Asociación Estatal de Profesionales
de la Sexología (AEPS)
ANUARIO DE SEXOLOGÍA
N° 5. Noviembre 1999
ÍNDICE
MARTINEZ, F. Simone de
Beauvoir y el debate de los sexos
En los
cincuenta años de El Segundo Sexo (1949-1999)
MONEY, J. Antisexualismo epidémico: del Onanismo al
Satanismo
LAMEIRAS, M. La sexualidad de los/as adolescentes y
jóvenes en la era del sida
AMEZÚA, E. Líneas de intervención en sexología. El
continuo “Sex
therapy-Sex counselling-Sex
educatiorí" en el nuevo Ars
Amandi
OOSTERHUIS, H. La ciencia médica y la modernización de la
sexualidad
OSMA, M. A. & LOZA, S. Mediación familiar:
experiencias y reflexiones desde el ámbito público
MELER, M. Espejos y máscaras: miradas en torno a la
identidad femenina
LANAS, M. La pareja como experiencia constructiva
MANZANO, M. El sexoanálisis: un nuevo modelo de
tratamiento específicamente sexológico
EN LOS CINCUENTA AÑOS
DE EL SEGUNDO SEXO
(1949-1999)
Felicidad Martínez *
*
Psicóloga. Sexóloga.
C/Martell
N° 34, 4° A. 28053 Madrid. España
Con
ocasión de los cincuenta años de la publicación de El
Segundo Sexo se hace aquí un acercamiento a la
figura de Simone de Beauvoir y, en particular, a éste su célebre ensayo. Además
de algunos enfoques que son clásicos a la hora de estudiar a esta autora, como
son el biográfico, filosófico y feminista, proponemos un enfoque sexológico. La
herencia de las preguntas que Beauvoir se hizo en torno a los sexos, sus
identidades y su relación, siguen vivas y se plantean hoy en el debate de las
diferencias sexuales, a la búsqueda de un marco que les dé coherencia y las
dote de sentido.
Palabras
clave: Simone de Beauvoir, El Segundo
Sexo, Sexos, Identidad Femenina, Diferencias
Sexuales, El debate de los sexos.
FIFTY YEARS AFTER THE SECOND SEX
(1949-1999).
SIMONE DE BEAUVOIR AND THE DEBATE OF
THE SEXES.
On the occasion of 50th anniversary of
the publication of
The Second Sex, this is an approach
to the figure of Simone de Beauvoir and particularly, to her remarkablee essay.
Along with the classical approaches to Simone de Beauvoir -the biographic, the
phylosophic and femi- nist ones, we propose a sexological approach. The legacy
of the questions on the sexes-that Beauvoir brought to light-, their
identities, and their relations, are still alive. They are posed in the debate
of sexual differences in order to search for a framework which will make them
coherent and will provide them a meaning.
Keywords: Simone de Beauvoir, The Second Sex, sexes,
feminine identity, sexual differences, The debate of the sexes.
(...)
Una novela es una problemática. La misma historia de mi vida es una
problemática y yo no puedo dar soluciones a la gente y la gente no puede
esperar soluciones de mí. Es en esta medida, a veces, que lo que usted llama mi
celebridad, es decir, la atención de la gente, me ha molestado. Hay cierta
exigencia que encuentro un poco estúpida porque me encerraría, me fijaría
completamente en una especie de bloque de cemento feminista.
(Simone
de Beauvoir por ella misma. pp. 85-86)
Introducción
En este 1999 que ya
finaliza se han cumplido cincuenta años de la publicación de El
Segundo Sexo1. Biblia feminista,
hito o referencia inexcusable para todo el feminismo posterior, perspectiva
existencialista de la condición femenina, reflexión sobre la cualidad sexuada
de la humanidad, estudio polémico sobre la dialéctica de la relación entre
varones y mujeres... Son éstas algunas de las valoraciones que se han hecho -y
otras que cabe
hacer- acerca de un
texto escrito por una mujer singular, cuya biografía y cuya obra continúa hoy
en día iluminando aspectos de una realidad tan compleja y contradictoria, como
apasionante y seductora.
Leer El
Segundo Sexo en la actualidad puede despertar una
sensación tan privilegiada como lo hizo en aquellas mujeres -y hombres- de
1949, y aún de las siguientes décadas, a medida en que iba siendo traducido y
divulgado. Mencionar su potencial de descubri-
miento para las entonces mujeres de vanguardia
ha sido un lugar común en el análisis histórico de esta obra. Pero su lectura
no sólo marcó un hito para varias generaciones a nivel vivencial o de su
experiencia personal, sino que ha dado lugar a infinidad de tesis doctorales,
seminarios, congresos, libros... Ha espoleado el pensamiento y la producción
intelectual, dotando de vitalidad y energía el debate de los sexos, su modo de
hacerse y sus maneras de entenderse. Esta es una cualidad de aquellas obras
que llevan un mensaje en cierto modo atemporal. Pues bien, en consonancia con
esa peculiaridad -y fuera de modas, celebraciones puntuales o corrientes más o
menos dominantes-, vemos que ese potencial sigue ahí, vivo, dispuesto a decir
algo nuevo a quien se acerque a sus palabras y abierto al manantial de lecturas
diferentes.
Cuando convivimos con un feminismo social, a
todas luces cotidiano, y los sexos continúan ensayando formas de acercarse y
entenderse, la lectura de El Segundo Sexo es posible que suponga una
experiencia de descubrimiento por razones totalmente diferentes a las que
sirvieron a aquellas otras mujeres de hace medio siglo. Por razones, opuestas,
incluso. En nuestro contexto social e ideológico, esta obra es susceptible de
ofrecer descubrimientos distintos y hasta contrarios o contradictorios. Son
descubrimientos que vienen a incidir en un momento que inicia la vuelta,
tras la resaca de una lucha que, mejorando la dimensión social de las mujeres,
no termina de hallar el camino del encuentro entre los sexos. Y este punto
puede ser significativo para acceder a cualquier interpretación de esta obra y,
en general, para aproximarse a un estudio del corpus teórico y
literario, el ingente corpus elaborado con tenacidad y talento
por Simone de Beauvoir.
Una de las primeras características que vamos
a señalar en su obra es, por tanto, su complejidad. Para cualquiera que haya
leído a Simone de Beauvoir no es fácil sustraerse a ese afán de buscar a la
verdad a la que responden sus textos. De ahí que no resulte sencillo ni
epistemológicamente válido encasillarla, como se pretende, al hacer lecturas
retrospectivas sirviéndose de conceptos de hoy. Es el caso de la suposición
-comúnmente defendida por el feminismo de la igualdad- de que el concepto género
habría estado, avant
la lettre, en El Segundo Sexo2. En el primer
tomo de su autobiografía, ella misma, como nos recuerda María Teresa López
Pardina
(1998)
3, se situaba
a los veintiún años, recién obtenida la Agrégation, con los
siguientes proyectos nuevos, absolutamente por hacer, ante sí: combatir
el error, encontrar la verdad y decirla, y poner claridad en el mundo.
A ellos se dedicó. Y no son proyectos fácilmente compatibles con visiones
monolíticas de las cosas; la diversidad por fuerza ha de estar presente en
ellos. Sobre todo, cuando a éstos se les suma una actitud honesta; cuando uno
está al acecho de su propia mala fe. Y éste era sin
duda el caso de Simone de Beauvoir.
Así ha sucedido con El Segundo
Sexo y, en general con toda su obra y con ella misma como mujer,
con su propia, rica y entreverada historia. Hay cosas que no encajan, hay
matices que no van con según qué interpretaciones, hay dificultad para
situarla aquí o allá. O, cuando menos, hay controversia. Ese aspecto, sin
ningún género de dudas, constituye parte de su potencial de descubrimiento;
parte no pequeña de la grandeza de su obra. De alguna forma, conmueve,
arrastra, seduce y contraría. Nos lleva a sus textos, nos recrea en sus
ambientes y nos saca de ellos; fabrica nuestros propios personajes; nos
conduce a través de sus argumentos y, de vez en cuando, se nos escapa. Pero nos
conecta siempre con aquella parte de la realidad de hombres y mujeres que se
buscan, encuentran y desencuentran, que se hacen en inexcusable dialéctica, en
relación. A Simone le interesaron los hombres y las mujeres en lo que tenemos
de tales, en nuestra diversidad, en nuestras analogías, en nuestras
diferencias, en nuestros conflictos. Heredera del debate ilustrado, la Cuestión
de los sexos, que abre las preguntas por la identidad sexual4,
es algo que la mueve en torno a los años previos a la publicación de El Segundo
Sexo -más que un feminismo para ella de influencia militante y
posterior.
Si pensamos que en la actualidad puede
suponer una experiencia de privilegio leerla, experiencia en la que se
mezclaría cierta dosis de revelación, es principalmente por la apuesta
que Beauvoir hace por la libertad encarnada y singularizada; la libertad de
cada mujer hecha proyectos; la libertad que nace de sí, del qué puedo hacer yo
en esta situación, es decir, en esta situación que es la mía, mi situación.
Desde esta perspectiva, la mujer cuenta porque el núcleo de su
autenticidad bebe en sus vivencias5. La experiencia vivida
será el título del segundo tomo de El Segundo Sexo. La
inautenticidad será el otro lado de la moneda: atrapa a mujeres y a hombres;
los encierra en una dialéctica destructiva o castradora para ambos, por más que
nos pueda cegar el espejismo de que en esa diada uno gana y otra pierde. Hay
en Simone un gran empeño por comprender las relaciones entre los sexos. Y, a
su lado, profundas dudas y muchos interrogantes. Se debate entre las
referencias de dos modelos o paradigmas distintos a la hora de estudiar a los
hombres y a las mujeres: el paradigma moderno, el de los sexos, el que lleva a
la mujer al estatuto de sujeto; y el viejo, el que la condena como proyecto
fallido de hombre. Ella misma aparece como una obrera de las relaciones:
las construye, incluso con método; las hace con consciencia. Busca la forma
-las formas- de las relaciones entre dos. Dos que la Ilustración ya ha dejado
en claro que son dos sujetos. Dos que nosotros decimos que son,
fundamentalmente, dos sexos. Y, por ello, dos sujetos.
Algunos enfoques o acercamientos a Simone de
Beauvoir
Pues bien, a Simone de Beauvoir es posible
acercarse desde diferentes perspectivas. Nosotros, dentro de esa variedad de
posibilidades que abre la complejidad de su obra, optaremos por entender, en
particular El
Segundo Sexo, como una reflexión acerca de la condición sexuada.
Antes, no obstante, y puesto que es momento de rendir homenaje, haremos mención
de algunos otros enfoques que abundan en la literatura que la estudia.
Enfoque Biográfico
El primero y más evidente es el enfoque biográfico,
sumamente facilitado por la contribución que ella misma ha hecho al escribir
con profusión sus Memorias. El caudal de información aportado por las Cartas al
Castor, las Cartas a Sartre, las editadas este mismo
año en España, a Nelson
Algren -el llamado marido americano de
Simone- el Diario
de Guerra., permiten un estudio detallado de las circunstancias
que rodearon su vida. Diríamos entre paréntesis que estos escritos, a fuer de
pormenorizados y exhaustivos, paradójicamente, parecen ocultar a veces lo que
esa vida tiene de más íntimo, de profundamente vivido. Vida, por lo demás,
interesante, en su trayectoria individual y en una situación humana y social
de relevancia histórica: hablar de Simone es hablar de pobreza y necesidad; de
cultura, de esfuerzo, de sentimientos de inferioridad compensados, de capacidad
de liderazgo, de trabajo y de talento; de amistad y de amor; de dureza y
frialdad; de interés por los otros en la singularidad de sus vidas; de gran
curiosidad y preguntas inquietas; de coquetería y deseo de gustar; de lucha
interna; de situaciones límite y de carencia. Es hablar de muchas cosas: de
brega; de rebeldía, de compromiso, de excepcionalidad; de relaciones
contingentes y esenciales. De “voluntad de edificar su felicidad, de crearse
sus propias reglas, inventarse sus modalidades y aferrarse a ellas con una
terquedad que ella misma calificaría de esquizofrénica”6.
Todas estas notas vitales y muchas más, u
otras totalmente diferentes, van hilvanándose en una vida que supone hablar de
otros personajes por sí mismos objeto de interés específico: Sartre,
Merleau-Ponty, Nizan, Adorno, Aron, Camus., de un núcleo de intelectuales
entre los cuales ella se encontraba y que mantenían entre sí arduas polémicas y
profundas complicidades; de una vanguardia que se enfrentó a la vivencia de
dos guerras mundiales y a la honda inquietud de la sociedad nueva que se
deseaba construir. En la obra que le valió el premio Goncourt, Los
Mandarines (1954) -iniciada el mismo año que se publicó El Segundo
Sexo y dedicada a Nelson Algren, retrató los conflictos ideológicos
que surgieron entre estas fuerzas vivas de la intelectualidad francesa y que
trajeron consigo las rupturas con el grupo de Merleau- Ponty en 1951 y de Camus
en 1952. Este núcleo, que constituía el alma de la revista Temps
modernes dirigida por Sartre y fundada con el propósito de ofrecer
una ideología al mundo-, se llegaría a fragmentar por las diferencias que
surgieron en las posiciones de sus miembros. Ya desde sus inicios, Beauvoir
publicó en esta revista numerosos artículos, entre ellos, un resumen de la
tesis doctoral de Merleau-Ponty.
Hablar de Simone de Beauvoir supone también,
por ejemplo, hablar en primera persona de mayo del 68. Y de lucha por los
derechos de las mujeres, por la libertad de prensa, por la planificación
familiar. Significa, en fin, hablar de una época de profundas convulsiones y
cambios de los que hoy somos herederos naturales. De ahí que el interés
biográfico sea indudable.
Con todo, al margen del interés académico por
su biografía, quizá aquello que despierta un interés más generalizado en cuanto
a su vida son sus amores, su inquietud identitaria, los devenires en la
orientación de su deseo y, sobre todo, la contradicción que se le atribuye
entre su lucha por la liberación femenina y su entrega personal a la relación
con Sartre. Generalmente estas cosas se entienden, precisamente, en el
contexto de una vida. Simone era una mujer despierta, inteligente, culturalmente
cultivada, con proyectos y vivencias de autonomía, inquieta por lo que sucedía
a su alrededor y avanzada para su época -vanguardista: una referencia, un
modelo a imitar por sus alumnas que encontraban en ella alguien que rompía los
moldes cotidianos y ejercía un liderazgo comprometido y personal; desentonaba
entre la clase docente de los Liceos. Se trataba de una pionera. Muy pronto
descubrió en el trabajo “la fuente y la sustancia de los valores"7
y se permitía vivir de acuerdo con una liberalidad de costumbres. Era, en suma,
una mujer excepcional que se abrió paso en la vida del mismo modo que avanzaba
en sus largas marchas por campos y montañas: conquistando paisajes nuevos a
fuerza de tesón y voluntariedad. Así, no es difícil pensar, o entender, que
se tratase de una mujer exigente a la hora de elegir compañero o incluso que
tuviese dificultades para ser elegida. Su propia excepcionalidad la abocaba
desde jovencita a desear un hombre que fuera superior a ella: “para que lo
reconociera como un igual, tendría que sobrepasarme -escribe en Memorias
de una joven formal. Deseaba a alguien que se le impusiese con
absoluta evidencia, singularizado al extremo de que no cupiese preguntarse “por
qué él y no otro"; alguien que la “subyugara por su inteligencia, su
cultura, su autoridad"8. Ese ideario juvenil se llegó a
concretar en Sartre: no era sencillo ser superior a Beauvoir. Tuvo que ser
alguien también excepcional, como excepcional fue la relación que mantuvieron.
Así mismo, su inquietud identitaria
tiene mucho que ver con este hacerse y vivirse como excepcional. Por una parte,
se experimenta como una mujer única. Ser una excepción en un mundo de varones
la hacía recrearse en su condición de mujer. Había aprendido pronto que la
intelectualidad no era cultivada por su sexo. Pero, por otra parte, siente
zozobra acerca de su identidad sexual o su forma de ser mujer. La singularidad
individual va a ser muy importante para ella y reaccionará enardecida ante
cualquier idea esencialista sobre las identidades o ante la suposición de un
eterno femenino. La ingratitud de la adolescencia la había hecho refugiarse en
la intelectualidad y vivir con carácter de conflicto la feminidad. En principio,
encuentra una salida dualista a este conflicto: decide aparcar su condición
sexuada para cultivarse como individuo. Se ve fea y rechazada en su fealdad, y
explora en el cultivo del intelecto la realización de su singularidad. Esto
supuso para ella poner entre paréntesis su condición femenina o, al menos, la
referencia de feminidad que pudiese haber adquirido. Más adelante, tanto su
intelectualidad, como la ruptura con otros roles o patrones de comportamiento
tradicionalmente femeninos, la hicieron moverse más a gusto, sin renunciar a
vivirse como mujer, a gustarse: “un corazón de mujer y un cerebro de hombre”9.
Se sentía única.
Sin embargo, su condición sexuada la reclama, su ser mujer siempre estaba al
acecho: su desasosiego con respecto a la identidad femenina y al deseo, sus
ansias de agradar, su incomodidad por no gustar, o su deseo de hacerlo; la
inquietud por su belleza, la comparación con otras mujeres y la vivencia de una
necesidad absoluta del hombre elegido y amado. Son inquietudes profundas y
poco resaltadas que, sin embargo, constituyen la trama de fondo con la que
Beauvoir intentó investigar, explicarse y hacer su vida y, por consiguiente,
constituyen elementos clave en su biografía.
Enfoque Filosófico
Un aspecto poco considerado es el de Simone
como filósofa. Y quizá éste sea uno de los aspectos más importantes: no ya,
como afirma Celia Amorós en el prólogo que hace a López Pardina (1988), porque
en ella, “como en todas las teóricas del feminismo, teoría feminista y
filosofía formen un todo articulado”, sino de modo específico, es decir, por
su modo de analizar y conceptualizar diversas dimensiones de la realidad. Ya en
la fase más militante de su vida, en el momento de la radi- calización del
compromiso social, cuando tanto ella como Sartre eran invitados como conferenciantes
en diferentes países, se lamentaba un tanto, pues parecían tenerla limitada a
la reflexión sobre las mujeres. Le habría gustado que le pidiesen sus ideas
acerca del sistema colonialista, sobre la guerra de Argelia. La actualidad
política y social le interesaba vivamente.
Pero si su faceta filosófica no ha prevalecido,
ha sido, entre otros motivos, porque ella misma mostró gran empeño en definirse
como escritora. Deja esa otra parte, la del quehacer filosófico -que entendía
principalmente como la creación de un sistema-, a su compañero de vida, Sartre.
Sin embargo, Simone de Beauvoir fue una mujer
filósofa: iluminó aspectos de la realidad que hasta entonces estaban velados e
hizo una filosofía moral en la tradición que va de Montaigne a Voltaire: “lo
que hizo fue desentrañar problemas de su tiempo y tratar de poner racionalidad
en la realidad vivida desde una perspectiva filosófica existencialista, al mismo
tiempo que daba a algunos conceptos del existencialismo un acento propio”10.
En ella la filosofía, el trabajo filosófico,
resultaba fluido. Algo que se constata en sus ensayos: ¿Para qué
la acción?, Para una moral de la ambigüedad, El pensamiento político de la
derecha. Y, sobre todo, la Vejez, y, antes y muy
especialmente, El
Segundo Sexo -ensayos en los que usa un método peculiar y nuevo:
el método regresivo-progresivo, y en los que arroja luz sobre unas zonas de la
realidad que hasta entonces habían permanecido en penumbra. Por su parte, ¿Hay que
quemar a Sade? constituye una aportación desde la filosofía
existencialista al estudio del personaje del Marqués de Sade, por entonces
objeto de interés de autores como Deleuze. Ofrece una visión de este personaje
histórico como la de alguien que sólo concibió el camino de la rebelión
individual, que se atrevió a asumir su singularidad y, en suma, a gritar lo que
cada uno se confiesa vergonzosamente. Dirá de él que “no logró el surgimiento
de una evidencia, pero por lo menos discutió todas las respuestas demasiado
fáciles (...) Lo que constituye el valor supremo de su testimonio es que nos
inquieta”11.
Por nuestra parte, al leer La
Filosofía en el tocador, vemos que en Sade hay una apuesta por la
mujer como sujeto que se singulariza en la vivencia erótica: ella se
independiza, se libera, a través del placer. El placer constituye la llave de
la autonomía que la lleva a erigirse en sujeto.
Por otro lado, Merleau-Ponty y el pseudo-sar- trismo,
Beauvoir polemiza, llevando a cabo una defensa lúcida del pensamiento de Sartre
contra la interpretación realizada por Merleau-Ponty en su libro Las
aventuras de la dialéctica.
Esta aplicación de la
filosofía existencia- lista en diferentes temáticas ha llevado a que se la
considere una epígona de Sartre e, incluso, musa del
existencialismo. Por otra parte, algunas autoras como Michéle Le Doeuff (1993)
piensan que los conceptos sartreanos han coartado el pensamiento de Beauvoir.
Con una ironía rayana en el mal gusto, Le Doeuff señala que, en la base de la
aplicación del pensamiento sar- treano que hace Beauvoir, habría una complicidad
íntima con Sartre. Complicidad amorosa, se entiende.
Encontramos en la autora de El estudio
y la rueca una añoranza, pero también una pregunta pérfida y
teóricamente sacada de situación acerca de lo que Beauvoir podría haber dado
de sí, de lo que podría haber desarrollado sin este vínculo. Sin embargo, toda
la obra de Sartre fue exhaustivamente debatida con Simone de Beauvoir. Su
influencia en el desarrollo de la filosofía existencialista de Sartre no fue
menor. Se dice que era ella quien daba el imprimatur a las obras
de Sartre. Éste lo requería. Tenía esa necesidad y la planteaba -como queda
explícito en su correspondencia. A título anecdótico podemos comentar que,
fruto de esta confrontación de estrecha complicidad intelectual,
Sartre reescribió La
Náusea. De igual modo también ella le encomendaba la lectura de
sus obras literarias, rees- cribía capítulos, modificaba enfoques y replanteaba
obras a partir de las indicaciones de Sartre. Se trataba de una alianza
intelectual en la que cada uno parecía hacer de espejo o crítico del otro.
Alianza que pusieron por encima de otros avatares y de otros compromisos que
habrían podido debilitarla.
Por otro lado, no vemos qué puede haber de
reprochable en que una mujer asuma una doctrina elaborada por el hombre que
ama.
Doctrina, por lo demás, que no sólo fue asimilada
por Beauvoir, sino que ha supuesto una revolución en la concepción del sujeto y
la libertad en nuestro siglo.
En Simone de Beauvoir, una filósofa del
siglo XX, López Pardina (1998) resalta el matiz propio que
Beauvoir habría dado a algunos de los conceptos del existencialismo, en particular
al concepto de situación
y su relación con la libertad. En este punto Sartre y Beauvoir diferirían. Se
trata, precisamente, de un matiz de singular interés a la hora de entender de
un modo u otro el concepto de situación. Beauvoir pondera el peso externo de la
situación, aunque sea la libertad quien tome las riendas de la misma. Para
Sartre, la situación se constituye siempre de diferente forma según el modo en
que es asumida y vivida. Digamos que para este último pesa más el hecho de que
el sujeto se apropie de su situación, es decir, ejerza su libertad. Mientras
que para Beauvoir, más atenta a la denuncia de las situaciones de privilegio o
de opresión, el peso recaería en el modo en que los demás ejercen su libertad
de forma que inciden o no inciden en la situación del otro. Es decir, ella se
pregunta, por ejemplo, qué proyectos, qué grado de libertad o qué
transcendencia puede plantearse una mujer en un harén. La dimensión social de
su inquietud es evidente.
Sin embargo, la pregunta o las preguntas de El Segundo
Sexo, qué es ser mujer, por qué la mujer es la otra, por qué el
hombre se plantea como lo mismo, sin relación de reciprocidad ni
reconocimiento de su necesidad, no son sólo ni principalmente preguntas por la
dimensión social, sino preguntas por la identidad. Lo veremos enseguida.
Enfoque Feminista
Hay, además del inmediato interés literario
de esta autora, un interés o una lectura que se da por supuesta. Se trata de la
lectura feminista de Simone de Beauvoir y, en particular, de su obra cúspide El Segundo
Sexo, al que la autora califica en el film Simone de
Beauvoir por ella misma (1979) de su único ensayo importante.
El Segundo
Sexo
ha sido definido por sus biógrafas Claude Francis y Fernande Gontier, (1985) y,
en la misma línea, por María Teresa López Pardina, (1984) como hito en la historia
de la Teoría Feminista, pues relanza el feminismo después de la Segunda Guerra
Mundial. A pesar de que todo el pensamiento feminista posterior se va a
relacionar con este ensayo -planteándose como continuidad, como oposición o
callándolo-, su insistencia en el peso externo de la situación a la hora de
definir el espacio de libertad, junto con su célebre afirmación la mujer
se hace y un indiscutible talante ilustrado que la lleva a abogar
por la emancipación a través de la cultura, han hecho que el feminismo de la
igualdad se apropie del pensamiento de Beauvoir.
Cuando ve la luz El Segundo Sexo (1949)
han transcurrido cuatro años desde que en Francia se ha reconocido el derecho
al voto a las mujeres. En este contexto, cuando “no había un feminismo válido”
-como diría la propia autora-, Beauvoir realiza un estudio exhaustivo sobre la
condición femenina en las sociedades occidentales. No va a escribir desde una
motivación política, militante o sufragista, pero desvela ciertos aspectos de
la educación-formación de las mujeres que constriñen su potencialidad de
transcenderse y de vivir con autenticidad y libertad; pone en evidencia
algunos mitos que las falsean; analiza críticamente los datos aportados por la
biología, el psicoanálisis y el materialismo histórico al estudio de la mujer;
y se detiene en la propia experiencia de las mujeres, en su modo de vivirse. La
mujer aparece como un ser enajenado, atrapada en unas redes que impiden que
brote su singularidad, que se trascienda a través de sus proyectos y que se
haga de una forma positiva. Una de estas redes en las que se ve atrapada queda
perfilada en la dialéctica de su relación con el varón: una dialéctica que,
tomando las referencias hegelianas, los sume en una relación amo-esclavo.
Relación en la que el amo, que identifica con el varón, no plantea su necesidad
y donde la mujer, su mejor cómplice, será absolutizada como la Otra.
La obra, traducida al alemán, árabe, danés,
español, hebreo, húngaro, inglés, italiano, holandés, noruego, portugués,
serbo-croata, eslovaco, sueco, tamil y checo, suscitó una gran polémica; tuvo
la cualidad de irritar a un tiempo al Partido Comunista y al Vaticano. Los
cimientos de una sociedad androcéntrica se habían hecho tambalear con ideas,
y hasta habían sido ridiculizados. Una mujer había tomado la pluma cuando la
palabra femenina apenas si había sido expresada y oída.
Beauvoir rechaza los esencialismos y la idea
de un eterno femenino. Una mujer se hace. Y se hace en
situación. La incidencia en la situación puede ser externa, esto es, venir de
otros, o interna, es decir, el acto positivo por el que la mujer hace suya su
situación. De ambas formas se va a definir el campo de la libertad femenina.
Evidentemente, cuando Beauvoir piensa de este modo, está tomando al varón como
modelo del transcenderse, del hacerse a través de los propios proyectos y, por
consiguiente, de ejercer la libertad. El hombre, educado de modo más exigente,
se realiza a través de la dimensión social. El cuerpo de la mujer, con sus
servidumbres específicas, va a ser considerado, si no un obstáculo, sí una
dificultad para ejercer la libertad según la referencia masculina - y no se
cuenta con una alternativa. En este sentido, planteará las condiciones poco
favorables en las que la mujer ejerce la maternidad12. En la misma
línea de mantener su situación enajenada, alertará sobre el riesgo que puede
acarrear para la mujer la vivencia de la sexualidad, pues podría llegar a
convertirse en una trampa, al ser lugar de la más íntima complicidad con el
varón. Con esta variedad de ingredientes, El Segundo Sexo estuvo
llamado a influir en todo el feminismo posterior, hasta el punto de que,
posteriormente, y unido a su momento de máximo compromiso social y del
feminismo radical de los años 70, su propia autora llegó a declararse feminista.
Simone de Beauvoir se
hizo feminista con posterioridad a la publicación de este ensayo
y siempre con relación a la dimensión social de sus inquietudes.
Mientras que las feministas anglosajonas
veían en la maternidad una posibilidad enri- quecedora y única del sexo
femenino, el feminismo de la igualdad va a insistir, como indica su propio
nombre, en potenciar la igualdad de los sexos y, por tanto, va a enlazar con
los planos de semejanza entre los sexos que se derivan de El Segundo
Sexo. En la teorización de esta igualdad, y con vocación eminentemente
práctica, esta corriente feminista ha con- ceptualizado el dualismo
sexo/género, depositando en el sexo lo biológico y en el género,
lo cultural. Se entiende que la cultura es lo modificable y, en consecuencia,
vía para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. El sexo, reducido a la
mínima expresión, es repudiado por inmodificable y, por lo tanto, dis-
criminador. Estos supuestos pertenecen, como hemos dicho, a la evolución
seguida por el feminismo de la igualdad. Pero en la relación establecida ente
la obra de la filósofa francesa y el feminismo de la igualdad no sólo se va a
dar esta influencia prospectiva, hacia delante, sino que, y esto es más
curioso, se dará una influencia retrospectiva o hacia atrás. Ésta, ya lo hemos
anunciado, consiste en leer con categorías posteriores, v.g. sexo/género, el
ensayo de Beauvoir. Sin más explicación que aclarar que ella no poseía aún
ese lenguaje, se procede a hablar sobre el género en Beauvoir (López
Pardina, 1994). Este proceder o este trasplante elimina de un plumazo la
categoría de lo
vivido -podríamos decir lo biográfico- que posee para nuestra
filósofa un carácter central y articulador. En esta dirección de vivencia,
hay en ella una inquietud, que no debemos considerar menor, por la identidad
sexual.
Y ésta, la identidad,
se diluye cuando se pretende disociar a la mujer conforme a prescripciones
dualistas, olvidando que es ella, por lo vivido, quien le da sentido y
coherencia a lo biológico y a lo cultural. La desarticulación de la mujer a la
que conduce el sistema sexo/género no está en Beauvoir. Sí sucede, en cambio,
que mediante el recurso a la fórmula avant la lettre, se han
interpretado como feministas textos que históricamente no lo han sido ni podían
serlo, obviando el marco general en el que fueron generados (Fraisse, 1991).
Pero llegados a este punto, iríamos más lejos
para cuestionar esa primera evidencia de la que partíamos: que El Segundo
Sexo es un ensayo feminista. Antes que nada deberíamos
preguntarnos y, en su caso, ponernos de acuerdo, con respecto a qué
características o qué requisitos ha de tener una obra para ser considerada
feminista. ¿Haber sido escrita por una mujer?, ¿tener por objeto de estudio la
mujer -o las mujeres- en cualquiera de los aspectos que nos conciernen?,
¿ambas? ; ¿poseer un talante reivindicativo?, ¿denunciar una situación injusta
para las mujeres?, ¿tomar posición a favor de éstas y en detrimento de los
varones?; ¿ser reconocida como tal por el gremio feminista?. En caso de ser
afirmativas las respuestas, ¿debemos considerar el feminismo como el brazo
armado de las mujeres en el debate de los sexos?. Y, si es así,
¿podemos hablar con rigor de teoría feminista?.
Enfoque sexológico
Conforme relata Le Doeuff (1993), Marisa
Rodano, en un debate al que fue invitada por el Partido Comunista en Milán, en
1986, habría llegado a decir que El Segundo Sexo no era
un libro feminista. Estamos de acuerdo. A pesar del enojo de Le Doeuff o de
otros enojos posibles, vemos que El Segundo Sexo ha sido
entendido a
posteriori desde el feminismo -para cuya causa, sin duda, ha
tenido consecuencias- pero que, sin embargo, se inscribe en el contexto del
debate de los sexos, el debate o querella que gira en torno a la cuestión
sexual y del cual el feminismo es deudor. Así pues, lo repetimos,
con esta obra ha sucedido como con tantos otros textos que han sido
interpretados a
posteriori como feministas, pero que histórica y conceptualmente
están contextualizados en el debate de los sexos. De uno y otro sexo (Amezúa,
1998).
No olvidemos que ya desde el propio título
Beauvoir nos está situando ante una realidad que le interesa resaltar: el
hecho de que son dos
los sexos. La superación del paradigma aristotélico se expresa en este hecho
de dos. La mujer ya no será un hombre fallido, manqué. La mujer, las
mujeres, somos el otro sexo. El modelo de un solo sexo referencial, el
masculino, ha caducado y se ha inaugurado la nueva era: la era de los sujetos;
la era en la que, en nombre de su sexo, las mujeres hacen oír su voz: la era de
los sexos. Este es el legado revolucionario que nos deja la razón ilustrada.
Y este legado de ideas está nutriendo a Beauvoir. Su cuestionamiento acerca de
la identidad femenina tiene sentido desde ahí, desde la ruptura epistemológica,
desde el corte, que ha supuesto el hecho de los sexos. En plural. Decir el segundo
lleva aparejado el reconocimiento -más o menos explícito o implícito- de la
evolución histórica que ha seguido la epistemología sexual. En la historia de
las ideas, el sexo femenino aparece en las últimas décadas del siglo XVIII.
Si decir segundo connota
pretensión de denuncia, si segundo adquiere un sentido ordinal y, en
ese sentido, peyorativo, si, en definitiva, repugna a la razón, es porque
previamente se ha producido ese cambio de paradigma. El debate de los sexos
que se produce en torno a las últimas décadas del siglo
XVIII y en las primeras del
Siglo XIX trae consigo una revolución copernicana en el estudio y comprensión
de los hombres y las mujeres en lo que tienen de tales, es decir, en su
condición sexuada. Comenzará a hablarse propiamente de los sexos. Con esta
terminología se designará una realidad nueva. Una realidad que llega a nosotros
de la mano de la Razón y que, por tanto, va a tener enormes consecuencias
prácticas. La vida de los sexos cambia con el advenimiento del nuevo modelo. La
mujer se pone como centro de sí misma y desde esa centralidad plantea su
relación con el varón: polemiza, reivindica, imagina, escribe, desea. El
concepto sexual
no hará, pues, referencia al locus genitalis13
que llevaba a una consideración objetual de la mujer en función de su papel
reproductivo. Sexual
hará referencia a los sexos. La mujer elige. Se vive. No es alguien pasivo en
la reproducción, alguien que recibe su cuerpo y sus potencialidades con un
determinismo fatal y externo, sino que se sitúa a sí misma respecto de estas
capacidades y respecto del hombre. Estamos, por tanto, ante el marco que
históricamente los hace pensables a ambos como sujetos: el marco del dimorfismo
sexual o hecho sexual humano. La condición humana es sexuada y son dos los
sexos. Es por este reconocimiento inicial del hecho de dos sexos por lo que
vamos a rechazar cualquier postura de abuso o colonización de un sexo respecto
a otro. Es evidente, que si la mujer fuese considerada aún un hombre incompleto
no se podría pensar en iguales derechos. Su derecho a la ciudadanía dimana de
este hecho primero y radical que se abre paso con la Razón ilustrada. Ser
humano significa ser sexuado. Y son dos los sexos. Eso explica sus mutuas
referencia y reciprocidad, su mutua necesidad. De manera que toda la temática
feminista que en su construcción ha vapuleado tanto el sexo -¿qué sexo?-, ha
podido desarrollarse precisamente porque las mujeres hablaron en nombre de su
sexo, porque se proclamaron y fueron reconocidas como el otro sexo. La lucha
social feminista, es decir, la cuestión de los derechos, arranca de esa otra
cuestión previa que la hace posible y de la que es deudora: la Cuestión
sexual. Porque somos dos sexos se hace evidente a la razón que
debemos poseer los mismos derechos; porque se ha dado el debate de los sexos
ha sido posible luchar para mejorar la situación social de las mujeres; porque
somos dos sexos resulta rechazable la idea de uno de ellos como segundo,
si con ello se indica inferioridad o subordinación.
Finalmente, la idea de segundo
lleva implícita la suposición de una dialéctica. Se ha llegado a ser segundo
en una relación con otro, que es el primero. Hay una relación ontológi- ca
entre los sexos: es imposible que no se relacionen porque están refiriéndose
mutuamente. Ahora bien, ¿es posible cambiar el cómo de esa dialéctica
inevitable?. ¿Es posible, al menos, estudiarla y comprenderla?.
El Segundo
Sexo
trata sobre estas cuestiones, que son eminentemente sexuales, es decir,
relativas a los sexos. Es un estudio sobre la condición sexuada y, por tanto,
un estudio de interés para la Sexología.
