natural”, el simple hecho de hacer de sexo (biología) y género (social-cultural) oposiciones excluyentes, se considera que no constituye una alternativa adecuada. No permite discutir el hecho de la encarnación. La encarnación es a la vez natu­ral y cultural, es decir, no encontraremos una persona cuya experiencia vivida no haya sido mediada por el cuerpo (Flax, 1990)

Por su parte al feminismo de la diferencia se le critica la trampa de caer en esencialismos, en la mistificación del “eterno femeni­no” y por tanto también en reduccionismos y en la elaboración de modelos de mujer.

Por otra parte se le cuestiona la creación de un cierto sectarismo hasta el punto de ela­borar un discurso ininteligible para los no iniciados.

Se considera, asimismo, paradójico que un discurso como el de la diferencia que recalca tanto la multiplicidad incluya dentro de uno de sus conceptos centrales, lo simbólico, activida­des y organizaciones tan variadas como el estado, el derecho, los textos literarios, etc.

Si bien las matizaciones que desde ambos feminismos se han venido realizando en el intento de dar respuesta a las críticas mutuas han enriquecido el pensamiento y la produc­ción feminista, el debate actual se mueve exclusivamente en estos dos polos y esta divi­sión provoca que sólo destaquen las propues­tas adscritas a una o a otra corriente, lo que origina un estado de ánimo en el que parece que no hay ninguna alternativa posible, repro­duciendo, en definitiva, el esquematismo reduccionista de los opuestos.

Esta tendencia provoca juicios de valor y nos sitúa en un territorio donde la diferencia implica enfrentamiento o bien hay que supe­rarla o bien hay que reivindicar la diferencia femenina como modelo normativo alternativo.

Surgen algunas voces críticas, quizá de momento dispersas y con poca repercusión social, que cuestionan esta actitud enfrentada y que plantean “la cuestión de la diferencia sexual en una perspectiva en la que el valor, el más o el menos, fuera dejado de lado". (Fraisse, 1991: 147).

Rosa Ma Rodríguez Magda (1994: 76) en un intento de superación de los opuestos pro­pone asumir la particularidad y ninguna clau­dicación ante el prototipo binario y, por tanto, la “búsqueda de lo aún no significante, pro- fundización en los gestos, juegos, aproxima­ciones, formas de relacionarse todavía no sig­nificantes para el poder".

Algunas artistas actuales recogen estos planteamientos críticos y pretenden desligar su obra de las clasificaciones dicotómicas, tratando de buscar otras formas de abordar el mundo, donde la diferencia constituya ya no enfrentamiento sino otra posibilidad de contar la misma historia, tantas veces reescrita y tan­tas veces narrada.

 

Espejos y máscaras: Otras miradas

Según Luce Irigaray (1974), hablar nunca es neutro, como tampoco lo es mirar, fotogra­fiar o filmar, por tanto la imagen de la mujer es una construcción social e ideológica, lo que genera la controversia de cómo debe ser representada.

En cierta forma la historia privó a la mujer de un espejo propio ya que no era ni la crea­dora de normas ni la artista genio y su imagen estaba construida por la mirada del otro.

Ser visible sin ver aliena, ver sin ser visto da poder.

Las artistas contemporáneas y actuales se plantean la necesidad de investigar y descubrir las posibilidades nuevas que esconde la ima­gen en el espejo, poner en cuestión los arqueti­pos femeninos que han fabricado los hombres (la diosa-madre, la vampiresa, la mujer-niña, la mística, la harpía, ...) reinterpretándolos; indagar si existe una manera femenina de ver el mundo construida socialmente y cómo esto atraviesa la práctica artística.

El eslogan del feminismo de los años 70 “nuestros cuerpos, nosotras", que es conti­nuamente reexaminado y retrazado, asume la idea de que la identidad radica en el cuerpo y por tanto a partir de ese momento el cuerpo será uno de los temas centrales a la hora de abordar el tema de la identidad femenina, tema que se tratará de diferentes formas. Así, en un primer momento cobrarán más impor­tancia los aspectos relacionados con la fisici- dad y la carnalidad como son la fragilidad, la decadencia física y la propensión a la enfer­medad, mientras que en el momento actual se privilegia la idea de corporeidad como lugar donde se deposita la subjetividad.

Los cuerpos femeninos acaban por ser lo que la mirada del poder quiere o puede cons­truir, quitando y poniendo según convenga, desposeyendo a las mujeres de aquello que la historia les ha dicho que es su esencia: el cuerpo6.

Las mujeres estaban compuestas por las fracciones de cuerpo que la mirada dominan­te barajaba según sus necesidades, el cuerpo femenino se descubre y se exhibe como uno de los máximos representantes de lo frag­mentario.

De ahí la experimentación constante por parte de las mujeres artistas en torno al cuer­po y lenguaje, cuerpo y disfraz y cuerpo y multiplicidad. Han querido contar su nueva historia, tratando de subvertir la pasada, par­tiendo del cuerpo construido como lugar para la experimentación (De Diego, 1993: 31)

Así el arte que realizan es necesariamente deconstructivo en el sentido de que funciona para cuestionar las bases de las normas estéti­cas existentes y los valores, al tiempo que extiende la posibilidad de estos códigos.

Existe además una preocupación por conocer el funcionamiento de una obra de arte como tal, por desligarse de su control y cambiar la dirección sincrónica tradicional del autor hacia el espectador por una activi­dad que busca la circulación de conocimien­tos y sensibilidades (Echevarría, 1997).

Partiendo de una posición desmitificado- ra, estas artistas intentan resignificar desde el signo de lo problemático, a través de la sub­versión y la descontextualización.

Los recursos utilizados son varios: la sor­presa, el contraste, el absurdo, el escándalo, el mal gusto, la incorporación de lo cotidiano e insignificante, procedimientos que en defi­nitiva permiten enriquecer la experiencia den­tro del mundo de la posibilidad.

Se acomete una nueva exploración de la imagen visual que en ocasiones parece apun­tar, no tanto a una estética sino a una especie de “aestética feminista”, desde la que no se niega a la mujer ni se la neutraliza sino que se explora una pluralidad de diferencias sepulta­das bajo las propias imágenes de la mujer.

Los temas y la forma de abordarlos han ido evolucionando de manera paralela a los discursos feministas. Así Lynda Nead (1992) establece el siguiente recorrido histórico hasta los años 80:

En el período anterior a los años 70, el objetivo del arte era transformar a la mujer de un objeto pasivo de la representación a un sujeto que habla, para ello reivindican el derecho a representar sus propios cuerpos e identidades sexuales. Así, por ejemplo, se representan temas considerados hasta el momento tabúes como la menstruación. Se trata de revelar el cuerpo de la mujer como materia y proceso, opuesto a forma y estatis­mo. En su conjunto la mayor parte de estas obras se organizaban alrededor de la celebra­ción de una categoría universal de mujer.

En los primeros años 70 hay una insisten­cia en la representación de imágenes y aspec­tos del cuerpo femenino que permanecen nor­malmente ocultos en la cultura.

En los últimos años 70 y principios de los 80 las artistas se acercan a diferentes formas del lenguaje visual y plástico para explorar las relaciones entre la representación y el cuerpo.

En los años 80 la noción de celebración del cuerpo femenino que fue creada en la década anterior es reemplazada por una exploración del cuerpo obsceno y de los aspectos transgresivos de la sexualidad feme­nina. Se representan así fantasías sexuales, escenas de violaciones, incestos, abortos, etc.

Actualmente en consonancia con la línea de pensamiento posmodernista, el interés se centra en la deconstrucción del concepto de “identidad” reconociendo la existencia del otro en sus formas múltiples y la subversión de los géneros es el tema que cobra especial relevancia, tema que se aborda desde vías diferentes como son:

        La objetualización del cuerpo del hombre, línea que también es asumida por la publi­cidad; el cuerpo masculino es expuesto y ofrecido a la mirada del otro7.

        El hacer visible el control simbólico y real que puede ejercerse sobre quien detenta el poder representando, por ejemplo, la mas- culinidad amaestrada, el dominio del hombre o adjudicando acciones primor­dialmente masculinas a mujeres.

        El travestismo como recurso que, aunque ya tiene precedentes en el mundo del arte, resurge en los 90 dando lugar a los fenó­menos drag-queen y drag-king.

         La insubordinación frente a los estereotipos dominantes cuestionando qué es pro­pio de las mujeres, qué de los hombres (qué de los heterosexuales y qué de los homosexuales). En esta línea se sitúa por ejemplo la obra de la artista Sarah Lucas8 que, con ironía y sentido del humor, a través de una actitud desafiante muestra, desde la heterosexualidad en que se ubica, una imagen hombruna que asume la polé­mica noción de virago, provocando el desconcierto de categorías, mientras que en otras ocasiones recurre a infantilizar el orgullo fálico del varón.

Dentro de esta vía se encuadrarían muchas de las propuestas de las denominadas imágenes queer que plantea el colectivo de lesbianas y que pretenden hacer visibles otras formas de vida y otras formas de obtener pla­cer como expresión de una necesidad vital.

En este intento de subversión de los géne­ros está presente la influencia de la filósofa foucaultiana Judith Butler. Butler señala el peligro que encierra el concepto de identidad: las identidades no son meramente descripti­vas sino normativas; propone, por tanto, que el sujeto mujeres quede como una categoría abierta a nuevas significaciones o resignifica­ciones aunque éstas puedan ir en contra de las ideas del feminismo, ya que se prescinde del feminismo como norma.

Su obra ha tenido una gran influencia en el movimiento gay y en muchas ocasiones sus propuestas se han trivializado, también en el mundo del arte. Para ella “la acción dinámica actuante que bautizó como “performativity" tiene que ver con la repetición de normas de género muy opresivas y dolorosas con el obje­tivo de forzarlas a adquirir una nueva signifi­cación y esto no surge de manera espontánea" (Aliaga, 1997: 102). No se trata, por tanto, de la conversión al sexo opuesto por consumo y exhibición de accesorios que es a lo que últi­mamente se nos tiene acostumbrados.

Surge así la noción de la “feminidad como mascarada", propuesta tanto por Butler como por la teórica de cine Mary Ann Doane.

 

Las máscaras y los espejos, desde su com­ponente lúdico, son elementos clarificadores para la investigación sobre la identidad, la máscara descubre cubriendo quizá una reali­dad más deseada y los espejos nos devuelven los secretos de la realidad aparente.

Para la mujer la mascarada, el disfrazarse y convertirse en lo que el hombre espera y desea de ella es una estrategia de superviven­cia. A fin de hablar de representarse a sí misma, una mujer asume una posición mas­culina; quizá por eso se suele asociar la femi­nidad con la mascarada, la falsa representa­ción, la simulación y la seducción.

La artista Cindy Sherman investiga desde hace años la imagen de la mujer como objeto desde esta perspectiva. Sherman se fotografía a sí misma en mil posturas diferentes, adop­tando identidades diversas. Así es capaz de disfrazarse en una fotografía de niña inocen­te, en otra de mujer fatal, en otra de secretaria, etc. La artista nos hace ver que el tipo de feminidad que se nos ha impuesto es insepa­rable de la imagen y la imagen es pura facha­da. La experiencia de la feminidad es tan compleja como múltiple y fragmentaria y está abierta a una búsqueda constante de la identi­dad (África, 1995).

Otras artistas, en lugar del enmascara­miento, utilizan la transformación de su pro­pio cuerpo como recurso, siguiendo quizá las teorías de Irigaray y Cixous sobre la repre­sentación como una manera de “escribir el cuerpo”. Así, la performancer francesa Orlan lleva años sometiéndose a repetidas cirugías estéticas para convertirse en “la mujer más bella” a través de las partes más bellas de los cuadros más emblemáticos: la frente de la Gioconda, la barbilla de la Venus de Botichelli, etc. Las operaciones se realizan siempre con anestesia epidural para mante­nerse despierta y ser no sólo testigo sino narradora de la metamorfosis, siendo a la vez sujeto y objeto. Orlan se reconstruye en “una macabra broma de la mirada del poder: lo que tu has soñado y has convertido en historia, yo lo hago realidad y lo convierto en cicatrices así que esta vez, he ganado yo”. (De Diego, 1993: 35).

Las imágenes obscenas y transgresivas de la sexualidad femenina, que caracterizaron sobre todo la producción artística de los años 80, aunque son muy eficaces como bofetada estética, resultan, en general, ambiguas ya que el espectador desconoce las intenciones de la artista y una forma de solucionar esta ambigüedad ha sido transformar el cuerpo en algo que no dé lugar a confusiones: lo desa­gradable.

El prototipo de mujer actual con medidas casi inhumanas se considera también una máscara. Este tipo de mujer, que sigue nor­mas estrictas impuestas por los otros, sólo opera en la sociedad espectáculo donde prima la cultura del envoltorio. Así lo refleja la artista Susy Gómez al manipular la imagen estereotipada y bella de una modelo ocultan­do su rostro y su cuerpo con pintura, pintán­dole incluso un agujero en el cerebro para borrar así su identidad, denunciando de esta forma la perversión de estas construcciones fetichistas que vacían de carne los cuerpos.

Muchas artistas actuales en sus obras hacen una dura crítica a este estereotipo que cada vez va más en la dirección de fomentar una imagen de mujer descarnada, andrógina y que en los últimos años se acrecienta con las nuevas tendencias de la moda que basan sus propuestas en las transparencias creando, así, una mujer etérea, asexuada, en definitiva sin identidad.

Dentro de esta vía crítica cobra especial interés el tema de la iconografía de la carne y las relaciones que las mujeres establecen con el mundo a través de la misma. Así, la artista Jana Sterbak en su obra de título contumaz Vanitas. Vestido de carne para una albina anoréxica, nos presenta un vestido construido con filetes de carne que simboliza el carácter efímero y precario de la carne aludiendo paradójicamente al hambre de ser mujer.

La locura como espejo desvirtuado del estado de la mujer en un mundo que en parte le es ajeno, la locura como alternativa, como estado posible de entendimiento de las cosas y al mismo tiempo como lugar contrapuesto a la cordura imperante en un mundo contradic­torio es otro de los temas elegidos al tratar la identidad femenina. Es el caso de la artista Marina Núñez que en sus obras utiliza caras de histéricas extraídas de la iconografía de finales del siglo XIX perteneciente a Charcot o nos presenta rostros de mujeres con objetos de tortura apoyados sobre sus lenguas refi­riéndose a la imposición del silencio a la que han estado sometidas y a su negación como sujetos del discurso con la consecuente falta de reconocimiento, estado que puede condu­cir a la locura, rebelión de un cuerpo que no quiere ser carne de esclavitud. Podemos además añadir otra lectura ya que al mostrar la lengua, los dientes, las encías nos presenta lo grotesco, lo interior, aspectos obviados en los retratos tradicionales, siempre lisos y sin fisuras.

 

 

Este cuestionamiento sobre la división entre lo interno y lo externo, lo público y lo privado del cuerpo femenino ha sido la base del trabajo de la artista Kiki Smith que con su interés por la integración psicosomática se enfrenta a la preeminencia de la abstracción y la oposición de categorías como elementos característicos del pensamiento racional. A través de sus esculturas nos expone órganos, extremidades y otras partes del cuerpo como fragmentos, extrae los fluidos y las secrecio­nes y, por último, coloca el cuerpo en las posiciones más degradadas, aquellas que se consideran completamente privadas. Su obje­tivo es analizar cómo los órganos y funciones interactúan con lo social y lo político y es a través del interior como llega al exterior.