Se me objetará, quizá, que Beauvoir pasa de
puntillas por la condición sexuada. Es cierto. Pero sólo en la medida en que
no se ha apropiado del alcance de este lenguaje, esto es, de la terminología
que corresponde al moderno modelo de los sexos. Sin embargo, se pregunta -es su
pregunta- qué es ser mujer -y, en paralelo, como referencia, qué es ser hombre.
Lo que viene a señalar que pregunta por la identidad de los sexos y
por la naturaleza de esa identidad; estudia cómo se construye, cómo se hace,
una mujer -y, siempre con esa referencia, cómo se hace un hombre. Es decir,
estudia los procesos de sexuación y plantea posibilidades de actuar en algunos
de ellos. Ha pasado a la historia -lo hemos dicho- su célebre frase la mujer
se hace. Y
analiza la dialéctica de la relación entre los
sexos -cómo es, cómo podría ser -hacerse- en qué medida reconocen y plantean
uno y otro su recíproca necesidad. La relación es el marco del encuentro con
el otro y sigue unas pautas. Su denuncia de la complicidad malsana que ambos
mantienen se hace patente a través de figuras de mujer como la narcisista, la
casada y, de modo más relevante, la enamorada. Estos son los entresijos en los
que se mueve. Cuando se refiere en El Segundo Sexo a la
ins- trumentalización de la erótica en el matrimonio -que vendría dada por un
encuentro de los esposos marcado por los derechos y deberes y no por los
placeres (el débito
conyugal)-, escribirá Beauvoir: “el marido se siente helado, a menudo, ante la
idea de que no hace más que cumplir con un deber, y a la mujer le avergüenza
sentirse entregada a alguien que ejerce un derecho sobre ella”(vol II. p.199).
Ymás adelante,
cuando habla de los efectos de la costumbre sobre ese movimiento hacia el Otro
que es la erótica, dirá: “el marido necesita ver o saber que su mujer se acuesta
con un amante para volver a encontrar un poco de magia, o bien se obstina
sádicamente en provocarle rechazos, de manera que al fin aparezca su
conciencia y su libertad y sienta entonces que posee realmente a un ser humano.
Inversamente, se esbozan conductas maso- quistas en la mujer, que busca
suscitar en el hombre el amo, el tirano que no es” (p. 202).
No hay que temer, sin embargo, que exprese
repulsa hacia la sexualidad. También se dan complicidades placenteras en la
medida en que el marido va haciendo posible que la esposa se abandone a la
vivencia de la carne, superando la idea de pecado: “una cohabitación regular y
frecuente engendra una intimidad que favorece la maduración sexual” (p.199).
Las identidades de los sexos siempre se construyen
en su necesaria relación. “No parecerían enanos si no se les pidiese que fueran
gigantes” (p. 442). Así es: la enamorada ha hecho de su vida un empeño amoroso,
o de su empeño amoroso, su vida, y en ese empeño se hipoteca con respecto a un
hombre -al hombre- al que absolutiza. Pero al encontrarse con un hombre
concreto, le llega la decepción. Su amor, hecho para dioses, no asume al otro
en su humanidad, en su contigencia, con sus limitaciones y carencias. Al
contrario: lo magnifica, lo idolatra. En el seno de esta relación no será
posible el encuentro auténtico de los sexos. La mujer enamorada se desborda
dando y su dar se convierte en exigencia; se hace esclava del amado y de este
modo encuentra la manera más segura de atarlo a ella. Sólo lo aprecia en la
medida en que es por ella y para ella y lo detesta en su otre- dad, en su
calidad de ser singular. Él jugará ese juego reclamando una abnegación
incondiciona- da, y ésta es una cruel mistificación.“(...)
A los hombres -dirá-
no les preocupa aceptar lo que ella les ofrece. El hombre no necesita la
abnegación incondicionada que reclama, ni el amor idólatra que halaga su
vanidad. Sólo los recibe a condición de no satisfacer las exigencias que
recíprocamente implican estas actitudes” (p. 455). Diríamos, de nuevo, que
juega el papel del verdugo que no es. El espejismo del Otro
fue un tema que interesó muy pronto a Beauvoir.
Los sexos se encuentran y algunos de esos
encuentros están presididos por la mala fe de uno y otro; se hipotecan, crean
alianzas y dialécticas no auténticas. En 1954, escribirá en Los
Mandarines: “se abruma a las chicas con prohibiciones, a los
muchachos con exigencias; son dos especies de bromas igualmente nefastas. Si
hubieran querido ayudarse entre ellos, quizá Nadine y Lambert habrían logrado
juntos aceptar su edad, su sexo y su lugar en la tierra"14.
Beauvoir estudia la condición femenina, sí. Pero este estudio siempre está
orientado hacia el otro, hacia la relación de los sexos. Los dos están ahí y le
parece absolutamente necesario superar las dialécticas que no reconocen la
mutua referencia y reciprocidad o los encadenan en un empeño mutuo que no los
deja desarrollarse en plenitud.
Un enfoque sexológico será, por tanto, el que
nos permita situar El
Segundo Sexo en el contexto del debate de los sexos y en el paradigma
moderno que gira en torno de las identidades. Es obvio por otra parte, que
Beauvoir no tiene una posesión efectiva15 del nuevo
modelo. Por eso es posible proponer un enfoque sexológico o hacer una lectura
sexológi- ca y no nos encontramos, pura y llanamente, ante un tratado de
Sexología. En otra oportunidad16 hemos mencionado que la dimensión
sexual recorre de principio a fin esta obra, pero sin que llegue a adquirir el
relieve o la estructuración que merece. Su presencia, efectivamente, es
constante, pero difusa. Tenemos alguna idea de por qué:
En Simone de Beauvoir, como ya hemos ido
comentando, están incidiendo los dos modelos o paradigmas sexuales. No hay un
dominio claro de uno sobre el otro, aunque tal vez pudiéramos decir que sí, que
apuesta por el nuevo modelo, en la medida en que se esfuerza por comprender las
pautas de relación entre los sexos. Sucede, sin embargo, que disputa con
objeciones y planteamientos que sólo tienen sentido en el viejo paradigma. Un
caso o ejemplo de esto podría ser el tratamiento que da a la maternidad, y que
parece ver más claro en torno a los años 80. Una vez que los dispositivos
sociales favorezcan la maternidad, entonces ésta pasará a situarse, dejando de
ser vista como una trampa de la biología de la mujer que la condena a la
inmanencia.
Podría pensarse que el planteamiento de
Beauvoir tiene ciertos rasgos eugenésicos17 porque, aunque no
atiende directamente al bienestar de la prole, sin duda una maternidad querida
y vivida desde el desarrollo personal siempre redundará en beneficio de las
crías. Lo cierto es que en sus reflexiones no hace explícita esta intención y
sí, en cambio, vemos que su dificultad entronca con el arraigo al modelo que se
centra en los genitalia,
según el cual la mujer va a ser vista no como sexo, sino como reproductora.
Pero el ejemplo más evidente de la influencia
de ambas fuerzas está en su pregunta ¿por qué la mujer es lo otro?.
No se plantea por
qué la mujer es lo otro para el hombre, esto es, no se lo
cuestiona desde la sexuación. Simone inquiere de ese otro modo más absoluto porque
no ha podido asumir el moderno paradigma. Sigue amarrada al paradigma de un sexo. Ella
ve
que, en efecto, son recíprocos uno y otro sexo, pero no sabe dar respuesta al
hecho por el cual esta reciprocidad no es reconocida por uno de ellos, por el
varón. Es la cuestión referencial -la referencia antigua, la del modelo de un
sexo- la que está mandando. Aquí lucha la evidencia que nos hace inmediata la
razón con el peso de un modelo atávico, según el cual se han sexuado muchos
filósofos y teóricos que han conformado el poso intelectual de Beauvoir. No
olvidemos que se trataba de una gran lectora. Es el peso de una cultura.
De este modo, cuando se cuestiona si una
falda hace a una mujer, está obviando la teoría de los caracteres sexuales que
ya han desarrollado Ellis18 y Marañón19. Digamos que, en
general, se hace preguntas que podrían adquirir otro sentido más acorde con
sus inquietudes desde los conceptos ofrecidos por la Sexología. Sin embargo,
toma algunos de éstos de modo descontextualizado. Es el caso que juega la
intersexualidad en su búsqueda alrededor de la identidad femenina. No puede
admitir que la variabilidad del sexo femenino se explique por la intersexualidad.
Sin duda, porque no admite que se trata de una variabilidad sexual, de ambos
sexos. O lo que es lo mismo, que son las formas en las que se manifiesta el
hecho sexual humano.
En el plano personal también se deja sentir
esa tensión. Durante la Segunda Guerra Mundial escribe en su Diario de
Guerra (1990, págs. 91 y 126): “Con la ayuda del alcohol tengo
sensaciones fuertes, me siento tan poco mujer, tan asexuada." Y, más adelante,
“.Voy a cumplir treinta y dos años y me siento una mujer hecha, aunque me gustaría
saber qué clase de mujer. Ayer por la noche hablé con Sartre durante mucho rato
de un aspecto que me interesa de mí, precisamente de mi femineidad,
del grado en que formo parte o no parte de mi sexo". En este sentido no se
observa en ella una actitud de comprensión ante su modo de vivirse como mujer,
sino más bien una actitud de excepción, que ya hemos
comentado. Se ve a sí misma como una excepción, como un no llegar a ser.
Las preguntas que Beauvoir se hizo viven aún.
La confusión que ha formado la búsqueda de respuestas por el lado de un
feminismo social -que ha incidido e insistido en la dimensión reivindicativa-,
no ha ayudado a que dichas preguntas puedan ser situadas en un marco que les dé
sentido. Un marco que, en la perspectiva que inauguró el moderno paradigma de
los sexos, desoiga los intentos reaccionarios y reactivos que pretenden
regresar al antiguo modelo ataviados con los ropajes de los términos nuevos. Un
marco de estudio de conceptos como sexos, caracteres sexuales, sexuación,
e intersexualidad como elementos que dotan de articulación y
coherencia.
2.
El
futuro de Simone de Beauvoir
Cuando, además de los años, han corrido
también riadas de textos que han ido dando cuerpo teórico al movimiento
feminista, los interrogantes acerca de las identidades de los sexos -insistimos
de nuevo: punto que constituye el núcleo de El Segundo Sexo- y acerca
de los modos en que éstas se construyen -cómo se hace una mujer, como se hace
un hombre- permanecen. O se constatan. O reaparecen. Así como las búsquedas en
torno a la dialéctica de la relación entre los sexos.
A lo largo de estas cinco décadas, el debate
de las identidades sexuales ha ido progresivamente dando bandazos al son de la
dico- tomización del pensamiento feminista, enfrentado entre los postulados de
la igualdad
y los de la diferencia.
Ambos moviéndose en extremos. Si el feminismo de la igualdad postula unas
identidades que arrasan con cualquier asomo de diferencias, el feminismo de la
diferencia tiende a aislar a los sexos en compartimentos incomunicados. En los
últimos años, una serie de producciones que vienen de Francia -y que quizá
sea precipitado calificar de corriente- intentan
poner un poco de lucidez en este debate, diferenciando planos o niveles en los
que cabe hablar de semejanzas entre los sexos de aquellos otros en los que se
dan las diferencias. Y al plantear esta distinción, retornan esas preguntas,
que son centrales, en torno a las identidades de los sexos.
Geneviéve Fraisse
Es el caso de Geneviéve Fraisse, autora,
entre otras, de la obra Musa de la Razón (1991) -traducida al
castellano en la colección Feminismos de Cátedra: “Parecería que a la conjura
del miedo a la igualdad le sucede la conjura del miedo a la diferencia. Sin
embargo, quizás haya llegado el momento de distinguir con una relativa
serenidad teórica los registros en los que tiene lugar el parecido entre
hombres y mujeres y aquellos en los que tiene lugar la diferencia". (págs.
206-207).
Para Fraisse la cuestión del poder -desde el
feminismo institucional hoy se habla del empoderamiento de las
mujeres- está enmarañando la reflexión acerca de la condición sexuada. Como
quiera que ésta se ha utilizado para privilegiar política y socialmente a los
varones en detrimento de las mujeres, ese uso -es decir, el hecho de que los
argumentos sean susceptibles de un tratamiento político- obscurece la
posibilidad de plantearse si la razón -por la que ella se pregunta- puede ser
sexuada: “En el fondo -nos dice- si no estuviera la cuestión política y social,
se podría quizá reflexionar sobre esta noción del sexo sobre el ser humano,
sin “exagerar” en un sentido o en el otro. Así, la “consecuencia”, lo que está
en juego en la diferencia de los sexos, impide la pregunta serena” (p. 164). De
hecho, finaliza con estas palabras la investigación realizada en Musa de la
Razón: “No sabemos todavía qué responder cuando nos preguntamos
si la razón es sexuada y de qué manera lo es”(p.207).
Tomamos las ideas de Fraisse como una
invitación a pensar las identidades desde otra perspectiva: una vez que la
igualdad de oportunidades ha sido alcanzada y posee sus propios mecanismos de
vigilancia y desarrollo, y situadas las cuestiones de los derechos y el poder
en el plano que les corresponde, el plano político y social, podemos
plantearnos las diferencias entre los sexos. Ya cabe ese preguntarse más
sereno. Cabe plantearse, por ejemplo, como lo hace Fraisse, si la razón es
sexuada. Cabe afrontar las cuestiones de las diferencias de los sexos sin
temor, perdida esa referencia del poder que frena una entrada más a fondo en el
hecho de los sexos.
Sylviane Agacinski
A la inversa, Agacinski (1998) tomará las
diferencias sexuales y su cultivo como la justificación de la reciente
reivindicación política de paridad: lo que haría más genuinamen- te
necesaria una representación más o menos proporcional o equilibrada de mujeres
y de hombres en la toma de decisiones sería, precisamente, la condición
sexuada, con las diferencias a que da lugar.
Para esta autora la cualidad más singular de
la condición humana es la carencia, la necesidad. Puesto que no existe una
forma completa de lo humano -son dos: los dos sexos-,
entonces ninguno de ellos puede gozar en solitario de la visión o de la
perspectiva completa de lo humano. Esta condición sexuada, este hecho de dos,
es justificación necesaria y suficiente para la propuesta política de la
paridad. Sólo quedaría a expensas de que se la dotase de los instrumentos
precisos para ponerla en práctica.
En efecto, si fuéramos iguales, ¿cómo justificaríamos
la necesidad de que ambos sexos estuvieran representados en la toma de decisiones?.
¿En nombre de qué?. Podría decirse que en nombre de las capacidades, pero siempre
nos quedaría el interrogante de si esas capacidades son sexuadas y de qué
manera. Sexos quiere decir diferencias. Esto se confunde -y por eso se teme-
con compartimentos estanco en todos los caracteres sexuales de uno y otro sexo.
Sin embargo, no es así. Para Agacinski, lo esencial es que lo masculino y lo
femenino son diferentes, y no el contenido de esas diferencias. Lo masculino y
lo femenino tienen mucho de construcciones históricas y culturales: “Y todavía
más. La multiplicidad de estas expresiones y de su variedad en el espacio y en
el tiempo nos permite pensar que no expresan nada inmutable excepto la
diferencia misma...” (p. 32).
La humanidad se ha esforzado en potenciar y
cultivar esas dos formas en las que se da lo humano, y en la medida en que
deciden hacerlo, cada mujer y cada hombre se hacen. Se hacen
quiere decir aquí elegirse a sí mismos, a través de sus opciones, hombres o
mujeres. Las diferencias sexuales son cultivables. Por poner un ejemplo
sencillo: cuando mencionamos la coquetería de Simone nos referíamos a ciertas
ocupaciones e inquietudes que ella tenía y que estaban orientadas a embellecerse
como mujer. Enseguida veremos, por otro lado, que precisamente la estética es
algo que, al finalizar el S. XX, aparece como una peculiaridad principalmente
femenina.
Como vemos, los planteamientos que se hace
Agacinski son coherentes con la negación del esencialismo en Beauvoir: no hay
un eterno femenino, en el sentido de unos contenidos inmutables y estáticos de
lo femenino, como no hay un eterno masculino. Lo masculino y lo femenino
adquieren diversas formas históricas y culturales. Se es hombre o se es mujer
en una época determinada y a través de una biografía singularizada. De ahí que
la célebre afirmación una mujer se hace adquiera pleno sentido
en una trayectoria biográfica que transcurre en un tiempo histórico.
Gilles Lipovetsky
Citaremos otro ejemplo de estas producciones
que vienen de Francia y tienen un interés por buscar alternativas a los
planteamientos del feminismo dicotómico. En este caso no se trata de una
mujer, sino de Gilles Lipovetsky. En La tercera Mujer (1997,
p. 12), traducido al castellano y editado por Anagrama en este mismo año 99,
afirma: “Las identidades sexuales se recomponen más que se desmoronan, y la
economía de la alteridad masculino/femenino no resulta en absoluto invalidada
por el curso de la igualdad. El hombre sigue asociado prioritariamente a roles
públicos e “instrumentales",
la mujer a roles privados, estéticos y afectivos; lejos de obrar una ruptura
radical con el pasado histórico, la modernidad labora por reciclarlo sin cesar.
La época de la mujer sujeto conjuga discontinuidad y continuidad, deter-
minismo e impredictibilidad, igualdad y diferencia".
Para Lipovetsky, la tercera mujer es la
prueba de la permanencia de las diferencias sexuales como fenómeno nuevo y no
vinculado a resquicios del pasado. Contrariamente a lo que sin mucho
detenimiento pudiéramos considerar, es hoy en día cuando se hacen indiscutibles
las diferencias en los roles de los sexos. Tal vez estas diferencias se hayan
fle- xibilizado, acaso los estereotipos de lo masculino y de lo femenino sean
débiles, pero no por ello menos constantes. Y esa constancia, esa afirmativa y
consistente persistencia, se hace tanto más significativa en una sociedad, la
nuestra, que ejerce una profunda presión hacia la igualdad: a todas
luces la variable sexo sigue orientando la existencia, fabricando diferencias
de sensibilidad, de itinerarios, de aspiraciones.
Estas preguntas por la identidad, o esta
irre- ductibilidad de las diferencias sexuales, han puesto en evidencia las
insuficiencias del feminismo de la igualdad. En la medida en que las mujeres
se han ido haciendo preguntas y han ido constatando que no es posible continuar
sosteniendo una lucha contra un orden patriarcal claramente resquebrajado, al que
son ajenos los hombres y las mujeres contemporáneos -en cuanto hacedores de
mala fe-, en la medida en que se pretende rescatar el orden simbólico de la
madre, los valores o tradiciones femeninas que ya no son patrimonio de nadie o
que irremediablemente llevan camino de perderse, el feminismo de la igualdad
-que ha pretendido ser único- fracasa. Al verificarse, deja al descubierto sus
insuficiencias en este otro punto más hondo y radical, más de fondo, que es el
de la identidad, esto es, el de las diferencias sexuales.
A partir de estas ideas, concluimos que el
feminismo de la igualdad alcanza su pleno significado en el plano o dimensión
social, en el plano de la igualdad de derechos y en el plano de la igualdad de
oportunidades. O, dicho de otra forma, el feminismo de la igualdad no sirve
para hablar de identidades, no sirve para hablar de mujeres y de hombres -que
por ser tales se hacen en una polaridad disyuntiva. Sirve para hablar de las
condiciones sociales, de los derechos, de las situaciones facilitadoras o
entorpecedoras para que una mujer o un hombre, utilizando la terminología
beauvoria- na, se realicen como proyecto, como transcendencia, como libertad.
Pero esta realización, que sí es identitaria, es singular, es individual, es
diferente, es sexual, es de los sexos.
El futuro de las preguntas beauvorianas
El hilo que une estos textos e ideas que acabamos
de reseñar, es precisamente el de las preguntas. Siempre el mismo afán, la
misma búsqueda para explicarse como sexuados. A Beauvoir, que llevó ese empeño
a sus textos y a su vida, hoy se la tiene poco considerada. No se sabe muy bien
si por superada y con- textualizada en unos momentos germinales para el
feminismo posterior, o por ser una autora difícilmente encasillable según
supuestos dicotómicos. Bien es cierto que se la toma como patrimonio del
feminismo de la igualdad. El haber puesto en relieve la situación de opresión
de las mujeres en la medida en que ésta es infligida, así como su demanda de
una formación que desarrolle en mujeres y hombres idéntica actitud de
transcenderse, han sido tomadas por el pensamiento igualitario como base para
pergeñar identidades homogéneas. Sin embargo, dicha homogeneidad no está en la
existencialista francesa. Nuestra autora rechaza los esencialismos -lo hemos
reiterado-, la idea de mujer y la idea de hombre, puesto que son ideas que se
refieren a absolutos. Pero, lógicamente, considera que las mujeres y los
hombres son profundamente diferentes y no piensa que estas diferencias deban
ser eliminadas (López Pardina, 1994).
Por su lado, el feminismo de la diferencia,
atrincherado en su propia definición de valores identitarios, la ve como
abogada de la igualdad. Mientras que este otro feminismo, el suyo,
procede a releerla
desde los conceptos sexo/género. Pero, en definitiva, el valor de El Segundo
Sexo se sitúa fuera de esta polémica y adquiere plena vigencia,
como hemos visto, precisamente por la esterilidad del debate
igualdad-diferencia. Lo más genuino de su aportación son sus preguntas; preguntas
que han tocado núcleos hondos y radicales de la vida de los sexos. Y ha abierto
también algún camino para las mujeres: no se ha detenido en una actitud
victimista - a la que hoy estamos tan acostumbrados-, sino que apuesta por las
mujeres como aurigas de su propia existencia, encarnando sus posibilidades,
saliendo de la enajenación, sin colgarse de un Otro absolu- tizado,
sino viviendo con el otro,
humano y concreto, en libertad.
La querella de los sexos -esa querella de
imposible proceso porque ambos son juez y parte (Fraisse, 1991)- se ha
recrudecido de tal forma que las posturas se han radicalizado, tanto en el
sentido de la igualdad como en el de la diferencia -salvo esas excepciones
arriba comentadas y que, dato a estudiar, en su mayor parte provienen de
mujeres. Beauvoir, con su complejidad -lo hemos repetido-, no es fácilmente
encasillable. Resulta poco definida para esa lid. Se le proclama heredero un
pensamiento que no puede dar respuesta a sus preguntas, ni siquiera situarlas
en un marco que las dote de coherencia. Al contrario, se trata de un
pensamiento que las desarticula. Por eso se la relee.
Sin embargo, desde esta su complejidad y
desde esas sus inquietudes y preguntas, Beauvoir sigue dando juego, más allá de
una celebración. Nuestra autora se proyecta hacia la segunda mitad de siglo de
su ensayo, invitando a nuevas lecturas del mismo. Entre ellas, ésta que hemos
sugerido, más acorde históricamente, y que situaría El Segundo
Sexo en el marco de la Cuestión sexual. El
debate de las identidades, de su hacerse y del encuentro entre los sexos
quedaría planteado desde los conceptos del moderno paradigma sexual o paradigma
de los sexos.
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razón. La democracia excluyente y la diferencia de los sexos.
Madrid. Cátedra.(Orig.1989) Francis, C. y Gontier, F.(1987): Simone de
Beauvoir. Barcelona, Plaza y Janés. (Orig. 1985)
Le Doeuff, M. (1993): El estudio y
la rueca. De las mujeres, de la filosofía, etc. Madrid. Cátedra. (Orig. 1989)
Lipovetsky, G.(1999): La tercera
mujer. Permanencia y revolución de lo femenino. Barcelona. Anagrama. (Orig. 1997)
López Pardina, M.T.
(1994): El feminismo de Simone de Beauvoir. En Celia Amorós (Coord.), Historia
de la Teoría Feminista (pp. 107-124). Madrid. Instituto de
Investigaciones Feministas de la U. Complutense de Madrid, Dirección General de
la Mujer de la Comunidad Autónoma de Madrid.
-
(1998):
Simone
de Beauvoir, una filósofa del siglo XX. Cádiz. Universidad de
Cádiz, Servicio de Publicaciones.
Marañón, G. (1972): La
evolución de la sexualidad y los estados intersexuales. En Obras
Completas, Vol.VIII (pp.501-710). Madrid. Espasa Calpe. (Se
recoge aquí la edición de 1930, que es la segunda).
Marías, J. (1980): La mujer en
el siglo XX.
Madrid. Alianza Editorial.
Martínez Sola, F.
(1998): ¿Qué es ser mujer?. Algunos conflictos en torno a la identidad
femenina. Revista
Española de Sexología, n° 90. Madrid. Publicaciones del Instituto
de Sexología.
-
(1998):
Coeducación.
Balance y nuevos retos. Madrid. Sección Sindical de U.G.T.
Universidad Complutense.
Sade, D. (1984): La
filosofía en el tocador. Col. La sonrisa vertical. Barcelona,
Libros y Publicaciones periódicas, S.A. (Orig. 1795)
Notas al texto
1
Le Deuxiéme Sexe. Tome I, Les
faites et les mythes. Tomo II. L’expérience vecue
(1949). Gallimard, París, 1962. En castellano, la edición más manejada ha sido
la de Siglo XX. Nosotros hemos trabajado con una impresión de 1987. El año
pasado, en la colección “Feminismos” de Cátedra, se publicó una nueva edición
en castellano, también en dos volúmenes, traducida por Alicia Martorell y con
prólogo de María Teresa López Pardina.
2
Butler,
J. (1990): Variaciones sobre Sexo y género, Beauvoir, Witig, Foucault en
Benhabib, S. y Cornella, D. (Ed) Teoría feminista y teoría crítica.
Traducido del inglés por Ana Sánchez. Edics. Alfóns el Magnánim, Generalitat
Valenciana. 169-92
3
Simone de Beauvoir, una filosofía del siglo
XX.
Universidad de Cádiz, Servicio de Publicaciones. Col. “Textos y Estudios de
Mujeres". Este libro fue escrito a partir de su tesis doctoral. Por otra
parte, María Teresa López Pardina ha reflexionado sobre Simone de Beauvoir en
diferentes tipos de trabajos, centrándose especialmente en su dimensión
filosófica y feminista. Es el caso de: “El feminismo de Simone de Beauvoir’’,
en Historia
de la Teoría Feminista. Coord. Celia Amorós. Instituto de
Investigaciones
Feministas de la U. Complutense de Madrid, Dirección General de la Mujer de la
Comunidad Autónoma de Madrid, 1994. 107-124; Simone de Beauvoir y Sartre:
consideraciones hermenéuticas en torno a "El Segundo Sexo".
Comunicación presentada al Congreso de la Simone de Beauvoir Society. Dublin,
1995; “Simone de Beavoir como filósofa”, en Simone de Beauvoir Studies, California,
1994. Seguiremos la obra citada en algunos puntos, pero, especialmente, al
referirnos al aspecto filosófico de Beauvoir.
4
Ver
Amezúa. E. (1998): Cuestiones históricas y conceptuales: El paradigma del hecho
sexual, o sea de los sexos, en los siglo XIX y XX. Anuario
de Sexología, (4), 5-19. Y Fraisse, G. (1991): Musa de
la Razón. La democracia excluyentey la diferencia de los sexos.
Madrid. Cátedra. (Orig. 1989).
5
He
tocado este punto en Coeducación. Balance y nuevos retos.
Editado por la Sección Sindical de FE.T.E.-U.G.T. en la Universidad Complutense
en 1998.
6
Tomado
de sus biógrafas Francis, C. et Gontier, F. (1987): Simone de
Beauvoir. Barcelona, Plaza y Janés. (Orig. 1985). Pág. 34.
7
La Plenitud de la vida (1984). Pág.
48. (Orig. 1960).
8
Las
citas corresponden con la edición castellana de 1980. Págs. 149 y 151. (Orig.
1958).
9
Ibíd. Pág. 308.
10
López
Pardina. Obra citada. Pág. 25.
11
El marqués de Sade. Edit. Siglo
Viente, Buenos Aires, 1964. Pág. 119. (Orig. 1952).
12
En
la medida en que la posibilidad de elegir la maternidad requiere el conocimiento
de métodos no conceptivos y también por ser una gran defensora de la libertad,
Beauvoir, que se comprometió activamente en los movimientos de Planificación
Familiar y en la defensa de las adolescentes solteras que reclamaban del
Estado una pensión para cuidar a sus hijos, reclamaba la necesidad de la
educación sexual en las escuelas y criticaba un sistema educativo que se basaba
únicamente en las prohibiciones.
13
Locus genitalis como paradigma de la
reproducción vs. Los
sexos como paradigma moderno abierto en el debate de la Cuestión
sexual.
14
Pág.545
de la edición española de Edhasa, 1982.
15
Se
have mención aquí al concepto posesión efectiva,
formulado por Marías (1980), y que se opone al de posesión efusiva. En
este caso Beauvoir tiene una posesión efusiva, y no un nivel
adquirido en cuanto al hecho sexual humano a partir del cual articular sus
reflexiones.
16
Martínez
Sola (1998).
17
Nos
consta que los conocía. Queda expreso en la referencia que hace en La
Plenitud de la vida al I Congreso Internacional para la Reforma
Sexual. Se hace eco de la fundación por Hirschfeld del Instituto
de Sexología en Alemania, de su posterior clausura, y de su lucha
por ampliar el respeto a la libertad del individuo autorizando ciertas
perversiones y logrando que la ley alemana no tratase come delitos las
anomalías. (Pág. 117 y 129).
18
1894.
Citado por Amezúa (1998).
19
La evolución de la Sexualidad y los Estados
Intersexuales, donde dedica los capítulos II, III, V y VI al estudio
de los caracteres sexuales, es una obra de 1930.
John Money **
*
Redactado para el 10° Congreso Mundial de Sexología. Amsterdam, Junio, 18-22,
1991. Copyright John Money, 1/23/91. Hemos considerado interesante recoger este
texto en nuestro Anuario
en la medida en que puede ofrecer algunas claves para la comprensión del
fenómeno del abuso sexual, actualmente en auge en nuestro país.
**
Ph. D. Johns Hopkins University and Hospital. Baltimore, MD 21205.
Hoy,
en la Era de la Epidemia del Sida, la Sexología está progresivamente amenazada
por el antisexualismo que, en su expresión más extrema, incluye el satanismo en
su teoría del abuso sexual del niño. El Satanismo es la moderna contrapartida
del onanismo y de la teoría antisexual de la conservación del semen en los
Siglos XVIII y XIX, era de la epidemia de la sífilis. La Sexología Científica
está en peligro de ser absorbida y destruida por el Satanismo y por la Teoría
del abuso sexual.
Palabras
clave: Antisexualismo, Abuso sexual, Onanismo, Historia de la Sexología, Sida,
Sífilis
EPIDEMIC ANTISEXUALIS: FROM ONANISM TO
SATANISM Written for the 10th World Congress of Sexology. 18-22, June,1991
Nowadays, in the Age of the AIDS
Epidemic, Sexology is being progressively threatened by antisexualism which, in
its most bizarre expression, includes satanism in the sense of the child abuse.
Satanism is the modern term to onanism, and of the antisexual theory of the
semen conservation of the 18th and 19th centuries, the age of the syphilis
epidemic. Scientific Sexology is in danger of being absorved and destroyed by
satanism and by the theory of sexual abuse.
Keywords: Antisexualism, Sexual Abuse,
Onanism, The History of Sexology, AIDS, Syphilis.
1. Liberación sexual
Las dos décadas entre
1950 y 1980 ya son conocidas históricamente como la época de la Revolución
Sexual. El periodo más interesante fue el de la reformulación de la moralidad
de las relaciones hombre-mujer en general, así como también las relaciones
eróticas-sexuales.
Se puede ver la
Revolución Sexual como un breve momento de liberación entre dos grandes
epidemias sexuales: la primera, la sífilis (con o sin la coexistencia de la
gonorrea), y el actual HIV (Virus de la Inmunodeficiencia Humana), el agente
infeccioso del SIDA (Síndrome de la inmunodeficiencia adquirida). Ambas
epidemias comparten la historia de un absurdo e irracional antisexualismo,
que se manifiesta
como secuela de la impotencia ante la incapacidad de contenerlas.
2. Sífilis y
antisexualismo
Aunque hay opiniones
que disienten, se considera que la Conquista de Cristóbal Colón volvió del
Nuevo Mundo trayendo la espiroqueta de la sífilis al puerto de Nápoles. Es
seguro que la nueva epidemia comienza en este lugar a finales del S. XV y que
fue llevada al Norte por soldados franceses que estaban guarnicionados allí.
La enfermedad se extendió a los países del norte que eran vecinos y fue
denominada con el nombre del país en el que se originó. Fue conocida también
como una enfermedad
social. Aunque asociada con el vicio, la
inmoralidad y las costumbres disolutas, no había una teoría adecuada que
explicase la difusión del contagio.
La primera formulación de una teoría
corresponde a un médico suizo, Simón André Tissot, en 1758. Tissot reconoció
correctamente los síntomas de la sífilis, incluyendo la posibilidad de que un
paciente sifilítico pudiera transmitir la enfermedad a su descendencia. Sin
embargo, cometió un error de consecuencias transcendentales para la sexología:
atribuyó los síntomas a la degeneración causada por una pérdida de semen, no
sólo por medio de los vicios sociales y la promiscuidad indiscriminada, sino
también por el vicio solitario de la masturbación u onanismo. El título de su
libro en francés (edición de 1781) es El onanismo, disertación sobre las
enfermedades producidas por el Onanismo (masturbación). En la
primera edición americana (1832) es traducido por Tratado de las enfermedades producidas
por el Onanismo.
La teoría de la conservación del semen,
utilizada por Tissot como la base de su teoría de la degeneración por medio de
la masturbación, tiene su origen en la Antigüedad de la India Ayurvedic, en la
medicina china y en la medicina étnica folklórica. La teoría opuesta,
semen-inversión, puede tener la misma antigüedad pero está limitada a Nueva
Guinea y Melanesia. Según la medicina tribal de Sambia, de Nueva Guinea (Herdt,
1981, 1984), es necesario para los adolescentes solteros alimentarse con su
propio semen. Leche masculina para los jóvenes pre-puberales. Así, de esta
manera, se facilitará que el esperma vuelva a ellos y que se hagan adolescentes
y capaces de producir su propio semen.
La teoría medicalizada de la retención del
semen de Tissot fue asociada con la teoría de la degeneración y ambas fueron
alineadas con la mayoría de los descubrimientos y conceptos de la medicina de
su tiempo. Para los médicos, la teoría proporciona un nuevo diagnóstico, el
onanismo, al que más tarde se añadirá la espermatorrea (polución nocturna). El
tratamiento de ambas por el ejercicio, aire fresco, dieta, la regulación intestinal,
hábitos regulares de sueño, el control de las pasiones concupis- centes.se convierte en
la mayor industria médica del Siglo XIX, llegando hasta el Siglo XX. El
descubrimiento de la teoría de los gérmenes por Pasteur y Koch a comienzos de
1870 marcó el comienzo del fin de la masturbación como la causa de síntomas de
la sífilis, así como de multiplicidad de otros síntomas psíquicos y físicos.
Sin embargo, en cuanto a las normas de
conductas culturales, el antisexualismo inherente a la teoría de la conservación
del semen se extinguió difícilmente. Recibió otro golpe en el último cuarto del
Siglo XIX con la fabricación de la goma látex a finales de 1920. Condones y
diafragmas dieron a ambos sexos la opción de separar el placer erótico-sexual
de la procreación, pero la opción fue condenada por la ley y por los dogmas
morales a lo largo del Siglo XX. Aunque el dogma cedió en cuanto a los condones,
bajo el pretexto de que fueran fabricados exclusivamente como protección contra
las enfermedades de transmisión sexual. Fueron reconocidos legalmente.
La premisa básica de la teoría de la degeneración,
a saber, las enfermedades causadas por la pérdida de semen, ha sido socavada
por la teoría de los gérmenes y la tecnología contraceptiva. Recibió un golpe
mortal con el descubrimiento de la penicilina, con el subsiguiente
descubrimiento de su eficacia en destruir el bacilo infeccioso de la sífilis y
la gonorrea. La eficaz fabricación y comercialización de la penicilina a
finales de 1940 fue la innovación tecnológica y la precursora de la
emancipación sexual, que se convertiría en la marca de la revolución sexual.
La revolución sexual fue contingente también con una mayor innovación en el
control de la natalidad, particularmente por la aplicación de los nuevos descubrimientos
en endocrinología, con la fabricación de la hormona contraceptiva: la píldora.
La píldora sale por primera vez al mercado en 1960. Para las mujeres la píldora
estaba menos estigmatizada moralmente que los contraceptivos vaginales,
porque la píldora se ponía en la boca, no en la vagina, y no era necesaria una
preparación específica para el acto del coito. Se trataba de una mediación
independiente y rutinaria.
Las nuevas formulaciones de la moral en la
Era de la revolución sexual afectan a los jóvenes, bajando la edad de la
primera experiencia sexual. También afectaban a las mujeres adultas que se
permitían experimentar relaciones sexuales múltiples durante un largo periodo
de tiempo, independientemente de la procreación.
Estas nuevas formulaciones no afectaban a la
inclinación de ambos, hombres y mujeres, a experimentar el deseo de vivir
juntos y formar parejas de amor. Por contraste, afectaba a la fecha del
matrimonio, relativa al comienzo de la relación entre hombre y mujer. El antiguo
sistema pre-romano, pre- cristiano-europeo, que consistía en el derecho de
quedar embarazada -y para ello era necesario casarse-, fue revivido en una
forma diferente: adultos jóvenes vivían juntos antes de hacerse cargo de las
responsabilidades del matrimonio y del embarazo.
Puede ser tomado como un axioma que, en las
vidas individuales y en la sociedad, cualquier forma de cambio sin reparar en
las consecuencias es peligrosa y está sujeta a variables grados de desconfianza
y resistencia. No es sorprendente, por consiguiente, que las nuevas éticas de
la reforma sexual no fueran universalmente aceptadas, aún siendo diferentes y
moralmente coherentes en sus premisas. En lugar de esto fueron objeto de una
apasionada critica y penalizadas económicamente. Fueron indiscriminadamente
equiparadas con la impudicia, la promiscuidad, la depravación, la destrucción
de la familia y la desintegración moral de la sociedad.
3.Sida y antisexualismo
La lección de la historia es que esa reforma
es seguida inexorablemente, se podría decir, por una contrarreforma. Así ha
pasado con las nuevas formulaciones morales en la Era de la Revolución Sexual
que fueron seguidas por las críticas de la contrarreforma sexual y que
continúan manifestándose inexorablemente, no sólo en el macrocosmos de la
sociedad, sino también en el microcosmos de la sexología profesional. El
antise- xualismo de la era de Tissot encontró apoyo en el clima social de la
epidemia bacteriana de la sífilis. El antisexualismo de nuestra era existe en
el clima social de la epidemia viral del Sida, el llamado síndrome de la
inmunodeficiencia. La rápida propagación de la todavía no contenida epidemia
del Sida lleva consigo la propagación aún mayor de las irracionalidades y los
absurdos del antisexualismo.
Una de las manifestaciones del antise-
xualismo más terroríficas es el importante crecimiento de las falsas
acusaciones de los abusos sexuales a niños. Mientras que es una regla de la
justicia que al acusado se le considere inocente hasta que se pruebe que es culpable,
ser acusado de abusar sexual- mente de un niño es ser considerado culpable
antes de que pueda ser probado. Así, una falsa acusación de abusar sexualmente
de un niño es un arma de venganza muy importante. Como quiera que este tipo de
falsas acusaciones prolifera, colapsan el sistema de la justicia criminal,
distrayendo la atención sobre otro tipo de delitos.
Una de las mayores irracionalidades del
antisexualismo en boga es relacionar las falsas acusaciones de abusos sexuales
a niños con acusaciones de satanismo. El satanismo está usurpando el lugar
antiguamente ocupado por el onanismo, como la justificación del
antisexualismo.
Etimológicamente, en hebreo, Satán significa
adversario. Esto serviría como premonición de que la teoría del satanismo es
una teoría del adversario. Es en la Ley donde existe el adversario. No en la
medicina, ni en la ciencia, ni en el humanismo. La Sexología, siendo la ciencia
del sexo, no es un adversario, pero como todas las ciencias obedece las leyes
del consenso y de los acuerdos. Cuando fracasa esto, la sexología pierde su
identidad científica, toma una identidad ideológica y doctrinal, y se transforma
en una sexosofía.
Los practicantes de la sexosofía se convierten
en adversarios ideológicos de aquellos a los que ostensiblemente sirven. Y lo
peor es que se transforman de una manera encubierta en policías del sexo que,
brindando y simulando confidencialidad, dan información confidencial al
sistema de justicia criminal. O, dentro del sistema, se utiliza en programas de
reeducación disciplinaria, eufemísticamente llamada terapia.
Históricamente, la Sexología ha sido reconocida
como adversaria por sus padres fundadores. A finales del S.XIX y principios
del XX, estuvo ocupada no sólo en la investigación sexual, sino también en la
reforma sexual. Un aspecto de la reforma, especialmente bajo Krafft-Ebing
(1886-1903), fue el traslado de lo que hoy llamamos parafilias desde la
jurisdicción de Justicia de lo criminal hasta la jurisdicción de la Psiquiatría
forense. Se caracterizarían como una enfermedad que debe ser curada y no como
un crimen que debe ser castigado. Sin embargo, el sistema de justicia no perdió
su antiguo derecho de definir el escándalo sexual y someter a los culpables a
juicio y castigarlos. Antes bien, recluta dentro del sistema de justicia a
médicos forenses entrenados en temas sexuales, principalmente psiquiatras y
psicólogos, para servir bajo su propia ideología y mantener así el statu quo
(Coleman, 1990).
4.Renacimiento del satanismo
En la era de Krafft-Ebing, el statu quo
no incluyó el renacimiento de la ideología de la brujería, de la posesión
demoniaca o del satanismo -que habían agitado el sistema de justicia de los
siglos XVI y XVII. Esta ideología había ido perdiendo credibilidad progresivamente
a los ojos de la ley. Sin embargo, sí mantiene su credibilidad a los ojos de
la Iglesia y en la industria de los festejos. Así, ha habido siempre una
abundante fuente de materiales desde la que se ha construido en el siglo XX el
renacimiento del satanismo del siglo XVI. El periodo reaccionario de los 80
proporciona una oportunidad para su renacimiento. En Inglaterra, un periodista
del periódico El
Independiente investiga su historia (Waterhouse, 1990) desde sus
comienzos en Victoria, Brithish Columbia.
Michelle Smith y su psiquiatra Lawrence
Pazder, con el que posteriormente se casó, publican el libro Recuerdos
de Michelle (1930). En él se relatan sus recuerdos de 1976, tras
200 horas de terapia: desde que tenía cuatro años, había sido víctima de abusos
sexuales, físicos y emocionales, por parte de unos parroquianos del satanismo y
de su propia madre. Afirmaba haber sido testigo de grotescas ceremonias de
magia negra, libertinaje, asesinatos, sacrificio de niños, mutilaciones de
animales.y, además, dice que bebían extraños líquidos y sangre. Fue con Pazder
al Vaticano para alertar a la Iglesia de los peligros que acechan a los niños
por los cultos satánicos en todo el mundo. Con su libro, ambos dirigen
seminarios sobre los cultos satánicos para terapeutas expertos en abusos
sexuales, trabajadores, policía y cristianos fundamentalistas. En la
excitación de sus seminarios, la histeria contra los cultos satánicos
prolifera. Entre 1984 y 1989 cien americanos de todos los estados fueron
acusados de rituales sexuales y abuso de menores. De cincuenta casos, la mitad
fue condenada con la sola evidencia de testimonios de expertos que explicaban
cómo detectar los signos de trauma sexual en los niños y el testimonio de los
padres y de los niños que tenían a su cuidado para testificar.
5.Satanismo en California
El botón de muestra de los enjuiciamientos
en América alegando abusos sexuales a menores es el caso de McMartin Preschool
en Manhattan Beach, California (uncited, 1990). Los propietarios y profesores
de esta escuela fueron acusados por la querella de una mujer, con un doble
diagnóstico de alcoholismo y una aguda paranoia esquizofrénica, que murió en
1986 de una enfermedad relacionada con el alcohol. En Julio de 1983 dijo a su
médico que su hijo, de dos años y medio, tenía prurito anal. Ella misma tenía
una infección vaginal y es posible que hubiera podido contagiarlo. Unas semanas
más tarde, telefonea a la policía local para informarles de que había observado
sangre en el ano del niño y que le había escuchado decir algo sobre un hombre
llamado Ray, de su escuela (a quien el niño no pudo identificar en una foto de
la propia escuela). La policía pide un examen médico. El interno del hospital
establece que la rojez en el área del ano tiene que ver con la sodomía,
pero admite que no está muy instruido en temas de abusos sexuales.
Progresivamente, la madre embellece más sus acusaciones. Le dice a la policía
que el profesor Ray Buckey sostenía la cabeza de su hijo en el retrete mientras
lo sodomizaba; llevando una máscara y una capa, le tapaba los ojos y la boca,
le ataba las manos y le metía un tubo de aire por el ano; había hecho que el
niño cabalgara desnudo sobre un caballo y él mismo se había disfrazado de
bombero, payaso y Santa Claus. Dice también que los profesores de la escuela
habían pinchado al niño en los ojos con unas tijeras y que le habían puesto un
material extraño en los oídos, pezones y lengua; Ray le había pinchado un dedo
y se lo había metido en el ano de una cabra; y la madre de Ray, Peggy Buckey,
había matado a un niño e hizo que su hijo bebiera la sangre. Como adorno
adicional, la madre acusa a otros de haber sodomizado a su hijo,
particularmente a un marino, tres empleados de un club de salud y al propio
padre del niño, del que estaba separada. También acusa a una camada de perros.
Y a tres mujeres de la escuela McMartin de ser brujas y haber enterrado a su
hijo en un ataúd, y de que una de ellas había matado a su propio hijo,
cortándole la cabeza y sacándole los sesos.
El niño únicamente había asistido a la
escuela catorce días y había sido supervisado por Ray Buckey sólo dos. La
policía registra su apartamento y la escuela sin encontrar ninguna evidencia
incriminatoria. Sin embargo, los doscientos padres de los preescolares enviaron
a la policía una carta, advirtiéndoles de que sospechaban que sexo oral,
caricias en los genitales y sodomía eran algo obligado cuando los niños estaban
solos con Ray Buckey. Ningún niño reveló ninguna desconfianza o sospecha.
Preocupados los padres, fueron enviados desde la Oficina del Fiscal al
Instituto Internacional del Niño (CII), una institución especializada en la
investigación de cualquier sospecha de abuso sexual. El médico especialista de
la CII advierte a los padres que es posible que los niños del McMartin hayan
sido violados. Los niños fueron interrogados por una MSW sin título, una
autodenominada experta en abusos sexuales a menores.
Usando maniquíes y muñecas anatómicamente
correctas crea el escenario donde ella es la intérprete. Esta mujer
aplica técnicas de entrevistas standard, obtenidas de
grabaciones de vídeos que ella misma elige para apoyar sus sugestiones y
conjeturas. Ofrecerá las grabaciones de vídeo como una prueba profesional de
que ha habido abuso sexual.
Provisto con las cintas, un procurador
políticamente ambicioso, convoca un gran jurado que los acusa de ciento ocho
cargos, implicando a cuarenta y dos niños. En el curso de seis años, la
acusación gastó 15.000.000 millones de dólares en el caso y lo perdió. El
jurado puso en libertad a toda la plantilla de la escuela que había sido acusada.
No sólo las acusaciones habían sido falsas, sino que también habían sido
fabricadas por los profesionales de la industria del abuso sexual. Estos
profesionales no fueron librados de su responsabilidad por el efecto
perjudicial que causaron no sólo sobre los acusados, sino también sobre los
niños. Durante siete años, estos niños, con edades comprendidas entre los tres
y cinco años y los once y trece, fueron presionados para construir una biografía,
con el fin de determinar un posible pago por daños. Hacer un lavado de cerebro
para incorporarlo a la fabricación de cada biografía es, así mismo, una forma
de abuso traumático y una fuente de psicopatología. Sus consecuencias persisten
para toda la vida.
6.Satanismo en
New Jersey e Inglaterra
No superado por el caso de California,
Maplewood, New Jersey, en el Este, tiene como escenario de su propio caso la
guardería Wee Care Day Nursery (Rabinowitz, 1990). Margaret Kelly Michaels,
una aspirante a actriz y estudiante de Arte Dramático en Nueva York, tenía en
Maplewood un contrato de trabajo de siete meses, entre 1984-1985. Su acusación
fue acelerada por la observación de un niño de cuatro años, cuando la enfermera
de su pediatra le tomó la temperatura rectal. Jugando, dice que su profesora le
hizo lo mismo también durante la siesta. El pediatra le dice a su madre que
llame a la Agencia de Protección Infantil del estado. De allí se la remite a la
Unión contra el Abuso Sexual de la provincia, que inicia una investigación.
Sobre la base de unas cintas de vídeo, en la que se obtienen confesiones
forzadas de veinte niños de 3 a 5 años, Michaels fue acusada de abuso sexual,
violación y de agredirles con cuchillos y tenedores. En 1988, con 26 años, fue
sentenciada por un jurado de New Jersey a cuarenta y siete años de prisión.
El abuso sexual a menores, como una práctica
del satanismo, no es una prerrogativa americana, como queda en evidencia en el
informe Waterhouse (1990). Este informe fue presentado en la 4a
Conferencia Internacional sobre el incesto y los problemas originados por
éste, celebrada en Londres, en Agosto de 1990. Sue Hutchison, de Londres, se
autoproclama víctima de abuso durante 16 años en un ritual de sata- nistas. Les
aconseja a los delegados que se pongan en contacto con personas que hayan sido
objeto de abusos satánicos. En 50 casos se informó sobre canibalismo. Se
afirmaba que fetos humanos habían sido asesinados y comidos por miembros de
círculos sexuales satánicos y que bebés prematuros habían sido sacrificados.
Los niños habrían sido colgados por los pies y suspendidos sobre sierras
eléctricas. Los abusos sexuales incluían violación, sodomización y bestialis-
mo. Norman Vaughton, un psicoterapeuta de Nottingham, habla a los delegados de
una estimación 10.000 sacrificios humanos en América, muchos de ellos de fetos
que fueron engendrados especialmente para el sacrificio.
7. La industria
del abuso sexual
Muchas de las violentas alegaciones de
satanismo podrían ser fácilmente repudiadas, no como una teoría del abuso
sexual a menores, sino como la fantasmagoría de una mente enferma. Sin embargo,
lo que no puede ser descartado, es la existencia de una perfecta industria
basada en el abuso sexual y dedicada férreamente a incluir el abuso sexual a
menores en la definición legal de la edad de la infancia, definida en Estados
Unidos como el período comprendido entre el nacimiento y los 18 años. Las
acusaciones de sospecha de abusos satánicos son el extremo. Los cargos no
satánicos de sospecha de abuso sexual, vejaciones e incestos son los más
abundantes. No está en discusión la existencia de abusos, como queda claro,
por ejemplo en Williams y Money (1980), sino la sospecha o acusaciones no
probadas de ellos.
La industria del abuso sexual se ha desarrollado
bajo la influencia de los arquitectos de la contrarreforma sexual y se pone a
su servicio como un agente de la contrarreforma. Será tarea de los futuros
historiadores el determinar el grado en el que la contrarreforma sexual ha
sido orquestada por un liderazgo antisexual, organizado por las Agencias de
religión y gobierno, en la ley y por los políticos. Se puede dar por seguro que
esto no ha sucedido por casualidad. Sin embargo, cuanto más fuerte es la marea,
mayor es el número de cómplices arrastrados por ella.
Antiguamente, la industria del abuso sexual
seguía un camino soterrado, que no encontraba resistencia en los trabajadores.
En prospectiva, los trabajadores siguieron la corriente de los cheques de pago,
como las gaviotas siguen el camino equivocado. En su mayor parte, habían sido
preparados para el trabajo social. O bien en psicología, para ejercer como
consejeros o para otros servicios de la salud pública. La mayoría no tenía un
conocimiento de los principios básicos de la historia de la sexología. Sus
servicios fueron requeridos predominantemente en casos no auténticos de abuso
sexual, sino de sospecha de abuso sexual y en infundadas acusaciones de
divorcio y custodia de los hijos. En muchos casos la única evidencia de abuso
sexual fue arrancada a los niños por ellos mismos (Coleman, 1984, Besharov,
1985).
Casi veladamente, aunque sea falso, se acepta
el dogma de la industria del abuso sexual de que los niños nunca mienten sobre
el sexo. Un corolario, también falso, es que las fantasías de los niños son
incapaces de pseudología fantástica. Con el camino aclarado así, para darles
ostensiblemente acceso directo a la verdad absoluta, a través de jóvenes y
niños, los trabajadores de la industria sexual tuvieron las manos libres para
desarrollar sus inquisitoriales métodos de interrogación (Coleman, 1990). El
catálogo de indicios de comportamiento de abuso sexual se tomó prestado del
catálogo de indicios de masturbación del S. XIX (Money, 1985).
Los trabajadores de la industria del abuso
sexual están acomodados respetablemente en la comunidad profesional como miembros
de las sociedades profesionales. Ni siquiera la credibilidad de lo científico o
lo ético de sus prácticas ha sido examinada por estas sociedades. La Sexología
profesional ha sido y continua siendo culpable en este aspecto. Por no hacer
nada, la sexología aprueba de hecho el antisexualismo, que será su propia
némesis, del mismo modo que la aprobación de la eugenesia social se convierte
en la némesis de la sexología bajo Hitler.
Mientras que en el S. XVIII la doctrina
antisexual del onanismo comienza en Europa y emigra a América, en el S. XX la
emigración de la doctrina del abuso sexual del satanismo ha seguido otro
camino. No es que América haya exportado su antisexualismo, sino, más bien,
que los otros países han ido siendo preparados para el antisexualis- mo, por
los mismos cambios tecnológicos y demográficos que primeramente habían preparado
el camino del antisexualismo en América.
8.Peligros del antisexualismo
Los peligros del antisexualismo en América no
se restringen al satanismo y abuso a menores. Otra clase de peligros acecha a
la Sexología americana, identificados en el siguiente catálogo selectivo:
-
Censura
explícita en materia de educación sexual y cursos, incluyendo especialmente
aquellos dedicados a la auto- protección contra el Sida, independientemente de
la edad. Incluso para adultos, en el caso de homosexuales.
-
Instrumentación
oficial en los medios y en la prensa de una cruzada contra la pornografía,
basada en el dogma ideológico explícito de que la representación de los
genitales y el comportamiento erótico explota a las mujeres y perjudica a los
niños.
-
Extensión
legislativa en 1984, aumentando el periodo de la infancia de 16 a 18 años, y
prohibición de mostrar los genita-
les en cualquier medio de comunicación a
cualquier persona que tenga menos de 18 años, incluyendo obras de arte y fotos
en las que aparezca un menor desnudo bañándose.
En casos de pedofilia, trampas y arrestos
oficiales realizados por agentes disfrazados y utilizando cebos.
Discriminación administrativa y judicial
contra lesbianas y gays.
Por ejemplo, para hacer el servicio militar, en Aduanas y, hasta muy
recientemente, para otorgar permisos de entrada en Estados Unidos. Restricción
selectiva, tanto dentro del país como en el extranjero, a la tecnología
contraceptiva o abortiva para regular la densidad de la población o el número
de miembros de una familia. Indiscriminada y estática patologización de los
embarazos en las adolescentes y de la maternidad o paternidad en padres
solteros.
Estática inflación de la incidencia de casos
llamados de violación o abuso sexual, extendiendo las definiciones de violación
y abuso sexual, para incluir respectivamente violaciones por familiares y toques
deshonestos.
Adopción de una terminología judicial
criminológica dentro del vocabulario clínico, ostensiblemente no judicial. Por
ejemplo, víctima, sobreviviente, vejaciones, ofensa, ofender y reincidencia.
Fabricación y tratamiento de una nueva enfermedad, la adicción sexual, contrapartida
de la espermatorrea del S.XIX. Proscripción de categorías seleccionadas en la
investigación sexual, oficialmente justificada y rayando la ilegalidad (p.e.
sexualidad infantil); invasión, aislamiento (e.g. a new Kinsey survey); y
sensibilidad personal (historias de la clínica sexológica).
La conclusión más tajante que se extrae de
este inventario es que la Sexología Científica está en peligro de ser tragada y
consumida en las fauces del monstruo del antisexualismo epidémico, del que el
satanismo y el abuso sexual a menores son sólo dos de sus componentes. La
vulnerabilidad de la sexología es que ésta exista, no como una ciencia definida
y coherente, sino fragmentada y dispersa entre las ciencias biológicas,
médicas y sociales. Está peligrosamente dividida entre antiguos valores de
naturaleza versus
educación, nuevamente conceptualizados como biológico versus social.
Escasea el trabajo sobre vocabulario de
términos y conceptos, así como un diagnóstico gnoseológico internacional con
consensos teóricos imprescindibles. De ello resulta la poca preocupación
teórica de muchos profesionales de su campo. Existen pocos institutos
universitarios que garanticen una graduación con peso social relevante. Por
ello es muy importante el fomento y la protección de programas de formación en
Sexología con seriedad y rigor. Todo ello conduce y es fruto de la carencia de
programas de acción política global. A todos estos déficits es preciso añadir
la ausencia de fuentes seguras de financiación.
Mi pesimismo se vería suavizado si todos los
delegados de este 10° Congreso Mundial de Sexología volvieran a sus países con
la resolución de estar más atentos de lo que han estado sus colegas
norteamericanos en la defensa de la integridad teórica y de la práctica
profesional de la Sexología como disciplina exigente y rigurosa. Ello podría
contribuir a neutralizar esa corriente de anti- sexualismo epidémico que
avanza.
Amsterdam, 18 de Junio de 1991
María Lameiras*
El incremento
de la transmisión del VIH a través de las relaciones heterosexuales ha propiciado
que cada vez sea mayor el número de adolescentes y adultos jóvenes,
especialmente mujeres, que durante esta fase evolutiva se ponen en contacto con
dicho virus. Esta situación ha evidenciado la necesidad de un amplio y
profundo estudio sobre la conducta sexual de estos colectivos. Un estudio de la
sexualidad que nos permita identificar las principales variables asociadas. Es
por tanto el objetivo de este trabajo llevar a cabo una revisión de los
trabajos mas significativos en torno a las variables psicosociales que
condicionan la expresión de la sexualidad en los más jóvenes. Las principales
aportaciones de dichos estudios nos permiten concluir que las variables
individuales no son suficientes para explicar el comportamiento sexual de
riesgo de los/as más jóvenes. Es necesario, por tanto, incorporar variables
interpersonales, ya que la actividad sexual no es una conducta individual, así
como variables sociales y contextuales, ya que la actividad sexual se
desarrolla en un determinado contexto y realidad social. A partir de estos
resultados concluimos que los programas de promoción de la salud sexual no
deben dirigirse a trabajar variables exclusivamente a nivel individual, tal
como propugnan los principales modelos explicativos de la conducta humana en
general y sexual en particular (Modelo de creencias de salud de Becker, 1974;
Modelo de la Acción Razonada de Fishbein y Ajzen, 1975;). Se hace necesario
dirigir la intervención también hacia las variables interpersonales y sociales,
lo que dificulta y com- plejiza el proceso de prevención, pero solamente así
podrá ser más eficaz.
Palabras
clave: Conductas sexuales de riesgo, Sexualidad en adolescentes, Sexualidad y
variables psicosociales, Sida.
TEENAGERS
AND YOUNG PEOPLE SEXUALITYIN THE AIDS ERA The increase in HIV transmission
through heterosexual relations has favoured the increa- singly number of
teenagers and young adults, specially women, who, during this evolutio- nary
stage come into contact with this virus.This situation has made evident the
need for a exhaustive study on the sexual conduct of these groups. A study of
the sexuality which allows us to identify the main associated variables. It is
therefore the aim of this paper to carry out a review of the most significative
studies about the psychosocial variables which determine the expression of
sexuality in the youngest. The main contributions of these studies allow us to
conclude that the individual variables are not enough to explain the sexual
behaviour of risk of the youngest. It is necessary, therefore, to add
interpersonal variables, because the sexual activity is not an individual
conduct, as well as social and contextual variables, because the sexual
activity takes place in a given context and social reality. From these results
we conclude that the programs of promotion of sexual health must not be
directed to work on variables exclusively on an individual level, as it is
suggested by the main explicative models of the human conduct in general and
sexual conduct in particular (Becker’s Model of Health Beliefs, 1974 ; Fishbein
and Ajzen's Model of the Reasoned Action, 1975). It is necessary to focus the
intervention also on the interpersonal and social variables, which renders
difficult and complex the prevention process, but only this way it will be more
effective.
Keywords
: Aids, sexuality in teenagers, sexual practices of risk, sexuality and psychosocial
variables.
Introducción
Desde el modelo biomédico tradicional se
enfatiza el papel preponderante que sobre nuestra Salud tienen los agentes
infecciosos. De tal modo que la medicación aminorativa de la sin- tomatología y
la reparación del daño físico constituían las principales fuentes de intervención
para alcanzar el objetivo de Salud, concebida como ausencia de enfermedad. Sin
embargo, las limitaciones de este enfoque para abordar las amplias dimensiones
que se consolidan en las últimas décadas en la concep- tualización de Salud
(OMS, 1978) han propiciado el desarrollo de nuevas aproximaciones. Surge así a
finales de la década de los setenta un nuevo modelo, el modelo biopsicosocial
(Engel, 1977), un modelo multidimensional en función del cual la salud y la
enfermedad no son únicamente concebidas como la presencia/ausencia de un
deterioro físico, sino como el producto de las interacciones entre los factores
biológicos y psicosociales. Concediendo a estos últimos un protagonismo
largamente obviado desde la aproximación biomédica, pero indispensable para
comprender los complejos procesos que mediatizan el binomio salud/enfermedad
cada vez más vinculado a los comportamientos y estilos de vida de las personas.
Será la aparición de la infección VIH/Sida a
principios de la década de los ochenta la que mejor ha ejemplificado el
abordaje biopsico- social haciendo evidente la vinculación existente entre
comportamiento y salud. Y, además, gracias a la contextualización que dicho
modelo aporta, es posible identificar las particulares interacciones que se
establecen entre las variables biológicas y psicosociales para abordar el
tratamiento de las personas con la infección VIH/Sida.
La rápida expansión, desde que en 1981 se
identificara el primer caso, le ha conferido a la infección VIH/Sida el
carácter de pandemia y la ha convertido en uno de los problemas de salud
pública más importante de las últimas décadas. Lo que ha derivado hacia su
prevención y tratamiento cuantiosos recursos materiales y humanos. Pero es
precisamente el hecho de que la infección VIH/Sida sea una “enfermedad
conductual” la que coloca a ésta en una dimensión controlable por parte
del sujeto, ya que son determinadas conductas las que ponen al sujeto en
contacto con el VIH y con la posibilidad de infectarse con dicho virus. De las
formas de contagio, sanguínea, sexual y vertical, es la transmisión heterosexual
la principal vía de transmisión a nivel mundial, al representar la principal
vía de contagio en países del continente africano y asiático, en los que se
agrupa el mayor número de personas infectadas, y constituye la principal vía de
contagio en aumento en los países occidentales.
El incremento de la transmisión del VIH a
través de las relaciones heterosexuales ha propiciado que cada vez sea mayor
el número de adolescentes y jóvenes, especialmente mujeres, que durante esta
fase evolutiva se ponen en contacto con dicho virus. Esta situación ha
evidenciado la necesidad de un amplio y profundo estudio sobre la conducta
sexual de los/as adolescentes y adultos jóvenes. Estudio de la sexualidad que
nos permita identificar los principales correlatos psicosociales que condicionan
su expresión. Ya que solo a través del estudio de las variables que explican y
determinan la actividad sexual será posible identificar los límites y
posibilidades que la intervención sobre la conducta sexual brinda en la lucha
contra el Sida.
Sin duda será el éxito conseguido en la
modificación de conductas de riesgo e instauración de estilos de vida pro-salud
lo que determinará la evolución de esta pandemia, ya que la consecución de
tratamientos eficaces y/o una vacuna que evite el contagio no parecen una meta
cercana, y aún en caso de disponerse en un futuro más o menos cercano no será
un recurso accesible para todas las personas en el mundo. De modo que
la prevención constituye el gran reto y al mismo tiempo la gran esperanza en
la lucha contra la infección VIH/Sida. Pero, como veremos, instaurar conductas
prosalud, mantenerlas o modificar las conductas de riesgo constituye un
complejo proceso sobre el que aún nos queda mucho por hacer.
La vulnerabilidad de los/as adolescentes y
jóvenes al contagio del VIH
Alcance de la
infección VIH/Sida en los/as adolescentes y jóvenes En España el
último registro disponible, a fecha de actualización del 31 de diciembre de
1999, el número de casos acumulados de Sida asciende a 53.094 (el 19 % son
mujeres). Y aunque la mayoría de las infecciones se han producido por
intercambiar material de inyección en UDVP, la presencia de la transmisión heterosexual
se ha incrementado en los últimos años. Representa el 17 % de los nuevos casos
de hombres diagnosticados con Sida en el último año, porcentaje que se
incrementa en el grupo de mujeres al representar esta vía de contagio el 35 %
del total de casos de mujeres diagnosticadas con Sida durante 1998. El 13 % de
las mujeres con Sida en 1998 tienen entre 13 y 24 años, junto al 8 % de chicos
en dicha franja de edad diagnosticados con Sida del total de hombres. No
obstante, la mayoría de las personas con Sida se encuentran en la franja de
edad de 25 a 34 años (57 % del total) y, si tenemos en cuanta el largo período
que transcurre desde la infección al desarrollo del Sida, incrementado en los
últimos años gracias a los nuevos tratamientos antirretrovirales, podemos
concluir que para la mayoría de las personas diagnosticadas con Sida, en
nuestro país, el contagio del VIH se ha producido durante la adolescencia o
primera juventud.
Las estimaciones a nivel mundial confirman
esta tendencia. El número global de infectados/as con el VIH es de 33.4
millones de personas, de las que 5.8 millones se infectaron durante 1998, lo
que representa un incremento del 10 %, de los que 4 millones se concentran en
los países del Africa Sub-Sahariana. Del total de personas infectadas durante
1998, la mitad son jóvenes entre 15 y 24 años, de los que un 40 % son mujeres,
siendo la principal vía de contagio las relaciones heterosexuales desprotegidas
(Publicación Oficial de Seisida, 1999).
Por tanto, el período de la adolescencia y
primera juventud constituye el momento de mayor vulnerabilidad a la infección
con el VIH, momento en el que se produce para la mayoría el contagio, y son las
relaciones heterosexuales desprotegidas la conducta de riesgo responsable del
mayor número de contagios, especialmente para las mujeres. Esta realidad ha
llevado a la OMS a considerar al colectivo de adolescentes y mujeres como
grupos diana hacia los que dirigir prioritariamente los esfuerzos preventivos,
estimulando la investigación sobre las variables que explican y condicionan la
conducta sexual de los más jóvenes para poder desarrollar programas que
permitan el desarrollo de una actividad sexual más segura y satisfactoria.
Características psicológicas de los/as
adolescentes y jóvenes que condicionan su vulnerabilidad
Sabemos que los/as adolescentes y jóvenes
constituyen el colectivo más vulnerable para la transmisión heterosexual de la
infección VIH/Sida, y en las propias características que se identifican en esta
etapa evolutiva se puede encontrar alguna explicación a este fenómeno. Ya que,
a pesar de la variabilidad esperable y deseable, existen una serie de elementos
que homogenizan en mayor o menor medida a este colectivo, que pueden constituir
unas “señas de identidad” y, por tanto, de autoafirmación consciente. Estas
características pueden representar fuerzas claramente divergentes para la consecución
de una actividad sexual protegida.
La búsqueda de sensaciones
constituye una de las características más significativas de los/as adolescentes
(Font,1990), definida por Sheer y Cline (1995), en relación a la actividad
sexual, como una proclividad a participar de más y más experiencias sexuales
producto de una actividad vital donde predomina el espíritu aventurero, la
deshibición y una cierta rebeldía e impulsividad. La búsqueda de sensaciones
fuertes está condicionada por la necesidad de experimentación y atracción inevitable
por el riesgo, que se erige como un valor dentro de la cultura
juvenil y que puede llevar consigo una irreflexiva impulsividad. La
impulsividad es incompatible con una conducta sexual protegida, ya que para
que ésta se lleve a cabo es necesario planificar y programar la conducta, y
poder así incorporar los mecanismos de protección. Esta necesidad de
experimentación que podemos encontrar en los/as adolescentes y jóvenes también
puede ayudarnos a explicar las conductas de consumo de drogas y/o alcohol (del
Barrio y Alonso, 1994) y las repercusiones, que como veremos, puedan tener en
el ejercicio de una actividad sexual desprotegida.
Por otro lado, en los/as adolescentes y jóvenes
se da una baja percepción
de vulnerabilidad a eventos negativos, también denominada ilusión de
control, que viene condicionada por la sobrevaloración de sus
capacidades y posibilidades. Esta baja percepción de vulnerabilidad permite
que se desarrolle, como resultado de un optimismo no realista, la distorsión
denominada primus
inter pares. En función de esta distorsión, los más jóvenes
subvaloran su riesgo personal y, en la comparación con otros sujetos de
similares características, se perciben como más invulnerables y con capacidad
de controlar el riesgo, lo que dificultaría la consecución de una conducta
sexual protegida. La baja percepción de riesgo para la transmisión heterosexual
del VIH es confirmada también por las investigaciones en nuestro país (Bayés,
Pastells y Tuldrá, 1995, 1996; Lameiras, 1997; Lameiras, 1997; Lameiras y
Failde, 1998).
Otra característica relevante en el colectivo
de adolescentes es la Influencia de las normas y valores del grupo de iguales
a los que supeditan en gran medida su conducta. El grupo de iguales
influye sobre los valores, creencias, normas y conductas saludables o de riesgo
actuando como fuerzas centrífugas o centrípetas hacia la consecución de
conductas protegidas o de riesgo. Brown, DiClemente y Reynolds (1991) plantean
que obviar la influencia del grupo de iguales en la conducta de los/as
adolescentes explicaría los fracasos a la hora de explicar y predecir la
conducta sexual protegida. La importancia que el grupo de iguales tiene a la
hora de abordar la conducta sexual en los/as adolescentes, explica los
positivos efectos que la utilización de coetáneos tiene como agentes de salud
en las campañas preventivas (Svenson y Johnson, 1993)
La Búsqueda de resforzadores inmediatos constituye
otra característica que, aunque no exclusiva de la adolescente, puede
constituir un elemento muy significativo de esta etapa evolutiva. Y, si
tenemos en cuenta que los comportamientos sexuales desprotegidos tienen consecuencias
gratificantes inmediatas, frente a la demora de la gratificación que es
necesario asumir en los comportamientos preventivos, es más probable que sean
estos últimos los que se lleven a cabo. En un colectivo que busca la inmediatez
del refuerzo e intenta evitar la demora (Bayés, 1992), es lo que sin duda
dificulta la consecución de comportamientos sexuales protegidos.
Además el colectivo de adolescentes y jóvenes
presenta evidentes Deficiencias
o inadecuada formación en el ámbito de la sexualidad. La
ausencia de una estructurada educación sexual en la escuela dentro de programas
más amplios de Educación para la Salud, junto a la improbable formación llevada
a cabo por las madres y padres en el contexto familiar, hacen de los jóvenes un
colectivo escasamente formado, dejando a un lado loables excepciones. El
objetivo de estos amplios programas de Educación para la Salud es desarrollar
estilos de vida saludables, ya que como nos recuerdan Costa y López (1998, p.
34) “las prácticas de salud y/o de riesgo no son conductas aisladas, ni
aparecen sin orden y sin concierto. Por el contrario entrañan verdaderas
constelaciones de comportamientos más o menos organizados, más o menos
complejos y coherentes, más o menos estables y duraderos y, todos ellos,
fuertemente impregnados del ambiente o entorno en el que viven los niños y
adolescentes. A estas constelaciones de comportamientos las denominamos estilos de
vida”.
En nuestro país la educación sexual se encuadra
en el marco de la Educación para la Salud, contenido transversal del curriculum
educativo desde la implantación de la LOGSE (Nieda, 1992). Sin embargo, a pesar
de su atractivo e indudable justificación científica, la trans- versalidad no
ha podido garantizar una adecuada educación sexual para los/as menores y
adolescentes. Como plantea López (1990) la transversalidad de la educación
sexual se convierte en una “falacia” o cuando no en una forma abierta de
negar la sexualidad. Por su parte Font (1996 p. 161) defiende que “estamos
todavía muy lejos de los mínimos aceptados y que el conjunto de los programas y
de las intervenciones carecen de suficiente peso específico”. Frente a la
escasa formación en educación sexual en los últimos años, han proliferado los
programas exclusivamente dirigidos a la prevención de riesgos vinculados a la
actividad sexual durante la adolescencia. En estos programas se maximiza la
vinculación sexualidad- peligro en un colectivo en el que no se ha trabajado
previamente una visión erotofílica de la sexualidad para poder alcanzar el
objetivo de una sexualidad no solamente protegida, sino y lo que
es muy importante también, una sexualidad satisfactoria.
La conducta sexual de los/as adolescentes y
jóvenes
La adolescencia y primera juventud constituye
el período en que se inicia mayoritaria- mente la actividad sexual coital, cuya
desprotección implica riesgos tanto para la transmisión sexual del VIH, y
otras Enfermedades de Transmisión Sexual, como para la consecución de Embarazos
no Deseados.