Otra forma de abordar el tema de la iden­tidad femenina es mediante la inmersión, revisión y crítica de las representaciones que sobre la mujer y la feminidad se han realiza­do en el curso de la historia retomándolas con el fin de conferir nuevos significados.

Artistas como la cubana Ana Mendieta, cuya producción se desarrolló en los años 70 y 80, realizan una inmersión en la tradición para recuperar los ideales del pasado que configu­ran una mitología ancestral de raíces femeni­nas. Mendieta utilizaba su propio cuerpo (Body Art9) o realizaba siluetas, figuras antro- pomórficas, a través de elementos como la tie­rra y el agua (Earth Art) para recrear rituales y reconectar con manifestaciones primitivas de

lo femenino explorando las fronteras corpora­les entre lo interior y lo exterior, lo natural y lo cultural, de forma que concede a la mujer una importancia espiritual que el mundo contem­poráneo en cierta medida le ha negado.

Muchas artistas actuales como la española Paloma Navares prefieren seguir un estilo más acorde con los gélidos mensajes deconstructi- vistas a la hora de revisar y criticar la tradi­ción. Para ello se apropia de las imágenes de mujer de la pintura clásica, una mujer ideali­zada y estereotipada (venus, esposa, madre, virgen); las reproduce y las agranda, las encie­rra en tubos herméticos o en bolsas transpa­rentes presentándolas en forma fragmentada, descontextualizándolas. En sus instalaciones muestra a la mujer prisionera de los sistemas de representación perfilados por la mirada masculina que la convierte en fetiche.

El cuestionamiento de la división de los espacios público y privado, la inclusión de la cotidianidad y de lo doméstico en el arte constituye otra de las vías de reflexión.

 

 

Subvertir la práctica tradicional de las labores femeninas, antes asociadas sólo a lo decorativo y a lo doméstico, es una de las propuestas de muchas artistas actuales que utilizan las prácticas del coser, tejer o bordar o sus elementos constitutivos como los hilos y los tejidos para proponer contenidos alter­nativos a los tradicionales.

Annette Messager, figura clave de la influencia del feminismo en el arte contem­poráneo francés, introduce en sus obras todo el mundo de lo marginal, pequeño, cotidiano que rodea a la mujer para transformar así las formas masculinizadas del arte y relativizar la cultura. Ya en sus primeros trabajos en los años 70, los álbumes-colección, describe aspectos de la vida cotidiana con títulos como las mujeres que admiro, mis gastos cotidia­nos, mi moda, mis dibujos infantiles, etc. y en sus últimas obras como Mis pequeñas efigies utiliza muñecos de peluche, con lo que además de incluir objetos cotidianos, alude a esos pequeños “cadáveres" de la infancia a los que seguimos muy unidos.

La casa como doble de la mujer es el ele­mento fundamental de los trabajos de muchas artistas; la casa se transforma en el propio cuerpo de la mujer, el terreno más íntimo en el que se guarda la memoria y en el que se protege a los seres más queridos. El tema ya fue abordado por Louise Bourgeois10 en la década de los 40 con sus Mujeres Casa donde a través de una serie de dibujos de mujeres desnudas, cuya identidad no es su rostro sino su casa, traduce la realidad en la que la mujer es la columna vertebral del hogar; lo concibe como unidad, transmitiendo su propia expe­riencia personal como madre, esposa y artista que ha sabido convivir con todas estas face­tas. Se adelantaba, así, a muchos de los plan­teamientos de los feminismos actuales. Su condición de mujer desafiante de modas que no ha cesado de trabajar e investigar ha hecho de su obra y de ella una figura clave y antici- patoria para muchas artistas jóvenes.

 

 

Una artista actual que aborda este tema es Eulália Valldosera que, según ella misma ha manifestado, comenzó a medir el espacio a través de su cuerpo que surgía como una refe­rencia. En sus obras utiliza como materiales básicos los envases de productos de consumo cotidiano (medicinas, perfumes, comestibles, productos de limpieza, etc.) y los ordena en secuencias aludiendo a los diferentes espacios de la vivienda que a su vez son asociados a una parte específica del cuerpo.

Otra forma de acercamiento al tema de la identidad se hace desde la relación. La rela­ción con los otros, en palabras de María Milagros Rivera (1998: 26) “mi deseo de ser tiene en su origen, lado a lado, la empatía y la palabra”.

La artista brasileña Lygia Clark, figura marginal dentro del mundo del arte por intro­ducir cuestiones subjetivas y orgánicas en un momento donde primaba la más estricta tradi­ción abstracta y constructivista, desarrolló su trabajo en ese terreno incierto de la relación física con el otro. Construyó una serie de máscaras y de “objetos relacionales” (bolsas, tubos y objetos inesperados) para que el espectador deje de serlo y a través de la inte­racción y la relación con los otros cree sus propias sensaciones y experiencias, siempre diferentes y la mayoría de las veces indeci­bles.

Actualmente, en el panorama artístico tenemos muestras de representaciones de todas las propuestas y vías de subversión reseñadas; hay artistas jóvenes que tratan una problemática femenina tocada ya por el paso del tiempo y que, en la mayoría de los casos, se sitúan en una actitud combativa, posicionándose dentro de la dicotomía de plantearse estar más allá de los condiciona­mientos fisiológicos o asumirlos como una riqueza más de la cual los hombres carecen y otras que intentan apartarse del control de las categorías del feminismo institucional, aun­que evidentemente la mirada central de la mujer es definitiva, e indagan sobre su identi­dad particular a partir de sus propias expe­riencias y a través de su relación con los otros. En este caso quizá interpretemos la influencia más o menos consciente de las pro­puestas del “partir de sí” y la “práctica de la relación” del feminismo de la diferencia.

En cualquier caso, resulta difícil escapar a la inercia del pensamiento dicotómico y a la comodidad del esquematismo de los opuestos tanto en la creación de nuevos significados a través de otras perspectivas por parte de las artistas, como, sobre todo, en la interpreta­ción y crítica posterior de su obra.

Desde lo teórico se nos enseña que para significar y significarse hay que hacerlo en conceptos organizados en sistemas de opues­tos, pero la experiencia personal enseña que las cosas no funcionan necesariamente así.

Los temas que la mujer aporta no son tan diferentes: lo diferente es la forma de tratar­los, y sobre todos los temas hay uno que prácticamente aflora de una manera o de otra detrás de la obra de la mayoría, es el proble­ma de la intimidad, de la relación privada, íntima con el otro.

La diferencia básica radica en el enfoque que las artistas más actuales dan a lo íntimo a través de la presencia de lo insignificante como esencial, del detalle como lo más importante.

La recuperación del propio cuerpo, de la propia mirada sobre ellas mismas es algo que está en el centro de la creación de las mujeres hoy en día. Esta aportación que supone una nueva mirada “a veces se pierde por querer repetir unos esquemas masculinos, que asegu­ran un éxito más rápido, y otras por repetir unos efectos políticamente correctos que ase­guran la incorporación a las listas de artistas mujeres para exposiciones y selecciones pero que ahogan la sinceridad, la innovación indi­vidual de las mujeres en general y de cada una en particular” (Olivares, 1998: 45).

Las reflexiones sobre las consecuencias de la profusión de propuestas sobre el tema de la identidad femenina suscitan posiciona- mientos encontrados. Por una parte, aquellos que ven en estas nuevas representaciones del cuerpo femenino el peligro de que puedan ser reapropiadas con significados muy distintos a los que originariamente se pretendía transmi­tir por parte de la artista. Y, por otro lado, aquellos que lo perciben como potencial en cuanto permite construir una nueva presencia cultural para el cuerpo femenino mediante una inversión de la mirada, permitiendo, así, a las mujeres elaborar su propio discurso.

Como señala Estrella De Diego (1993: 31) “subvertir la mirada tal vez no basta: hay que romperla. Hay que hacerla añicos porque llevamos siglos mirando con unos ojos que no nos pertenecen. Lo importante no es lo que se ve sino cómo se mira”.

La dificultad radica en la incapacidad para ofrecer una mirada nueva que no dé lugar a equívocos11.

El silencio femenino habla de buscar esta mirada sobre una realidad mucho más íntima que la realidad que normalmente no miramos sino que sólo vemos; no se trata de un silen­cio conformista sino que alejándose del caos externo busca siempre lo interior, lo sutil, y quizá recuperar este espacio íntimo y silen­cioso no sería posible sin el ruido de otras aportaciones tradicionalmente más espectacu­lares.

 

Conclusiones

Una de las aportaciones más interesantes de las propuestas que investigan en torno al tema de la identidad femenina es la de hacer tambalear las concepciones binarias plantea­das de forma antagónica tales como: mascu- linidad/feminidad, cuerpo/mente, naturale­za/cultura, público/privado, dominación/libe­ración, inclusión/exclusión, centro/periferia, interior/exterior, etc. tal y como han operado y operan en la práctica social y artística, lo cual lleva a que el intento resignificativo parta de la subversión y la confrontación con los límites como espacio de conflicto. La identidad pierde así el carácter inmóvil, rígi­do y constrictivo con el que la sociedad occi­dental pretende dotarla y pasa a entenderse como un proceso en construcción permanen­te.

El peligro está en cuanto el poder incorpo­ra estas nuevas narraciones dentro de una categoría, y eso es lo que parece que está sucediendo con la categoría de “curiosa nove­dad", donde estas narraciones se unen a las del resto de los otros (homosexuales, otras culturas, etc.); son así reabsorbidas y coloca­das en el centro, lo que da origen a una moda que propicia la proliferación de discursos bajo la inercia del “más de lo mismo" que repiten de forma mimética las pautas marca­das desde esa determinada tendencia. Son productos de fácil consumo en cuanto a que a base de repetición ya se han asumido e inte­grado sus códigos, la mirada ya está habitua­da y por tanto no requieren demasiado esfuer­zo reflexivo e interpretativo, pero que a la larga pueden acabar saciando y provocando indiferencia.

La percepción estética es un arte de seducción: vemos muchas cosas como vemos muchas obras de arte, pero sólo miramos algunas; seguir mirando unos minutos más responde a una solicitud reflexiva que junto a la sensación provocada tiende a perdurar en el tiempo. Pero cuando hay una avalancha de propuestas con idéntica forma y fondo, la capacidad seductora se pierde y queda justifi­cada la atonía perceptiva que hoy se reconoce como fenómeno generalizado.

Por otro lado, esta proliferación de discur­sos y su adhesión indiscriminada a una misma categoría genera un estado de confu­sión generalizado y, si bien es cierto que sin momentos de desconcierto el orden adquiere tonos imperativos, basados en universales y verdades absolutas, también es cierto que sin una cierta serenidad que nos permita reflexio­nar con calma sobre lo producido desde los diferentes ámbitos del conocimiento, la con­fusión y el desconcierto encierran el peligro de caer en el relativismo fácil del “todo vale".

Los excesos de universalismo pueden tener como perverso resultado la búsqueda exasperada de hechos diferenciales para com­pensar la identidad perdida y las exageracio­nes relativistas pueden producir el efecto indeseado de la intolerancia como forma extrema de defenderse contra el “todo vale" o lo políticamente correcto.

Todo parece recomendar algún tipo de compromiso entre ambas posiciones en un intento conciliador.

En la elaboración de estas nuevas pro­puestas que parten de la subversión y que cuestionan los límites impuestos por el pensa­miento dicotómico a base de oposiciones, la filosofía posmoderna se une a las teorías feministas al considerar las definiciones sobre la identidad femenina como artefactos de la cultura occidental que se ciñen a estas limita­ciones que hay que superar. Pero su crítica difiere, ya que, mientras que la propuesta posmoderna consiste en abandonar todo dis­curso sobre la identidad, los planteamientos feministas pasan por generar conceptos que den cuenta de toda la complejidad y variabili­dad que encierra, entendiendo que la búsque­da de significados no es necesariamente lo mismo que la imposición de la razón.

Por otro lado, hay un descuido hacia lo relacional desde los tratamientos posmoder­nos de la identidad que está generando bas­tantes reacciones: nuestra identidad se cons­truye, en parte, mediante las relaciones afecti­vas y fuertes con los otros y nuestros senti­mientos y fantasías sobre ellas.

La teorización feminista recoge esta nece­sidad de primar y de investigar desde lo rela- cional, pero parece que pierde de vista la posibilidad de que cada una de sus concep­ciones de una práctica determinada pueda abarcar a un conjunto de relaciones sociales más ámplio, complejo y contradictorio.

Las relaciones complejas y cambiantes generan temor y angustia hacia lo desconoci­do, hacia lo diferente y hacia los replantea­mientos y readaptaciones consecuentes, por lo que tienden a reducirse a todos simples, unificados e indiferenciados, que conforman una realidad absoluta e inmutable.

Algunas de estas reducciones han sido y son la identificación mujer-cuerpo, como si los hombres no lo tuvieran también y la importancia concedida a la relación madre- hija a la hora de conformar la identidad feme­nina. Son muchas las investigaciones, encua­dradas dentro del llamado “pensamiento maternal”, que actualmente desde el feminis­mo se llevan a cabo en este sentido. Hay que valorar la importancia de estos estudios en cuanto a que rescatan la figura de la madre como primer otro significativo, pero apenas hay mención a la figura del padre y a sus fun­ciones a la vez que se obvia también la rela­ción con los hijos varones. En este sentido Agacinski (1998: 114) señala que “es dentro de la necesaria complementariedad parental donde los humanos reconocen simultánea­mente su diferencia y su mutua dependencia. En la imposibilidad de ser a la vez padre y madre cada uno encuentra sus propios lími­tes, tropieza con su deseo de autosuficiencia y debe asumir su identidad sexual” y acaba por llevarnos a la reflexión sobre las futuras consecuencias éticas o culturales que puede conllevar el intento neutralizador de este doble origen.

El tema de la identidad femenina está generando en el mundo del arte y a través del lenguaje visual y plástico discursos similares a los que podemos encontrar en otros ámbitos creativos, discursos que, por lo general, asu­men que el sujeto contemporáneo sólo se puede representar en crisis, con la intención última de buscar nuevos significados. Pero quizá dada la dificultad que entraña poder hablar desde la posición que precisamente se intenta subvertir a riesgo de resultar incom­prensibles, la sensación final es que abundan las propuestas deconstructivas, enriquecedo- ras sin duda en cuanto nos permiten recono­cer la pluralidad y cuestionar la normatividad, innovadoras y arriesgadas por otra parte. Pero nos queda la incertidumbre sobre si hay un intento creativo que vaya más allá de la iner­cia deconstructiva, que empiece a considerar la posibilidad de iniciar una nueva fase y sobre si realmente hay deseos constructivos.

En la indagación sobre la identidad feme­nina, el pensamiento feminista, a través de sus variados discursos, ha abordado la dife­rencia desde el enfrentamiento, en una actitud combativa que buscaba la asunción de lo masculino o la defensa a ultranza de la “bon­dad” de lo femenino, retomando los presu­puestos de los que precisamente pretende escapar como son la imposición de universa­les y la percepción de los otros como una amenaza a priori. Y aunque, desde el llamado feminismo de la diferencia, surgen propuestas como el “partir de sí” y la “práctica de la relación”, que asociamos a una actitud de cul­tivo, estas prácticas, por el momento, se redu­cen exclusivamente al mundo de las mujeres.

Cabe esperar que esto sea primer paso en un proceso relacional más amplio que incluya a los hombres que, necesariamente, también están considerando y valorando las conse­cuencias de la rigidez en la definición de la identidad masculina.