Welling, Wadsworth, Johnson, Field, Whitaker
y Field (1995) recurriendo a datos obtenidos en muestras de jóvenes ingleses,
constatan la reducción en el inicio de la actividad sexual coital durante las
pasadas cuatro décadas. Reducción que supone una media de cuatro años para las
chicas y de tres años para los chicos, estableciéndose la equiparación entre
sexos e identificándose los 17 años como media para ambos. Datos convergentes
con los obtenidos en muestras Norteamericanas. Así
Udry, Kovenock, Morris y van der Berg (1995)
establecen en 17,5 años la medida de edad en el inicio de la actividad sexual
coital de las jóvenes americanas.
En España la mayoría de los datos obtenidos
representan a adolescentes escolarizados, y muestran la menor actividad sexual
coital al compararlos con los jóvenes de países de su entorno socioeconómico.
Actividad sexual coi- tal que aglutina aproximadamente al 50 % de los sujetos
escolarizados con una edad media de 20 años (Bayés, Pastells y Tuldrá, 1996; García,
Avis, Cobos, Biurrun, Eslava, Rodrigo, Padilla y Tinajas, 1995; Lameiras 1997;
Lameiras y Failde, 1998). Por su parte López, Levy, Samson, Frigault, Lamer y
Lew (1993) confirman la equiparación entre sexos que se está produciendo en los
últimos años en relación a la primera experiencia sexual coital.
Las características que contextualizan las
primeras relaciones sexuales coitales hacen de estas un momento especialmente
vulnerable para prácticas sexuales desprotegidas. En la mayoría de los casos se
lleva a cabo sin planificar, es decir, sin preveer la posibilidad de que la
actividad sexual se puede realizar y, con ello, la posibilidad de que se
utilice un método anticonceptivo y preventivo eficaz. La falta de formación
en el ámbito de la sexualidad, por tanto el desconocimiento, los miedos y
creencias vinculados a la actividad sexual, y los costes asociados a
reconocerse sexualmente activos favorecen la negación de la posibilidad de que
se produzca un encuentro sexual. Ya que convergen fuerzas contrarias, unas
potenciando la expresión por el deseo de experimentar nuevas experiencias, la
presión del grupo de iguales hacia su manifestación; y, por otro lado, las
fuerzas dirigidas hacia su evitación desde el medio familiar y el contexto
social en el que está inmerso. Todo ello explicaría las dificultades de los/as
adolescentes para disponer de los conocimientos, habilidades y recursos necesarios
para poder desarrollar una actividad sexual protegida.
Por otro lado la fuerte vinculación entre
actividad sexual y sexo con penetración dificulta la posibilidad de que los/as
adolescente y jóvenes llevan a cabo conductas sexuales alternativas que no
impliquen riesgos si no se disponen de métodos preventivos. En el trabajo de
Bimbela y Cruz (1996) los/as adolescentes encuestados consideran la
penetración vaginal como la representación social más asociada a las
relaciones sexuales. Que el sexo es penetración y que esta es esencial para un
sexo satisfactorio dificulta la posibilidad de percibir otros tipos de actividades
sexuales como alternativas, con las que disminuir el riesgo vinculado a las
prácticas sexuales coitales desprotegidas. Además durante la adolescencia
también puede ser factible la práctica de sexo anal, para autoconsiderarse no
activos/as sexualmente o como método anticonceptivo (Campbell, 1995).
Y ya que la práctica de sexo anal receptivo
sin protección constituye la actividad sexual que implica el mayor riesgo en la
transmisión sexual del VIH, con esta actividad se estaría asumiendo, sobre todo
para las chicas, el mayor riesgo.
La experimentación con las drogas y/o alcohol,
lo que no es infrecuente durante la adolescencia, puede suponer un riesgo
añadido a la propia actividad sexual, al disminuir el control y con ello una
práctica sexual protegida (Clapper y Lipsitt, 1991). Sin embargo las conclusiones
del trabajo de Senf y Price (1994) cuestionan dicha relación. Por su parte
Fortenberry (1995) plantea, en relación a esta cuestión, que el hábito de
utilización del preservativo es el mejor predictor de su uso, independientemente
de la presencia/ausencia de consumo previo de drogas. Pero este autor comprueba
como, en aquellas personas que no presentan el hábito de uso, el consumo de
drogas y /o alcohol puede favorecer la ejecución de conductas de riesgo. Por
tanto se hace necesario desarrollar nuevas investigaciones en las que se
establezcan las condiciones en las que es posible que se produzca la relación
entre conductas de riesgo y consumo de drogas y/o alcohol (Lewis, Malow e
Ireland, 1997).
Teniendo en cuenta todas estas cuestiones a
las que hemos hecho alusión, podemos anticipar que es poco probable que la
conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes se lleve a cabo con la
protección necesaria para evitar los riesgos vinculados a la desprotección.
Uso del preservativo
El preservativo, masculino y femenino,
constituye un método de barrera física y química tanto para la transmisión del
VIH como para el paso de espermatozoides y, por tanto, puede cumplir una doble
función anticonceptiva y profiláctica para la transmisión de Enfermedades
Sexuales como la infección VIH/Sida. Y aunque disponemos de otros métodos
anticonceptivos, incluso más eficaces para evitar embarazos no deseados, los
preservativos, masculino y femenino, constituyen los únicos recursos
preventivos de que disponemos para evitar el contagio del VIH durante la actividad
sexual con penetración.
Estas importantes funciones han favorecido
la popularidad que este método ha experimentado en las dos últimas décadas,
incrementándose significativamente su uso. Sin embargo cuando hablamos de preservativo
en la mayoría de los casos nos estamos refiriendo al preservativo masculino,
ya que, a pesar de las ventajas vinculadas a la utilización del preservativo
femenino, que permite a la mujer ejercer un mayor control en la autoprotección,
todavía existe una escasísima utilización de este profiláctico, en sintonía con
la escasa documentación científica disponible (Witte, El- Bassel, Wada, Gray y
Wallace, 1999).
Aunque la mayoría de los jóvenes españoles
hoy en día conoce y reconoce el papel protector que frente al VIH/Sida tiene
el preservativo, no todos/as los adolescentes lo utilizan, siendo aún menor el
porcentaje de jóvenes que lo utilizan de forma sistemática, ya que solamente
el uso sistemático puede constituir una auténtica protección frente al VIH. Los
estudios encaminados a identificar la probabilidad de uso en población
adolescente escolarizada en nuestro país (Bayés, Pastells y Tuldrá, 1996;
Lameiras y Failde, 1998) muestran que, en torno a un 50 % de los/as
adolescentes sexual- mente activos, con una edad media de 20 años, lo usan
sistemáticamente en sus encuentros sexuales coitales. Lo que supone que aproximadamente
un 50 % de adolescentes y jóvenes están manteniendo una actividad sexual desprotegida
a través de la que es posible se pongan en contacto con el VIH. Aunque la
probabilidad real dependerá de la tasa de infectados/as que exista en su
entorno, de la infectabilidad de la cepa, de la frecuencia de las conductas de
riesgo y de la ejecución de prácticas sexuales que impliquen el mayor riesgo
en la transmisión, lo que impone una gran variabilidad en la probabilidad de
contagio.
En otros trabajos con muestras españolas,
pero de adolescentes estudiantes de enseñanzas secundarias, como el
desarrollado por Oráa
(1996) , utilizan
siempre el preservativo el 47 % de los sujetos de la muestra, siendo utilizado
en la primera relación por el 66 %. Estos datos convergen con los obtenidos por
Aláez, Mayor de la Torre, Madrid, Bavín y Melero (1994) en una muestra de
sujetos con una media de edad de 17 años. Por su parte Arnal y Gil Llario
(1994), con una muestra de 1.135 jóvenes de las provincias de Valencia y
Castellón, solamente el 25 % de los chicos entre 17 y 18 años utiliza
preservativo en sus relaciones sexuales frente al 29 % de las chicas; en el
rango de edad de 19 a 24 años se incrementó su uso al 50 % de los chicos y el
40 % de las parejas sexuales de las chicas encuestadas. El mayor uso del
preservativo por los chicos encuestados que por las parejas de las chicas
encuestadas, se confirma también en otros trabajos (Lameiras y Failde, 1988,
Lameiras et
al., 1999). Y se constata un mayor uso en aquellos/as que lo han
usado en su primera relación coital. Lo que demuestra la importancia de
habituar dicha conducta y de que la educación sexual se anticipe al momento en
el que se inicie la actividad sexual en los jóvenes.
Así mismo, a medida que aumenta la edad y la
percepción de estabilidad de la relación, el uso del preservativo disminuye,
siendo sustituido por otros métodos anticonceptivos, especialmente la píldora
(Lameiras et
al., 1999). A mayor frecuencia de actividad sexual, menor uso del
preservativo, lo que puede explicarse porque la mayor frecuencia puede estar
vinculada a la existencia de una relación más estable y producirse el cambio
hacia otros métodos (ej. la píldora). Es más probable que se use con una
pareja sexual casual o esporádica y menos frecuente con una pareja percibida
como afectiva. Siendo el tipo de relación afectiva la que caracteriza las
relaciones sexuales de la mayoría de los/as adolescentes y jóvenes, siendo
además altamente probable que se tenga más de una pareja a lo largo del periodo
adolescente. De modo que las prácticas sexuales consideradas en el marco de
una relación afectiva no garantizan la protección frente a Enfermedades de
Transmisión Sexual, especialmente la infección VIH/Sida, por lo que estos
jóvenes en “monogamia seriada” que no llevan a cabo prácticas protegidas están en
situación de riesgo no asumido en la transmisión de enfermedades sexuales como
es la infección VIH/Sida. Y, como plantea Bayés (1999), es necesario difundir
los conceptos de “monogamia protectora” y “monogamia no protectora”, así como
los requisitos que debe reunir la primera para ser considerada como tal. Ya
que la “monogamia seriada” quedaría incluida en el tipo de “monogamia no
protectora”, lo que ha de ser reconocido y asumido por los jóvenes.
Obstáculos conductuales para un sexo
heterosexual más seguro en los/as adolescentes y jóvenes Variables
individuales La necesidad de abordar el estudio de la conducta
sexual para explicar y poder modificar aquellas actividades que implican
riesgo en la transmisión del VIH, a través de las que poder “garantizar” una
conducta sexual protegida, especialmente en los más jóvenes, ha favorecido el
desarrollo de diversas formulaciones teóricas. Unas desarrolladas para comprender
la conducta humana en general y aplicadas específicamente al estudio de la
sexualidad dentro de la problemática que la infección VIH/Sida plantea, y otras
que emergen específicamente para abordar dicha problemática. Los modelos más
influyentes y que han generado una mayor cantidad de investigación en el campo
de la conducta sexual protegida para evitar el contagio de Enfermedades de
Transmisión Sexual, especialmente la infección VIH/Sida, son los modelos de
“toma de decisiones" que se asientan en una concepción del ser humano como
ser racional que construye unas intenciones conductuales a través de la
valoración activa de los costes y beneficios de una conducta particular
(Helweg-Larse y Collins, 1994).
Entre los modelos conductuales más importantes
para explicar la conducta en general y que se incluyen dentro de los modelos de
“toma de decisiones" destacan: el Modelo de Creencias de Salud (Becker,
1974; Rosenstock, 1974); la Teoría de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen,
1975; Ajzen y Fishbein, 1980) la Teoría de la Conducta Planeada (Ajzen, 1985;
Ajzen y Madden, 1986); la teoría de Autoeficacia de Bandura (1977, 1986). Entre
los modelos desarrollados específicamente para explicar conducta sexual de
riesgo en la pandemia del Sida destacan: el modelo de Reducción de Riesgos del
Sida (ARRM) propuesto por Catania, Kegeles y Coates (1990) y el modelo de
Información Motivación y Habilidades Conductuales (IBM) propuesto por Fisher y
Fisher (1992). Aunque estos modelos incluyen un amplio rango de variables
individuales podríamos identificar las cinco más relevantes: conocimientos,
actitudes, norma social percibida, percepción de riesgo y auto-eficacia.
Conocimientos. La amplia
diseminación de información en relación a la infección VIH/Sida y las vías de
contagio ha propiciado la presencia de una juventud bien informada en relación
a estas cuestiones (Lewis, Malow e Ireland, 1997). Aunque, como censuran
algunos autores, otras Enfermedades de Transmisión Sexual como la sífilis o
gonorrea son mucho menos conocidas (Vogels, van der Uliet, Danz y Hopman Rock,
1993). Sin embargo el nivel de conocimientos no correlaciona con el uso del
preservativo, de modo que su uso es independiente del nivel de conocimientos
que posea el sujeto. En el meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) se
obtiene una correlación muy baja y, aunque los autores aluden a problemas
metodológicos como la forma de medir los conocimientos, a través de escalas
demasiado generales y en las que no se ha evaluado eficazmente fiabilidad y
validez, la mayoría de los/as autores están de acuerdo en reconocer que la
información es necesaria
pero no suficiente
para determinar la conducta (Baldwin, Whitely y Baldwin, 1990; Fisher y
Misovich, 1990).
Actitudes. Las
actitudes hacen referencia a las valoraciones que el sujeto hace del objeto de
actitud, en este caso, del preservativo. La importancia atribuida a las
actitudes como determinantes de la conducta está maximiza- da en el modelo de
la Acción Razonada y la Conducta Planeada, consideradas como antecedentes de
la intención y ésta antecedente de la conducta. Los datos parecen confirmar la
existencia de actitudes en los más jóvenes que se distribuyen entre un polo más
neutral al negativo en relación a la incorporación del preservativo y otras
prácticas sexuales más seguras dentro de sus estilos de vida (Lewis, Malow e
Ireland, 1997). En el meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) la
correlación entre las actitudes hacia el preservativo y el uso del
preservativo es de r = .33, próximo al valor obtenido por Krauss (1995) en su
meta- análisis en el que pretende evaluar la relación existente en las
actitudes y las conductas manifiestas. De nuevo podríamos aplicar aquí la premisa
expuesta en relación a los conocimientos, de modo que las actitudes positivas
parece que pueden actuar como variables necesarias para que se
use el preservativo pero no son suficientes para
explicar dicho uso.
Norma Social
Percibida.
Esta variable se define como la opinión que tienen las personas significativas
para el sujeto sobre la adecuación/inadecuación de utilizar el preservativo y
la motivación para asumir dichas opiniones. Sin embargo, en relación al uso
del preservativo parece que sería más adecuado centrarse en las opiniones no
de las personas significativas, sino de la pareja sexual, ya que el uso del
preservativo se da en un contexto de intimidad que implica a las personas que
forman esa pareja (Kashima, Gallois y McCamish, 1995). Así en el meta-análisis
de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) la correlación r = .16 demuestra la baja
implicación que la norma social percibida, tal como proponen Fishbein y Ajzen
(1975), tiene en el uso del preservativo. Los resultados de este meta-análisis
parecen confirmar que las actitudes de la pareja hacia el uso del preservativo
influyen más significativamente sobre su uso que la norma social percibida.
Percepción de
Riesgo.
La percepción de riesgo, es decir, la susceptibilidad a sufrir consecuencias
negativas, en este caso la infección del VIH a través de las conductas sexuales
que se llevan a cabo, ha sido una de las variables aportadas en el modelo de
Creencias de Salud (Becker, 1974; Rosenstock, 1974) que más se ha vinculado a
las conductas pro-salud. Constituye una de las variables que mayor apoyo ha
tenido para explicar la conducta humana en relación con la salud y
especialmente en el ámbito de la infección VIH/Sida (Modelo de Reducción de
Riesgos del Sida, ARRM, Catania, Kegeles y Coates, 1990; Modelo de Información
Motivación y Habilidades Conductuales, IBM, Fisher y Fisher, 1992). Dentro del
Modelo de la Acción Razonada (Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen y Fishbein, 1980),
el modelo predictivo de la conducta humana que mayor impacto ha tenido y que
mayor investigación ha generado, y su reformulación teórica en el Modelo de la
Conducta Planeada (Ajzen, 1985; Ajzen y Madden, 1986) el riesgo percibido juega
un papel central, ya que la conducta pro-salud se asume que se basa en el
análisis subjetivo de costes-beneficios, en el cual la probabilidad y severidad
de las consecuencias para la salud propia de prácticas conductuales
específicas constituyen los principales determinantes de las actitudes hacia
las conductas pro-salud.
Siguiendo las recomendaciones de van der
Pligt (1998) sería necesario diferenciar entre lo que denomina percepción de
riesgo “condicional” e “incondicional” y alude a la necesidad de medir la
percepción de riesgo “condicional” y no la “incondicional”, que es la que la
mayoría de los estudios evalúan. De tal manera que se pueda comprobar si, como
propone el autor, lo que el sujeto hará está más vinculado a la probabilidad
de que se den las consecuencias adversas que el sujeto asocia a determinadas
conductas desprotegidas y no la probabilidad subjetiva de que una consecuencia
negativa le ocurra. Ya que la explicación motivacional del sesgo que da lugar a
esta invulnerabilidad percibida está según van der Pligt (1998) condicionada
por la necesidad de reducir los sentimientos de miedo y ansiedad, lo que puede
ser incluso adaptativo.
En el meta-análisis efectuado por Sheeran,
Abraham y Orbell (1999) la percepción de riesgo no parece correlacionar con la
ejecución de conductas pro-salud, como es el uso del preservativo. Aunque se
argumenta la posibilidad de que ejerza su influencia indirectamente a través de
otras variables tales como las normas sociales o las intenciones conductuales,
o incluso podría ser que el nivel de severidad percibida de las consecuencias
de la conducta funcione como una variable umbral antes de que la
vulnerabilidad percibida tenga su impacto sobre la conducta. Lo que podría
explicar las divergentes relaciones encontradas entre esta variable y la
conducta manifiesta y como las variables anteriores constituye una condición necesaria
pero no suficiente
para la ejecución conductual.
Autoeficacia. Hace
referencia a la capacidad que el sujeto percibe en relación a la ejecución de
una determinada conducta. Esta variable, aportada por Bandura (1977, 1986), es
la que mayor impacto ha tenido en la explicación de la conducta en general y
el uso del preservativo en particular. Como señala Villamarín (1994, p. 10) las
expectativas de autoeficacia pueden influir en la salud a través de sus efectos
motivacionales de carácter cog- nitivo “que determinan la elección de comportamientos
y el esfuerzo y la persistencia en los comportamientos elegidos". Así las
expectativas de eficacia pueden regular los intentos de abandonar los hábitos
perjudiciales para la salud, por ejemplo una conducta sexual desprotegida; y
determinar el esfuerzo y la persistencia en el cumplimiento de comportamientos
favorecedores de la salud, por ejemplo el uso sistemático del preservativo. De
nuevo los resultados del meta-análisis de Sheeran, Abraham y Orbell (1999) no
encuentran relación significativa entre la percepción de riesgo al contagio
del VIH y el uso del preservativo. Sin embargo Bandura (1997) hace hincapié en
la necesidad de llevar a cabo medidas de eficacia sobre los dominios
particulares de funcionamiento de la salud, más que sobre rasgos
generales evaluados por test generales. El no tener en cuenta esta indicación
puede haber contribuido a la ausencia de relación.
Nuevas variables para explicar la conducta
sexual de los/as adolescentes y jóvenes
Parece factible aceptar que en algunas situaciones
y/o para algunos sujetos la ejecución de una determinada conducta sea el resultado
de un deliberado y razonado proceso, tal como se propone en los modelos
teóricos a los que se ha hecho alusión, en los que se enfatiza la relevancia
de variables individuales para explicar la conducta. Sin embargo, como sugiere
Fazio (1989), la conducta que diariamente se ejecuta, y especialmente la
conducta sexual de los jóvenes, puede que funcione siguiendo una secuencia
automatizada, que supone así un menor esfuerzo y no implica la evaluación de
costes y beneficios. Además hay que tener en cuenta que para la consecución de
la conducta sexual protegida es necesario considerar la cooperación de otras
personas -la pareja-, la existencia de habilidades -en la utilización del
preservativo- y los recursos medidos en tiempo y dinero -para adquirir los
preservativos-, por lo que por definición quedarían excluidas del campo de
acción de las teorías que explican la conducta desde una perspectiva racionalista
e individual.
Las principales limitaciones de los modelos
de “toma de decisiones" en la explicación de la conducta sexual de los/as
adolescentes y jóvenes son esquematizadas por Helweg-Larsen y Collins (1994): a.
centrarse en los determinantes intraindividuales “intrapsíquicos" de las
conductas sexuales de riesgo mientras se subestiman los determinantes interpersonales
y sociales; b.
el énfasis en variables relevantes a la toma de decisiones deliberada,
planeada, lógica y consciente en detrimento de otros recursos conceptuales
para el análisis de la conducta humana; c. centrarse en los
pensamientos del sistema de creencias asociadas al uso del preservativo; d.
centrarse en la amenaza a la salud como el principal determinante de la conducta
sexual en general y el uso del preservativo en particular, sin considerar
otras variables irrelevantes para la salud pero que pueden determinar la
conducta sexual; e.
una focali- zación así exclusiva sobre el conocimiento de los procesos de la
enfermedad y sobre la educación de las conductas sexuales de riesgo sin tener
en cuenta las consideraciones de otros modelos aplicables de influencia social.
En conclusión, las variables individuales que
plantean las formulaciones teóricas más influyentes y determinantes de las
últimas décadas no permiten abordar los determinantes no racionales
(afectivos), los determinantes interindividuales y sociales y las
implicaciones que las diferencias de género imponen al escenario sexual.
La reiterada presencia de elementos que se
escapan a la lógica
racional para explicar la conducta y especialmente la conducta
sexual entre adolescentes y jóvenes determina la necesidad de reconocer la
influencia de elementos emocionales, que han de ser abordados ineludiblemente
para explicar la conducta sexual. Sin embargo, disponemos de escasas formulaciones
teóricas que incorporen adecuadamente estas variables (VanOss Marín, Gómez,
Tschann y Gregorich, 1997). La importancia
atribuida a las variables emocionales ha llevado a de Vries, Dijastra y
Kuhlman (1988) a plantear la utilidad de recurrir a las reacciones afectivas
anticipadas ante la posibilidad de ejecutar una actividad sexual
protegida/desprotegida. Asociando el bienestar que producen las emociones
positivas anticipadas ante la práctica protegida y las emociones negativas y
malestar asociadas a la anticipación de prácticas desprotegidas. Los autores
plantean que estas emociones actuarían como motivadores de prácticas sexuales
protegidas y por tanto favorecerían su ejecución.
La necesidad de reconocer variables no
racionales en la conducta sexual de los/as adolescentes y jóvenes se complementa
con la necesidad de entender ésta desde una perspectiva interactiva, más
compleja que desde la linealidad de la individualidad. Se hace así necesario
abordar el tipo
de relación (casual versus afectiva) para
comprender las expectativas vinculadas a la actividad sexual y el modo en que
éstas influyen en la ejecución de conductas sexuales protegidas. Así, en el
marco de las relaciones casuales, es más factible que se perciba el riesgo y se
lleve a cabo el uso sistemático del preservativo. Asimismo, para poder
comprender las dificultades para utilizar el preservativo en una relación de
pareja “estable” o “afectiva” hay que tener en cuenta la importancia que tiene
la confianza
para el mantenimiento de la relación. La confianza se erige como un elemento
fundamental, garantía del mantenimiento de la relación, cuya pérdida puede
suponer la ruptura. Como expone Willig (1995) la importancia de la confianza y
la amenaza que el uso del preservativo puede suponer explica las dificultades
para que se generalice el uso sistemático del preservativo dentro de las
relaciones afectivas. Lo que a su vez explica la correlación negativa entre uso
del preservativo y frecuencia de la actividad sexual, y entre el uso del
preservativo y duración de la relación (Sheeran, Abraham y Orbell, 1999). Ya
que la mayor frecuencia de la actividad sexual es más probable que se dé
dentro de una relación afectiva y a mayor duración de la relación es más
probable que se recurra a otros métodos anticonceptivos percibidos como más “idóneos”
y que no amenazan la confianza de la pareja.
Además del contexto que impone la relación,
hay que resituar al adolescente y joven dentro de un marco más amplio que
impone el contexto social, en que se encuentra inmerso como condicionante y al
mismo tiempo co-res- ponsable de la salud. Las normas sociales representadas en
las personas significativas, en el grupo de iguales y/o la pareja imponen una
secuencia conductual sobre la que el sujeto tiene poco control. El esfuerzo
que el sujeto ha de desarrollar para no sucumbir a las normas y valores que el
colectivo impone puede ser muy poco eficaz al intentar instaurar una conducta
“contra corriente” en un contexto estimulador de la misma. Así, como plantean
Costa y López (1998 p. 49) hay que entender la salud también “como
responsabilidad social y, como tal, ha de resolverse en el terreno de lo social
y de lo político”. Lo que supone hablar de responsabilidad social y no hacer
recaer exclusivamente en la responsabilidad individual el objetivo de la
salud.
Finalmente la necesidad de abordar las diferencias
de género (Wight, 1992) condicionadas por la asimetría de poder y la
desigualdad de la mujer constituye un elemento fundamental para comprender las
diferencias entre sexos en la conducta sexual (Amaro, 1995; Lear, 1995) que se
consolidan a través del aprendizaje. A partir de las diferencias de género es
posible explicar las dificultades
de los miembros de la pareja heterosexual para negociar su actividad sexual,
hablar abiertamente sobre el deseo y las intenciones sexuales que contribuya a
desarrollar el nivel de intimidad sexual y emocional favorecedora de una
sexualidad protegida y satisfactoria. Condiciones indispensables para poder
“plantear” la actividad sexual y no dejar ésta a la espontaneidad y la
“oportunidad” que permite que la conducta sexual simplemente ocurra. A partir
de la diferencias de género se construyen también las expectativas de género-rol con las
que se llega al encuentro sexual, y que imponen una secuencia o script
de lo que se espera que ocurra y de quién actúe en cada momento, quien ha de
llevar la iniciativa de la relación, quién puede plantear o incluso imponer sus
deseos, quién es el responsable de incorporar un método preventivo, etc.
Las diferencias de género, a pesar de su
reconocida necesidad teórica, todavía no han sido incorporadas de forma
genérica en los programas de intervención, lo que limita su eficacia en la
disminución de los riesgos vinculados a la actividad sexual de las mujeres. Lo
que necesariamente no implica centralizar la atención en la mujer sino que su
riesgo personal ha de ser entendido desde la interacción entre sexos que
caracterizan las relaciones sexuales. Abordar desde esta perspectiva el riesgo
implica abordar necesariamente a las parejas de las mujeres.
Para Campbell (1995) centrar la prevención del Sida en las mujeres no hace más
que perpetuar las diferencias de género, por las que a las mujeres se las hace
responsables de la salud.
Supone restringir la intervención sobre alguien que representa solamente la
mitad de la pareja. De modo que para conseguir los cambios necesarios dentro de
la actividad heterosexual es necesario actuar sobre ambos miembros, ya que el
control de la epidemia heterosexual requerirá profundos cambios conductuales
y mientras estos no se lleven a cabo también con los hombres “las mujeres
seguirán en situación de riesgo frente al VIH" (Campbell, 1995 p. 208).
Conclusiones
La conducta sexual definida como “una forma
de comunicación, tanto reflectiva como reflexiva, sujeta a interpretaciones y
creada interactivamente dentro de y entre los compañeros sexuales “(Lear, 1995
p.1311), constituye una de las conductas humanas más complejas, al ser una
conducta que incluye no solamente el nivel individual y cognitivo, sino también
el nivel relacional y afectivo.
Avanzar en el estudio de las variables psi-
co-sociales que condicionan la expresión de la sexualidad en los/as adolescente
y jóvenes constituye un objetivo prioritario para poder desarrollar las
estrategias preventivas que fomenten el desarrollo de comportamientos
saludables y satisfactorios para éstos. Sin embargo, a pesar de las fructíferas
aportaciones de los grandes modelos conductuales como la Teoría de la Acción
Razonada de Fishbein y Ajzen (1975; Ajzen y Fishbein, 1980), todavía no
disponemos de formulaciones teóricas empíricamente contrastadas que incorporen,
no solamente las variables individuales, hasta ahora incluidas, sino también
las variables interpersonal y socio-cultural que tan relevantes están siendo
para comprender la compleja dinámica de la actividad sexual en general, y de
los más jóvenes en particular (VanOss Marín, Gómez, Tshann y Gregorich, 1997;
Wight, Abraham y Scott, 1998).
Como plantean Lewis, Malow e Ireland (1997),
en su trabajo de revisión de los estudios sobre la conducta sexual de los
jóvenes, a pesar de la voluminosa bibliografía disponible, es necesario
disponer de un mayor número de estudios en los que a través de diseños
longitudinales sea posible determinar la evolución de las prácticas sexuales
protegidas/desprotegidas. Así mismo disponer de estudios en los que se evalúe
adecuadamente la efectividad de las intervenciones preventivas con jóvenes
heterosexuales, que no solamente se circunscriban al momento inmediatamente posterior
a la intervención. En relación a este aspecto Coleman y Ford (1996) llevan a
cabo una exhaustiva revisión de los programas de intervención implementados
entre 1987 y 1995 encaminados a prevenir la ejecución de conductas de riesgo
vinculadas a la infección VIH/Sida en adolescentes. Como conclusiones a su
estudio plantean que “la premura de tiempo, los limitados recursos y la
necesidad de una intervención rápida han dificultado el desarrollo de un
adecuado proceso de evaluación" (p. 332), y en aquellos programas de
intervención en los que se lleva a cabo la evaluación ésta supone una
evaluación pre y post-test que difícilmente puede identificar los cambios de
conducta ya que no permite el transcurso del tiempo necesario para comprobar
los posibles efectos que la intervención haya tenido sobre la conducta de los
sujetos.
Pero es necesario subrayar que el trabajo de
promoción de conductas sexuales saludables en los más jóvenes ha de
incorporarse necesariamente dentro de tempranos y prolongados programas de
educación sexual, inmersos en programas más amplios de Educación para la
Salud, desde los que potenciar una visión erotofilica de la
sexualidad. A través de la que desarrollar valores y creencias más simétricas
e igualitarias entre los sexos y favorecer la co-responsabilidad en la asunción
de medidas preventivas y el respeto e interés por la salud y bienestar propio y
de la pareja. Una educación sexual que favorezca una adecuada comunicación
entre los miembros de la pareja, necesaria para una actividad sexual protegida
y consensuada. Una educación sexual en la que se desarrollen destrezas y
habilidades para el uso del preservativo, así como la modificación de las
creencias vinculadas a su carácter transitorio y su asociación con el sexo
casual y esporádico; al mismo tiempo que se potencia su doble papel
anticonceptivo y preventivo de Enfermedades de Transmisión Sexual. Una educación
sexual, en definitiva, a partir de la que conseguir el ejercicio de una
actividad sexual protegida y satisfactoria para todas las personas,
especialmente en los más jóvenes, haciendo de la actividad sexual protegida y
satisfactoria un hábito conductual incluido dentro de un particular y
salutogénico estilo de vida.
Recordar finalmente que la consecución de una
actividad sexual protegida en los más jóvenes no va a depender exclusivamente
de los avances de las investigaciones y los conocimientos que estas nos
aporten, sino de la materialización de estas aportaciones a través de
programas de intervención para los que es necesario contar con el compromiso y
financiación económica de los gobiernos. Por eso, como censura Hein (1998), en
países como EEUU las medidas políticas no parecen alinearse en la dirección
científicamente útil en la lucha contra el Sida. Así por ejemplo se ha impedido
el uso de fondos federales para programas de prevención que no tengan como
único fin conductual demorar la edad de inicio de la actividad sexual a pesar
de la demostrada eficacia científica de programas de educación sexual en los que
se desarrollen habilidades de uso del preservativo, o habilidades de
comunicación con la pareja por citar solo algunos. Por otro lado, en países más
próximos geográficamente, como es el Reino Unido, la Ley de Educación de 1993,
completada con una circular de 1994, supone un claro retroceso en materia de
educación sexual, revocando la obligatoriedad de estos contenidos curriculares
que quedan a partir de ese momento en manos de la voluntariedad de los docentes
en cada centro escolar particular, y que otorga a las madres y padres un alto
poder de control para impedir su implantación (Green, 1998). En España la
situación no es diferente si tenemos en cuenta el desinterés concedido a la
educación sexual a expensas del incremento del interés concedido a otras
temáticas que, como censura Nájera (1998), coincide con el desarrollo de una
política conservadora que está forzando la necesidad de insistir en un debate
público sobre la importancia que la educación sexual tiene y la necesidad de su
exigencia pública.
Hagamos por tanto converger todos los
recursos necesarios, científicos y políticos, para conseguir instaurar estilos
de vida saludables en general, y en particular en el ámbito de la sexualidad de
los/as más jóvenes. Esta es una responsabilidad de todas y todos, y solo aunando
esfuerzos se podrá conseguir.
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Efigenio Amezúa *
* Director de los Instituto de Sexología-Universidad de
Alcalá c/ Vinaroz, 16. 28002 Madrid. España. Instituto_Sexología@mad.servicom.es
El autor
presenta los resultados de una lectura de Masters y Johnson desde el paradigma
moderno del Hecho de los sexos, o sea desde la línea histórica de la Sexología.
Plantea para ello una forma de utilización de las fuentes de Masters y Johnson
como obra
completa que distingue, por un lado, los Grandes
escritos y, por otro, los Escritos menores y que
han sido poco considerados, si bien, según Masters y Johnson necesitan el mismo
interés para el estudio de su obra completa. Señala
que, contrariamente a lo más divulgado de Masters y Johnson, como tecnólogos
del sexo al servicio del amor, éstos no centran sus tratamiento
en las disfunciones sino en las interacciones que se producen en la relación y
el encuentro de los sexos. Finalmente expone, en un paralelismo con el primer
Rogers de los años cuarenta, la formulación del Sex counselling o
asesoramiento sexual como la vía media entre la Sex therapy y la Educación
sexual, a través de lo cual Masters y Johnson contribuyeron a
introducir el continuo Sex therapy-Sex counselling-Sex education
como línea de intervención en Sexología y como conjunto de recursos para una
nueva cultura de los sexos y su nuevo ars amandi, al que, como
objetivo final, van encaminados.
Palabras
clave: Hecho de los sexos, Sex therapy-Sex counselling-Sex education,
Masters & Johnson, ars amandi, modelos de intervención en
Sexología.
INTERVENTION
LINES IN SEXOLOGY. THE CONTINUUM OF "Sex Therapy-Sex Counselling-Sex
Education" IN THE NEW ARS AMANDI.
Author
shows a way of reading Masters' and Johnson's resources as a complete work that
distinguishes, on one hand, Great Writtings and, on the other, Minor Writtings
which have been taken into account to a lesser extent, even though they were
said to be as important as the others in order to understand their complete
work in the words of Masters and Johnson.
The
author points out that contrary to the most spreaded work of Masters and
Johnson as sex technologists at love service, they do not focus treatment on
dysfunctions, but on the interactions created in the relationships and in the
meetings of the sexes. Finally, the author states a parallelism between the
first writtings of Rogers in the fourties, and the for- mulation of Sex
counselling as a midway between Sex therapy and Sex education which Masters and
Johnson contributed to introduce into the continuum of Sex therapy-Sex coun-
selling-Sex education. It is a proposition as an intervention line in Sexology
and as a set of resources for a new culture of the sexes, and its new ars
amandi as its very aim.
Keywords:
Being of the Sexes, Sex therapy-Sex counselling-Sex education, Masters &
Johnson, “ars amandi", Intervention Patterns in Sexology.
El extendido hábito de diseminar y diluir los
planteamientos troncales de la Sexología en las ramas de otras disciplinas ha
contribuido a crear el equívoco de hacer de ésta un vasto campo sin contornos
definidos y, por lo tanto, sin sus líneas propias de intervención. En otros
escritos hemos tratado de plantear líneas teóricas de la Sexología desde una
perspectiva histórica y conceptual.
Lo que plantearemos aquí es la otra cara: sus
líneas prácticas de intervención, si bien desde la misma lectura histórica del
cuerpo doctrinal de la Sexología como referente. El resultado será una fórmula
de intervención desarrollada en los tres niveles de uso corriente: el
educativo, el del asesoramiento y el terapéutico y que, con toda propiedad,
puede constituir la oferta más desarrollada de que disponemos en la actualidad.
Al mismo tiempo, esto nos obliga a revisar
algunos tópicos que se han instalado, tanto en torno a la terapia sexual, como
al asesoramiento y la educación, lo que requiere, en definitiva, la
actualización de algunos conceptos centrales necesitados de profundización.
Por ejemplo, junto a los de Sexuación y Sexualidad, el de Erótica o deseo, así
como el de Amatoria o ars amandi.
De entrada, es preciso advertir la reducción
que ha supuesto leerlos desde la óptica , o sea, de los
(ya que no desde el amor) en lugar de hacerlo desde el marco de Sus
divulgadas y archifamosas han deslumbrado de tal
forma, con tal sensacionalismo, en un mercado ávido de ese producto, que no es
de extrañar la deformación que se ha hecho de sus aportaciones. Ellos mismos se
han referido a la “legión de divulgadores y terapeutas sexuales improvisados
por el exceso de la demanda" que el fenómeno despertó[i].