En demasiadas ocasiones el pensamiento feminista tiende a oponer los conceptos “autonomía" y “estar en relación", como si el proceso de construcción de las identidades no necesitara de ambos.

La autonomía se confunde generalmente con la autosuficiencia que cada vez cobra mayor valor en la sociedad occidental como garante de libertad. Pero merece la pena refle­xionar sobre si la autosuficiencia así plantea­da, en lugar de liberar, coarta, al reducir la percepción de las relaciones con los otros a través de la susceptibilidad y el recelo, cuando el proceso de construcción de identidades, finalmente, es un proceso creativo basado en la interrelación, la interdependencia y la capa­cidad de sorpresa.

 

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Notas al texto

 

1      Proyecto “Cos d'art” elaborado para el Ayuntamiento de Lleida y llevado a la práctica durante el curso 98-99 en varios centros de secundaria.

2       Nos resultó difícil encontrar obras actuales de artistas varones con las que poder abordar el tema de la identidad masculina, salvo aquellos artistas que la abordan desde su ubicación en el colectivo gay. La dificultad radica en que, aunque algunos artistas aborden el tema, no aparecen recogidos bajo una cate­goría común como ocurre en el caso de las mujeres y los gays y lesbianas.

3       Queer encierra muchos significados y hace referencia en la mayoría de los casos a las conductas impropias. El movimiento queer surge en la esfera pública y es especialmente activo en San Francisco, Nueva York y Londres a principios de los 90 formado por un grupo de lesbianas y gays ante la indig­nación por el aumento espectacular de actos violentos contra este colectivo. Muchas universidades nor­teamericanas han creado departamentos y seminarios de estudios queer, lo que ha supuesto su recono­cimiento. Los queer studies engloban todas aquellas propuestas, elaboradas desde varios ámbitos crea­tivos, que afirmen una identidad que celebre las diferencias dentro de una diversidad social y sexual más amplia. Las políticas queer buscan vínculos entre aquellos gays, lesbianas, bisexuales y heterose­xuales dispuestos a abandonar la retórica sexista (Aliaga, 1997).

4       “Partir de sí” significa en palabras de Anna María Piussi (1998) entrar en la propia experiencia, en los propios deseos y contradicciones y asumirlos como un nivel de realidad que está dentro de mí, que me pertenece, pero que al mismo tiempo pertenece al mundo... Esto significa trabajar sobre la modifica­ción de sí y del propio simbólico (ideas, esquemas mentales, etc.), trabajar para transformar el mundo.

5       Gayle Rubin introduce el concepto de género en el análisis feminista con su artículo de 1975 (“The Traffic in Women” en Rayna R. Reiter (Ed.),Toward and Anthropology of Women, New York, Monthly Review Press), donde define el sistema sexo-género como una serie de acuerdos por los que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y que incluye dos componentes: una división sexual del trabajo y una serie de definiciones sociales para los géneros y los mundos sociales que éstos conforman. Posteriormente, en un artículo de 1984 (“Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical sobre la sexualidad" en Vance, C. Placer y peligro, Madrid, Revolución, 1989) contrasta este planteamiento afirmando la necesidad de distinguir género de sexualidad por tener existencias sociales diferentes. Actualmente el sistema sexo-género se ha sus­tituido en los análisis feministas por el sistema de género.

6       Históricamente se ha dado una alianza poderosísima entre los discursos del arte y la medicina en la conformación de la feminidad a través de las definiciones de salud y belleza.

7       Resulta curioso el proceso de feminización del arquetipo masculino publicitario a través de la dulcifi­cación de sus rasgos, de representarlo manifestando afectividad y ternura, concediéndole menor importancia al sexo y más a la sensualidad y todo ello ha permitido la fragmentación de su cuerpo y, al igual que en el caso de la mujer se busca que transfiera los valores de su cuerpo a los objetos circun­dantes para asegurar su consumo y aumentar las ventas.

8       Son muchas las artistas que tratan el tema de la identidad sexual. La selección de las que aparecen en el texto no ha sido fácil y responde a los contenidos de sus obras y en muchos casos a la radicalidad de sus propuestas, en ningún caso a una valoración de la riqueza formal de sus trabajos puesto que la mirada es la de una sexóloga y no la de una experta en arte.

9      El Body Art y el Earth Art junto con la Performance son tendencias que se introdujeron en el mundo del arte con la intención de disolver las categorías de objeto/sujeto, arte/vida. Reivindican el conteni­do en el arte en contra del formalismo refutando la idea de que el arte es neutral y universal. Estas ten­dencias van a permitir la expresión plástica de toda una serie de reflexiones críticas acerca del tema de la identidad sexual enfocándolo desde nuevas perspectivas y permitirán, a su vez, el cuestionamiento de la rigidez de las dicotomías.

10   A Louise Bourgeois podríamos mencionarla en prácticamente cualquiera de las formas de acercamien­to al tema de la identidad femenina, puesto que su carrera es extensa y sobre todo tenaz. Inició sus tra­bajos en los años 40 y hoy en día sigue creando e investigando, pero realmente no consiguió notorie­dad hasta la retrospectiva que en 1992 se le dedicó en el MOMA de Nueva York, cuando la arista ya había cumplido 71 años. En los años 60 ya irrumpe en sus esculturas la dualidad de los sexos, su com- plementariedad y la androginia, y explora las fronteras interior/exterior, individual/colectivo. Toda su obra está relacionada con su propia vida, con sus obsesiones y sus recuerdos.

11   Un ejemplo claro del fracaso en el intento de “romper" la mirada ampliamente comentado es el caso de las películas antipornográficas hechas por mujeres cuyo resultado suele ser pornográfico en sí mismo (De Diego, 1993).

 

 

 



LA PAREJA COMO EXPERIENCIA CONSTRUCTIVA

Manuel Lanas*

* Médico. Psicólogo, master en Psicología, Dr. en Filosofía. Práctica privada.

 

El texto ofrece una reflexión epistemológica sobre el lenguaje que hace de la pareja objeto y constructo multidisciplinar. Pretende resituar el eje de dicha reflexión en las experiencias personales de quienes constituyen esa célula grupal: la pareja como proceso dual de expe­riencias personales constructivas. El planteamiento se legitima porque desenmascara la vio­lencia diádica, y porque denuncia los procesos sociales de reproducción mitológica que la inducen. El texto obedece a dos intenciones básicas: la de precisar la referencia del término “pareja” y la de facilitar la toma de conciencia frente al vacío experiencial del lenguaje científico.

Palabras clave: Pareja, lenguaje, intimidad, experiencia bipersonal constructiva, mitología de la diferenciación intersexual.

 

THE COUPLE AS A CONSTRUCTIVE EXPERIENCE.

The text presents an epistemologi- cal reflection on the language which makes the couple a multidisciplinary object and cons- truct. It aims to rediret this reflection towards the personal experiences of the constituents of this group cell -the couple seen as a dual process of constructive personal experiences. This phrasing is validated by exposing violence in the couple and because it denies the social processes of mythological reproduction that are the cause. The text has two main aims: to define the ‘reference’ of the terme "couple", and to raise awareness of the expe- riential vacuity of scientific language.

 

Keywords: couple, language, intimacy, constructive bipersonal experience, mythology of intersexual differentiation.

 

Del lenguaje

Los sexólogos tenemos muchos proble­mas, entre ellos los relativos al lenguaje. En la realización del presente trabajo me ha guiado al menos una ferviente intención: la de llamar a las cosas por su nombre. Esta es una manera muy sencilla de expresar mi interés por extender el estudio de la pareja por los cuatro campos conceptuales de la Sexología. El lector puede necesitar situarse mejor con respecto a mi pretensión episte­mológica, y para ello le recomiendo a Bertrand Russell, en su introducción al celebérrimo Tractatus de Wittgenstein: “Hay varios problemas con relación al len­guaje. En primer lugar está el problema de qué es lo que efectivamente ocurre en nues­tra mente cuando empleamos el lenguaje con la intención de significar algo con él; este problema pertenece a la psicología. En segundo lugar está el problema de la rela­ción existente entre pensamientos, palabras y proposiciones y aquello a lo que se refie­ren o significan; este problema pertenece a la epistemología. En tercer lugar está el pro­blema de usar las proposiciones de tal modo que expresen la verdad antes que la false­dad; esto pertence a las ciencias especiales que tratan de las materias propias de las pro­posiciones en cuestión En cuarto lugar está la cuestión siguiente: ¿Qué relación debe haber entre un hecho (una proposición, por ejemplo) y otro hecho para que el primero sea capaz de ser un símbolo del segundo?” (Russell, 1985: 12).

Es fácil constatar que en todo trabajo sexológico se pone a prueba una práctica lingüística. Y que ésta tiene que hacer frente, al menos, a los cuatro tipos de problemas señalados. La convergencia disciplinar que


alimenta el pensamiento sexológico no facili­ta, precisamente, la clarificación conceptual que se espera de nosotros. Por lo tanto, es preciso facilitar constructos con mayor rele- vacia explicativa que los que actualmente se manejan. En este sentido, no pretendo otra cosa que dotar de mayor solidez referencial al término “pareja".

Me tengo que explicar así porque puede suceder que a los ojos de alguien pudiera incurrir en flagrante contradicción. Es decir, por un lado, me atreveré a manejar conceptos inspirados en autores quizá rigoristas en mate­ria de lenguaje, como es el caso de Frege, Russell o Wittgenstein, y, por otro, dedicaré una atención muy especial al Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española. Es verdad que en el uso de éste me “abandonaré" a cierto gozo, pero desde luego la contradicción ya puede quedar desmontada.

Lo que realmente sucede es que conviene diferenciar los abordajes metodológicos. Para nosotros, nada tiene de arbitrario el tener que obedecer a específicos lenguajes disciplinares. Así, la pareja tiene, entre otras posibles, una lectura biológica. Porque la mutua búsqueda de dos personas tiene un sustrato biológico interpersonalmente rela­cionado. Y los lenguajes médicos actuales no plantean demasiados problemas referen- ciales. En lo esencial, lo que señalan como objeto no levanta sospechas semánticas en quienes lo investigan.

El lenguaje biológico es un lenguaje crípti­co para el profano en la materia. Y el especia­lista sabe señalar la referencia de cada expre­sión en un objeto. Pero no sucede lo mismo cuando se opina acerca de la sexualidad, la mente, la conciencia... Cualquier considera­ción al respecto de estos temas defiende cons- tructos difíciles de datar en su correspondiente campo conceptual y, paralelamente, en su secuencia biológica. De este modo, hay obje­tos que carecen de referencia válida y fiable en términos epistemológicos.

Entonces, para hablar de la sexualidad, de la arquitectura conceptual conferida a la experiencia, de la mente, etc., no cabe otro recurso básico que el de acudir al lenguaje común. Este lenguaje conforma buena parte del acervo discursivo sexológico y, por supuesto, de las disciplinas clínicas, huma­nistas y sociales que abocan a él. Se trata de un lenguaje muy connotativo, muy suscepti­ble a la variabilidad semántica. Se trata, por lo tanto, de disciplinas que no legitiman con­sensos con respecto al valor referencial de sus objetos.

La pareja se sustenta en dos personas poseedoras de experiencias únicas. La expe­riencia (sexual) no es datable en sus constitu­yentes, ni por parte del clínico ni por parte del observador participante. Con sus interlo­cutores, estos dos manejan un lenguaje pro­fano. No trabajan en lo directamente percep­tible y objetivable con el inmediato consenso científico. O sea, que la experiencia que se demuestran o expresan entre sí los miembros de la pareja carece de ese valor referencial que se adscribe a la generalidad de los obje­tos biológicos.

Cuando se habla de la expresividad (eró­tica), o de su inapariencia, en la pareja se está dando el salto a lo social. Este es un terreno que atañe también al sexólogo. Incluso para la mayoría de los profesionales de la sexología clínica es el terreno sexológi- co por antonomasia. Pero aquí volvemos a toparnos con nuevas y peores limitaciones. No dejamos de hablar de conductas, compor­tamientos, orgasmos, eyaculaciones... Vagas mixtificaciones, inconsensuadas muchas veces, consensuadas otras, pero no validables en la vida cotidiana de los consultantes.

Estas son las dificultades inherentes a ese paralelismo metodológico al que inexorable­mente estamos abocados, y que, por supues­to, no tienen por qué poner en cuestión la unicidad o la identidad totalizadora de la per­sona. Para hacer frente a la experiencia y a los lenguajes de la intimidad interpersonal, permanece abierta la vía del cultivo de las lenguas comunes. Por suerte, el castellano está normativizado en sus usos por una insti­tución académica que proclama su rigor a los cuatro vientos.

Tampoco uno puede ser original en la apología del cultivo de las lenguas profanas para su mejor uso en las ciencias humanas y sociales. Por ejemplo, se encuentran antece­dentes efectivos de esta apuesta a lo largo de la obra de Szasz, autor cuya lectura me sigue beneficiando. En todo caso, mi apuesta expe- riencial en el abordaje de la pareja me obliga a invalidar los excesos nominalistas del dis­curso sociopolítico, en su lucha por la implantación democrática. Y la obra de los filósofos que antes cité constituye para mí un faro de luz en mi empeño de reducir la infla­ción discursiva.

 

De la expresión

Y ahora invito al lector a una ilustrativa excursión. Se trata de realizar una somera revisión etimológica, que afectará a determi­nadas palabras de raíces comunes. No es mi intención descentrar a nadie del tema de la pareja. Para este viaje no será preciso utilizar más que un diccionario, a mi juicio, ejem­plar. Todo va a empezar como un juego de palabras. Pero antes de otra cosa, mis razo­nes.

De un tiempo a esta parte, parece que cada vez se habla más de la vida en pareja, de la pareja. Se pretende, demasiadas veces, representar a la pareja como “algo” obvio, pero desde mi punto de vista no lo es en absoluto, y me resultará fácil demostrarlo.

Y  todo, porque un día me dio por pensar que yo podría demostrar con mi mera presen­cia a los demás el emparejamiento de mis padres. Y que, sin embargo, este empeño podría a su vez fracasar, a la hora de intentar demostrar que ellos habrían constituido una pareja, de acuerdo con los modelos actuales que de ésta se barajan.

(Pero pronto me encontré con dificultades lógicas acerca de si es posible demostrar la posibilidad del emparejamiento humano. Tengo que confesar que esta vía me aturdió bastante. Luego, recientemente, he compro­bado que el mismo Wittgenstein (edición española de 1997) soportaba mal el valor probatorio de la experiencia en la creencia general de que tenemos padres.)

Y  ojeamos el Diccionario de la Real Academia Española, en su versión de 1970, decimonovena edición. Resulta que el térmi­no “emparejamiento” sirve para designar la acción y el efecto de emparejar, o sea, de for­mar pareja. “Parejo, ja” proviene del latín parículus, la, que quiere decir igual o seme­jante, y deriva a su vez de par, paris, que tiene para nosotos el mismo significado. En los ámbitos del saber sexológico, las distin­tas formas del verbo emparejar se acom­pañan, por lo general, de pronombres perso­nales. Estamos, pues, ejercitados en el uso pronominal del verbo.

Podemos emparejar personas, animales y cosas. Cuando pretendemos construir parejas para cada una de estas categorías damos a entender que agrupamos sus elementos indivi­duales por considerarlos iguales o semejantes.

Evidentemente, cuando decimos empare­jar determinadas cosas, también podemos referirnos a que las nivelamos, las ajustamos, etc. Dos personas emparejadas pueden ser aquéllas que han llegado a ponerse juntas una al lado de la otra. Aunque, no deja de ser cierto que uno se empareja con otro porque lo alcanza después de haber avanzado acaso con presteza en su eficiencia profesional o deportiva, por poner dos ejemplos.

Y en algunas acepciones regionales, apli­cadas al reino animal, el “emparejar” soporta un concepto ciertamente más complejo. Así, cuando a la oveja artuña se le proporciona un corderillo que no es el suyo para que lo ama­mante se ejecuta la acción de emparejar.

“Emparejar” y “emparejamiento” son expresiones que gozan de un clarificador parentesco etimológico y semántico con el término “pareja”. El estudio comparativo de los significados particulares de los dos pri­meros vocablos ilumina el reconocimiento del tercero y, sin duda, promete sorpresas para este último.

Además de las citadas, hay algunas otras palabras derivadas de la raíz par, paris. Pero éstas van a quedar relegadas en la presente exposición, ya que su uso resulta cuando menos comprometedor para el caso de las relaciones humanas.

“Pareja” es un término con el que común­mente se designa al conjunto de dos perso­nas, animales o cosas entre los cuales alguien establece una correlación, semejanza, etc. Sin olvidar que cada uno de los miembros de una pareja puede ser señalado como pareja del otro miembro.

“Pareja” es una palabra muy empleada en nuestros desahogos lúdicos. Se hablaba de parejas de caballeros vestidos de iguales galas, y se habla de parejas de baile, de jine­tes, etc. Hay quien juega a los dados con pareja de seises y a las cartas con pareja de reyes. Y los amantes del mar recrean su vista con parejas de sincrónicos arrastreros.

Con respecto a los vocablos estrella que estoy manejando, se observa un salto semán­tico considerable de hace treinta años a esta parte. Y para afirmarlo no es preciso recurrir a ningún diccionario de uso del castellano. Basta con salir a la calle y escuchar atenta­mente cualquier conversación, o con leer la prensa cotidiana. De todos modos, la consul­ta de los mismos términos en la edición de 1992 del citado Diccionario puede resultar frustrante. Se ve lo poco que añade a lo que aquí ya damos por sabido. Pero nada tiene de extraño: el gran cambio ha tenido lugar ape­nas en los últimos diez años de este siglo.

En la actualidad, la palabra “empareja­miento” carece de uso llamativo en las cien­cias constituyentes del saber sexológico, si es que alguna vez lo tuvo. La utilización prono­minal del verbo emparejar da la impresión de ser residual en la calle y, como es de imagi­nar, también lo debe ser entre los profesiona­les de la clínica y los investigadores sociales. Ahora bien, el universo de nociones que hoy en día manejamos a propósito del término “pareja” ha adquirido visos de revolución avasalladora. Esto sí que es llamativo.

 

Del constructo

¿Qué es la pareja? Muchos de nosotros decimos conocer algunas parejas, parejas de carne y hueso. A cada una de ellas le asigna­mos existencia real, una determinada histo­ria: podemos contemplar y señalar su naci­miento, su desarrollo y su fin, con la muerte de alguno o de sus dos integrantes. Pero, en lo que respecta a los datos incuestionables, cada pareja consiste en dos personas con una muy incierta relación entre ellas. Elemen­talmente, es posible sugerir que tanto los observadores como los observados, integran­tes o no de una pareja, coincidirían en esta apreciación.

Ni para el investigador ni para el clínico, el estudio de la pareja se agota en lo directa­mente objetivable. Porque, para ambos, dicho estudio es mucho más que la investigación de las parejas concretas. Ya no se conforman con describir a unos interlocutores que en algún trayecto de sus vidas comparten la exis­tencia. Tampoco se sacian con sus revelacio­nes indirectas. Tienen a su alcance ya todo un universo teórico acerca de lo que buscan, de lo que comprenden y de lo que, en público o en privado, proponen cambiar. La pregunta sigue pendiente cuando la pareja se constitu­ye en objeto de estudio científico: ¿a qué alude, pues, esa historia bipersonal, necesa­riamente compartida en un espacio y por algún (y suficiente) tiempo?

La respuesta socialmente relevante opaci- ficará a cada una de esas parejas concretas. Cada miembro de una pareja se halla con alguien que le es de algún modo significati­vo, y no tiene por qué hacer del concepto de pareja objeto de estudio, como tampoco hace de su vida un continuo objeto de escrutinio. Pero, reconocida socialmente la especifici­dad de su formación, hay científicos privile­giados que acceden a la información personal de las vidas en pareja. Y esa información, sea verbal, corporal o documental, se desna­turaliza en formulaciones conceptuales que se mecen en el discurso de diversas discipli­nas clínicas y sociales.

Además del objeto al que nos remite la pareja, hay conceptos alusivos a ella que van más allá de adecuarse a lo concreto. Sus pro­motores buscan trascender en el tiempo y el espacio a las vinculaciones particulares. En este sentido, desde las ciencias citadas y, más específicamente, desde la Historia y la Etnología, se llevan a cabo elaboraciones que tienden a hacer de la pareja un sustrato bien estructurado y “referenciado”. Es indudable que numerosas fuentes documentales jurídi­cas, médicas, literarias y, en menor medida, biográficas sirven de fundamento a una ine­xorable tarea constructiva y reproductiva.

Dicho de otro modo, la pareja se ha cons­tituido en un poderosísimo constructo cientí­fico. Para algunos usos cada vez mas genera­lizados de la expresión, la pareja consiste en el fruto de una conceptualización relativa­mente reciente; compleja, dado que arrastra ya una densidad teórica considerable; y mudable, debido a la variabilidad histórica de sus elementos referenciales. Y el frag­mento del texto histórico expuesto a conti­nuación así lo avala.

“La pareja es una invención reciente. Como soledad en fusión, reafirmada sobre ella misma, aparece en el siglo XIX. Antes, (...), la pareja no tenía intimidad; ni espacio privado ni cama compartida ni alcoba con­yugal. La pareja y la familia estaban abiertas e inmersas en un medio más vasto: la comu­nidad. Era la comunidad del pueblo, de la calle y del barrio. Es una victoria de la bur­guesía llevar la pasión y el amor al matrimo­nio. Ahí era desconocido y hasta prohibido. Poco a poco, el modelo de la pareja como entidad autosuficiente se difunde entre la pequeña burguesía y la clase obrera. Sólo a partir de los años 20 y 30 de este siglo se producen matrimonios por amor en la pequeña burguesía y en las clases medias.” (Adler, 1987: 16).

 

De la cuestión interna

A mí me interesa extraer de bibliografías diversas lo que se ha escrito de la vida en pareja. He comprobado que el lenguaje colo­quial se queda corto a la hora de especificar este asunto. Sin duda, lo delata el diccionario que habrán podido consultar los lectores, según mi anterior propuesta. Es decir, predi­car como característica de la pareja una mera relación o correlación parece, en principio, insuficiente. Por añadidura, es razonable indicar lo mismo a propósito de los concep­tos de igualdad o semejanza. Evidentemente, la cuestión interna de la pareja es el talón de Aquiles de cualquier explicación que quiera llegar al fondo en el tema de esta célula gru- pal.

Pese a las dificultades, se piensa en avanzar. Hoy en día, de la pareja se tiene, por lo general, un concepto relacional adje­tivado, que se sustenta en la única realidad objetiva de sus dos integrantes. También se tiende a pensar que la pareja consiste en una relación de iguales. La idea de una cierta relación y una vaga idea de la igualdad sue­len integrarse en fáciles amalgamas que están en boca de muchos y de las que pocos autores están dispuestos a desdecirse. Emparejadas en una frase divulgativa, repre­sentan el esfuerzo de una voluntad igualita­ria e igualitarista. Ambas ideas participan en los discursos sociopolíticos más practicados actualmente, al tiempo que conforman un guión muy socorrido para ir tirando por la calle.

El definir una relación de igualdad debe ser una cosa muy difícil y seria, cuando desde la ecuaciones de Frege (edición en cas­tellano de 1996), tiene al final una resolución nominalista. Es decir, no habría referencias o referentes iguales. La igualdad aludiría a los modos de designación. En este sentido, una persona no puede ser igual a otra, ni un miembro de la pareja igual al otro. Esta breve reflexión puede parecer descontextua- lizada. Pues ya se sabe que Frege estaba vivamente interesado por la Semántica y, más específicamente, por establecer la rela­ción entre “signo”, “sentido” y “referencia”. Después de todo, demasiado contundente es la obra de este autor para dar cuenta de la reciente metafísica intersexual. Ciñéndonos al nombramiento de la pareja, acaso sea legí­timo afirmar que la referencia del signo “pareja” es bipersonal. Que de la relación entre los miembros se ofrecen enunciados, y que de éstos se extrae el sentido. Ahora bien, lo que resulta conceptualmente resbaladizo es adscribir a la relación de pareja objetuali- dad constatable alguna.

 

Del amor

“Amor” es la principal respuesta pública frente a la cuestión interna de la pareja. Pero el amor de la pareja no es públicamente constatable más que a través de sus gestos, sus comportamientos, etc. Es prácticamente imposible establecer una definición amplia­mente consensuada del amor. El amor no es algo exclusivo de la pareja, ni tiene por qué ser el tipo de relación que mejor la caracteri­ce. Por lo general, nos forjamos definiciones de amor relacionales y mentalistas, aunque simbólicamente hagamos del corazón el cen­tro de nuestro ser como amantes. Sin solu­ción de continuidad discursiva con respecto al sentimiento amoroso, pasamos a describir el cariño, la ternura, la amistad, el compañe­rismo, la complicidad... El amor tuvo tiempo atrás el prosaico significado del convenio. Los amantes siguen haciendo del amor el estilo de vida que socialmente mejor les defi­ne. “Hacer el amor” es, por numerosas razo­nes, la expresión menos afortunada para designar nuestras relaciones (llamadas) sexuales.

En una panorámica del amor, la pasión se nos muestra como una excerbación senti­mental. La pasión se emparenta etimológica­mente con el padecimiento y la pasividad operativa. Ambas cosas se dicen de los amantes que, sin saberlo, rinden culto servil a la muerte. Pero hay otras formas de pensar y, sobre todo, de sentir el amor. La forma que se impone en nuestras sociedades es el amor que favorece la aparición de radicales discordancias lingüísticas en el seno de la pareja. Así, los miembros de ésta se caracte­rizarían no tanto por el ejercicio de una rígi­da complementariedad en sus conductas diá- dicas, sino por una asimetría que es posible abstraer del correlato de sus experiencias. El guión es socioculturalmete reiterativo, y obe­dece a la mitología de la diferenciación inter­sexual: dentro de la pareja, alguien infunde el sentido de la vida a quien lo necesita. La impotencia y el desencanto son los estados de ánimo correspondientes de quienes sien­ten la mordedura del fracaso. En estas pare­jas, más allá de sus primeras efervescencias pasionales, reina la violencia (sexual).

 

De la intimidad

La intimidad es otra respuesta posible al interrogante que dejaba abierta la cuestión interna de la pareja. La intimidad ha sido objeto de reflexiones historiográficas dispares. Se ha barajado la idea de que tal cosa no se podría dar en tiempos pretéritos, de que “es una creación moderna que supone, como con­dición previa, otro espacio que la envuelva, el de la vida privada” (Aranguren, 1989: 18).

Coloquialmente, la intimidad ha signifi­cado, cuando menos, afecto interpersonal sincero. La “intimación”, palabra poco usada, tiene para nosotros connotaciones de infiltración, de comprensión, o de aprehen­sión intuitiva del uno por el otro. Por eso, la intimidad no es algo que haya caracterizado específicamente a la pareja. De hecho, su aplicación en otros contextos grupales es ine­quívocamente válida, como lo es, curiosa­mente, en lo personal.

Cuando se usa constructivamente este con­cepto, se siente la necesidad de señalar un ámbito, una zona. Pero la pretensión no alcan­za su fin. No se va más allá de lo reservado, de lo vagamente espiritual, del repligue. Y entonces el concepto resulta frustrante. Porque mediante su nombre no cabe apelación posible a un objeto que concite unanimidad fácil. Su uso nos condena a la incertidumbre epistemológica. Y ésta puede tener, de cara a nuestra praxis, consecuencias muy negativas.

De manera que la intimidad designa mejor un ámbito que un espacio. Mejor los lenguajes concretables intra o interpersonales, que una reserva o una zonificación espiritual inasible.

Y mejor, volviendo atrás, un ámbito que un espacio, porque el acotamiento espacio-tem­poral puede servir muy bien como referencia explícita de quienes lo vivencian mediante una referencia arquitectónica. Por qué no.

Si se entiende la intimidad como una apuesta conceptual por la zonificación del objeto al que inciertamente alude, podría resultar aceptable que dicho objeto fuese el lenguaje de la(s) persona(s) implicada(s) en y con él. El lenguaje en los niveles de concre­ción que se prefiera, o los lenguajes que, en este caso, conciernen a la pareja. Se trata, ni más ni menos, de facilitar el establecimiento de una referencia para el término “pareja”.

Pero la palabra “intimidad” también sirve para expresar la cualidad de íntimo. Es un concepto vago, ya que se aplica a “lo inte­rior”. De acuerdo con esta acepción, puede referirse a la(s) capacidad(es) individual(es) de expresión lingüística. El lenguaje aquí no es otro que el correlativo a la significación sexual de la(s) experiencia(s) en cuestión, y correlativo además a una secuencia objetuali- zable en términos biológicos que es, hablando con propiedad, la referencia del término “inti­midad” en su opción cualitativa. Estamos, pues, ante un constructo cuyo manejo plantea una evidente dicotomía referencial.

 

De la experiencia constructiva

“(...) El alienar de manera concluyente, sobre cualquier base teórica, la autoridad de cualquier persona para describir y nombrar su propio deseo sexual es una apropiación de terribles consecuencias; en este siglo en el que se ha hecho de la sexualidad la expresión de la esencia tanto de la identidad como del saber, puede que represente la mayor agre­sión sexual posible.” (Eve Kosofsky, Epis­temología del armario, 1998: 40).

A lo largo de todo el trabajo y, especial­mente, en el texto expuesto bajo este aparta­do, mantengo una apuesta decidida por la persona, por el individuo, por su experiencia, su sexualidad. La pareja aparece aquí repre­sentada como el fruto de la experiencia per­sonal de quienes comparten, en un determi­nado lugar y por algún tiempo, su vida con otro. Esta idea refleja al mismo tiempo una intención epistemológica: la de resituar en la experiencia bipersonal la centralidad concep­tual de la pareja.

La explicación usual de lo que es una pareja no podría ser entendida sin pensar en el recurso de la búsqueda individual del uno por el otro, de la aproximación sexual y eró­tica interpersonal, en algún lugar y por algún tiempo. El ser humano se siente compelido -y el verbo “compeler” no es el más adecua­do para este uso, dado que se refiere mejor a lo que se impone desde fuera- a una búsque­da que no merece ser reducida al breve tra­yecto que precede al coito.-Quiero señalar que, a partir de ahora, me veo obligado a retomar puntualmente el concepto del empa­rejamiento humano.

El ser humano emprende búsquedas a veces muy extrañas. Para el análisis de esa búsqueda se suele sacar a relucir el deseo sexual hacia el otro o, ampliando el concepto, el deseo de convivir con él. El papel de la voluntad en el emparejamiento humano es inconstante. Este concepto tiene mucho más que ver con las ritualidades que lo institucio­nalizan. La voluntad es importante como argumento para la estabilización en el empa­rejamiento. Es una “facilidad” lingüística para camuflar correctamente el deseo inexistente.