Que estos autores hayan dado pie a esta
confusión es un hecho. Pero es necesario aclarar y distinguir lo importante de
lo accesorio. Porque lo central de este fenómeno es el encuentro de los sexos
observado en el laboratorio, si bien la magia de los datos no debe ser
confundida con las conclusiones extraídas de ellos. A través, pues, de una
lectura detenida de la
obra completa de Masters y Johnson -de sus Escritos
mayores y de sus Escritos menores, como
veremos- puede perfilarse el meollo de la amatoria moderna como nuevo encuentro
o nueva forma de encuentro entre los sexos.
La letra pequeña de la “ Sex therapy”
Leer, pues, a Masters y Johnson desde la tesis
sexuante, es decir, desde la historia de la Sexología y desde su
paradigma -recuérdese también: en clave de ciclo largo-, revela que su
aportación más importante no ha sido la técnica o instrumental, sino otra. O,
mejor, dicho, las dos; puesto que no es posible separar una de otra. Sea esto
dicho para evitar que se releguen las técnicas o recursos operativos a grados
menores cuando éstas se sitúan junto a los contenidos a los que acompañan y de
los que son medios o herramientas. No es posible, pues, como se ha tratado de
hacer, separarlas y quedarse sólo con aquéllas. De
esa forma no sólo son extrapoladas las ideas sino también desactivadas las
mismas técnicas.
Esta lectura de Masters y Johnson suele
resultar chocante tanto para sus seguidores literales como para sus críticos
más acerados. Los primeros porque han hecho de ellos el no man’s
land del neo-locus genitalis y de su pragmática; y
los segundos porque han visto en ellos una exagerada dependencia de la técnica
y un defecto de humanismo, léase una mecanización del sexo
-ese sexo- frente al romanticismo del amor -ese amor-. Pero
hay un punto que lo explica aún mejor: el desconcierto de quien al entrar en la
Sexología lo hace desde un ciclo histórico corto desconectado del largo; o
desde un segmento y no desde la disciplina como línea general.
De muy diversas formas, Masters y Johnson han
insistido hasta la saciedad en que lo que han planteado con sus estudios fueron
las bases, formatos, procedimientos y estrategias para el conocimiento y, en su
caso, el tratamiento de las dificultades -la sexual
inadecuacy- de los encuentros propios de los sexos. Esto quedó
más claro en su segunda obra La incompatibilidad sexual humana,
aparecida en 19703.
Aunque metidos ya en el espejismo de que el
mensaje es el medio, ésta fuera entendida desde el deslumbramiento de la técnica
sexual y, por lo tanto, confundida con ella misma. En la sombra
quedó lo que constituye el centro de la aportación. ¿Cuál es ésta?. El hecho
de que todos los pasos del proceso de tratamiento de esas dificultades se
desarrollan centrados en la relación. O más exactamente en las interacciones
del encuentro. Y ésa es, por otra parte, la clave de la eficacia de sus resultados.
La unidad del encuentro frente a la medida
del orgasmo
Todos saben ya que la Sex
therapy de Masters y Johnson se lleva a cabo siempre en formato
de pareja. Pronunciar este término impregnado para muchos de tanta ideología
tiene sus riesgos. Pero es preciso mantenerlo. No faltan incluso quienes la han
confundido con un voluntarioso consejismo tópico al uso, sin más
transcendencia, al estilo del “sed buenos chicos y colaborad en el laboratorio
para que el problema se arregle”. Al margen de estas anécdotas explicables, y
yendo de nuevo al paradigma de los sexos, el eje de todo el planteamiento
consiste en que así como las dificultades se generan en el encuentro -real o
imaginario-, su resolución o replanteamiento tiene lugar, o puede tenerlo,
interviniendo en ese mismo encuentro: dotándolo de otras reglas de juego, de
otras referencias. Estas afirmaciones pueden hacer pensar en otros autores.
Habrá más coincidencias y podemos alegrarnos
de ello.
Es importante, pues, insistir en este concepto
de las interacciones producidas en todo encuentro puesto que el mismo
tratamiento no tiene por objeto directamente la técnicamente llamada desde otro
modelo de trabajo disfunción
sexual de uno u otro de los sujetos; ni siquiera son tratados uno
u otro acompañado
por su pareja o ayudado por ella. Los
sujetos no son trabajadores de la función o reparadores de la disfunción. Es
necesario leer detenidamente a Masters y Johnson para darse cuenta de cómo se
han hecho caricaturas que no corresponden con su planteamiento. Y, sobre todo,
es importante su verificación empírica en la praxis clínica diaria. “El
paciente de la Sex
therapy es la relación”, esa entidad nueva, incluso distinta de
sus componentes, que ambos han construido y por la cual se rigen. Esta es la
letra pequeña de Masters y Johnson: que el objeto clínico es la relación. En
definitiva, su relación
sexual, concepto que es preciso distinguir del otro más
extendido como descarga
genital o función orgásmica, de sabor más reichiano,
si bien esta connotación ha sido necesaria para el análisis.
También es importante tener en cuenta que en
las investigaciones de Masters y Johnson, como en otras, una cosa es el
experimento que ellos han realizado y otra su aplicación y generalización. Sin
duda muchos han hecho de la aplicación una imitación del experimento. Por otra
parte, ellos mismos no se han cansado de advertir que su trabajo “era un
comienzo”, “que son necesarios muchos trabajos más para verificar y consolidar
estas conclusiones”, etc. En definitiva, lo que ha sucedido es que se ha mirado
más al dedo índice de los autores que a donde éstos han apuntado.
Con ello el marco del nuevo
o neo-locus
genitalis, sobre el que tanto se ha insistido durante las últimas
décadas -y del que Masters y Johnson parecen haber sido tomados como
estandartes-, pasa a ser un elemento más y en un plano secundario. Digamos que
pasa a ser un medio, un instrumento, una estrategia, una herramienta, como es
el caso de la puesta en práctica de las progresivas concentraciones sensitivas (non
genital sensate focus) y de otros recursos. Pero de lo que se
trata es de saber qué se hace y qué se trabaja con esas herramientas, con esas
técnicas. A partir de esa clarificación, el proceso terapéutico entero toma
otro cariz y las aportaciones del laboratorio, es decir las técnicas y
estrategias, se entienden y aplican de otra forma y conducen a otro fin.
Precisiones teóricas
Estamos, una vez más, en la centralidad de
los conceptos. Si de la casuística clínica pasamos a una formulación de mayor
alcance, es decir, generalizable y fuera del campo clínico o del experimento,
ésta puede expresarse así: frente al criterio de la unidad de medida que fue el
orgasmo como descarga, se plantea la unidad de referencia que es la pareja como
encuentro. Con ello estamos de lleno en la noción de amantes. O sea, en la
amatoria. Se ha criticado a Masters y Johnson por no contar con el amor
y trabajar sólo el sexo.
Sin pretenderlo, esta crítica ha apuntado a las nociones centrales que no son
ni el amor ni el sexo del modelo antiguo sino el ars amandi de los sexos
en el paradigma moderno.
Por otra parte, si separamos la parafernalia
comercial organizada sobre ellos, es preciso reconocer que Masters y Johnson no
han sido mesiánicos ni han ofrecido rupturas teóricas especialmente notorias.
Lo que sí han hecho es contribuir al desarrollo empírico y verificable de la
larga línea iniciada por el nuevo paradigma. Han planteado en sus
investigaciones la hipótesis de que la disfunción orgásmica es
relacional y que, por tanto, sólo puede ser entendida en el marco de los sexos
y ésa es la que confirmaron siguiendo tanto la terminología como el modelo
teórico del que partieron: el del Estímulo-Respuesta, que es el que tenían a
mano como soporte técnico de sus experimentos. Aclarado esto, es igualmente
importante dejar también muy claro que toda disfunción orgásmica es el
resultado de una u otra dificultad llevada a la relación sexual, pero más
comúnmente complicada y aumentada en ella.
Según esto, es lógico concluir dos planos de
conceptos: uno, el de su terminología de partida; y otro, el que empieza a
partir del final del experimento, especialmente en su aplicación. La praxis
clínica a partir de ahí, es decir, el plano posterior a sus trabajos primeros,
da prioridad a las dificultades del encuentro sobre las disfunciones. Ello
obliga, como en Gestalt, a distinguir el fondo de la forma. El fondo es el
encuentro; la forma, las disfunciones. Puede, pues, trabajarse desde éstas,
pero es preciso tener en cuenta aquél. Con la intervención en una serie de
circunstancias -dicho de otro modo: con la alteración de unas sinergias e interacciones
y la inducción de otras- se facilita un nuevo campo de juego para que los amantes
produzcan encuentros fluidos y, por ese mismo efecto, desaparezcan los
disfuncionales.
Estas formulaciones no son las que Masters y
Johnson han hecho en sus primeras investigaciones, en sus Escritos
mayores. Pero sí son las que reiteradamente han advertido con posterioridad,
especialmente a la vista del desvío producido por el mal entendimiento de las
técnicas mismas de la intervención o por el excesivo protagonismo de ellas
sobre sus fines. Están en sus Escritos menores,
entendiendo por tales la serie de textos aparecidos, generalmente en formato
de diálogo o coloquio, si bien ratificado expresamente por ellos como autores.
Convendría precisar que estos escritos fueron
cuidadosamente planificados y realizados y que, por ello, es necesario darles,
al menos, la importancia que ellos les asignaron para explicar sus hallazgos en
términos inteligibles. Es el caso de El vínculo del placer
que apareció con sus propios nombres; pero también de otros que figuran en
revistas de divulgación y en obras colectivas dedicadas a sus Escritos
mayores y que llevan su sello bajo la forma de prólogos o
prefacios. La tan comentada y reconocida “prosa abstrusa" de sus informes
técnicos -por otra parte, como es sabido, intencionada- tuvo esta segunda
parte con la que es preciso contar al mismo nivel de interés que la primera.
Masters y Johnson lo han reiterado sin cansarse4. Aparte de esta
serie no conviene olvidar otra que, sin ser tan divulgativa, se dirigía al
público universitario general y en la que figuran ellos como autores bajo la
coordinación de Robert Kolodny5.
El enfoque relacional
Un punto más a propósito de las implicaciones
técnicas de la
relación es el problema de la clasificación etiopatogénica
acostumbrada, centrada en torno a las causas de los problemas o dificultades
denominadas sexuales.
Antes de Masters y Johnson se estaba acostumbrado a distinguir entre dos
parámetros en el diagnóstico: uno de orden orgánico o biológico y otro de
orden psiquiátrico o psicopa- tológico. Tras la priorización del planteamiento
relacional de Masters y Johnson, esas causas fueron
automáticamente cuestionadas y replanteadas. Se ha dado poco interés a este
punto enormemente importante dentro de sus innovaciones. Y es que tanto el factor de
la patología orgánica como el de la psicopatología, que
ocupaban un destacado lugar en la línea clínica anterior, se convierten en
secundarios.
Y pasa a ser
prioritario el factor
relacional. O sea, el de la interacción entre los sexos. Estamos
en Sexología.
Desde él, lo nombrado antes como estrictamente
orgánico o estrictamente psíquico necesita una reconsideración. Literalmente:
“Sociocultural deprivation and ignorance of sexual phisiology, rather than
psychiatric or medical illness, constitute the etiologic back- ground for most
sexual dysfunction”6. Sin duda es una de las conclusiones de Masters
y Johnson que también han pasado desapercibidas. Nótese, por ejemplo, que en
la relación de los sexos no se trata ya del encuentro entre lo orgánico y
lo psíquico del sexo, como todavía se discute en ocasiones, sino
entre uno
y otro sexo. Así, pues, sin menoscabo de que en ambos se den
muchas variables dignas de consideración, las de la relación y el encuentro
forman el eje central. En clínica se dirá: el objeto clínico es la relación.
O también: la relación es el hilo conductor de la narrativa. Y resulta claro
que el criterio de los sexos ha dado un cambio al objeto clínico, lo mismo que
al escenario en el que se desarrollan los problemas. Las consecuencias no son
banales ni anecdóticas. Son centrales. Todavía muchos debates siguen girando
en torno a “causas orgánicas” y “causas psicógenas” de los problemas sexuales.
Si tenemos en cuenta a Masters y Johnson, estas causas han pasado a ser un
instrumental inservible o, al menos, revisable7.
En el prefacio a la segunda edición de la Teoría de
la comunicación humana de Watzlavick, Beauvin y Jackson, escribe
C.E. Sluzki, director del equipo de Palo Alto: “Cuando en el estudio de la
comunicación humana se desplaza el énfasis de las intenciones a los efectos
se opera una alteración cualitativa que afecta a la visión del mundo de sus
protagonistas (...). Y cuando se desplaza ese énfasis desde los procesos intrapsíquicos
a los interaccionales
se abre un nuevo campo de comprensión de lo que sucede: la psicología y la
psicopatología tradicionales difícilmente sirven para describir y explicar los
complejos procesos inter-personales”8. Es una coincidencia no
casual ocurrida en las mismas fechas de la aparición de los estudios de Masters
y Johnson.
Encuentro, relación y “ars amandi“
No es extraño que estas matizaciones resulten
difíciles de captar por la divulgación masiva o la lectura apresurada.
Digámoslo de nuevo: por los grandes titulares. Y, en esa simplificación, no es
extraño que se vuelva a tópicos acostumbrados sin haber calado en estas
innovaciones. Por otra parte, se suele estar acostumbrado, incluso sensibilizado,
a expresiones tales como “es cosa de dos” o “son problemas de comunicación”,
etc., sin duda procedentes de un extendido voluntarismo y de determinadas
concepciones morales en vigor. La innovación de Masters y Johnson, oculta tras
una inmensa cantidad de datos, técnicas y detalles -en la letra pequeña- ha
indicado la prioridad de esta otra dirección.
No es otro el sentido de todo su sistema organizado
y los distintos pasos del proceso terapéutico formado por la secuencia de
acciones, tales como las entrevistas conjuntas y por separado a los dos
miembros de la pareja, las puestas en común, la mesa redonda, los intercambios
o explicaciones mutuas, la prohibición del coito como medida cautelar y su
posterior administración dosificada, las técnicas y estrategias, la táctica y
habilidad en la prescripción tutoriza- da del “sensate focus", las
interacciones durante éste, el “pleasuring and being pleasured", las
reestructuraciones emotivas y cognitivas, el insight sobre las
trampas, errores y falacias, etc., etc. Por eso convendría distinguir en ellos
lo que ha sido tan seguido, como son las técnicas sexuales,
de sus descubrimientos, que no han sido ni tan entendidos, ni obviamente tan
seguidos en la divulgación general. Se trata, en términos conceptuales, de
una minuciosa materialización experimental y, en vivo, del nuevo ars amandi
en la Época Moderna.
Visto en clave de ciclo histórico largo, se
podría afirmar que la innovación más importante de Masters y Johnson consistió
en construir un dispositivo experimental en el que probar y evaluar un
fenómeno que la educación y la cultura de los sexos tenía aún por asumir: una
prueba empírica de que ese entendimiento nuevo entre los sexos era factible.
Acostumbrados a un lenguaje clínico, dieron a este dispositivo un formato
terapéutico: el de las disfunciones, lenguaje que ha contribuido a la
distracción del fondo de su mensaje.
También es necesario reconocer que no todos
los casos tratados fueron exitosos, por una serie de factores en los que no es
éste el momento para detenerse. Pero en un gran porcentaje, el suficiente para
pasar la prueba, ésta dio positiva y concluyente. Esta sería, en términos de
resumen, la principal aportación de Masters y Johnson en el marco del Hecho de
los sexos. Si es preciso hablar en términos científicos y, si científicamente
algo demostraron, fue precisamente eso: que los sexos se entienden o explican
en la relación y el encuentro.
Si Bruckner y Finkielkraut, los autores de El nuevo
desorden amoroso, así como Szaats con su Sex by
Prescription y tantos otros que orquestaron las campañas contra
la “grotesca orgasmoterapia de los sexólogos", hubieran leído la obra
completa de Masters y Johnson, se habrían podido ahorrar sus
caricaturas. Aunque también es preciso reconocer su parte de razón puesto que,
como analistas de una situación generalizada, ellos leyeron así el fenómeno del
cual fueron testigos. Y ese fenómeno se dio. A cada cual lo suyo.
2.
Ovidio
en el laboratorio. Algunas observaciones más a propósito de la Sex therapy
y la noción de amantes
En anteriores amatorias se ha insistido en
aspectos tales como la seducción, el cortejo, el galanteo y la conquista. En el
nuevo ars
aman- di las más importantes innovaciones han recaído, cada vez
más, sobre el encuentro y la vida en común de los amantes. Una serie de indicadores
dan cuenta de este cambio que progresivamente se ha ido haciendo cotidiano.
Hombres y mujeres muestran cada vez más su deseo de vivir unas relaciones
recíprocas y buscan las formas de hacer de esa idea una realidad. Eso ha
traído consigo un incremento de la demanda terapéutica en casos de insatisfacción
y asimismo una profundización en los formatos y contenidos de la Sex therapy.
Ovidio, al que seguimos refiriéndonos como al
clásico por antonomasia de la amatoria de Occidente, relata uno de sus
encuentros en el que, tras la seducción y conquista, no pudo “completarlo"
por culpa de “su fallo"9. Sus descripciones son tan claras y
explícitas, tan detalladas y exactas, que parecen tomadas de un manual de
casuística actual, y es preciso hacer un esfuerzo para ver que se trata de
hechos sucedidos hace dos mil años. Hoy, sin duda, añadiríamos una serie de
conceptos nuevos. Aunque en el recuento que nos ocupa, diríamos que se trata
de un episodio común de deficiencia erectiva y por lo tanto de escasa o nula
transcendencia.
Pero lo más interesante es constatar lo que
él hizo y lo que hizo su amante en tal situación. En ese punto central puede
cifrarse el gran cambio de un mundo antiguo en uno nuevo. Y esto nuevo no es
precisamente el recurso a lo que él plantea en sus Remedia,
que hoy se traduce todavía, modo antiquo, en la búsqueda de substancias
vigorizantes de la potencia
-fueron unas, hoy son otras, y bienvenidas sean todas como recursos
coadyuvantes-, sino en la inclusión del otro en el tratamiento ya que
no lo fuera en el encuentro. Si Ovidio reescribiera hoy su Ars amandi
éste pasaría por los datos y conclusiones de la Sex therapy.
Y la mayor innovación no consistiría precisamente en las técnicas
sexuales ni en los trucos o recursos, sino, para empezar, en el
hecho de la participación de ambos, es decir, los dos,
tanto en la seducción y el galanteo como, y sobre todo, en el encuentro. Los
códigos antiguos de la actividad atribuida a un sexo y la pasividad al otro
-en definitiva, de la presencia de uno y de la ausencia del otro- han sido
profundamente replanteados por la copernicana implicación del Hecho de los
sexos.
Esta idea no es otra que la iniciada en el
gran debate de la Cuestión
sexual y del Paradigma de los sexos, llevada ahora a la
experimentación cotidiana lo mismo que a la empiria controlada del
laboratorio -conviene no olvidarlo-, es la idea matriz del nuevo paradigma de
los sexos. Entenderla y desarrollar sus consecuencias y aplicaciones en los
más dispares aspectos resulta sin duda preñado de sorpresas. No es extraño que
doscientos años después de su gran aparición estemos todavía en los comienzos.
De hecho, es significativo que la Sex therapy sea un
fenómeno sólo producido a partir de la segunda mitad del siglo XX y no de
antes, que es precisamente cuando se ha generalizado y consolidado el concepto
de pareja iniciado exactamente hace un siglo. Muchos formatos terapéuticos,
centrados en los individuos, son de antes. Este, centrado en la relación, si
bien inspirado en aportaciones anteriores, es nuevo. O, mejor dicho, el
nuevo.
El estudio centrado en la relación
Para ser más exactos sería necesario precisar
que este interés por la terapia centrada en el encuentro de los sexos no fue
exclusivo de Masters y Johnson. Unos años antes, en la década de los años
cuarenta y cincuenta del siglo XX, trabajaban distintos equipos con esta misma
hipótesis, si bien no iban directamente a las hoy llamadas disfunciones
sexuales sino a varios otros problemas, incluidos ésos, y nombrados todos como
problemas
de la pareja. Por ejemplo, en 1955 apareció el primer informe
del grupo de Tavistock, en Londres, en el que se señalaba expresamente el
trabajo realizado con 1250 parejas partiendo de la base de que “la unidad de
tratamiento no son los individuos sino la relación”10. Desde la
década de los años cincuenta y sesenta otros trabajos, como los de la Teoría de
la Comunicación y de los Sistemas -recuérdese a Bateson, Watzlavick y el grupo
de Palo Alto-, han terminado por enfocarse en esa dirección hoy ya más
desarrollada y extendida como terapia sistémica de pareja11.
Con ello no tratamos de quitar mérito a
Masters y Johnson sino de constatar que, de una forma notoriamente explícita, y
de otras implícitas, la idea estaba ya en circulación en esos años. Lo que
Masters y Johnson aportan, como novedad, es entrar a fondo y sin restricciones
en ese núcleo merodeado, evitado y fantaseado, más que estudiado y observado.
La pregunta clave es por el conocimiento de qué sucede y qué puede hacerse para
que, en caso de dificultad, suceda de otro modo. Su trabajo no fue excluir la
línea general del encuentro sino incluir ésta en el marco de los sexos.
A partir de ahí el mérito, pues, de Masters y
Johnson ha consistido en la verificación y posterior sistematización del sitio
central de la realidad sexual en un formato terapéutico; de los
problemas que plantea y de cómo pueden ser tratados estos problemas de forma
expresa y prioritaria, incluso de forma intensiva dentro del conocido estilo
de terapia breve, por oposición a otras más duraderas y largas.
Las reformulaciones o adaptaciones posteriores
del formato de Masters y Johnson dan cuenta de esta minuciosidad compleja. Por
ejemplo, la de Helen S. Kaplan con su aplicación de los datos de investigación
básica de los sexólogos a la clínica diaria fue de las más segui- das12.
Otra más nueva o reciente es el formato que profundiza en los procedimientos de
la Sex
therapy y los de la Terapia sistémica de
manera explícita y conjunta13. La unión entre la Sex
therapy de Masters y Johnson y el Counselling rogeriano es
seguramente una de las más tardíamente elaboradas y aún a la espera de explici-
tación teórica, si bien su práctica es hoy un hecho extendido y conocido como Sex
counse- lling y del que nos ocuparemos más adelante. En todo caso
la suma y colaboración de estos nuevos productos ha terminado por ofrecer un
resultado claramente enriquecedor para la idea que aquí nos guía que, si bien
suele ser eclipsada por un interés pragmático centrado en los problemas y sus
soluciones casuísticas, conviene no olvidar el teórico y explicativo que lo apoya,
incluso que lo posibilita.
Entre la disfunción y el “insight”
Si profundizamos un poco más en el interior
de la Sex
therapy, y sobre todo en sus formulaciones desde los aludidos Escritos
menores de Masters y Johnson, algunas estrategias y técnicas
tales como la prohibición
del coito o indicaciones dentro de ese marco, como es el caso de
la práctica tutorizada del sensate focus, constituyen recursos que han
podido ser aplicados como medios o herramientas para producir directamente
un efecto individual sobre las dificultades mismas que se trataba de eliminar,
léase sobre las conductas; pero que, administrados con esas y otras
habilidades, inducen o pueden inducir a los sujetos a darse
cuenta -insight- de forma palpable y operativa de
cómo se desarrollan sus encuentros y cómo pueden, de hecho, alterarse al seguir
otra lógica y otras reglas de juego: concretamente la lógica del Hecho de los
sexos. Es decir, conducen a los mismos sujetos al descubrimiento de esos
códigos nuevos de encuentro y esto tanto en el orden emotivo, cognitivo y
conductual, como en otro menos considerado como es el marco de las vivencias, o
sea, el existencial. Algunas obras del género de recuento, diarios o memorias,
escritas por pacientes que siguieron tratamientos con Masters y Johnson, dan
cuenta de este otro lado, de esta otra versión, es decir, tal como fue vivida
por éstos14.
Esta distinción de la diana misma de las técnicas
es importante porque se trata de algo que los propios sujetos, ayudados, pueden
descubrir, y no de algo que el terapeuta les aplica o prescribe como remedio
sin que ellos sepan de qué se trata. Son ellos los amantes. El terapeuta es
sólo una ayuda, un recurso, o más bien un coordinador de recursos. Pero son
ellos los protagonistas. Se trata de que ellos sean ellos mismos y de que la
relación sea su
relación. Las dos estrategias en debate -una directamente
centrada en la producción de cambios conduc- tuales y otra directamente
centrada en la producción de insight- son, pues,
posibles y combinables. Pero convendría destacar las dos para poder comprobar
cada una de forma diferenciada. La mayor divulgación de la primera, centrada
en las conductas, ha podido restar interés a la otra centrada
en los sujetos. Curiosamente ésta incluye aquélla, si bien no a
la inversa. Por ello podemos afirmar que ésta ha resultado más elaborada y
completa. Es ésta la más claramente dibujada en los Escritos
menores frente a la otra extraída de los Escritos
mayores posiblemente por las lecturas conductuales que han sido
las más frecuentes.
Otro doble juego de posibilidades debatido a
lo largo de sus tres décadas de historia ha sido la opción entre el trabajo
centrado en los individuos que componen la relación o en la relación misma. Si
en un comienzo la hipótesis básica y de partida se orientó hacia los individuos,
con la consideración siempre del otro miembro de la pareja -de ahí la idea de
pareja copartícipe o coterapéutica-, pronto se dio el salto al planteamiento de
que, fuera quien fuera el máximo exponente de la disfunción o conflicto, la
clave de trabajo residía en la propia relación, pasando los mismos individuos,
por extraño que pudiera parecer, a un plano secundario.
Disfunción e insight; individuo y
relación han sido motivos de debate y discusión pero sobre todo de elección en
la metodología de los tratamientos. Más que de oponer, se trata de claves a
priorizar y combinar.
Terapia sexual, o sea, de los sexos
Con estas consideraciones el balance de la Sex
therapy, a varias décadas del comienzo de su historia, ha dado ya
un doble resultado: falazmente entendida y divulgada como terapia
del sexo -desde el sexo- en la más
antigua línea del locus
genitalis, ha podido generar por sí misma la imagen de una vuelta
al modelo pre-moderno del amor y el sexo, es decir un retroceso;
entendida, sin embargo, como terapia de los sexos ha
aportado su forma más explícita de tratamiento según la línea del
replanteamiento moderno. Lo sucedido con el proceso de la Sex
therapy, visto de forma evolutiva e histórica, consiste en haber
posibilitado de forma operativa y práctica, empírica, el paso del locus
genitalis, o neo-locus, por el que se
empezó el trabajo, al Hecho de los sexos, en cuyo marco ha terminado.
Todavía sigue extendida la falsa idea, muy
divulgada en los comienzos, de que terapia sexual es tratamiento de
los problemas sexuales,
entendiendo por tal la intervención centrada en el uso de los genitalia.
De ahí la caricatura de que la función de los sexólogos es aconsejar posturas y
trucos, ejercicios y tareas, técnicas sexuales, en definitiva.
También sigue muy extendida la caricatura de que esos problemas sexuales son
separables de otros problemas o conflictos de pareja y convivencia.
Y así se usa con
frecuencia el tópico de que la terapia sexual es sólo terapia de disfunciones,
entendiendo éstas en el más rancio sabor del locus genitalis. Todavía
abunda la idea de que terapia sexual es una
intervención en el sexo;
del mismo modo que educación sexual sigue siendo para
muchos educación del sexo
y no de
los sexos.
Si releemos El vínculo del placer de
Masters y Johnson -recuérdese: uno de sus Escritos menores-
podemos entender mejor sus planteamientos científicos y aplicados, expuestos
con la claridad que requiere la salida del laboratorio y la entrada en el
mundo cotidiano. En efecto, esta obra, elaborada inmediatamente después de La
incompatibilidad sexual humana, es un informe sobre sus
encuentros con grupos de parejas sin especiales problemas sexuales,
es decir, que no han acudido en demanda de ayuda especializada, y que exponen
cómo viven sus relaciones, ante las que Masters y Johnson intercalan sus ideas
adquiridas tanto en la investigación como en la práctica clínica.
El vínculo
del placer
ofrece la muestra de cinco mesas redondas -de las once que se celebraron entre
Mayo de 1969 y Junio de 1972-, que no fueron ni conferencias ni sesiones clínicas,
sino diálogos que dan pie a exposiciones, en ocasiones desarrolladas en
pequeños ensayos. El mismo estilo de la obra permite la reiteración y la
insistencia, lo que favorece un mejor entendimiento bajo las diferentes situaciones.
Master y Johnson son claros y explícitos en sus propuestas, si bien muy cautos
en evitar generalizaciones. Pero no se privan una y otra vez de criticar la
nueva mitología de las técnicas sexuales de las que ellos han sido blancos
privilegiados, así como la nueva mitología de las metas, entre las cuales la
principal es el logro o conquista del orgasmo.
Es decir, confundiendo lo que es ser amantes
con una empresa tecnológica...
Los costes de una caricatura
El mayor riesgo, pues, de la Sex
therapy desde sus comienzos ha sido su propia caricatura, al ser
entendida más como terapia del sexo que de los sexos. Este
error, fundamentalmente de conceptos básicos, puede ser comparado con otro
conocido y que fue la adopción por Freud del concepto de libido
sexualis en lugar de la Erótica o Eros.
Siguiendo con las analogías históricas, la influencia que tuvo Freud en el
comienzo del siglo XX puede ser comparable a la que en la segunda mitad han
tenido Masters y Johnson. El peso de Freud fue grande; se puede decir que el de
Masters y Johnson ha sido enorme. Las repercusiones de los tratamientos
psicoanalíticos desbordaron el ámbito clínico para pasar al campo general de
la cultura; con las de Masters y Johnson ha sucedido un hecho similar. Sus referencias
están ya por todas partes.
Por ello es importante profundizar con más
detenimiento en sus aportaciones en lugar de conformarse con sus divulgaciones
panegíricas o críticas en función de los tópicos. También sucedió con Kinsey:
el fenómeno del escándalo de las cifras y los cuadros estadísticos impidió
entender el núcleo de su trabajo.
Y se repitió con la
parafernalia reparadora de la tecnología de Masters y Johnson. Releer ahora,
varias décadas después, la simplificadora propaganda, incluida la polémica, de
la que fueron rodeados, explica muchas cosas.
Aunque hoy ya parezca obvio, no estaría de
más resaltar que la priorización del encuentro sobre la técnica no avala el
planteamiento de quienes han rechazado o criticado los datos de Masters y
Johnson con argumentos morales. Esto ha solido expresarse en términos de que
“lo importante no son los aspectos sexuales sino la comunicación" o que
“tratando la comunicación se arregla todo", etc. Ahí son de suma utilidad
las estrategias y tácticas de Masters y Johnson, y no sólo las técnicas: posiblemente
en ellas se habla poco de comunicación, pero se la potencia desde la raíz.
Por otra parte, partir de los sexos
no es excluir los
genitalia sino hacerlos de los sujetos. ¿Será necesario recordar
que no es posible un sujeto no sexuado?. Ése es el encuentro al que aquí nos
referimos: el encuentro por antonomasia de los sujetos en el marco del Hecho de
los sexos. Más que ser, pues, menor o mayor la importancia de los llamados
“aspectos sexuales", se trata de su carácter central y no periférico.
Fuera de la clínica
Al principio de este apartado nos hemos
tomado la licencia de afirmar que Ovidio iría hoy con su amante a la Sex
therapy; o ella con él. Se trata de ambos sexos. A partir de
este hecho podemos reformular todos los componentes del ars amandi
antiguo por un ars
amandi nuevo.
Pero no se trata de llevar a Ovidio ni al
laboratorio ni a la clínica sino de que la cultura y la educación cuenten con
estos hallazgos. Cuando los protagonistas de La pareja -el Sr. y la
Sra. K. ya citados- tras meses de haber pasado por St. Louis, tratan de
responder a sus amigos a las preguntas relativas a qué había pasado allí,
hay una expresión que recuerdan, dicha por el Dr. Masters en repetidas ocasiones:
“Ustedes no necesitan un terapeuta, sino un árbitro". Un árbitro que
regule las relaciones pero sobre todo que conozca las reglas de juego a las
que atenerse.
¿Cuáles son estas reglas? Tratando de resumir,
se podría decir que no son las reglas del amor -y el sexo-
sino las de una nueva amatoria, un nuevo ars amandi entre los
sexos. Se ha especulado mucho sobre aquél y se ha dedicado poco tiempo e
interés a éstos como sujetos sexuados con todas sus consecuencias.
3.El paso de la
Sex
therapy al Sex counselling15: las conclusiones
de dos experimentos
La experiencia terapéutica tiene lugar en el
trabajo realizado en ámbitos reducidos, semejante a las muestras de
laboratorio que, en este caso se desarrollan en un marco propio para sujetos
con dificultades específicas. ¿Se puede hablar de ese insight
o de uno similar fuera o más allá de ese marco terapéutico? Dicho en otros
términos: si tomamos esos datos como un experimento limitado, la pregunta que
sigue, por lógica, es la siguiente: ¿puede, a partir de éste, generalizarse en
un marco más amplio? Si esto es posible estaremos en condiciones de contar con
recursos capaces para extender un uso más operativo del conocimiento y, sobre
todo, de su aplicación a las relaciones de los sexos.
Nuestra respuesta es afirmativa. Y la vía es
el insight
educativo, muy cercano a lo que desde otros ámbitos es
denominado aprendizaje
significativo. Ésa fue, por un lado, una de las grandes
aportaciones de Carl Rogers, concretamente el Rogers de los años cuarenta, el
primer Rogers, al plantear el concepto y la práctica del Counselling como
alternativa previa a la de Therapy; y, más aún, el
de Education, en este orden,
como la alternativa previa a ambos16. Ése fue, paralelamente, el
proyecto de Masters y Johnson en los años setenta con los mismos tres niveles: Sex
therapy, Sex counselling y Sex
education.
En los dos casos se
trata de dos experimentos que comenzaron en la clínica pero que, en lugar de
quedarse en ella, fueron abiertos a la sociedad y la cultura. Se trata, en
definitiva, de dos grandes proyectos cuyos resultados nos interesan aquí como
gestión de recursos para una nueva cultura de los sexos y su también nuevo ars
amandi.
Breve rodeo
previo
Sabemos que una gran
parte del trabajo clínico-terapéutico puede denominarse educativo. Y suele
justificarse por alusión a las lagunas o carencias de los individuos en sus
biografías. Las referencias a estas carencias, o dicho en positivo, a una
necesaria educación sexual, son una constante alusión en todos los estudios
sobre terapia sexual. Algunos han ido aún más allá: toda intervención
terapéutica es una prueba de fracasos educativos y su objetivo no es sino una
educación especializada, una re-educación que supla dichas carencias. Los que
más lejos se han atrevido a llevar esta afirmación han sido, sin duda, Masters
y Johnson, los padres de la Sex therapy,
por un lado, y, por otro, los incansables hasta la terquedad, en la
insistencia sobre la necesidad de una Educación
Sexual desarrollada de una forma seria, organizada
y sistemática. Es obvio que no se trata de llamar educación sexual a cualquier
cosa improvisada; pero de ello nos ocuparemos más adelante.
Lo nuevo de este
proyecto como fórmula no es que esta oferta sea, en parte, asistencial,
tal como ha solido ser contemplada y que, de hecho, lo es; sino que, en sus
diversos formatos o aplicaciones, es planteada como capaz de generar en los
sujetos un insight
que les capacite para ser más ellos mismos y vivir más libre y autónomamente
sus vidas, tal y como corresponde a sujetos sin dependencia de tutelas
exteriores sean éstas del orden que sean. Fundamentalmente se trata del
conocimiento. Por eso este proyecto ha podido, de entrada, ser considerado
idealista y utópico. Es preciso ser conscientes de ello. Pero vamos a plantearlo
en términos minimalistas y no de máximos. Si hemos elegido esos dos hitos que
son Carl Rogers y Masters y Johnson es, entre otras razones, porque ya nos
resultan familiares en lo que venimos planteando. El primero a propósito del insight
y los segundos en lo que ya fue expuesto con relación a la Sex
therapy. Otra razón: su inmensa repercusión
obtenida entre los profesionales, por supuesto, pero también en la sociedad.
Los dos
debates paralelos
Las innovaciones de
Rogers fueron objeto de grandes debates en la década de los años cuarenta y
cincuenta; las de Masters y Johnson lo fueron en la de los sesenta y setenta;
las de aquél giraron en torno al sujeto y sus conflictos; las de éstos en
torno a los sujetos sexuados y sus encuentros. Sus coincidencias en los puntos
que nos interesan han sido raramente expuestas. Por ejemplo, en cuanto a uno de
los principios conceptuales básicos de ambos que es la afirmación central de
las capacidades que, de entrada, tienen estos sujetos.