Se apela, desde luego, a lo instintivo, a lo pulsional, al deseo, etc, sin que se pueda pre­cisar con demasiada exactitud en qué consis­te el asunto, al margen de solapamientos inadmisibles, entre conductas, hechos de experiencia y escuetas secuencias neuroen- docrinas. Por otro lado, no sin arbitrarieda­des y para mayor abundamiento, hay quienes echan la mirada atrás, hacia los hitos socio- culturales de quienes todavía no constituían la humanidad.

Las ciencias biológicas, y muy especial­mente las ciencias médicas, proporcionan claves, increíbles hace algún tiempo, para llegar a explicar algún día la experiencia (sexual) humana. Pero no se puede asegurar que se vaya a tocar techo. En realidad, esta cuestión actual pertenece a un ámbito de gran relevancia intelectual, que sobrepasa los límites de distintas disciplinas científicas.

Se trata de la problemática epistemológi­ca cerebro-mente o, mejor, sistema nervioso- mente. El concepto de experiencia es acepta­ble para la más avanzada filosofía de la mente. El concepto de experiencia no se puede descartar en la moderna neurología. Y el adjetivo “sexual” no tiene por qué suponer ningún obstáculo en la búsqueda referencial de la “experiencia”. Toda experiencia puede ser considerada como sexual.

Las investigaciones neuroendocrinas faci­litan recursos para la ordenación del saber antropológico sobre la evolución de la inti­midad personal desde la prehistoria hasta nuestros días. Se puede citar el ejemplo de Fisher (1994). Aunque da la impresión de que también esta autora se excede, acaso para animarle la vida al lector sensacionalis- ta, cuando llega a especular -defendiendo una perspectiva etológica- acerca de la rela­ción existente entre diversas secuencias neu- roquímicas y la trayectualidad erótica e insti­tucional de los sujetos humanos.

Así y todo, en el fondo de tamaña diversi­dad de investigaciones late oculta la vida de la pareja humana. El emparejamiento humano en la evolución de las culturas permanece todavía silenciado y demasiado opaco. Cuando se pre­tende que la vida sea poco más que la objeti­vación del comportamiento cotidiano, lo que se escamotea es la experiencia de cada perso­na con un otro cuya proximidad le es (sexual- mente) significativa. La experiencia constructi­va de un lenguaje compartido con el otro es la consideración fundamental en la perspectiva sobre la pareja que ofrezco aquí.

El emparejamiento como experiencia constructiva es una intimidad trayectual entre dos personas: si la intimidad no es satisfacto­ria por ambas partes, quizá sea mejor no emplear para nada el término "intimidad". La intimidad de la pareja consiste en el desa­rrollo y el despliegue de un lenguaje compar­tido por dos individuos durante un trayecto espacio-temporal. De alguna manera, la inti­midad entraña un compromiso que afecta a todos los niveles posibles del lenguaje com­partido o, si se prefiere, a todos los lenguajes posibles.

No está nada claro en qué pueda consistir el salto de la intimidad diádica a la intimidad familiar. Al menos, en lo que respecta al individuo participante en ambos grupos. ¿No se sabría qué decir a propósito del tabú viola­do del incesto? Desde luego, está al alcance de la mano el concepto de la significación sexual de toda experiencia. Aunque también nos queda el recurso de la utilización de un nuevo término. En cambio, sí que parece más aceptable la idea de una intimidad individual.

La intimidad es una hipótesis acerca de la “cuestión interna” en la pareja. Así lo he planteado. Pero tampoco se ve con claridad la intimidad de una pareja cuyos miembros padecen los males, siempre complementa­rios, de la impotencia y el desencantamiento ante la vida compartida. La intimidad es, a mi juicio, una hipótesis válida en la medida en que los individuos experimenten la pareja de una manera constructiva. Esto es, o estan­do libres del miedo, o reconociéndose y explicitándose al menos como víctimas o inductores de él.

Cuando pretendamos definir la pareja no nos debemos exceder en la determinación del trayecto, es decir, de las magnitudes que afectan a dos de las variables apuntadas: la distancia y el tiempo. No tiene sentido, o quizás resulte perturbadoramente aleatorio, describir la pareja como si se tratase de un objeto normativizado por unos pocos y tan simples determinantes externos. No tiene sentido el hablar del tiempo transcurrido ni de la distancia que separa a las personas más allá de la percepción que de los hechos ellas alcanzan. Al fin y al cabo, son dos quienes se constituyen en pareja: ellos tienen la palabra.

Sin contar con la experiencia deseante del individuo, y obviando esa opacidad o, mejor, oquedad personal del deseo que representa la angustia -y esto que escribo no es más que un ejemplo de las dificultades con que me voy tropezando en el manejo del lenguaje-, toda arquitectura conceptual sobre la pareja se viene abajo. De ese modo no tiene sentido hablar exclusivamente de los comportamien­tos ni de las actividades bipolarizadas, ni de los ritos ni, por consiguiente, de los estamen­tos que intervienen en su institucionalización.

Allí donde la voluntariedad ha sido expre­sada. Allí donde los lenguajes íntimos mues­tran las experiencias sexualmente significati­vas. Allí donde el deseo de (con)vivir no se arredra por la victimación que se pueda indu­cir. Allí donde el sentido de preferencia trayectual del uno por el otro “obtiene carta de naturaleza” frente al criterio de renuncia grupal. En definitiva, allí donde se dan las condiciones experienciales expuestas es posi­ble señalar el hecho de la pareja como expe­riencia bipersonal constructiva.

En otras ocasiones (por ejemplo, Lanas, 1997a y 1997b) he señalado la centralidad referencial de la experiencia sexual humana (sexualidad) en el marco reflexivo de la Sexología. Dentro de ésta, la erótica quedaba en una posición lateral, y prácticamente constreñida al ámbito de la intimidad. Era una manera de restañar científicamente las heridas que la literatura sexológica moderna procura al individuo, y también de disipar las dudas acerca de la conveniencia de cambiar nuestras actitudes profesionales.

Hoy me encuentro en una posición todavía más dura. Conforme sigo trabajando en mi consulta, voy afianzándome en la idea del valor explicativo de la experiencia. Pienso que la grupalidad no es un objeto científico posible obviando la experiencia individual. Y esto es válido para la pareja, sobre todo para la pareja, un grupo del que, por lo general, los individuos esperan tanto.

Entonces, lo que defiendo es una idea de cómo hay que estudiar la vida en pareja. En lo esencial, esta idea establece la centralidad epistemológica de las experiencias cons­tructivas personales de sus integrantes.

 

De la violencia

“(...) La manera en que el hombre se apro­pia de la cultura, de unos valores que son los suyos, de su relación con el mundo, suponen un entramado decisivo para su aprehensión. Porque el dolor es, en primer lugar, un hecho situacional. (...) En verdad, el dolor es íntimo, pero también está impregnado de materia social, relacional, y es fruto de una educación. No escapa al vínculo social.” (David Le Breton, Antropología del dolor, 1999: 9-10).

La vida sexual humana está trufada de violencias. Cuando se alumbra alguna hipó­tesis sobre la pareja, algo falla si no se deja constancia de esta cuestión tan candente. Irremediablemente, el investigador no con­formista necesita acudir a la casuística para poner en evidencia los hechos concretos de la violencia en las parejas de carne y hueso. La violencia se llega a detectar en los victi­marios y en sus víctimas. En la puntualidad, o en la reiteración más o menos frecuente de ciertas prácticas siniestras.

Pero no son únicamente siniestras las prácticas, es decir, los abusos sexuales o de otra laya, tan magníficamente sancionables en nuestras sociedades llamadas modernas. Porque la puntualidad, la reiteración o la constancia de las actuaciones podría ser con­templada a la luz de la experiencia de quie­nes integran las parejas. Perviven los hechos violentos en la intimidad de cualquier pareja “democrática”, en las experiencias refracta­rias al saber del dolor de sus componentes.

Los cónyuges, los novios, los amantes, los extraños sin nombre en una noche encen­dida pueden experimentar algo de un sufri­miento que permanecerá innominado por mucho tiempo. Los rituales se seguirán lle­vando a efecto, sólo que en ellos los protago­nistas adoptarán estilos de dramatización estereotipados. Y llegará el día en que, posi­blemente, la pareja se disloque, o señale den­tro de ella aquel chivo expiatorio que acoja en su cuerpo la disfunción (sexual).

La pareja se ha ido consolidando como una figura institucional básica en la mayoría de las sociedades occidentales. Ahora les tocará a las formas más lábiles del empareja­miento facilitar las pruebas de la “normali­dad” de los supuestos protagonistas. Está la normalidad heterosexual, y puede que tam­bién la homosexual. Y no muy lejos de ambas, o quizá como un apéndice de las mis­mas, se reconoce la normalidad funcional o clínica, que preocupa tanto a los homosexua­les como a los heterosexuales.

La preocupación por la normalidad de los actos y las funciones en el seno de la pareja es fruto del miedo. La provocación del miedo es un hecho revelador de violen­cia, que es reconocible en las estrategias del victimario. Cuando el miedo invade nuestra experiencia, de tal modo que cercena nues­tro cumplimiento del Deseo, podemos ase­gurar que nos estamos victimizando. Las disfunciones sexuales constituyen los resul­tados variables pero fiables de nuestra victi­mación, inducida o de propia generación, ante el otro (v. Lanas, 1998).

Por todo ello, allí donde las vivencias angustiantes no pueden (o dejan de) ser objeto de lúcida reflexión personal e interpersonal, no existe la pareja como experiencia biperso- nal constructiva. Y si el lenguaje (la intimi­dad) desfallece la pareja tiende fácilmente hacia la ruptura. Las asimetrías experienciales, que el profesional intuye en este tipo de proce­sos diádicos, no siempre son unilaterales y continuas. Las alternancias y los momentos puntuales de vivencia angustiante son algo más que una remota posibilidad. Una vez reco­nocidas, permiten cuestionar la voluntariedad y la deseabilidad de la vida en pareja.

 

Del ámbito

“La diversificación y ampliación de la vida privada a lo largo de la segunda mitad del siglo XX no se limitan al enclave domés­tico. La conquista de un espacio para la vida privada no equivale exclusivamente a la apertura de un espacio para la vida familiar, sino también a la obtención de los medios para salir de él.” (Sophie Body-Gendrot et al., Historia de la vida privada. De la Primera Guerra mundial a nuestros días, 1989: 76).

El espacio no parece tener límites. Pero tanto los animales como los seres humanos tienden a cercarlo. Individualmente no pasan de ciertos límites, y al agruparse suelen esta­blecer fronteras que no siempre son difíciles de determinar. Esas lindes, que en principio son imaginarias para el observador, pueden indicar la constricción de las acciones, las actividades, las actuaciones, etc. Los obser­vadores se atreven a diferenciar cualitativa­mente los ámbitos que van cercenando el espacio. El ámbito del que a continuación ofrezco una reflexión concierne especialmen­te a la pareja. A cualquier pareja.

El espacio parece infinito, aunque nues­tros cuerpos se apoyen en el suelo. La pareja -tanto la moderna, como la hipótesis de una estructura diádica que siga permaneciendo en cualquier lugar del mundo incluso durante milenios- podría ser representada sobre una topografía y, acaso, bajo una bóveda o cúpu­la. Desde luego, tal representación podría sugerir al observador muchas cosas. Lo que parece oportuno recordar aquí es el valor que tiene para la vida de la propia persona su ocultamiento de la mirada ajena, sea ésta, por ejemplo, de la familia o de la comunidad.

En cierto modo, ya hay antecedentes de este tipo de representaciones, si damos por válidas las documentadas sugerencias de Dibie (1999) en su Etnología de la alcoba. En las pinturas parietales ejecutadas por el hombre primitivo, este autor encuentra muchos argumentos para que el lector se haga la idea de lo que fueron los primeros despertares de la ternura humana, aquellos “encuentros a solas” que tantas reservas sus­citan como concepto dentro de la literatura antropológica.

Jóvenes o de mayor edad, laxamente enlazados u obedeciendo a rigorismos cuyos códigos se nos escapan, hombres y mujeres de diversos y alejados lugares, acaso novios, quizá cónyuges haciendo dejación temporal de sus hijos, etc. tendrían en la pareja repre­sentada algo más que un símbolo a compartir con las parejas modernamente institucionali­zadas, aunque no se reconozcan como tales. Sin embargo, hay historiadores (como Body- Gendrot et al., 1989) que defienden la hipó­tesis de la intimidad imposible hasta fechas relativamente recientes, incluso en las comu­nidades occidentales más avanzadas.

Hoy pretendemos entender esa represen­tación, pero hay algo que se mantiene y que, sin duda, acorta las distancias para la mutua comprensión de las distintas comunidades. Ese algo, que se nos antoja tan real, no es otra cosa que un acotamiento del espacio que de manera muy propia se denomina en caste­llano “alcoba”. Un término con más adheren­cia simbólica que “dormitorio” y conceptual­mente más comprensivo que el de “lecho”. En la alcoba se siguen celebrando variados ritos de complementariedad intersexual: se hace el amor, se pueden traer los hijos al mundo, se conversa, incluso se come...

Pero este final de siglo nos obliga a plan­tearnos de manera distinta las complementa- riedades sexual y erótica. Así, no tenemos más remedio que reconocer -gracias entre otras cosas a esa “alcoba”, cuyos dueños y portavoces la pretenden homologable con la conyugal- la progresiva legitimación social de la pareja homosexual, y también de la pareja que sigue siendo conflictiva con respecto a la mención registral del sexo, cosa que sucede en algunas parejas de transexuales. (Para estas cuestiones jurídicas existen algunos textos referenciales: Pérez Cánovas, 1996, y López- Galiacho, 1999, respectivamente)

Naturalmente, hoy en día, seguimos aso­ciando la imagen de la alcoba a las parejas heterosexuales cuya institucionalización nadie discute. Me refiero a las que son reco­nocidas por alguno de los distintos estamen­tos, religiosos o jurídicos, y que se estable­cen como unidades conyugales. Sin embar­go, los amantes y los novios también toman posesión ocasional de habitaciones. Como también lo hacen aquellas parejas que que­brantan el tabú del incesto, o cualquier otro tabú o norma susceptible de penalización.

La alcoba no deja de ser un contexto real, es decir, perfectamente asequible al observa­dor. Pero el concepto moderno de alcoba que aquí expongo no impone la estabilidad del acotamiento espacial como condición nece­saria. No estoy escribiendo acerca del patri­monio arquitectónico. Aunque, bien mirado, algo de arquitectónico habrá de tener todo cerramiento. Su ubicación no tiene por qué estar fijada. Incluso la ubicuidad de sus alter­nativas es una idea que al respecto de la alco­ba merece la pena de ser contemplada.

La familia nuclear carece muchas veces de domicilio fijo. Los amantes pueden gozar de la totalidad de una casa. Y poco a poco van apareciendo nuevas posibilidades. En todo caso, dos personas sólo pueden alum­brar su intimidad dentro de un habitáculo. Por eso, allí donde dos personas sienten la necesidad de extremar las precauciones para afincar su lenguaje, aunque alguien asegure que el habitáculo roza lo simbólico, allí y con ellos la alcoba permanece en pie.

Desde esta particular atalaya, cuando se explora la veladura externa de las parejas que construyen su mundo, es fácil sugerir algo que a mi juicio es evidente: la alcoba es el ámbito específico de la pareja, y el lugar donde se hallan los argumentos públicos más fiables para definirla. Mediante el acota­miento espacio-temporal que la alcoba impo­ne a su contexto social, dos personas van desarrollando un lenguaje común que que­dará oculto para este último.

 

De la modelización y la institucionalización

“La revolución que estamos viviendo renueva, en parte, la del siglo XII, sumerge alguna de sus conquistas pero, sobre todo, la desborda ampliamente. Estalla en una socie­dad mucho menos compartimentada y protegi­da, y donde cualquier pulsación registrable se propaga instantáneamente. El impreso barato, las películas y la radio no permiten ya demoras ni ángulos muertos. Los efectos llegan a nues­tros sentidos antes de que las causas hayan emergido en nuestras conciencias. De ahí el escándalo, y es decir poco; de ahí la angustia y la mala conciencia que caracterizan, a la vez, a quienes expresan la revolución y a quienes sufren sus efectos.” (Denis de Rougemont, Los mitos del amor, 1999: 32-33).

Una explicación correcta de lo que es una pareja puede consistir en definirla como una peculiar relación interpersonal. Y poco más. Sin embargo, el amor entre sus miembros y, en otro orden de cosas, las figuras relativas a su institu- cionalización constituyen dos de los argumen­tos fundamentales para cualquier descripción actual de la pareja. Sin embargo, no hay defini­ción de relación amorosa que no adolezca de fisuras, y que no se deshaga en continuos inte­rrogantes acerca de su validez comprensiva.

Porque también se construye el amor. Interesa dentro de las ciencias sociales la recreación de este concepto. Interesa sobre todo expulsarlo del registro experiencial, y luego presentarlo en un lenguaje fácil para usos transdisciplinares. Aparecen así los modelos del “amor pasión”, del “amor romántico” y del “amor confluente”, mode­los con los que me refiero a una sola obra, de un solo pero relevante autor, Giddens (1995), a modo de ejemplo.

Los modelos de amor representan figuras del pasado, el presente y el futuro de nuestras relaciones íntimas. Son tipos que remiten a distintas épocas y ubicaciones. En conse­cuencia, el tiempo y el espacio establecido por ellos traiciona nuestras biografías parti­culares o las sincronías existenciales. Los modelos obedecen a intereses ciertos. No son aportaciones ingenuas de la comunidad científica o de los clínicos.

Los modelos de amor facilitan la descrip­ción de una realidad social o cultural. Pueden servir para intentar comprender la vida de los individuos y la trayectoria de sus parejas. Pero hay que tener en cuenta que sus promo­tores se dan a conocer públicamente como entusiastas defensores del cambio social, con el objetivo puesto en los grupos de intimi­dad. Su presencia en la divulgación científica da respuesta a demandas derivadas del igua­litarismo intersexual y de la clinicalización angustiante de la vida en pareja.

Algo se pretende también de la pareja cuando se la representa como una figura ins­titucional: ahora lo es como tal, en la figura de la moderna “pareja de hecho”, sin que por eso tenga que renunciar a su virtualidad en la explicación de otras figuras institucionales históricas mejor asentadas. Me refiero, claro está, a las trayectorias constituidas después de los tradicionales ritos de pasaje: noviazgo, matrimonio, familia, divorcio, etc.

La ritualidad, es decir, la observancia de los procedimientos formales para el cumpli­miento ritual, dan consistencia simbólica a la norma y a la sanción de quienes las transgre­den. En las familias de una comunidad se hacen explícitas creencias y costumbres que afectan a los emparejamientos. Y los prota­gonistas de éstos particularizan ciertas expectativas, algunas de las cuales se señalan como constitutivas del acervo comunitario.

La modelización científico-social de la pareja y la institucionalización comunitaria del emparejamiento humano son procesos sociales constatables, que dan solidez argu- mental a la idea generalizada de que la pare­ja es una construcción sociocultural. Y los clínicos, desde su reflexión y su praxis, par­ticipan con los científicos sociales en una tarea común: la construcción clínica de la pareja.

 

De la sociopolítica

“P. Además de la declaración firmada por los Gobiernos comunitarios, ¿cuál es la aportación de la conferencia de París?

R. Justamente, la dimensión europea, la dinámica que se abre en el conjunto de la Unión para tratar de hacer realidad el principio de igualdad. Los Gobiernos asumen ante la opinión pública del continente el objetivo de llegar a un equilibrio hombre-mujer. Todavía no es un plan de acción, claro, pero debe acele­rar los cambios legislativos y de todo tipo enca­minados a ese fin.”. (Entrevista de José Luis Barbería a Nicole Péry, ministra francesa para los Derechos de la Mujeres y la Formación Profesional, El País, 18 de abril de 1999).

Hay al menos una acepción para el térmi­no “intervencionismo” que justifica su uso aquí. Me refiero a los indicadores, comunes en la literatura científica, de una suerte de compulsión a la intervención socio-conduc- tual sobre la pareja humana. Pareciera existir un interés generalizado por violentar en ésta el parto de la democracia. De todos modos, alguien dirá: ¿por qué obstaculizar la rueda con un palo?, ¿no tiene las cosas claras la ministra? Por cierto, ¿quién le enseña a la ministra? Evidentemente, los funcionarios de la ciencia saben cumplir su papel.

Con la modelización se auguran más altas cotas de bienestar para el grupo en cuestión. Una meta loable después de una carrera tan esforzada. Pero lo que mueve a la sospecha es que con ella se encubren las históricas denuncias de la problematización discursiva. La sospecha apunta hacia actitudes científi­cas cuando menos irreflexivas, desde el punto de vista ético y epistemológico. Y ahora me explicaré con más detenimiento.

Que la pareja se conforma como un siste­ma conflictivo es algo que parece incuestio­nable. Como también parece que el conflicto suele ser evocado en términos cuantitativos de conducta o de función. Sucede así en las parejas concretas cuyos miembros manejan con inusitada habilidad la jerga socio-con- ductual. Habría que indicar también que la angustia de cada cual referida al otro suele ser explicitada en los mismos términos.

Podemos asegurar que la modelización clínica y social de la pareja influye favore­ciendo nuestra homogeneización lingüística. Favorece las designaciones unívocas para una supuesta infinidad de conflictos en el emparejamiento humano. El sexólogo empla­za su campo central de trabajo en esta parce­la social camuflada de intimidad. Llevado por su afán focalizador intenta dar un salto peligroso con el mínimo riesgo. Aun con los mejores avales de la ciencia oficial, suele caer en la trampa.

Su lenguaje le pone en evidencia: ¿acaso no sería beneficiosa para todos la mejor articula­ción de las conductas enfrentadas en la pareja?, ¿acaso las últimos protocolos médicos no nos anticipan y animan para que libremos con menor riesgo la última batalla del cuerpo bioló­gico contra la angustia que de él y en él experi­mentamos? La gran noria volverá a dar otra vuelta: los científicos y los clínicos estamos comprometidos en la apuesta por la problema- tización social y clínica de la vida en pareja.

Una vez señalada la falacia, tendríamos que ser capaces de demostrarla. ¿Cómo refu­tar desde la praxis terapéutica la legitimidad clínica y epistemológica de las metodologías modelizadoras socio-conductistas?, ¿es que acaso existen otras alternativas ante una demanda clínica tan altamente exigente? Desde luego, estamos aquí para no mostrar­nos expeditivos. Con toda humildad tenemos que reconocer un axioma: desde la sexología ya no se puede dejar de intervenir.

La llave de la refutación se halla, incues­tionablemente, en la experiencia de nuestros consultantes. Detrás de su edulcorada jerga clínica, a duras penas se esconde un lamenta­ble desfallecimiento: la pérdida de la signifi­cación sexual en la experiencia personal del vivir en pareja. Lo que, en otros términos, viene a ser algo así como la aparición y el progresivo incremento de la angustia sexual en una relación hipotéticamente voluntaria como es la relación de pareja.

Indagando en el lenguaje de nuestros interlocutores comprendemos los perniciosos efectos en sus vidas de la ya evocada mito­logía de la diferenciación intersexual (Lanas, 1997a). En los momentos que nos toca vivir, este concepto puede ser referido al menos a dos procesos sociales de (re)produc- ción mitológica: el de la institucionalización ritualizada del emparejamiento humano, y el de la modelización sociocultural y clínica de la vida en pareja. Como escribe Escohotado (1993:9), “el discurso mítico cuenta nuestra historia desde la historia de otros”.

La angustia sexual se abre como un hiato en nuestra experiencia del otro. Algo se abre en nosotros ante cualquier expectativa, pro­pia o referida a ese otro, que sentimos incumplida en la relación establecida con él. Esa claudicación personal por el incumpli­miento del guión mitológico se traduce en la queja. Queja del otro, o de nosotros mismos, que manejamos en términos que aluden a la conformación física; a la experiencia; a la función o la conducta íntima, privada o pública. O sea, además de bipolar, la mito­logía que diferencia los sexos goza de una representación topográfica individualizada.

Las ritualidades institucionales que defi­nen socioculturalmente la vida en pareja obli­gan al ejercicio de la complementariedad. Esta se fundamenta en la diferenciación bipo­lar de los cuerpos sexuados. La familia, las instituciones religiosas y otras instituciones sociales reactivan esa complementariedad. Muchos elementos descriptivos de los mode­los del amor pasión y del amor romántico per­viven en las expectativas de pareja que los ritos de paso contribuyen a asentar.

Pero las modelizaciones social y clínica del “sexo” y del amor inciden en la infiltra­ción democrática de la vida en pareja. Va a aparecer la “igualación” como elemento intrínseco en la transformación de la intimi­dad (v. Giddens, 1995). Sin duda, se demo­cratiza la exigencia propia y ajena del placer, pero también se mitologiza la consideración problemática de éste, bajo la presunción de inciertas categorías clínicas: las disfuncio­nes, los acosos y las adicciones sexuales.

 

Del cambio

“La diferencia sexual, siendo tan univer­sal, (...) No implica en sí misma ninguna ins­titución particular, ninguna segregación, nin­guna jerarquía de ningún orden -económico, social, político, religioso o cualquier otro-. El firme cimiento de las diferencias anatómi­cas y fisiológicas sugiere, en rigor, unos tipos de comportamiento ligados a la búsque­da del placer o a conductas parentales, pero no puede programar nada que sea de orden social, jurídico o institucional.” (Sylviane Agacinski, Política de sexos, 1998: 141.)

La pareja humana, en la realidad de sus protagonistas, soporta una considerable pre­sión (re)constructiva. La democracia, como resultado de nuestra infiltración profesional en ella, ni es revolucionaria ni es consecuen­te con la experiencia de sus componentes. Y no lo es porque arrincona la apropiación de un saber imprescindible: el que permite anti­cipar las asimetrías internas con respecto a la significación sexual de las experiencias.

Nuevamente, lo revolucionario debería ser identificado con lo coherente. El discurso democrático es falaz cuando sus ideólogos modelizan un futuro socio-conductual para la pareja desde fuera de ella. Cuando proponen cómo deberían de vivir las futuras parejas, pero haciendo ver, simultáneamente, que las propuestas nacen en el seno de ellas. Lo coherente aquí es denunciar la falacia, y des­montarla señalando la flagrante contradic­ción.

Una moderna pedagogía para vivir en relación con el otro no podría obviar ese hecho. De ahí el título de mi somera aporta­ción, de esta incitación a la reflexión sobre la cuestión del emparejamiento humano, y sobre la posibilidad alternativa de su conceptualización. De modo que la pareja como experiencia constructiva viene a denotar la posibilidad que tenemos de investigar, y de ayudar a construir, de manera realmente creativa nuestras relacio­nes sexualmente significativas.

La pareja es, antes de otra cosa, un asunto personal. Un asunto de dos personas que convienen en una aproximación espacial y temporal cuya definición incumbe, en princi­pio, a sus protagonistas. Toda propedéutica sexológica debería tener en cuenta las condi­ciones socioculturales del emparejamiento humano. Y, para ello, trataría de incentivar la reflexión crítica sobre la mitología de la dife­renciación inter-sexual que nos cultiva para constituirnos en parejas.

La praxis sexológica, en cualquiera de sus vertientes, demuestra lo que a todos beneficia y a nadie perjudica. Y, en este sen­tido, nada mejor que la pareja realmente (re)construida desde la experiencia de sus integrantes. La vía no tiene por qué ser com­plicada: facilitar la comprensión de las con­diciones de posibilidad de la propia expe­riencia, educando en la sensibilidad ante los indicadores mitológicos de la conflictividad futura en nuestras relaciones.

 

Referencias

 

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EL SEXOANÁLISIS:
UN NUEVO MODELO DE TRATAMIENTO ESPECÍFICAMENTE SEXOLÓGICO

Dr. Manuel Manzano*

* Médico sexólogo. Sexólogo clínico y psicoterapeuta. Sexoanalista.

Profesor contratado y supervisor clínico del departamento de sexología de la UQAM (Canadá). Centro de Urología, Andrología y Sexología. Policlínico Nra. Sra. de América.

Avda. Arturo Soria 105. 28043 Madrid. España. e-mail: cuasba@atlas-iap.es

 

El sexoanálisis (SA), elaborado al principio de los años ochenta por el Profesor Claude Crépault, es al mismo tiempo una teoría del desarrollo sexual y un enfoque terapéutico con­cebido específicamente para el tratamiento de los tratornos sexuales. Como enfoque terapéutico, el SA tiene, entre otros, el objetivo de restablecer una sexualidad funcional e integrada. Los pacientes son llevados a comprender el sentido de su trastorno sexual a partir del análisis de los fantasmas erógenos y antierógenos, así como los beneficios y las ansieda­des conscientes e inconscientes que están implicadas en la génesis y mantenimiento de dicho trastorno. Posteriormente la modificación del imaginario erótico erróneo y la disolu­ción gradual de las ansiedades constituyen las técnicas privilegiadas en la resolución del trastorno sexual. Examinaremos las teorías sexoanalíticas sobre ontogénesis sexual así como las etapas principales del proceso curativo sexoanalítico.

Palabras clave: Sexoanálisis, ansiedades sexuales, fantasmas erógenos, fantasmas antieró- genos, sueños sexuales, consciente, preconsciente, incosciente.

 

SEXOANALYSIS: A NEW SEXOLOGICAL SPECIFIC APPROACH OF TREATMENT

 

Sexoanalysis has been elaborated in the early 80s by the professor Claude Crépault. It is a sexual development theory as well as a therapeutic approach specifically designed for the treatment of sexual disorders. As a therapeutic model, Sexoanalysis aims at the reestablish- ment of a fonctional and integrated sexuality. Patients are brought to an understanding of the meaning of their problem from an analysis of their erotic and anti-erotic fantasies and their correspondant benefits and anxieties (conscious and unconscious). Secondly, the erro- neous erotic imagery modification and the gradual disappearance of the anxieties constitu- te the goals of the techniques in resolving the sexual problem. We will examine Sexoanalysis theory of psycho-sexual development and the main steps of the sexoanalytical process of treatment.

 

Keywords: Sexoanalysis, Sexual Anxieties, Erotic and Anti-erotic Imagery, Sexual Dreams, Conscious, Preconscious, Unconscious.