En lo que se refiere
a Carl Rogers un cierto equívoco ha llegado a nombrar este principio con el
malogrado apelativo de natural,
llevando así a sus correspondientes equívocos relativos a “lo natural” y “lo
cultural”, o “por naturaleza” y “por cultura”. Convendría revisar esas
interpretaciones a la luz de la obra completa y sus desarrollos. Tal es la
importancia de ese principio y de las consecuencias de sus planteamientos. El
principio enunciado por Rogers relativo al valor o capacidad de los sujetos
tiene muy poco que ver con ese esquema dualista y mucho -él ha insistido sin
cesar- con una concepción moderna de los sujetos como libres, autónomos y
democráticos. Los tres apelativos son suyos. John Dewey estaba al fondo: “El
pensamiento -escribía éste- no es sólo algo hecho para los sujetos sino que
ellos mismos hacen"17.
Conviene no olvidar
que la elaboración de la aportación del primer Rogers tuvo lugar en plena
ascensión de los históricos fascismos y la publicación de la obra a que nos
referimos, en medio de la II Guerra Mundial, de cuyo marco nadie se vio ajeno.
También podría ser útil recordar, sobre todo en el ámbito norteamericano, el
subsuelo puritano que generó la idea calvinista de sujeto y, por ello, la
búsqueda de una salida moderna18.
Si en el caso de
Masters y Johnson esto no ha resultado tan transparente en el orden de las
ideas, la causa es el hecho de haber impregnado o cubierto su investigación de
argot técnico intencionado hasta la exageración, hecho que ellos mismos han
explicado por razones circunstanciales, como fue la prevención contra los prejuicios
científicos e institucionales con vistas a evitar cualquier concesión que
pudiera dar pie a la banalización de la
temática. Hacía falta cubrirse y curarse en
salud dentro de un marco exageradamente científico
hasta el exceso del formulismo y, desde luego, bajo la protección y el sello
frío y duro del laboratorio y su imagen de rigor. Las mismas traducciones a las
distintas lenguas llevan encima ese estigma de la ambigüedad y confusión. No
faltan quienes han llegado a afirmar que sus obras son filológica y estilísticamente
bárbaras19.
Conociendo las
circunstancias históricas y geográficas, y sobre todo ideológicas y morales, es
preciso tener en cuenta tales prevenciones. Pero, por debajo de esta
parafernalia, sus constantes observaciones relativas a las posibilidades de
entendimiento de los sujetos
como tales sujetos, y no como objetos,
no dejan lugar a duda sobre el mismo principio básico enunciado a propósito de
Rogers. Es lo que se puede encontrar en los ya aludidos Escritos
menores.
El paso de la
“Therapy” al “Counselling”:
o de la
nomenclatura del paciente a la de cliente
Entrando más
directamente en sus respectivos modelos terapéuticos, por lo que se refiere a
Rogers, éste escribe: “La nueva terapia -que, en realidad ya no llama therapy
sino expresamente Counselling
(es muy importante este dato)- no se centra en los problemas sino en los
individuos". “Su meta -continúa- no es resolver un problema particular
sino ayudar al individuo a crecer y desarrollarse de forma que sea capaz de
afrontar de un modo más coherente tanto el problema presente como otros que
puedan surgir"20. Se trata de enten- der(se) y explicar(se) -de
hacerse inteligibles- a sí mismos con ese problema o con el que fuera. Se
trata, pues, de lo que él denominará “centrarse en el sujeto" para que
éste se concentre y busque en él21.
La base de este
planteamiento -resumirá años más tarde, haciendo historia- era una idea: “Se
trataba de la hipótesis, lentamente elaborada, y comprobada después, de que
todo individuo es poseedor de grandes recursos que le han de permitir
comprenderse a sí mismo, cambiar la idea que tiene de sí mismo, sus actitudes,
y el comportamiento que se ha impuesto, y que tales recursos pueden ser
actualizados si él toma conciencia
de ello..."22. En otras palabras: es el mismo sujeto quien, con
sus recursos, es capaz de afrontar esos y otros problemas. Lo que el terapeuta
hace es facilitar y trabajar con el cliente
-que no ya paciente-
la tarea de ese darse cuenta,
ese caer en la cuenta,
de ese insight.
En definitiva, la función del terapeuta no es ya tanto modificar directamente
su conducta, sino incitar y propiciar la producción de insight
para que, dándose cuenta, pueda ver
lo que es más conveniente para él23.
La alternativa de
Rogers unía así, en términos modernos, la acción terapéutica con la acción
educativa llevando a la fórmula media el Counselling,
la idea clave -y, no se olvide, clásica- de que educar no es adoctrinar sino
contribuir a que cada cual conozca sus propias posibilidades y capacidades.
Recuérdese el principio de que en Sexología, más que de curar
se trata de cultivar24.
Tampoco en esto se trataba de descubrir el Mediterráneo pero sí de hacer ver de
una forma ejecutiva que el Mediterráneo seguía ahí.
Por otra parte, bajo
una sencillez que podría ser confundida con simpleza -ése ha sido también uno
de sus riesgos- aportaba una desmistificación y, con ello, una relativización
del carácter “críptico” y “apartado” de lo que sucedía en el interior de la
clínica: es la primera vez que aparece publicado el material completo de lo
sucedido en las distintas sesiones de un caso, como aparece en la obra base de
1941 que nos sirve de referencia.
El paso de la
“Sex therapy" al “Sex counselling"
“La Sex
therapy -afirmarán por su parte Masters y Johnson de
forma reiterativa, como vimos en un capítulo anterior- no se centra, de
entrada, ni en los problemas ni en los individuos, sino en la relación”. “El
objeto de trabajo en la Sex therapy
es la relación”. Los pasos más básicos, como también se anotó, son comunes
para todas las parejas que solicitan ayuda, se trate del problema que se trate.
Siguiendo el modelo teórico del aprendizaje, ellos han hablado de una re-educación,
de un re-aprendizaje. Y
lo han hecho de forma insistente respecto a la necesidad de educación sexual
como base y dentro de la cual la misma terapia sexual no es sino un capítulo,
un tramo más25. El formato de tratamiento, como el de Rogers, es
intenso y breve: exactamente dos semanas según el diseño publicado en sus
informes, si bien ha sido alterado según las adaptaciones a las distintas
circunstancias de uso.
Por otra parte,
Masters y Johnson, como Rogers, expusieron su modelo, de forma intencionadamente
ajena a encuadres tanto de patología médica como de la psicopatología psiquiátrica.
“No quisimos que la Sex therapy fuera
integrada en un cuadro de carácter psiquiátrico... ni propusimos un
especialista clásico porque veíamos que era preciso una figura nueva con una
función nueva”26. Por otra parte, cuando Masters y Johnson se
clasifican a sí mismos en sus textos no se incluyen ni en la línea de la
Terapia conductual ni en la Psicodinámica ni en la Humanista. Se sitúan con una
línea propia: la suya.
Hoy vemos que tanto
el Sex counselling como
la Sex therapy
han sido practicados por profesionales muy diversos y no necesariamente según
la tradicional forma de entender la clínica ni los problemas. Ese mismo rasgo
ha traído consigo una serie de debates, tanto de orden profesional y ético,
como epistemológico y técnico que muestran la persistente dificultad para
digerir dichas innovaciones. El antiguo modelo del locus
genitalis o neo- locus frente al marco del
nuevo paradigma se repite en todos estos debates.
Como ya quedó
indicado, un problema sexual
no es fundamentalmente una psicopato- logía en el sentido antiguo de la Psychopathia
sexualis o de ésta adaptada y prolongada. Es
una dificultad común y general de los sujetos. Y si esto es así, concluyen,
habrá que abordarlo como es. Rogers había introducido la idea de counselling
frente a la de therapy, desclinicalizando
los planteamientos y los mismos formatos de tratamiento. Masters y Johnson
plantearon la Sex therapy
de cuya práctica surgió pronto, por el mismo efecto, el Sex
counselling. Es importante advertir este
paralelismo histórico o, si se prefiere, esta confluencia que, a pesar de
diferencias patentes, une en unos ejes centrales proyectos aparentemente
distintos.
Técnicas y
estrategias
La estrategia general
del producto elaborado por Masters y Johnson -y las distintas tácticas
parciales de cada tramo- integran una serie de técnicas y recursos bajo
distintas formulaciones como prohibiciones
y permisividades
y que, bajo denominaciones intencionadamente solapadas de prescripciones o
indicaciones, contribuyen por un lado, a distraer la ansiedad de ejecución y,
por otro, a potenciar la exploración de innovaciones en el ámbito de los
deseos. Así, la prohibición del coito, por ejemplo, permite la exploración de
aspectos de la erótica; las permisividades o prescripciones de focaliza- ciones
sensoriales progresivas propician la organización de los aprendizajes
acumulados que, a su vez, incitan a otros siguientes de forma no-ansiosa, es
decir, razonable. Más aún, viable.
La técnica de la permisividad,
que había sido ideada y desarrollada por Carl Rogers tres décadas antes,
propiciaba la aplicación de una serie de tácticas, tales como la del espejo, o
la de reorganizaciones cognitivas, mediante la creación de situaciones
paradójicas, etc. en un proceso que pretendía siempre llevar al sujeto a darse
cuenta. Curiosamente -y tal vez sin la
transcendencia que Rogers dio a ello- Masters y Johnson usan algunas técnicas
similares como la misma del espejo, si bien añaden otras muy distintas27.
Para reconocer estos planteamientos conviene insistir en la centralidad de las
estrategias y no en los detalles periféricos de las técnicas.
Rogers tenía muy
claro el objetivo de la producción de insight,
y así lo nombra, mientras que Masters y Johnson, acentúan ese recurso a
través de lo que llaman información o conocimiento experiencial -mediante los
juegos eróticos de la focalización sensorial, por ejemplo- y la prohibición de
metas, que son las
creadoras de ansiedad. Un ejemplo de meta es por ejemplo conseguir
la erección en un caso de impotencia o alcanzar
el orgasmo en un caso de anorgasmia. Al prohibir unas metas, automáticamente
se prescriben (permiten) otras: experimentar, vivenciar, notar, sensar,
sentir, etc. Juntar ambas tácticas globales, como dos caras de la misma moneda,
en el mismo formato de trabajo, constituye una estrategia que produce efectos
paradójicos que no pueden sino producir insights.
La experiencia lo confirma.
Estamos, pues, en una
vía muy similar, se reconozca o no en ámbitos académicos, es decir, por razones
de diferenciación de escuelas o corrientes de pensamiento. El desarrollo de
este aspecto en los años sucesivos por parte de la generalización de la
práctica hace que hoy ya nadie se extrañe de ese paralelismo. Estos procesos
diseñados por ambos formatos de tratamiento no son sino escenarios organizados
y artificiales -de laboratorio- en los que se juegan los problemas y las formas
de entenderse de los sujetos con ellos y con otros, así como con otras formas
alternativas que surgirán de esos experimentos.
La ayuda de los
especialistas en ambos casos no consiste en aconsejar o decir qué se debe o no
se debe hacer, -qué es bueno o qué no lo es- sino en propiciar y facilitar
-pilotar- a los sujetos en sus propios descubrimientos en los que se confía y
para los que están dotados. Los especialistas colaboran mediante la
organización de estrategias y la coordinación de las distintas técnicas, pero
quienes se dan cuenta
de lo que les sucede y, a partir de ahí, se reorganizan son los sujetos mismos.
Y esto tanto en términos individuales, en el caso de Rogers, como en términos
de relación, en el de Masters y Johnson28. Una serie de técnicas
específicas más, o de recursos, según las dificultades concretas de cada caso,
serán añadidos tanto por Rogers como por Masters y Johnson. Pero conviene,
insistimos, no perder de vista qué es central y qué es periférico.
Simplificaciones
No es ya necesario
recordar que así como la aportación básica de Masters y Johnson fue reducida a
sus técnicas y trucos, la de Rogers había sido también caricaturizada y su
mensaje central trastocado. Todos conocen las exageraciones que se hicieron
por ejemplo a propósito de la noción rogeriana de no-directividad
cuando, de hecho, ésta no constituía sino una
herramienta o recurso, una estrategia distrac- tora de la ansiedad con vistas a
crear un marco de empatía o confianza -nueva estrategia- para ir pronto al
fondo de la cuestión, que era propiciar que los sujetos se dieran cuenta por sí
mismos de ese particular eureka
que es el insight
como forma de conocimiento.
Al ser todo permitido
y dejar entre paréntesis un gran peso de normas coercitivas dis- tractoras, el
sujeto se encuentra, o puede encontrarse, en una situación de búsqueda más
propia y personal, asumiendo su gestión y dirección en el sentido más pleno.
Las técnicas, pues, son claras. Pero es evidente que necesitan ser aplicadas
con prudencia y destreza de forma que su aplicación no cree lo contrario de lo
que se propone: perderse aún más. “Muchos abusos -escribe Gondra en su tesis
doctoral sobre Rogers- fueron producidos por usar técnicas de Rogers sin la
filosofía que las inspiraba. Muchos usos convirtieron al Counselling
en una forma burda de manipulación”29.
No están lejos de
estas deformaciones algunos hechos de fondo, por otra parte, fáciles de
detectar. Por ejemplo Rogers, si bien formado en una fuerte exigencia de rigor
científico y metodológico, no tuvo reparo en tomar prestadas una serie de
aportaciones de la fenomenología existencial y luego de la teoría de la
Gestalt, nada aparentemente científicas
sino humanistas;
y es preciso afirmar, muy ajenas al conductismo como abanderado de la cienti-
ficidad. Masters y Johnson, por su parte, ajenos
de entrada a los planteamientos de Rogers, partieron en la dirección de un cientificismo
ya tópico, si bien salteando aquí y allá sus
informes de rotundas precauciones para no caer en la mayor simplificación que
es objetivar a los sujetos. Estas confusiones o equívocos hacen difíciles la
comprensión de los puntos de conjunción que planteamos, más por razones de
ortodoxias académicas que de contenidos conceptuales y operativos; pero el
carácter inter- disciplinar de la Sexología y el diálogo que propicia,
proporciona estas agradables sorpresas.
Del
“Sexcounselling" a la “Sex education"30
El resultado final de
este proceso madurado durante varias décadas ha sido que la trilogía de
profesionales de la Sex therapy-Sex counselling-Sex
education, juntas en su continuo o por separado
en sus distintos segmentos, son un hecho en la práctica sexológica. En el caso
de EE.UU. pasan de 50.000 los profesionales que integran las dos
organizaciones más representativas31. El gráfico siguiente puede
ofrecer este continuo que, por un lado, se ha originado desde la Sex
therapy para concluir en la Sex
education; y, por otro, al revés, desde ésta a
aquélla; pero en ambos casos pasando por el Sex
counselling. (Véase figura 1).
Si hemos tomado la
referencia de EE.UU. es sólo para acentuar la organización de profesionales
que más gráficamente ofrece la desabsolutización de la patología sexual antigua
y la gama de espacios que permite tener en cuenta los nuevos planteamientos, si
bien no conviene olvidar que esta trilogía de
recursos corresponde al modelo implantado por
la Organización Mundial de la Salud en 197 432. El proceso de ida o
de elaboración parte de la Sex therapy,
pasa por el Sex counselling,
para concluir en la Sex education
y reproduce la historia que ha sucedido desde el experimento a la
generalización. El otro, el de vuelta, es el seguido hoy en el trabajo diario:
empieza por la Sex education,
lo que hace o puede hacer disminuir los problemas; si los hay, comunes y no graves,
se dispone del Sex counselling; y,
si los hay más graves, se puede recurrir a la Sex
therapy. Y aquí termina el modelo externo
como tal, para seguir en el punto más central y también la mayor innovación:
el trabajo en los tres tramos del continuo centrado en el insight
de los sujetos.
Con ello se ha
cambiado tanto el sistema antiguo de la patología extendida de una manera
invasiva y general -recuérdese: el de la Psychopathia
sexualis y sus secuelas aún en vigor-, como
contribuido a fomentar la cada vez más activa participación de los sujetos en
la resolución de sus propias dificultades, lo que, sobre todo, equivale a dar
un paso muy importante en la toma de conciencia de su propio protagonismo.
Los problemas no se producen por factores misteriosos o ignorados sino de forma
inteligible. Y también de esa forma pueden arreglarse por ellos mismos, que
sería el objetivo deseable, o con la ayuda, en su caso, de los especialistas.
Ambos experimentos en
la resolución de los problemas partieron de un planteamiento clínico clásico,
antiguo, para ser reformulado y conducido hasta sus últimas consecuencias. Se
empezó por los problemas; de éstos se pasó a los individuos; y de éstos a su
relación; y se terminó en el planteamiento de la importancia de su educación.
Dicho de otra forma: la clínica ha mostrado ser un recurso reparador in
extremis cuando falla la educación. De donde
se desprende que lo más urgente es ésta.
4. Del Sex counselling a la Sex
education.
La educación sexual
desde el paradigma moderno de los sexos Los resultados de la Sex
therapy y del Sex
counselling han sido considerables y todo el
mundo cuenta ya con ellos. Pero si una de sus conclusiones más claras y
reiterativas es la necesidad de Educación
sexual será también importante plantearse ésta, no
ya en términos antiguos o como una voluntariosa componenda preventiva de
enfermedades o trastornos -aunque también-,
sino como es, de hecho, desde el nuevo paradigma: como el recurso que más puede
contribuir de modo directo a la consolidación y avance de una cultura de los
sexos y, por lo tanto, de su nuevo ars amandi.
Si estas afirmaciones
u otras parecidas suelen resultar hoy obvias y hasta tópicas, lo que no
resulta tan claro es ni la forma de articular ese recurso ni el qué de su
pragmática. La educación sexual es una expresión del siglo XIX que ha
recorrido el XX recogiendo los distintos imaginarios que cada ciclo corto ha
puesto en ella. Por ello resulta interesante detenerse tanto en sus formas
como en sus contenidos.
Planteamientos
pre-modernos aún vigentes
En cuanto a las
formas, el defecto ha sido no contar con el insight;
y en cuanto a los contenidos, el haber estado más atentos a las antiguas
ideas reproductiva y hedónica que a la moderna tesis sexuante del nuevo
paradigma. De ello se han derivado los correspondientes efectos y
deformaciones. Siguiendo una, se ha solido dar información sobre los
anticonceptivos para evitar embarazos no deseados. Y siguiendo la otra, se ha
solido ofrecer información para disfrutar del placer33.
Estos puntos de
partida en los que la educación sexual se ha estancado han conducido a dos
grandes defectos a cual más desafortunado: uno, centrado en la prevención de
peligros y situaciones de riesgo y que, obviamente, más que de educación
sexual se trata de campañas de emergencia socio-sanitaria como sucede, por
ejemplo, ante cualquier amenaza bacteriana o vírica sobre la que es preciso
informarse para prevenirse. Es claro que no es ésa la idea central que aporta
la Educación sexual de
la que aquí tratamos sino en todo caso un indicador del reconocimiento de su
fracaso que trata de paliarse con acciones sustitutoria34.
El otro defecto
podría ser visto como una aplicación del recurso inductor de permisividad, no
como estrategia de búsqueda -tal como ha sido planteada o se lleva a cabo dentro
de la Sex therapy
o del Sex counselling-
sino como esnobismo o permisividad moral. Recuérdese, de nuevo, la hipótesis
represiva de Foucault. En tal caso, lo más que
se ha logrado no ha sido sino continuar con la falacia de dar lo prohibido
como permitido en el más paternalista estilo de moral anti-sujeto, o sea
pre-moderno.
Se podría añadir un
defecto más al que ya se ha aludido en diversas ocasiones. Y es que la
generalización de los dos anteriores ha llegado a ser tan claramente
reductora, tan de locus genitalis
o de neo-locus,
tan de carne cristiana redenominada sexo
que, para salir de ella
o, tal vez
para quitarse la mala conciencia, un sector de opinión optó hace algunos años
por corregir la fórmula y hablar de educación
afectiva y sexual. Llamar a todo eso
educación sexual es usar una fórmula con
denominación de origen para ofrecer un
producto que poco tiene que ver con ella, lo que en términos comunes suele
llamarse una falsificación.
O más aún: un fraude.
Por resumir
Para denominar esas
prácticas o campañas podría perfectamente hablarse de información reproductiva
o, si se prefiere, anticonceptiva, puesto
que se parte del locus genitalis
de la hipótesis reproductiva y se trata de reproducción, si bien en una época
ésta puede ser más estimulada, y en otra más bien evitada. En segundo lugar, en
cuanto a la información sobre el placer, puesto que de tesis hedónica se parte,
es decir del neo-locus,
podría hablarse de educación para el placer,
también según unas rachas morales más prohibitivas u otras más permisivas en
función de la moral social del momento. Por último, puesto que se ha añadido lo
afectivo a lo
sexual, podría usarse claramente una fórmula
anterior, que ya existía, conocida como educación
para el amor y el sexo en el sentido ya
indicado. Seguir abusando del apelativo sexual
para designar este magma o revuelto
a-conceptual equivale a situarse en términos
históricos en el segundo tercio del siglo XIX y en la corriente más
reaccionaria, no sólo al margen, sino en contra de la mayor innovación de la
Época Moderna en este campo.
Por supuesto que no
se trata de negar la necesidad de una información o divulgación sino de indicar
que una cosa es la higiene básica -incluyendo el recto
uso de los genitales- y otra la Educación
sexual organizada y sistemática. Lo grave es que
las caricaturas han logrado que una sustituya a la otra y con ello se ha
desactivado la educación sexual. No es ya necesario recordar que esa operación,
esa forma de desactivar el lenguaje y los conceptos, se ha repetido en
diversas fases históricas.
Lo que el paradigma
sexual moderno plantea es que, más allá de la reproducción o del placer, o
aparte de ellos -puesto que no son excluidos, sino reconsiderados-, la
educación sexual es una educación de los sexos.
Y no del sexo,
es decir del locus genitalis,
sea cual sea la metamorfosis bajo la que éste se disfrace. Si es a partir de
ahí como la realidad sexual ha entrado en los sujetos, será teniendo en cuenta
este hecho como será plan- teable y posible una entrada en la vía del insight.
Es decir, que los sujetos puedan conocer a fondo -tomar
conciencia, darse cuenta, caer en la cuenta- de lo que
significa para ellos tanto su condición sexuada como las consecuencias que se
derivan de ello35. Ahí, pues, podemos empezar a entendernos sobre lo
que es una educación sexual que corresponde a su concepto y a su denominación
de origen: se trata de una educación de
los sexos con insight.
Algunos
ejemplos
Tratando de exponer
su desarrollo de forma muy resumida podemos usar el formato de un experimento
con dos muestras: a una, formada por alumnos que recibe esa educación sexual
antigua o de locus genitalis,
vamos a llamarle Grupo A. Y a la otra, que recibe la educación sexual planteada
desde el paradigma del hecho de los sexos con insight,
Grupo B.
El grupo A recibe
información sobre anticonceptivos y sobre el ejercicio del placer. Obviamente
nadie pone en duda que esto sea importante “para evitar embarazos no
deseados" y “porque el placer es un derecho". Simplemente se trata de
otra cosa. Concedemos también que nadie va a decir que esta educación es
parcial sino integrada en la persona, especialmente por las alusiones a los
afectos y al amor, según la voluntariosa mezcla o popurrí conceptual en uso.
También es preciso admitir, sin ninguna clase de duda, la utilidad de la misma
“dada la gran necesidad, incluso la urgencia de estas informaciones",
urgencia y necesidad que se pone aún más de manifiesto ante el riesgo de embarazos
no deseados y, más todavía, por el avance de las enfermedades de transmisión genital,
entre las cuales está el sida.
Toda esta información puede ocupar un tiempo mayor o menor. Si se dispone de
más tiempo parece que es mejor que si se dispone de menos. Pero lo que nos parece
importante no es tanto la cantidad de información sino el contenido referencial
del mensaje de locus genitalis.
El grupo B no recibe
ninguna información directa o de especial utilidad inmediata de carácter
preventivo, higiénico o sanitario, ni por razones de necesidad, menos aún de
urgencia, etc. sino que es invitado a plantearse preguntas relativas a cómo
se explican -o entienden- ellos o si ven de interés preguntarse y explicarse
cosas tan aparentemente lejanas o distantes como es el hecho de los sexos y sus
consecuencias, la intersexualidad, los caracteres sexuales primarios,
secundarios y terciarios, etc. En definitiva -por usar conceptos refe-
renciales-, la sexuación, la sexualidad y la erótica, para aterrizar
en la amatoria o ars amandi36.
Cómos y qués
Frente al pragmatismo
directo y de utilidad inmediata -léase
asistencial- de lo que ha recibido el grupo A, el grupo B ha sido invitado
sólo al conocimiento
que suele denominarse especulativo o teórico pero puede ser -y es, de hecho: a
él nos referimos- explicativo y, por lo tanto, objeto de interés. Frente a los cómos
o el cómo
hacer pragmático de lo recibido por el grupo A, el
B sólo ha recibido claves para entender y explicarse qués,
a través de los cuales entender(se) y explicar(se) con una serie de nociones o
desde ellas.
Es posible que en el grupo B no se hayan planteado previamente ni la necesidad
de estas claves ni siquiera los qués.
No obstante, y aunque
no suela parecerlo, el conocimiento teórico es también de orden práctico,
porque entender qués
es, y no puede no ser, práctico. Y porque plantearse preguntas es una vía más
práctica que la llamada práctica de las respuestas ofrecidas sin la previa
organización de las preguntas.
En definitiva: inducir
preguntas de interés explicativo -es decir,
contribuir a que los sujetos se entiendan o busquen explicarse mediante el
conocimiento- es de mayor
repercusión educativa que ofrecer respuestas a necesidades inmediatas.
Es la entrada y la participación del sujeto interesado la que hace que el
conocimiento sea significativo y de interés, y por lo tanto pueda producir insights.
Algunos sistemas educativos -el español, entre ellos- plantean el conocimiento
por aprendizaje significativo,
que se basa en la misma fórmula. Para llegar a comprender algo es preciso previamente
planteárselo: estar interesado. Es la metodología que sigue la estrategia del insight.
Por otra parte, sabemos que la suma de cómos
relativos al locus
genitalis, por muy voluminosa que sea, nunca
dará como resultado explicaciones de qués
pertenecientes al hecho de los sexos. Pero sí a la inversa.
Consensos
Llegados a este
punto, alguien podrá argüir, con toda razón, que el grupo B puede encontrarse
en situaciones concretas en las que no sabrá cómo
hacer puesto que esos cómos
no han sido materia preferente, menos aún urgente (por ejemplo, cómo usar un
preservativo, qué técnicas son más eficaces para ligar, o cómo lograr que su
pareja quede satisfecha, etc.). Frente a lo cual podríamos responder que en el
grupo A han sido tan prácticos que no han salido de esos datos. Todo esto puede
llevarse hasta las caricaturas en términos de comparaciones odiosas entre lo
teórico y lo práctico. Se puede oponer a ambos grupos: el A contra el B y
viceversa. Así unos pueden decir que lo que vale es lo práctico. Contra lo que
se puede responder que no hay nada más práctico que una teoría, etc. etc., vía
que nos conduce a debates de otro orden y que generalmente no suelen tener
fin.
Para salir de tales
discusiones circulares, podemos convenir en que se puede, en un primer nivel,
tratar lo urgente y, en otro, detenerse en lo importante, pero a condición de
que no se termine por tratar sólo lo urgente precisamente por su carácter de
urgencia, suprimiendo lo que no es considerado urgente. De esa forma se suelen
convertir las situaciones en estados de emergencia permanente, siguiendo el
orden de prioridades dictado por las prisas y la nerviosidad acelerada, que es
la forma más garantizada de huir del conocimiento y encontrarse cada vez más
impelido a la pragmática y la urgencia como única teoría.
Puede haber, sin
embargo, algunos puntos de consenso: el grupo B puede recibir también lo
práctico, porque es evidente que quien se plantea lo teórico no excluye llegar
a lo práctico, incluso de forma más operativa, mientras que mal se puede pasar
de los datos informativos del Grupo A a ideas o conceptos explicativos cuando
sólo se plantea una acción inmediata y directa en torno a algunas necesidades
urgentes, según la teoría de la urgencia. Ya quedó indicado: la hipótesis
sexuante incluye la reproductiva y la hedónica, pero no al revés. No es
menosprecio decir que éstas no se plantean aquélla. Es lo que muestra la
historia en su evolución. Yel paradigma moderno supera, sin dejar de integrar,
al anterior.
La educación sexual,
entendiendo por tal la educación de los sexos, constituye un marco teórico. La
otra es una amalgama ocasional de datos sueltos, unidos por la utilidad inmediata.
Sin entrar aquí en juicios de valor, lo más claro es afirmar que se trata de
opciones diferentes. Una tiene muy poco que ver con otra. Cualquier pedagogo
sabe que no hay conocimiento sin campo de coherencia. O, dicho de un modo más
conocido: que la educación no consiste en dar peces para comer sino en
preparar redes para pescar.
La cuestión es, pues,
otra. Se trata de dos planteamientos diferentes. Por un lado el de la
asistencia técnica; por otro el de la incitación al conocimiento. El carácter
asistencial tiene sus ventajas y sus riesgos, también el de incitación al conocimiento
tiene las unas y los otros. Se puede reprochar a cada opción sus respectivos
límites, lo mismo que se pueden acentuar sus posibilidades. Hay sin embargo
algunas evidencias: la educación sexual -impropiamente así llamada- hecha en
el grupo A y la Educación sexual, o sea de los sexos, planteada y desarrollada
en el Grupo B, responden a fórmulas distintas con contenidos, objetivos y
metodologías diferentes. Y obviamente puntos de partida diferentes conducen a
recorridos y puntos de llegada diferentes.
“Descubrir
capacidades"
Se trata, pues, de
admitir tanto el protagonismo del sujeto como su capacidad y su valor, su
posibilidad de aprender, crear y producir conocimiento. Para lo cual, decíamos
a propósito de la Sex therapy
y del Sex counselling,
el insight
es una clave primordial. En el ámbito terapéutico y del asesoramiento se puede
afirmar que no se producen efectos sin insight.
Salvando las distancias de cada segmento del
continuo, no es aventurado afirmar que no hay acción educativa sin conocimiento
ni hay conocimiento sin insight.
Tanto en la Sex therapy como
en el Sex counselling,
se trataba de llevar adelante el principio de que cada cual pueda explorar y
descubrir sus capacidades, si bien en cada caso con metodologías y técnicas
distintas supeditadas a los formatos de trabajo diferentes. Por ejemplo,
aquéllos usan un formato mínimo: el individuo o la pareja; en educación sexual
suele trabajarse con grupos más o menos extensos, tal como la enseñanza reglada
los tiene establecidos.
En la así llamada
educación sexual, la antigua, se ha ido a lo urgente y no a lo importante; se
ha ido a la asistencia a necesidades y no a la creación de riqueza; se ha ido
al consumo y no a la producción de conocimiento y de recursos. Se ha dicho que
a los jóvenes no les interesa lo importante y se les ha dado lo urgente. Se
les ha hecho usuarios y consumidores de sistemas antiguos en lugar de
invitarlos a que conozcan esos sistemas por dentro y así poder participar en su
conocimiento y entrar en los nuevos. Se han dado limosnas informativas y se ha
abandonado el importante capital de sus capacidades en ello. Se han dado
distracciones anecdóticas y no núcleos de interés troncal.
En Economía se podría
hablar de tercer- mundismo y subdesarrollo, de paliar miserias y no crear
riquezas, de ofrecer pan para hoy y hambre para mañana. Se ha perdido lo
central y se está en las periferias. Como sucedió con las caricaturas de la Sex
therapy, a propósito de las aportaciones de Masters
y Johnson, se ha dejado el mensaje central de los encuentros para distraerse
con las técnicas sexuales. No se ha seguido la innovación, se han mantenido los
anteriores modelos con parches y remiendos. No se ha aprovechado el paradigma
moderno para el nuevo ars amandi
y la nueva cultura de los sexos37. Los aguafiestas de turno podrán
decir que hablamos de una utopía. Pero sabemos muy bien que ésta es un hecho.
Sólo hace falta buscar en la letra pequeña y no quedarse en los grandes
titulares.
La llamada
asignatura pendiente
Se ha hablado con frecuencia
de esta educación sexual como de la asignatura pendiente, como una condición
inexcusable para la nueva cultura de
los sexos. La educación general de una sociedad
moderna necesita contar con esa asignatura científicamente asentada y académicamente
estructurada para la formación básica y el desarrollo general de los sujetos.
La asignatura
pendiente a la que nos referimos no consiste,
pues, en concesiones a la moral conyuntural u ocasional sino en una organización
sistematizada del conocimiento del Hecho de los sexos y de sus consecuencias.
No se trata, pues, de que ya se pueda
hablar de sexo sino de ofrecer
marcos teóricos de Sexología como sucede con cualquier otra área del saber. Por
ejemplo, no se tienen nociones de Economía por el hecho de que un profesor
bienintencionado hable a sus alumnos de cómo administrar sus pagas
o propinas ni de la voluntariosa amonestación de que tengan cuidado y no las
gasten precipitadamente en chucherías.
La Economía -moderna, se entiende- tiene una serie de conceptos que permiten
hacerse una idea de ese campo para poder moverse en él con cierta fluidez.
Tampoco se reduce la Electromecánica a una serie de advertencias sobre el
peligro que supone meter los dedos en los enchufes o manipular cables con
corriente. Por el contrario, los contenidos que se ofrecen en lo que suele
conocerse como educación sexual recuerdan bastante la obsesión por esos
peligros y sus consecuencias, lo que hace pensar en asuntos pueriles o
anecdóticos más que en dotar intelectualmente a esos sujetos de capacidad de
pensamiento formal y reflexivo -digámoslo, de nuevo: razonable-
también en este campo del vivir y, por lo tanto, de su conocimiento.
Podríamos seguir con
los ejemplos: en Lengua no se trata sólo
de hablar sino de conocer y plantear -y por lo tanto de estudiar- las reglas y
los sentidos del habla, de la gramática y de la lingüística. Dicho de otra
forma: una cosa es el uso del usuario y otra el conocimiento organizado de un
campo y lo que de él se deriva desde la investigación y la ciencia. Se empieza
ya a notar un cansancio en los Institutos de Educación Secundaria ante estas
campañas reiterativas en las que se da la típica charla con el preservativo
como base de la, así llamada, educación sexual... En suma: hartos de grandes
titulares y ayunos de letra pequeña, de cuerpo teórico como recurso o vía para
la inteligibilidad.
El pragmatismo
invocado por quienes insisten en separar este ámbito del campo general de los
saberes, en nombre y en defensa de la privacidad o del pudor de los sujetos, se
convierte, por decirlo suavemente, en una ingenuidad voluntarista tan arcaica
y estéril como distractora del proyecto de actualización de la sociedad que
ellos mismos crean. Esta confusión continuará mientras no se dé un salto cualitativo
y una entrada, en definitiva, en el concepto moderno de sexo
que es el de los sexos,
caldo de cultivo de los nuevos sujetos. Sólo conociéndose y explicándose en
esta dimensión será posible el despegue visible y la consolidación de una
cultura de los sexos y de un nuevo ars amandi.
Si los sujetos han evolucionado, es preciso una puesta al día de los recursos.
Notas al texto
1
E.
Amezúa, Cuestiones históricas y conceptuales: el paradigma del hecho sexual, o
sea, de los sexos, en los siglos XIX y XX, Anuario de Sexología.
Asociación Estatal de Profesionales de Sexología, 4, 1998, pp. 5-19. O, más
extensamente, E. Amezúa, Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología.
Revista
Española de Sexología, n° extra-doble, 95-96, Madrid, 1999.
2
Masters
& Johnson Institute, Ethical Issues in Sex therapy and Sex research,
Little, Brown and Company, Boston, 1980, vol. II, p. 138.
3
W.
Masters & V. Johnson, The Human Sexual Inadecuacy, Little, Brown
and Company, Boston, 1970 (vers. cast. Intermédica, Buenos Aires, 1981).
4
He
aquí algunas referencias de estos escritos menores: W. Master y V. Johnson, El
vínculo del placer, vers. cast. Grijalbo, Barcelona, 1974; F.
Belliveau & L. Richter, Understanding Human Sexual Inadequacy (Foreword
by Masters and Johnson), Hodder and Stoughton, London, 1971 (vers.cast.
Fontanella, Barcelona, 1974); N. Lerhman, Masters and Johnson explained,
(vers. cast., Las
técnicas sexuales de Masters y Johnson (con prefacio de Masters y
Johnson), Gránica, Barcelona, 1977; R. y E. Brecher, Análisis
de la Respuesta sexual humana. Ver.cast. Grijalbo, Méjico; E. y
R. Brecher, Análisis
de la Inadecuación sexual humana, Vers. cast. Grijalbo, Méjico;
etc. Conviene observar que Belliveau era el director editorial de la casa en
donde se editaron sus grandes obras, Lerhman era el responsable editorial de la
sección informativa de Playboy, E. Brecher, periodista científico,
etc. Todos ellos fueron seleccionados por Masters y Johnson para “transmitir
sus ideas y conceptos con claridad y fidelidad”.
5
Pertenecen
a esta serie, entre otros, Masters and Johnson on Sex and Human Loving
3 vols. (vers. cast. Bajo el título La sexualidad humana),
Grijalbo, Barcelona; Heterosexuality (vers. cast. bajo el título Eros: los
mundos de la sexualidad), Grijalbo, Barcelona. etc.
6
W.
Masters & V. Johnson, Human sexual Inadecuacy, Little, Brown C.,
Boston, 1970, p. 21.
7
W.
Masters & V. Johnson, Principles of the new sex therapy, The
American Journal of Psychiatry, 133, 1976, pp. 548-554.
8
Versión
cast. Ed. Herder, p. 11.
9
Ovidio,
Amores,
libro III, 7; l.c. ed. del CSIC, pp. 318-322.
10
Repport: Social
casework in maritalproblems: The Development of a Psychodynamic Approach, Tavistock Publications Ltd., London,
1955, p. 19
11
E.
Street and Jean Smith, From Sexual Problems to Marital Issues, in
Martin Cole and Windy Drayden, Sex Therapy in Britain,
Open University Press, Milton Keynes, Philadelphia, 1988, pp. 204-221. Una
actualización puede verse en Rafael Manrique, Psicoterapia sistémica de la pareja:
una visión construc- tivista, R.A.E.N., VIII, n° 26, 1988, pp.
391-415.
12
H.
S. Kaplan, The
new Sex Therapy, Random House, Nueva York, 1974 (trad. cast.
Alianza editorial) y otros de la misma autora.
13
E.
Pérez Opi y J. R. Landaarroitejauregi, Teoría de pareja: Terapia sexológica
sistémica.
Revista española de sexología, n° extra-doble 70-71,
Publicaciones del Instituto de Sexología, Madrid, 1995.
14
Es
el caso, por ejemplo de Sr. y Sra K. (Pseudónimos), The
Couple, Coward, McCann, N.Y., 1971 (vers. cast. Grijalbo,
Méjico).
15
Se
podrá advertir que utilizamos la grafía counselling con dos
eles. Entre la norteamericana con una y la británica con dos, nos hemos
inclinado por ésta. Es una decisión meramente subjetiva.
16
C.
Rogers, Counselling
andPsychotherapy, Houghton Mifflin, Boston, 1942 ( versión castellana:
Consejo
psicológico y psicoterapia, Narcea, Madrid, 1978). La traducción
del término Counselling
como consejo
ha traído consigo una serie de equívocos que nos llevan a usar aquí siempre el
original para indicar el contenido con el que fue acuñado. De paso, usaremos
también los otros, Therapy
y Education
para no perder el paralelismo de la nomenclatura en el continuo.
17
J.
Dewey, Democracia
y educación (orig.1916), edic. cast. Morata, Madrid, 1997.
18
Robert
Carkhuff etal.,TheArtofHelping,
3 vols, Publishers of Human Technology, Massachussets, 1978
19
P.
Robinson, La
modernización del sexo, Villalar, Madrid, 1976. Por lo que se
refiere a la versión castellana véase I. Aizpurua, Correcciones a la
traducción castellana de Masters y Johnson, Revista Española de Sexología,
1990, n° 42
20
C.
Rogers, Op.cit.,
p. 38
21
Exactamente
en la primera fase Rogers sustituye el término paciente por cliente
para luego sustituir éste por el de persona.
22
C.
Rogers, Prólogo a André Peretti, El pensamiento de C. Rogers,
S. E. A., Madrid, 1979, p. 28.
23
J.
M. Gondra, Características
del Counseling rogeriano, Documentación de los Estudios de
Postgrado de Sexología (uso interno), Instituto de Sexología, Madrid, 1988, p.
31; J. M. Gondra, La
psicoterapia de Carl Rogers, DDB, Bilbao, 1982.
24
Hemos
desarrollado este exioma en E. Amezúa, ¿Qué sexología clínica? Anuario
de sexología. Asociación Estatal de Profesionales de la
Sexología, 1, 1995, pp. 21-26.
25
W.
Masters & V. Johnson, El vínculo del placer. Grijalbo, Barcelona,
1976.
26
W.
Masters & V. Johnson, Ethical issue in Sex Therapy and Sex Research,
Little, Brown, Boston, 1980.
27
Belliveau
& L. Richter, Understanding
Human Sexual Inadequacy, Coronet Books, Hodder Paperbacks,
London, 1970.
28
Lucien
Auger, Communication
& Épanouissementpersonnel. Ottawa, 1980. Ed. de l’Lomme.
29
J.M1
Gondra, op.cit.
30
Seguimos
escribiendo Sex
education en lugar de Educación sexual, que
sería más propio, para no perder el hilo léxico del continuo de los tres
niveles que se presentan: Sex therapy, Sex counselling, Sex educa- tion.
31
La
trilogía profesional conocida como educator-counselor-terapist
ha confirmado la práctica de esta forma de trabajo. AASECT (American
Association of SexEducators, Counselors and Therapists), Code of Ethics,
Washington, 1978 y siguientes ediciones.
32
Organización
Mundial de la Salud, Documento 572, Ginebra, 1974.
33
El
añadido de la lucha contra las enfermedades venéreas -luego denominadas e.t.s.
o enfermedades de transmisión sexual, incluido el
sida- no es ni “educación sexual" ni no sexual, sino simplemente un capítulo
más de la higiene, por no decir de la prevención sanitaria o información
elemental.
34
Carlos
de la Cruz, Sobre campañas... BIS. Asociación Estatal
de Profesionales de la Sexología, n° 24, Enero, 1999.
35
Consuelo Prieto, Análisis
de las actitudes hacia la sexualidad de una muestra de profesionales sanitarios
y docentes.
Tesis doctoral. Universidad de Valladolid, 1996.
36
Para
una exposición ordenada de estos contenidos conceptuales véase E. Amezúa,
Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología. Revista
Española de Sexología, n° extra-doble 95-96. Madrid.
Publicaciones del Instituto de Sexología, Madrid, 1999.
37
Hemos
desarrollado más extensamente este punto en E. Amezúa, Diez textos breves, Revista
Española de Sexología, 1999, n° 91, pp. 23-43.
Harry Oosterhuis **
*
Artículo aparecido originariamente en Franz X. Eder, Lesley Hall and Gert Hekma
(Edit.). Sexual cultures in
Europe. National histories. Manchester
University Press, 1999. pp. 221-241. Traducción: Agurtzane Ormaza.
**
Profesor de Historia en la Universidad de Maastricht.
El
autor hace un repaso histórico sobre la introducción del concepto de sexualidad
en el siglo XIX. Harry Oosterhuis trata de ir más allá de la asunción
generalizada de que la interferencia médica en la sexualidad fue quicial en su
conceptualización. Para explicar la configuración de este término hay que tener
en cuenta el más amplio contexto social. El artículo se basa en su
investigación del trabajo del psiquiatra germano-austríaco Richard von
Krafft-Ebing, así como en el trabajo de otros eruditos.
Palabras
clave: Sexualidad, Siglo XIX, Psiquiatría, Krafft-Ebing, Psychopatia Sexualis,
Perversiones.
MEDICAL SCIENCE AND THE MODERNISATION
OF SEXUALITY.
The author does a historical review on
the creation of the notion of sexuality during the nine- teenth century. Harry
Oosterhuis tries to go further than the generilized assumption about the
medical interference on the shaping of sexuality as a concept. In order to explain
how this term was shaped, the wider social context has to be taken into
account. This article relies on his current researchon the work of the
German-Austrian psychiatrist Richard von Krafft-Ebing as well as on the work of
other scholars.
Keywords: Sexuality, 19th Century,
Psychiatry, Krafft-Ebing, Psychopathia Sexualis, Perversions.
En su influyente Historia
de la Sexualidad (1976), Michael
Foucault argumenta que la idea moderna de sexualidad fue históricamente
constituida en el siglo XIX cuando la ciencia médica delimitó la perversión.
Mientras que historiadores anteriores vieron la “medicali- zación” de la
sexualidad como un cambio solamente de actitudes y etiquetas- para ellos las
conductas y sentimientos sexuales desviados no eran ya considerados no
naturales, pecaminosos o criminales, sino que simplemente se convirtieron en
enfermedades reetiquetadas por los médicos- Foucault y otros historiadores
desde el constructivismo social retaron esta interpretación. No solamente son
críticos con el punto de vista de que el modelo médico sea un paso hacia
adelante tanto científico como humanitario, sino que enfatizan el hecho de que
los médicos del siglo XIX, a través de la descripción y categorización de las
sexualidades no procreativas, sean muy influyentes en la transformación
fundamental de la realidad social y psicológica de la desviación sexual, de
ser una forma de conducta sexual inmoral a ser una forma de ser patológica.
Así, diferenciando lo normal de lo anormal, los médicos exponentes del “biopoder”,
no solamente van construyendo la moderna idea de sexualidad, sino también van
controlando los placeres del cuerpo. Socialmente se fueron creando poderes
disciplinarios y discursos de conocimiento, la sexualidad era un invento del
siglo XIX. Antes de que las teorías médicas, que mezclaron las características
conductuales y físicas y la construcción emocional de los individuos,
surgieran, según Foucault no existía ninguna entidad que pudiera ser definida
como sexualidad.
Yo sería el último en
rechazar este hecho totalmente, pero mi asunción básica es que la descripción
sacada de la medicalización de la sexualidad es bastante parcial. Los efectos
disciplinarios de la interferencia médica con la sexualidad han sido
sobreenfatizados. Las teorías médicas han jugado un importante papel en la
construcción de identidades y categorías sexuales. Sin embargo, esto no
significa necesariamente que fueran invenciones científicas a las que se les
dio forma sistemáticamente por la lógica de la medicina e impuestas desde arriba
por el poder de la opinión médica organizada. Para explicar cómo la ciencia
médica del siglo XIX configuró la sexualidad, la cual es objeto de este
artículo, hay que tener en cuenta el más amplio contexto social. Al argumentar
que las nuevas maneras de entender la sexualidad emergieron no solamente del
pensamiento médico, me centraré en las conexiones entre los contenidos de las
teorías médicas y los marcos sociales e institucionales. Este artículo se basa
en mi actual investigación del trabajo del psiquiatra germano-austríaco Richard
von Krafft-Ebing así como en el trabajo de otros eruditos.
El interés científico
por la sexualidad, originado en la Ilustración, reemplazó la visión cristiana
de pecado y virtud por nociones seculares de la naturaleza. Como un fenómeno
natural que era, la sexualidad se abrió a dos significados morales
diferentes. Por una parte, los pensadores de la Ilustración como Rousseau
pensaban que la no contaminada naturaleza ofrecía la base para la conducta moral
y para las relaciones armoniosas entre el individuo y la sociedad. Por otra
parte, De Sade y otros argumentaban que los impulsos naturales eran éticamente
neutrales o incluso ciegamente amorales y por tanto no podían aportar una base
sobre la cual construir la sociedad. Al hilo de estas divergentes
interpretaciones de la naturaleza humana, el pensamiento de la Ilustración
sobre la sexualidad era ambivalente. Hasta el punto de que contribuyó a la
procreación y de que estaba conectado al amor heterosexual armonioso,
matrimonio, familia y maternidad, que eran aplaudidos. Pero cuando la sexualidad
era prematura, ilícita, excesiva o motivada por la pura lujuria, era
considerada socialmente subversiva. Como impulso básicamente egoísta,
improductivo e irracional, la sexualidad minaba la optimista idea de moral
natural y planteaba un potencial riesgo para la armonía social. La preocupación
por los peligros de la masturbación era típica del enfoque sobre la sexualidad
que la Ilustración tenía, basándose en las soluciones sanitarias y los efectos
benéficos de un saludable estilo de vida, moderación y dominio de sí mismo. No
fueron tanto las leyes penales como la educación, la medicina y la higiene
social los medios para prevenir la desviación y poder conformar una sexualidad
saludable capaz de ser integrada en la sociedad.
Junto al interés
(económico), tanto en el tamaño como en la salud de la población, en que
Malthus marcó un hito, la creciente preocupación sobre temas de salud pública
en el siglo XIX, especialmente
problemas de enfermedades de transmisión sexual, prostitución e indecencia
pública, favorecieron el interés médico por la sexualidad. Después de 1850 el status científico y
social de la medicina fue enaltecido, especialmente en Francia y Alemania donde
los médicos eran aliados del estado. Los médicos poco a poco reemplazaron al
clero como consultores personales autorizados en la esfera de lo sexual. Por
una parte, los doctores no podían escapar al reconocimiento de que la pasión
sexual era parte de la naturaleza humana. Se repetía el típico modelo del
siglo XIX de sistema de energía cerrada, donde el impulso sexual (masculino)
era conceptualizado como una poderosa fuerza que se acumula dentro del cuerpo
hasta que se descarga en un orgasmo. Muchos creían, especialmente los hombres,
que impulsos insatisfechos conducirían a enfermedades nerviosas. Por otra parte,
dejarse llevar por impulsos incontrolados era considerado peligroso para la
salud del individuo así como para la de la sociedad. Se creía que la economía
sexual humana funcionaba de acuerdo a un modelo cuantitativo de flujo de
energía en el cual gastar semen significaba una pérdida de energía en otras
áreas de la vida y moderar el consumo estaba más en consonancia con la salud y
la fertilidad. Moderación y fuerza de voluntad eran claves del consejo profesional
ofrecido a la burguesía.
Es cuestionable si la
profesión médica impuso de hecho una ideología sexual en el público profano. No
solamente había diversidad de opinión en la literatura médica sobre
sexualidad, sino que era necesario también diferenciar entre la burguesía y la
clase obrera. La mayoría de los médicos dependían estrictamente de la
aprobación de sus clientes burgueses. La inmoralidad sexual era una diana
especial para las campañas médico-morales dirigidas a la vigilancia y
regulación de la clase obrera y los pobres de la ciudad. En el discurso del
movimiento de la salud pública de mediados del siglo XIX, la inmoralidad, la
pobreza y la propagación de enfermedades contagiosas se fueron condensando. La
prostitución era una preocupación crónica. Esta era sostenida por un doble
patrón: se suponía que había que proteger a las mujeres burguesas, pero la
promiscuidad por parte de los hombres burgueses era tácitamente condonada con
mujeres de clase baja que les proveían una salida necesaria para el impulso
sexual masculino. Al mismo tiempo la prostitución era vista como un problema
por la transmisión de enfermedades venéreas. A lo largo del siglo XIX, en toda
Europa fueron implantados sistemas policiales de registro a prostitutas. El
control médico de enfermedades de transmisión sexual se añadió a la ya
existente vigilancia policial sobre las mujeres de la prostitución. Al mismo
tiempo la policía incrementó sus acciones contra otras formas de conducta
sexual desordenada. Las conductas sexuales entre hombres, particularmente en
lugares públicos en ciudades así como en lugares institucionales como
prisiones, barracas, barcos, escuelas y residencias, eran especialmente preocupantes.
El vasto compromiso
médico, respaldado por el estado, en la regulación de la prostitución femenina
contradecía un principio legal crucial tanto del pensamiento de la Ilustración
como del Liberalismo del siglo XIX: el estado no interfiere en las vidas
privadas de los ciudadanos. En la oposición de la iglesia y del estado, los
pensadores de la Ilustración y del liberalismo enfatizaban la distinción entre
pecado, competencia de la iglesia, y el crimen, la preocupación del estado.
Sin embargo, la separación liberal de las esferas privada y pública tropezaba
con sus propios límites. La conducta sexual y sus posibles consecuencias, por
ejemplo, la reproducción, empezaron a ser vistas como temas sociales y
políticos críticos desde que se implicaron en ellos la salud y la fuerza de
las naciones. El examen médico obligatorio de las prostitutas y la medicaliza-
ción de las sexualidades desviadas marcaron una transformación de la actividad
privada en la conducta que podría ser legítimamente juzgada desde standards
de respetabilidad y salud pública.
Mientras que el
interés médico anterior se había centrado en la masturbación, prostitución y
enfermedades venéreas, desde 1860 importantes psiquiatras comenzaron a preocuparse
por las conductas sexuales desviadas que eran generalmente consideradas inmorales
y que eran a menudo punibles. Aunque la sodomía había sido descriminalizada en
algunos países europeos durante y después de la Revolución francesa (Francia,
Holanda y Baviera por ejemplo), las nuevas ofensas contra la moralidad, como
la indecencia pública, fueron introducidas, y también las edades legales para
el consentimiento de los contactos sexuales. Más aún, en la segunda mitad del
siglo XIX la criminalización de la conducta homosexual estaba extendida en
Alemania (en 1871) y en Inglaterra (en 1885 y 1897). Como resultado del
crecimiento de la persecución de ofensas inmorales, los médicos, como expertos
forenses en juzgados, fueron cada vez más confrontados con la desviación
sexual. Antes de 1860, el interés médico por conductas sexuales desordenadas
era ligado intrínsecamente a la medicina forense, enfocada a actos criminales
como la violación y la sodomía. En general los expertos en medicina forense se
limitaban al diagnóstico físico para facilitar evidencia de ofensas
inmorales. Así el profesor francés de medicina forense A. Tardieu declaró en
1857 que los pederastas arrestados por la policía de París tenían penes como
los de los perros, y sus pasivos compañeros las formas blandas y redondeadas de
las mujeres. La explicación de su conducta era social más que biológica: el
resultado del fallo de la moral, las condiciones desfavorables de la vida,
malos hábitos como la masturbación y la imitación de conductas. Para el
psiquiatra alemán H. Kaan, quién publicó una de las primeras clasificaciones
psiquiátricas de los desordenes sexuales (Psychopatia
Sexualis, 1844), las perversiones eran malos
hábitos ubicuos, favorecidos por las condiciones individuales y sociales; él no
consideraba, aún, al ofensor como un tipo de persona fundamentalmente
diferente.
En la primera mitad
del siglo XIX no estaba decidido si la impudicia era una causa, una
consecuencia o una forma de demencia en sí misma. Varias autoridades médicas
asumieron que, como el onanismo, cometer “actos antinaturales” podría conducir
a la debilidad física y a la locura. Sin embargo, a mediados de siglo la
conexión entre conducta sexual y desviación patológica fue revocada por
algunos análisis médicos. El médico francés C.F. Micheá en1849 y la autoridad
médica forense alemana J.L. Casper en 1852, en su tratamiento de la sodomía
trasladaron el foco de atención de las características fisiológicas del acto
sodomita a la disposición biológica del ofensor. Ellos fueron los primeros en
declarar que la preferencia por personas del mismo sexo era, a menudo, innata e
implicaba feminidad en los hombres. Su acercamiento marcó un hito, para los
psiquiatras que empezaban conectar actos sexuales no dirigidos a la procreación
con enfermedades del cerebro o del sistema nervioso.
El interés
psiquiátrico en los aspectos más amplios de la desviación sexual surgió de la
preocupación forense por la estructura psicológica de los ofensores sexuales.
Considerando que los médicos habían creído en un principio que los desórdenes
mentales y nerviosos eran resultado de conductas “antinaturales”, los psiquiatras
supusieron que causaban la desviación sexual. Cada vez más desórdenes sexuales
eran vistos, no simplemente como formas de conducta sexual inmoral, sino como
síntomas de condiciones mórbidas subyacentes, especialmente como una forma de
“demencia moral”. Llamados a prestar experto testimonio en el juzgado, la
principal idea de los psiquiatras era que la irresponsabilidad de los ofensores
morales debía ser considerada a la hora de juzgarlos. Ciertas categorías de
defendidos deberían ser llevadas a asilos y clínicas en vez de a prisiones.
En las últimas
décadas del siglo XIX algunos psiquiatras, especialmente en Francia y
Alemania, clasificaban y explicaban el vasto abanico de conductas sexuales
desviadas que habían descubierto. Basando sus argumentos en teorías
deterministas de la degeneración hereditaria y del automatismo neurofisiológi-
co, cada vez más psiquiatras subscribían la nueva visión de que en muchos
casos las actividades sexuales desviadas no eran opciones inmorales sino
síntomas de características innatas. Desde1870 conocidos psiquiatras alemanes
y franceses trasladaron el foco de atención de la desviación temporal de la
norma a una forma de ser patológica.
En 1869 el psiquiatra
alemán C.F.O. von Westphal publicó el primer estudio de lo que él denominó
sentimiento sexual contrario (contrare Sexualempfindung). El artículo publicado
por R. von Krafft-Ebing en una importante revista psiquiátrica alemana en 1877
puede ser considerado como el directo precursor de numerosos trabajos
clasificatorios de patología sexual. Mientras Krafft-Ebing en 1877 distinguía
tan sólo cuatro perversiones -asesinatos por lujuria, necrofilia, antropofagia
(canibalismo) y sentimiento sexual contrario- en 1880 y 1890 él y sus colegas
alemanes y franceses crearon y apuntalaron nuevas categorías de perversión
recogiendo y publicando cada vez más historias de casos. Después de que en 1860
seguidamente C.H. Ulrichs, Westphal y K.M. Benkert acuñaran términos como “uranismo",
“sentimiento sexual contrario" (inversión) y “homosexual" (y
“heterosexual"), se introdujeron otros como el de “exhibicionismo"
en 1877 por C. Laségue , el concepto de “perversión sexual" en 1885 por V.
Magnan, el de “fetichismo" en 1887 por A. Binet , el de “sadismo" y
“masoquismo" en 1890 por Krafft-Ebing y el de “algolagnia" en 1892
por A. von Schrenck-Notzing.
En 1880 los
psiquiatras franceses más destacados contribuyeron al desarrollo de la patología
sexual. Mientras después de 1890 los expertos alemanes y austríacos marcaron un
hito, las contribuciones inglesas, italianas y rusas a este campo, aunque
substanciales, fueron menos numerosas. Las publicaciones de éstos y otros
muchos ayudaron a la emergencia de un discurso médico sobre la sexualidad.
Así, al final del siglo XIX las perversiones podían ser reconocidas y
discutidas. Se desarrollaron varias taxonomías, pero la que tomó forma fue la
popular y tan citada Psychopathia Sexualis
de Krafft- Ebing. Con el tiempo esta obra marcó un hito, no solamente en los
círculos médicos sino también en la opinión popular. La primera edición (1886)
de tan ecléctica enciclopedia de la desviación sexual fue pronto seguida de
nuevas y variadas ediciones, así como de traducciones a diferentes lenguas. Con
este libro que contenía vastos estudios de casos y autobiografías,
Krafft-Ebing se hizo famoso como uno de los padres fundadores de la Sexología.
Al nombrar y clasificar virtualmente todas las formas no- procreativas de
sexualidad, él fue uno de los primeros en sintetizar el conocimiento psiquiátrico
sobre la perversión sexual. Aunque también puso atención en otros desarreglos
de la vida sexual, Krafft-Ebing distinguió cuatro perversiones principales:
sadismo, masoquismo, fetichismo y sentimiento sexual contrario. Este último
fue el más destacado y fue explicado como una mezcla biológica y psicológica
de masculinidad y feminidad. Dentro de esta categoría de género invertido, no
solamente estaba la homosexualidad, sino también varias fusiones fisiológicas y
psicológicas de mascu- linidad y feminidad, que más tarde, en el siglo
XIX, se irían
gradualmente reclasificando como fenómenos radicalmente diferentes, como son el
hermafroditismo, la androginia, el travestis- mo y la transexualidad.
Los psiquiatras no
solamente estaban preocupados con etiquetar conductas desviadas y reagruparlas
como perversiones, sino que también intentaban explicarlas cono fenómenos
fisiológicos y psicológicos. El desarrollo de la patología sexual puede ser
entendido dentro de otros grandes eventos de la psiquiatría de finales del
siglo XIX. Cambiar la visión de la sexualidad era coherente con la tendencia de
las teorías generales de la psicopatología: ellos aceptaban tanto las nociones
dominantes de etiología somática de la psiquiatría de finales del siglo XIX, la
teoría de la degeneración y de la patología nerviosa, como el intento de
escapar a las limitaciones del modelo somático a través de la elaboración de
un entendimiento psicológico de los trastornos mentales. De hecho, el
significado moderno de sexualidad vuelve a destacar cuando el enfoque fisiológico
dominante era reemplazado por uno más psicológico. En la primera mitad del
siglo, el término se refería fundamentalmente al hecho de que el individuo
pertenecía a un sexo o a otro. La diferencia sexual se explicaba sobre la base
de la variación anatómica: la referencia decisiva para la evaluación de la
identidad sexual eran los genitales, las características sexuales secundarias y
la funcionalidad potencial con un miembro normalmente constituido del sexo
opuesto. En el siglo XIX, hubo una evolución de las explicaciones médicas que
acentuaban los rasgos anatómicos a aquellas otras que ponían más peso en el
instinto sexual y la psicología. Sólo gradualmente se utilizó el término
‘sexualidad’ para indicar deseo
por el sexo opuesto (o el mismo sexo), una atracción basada en la polarización
psicológica y física y el emparejamiento de elementos masculinos y femeninos.
Algunos psiquiatras,
al explicar las perversiones, intentaron integrarlas en el pensamiento
biomédico del momento. La psiquiatría de finales del siglo XIX se caracterizaba
por un creciente y generalizado énfasis en la herencia como factor clave de la
etiología de los trastornos mentales. Aunque muchos psiquiatras continuaron
creyendo que la perversión era a veces adquirida por los agentes ambientales
nocivos, por la seducción y formación de hábitos corruptos como el de la
masturbación, se acentuaba cada vez más el hecho de que los trastornos
sexuales, como muchas enfermedades mentales en general, eran innatos.
Siguiendo el enfoque somático dominante en psiquiatría, que situaba los
desórdenes mentales en el sistema nervioso y particularmente en los órganos cerebrales,
muchos psiquiatras suponían que no solamente los rasgos físicos, sino también
los intelectuales y morales eran hereditarios. Por añadidura a la patología del
tejido nervioso, el Darvinismo y la teoría de la degeneración hereditaria
jugaron un importante papel en las explicaciones psiquiátricas de las
enfermedades mentales en general y los trastornos sexuales en particular. Se
argumentaba que mientras la heterosexualidad reproductiva era el resultado de
un progreso evolutivo, la desviación sexual demostraba que un proceso natural
podía también ir hacia atrás en una especie de proceso de involución; la naturaleza
era capaz de crear monstruos, o como los psiquiatras británicos H. Maudsley y
Krafft- Ebing dirían más suavemente, “los hijastros de la naturaleza”.
Krafft-Ebing y sus
colegas franceses estaban muy influenciados por B.A. Morel, quien había ideado
la teoría de la degeneración para explicar algunos fenómenos patológicos tanto
por la influencia del ambiente como por la herencia. De acuerdo a Morel, los
trastornos adquiridos podrían ser heredados de “ viciados parientes” y, una vez
que la enfermedad mental tuviera donde agarrarse, seguiría su inevitable
curso hacia la “neuropatía familiar”: se pasaría a los descendientes y se
deterioraría a lo largo de generaciones hasta que la línea desapareciera. El
análisis de la degeneración fue fijado en una crítica de las condiciones cada
vez más frenéticas de la moderna civilización, siendo el foco de atención el
gran abanico de nuevos estímulos que producen agotamiento nervioso, fatiga y
perturbaciones mentales. La degeneración se asociaba con la falta de control
inhibidor de las “grandes” facultades sobre los niveles más primitivos del
sistema nervioso central: la gente moderna era gobernada cada vez menos por la
ley moral y se había vuelto cada vez más esclava de sus deseos físicos.
El concepto de
degeneración hereditaria se convirtió en un concepto de organización central
en la psiquiatría de finales del siglo XIX, especialmente en Francia, pero no
porque ofrecía un entendimiento más preciso o un mejor tratamiento de la
enfermedad mental, sino por la posibilidad de ganar legitimidad científica.
Aunque la creencia de que la demencia era una enfermedad orgánica a duras
penas se confirmaba por la anatomía contemporánea y la evidencia fisiológica.
La teoría de la degeneración era atractiva para los psiquiatras porque
ofrecía un modelo naturalista de patología mental que parecía dar sentido a sus
datos clínicos en términos científicos. La teoría también facilitaba la
anexión de la psiquiatría a la desviación sexual porque capacitaba a los psiquiatras
para ampliar las fronteras de la patología mental, incluyendo entre sus
pacientes un número importante de gente que se comportaban de modo irregular,
pero que raramente se creía que estuviera completamente loca. Consolidando la
asociación entre los desórdenes mentales y los demonios sociales, la teoría de
la degeneración no solamente gratificaba las necesidades profesionales
específicas de la psiquiatría de finales del diecinueve, sino que tuvo un gran
papel político más secreto. La indicación de que en la humanidad hay semillas
de decadencia inevitable, se convirtió en una idea culturalmente dominante que
articuló las necesidades de la sociedad y marcó una crisis en el optimismo
social que había caracterizado al liberalismo. La preocupación del declive
biológico y la despoblación se convirtieron en una especie de obsesión que
afectaba a muchas naciones a finales del siglo XIX, especialmente a Francia,
pero también a Gran Bretaña, Alemania e Italia. La degeneración hereditaria
resumía los terribles costos humanos de la modernización y expresaba los más
profundos miedos del trastorno de la “masa social" y de las
“peligrosas" clases sociales de las grandes ciudades. El concepto de
naturaleza humana liberal y de la Ilustración, que enfatizaba las
comunalidades fundamentales compartidas por todos, era sustituido por el
creciente énfasis en las diferencias innatas y la jerarquía “natural". La
teoría de la degeneración, así como el Darvinismo Social, racionalizaron las
desigualdades sociales como hechos de la naturaleza.
Considerando que los
primeros historiadores de la Sexología, a menudo psiquiatras, subrayaban que
las creencias supersticiosas y las prácticas crueles habían sido reemplazadas
por la ciencia médica y el tratamiento humanitario, trabajos históricos más
recientes han asociado las teorías médicas de la sexualidad con el control
moral, político y social. La interferencia psiquiátrica con la desviación
sexual ha sido caracterizada como el clímax de la medicalización de la
sexualidad y ha sido considerada, por algunos historiadores, como la expresión
típica de la moral burguesa conservadora y de la hipocresía victoriana.
Teniendo en cuenta la vehemente recepción hecha por psiquiatras ilustres de la
teoría de la degeneración, hay elementos que justificarían tal juicio. A
menudo ellos confían, sin crítica alguna a patrones convencionales de conducta
sexuales su diagnosis de la perversión. Por esta razón confunden desórdenes
mentales con el mero inconformismo. La sensualidad incontrolada era vista como
una seria amenaza a la civilización; desde el punto de vista médico, la
historia de la humanidad era una lucha constante entre el impulso animal y la
moralidad. Los psiquiatras, de hecho, rodeaban la sexualidad de un aura de
patología y repitieron, por ejemplo, el pensamiento estereotipado sobre la
masturbación, la masculinidad y la feminidad del siglo XIX.
Sin embargo, las
teorías psiquiátricas estaban lejos de ser coherentes y estáticas y no podían
ser consideradas como simplemente una descalificación de la aberración sexual.
Diferentes tradiciones sexológicas nacionales tienen gran relevancia aquí. En
Francia la preocupación acerca del afeminamiento y el bajo porcentaje de fertilidad
determinaron la interferencia de la psiquiatría en la sexualidad en defensa de
la ética de la familia heterosexual y los roles adecuados de los hombres y de
las mujeres. En Alemania, Austria y Gran Bretaña el desarrollo de la sexología
en la última década del siglo XIX estaba muy ligado a los esfuerzos por abolir
las leyes que ilegalizaban las conductas homosexuales -Krafft-Ebing, Hirschfeld
y Havelock Ellis son casos a destacar. Irónicamente, esta diferencia en las
tradiciones sexológicas nacionales- los alemanes, austríacos y británicos más
innovadores que los franceses- puede ser explicada por el hecho de que la
conducta sexual desordenada, como la homosexualidad, no era punible en Francia
mientras que en Alemania, Austria y Gran Bretaña las leyes establecían multas
por “vicio antinatural". En Francia los temores de despoblación, el
declive nacional y la impotencia masculina influían en la orientación
conservadora de la investigación médica en sexualidad.
En 1890, cuando
Austria (Viena) y Alemania (Berlín) sustituyeron a Francia como centro de la
investigación médica de la sexualidad, la emergente nueva ciencia de la
sexología -el término Sexualwinssenschaft
fue introducido por Bloch en 1906- experimentó algunas innovaciones teóricas
importantes. Primero hubo un cambio en el énfasis de un sistema de interpretación
somático a uno psicológico. Segundo, hubo un desplazamiento de una
clasificación de categorías de enfermedades dentro de unos límites claros a un
intento de entender la sexualidad “normal" en el contexto de las
perversiones, siendo éstas extremos de una escala graduada de salud y
enfermedad, normal y anormal, masculina y femenina. Tercero, el importante
paso, de un enfoque predominantemente legal y de explicaciones fisiológicas, a
uno considerablemente más amplio que trata temas de psicología general de la
sexualidad humana, significó que la sexualidad estaba cada vez más desligada de
la reproducción. Cuarto, algunos sexólogos empezaron a considerar el impacto de
las diferencias culturales a la hora de explicar las variadas formas de
conducta sexual.
Un caso impactante a
apuntar era la patología sexual de Krafft-Ebing. Influenciado por el
pensamiento degeneracionista, su enfoque biologicista de la sexualidad ha sido
a menudo contrastado con el psicológico de Freud. Sin embargo, alrededor de
1890, cuando introdujo el fetichismo, el sadismo y masoquismo en su Psychopathia
Sexualis, la atención pasó de una comprensión
fisiológica a una más psicológica. Las características corporales y la
conducta eran menos decisivas en el diagnóstico de la perversión que el
carácter individual, la historia personal y los sentimientos internos: los
motivos psicológicos, la vida emocional, los sueños, la imaginación y las
fantasías. Al mismo tiempo la explicación asociacionista de la perversión fue
propuesta por psiquiatras tales como Binet y Schrenck-Notzing, que declararon
que las mayores formas de patología sexual eran psicológicamente adquiridas por
exposición a ciertos eventos accidentales. Aunque las causas subyacentes de la
perversión seguían en la degeneración y en la herencia, Krafft-Ebing, Binet,
Schrenck-Notzing y otros trasladaron la discusión médica lejos de la
explicación de la sexualidad como una serie de sucesos fisiológicamente
interrelacionados hacia una comprensión más psicológica. En este nuevo estilo psiquiátrico
de razonar, las perversiones eran desórdenes de un instinto que no podía ser
localizado en el cuerpo. La idea de que los trastornos sexuales podrían ser
resultado de causas psicológicas inconscientes originadas en la infancia iba
ganando terreno, ya antes que Freud.
Hubo otro fenómeno en
el cual el enfoque psiquiátrico de la sexualidad presagiaba el de Freud. Mientras
que la diferenciación entre sexualidad patológica y saludable -la reproducción
era el quid de la cuestión- era la asunción básica en su trabajo, en la teoría
de Krafft- Ebing, por ejemplo, sobre las principales perversiones, las barreras
entre lo normal y lo anormal se iban subvirtiendo. El sadismo, el fetichismo y
el masoquismo no solamente no eran categorías de enfermedades, sino que eran
términos que también describían extremos de una escala graduada de salud y
enfermedad y explicaban aspectos de la sexualidad “normal”. Desde su punto de
vista, el sadismo y el masoquismo eran inherentes en la sexualidad normal
tanto femenina como masculina; el primero siendo de naturaleza activa y
agresiva y el segundo, pasiva y sumisa. También la distinción entre fetichismo
y la sexualidad “normal” era sólo gradual, cuantitativa más que cualitativa.
El fetichismo era parte de la sexualidad “normal”, según explicaba
Krafft-Ebing, porque el carácter individual de la atracción sexual y, ligado a
eso el amor monógamo, se basaba en la preferencia de ambos en las características
mentales y físicas del otro. Esto estaba en la línea de la afirmación de Binet
de que todo amor es hasta un punto fetichista, ya que es una tendencia general,
central, de la atracción sexual.
Más aún, las barreras
entre la masculinidad y la feminidad se hicieron difusas en la teoría médica.
La gran discusión sobre las diferentes formas de inversión física y mental -a
menudo ligadas a la homosexualidad- puso de manifiesto la idiosincrasia y el
carácter aleatorio de la diferenciación sexual y señaló que la exclusiva
masculinidad y feminidad podrían ser meras abstracciones. Mientras
anteriormente Krafft-Ebing y muchos de sus colegas habían tendido a identificar
la inversión con la degeneración, a mediados de 1890 el concepto intermedio
sexual se basó en la investigación embriológica contemporánea y en las teorías
evolutivas. El primero enfatizaba el hecho de que el estadio temprano de un
embrión humano era caracterizado por una neutralidad sexual y el segundo
sugería que las formas primitivas de vida carecían de diferenciación sexual.