 

El Sexoanálisis (SA)1 es un nuevo modelo terapéutico que pretende erradicar las interfe­rencias conscientes e inconscientes que susten­tan los trastornos sexuales. Esto se realiza principalmente a través de un trabajo sistemá­tico sobre el registro imaginario, onírico y la realidad. El SA se apoya al mismo tiempo en una teoría del desarrolo psicosexual y en sus vicisitudes. Actualmente el objetivo preponde­rante de investigación de este modelo sexoló- gico es estudiar el rol que juegan las fuerzas inconscientes en la génesis y el mantenimiento de los problemas sexuales, así como sus reper­cusiones sobre el ser sexual, pero partiendo siempre clínicamente de un buen conocimien­to del registro consciente. De alguna manera, lo que nos describe el paciente2 en las prime­ras entrevistas, podríamos compararlo con un iceberg. Éste tiene una parte visible por enci­ma de la superficie del agua, pero que no es suficiente para conocer la verdadera emberga- dura de esa gran masa de hielo flotante si no dirigimos nuestra mirada por debajo de la superficie del agua. En otros términos, no hay que dejarse cegar por lo visible, es decir por lo que el paciente nos cuenta en un primer tiempo. Para poder deshacerse permanente­mente del trastorno sexual, hay que compren­der previamente las vicisitudes ocurridas en el transcurso del curriculum vitae psicosexual de la persona, que puedan estar implicadas en el comportamiento disfuncional presentado por la persona. Una vez que la persona es cons­ciente del significado y las funciones subya­centes de su comportamiento disfuncional, ésta ha comenzado ya a abonar el terreno para poner en marcha los mecanismos correctores que la deshagan de su problema. El paciente realiza este trabajo a partir de técnicas origi­nales de descodificación, elaboración y trans­formación de fantasmas, fantasías y sueños.

Los fantasmas y sueños sexuales son por­tadores de deseos sexuales, así como deposita­rios de ansiedades y conflictos sexuales inconscientes. El fantasma o fantasía erótica se refiere al conjunto de mentalizaciones sexuales. Estas mentalizaciones de carácter sexual o erótico (donde el motivo no tiene que ser necesariamente sexual), están representa­das por imágenes o impresiones intrapsíquicas (ibid.). Estas mentalizaciones sexuales o no sexuales, que podrían derivar en connotacio­nes sexuales, podrían ser las rememorizacio­nes de percepciones experimentadas a través de los sentidos y expresadas posiblemente a través de las emociones, actuando como el resultado de huellas o “marcadores somáti­cos” constituidos a lo largo de las experien­cias vividas (Manzano, 1999).Tanto los fan­tasmas sexuales como eróticos están más o menos deformados por los procesos defensi­vos. Por lo tanto, estos fenómenos intrapsíqui- cos pueden ser a veces una solución defensiva de una “cura instantánea” (Stoller, 1985). Otras veces pueden ser una solución adaptati- va más evolucionada. Esta solución mutativa sería el indicio de la resolución del conflicto sexual. En este caso emergerían fantasmas eróticos cercanos a los criterios de madurez sexual que describiremos más adelante. El sueño sexual, menos sujeto que los fantasmas al sistema defensivo puede representar una “memoria del futuro” (Hosbon, 1992), propo­niendo a partir del pasado conflictivo una solución al inconsciente. Esta solución podría ser también, defensiva, adaptativa o mutativa. Es el terapeuta quien tiene que ayudar al paciente a descubrirla.

 

El SA como modelo de desarrollo psicosexual: referentes ontogénicos.

El SA se sustenta sobre una serie de hipó­tesis cuyas líneas directrices vienen marcadas a través de referentes ontogénicos sexuales del ser sexual humano.

 

Hipótesis centrales

 

a. La protofeminidad

Según la embriología moderna existe una «protohembracidad3» primaria al comienzo de la vida intrafetal (el mamífero macho se deri­va de la hembra y no al revés); es la llamada teoría del inductor de la diferenciación sexual primaria (Jost, 1953; Barr, 1957). Para llegar a ser un varón (“macho”) morfológicamente, es necesario que exista una correcta secre­ción de andrógenos (a partir de la quinta semana de vida embrionaria) y una correcta funcionalidad de sus receptores y organos diana. Es en este sentido que el SA postula, por analogía, una feminidad primaria postna­tal (figura 2). Para que el niño desarrolle su identidad masculina, necesitará de un factor sumativo además del sustrato hormonal. Este factor añadido, facilitador, será la existencia de la agresividad fálica (Crépault, 1986). Según el SA que comparte muchos de los trabajos de Stoller sobre la protofeminidad, ésta se halla unida a una relación fusional con la madre, interviniendo como consecuen cia en el desarrollo psicosexual del mucha­cho. El niño, en sus primeros meses de vida, se percibiría en estado de simbiosis con un sentimiento de prolongación y de unidad con la madre. En éste momento, éste niño se impregnaría de la feminidad de la madre e introyectaría sus cualidades femeninas. En las sociedades donde la organización familiar tiende a favorecer la presencia o el manteni­miento de una protofeminidad, esto repercu­tirá sobre la identidad masculina dotándola de una gran vulnerabilidad. Como mecanismo defensivo contra esta fragilidad de la identidad masculina, el varón desencadenará estrategias defensivas como la presencia de rituales que tiendan a afirmar la masculinidad, la represión de sentimientos considerados como femeninos, la hipervalorización de los atributos sexuales masculinos y hasta una misoginia.

 


 

b. La masculinidad como una construcción secundaria

En el caso que el niño no desarrolle una adecuada agresividad fálica (figura 2), la mas- culinidad estaría comprometida, desarollando características mas propias de la feminidad. Además el muchacho tiene que cambiar tam- bien de “objeto” de identificación; debe desi­dentificarse de la madre para identificarse en mayor medida con el padre real o sustitutorio,

suponiendo que este objeto de identificación masculino, conlleve un grado adecuado de maduración y solidez de la masculinidad. Otro factor que está en relación directa con el grado de desarrollo de la masculinidad, es el relativo a las necesidades y al grado de indivi­duación. La tendencia del muchacho a investir preferentemente en la masculinidad, será correlativa a la fuerza de sus necesidades de individuación.

La individuación se vivencia como una mezcla de satisfacción y de inseguridad, reve­lando al niño que puede abstenerse de alguna manera del agente maternante, permitiéndole adquirir un sentimiento de libertad y autosufi­ciencia. Pero, en contrapartida, el niño experi­menta también, la sensación (al menos como temor fantasmático) de correr el riesgo de per­der para siempre, el agente maternante que le daba protección y seguridad, provocando así el sentirse solo y desasistido. Es por esto que la individuación genera una ansiedad de sepa­ración y de abandono, tentando al muchacho a caer de nuevo en los brazos de la madre para mitigar dicha ansiedad.

Si la madre no favorece la «desfusión» y la individuación del niño, sino que intenta retenerle, evitándole cualquier frustración y alimentando el fantasma de «super poder», de una manera inconsciente podría representarse una especie de prolongación fálica. Como si el hijo fuese el «falo» que ella envidia. Por supuesto que el término “falo” no hay que tomarlo en un sentido literal anatómico sino más bien como la proyección del simbolismo que detenta el portador del mismo en cuanto a la detención del poder y la dominación. «Estas madres mantienen un estado fusional con sus hijos, satisfaciendo todas sus necesi­dades, siendo de alguna manera “toda-buena”, lo que obstaculiza completamente el camino hacia la masculinidad» (Lévy et Crépault, 1999)4. Esta maternización excesiva del niño va a crear una dependencia afectiva de la madre (figura 1), que aun siendo reforzada por el aspecto gratificante que ello supone, activa sinergicamente ansiedades de feminiza­ción y reengullimiento5, pudiendo propiciar la homosexualización y la incapacidad para esta­blecer una intimidad afectiva con la mujer (ibid.).

 

 


 

La individuación masculina (figura 3) nece­sitaría, por lo tanto, de una ruptura con los modelos femeninos primarios y una masculini- zación que tienda a borrar los elementos feme­ninos en el plano afectivo y comportamental. Por supuesto que esta «anestesia» afectiva se necesitaría en una etapa temprana del desarro­llo. Posteriormente, siguiendo una etapa de maduración equilibrada, daría paso a una integración de los elementos masculinos y femeni­nos siendo capaz de expresar ciertas particula­ridades del otro sexo a fin de enriquecerse como humano sin que ello conlleve una amena­za a su identidad masculina. Estos factores hacen que el varón sea mas suceptible de pade­cer ansiedades relativas a su identidad y orien­tación sexual debido a una mayor vulnerabili­dad en su proceso de identificación de género7.

En la niña (figura 4), el desarrollo de su identidad sexual8, se hace de una manera con­tinua, sin necesidad de una ruptura identificatoria, aunque conllevaría cuatro estadíos: esta­do de feminidad primaria, estado de identidad dual (masculina-femenina), estado de femini­dad secundaria, estado de integración. A pesar de todo, la feminidad de la niña sería menos vulnerable que la masculinidad del muchacho. El SA, en su proceder clínico, se apoya en estas hipótesis para tratar de entender los inci­dentes acaecidos en el proceso del desarrollo y consolidadación de la identidad sexual, así como evalua las repercusiones que dichos acontecimientos tienen sobre la sexualidad del individuo.

 

c) La agresividad fálica como principio aditivo

Entendemos como agresividad fálica, el conjunto de conductas (fantasmáticas y reales que intentan mostrar la potencia viril. Regula e integra la identidad masculina (Greenson, 1966, 1968; Loeb et Shane, 1982) y sirve para afirmar las particularida­des de la persona de una manera enérgica y activa. No hay que confundirla con la agre­sividad destructiva y el deseo de hacer mal, rebajando o humillando al otro. Su activa­ción permite desfusionarse de la madre fortaleciendo los pilares de la masculinidad. Se puede establecer una correlación con los ele­mentos biológicos que son necesarios para el desarrollo de un varón en la etapa prenatal. Es sabido que si en esta etapa no intervienen los andrógenos y la integridad de los recep­tores en sus células diana, el embrión se desarrolla en el sentido hembra. Nuestra hipótesis sugiere que el desarrollo sexual postnatal necesitaría un principio aditivo para facilitar la construcción de la masculi- nidad. Este elemento sería la agresividad fálica y la agresividad de afirmación. Su deficiencia mantendría las características de la feminidad primaria (figura 2). En este sentido han ido las investigaciones de Green (1987): la mayoría de los muchachos afemi­nados que había estudiado, no habían parti­cipado en juegos agresivos durante la infan­cia.

 

 


 

 

d) La sexualidad como constructo psíquico La sexualidad es vista esencialmente como un constructo psíquico, con una razón de ser inherente a cada individuo en función de su historia psicosexual (Crépault, 1991). Estas significaciónes podrán ser conscientes (punta del iceberg) e/o inconscientes. Esto no quiere decir que se niegue el rol que juegan lo bioló­gico y lo social. Cuando no existen anomalías orgánicas, las pulsiones sexuales son modula­das (aspecto cuantitativo) y orientadas (aspec­to cualitativo) por factores de orden intrapsí- quico que predominan sobre lo biológico y lo social. Así se piensa que el varón está más libinizado que la mujer. Esto se presume que es debido a una influencia androgénica, pero considerando la sexualidad como un construc- to psíquico, podríamos sospechar que los varones en general, tienen más necesidades sexuales debido a que mayoritariamente utili­zan la sexualidad para fines defensivos. Esto es debido a que el varón posee una mayor vul­nerabilidad a la hora de asumir sin complejos su propia masculinidad. El grado de vulnera­bilidad estará en relación directa a las dificul­tades tenidas por el niño en su proceso para individualizarse y desfusionarse de la madre.

 


 

 

Entendida la sexualidad preferentemente como un constructo psíquico, nos permite comprender como la sexualidad puede hacer posible la satisfacción de necesidades psicoa- fectivas fundamentales (función completiva) o la resolución o camuflaje temporal de ciertos conflictos. De esta manera es importante dete­nerse en la comprensión del comportamiento manifiesto sexual dado que la sexualidad con­lleva significaciones subyacentes que van más allá de la finalidad reproductiva y hedonista. Esto quiere decir que la sexualidad pude satis­facer ciertas funciones:

1. Función completiva: es la que permite satisfacer necesidades psicoafectivas primarias.

- Así en primer lugar podríamos pensar en la necesidad fusional. Este intercambio de cuerpo y alma permitiría ilusoriamen­te recrear la unidad dual primitiva (madre-feto-niño), donde se espera encontrar toda la seguridad afectiva. Ciertas personas, sobre todo varones, son incapaces de establecer una intimi­dad afectiva a través del encuentro sexual debido a un temor de ser absorbi­do o engullido por el otro o también por una incapacidad a reconciliar el amor y el odio. En otros, lo que sienten sobre todo, es un gran vacío interior, donde las necesidades fusionales son tan extrema­mente intensas que pueden incurrir en una regresión fusional problemática como huida defensiva.

-          En segundo lugar, la sexualidad serviría para regularizar el equilibrio narcisista y la autoestima, al aceptar el amor que le ofrece el otro y sentirse asimismo aman­te y que puede ser querido. Las personas que tienen el sentimiento de no ser sufi­cientemente queridos, alimentan su exci­tación a base de fantasmas de hostilidad.

-          En tercer lugar, la sexualidad puede favorecer la consolidación de la identi­dad y de la orienteción de género. De esta manera el varón puede utilizar la sexualidad para probarse que es un “ver­dadero hombre”; esto lo hará mediante la afirmación de la potencia fálica y la dominación. Para la mujer, una manera de consolidar su identidad sexual será a través del sentimiento de sentirse desea­da y que para el hombre este deseo sea vital.

2. Función defensiva: cuando se utiliza la sexualidad para superar un conflicto, ocultarlo o resolverlo provisionalmente.

-           De esta manera la sexualidad puede ser utilizada para deshacerse de una ansiedad narcisista, donde la persona tiene la sensación de no ser querido. Aquí la persona puede adoptar un fantasma de super-potencia para acceder a la excita­ción sexual, creyendo aliviar de manera transitoria una herida narcisista.

-          Otra opción al parapetarse en la sexuali­dad es contrarrestar una ansiedad de abandono. Para disipar esta ansiedad la persona puede descuidar la selectividad a la hora de elegir compañeros sexuales y embarcarse en una promiscuidad defensiva. Esta sexualidad defensiva es bastante evidente también en la mayor parte de los desviados sexuales, para vengarse de la mujer (mala madre) o para transformar en victoria un trauma­tismo infantil.

3.       Otra manera de actuar la sexualidad es contrarrestando la ansiedad ante la muerte y de esta manera actuar al servi­cio de la pulsión de vida. Así en las conductas sexuales masoquistas y auto- destructivas el objetivo final es conse­guir un sentimiento de victoria sobre la muerte a través de la experiencia orgástica.

e)Etiología sexual de los trastornos sexuales
Esto quiere decir que hay que explicar lo sexual a través de lo sexual, es decir, hay que situar el trastorno sexual con respecto a la his­toria sexual del individuo y a los conflictos que han podido resultar. Hay que ver el tras­torno sexual como un síntoma de otra ano­malía sexual más amplia que las más de las veces el individuo no es capaz de verbalizar, ni conscientizar. Así por ejemplo, la disfun­ción eréctil, como síntoma de una perturba­ción de la “generalidad” (Crépault, 1997; 1999) o de una “disforia intersexual11” o de un trastorno de la vida amorosa. Además, los trastornos sexuales tienen su propia trayecto­ria y no son necesariamente síntomas de una psicopatología, por lo que deben ser tratados de una manera específica.

f)Criterios de madurez sexual

La madurez sexual es difícil de objetivar, y normalmente ha sido comprendida con la ayuda del referente biológico, en el que todo lo que favorecía la complementaridad sexual y contribuía a perpetuar la especie humana entraba en los límites de la madurez. Consideramos que ésta es una concepción muy limitada de la sexualidad. Por lo tanto, sabiendo la dificultad para proponer una defi­nición estricta de la madurez sexual, en SA hemos establecido unos criterios de madurez sexual basados en algunas hipótesis ya men­cionadas del desarrollo de la identidad sexual y de la erotogénesis (Crépault, 1997); estos criterios de madurez nos servirán de punto de referencia privilegiado a la hora de plantear y conducir el proceso sexoterapéutico. Estos criterios los establecemos como sigue:

1.  Investimiento de la especificidad sexual: tal madurez implica investir los roles atribuidos a su propio sexo biológico más las características psíquicas que le son asociadas.

2. Integración de los componentes mascu­linos y femeninos: se puede considerar una señal de evolución siempre y cuando permite a los varones y mujeres expresar sus capacida­des humanas y realizarse de una manera más global, invistiendo suficientemente y sin exa­gerar su especificidad sexual. Además el desa- rrolo madurativo estará directamente unido a la capacidad para expresar ciertas particulari­dades del otro sexo sin que por ello atente contra su especificidad sexual. Hay que dife­renciar en los individuos que se apropian de estas particularidades más características del “otro” que no sean reacciones defensivas. Así en el hombre en el que la feminidad se injerta con la masculinidad para contrarrestar un temor hacia el otro sexo o una hipomasculini- dad o masculinitud12. El llamado hombre “rose” (rosa) en el Quebec, que siempre está dispuesto para complacer y ser un buen confi­dente para las mujeres, podría servir como ejemplo. Un fenómeno similar se observa en algunas mujeres, para las que la masculinidad traduce una defensa contra una ansiedad de feminitud13 o una envidia hacia el sexo opues­to.

En el varón, la integración de los compo­nentes masculinos y femeninos conlleva una etapa previa de hipertofia de los caracteres masculinos, fenómeno particularmente demostrativo en la adolescencia, para prote­gerse de su todavía frágil identidad sexual consecuencia de sus temores a seguir impreg­nado de la femineidad primaria. Una vez adul­to, el varón que ha adquirido una seguridad en la vivencia de su masculinidad podrá entonces permitirse el retirar la inhibición para expresar sus componentes femeninos fundamentales, contribuyendo a una mayor espontaneidad en la expresión de las cualidades y capacidades en cuanto ser sexual humano.

3. Investimiento de la complementaridad sexual, es decir, la aptitud para crear una inti­midad afectiva, corporal y genital con el otro. Esto además de la aptitud para “enamorarse” implica la capacidad para compartir un espa­cio intrapsíquico con el otro. Varios varones no consiguen establecer una intimidad afecti­va por el miedo de ser engullidos por la mujer y perder su libertad y su individualidad. A partir de observaciones clínicas se ha podido observar una propensión a desarrollar una heterofobia afectiva en aquellos varones que han tenido una madre amante, controlante y posesiva.

Este investimiento de la complementari- dad sexual también debe incluir la sexualiza- ción, mostrando una sana aptitud para codifi­car eróticamente las diferencias corporosexua- les. A esto se añade la capacidad paraa inves­tir eróticamente la agresividad fálica, lo que conlleva una identidad sexual exenta de con­flictos importantes así como de actitudes fóbi- cas frente al otro:

«El hombre cuya orientación de género es predominantemente femenina o que percibe a la mujer como una amenaza para su masculinidad, creará difícilmente una relación de inti­midad con una mujer. Al contrario, la mujer cuya orientación de género es predominante­mente masculina, o que percibe al varón como un perseguidor terrible, no erotizará la unión heterosexual genital, al menos de tener tenden­cias masoquistas acentuadas» (Crépault, 1997).

4. Integración de los erotismos fusionales y antifusionales: ésta es una aptitud para reconciliar el amor y el odio en la vida eróti­ca. Esto supone una capacidad para codificar eróticamente los aspectos fusionales (ternura, amor...) y los antifusionales (pulsiones agresi­vas) en el lazo sexual, lo que conllevaría una capacidad del varón para erotizar su agresivi­dad fálica y en la mujer una capacidad para poder erotizar hasta un cierto punto la agresi­vidad fálica del varón. En general los varones tienen una mayor dificultad para erotizar los sentimientos amorosos, haciendo una separa­ción entre el objeto sexual, más asociado a la “antimadona” y el objeto de amor, asociado a la “madona”. Por el contrario las mujeres tie­nen mayor dificultad para erotizar los aspec­tos antifusionales de su “objeto” de amor. Hay madurez cuando el amor predomina sobre el odio en la vida erótica, lo contrario entraría en el campo de la perversión.

5. Predominio de la función completiva sobre la defensiva de la sexualidad. La perso­na que recurre a la sexualidad para satisfacer necesidades psicoafectivas en vez de utilizarla para fines defensivos demuestra una mayor madurez psicosexual.

 

El SA como modelo sexoterapéutico:

La cura sexoanalítica

 

Objetivos

El objetivo principal de la terapia SA per­sigue eliminar el trastorno sexual y restablecer una funcionalidad sexual que tenga como referentes los criterios de madurez sexual. Para el SA, los trastornos sexológicos no se limitan solamente a un desarreglo de la sexua­lidad, como mayoritariamente se hace referen­cia en las llamadas disfunciones sexuales y parafilias. Para nosotros el campo de la sexología clínica debe también tener en cuenta los desarreglos de la generolidad14, las disforias intersexuales15 y los trastornos de la vida amorosa16. En el cuadro clínico de la persona que viene a consultar, es frecuente encontrar­nos al mismo tiempo con varias de estas alte­raciones. Tomando como ejemplo un hombre que consulta por impotencia coital (lo que no implica que tenga malas erecciones fuera del “momento penetrativo”), vamos descubriendo a medida que se desarrolla la evaluación, que prefiere identificarse con la mujer cuando hace uso de sus fantasmas sexuales para mas- turbarse. Por otra parte él tiene la sensación de no ser suficientemente masculino, temiendo además que la mujer va a arrebatarle la poca masculinidad que posee; profundizando en su evolución psicosexual nos apercibimos de que jamás ha sido capaz de establecer una relación amorosa. Como se puede deducir, en tales casos hay que sobrepasar el diagnóstico de simple impotencia coital o disfunción eréctil, e incluir el de carencia de masculinidad, de heterofobia e incapacidad para el investimien­to amoroso. Por lo tanto los objetivos terapéu­ticos deben de establecerse en función de un diagnóstico «múltiple» (Crépault, 1997).

Para que la persona acceda a corregir su trastorno sexual, el sexoanalista utilizará téc­nicas propias de este modelo, que permitan a la persona comprender en un primer momento su problemática sexual para poder emprender posteriormente el trabajo corrector. Con este proceder se irán «metabolizando» y superando progresivamente las ansiedades sexuales y no sexuales que subyacen alimentando el trastor­no sexual. El terapeuta, además, debe favore­cer una «mirada hacia el interior» del indivi­duo, evitando la «novelización» de su «curri­culum vitae» psicosexual, que el paciente es muy proclive a presentar, sobre todo en los primeros momentos del proceso terapéutico. El terapeuta debe evitar hacer interpretacio­nes, dejando al paciente la responsabilidad de elaborar su propia comprensión del desorden sexual. debe evitar también la actitud morali­zante e inquisitoria, siendo capaz de clarificar el material presentado por el consultante. El sexoanalista se centrará sobre el aspecto sexual, resituando constantemente el material histórico con su problemática sexual. El “transfert” no se le estimula ni se le interpre­ta, a menos que haya resistencias importantes a la evolución terapéutica. Dado que el SA pretende favorecer la introspección y descodi­ficar el inconsciente sexual, es extremada­mente útil que el terapeuta se haya preocupa­do de conocer su propia dinámica sexual.

 

Cuadro terapéutico

En SA se recomienda que las entrevistas terapéuticas se realicen frente a frente. Esta posición se previlegia sobre la de diván, dado que reduce los movimientos regresivos y faci­lita el paso del imaginario a la realidad. Por el contrario, dado que la posición tumbado o reclinado favorece la libre asociación y las elaboraciones fantasmáticas y oníricas, se puede intercalar cuando haya resistencias a acceder a estos registros y en las etapas de anamnésis y descodificación del imaginario. La frecuencia es de una vez por semana y cada sesión tiene una duración de 45 a 50 minutos. Se recomienda pasar a dos sesiones por semana en fases críticas de la trapia y en estados de gran sufrimiento y desestabiliza­ción del paciente. Por supuesto al final del tra­tamiento el espaciamiento progresivo de los encuentros es más factible. De todas formas no se exige una rigidez sino más bien una elasticidad que permita al terapeuta dar con el cuadro terapéutico más adecuado.

La entrevista individual ha sido y sigue siendo mayoritariamente preferida para un tra­bajo SA más profundo, dado que permite más facilmente acceder a la dinámica erótica, al mundo fantasmático y al inconsciente sexual. Hay que tener presente, que la practicabilidad de la espeleología profunda en la intimidad sexual del individuo que ha escogido el SA para desactivar los cimientos del “DNA” implicado en el mantenimiento del trastorno sexual, es más difícil cuando hay un especta­dor, aunque ese espectador o espectadora comparta la intimidad afectiva o/y sexual con el otro. No obstante la realidad y exigencias clínicas han permitido superar esta norma y desde hace algún tiempo se vienen practican­do por algunos sexoanalistas, entre los que me incluyo, sexonálisis y terapia de orientación sexoanalítica, en pareja y en grupo, con resul­tados prometedores.

Aparte de estas innovaciones, expuestas en el párrafo anterior, el SA evoluciona y se enriquece con una investigación y experi­mentación continuada. Aunque el SA tiene una base teórica bien definida y elaborada, así como una sólida y eficazmente estructu­rada técnica terapéutica, no por eso pretende exigir a sus practicantes, el voto de pureza y fidelidad a un modelo ortodoxo de SA. Más bien está abierto a una elasticidad para utili­zar otros recursos que permitan al terapeuta adaptar su intervención y las posibilidades mutativas de su paciente, teniendo en cuenta los límites de lo real. Por lo tanto, esto nos lleva a establecer una distinción estre la cura sexoanalítica standard y la terapia de orien­tación sexoanalítica, sin que por ello nos impida integrar componentes de uno y otro enfoque cuando el caso así lo requiera: «el sexoanalista deberá ser capaz de aliar las posiciones analítica y extra-analítica. Sugestiones, prescripciones comportamenta- les, corporales o fantasmáticas, palabras de apoyo son algunas entre otras tantas manio­bras extra-analíticas que el terapeuta debe ser capaz de hacer en el caso donde la indicación de un SA no está suficientemente clara» (Crépault, 1999).

Algunos aspectos teóricos y técnicos del SA son, a su vez, utilizados y bien apreciados por los practicantes de otros modelos sexoló- gicos como el cognitivo-conductual (Sicuro, 1999) y el sexo-corporal de J-Y. Desjardins.

 

Indicaciones

Todo trastorno sexual psicógeno que resulte de una perturbación del proceso de individuación sexual o de un conflicto sexual importante. Para determinarlo en un pricipio nos podemos apoyar en la naturaleza del tras­torno sexual. Así tenemos: las sexosis (disfun­ciones sexuales) primarias, el hipoerotismo coital, los trastornos de la orientación y de la identidad sexual, las erotizaciones atípicas (parafilias), las intoxicaciones y adicciones sexuales (obsesiones, masturbación compulsi­va ...), las disforias intersexuales, los trastor­nos del lazo intersexual.

 

Criterios de selección

La persona que consulta debe tener una motivación endógena mínima para el cam­bio. Debe poseer también una cierta aptitud para interiorizar los insights afectivos; esto conlleva una capacidad para reflexionar desde el interior sobre los significados inconscientes de su trastorno sexual. Apti­tudes para la elaboración fantasmática, con una cierta riqueza del registro imaginario y una ausencia del pensamiento operatorio, es decir de aquellos que tienen dificultad para mentalizar los afectos y representarselos bajo la forma de fantasmas. Se requiere que las personas tengan una cierta madurez psi- coafectiva y que no tengan confusión entre lo real y lo imaginario.

 

Proceso terapéutico

Las etapas implicadas en el recorrido terapéutico sexoanalítico son: la evaluación, la alianza de trabajo y la clarificación; el aná­lisis del significado del trastorno sexual, el trabajo corrector sobre el imaginario y lo real. Una vez hecha la evaluación sexoanalítica y que un SA ha sido indicado como pertinente, éstas etapas pueden interimbricarse entre sí.

a.       La evaluación sexoanalítica: esta etapa es el punto de partida donde se pretende:

-          determinar si hay un trastorno sexual;

- determinar el origen psicológico, orgáni­co o mixto del trastorno sexual (TS). En caso de dudas, hacer o pedir una evaluación médico-sexológica especializada para determinar la génesis del TS (Manzano, 1996);

- establecer un diagnóstico sexológico pro­visional;

- adelantar un pronóstico con o sin trata­miento;

-   determinar la pertinencia de un SA o de un SA de ensayo de una duración máxima de diez consultas;

-   referir si hay aspectos que no son de la competencia del terapeuta.

Esta evaluación debería completarse dentro de las tres primeras consultas. En la primera de éstas se indagan los motivos de la consulta, no dejándose ‘’cegar por lo visible’’ (Crépault, 1989). Estos motivos podrán ser conscientes e inconscientes y nos permitirán hacernos una idea de la motivación y expectativas del paciente. Conviene preguntar por la hipótesis que tiene el paciente de su TS. Esto nos permi­te orientarnos en un principio sobre la funcio­nalidad posible del TS, es decir sobre los bene­ficios y ansiedades comprometidos en su TS.

Es importante hacer una anamnésis some­ra al principio, de:

- la naturaleza del TS: si es primario o secundario; situacional, selectivo o global; circunstancias de aparición. En las erotizacio- nes atípicas, si es fantaseado o con paso al acto; monomorfo o polimorfo; egosintónico o egodistónico;

- la situación sexual presente: las fases del deseo, excitación y orgasmo; si hay o no dolor; la frecuencia real e ideal de relaciones sexuales (RS); grado de satisfacción y de investimiento afectivo; masturbación; reac­ción de la pareja;

- la historia familiar: relación con el padre y con la madre y de éstos entre sí; los mensa­jes y enseñanzas sobre la sexualidad; la per­cepción de los padres sobre la pareja y sobre el varón y la mujer; rango y relaciones con los hemanos;

-la historia sexual: los hechos más signifi­cativos de la infancia en la época actual;

- la identidad de género: cómo se percibe dentro de su identidad sexual; cómo cree ser percibido por el mismo sexo y por el contra­rio; cuál es el ideal de las características morfopsicológicas atribuibles a su propio sexo;

-el lazo intersexual: la percepción del otro como ser sexuado; el grado de disforia (malestar) sentida en la relación con el otro sexo; la pareja ideal; la capacidad para erotizar la agresividad fálica;

- la fantasmática sexual: sobre todo, la naturaleza y la evolución de los fantasmas sexuales desde la infancia hasta el momento actual; las circunstancias que favorecen la aparición del fantasma central17; las relacio­nes entre el fantasma y la realidad;

-los sueños sexuales recurrentes.

-la historia social.

-el lenguaje corporal.

-la historia médica y psiquiátrica.