Repitiendo la ley de recapitulación de E. Haeckel, la humanidad parecía ser de
origen bisexual desde una perspectiva tanto filogené- tica como ontogenética.
Aunque el Darvinismo
a menudo había sido usado para probar que la heterosexualidad era una norma
natural de formas de vida avanzadas y que las perversiones como la homosexualidad
eran necesariamente degeneraciones, la teoría de la evolución podría ser utilizada
para minar la teoría convencional de la diferenciación sexual. Darwin veía la
masculini- dad y la feminidad, no como propiedades estáticas, sino como
funciones maleables que dependían de la contribución que cualquier rasgo dado
hacía para la supervivencia y para el éxito reproductivo del organismo.
Hirschfeld, el líder del primer movimiento de los derechos de los homosexuales
en Alemania y el fundador de las primeras revistas sexológicas, estaba
profundamente endeudado con las nociones darvinianas de la evolución. Al
diferenciar sucesivamente entre las anomalías en las glándulas sexuales, los
genitales, las características psicológicas y sexuales secundarias, y la
orientación sexual, argumentó que había un continuo de tipos sexuales humanos
que iban desde el hombre completo hasta la mujer completa: hermafroditismo,
androginia, travestis- mo y homosexualidad (el concepto de transe- xualidad fue
acuñado en 1940). Desde una perspectiva más psicológica, también la distinción
absoluta entre masculinidad y feminidad así como la de homo- y
heterosexualidad se fue minando. De acuerdo al psicólogo alemán M. Dessoir, la
sexualidad durante la pubertad estaba aún sin diferenciar y sin definir.
Concluyó que no solamente la homosexualidad sino también la heterosexualidad
eran adquiridas culturalmente.
Debería quedar claro
que, en lo que se refiere a la discusión científica sobre sexualidad, Freud no
fue el pionero radical, aunque sí construyó sobre las teorías psiquiátricas
acerca de la sexualidad que habían sido formuladas entre 1880 y 1890. Las
teorías psiquiátricas abrieron un nuevo campo de conocimiento, no solamente
por tratar la anormalidad sexual como enfermedad en vez de como pecado o
crimen, sino que aún más porque dejaron claro que la naturaleza de la
sexualidad era importante para la existencia plena del individuo y de la sociedad,
y así se merecía un estudio serio. Krafft- Ebing apuntó sobre el peligro del
instinto sexual que amenazaba la civilización, pero al mismo tiempo llamó la
atención sobre su papel constructivo en la cultura y en la sociedad. Para él
el amor como vínculo social era hereditariamente sexual, y tendía a valorar el
anhelo por la unión física y psicológica con un compañero como un propósito en
sí mismo. En cuanto al aspecto relacional de la sexualidad, Krafft- Ebing, al
final de su vida, era de la opinión de que la homosexualidad era equivalente a
la heterosexualidad y por tanto no era una enfermedad.
La exclusiva
naturalidad del instinto reproductivo se convirtió en problemático y, cada vez
más, la primacía se fue asignando a la satisfacción del deseo. El sexólogo
alemán A. Moll abrió nuevos caminos al postular dos grandes instintos como
básicos de lo que él llamó “libido sexualis”: descarga (Detumescenztrieb)
y atracción (Contrectations-trieb).
El primero se refería al acto sexual propiamente dicho, el segundo, a las
necesidades sociales. En su Untersunchugen
úber die: Libido Sexualis (1897) Moll
desvinculó explícitamente el impulso sexual de la propagación y comparó las
formas sexuales normales y anormales.
La heterosexualidad
reproductiva perdió su naturalidad y empezó, poco a poco, a entenderse como el
resultado de una síntesis evolutiva integrada por impulsos. Aceptando la
sexualidad, no tan sólo como reproducción, sino como una fuerza física vital,
sexólogos como Moll, M. Marcuse y H. Ellis empezaron a discutir sobre si la
abstinencia sexual era perjudicial y comenzaron a reconocer la relativa
normalidad de las manifestaciones sexuales infantiles. La teoría de la
sexualidad empezó a centrarse en el deseo en vez de en la reproducción. La
tendencia de la Sexología de hacer imaginable la variabilidad sexual agrandó la
esfera designada a los idiosincrásicos deseos y desde aquí solo había un
pequeño paso a la “lujuriosa libido” y al “principio de deseo” de Freud, de
acuerdo a los cuales el deseo sexual solamente tiene como propósito su propia
satisfacción. El moderno concepto de sexualidad fue constituido a la vuelta
del siglo XX, y no fue solamente una reacción a las prohibiciones victorianas,
sino también una transformación epistemológica: una individualización y psicologización
de la sexualidad. La emergencia del deseo y de la identidad sexual, independientemente
de su potencial reproductivo, es central para la actitud vital sexual moderna.
Algunos historiadores
de la sexualidad han tachado de imperialismo médico las contribuciones de
finales del siglo XIX a la patología sexual. Aunque Foucault enfatizó que la
sexualidad era configurada más que reprimida por la voluntad científica de
saber, el sentido de este argumento y, más aún, de algunos de sus seguidores,
es que los “pervertidos" estaban atrapados en un discurso médico a través
del cual estaban constituidas las relaciones de poder y el control social de las
sexualidades desviadas y también los sujetos sexuales. La implicación radical
del razonamiento de Foucault es que antes de, digamos 1870, no existían “pervertidos"
como los homosexuales, fetichistas y masoquistas, ni sus homólogos, los “normales"
heterosexuales. Quizás esta contienda puede ser defendida, pero el problema es
que la conclusión ya ha sido hecha, que las nuevas categorías e identidades
estaban meramente construidas por un discurso médico monolítico. El foco
exclusivo de atención en las teorías médicas supone que las voces de los individuos,
de los que los doctores extraen sus observaciones y demuestran sus teorías,
permanecen silenciadas. Sin embargo, la Sexología era improbable que ganara
terreno sin el particular ímpetu creado por las confesiones íntimas de los
propios “pervertidos". En el desarrollo de la patología sexual los relatos
(auto)biográ- ficos jugaron un papel central; un gran número de médicos fue
influenciado por la preocupación de quienes les proporcionaban sus historias
de vida y sus experiencias sexuales. Los trabajos de Krafft-Ebing y de Havelock
Ellis, por ejemplo, están ilustrados con cientos de historias de casos y
relatos autobiográficos.
Los sujetos de los
casos de estudio de Krafft- Ebing fueron extraidos de grupos sociales diferentes.
Krafft-Ebing y sus asistentes no tenían otra salida más que conformar los
patrones de procedimientos médicos y las historias de los pacientes
hospitalizados y sospechosos transgesores morales sobre los que escribían
partes forenses. Muchos de estos pacientes aristocráticos y burgueses, que
generalmente habían contactado con él por su propia voluntad, tenían la
oportunidad de hablar por sí mismos. Estos individuos -la mayoría de ellos
independientes económicamente, y la gran parte de ellos, viviendo en grandes
ciudades y fuera de la típica familia tradicional- habían contactado con
Krafft-Ebing como pacientes privados, o mantenían correspondencia con él
porque ellos mismos se habían reconocido en las historias de casos publicadas.
Algunos de ellos enviaron una autobiografía para que fuera publicada en una
nueva edición de Psychopathia
Sexualis. Mientras la mayoría de los casos de su
primer trabajo eran en su conjunto bastante cortos y objetivos, las
publicaciones posteriores contenían casos más extensos. Al publicar autobiografías
y citar pacientes, muchos estudios de casos se enfocaron especialmente en la
experiencia subjetiva de los pacientes.
Los hombres
homosexuales especialmente, pero también los fetichistas y masoquistas,
estaban deseando revelar sus vidas a Krafft- Ebing. Considerando que
probablemente él hubiera esperado que fueran nerviosos “degenerados",
muchos indicaron plausiblemente que gozaban de perfecta salud y que eran físicamente
indistinguibles de los otros hombres. Algunas de las autobiografías, escritas
por hombres educados y a menudo cosmopolitas, estaban llenas de referencias
eruditas y literarias, de especulaciones sobre sus extraños sentimientos y de
detallados autoanálisis. Ellos ligaban el deseo perverso con la experiencia
del sí mismo y claramente estaban buscando una confirmación de sus impulsos
sexuales. También demostraban vívidamente un considerable grado de sufrimiento
subjetivo, no tanto por su orientación sexual sino por la condena social, la
situación legal, la necesidad de disfrazar su verdadera naturaleza y el miedo
al chantaje y a la pérdida de su status
social. Varios hombres subrayaban que su conducta sexual no podía ser inmoral
o patológica, porque ellos experimentaban su deseo como “natural”. Al publicar
tales argumentos y al remarcar que ellos ilustraban notablemente los sentimientos
de sufrimiento de los “pervertidos”, Krafft- Ebing debió de hacer una
declaración poderosa para aquellos que estuvieran interesados. En las nuevas
ediciones de Psychopathia Sexualis
incluyó cada vez más autobiografías extensas, los autores de las cuales dejaron
claro que ellos no buscaban ayuda y que no era su disposición lo que les hacía
infelices, sino la condena social.
Los homosexuales, especialmente,
no jugaban por definición un papel pasivo en el vis a vis con el psiquiatra. A
finales del diecinueve, la revisión de los puntos de vista médicos sobre la
homosexualidad no implicaba teorización médica. El ímpetu por investigaciones
científicas sobre el sentimiento sexual contrario vino de los propios
homosexuales, siguiendo a los médicos, especialmente del abogado alemán
Ulrichs, quien introdujo en 1864 el concepto de uranismo -palabra utilizada
para designar la homosexualidad, especialmente la masculina. La visión de
Krafft-Ebing fue influenciada no solamente por Ulrichs sino también por
pacientes e informadores de igual parecer. Después de haber publicado varias
autobiografías que demostraban los efectos perjudiciales de la penalización,
comenzó a favorecer la reforma judicial. Cuando, a finales del siglo XIX, los
homosexuales comenzaron a organizar movimientos de protesta, se referían a
Krafft-Ebing como autoridad científica que estaba de su parte; y él, de hecho,
apoyaba el movimiento por los derechos de los homosexuales, que fue fundado en
Berlín en 1897 por Hirschfeld.
Cualquiera puede
encontrar diferentes e incluso contradictorios sistemas de valores en la Psychopathia
Sexualis de Krafft-Ebing y, de hecho, está
abierta a significados divergentes.
Evidentemente de esta
forma sus lectores contemporáneos interpretaron el libro de varias maneras.
Aunque en un principio la obra era para médicos y abogados, sirvió no solamente
como guía para profesionales sino también como portavoz y panel de individuos
interesados por el tema.
Con la publicación de
cartas y autobiografías y con la cita de declaraciones de sus pacientes
palabra por palabra, Krafft-Ebing permitió que voces normalmente silenciadas
fueran escuchadas. El papel activo de algunos de los sujetos de estos casos en
la génesis de la patología sexual sugería que la sexología médica facilitó el
tratamiento médico y otras formas de control y también creó la posibilidad de
hablar y de ser reconocidos para aquellas personas interesadas. A ellos, el
libro les dio el ímpetu inicial para expresarse y tener conciencia de sí
mismos. En gran medida los individuos que se reconocían a sí mismos en los
casos de Krafft-Ebing pudieron dar su propio significado a sus experiencias y
sentimientos sexuales. Algunos de los autobiógra- fos tuvieron la oportunidad
de expresar su crítica de las normas sociales del momento e incluso aquellas de
la profesión médica.
Los “pervertidos”
empezaron a hablar por sí mismos y a buscar modelos con los cuales identificarse.
A pesar del sesgo médico, muchas historias de Psychopathia
Sexualis sirvieron de puente, al enlazar la
introspección individual -a menudo (doloroso) reconocimiento de que uno es una
clase de persona desviada- y la identificación social, la cómoda sensación de
pertenecer a una comunidad como otros muchos. El propio Krafft-Ebing se
distinguió como experto que se declaró en contra de la tradición moral
religiosa y de las denuncias legales de desviaciones sexuales. Los individuos
se acercaban a él en busca de entendimiento, aceptación y ayuda. El trabajo de
Krafft-Ebing abrió los ojos a muchos de sus clientes, hicieron referencias a su
efecto saludable y algunos de ellos declararon que les salvó de la
desesperación. De hecho, ellos no necesitaron de tratamiento médico, porque
expresar sus sentimientos era en sí mismo algo así como una cura. El escribir
su historia de vida, el dar coherencia e inteligibilidad a su desgarrado self,
podía resultar una catarsis de comprensión.
Krafft-Ebing y muchos
de sus clientes de clase alta compartían el mismo bagaje cultural y los mismos
valores burgueses. De algún modo ellos cooperaron: los “pervertidos" que
querían que su voz fuera escuchada en público dependían de médicos
comprensivos como él porque la ciencia médica era el único aforo respetable y
Krafft-Ebing, a su vez, tenía que confiar en sus confesiones para validar empíricamente
su patología sexual. Generalmente, los relatos psiquiátricos y las historias de
casos como eran publicadas por él no eran un simple medio para copiar o
controlar las sexualidades desviadas, sino que también ofrecían un espacio en
el cual el deseo sexual en forma de autobiografía narrativa pudiera ser
articulado. A largo plazo, la gran habilidad para ser reconocido y discutido facilitó
el tratamiento médico y otras formas de restricción de las conductas como era
la conciencia de sí mismo. La manera en que varios de sus pacientes e
informadores leyeron su libro ilustra cómo el dominio sexual empieza a ser un
campo de lucha y que solamente faltaba un paso para la admisión del derecho
individual a la satisfacción sexual.
Emergieron nuevas
formas de entender la sexualidad, no solamente desde el pensamiento médico: se
debían tener en cuenta cambios, tanto en el contexto psiquiátrico, como en los
profesionales inmediatos, en los marcos institucionales y en el ámbito social.
El desarrollo de la sexología dentro de la psiquiatría estaba muy ligado al
empeño profesional por ampliar y diversificar el territorio de la psiquiatría
fuera de los asilos mentales, cambiando el marco institucional donde los
psiquiatras trabajaban. La interferencia de la psiquiatría en la desviación
sexual creció, fundamentalmente, más que desde su fortaleza desde su debilidad.
Los psiquiatras estaban lejos de ser los poderosos agentes del control
social, tal como han sugerido muchos historiadores de la sexualidad y de la
psiquiatría. Durante la primera mitad del siglo los psiquiatras habían ganado
dominio sobre las formas más serias y peligrosas de la disfunción mental, pero
en general su autoridad se limitaba a las paredes de un asilo de lunáticos,
dando cobijo y cuidado a los dementes crónicos de la clase pobre. Más aún,
incluso en la segunda mitad del siglo, los psiquiatras tenían dificultades en
convencer a otros científicos y al público en general de que, como médicos,
tenían una percepción científica exclusiva sobre la naturaleza de la demencia.
La falta de evidencia anatómica y fisiológica de las bases mentales de la
enfermedad mental y la futilidad terapéutica del asilo subrayaron la
vulnerabilidad de la psiquiatría. Cuando los psiquiatras empezaron a teorizar
sobre la sexualidad en 1870, su status
profesional era bastante frágil. Así que yo sugeriría que, más que explicar
cómo los psiquiatras utilizaban su poder para controlar y disciplinar a los
desviados sexuales, la cuestión debería ser porqué ellos interferían en la
sexualidad como una forma de pro- mocionar su especialidad y extender su
dominio profesional.
En las últimas
décadas del siglo XIX importantes psiquiatras trasladaron sus actividades del
asilo mental, donde el cuidado y gerencia del cada vez mayor número de
pacientes crónicos pobres había sustituido las expectativas de cura de los
mismos hacia la clínica universitaria y la práctica privada. El enfoque psicológico
proveía a la psiquiatría, tanto con una nueva clientela, como con una autoridad
social realzada. El pensamiento psicológico capacitaba a los psiquiatras para
apropiarse de los pacientes de clase media, quienes padecían algún tipo de
trastorno mental leve, mostraban alguna perturbación relativa y no necesitaban
ser hospitalizados en las residencias. Al cubrir las necesidades de la
clientela burguesa, los psiquiatras tuvieron la posibilidad de llevar a cabo
práctica privada y esto supuso un cambio en los antecedentes sociales de su
clientela. Los psiquiatras, de hecho, jugaron un papel clave en la
construcción del concepto moderno de sexualidad, pero las teorías médicas
emergentes se establecieron como hechos de la sexualidad sólo porque estaban
ligadas a grupos sociales relevantes desde el principio.
Las historias de
casos y las autobiografías de los pacientes de Krafft-Ebing y su marco
socio-cultural dejaron claro que el conocimiento médico sobre sexualidad podía
tener éxito solamente porque estaba implantado en la sociedad. La
construcción de las identidades sexuales modernas fue llevada a cabo en un
proceso de interacción social entre individuos, que se contemplaban a sí
mismos, y médicos, que configuraban la perversión como un campo de la
psiquiatría. La propia conciencia de la identidad sexual se desarrollaba,
claramente, entre burgueses bien educados que vivían en la ciudad, a menudo
cosmopolitas y círculos aristocráticos. Se daba en un contexto de expansión
rápida de la vida urbana y de la emergente cultura consumista en la que los
deseos únicos y particulares del individuo se convirtieron en significativos.
Las teorías psiquiátricas llegaron a un público que ya manejaba un gran número
de trabajos médicos y literarios sobre la sexualidad. Los temas sexuales
aparecían como asuntos para las novelas y el teatro. Había un mercado para la
psiquiatría orientada psicológicamente que respondía a la necesidad de auto-conocimiento.
El discurso
psiquiátrico reflejó y dio forma a las experiencias sexuales. Esto indicó y
probó una creciente preocupación por la sexualidad y por el análisis de la vida
íntima. A finales del siglo XIX, la sexualidad de la sociedad burguesa era
privilegiada, era como la quintaesencia de la privacidad y del propio
individuo. El aumento de la patología sexual en psiquiatría solamente
magnificó los efectos de la necesidad de la auto- comprensión. Esto no quiere
decir necesariamente que los significados individuales del self
sexual deberían ser considerados como reflejo
de una esencia psicológica interna. Ni las historias de casos psiquiátricos ni
las autobiografías eran recursos espontáneos para las voces de los
“pervertidos". Las identidades sexuales se cristalizaron como narrativa
de muestra y, así, su contenido y forma era más de origen social que
psicológico. La identidad sexual aparecía como un guión, sobre el que los
individuos modelaban su historia de vida. La psiquiatría ofrecía un marco de
referencia adecuado para mirar y dar sentido al yo de cada uno y, de esta
forma, fue crucial para la nueva conciencia de ser sexual y para la concepción
pública de la sexualidad. En ausencia de rutinas sociales tradicionales o de
certezas morales, la autocontem- plación era causa de ansiedad y desasosiego,
aún más, como muchas de las historias de casos de Krafft-Ebing ilustraban,
también se creó algún espacio para la individualidad y la propia expresión.
Los
“pervertidos" apelaban a ideales de autenticidad y sinceridad para otorgar
valor moral a su identidad sexual. En el siglo XIX la autenticidad individual
de la sociedad burguesa había llegado a ser un valor pre-eminente y un marco
de referencia para la introspección, la autocontemplación y la auto-expresión.
La constitución del deseo como pista para que el sí mismo interno pueda ser
explicado sólo como una consecuencia de la reconstrucción de la función de la
sexualidad en la sociedad moderna. Mientras la sexualidad en la sociedad
tradicional, como función de una conducta social, no existía por sí misma. La
diferenciación entre lo público y lo privado acarreaba la gran disociación de
la sexualidad desde su implantación en los patrones de conducta putativamente
naturales y fijos. La elevación del ideal romántico de amor -el
“verdadero" amor se convirtió en el patrón reinante para justificar la
sexualidad- suponía que la sexualidad se iba gradualmente diferenciando de un
orden moral transcendental y de su integración instrumental tradicional con la
reproducción, la relación y las necesidades socioeconómicas. El sentimiento
personal y la atracción poco a poco fueron sustituyendo al cálculo de la ventaja
familiar a la hora de la elección de pareja, y la sexualidad se colocó en la
esfera separada de la intimidad, citas, cortejo y amor romántico. Esto, por
contrapartida, dio la posibilidad a la ciencia médica de definirla, como algo
distinto al impulso y descubrir las leyes fisiológicas y psicológicas
internas. Considerando que en la sociedad premoderna la sexualidad estaba
dominada por un imperativo reproductivo -la diferenciación crucial era entre
sexo reproductivo dentro del matrimonio y los actos que interfirieran con la
procreación dentro del matrimonio (adulterio, sodomía, bestialidad y masturbación)-
más o menos implantado en los patrones sociales de conducta, la emergencia de
las “perversiones” revela que la experiencia moderna del demonio sexual comenzó
a generar sus propios significados. La sexualidad llegó a asociarse con las
profundas y complejas emociones y ansiedades humanas.
Los médicos podían
haber intensificado el problema de la sexualidad a propósito como un asunto de
salud y enfermedad en vez de para realzar su status
profesional, pero esto no significa que la modernización de la sexualidad
pueda ser reducida a la medicalización. El eti- quetaje médico y los efectos
disciplinarios de la interferencia científica han sido sobrestima- dos como los
mayores determinantes en el proceso de creación de las identidades sexuales.
Una actitud crítica hacia el concepto de sexualidad como una unidad estable,
“natural”, psi- co-biológica -en la cultura una diversidad de inferencias puede
construir un vis a vis con la naturaleza- no debería llevar a perder de vista
la sexualidad como una parte de la realidad social. El argumento de que las
identidades sexuales están configuradas culturalmente más que enraizadas en la
esencia biológica o psicológica no significa que no sean más o menos
realidades sociales estables. El proceso de la medicalización ha de ser visto
en el contexto de grandes cambios en las estructuras sociales de la sexualidad.
Las explicaciones médicas de la sexualidad tomaron forma al mismo tiempo que la
experiencia de la sexualidad en la sociedad era transformada y se convirtió en
sujeto de introspección y obsesivo auto-exámen en el ambiente burgués.
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Miguel Angel Osma* y
Soraya Loza*
*
Responsables del Servicio Público de Mediación Familiar de País Vasco.
C/Alameda Mazarredo n° 61, 6a Planta . 48009 Bilbao. España
La
Mediación constituye un procedimiento de intervención profesional cuyo objetivo
es la resolución cooperativa de conflictos interpersonales y cuya aplicación
puede realizarse en diversos campos como la familia, educación, consumo, medio
ambiente, accidentes, agresores y víctimas, etc.
La
intervención en Mediación Familiar se define como un proceso constructivo que ofrece
a las partes, con la asistencia de un equipo multiprofesional, un espacio y un
lugar neutral, en el que intentar aislar de forma sistemática los puntos de
acuerdo y desacuerdo, buscar alternativas a estos últimos y considerar
compromisos con el objetivo de alcanzar un acuerdo consensuado sobre su
separación o divorcio, ayudando a los cónyuges a tomar decisiones responsables.
En
el presente artículo exponemos algunos aspectos conceptuales, metodológicos y
de resultados de la Mediación Familiar en un Servicio Público -en este caso
creado por la Consejería de Justicia del Gobierno Vasco -, así como reflexiones
sobre cuestiones relativas a este campo.
Palabras
clave: Mediación familiar, pareja, familia, resolución de conflictos,
separación/divorcio.
FAMILYMEDIATION, EXPERIENCES AND
THOUGHTS FROM THE PUBLIC SPHERE
Mediation constitutes a procedure of
professional intervention whose aim is cooperative solving of interpersonal
disagreements and whose implementation can be carried put in dif- ferent
fields; family, education, environment, accidents, aggressors and victims, to
name but a few.
Family Mediation intervention can de
defined as a constructive process that provide the parties in conflict with a
neutral atmosphere where agreement and disagreementpoints can be systematically
isolated, alternatives to these points can be found, and consensus’ concer-
ning separation or divorce can be arrived at, helping spouses to make
responsible deci- sions.
In this article, some conceptual and
methodological concepts and some Family Mediation outcomes in a public sevice
are unraveled -set up by the Justice Ministry of the Basque Government -,
likewise some reflections on this subject.
Keywords: Family mediation, couple,
family, separation/divorce, resolution of conflict.
Concepto de mediación
La Mediación como una
forma de resolución de conflictos, en la que un tercero ayuda a las partes
enfrentadas a resolver su situación y a llegar a sus propias decisiones ha
existido desde hace mucho tiempo. Su origen se remonta a viejas culturas que
en su época ya la empleaban.
En la antigua China,
la mediación era el principal recurso para resolver desavenencias (Brown,
1982). En algunas partes de Africa, ante un conflicto convocaban una asamblea
en la que una persona respetada o “autoridad” actuaba como mediador ayudando a
las partes a resolverlo de una manera cooperativa (Gibbs, 1963).
Los extensos círculos
familiares y de parentesco han constituido un recurso de mediación en muchas
tierras y culturas. Los jefes de familia matriarcales y patriarcales han
ofrecido sabiduría, precedentes y modelos para ayudar a los miembros de la
familia a resolver sus desavenencias (Vroom, Fosset y Wakefield, 1981).
En la vida cotidiana
es probable que hayamos actuado como mediadores intercediendo entre dos
hermanos, intentando calmar los ánimos de compañeros/as enfrentados/as, etc. La
Mediación así entendida supone un conocimiento previo entre las partes y la
persona que media carece de una técnica mediadora. Otro modo de entender la
mediación es cuando la persona del mediador es desconocida para las partes en
conflicto, y su intervención tiene una función más profesional.
La mediación en el
contexto de la separación y/o divorcio es un proceso no terapéutico, mediante
el cual los participantes, con la asistencia de una persona o personas imparciales,
intentan aislar de forma sistemática los puntos de acuerdo y desacuerdo,
exploran alternativas y consideran compromisos, con el propósito de alcanzar un
acuerdo consensuado sobre los distintos aspectos de su separación o divorcio.
Es un proceso de resolución y manejo del conflicto que devuelve a las partes
la responsabilidad de tomar sus propias decisiones en relación con sus vidas,
posibilitando la reorganización de la familia (Jay Folberg, 1992).
La mediación tiene
una especial importancia en aquellos casos en los que las personas
enfrentadas se encuentran vinculadas por relaciones continuas. En éstos, el
modelo judicial no siempre resuelve el conflicto, ya que el juicio pone fin a
la acción judicial pero no suprime las causas del mismo. En algunas circunstancias
el proceso puede, incluso, agravar el conflicto inicial.
El propósito de la
mediación es el de resolver desavenencias y reducir el conflicto, a la vez que
proporcionar un foro para la toma de decisiones. Aún en el caso de que no
puedan resolverse todos los puntos de desavenencia, si la causa esencial del
conflicto es entendida por los participantes, éste puede reducirse a un nivel
manejable.
Para finalizar este
apartado creemos que es importante diferenciar claramente el término de
mediación de otras formas pacíficas de resolver el conflicto como es la
negociación, el arbitraje y la conciliación.
En la negociación los
representantes oficiales o legales de cada una de las partes en conflicto
intentan llegar a un acuerdo y la participación de las personas implicadas en
la resolución del mismo es escasa.
El arbitraje es un
proceso de negociación en el cual las partes intentan llegar a acuerdos
satisfactorios para todos, produciéndose la intervención de la figura del
árbitro en caso de no conseguirse dichos acuerdos y tomando éste decisiones
que las partes han de aceptar.
La conciliación es un
tipo de negociación en la cual la persona conciliadora proporciona un lugar
adecuado para que las partes alcancen un acuerdo.
Lógicamente, cada
método o cada técnica empleada goza de unas ventajas e inconvenientes, en los
cuales no vamos a ahondar, excepto en los concernientes a la mediación.
Los profesionales de la mediación
El conflicto familiar
no se da sólo en un área de la persona, sino que es un conflicto
multidimensional, por lo que es necesario que sea atendido desde diferentes
áreas.
Debido a la
naturaleza del conflicto, el proceso de mediación debe ser atendido por un
equipo interdisciplinario.
Se pueden considerar
diferentes maneras de intervención interdisciplinar:
-
Co-mediación interdisciplinaria: dos o más
mediadores de distinta profesión hacen co-mediación.
- Mediación
interdisciplinaria colaborati- va: un mediador interviene en la mediación en
algunos aspectos, por ejemplo el psicólogo, y remite a otro mediador, por ejemplo
abogado, para que medie en otras cuestiones distintas.
-
Mediación Asesorada: cuando las partes requieren el asesoramiento de un profesional,
no mediador, tal como un psicólogo, abogado, etc., al cual se le puede invitar
a participar en alguna sesión de mediación. (Thelma Butts Griggs, 1997)
El mediador ha de ser
un profesional que reúna una serie de características tanto personales como
profesionales. Entre las características personales cabría destacar la flexibilidad,
creatividad, autocontrol, empatía, la imparcialidad y capacidad de escucha
activa. Ha de tener la capacidad suficiente para distanciarse respecto de las
situaciones que interviene, lo que supone un trabajo personal en cuanto al
conocimiento de sí mismo y una conciencia de sus proyecciones personales y de
sus límites, no dejándose “invadir” por las dificultades y las emociones de
los que participan en la mediación.
Profesionalmente, el
mediador debe ser experto en relaciones interpersonales, con conocimiento en
técnicas de comunicación y de manejo de conflictos, técnicas de negociación y
solución de problemas, técnicas propias de la mediación, nociones de Derecho de
Familia, nociones de Psicología (Psicología Evolutiva, Teorías Cognitivas,
Teoría Sistémica, Psico- patología) y una formación específica en mediación
(Cuadro 1).
El mediador es una
persona imparcial en el procedimiento cuya intervención va dirigida a
proporcionar un clima adecuado al diálogo, moderando las intervenciones entre
las partes, reduciendo los malos entendidos, favoreciendo la expresión de
emociones, atendiendo a las necesidades de los participantes, ayudándoles a
identificar los temas y a clarificar prioridades, encontrar puntos de acuerdo,
explorar nuevas áreas de compromiso y negociar un acuerdo. Ha de poner
énfasis en el reforzamiento de los vínculos positivos y la evitación de reproches
y culpabilidades (Pearson y Thoennes, 1982) (Cuadro 2).
Historia del Servicio
de Mediación Familiar del País Vasco
Como inicio de esta
exposición, creemos conveniente remontarnos a Mayo de 1995, fecha en la que se
realizaron unas Jornadas sobre Derecho de Familia organizadas por EMAKUNDE
(Instituto Vasco de la Mujer), en las que se reflexionó sobre la mediación
familiar como método de resolución de conflictos de familia, entendiéndose
ésta como un modelo complementario al judicial. Estas Jornadas supusieron una
piedra angular favorecedora de concienciación en la Administración Pública
Vasca, y más concretamente en la Consejería de Justicia, de la idoneidad y
pertinencia de este tipo de Servicios, como respuesta a una demanda social implícita.
En junio de 1996,
aparecía publicada en el B.O.P.V. una Orden del Consejero de Justicia, Trabajo
y Seguridad Social, por la que se convocaban ayudas económicas destinadas a
subvencionar actividades en materia de mediación familiar. En ella se refería
el hecho de que el modelo judicial de resolución de conflictos,
fundamentalmente en los casos en los que las partes se encuentran vinculadas
por relaciones continuas, no siempre resuelve el conflicto, ya que el juicio
pone fin a una acción judicial pero no suprime en todos los casos las causas
del mismo. En algunas circunstancias el proceso puede hacer más antagónico el
conflicto inicial.
“Consciente de la trascendencia
de este problema el Departamento de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad
Social, en el marco de lo establecido en el artículo 13 del Decreto 141/1995,
de 7 de Febrero de Estructura orgánica, y funcional del mismo que determina
que son funciones de la Dirección de Derechos Humanos y Cooperación con la
Justicia la especial atención
a los sistemas de
Justicia Complementaria, promoviendo iniciativas al respecto y estudiando y
apoyando, en su caso, las que surjan en ese campo de actuación, pretende la
realización de un programa de mediación familiar como un servicio no paralelo,
ni al margen de la sede jurisdiccional de resolución de conflictos, sino como
un sistema que complemente y ayude a los Juzgados de familia a instruir
procedimientos matrimoniales que, además del evidente beneficio que reporta a
los/las contendientes con la consecución de un divorcio/separación
consensuados en sus aspectos más conflictivos, contribuye, a través de la
especial tramitación de los procedimientos de mutuo acuerdo, a la aplicación
del principio de la economía procesal." (B.O.P.V. 5 de Junio de 1996).
En esta convocatoria
pudieron participar aquellas personas jurídicas de carácter privado, sin ánimo
de lucro, con domicilio fiscal y social en la Comunidad Autónoma del País
Vasco, que reunían los demás requisitos establecidos en la misma.
Una vez resuelto el
concurso público, la gestión del Servicio de Mediación Familiar fue concedida a
la Asociación Vasca para la Pacificación Familiar/ Sendia Baketzerako Euskal
Elkartea, disponiendo para ello de una subvención anual.
En Octubre de 1996 El
Departamento de Justicia, Economía y Seguridad Social del Gobierno Vasco, en el
ejercicio de las funciones de promoción de Justicia Complementaria que tiene
asignadas la Dirección de Derechos Humanos y Cooperación con la Justicia, puso
en funcionamiento el Servicio Público de Mediación Familiar del País Vasco.
El Servicio está
ubicado en Bilbao, en los locales dispuestos por el Departamento de Justicia y
tiene cobertura para todo el País Vasco. Dispone de una línea de teléfono gratuita
para los usuarios.
Características del
Servicio
A modo de resumen,
cabría señalar once características básicas del Servicio de Mediación
Familiar:
1 El
programa se engloba dentro de los denominados “Servicios de Interés Público”,
financiado con recursos públicos y controlado por la Administración.
2 El
Servicio de Mediación Familiar colabora con el Poder Judicial en cuanto que ha
sido concebido como un servicio complementario al proceso judicial.
3 Es
totalmente gratuito para los usuarios.
4 Es
voluntario: el acceso ha de ser aceptado por las partes implicadas.
5 Facilita
una ayuda psicológica y jurídica en cualquier momento de su desavenencia
matrimonial o de pareja.
6 Las
partes deben asumir el proceso completo de mediación y el seguimiento del
mismo, preparándose para afrontar la nueva situación.
7 Es
interdisciplinar: el equipo de mediación lo componen profesionales formados
en el ámbito del Derecho y la Psicología y una auxiliar administrativa de
apoyo.
8 Está
integrado por hombres y mujeres para garantizar una mayor percepción de
imparcialidad por parte de los cónyuges.
9 Se
trabaja en mediación y comediación.
10 Los
miembros del equipo que intervienen durante el proceso de mediación quedan
totalmente ajenos al proceso judicial.
11
Los asuntos en ningún caso se derivan a
despachos particulares.
Objetivos
Los
objetivos de este Servicio son:
1 Favorecer
el que los cónyuges tomen decisiones en relación a todas las cuestiones que se
dan en procesos de esta naturaleza, de forma consensuada y responsable,
evitando enfrentamientos inútiles entre ambos y su negativa repercusión en
los /as menores.
2 Posibilitar
una mayor facilidad de readaptación a los cambios de circunstancias que se
van a ir sucediendo en la vida de la familia y especialmente de los menores.
3
Conseguir que la familia siga manteniendo el
control sobre las consecuencias de sus actuaciones y un mayor compromiso por
ambas partes, en lugar de delegar la capacidad y responsabilidad de toma de
decisiones a terceros. De esta manera se previenen los incumplimientos tan
frecuentes en los procedimientos matrimoniales, dado que los acuerdos tienden a
mantenerse y respetarse con el paso del tiempo.
4
Fomentar la coparentalidad responsable, como
concepto mediante el cual ambos progenitores disciernen perfectamente entre sus
antiguos roles de cónyuges/pareja, y asumen adecuadamente sus actuales roles
de padres de hijos comunes, colaborando y en cualquier caso contribuyendo
responsablemente al proceso de maduración de los mismos.
5
Posibilitar que tanto los adultos como los
menores asuman mejor el proceso de separación o divorcio, evitando o disminuyendo
la frecuencia e intensidad de los trastornos psicopatológicos característicos
de estas situaciones: trastornos de ansiedad, inseguridad personal, temores,
agresividad, fracaso escolar, síndromes depresivos, etc.
6
Disminuir los procedimientos contenciosos
como forma de resolver la separación o divorcio.
Destinatarios
El Servicio de
Mediación Familiar está dirigido a:
-
Parejas que han decidido separarse o
divorciarse y que no han iniciado los trámites legales.
-
Parejas que se encuentran en cualquier fase
del procedimiento legal de separación o divorcio y quieren adaptarse a un
proceso de mediación como un medio de llegar a acuerdos en un clima de cooperación
y respeto.
-
Parejas que han resuelto legalmente su
separación y/o divorcio, pero continúan en una
situación de crisis.
-
Parejas de derecho que quieren regular sus relaciones sin entrar en un proceso
judicial de separación en ese primer momento.
Perfil del usuario
del Servicio
El perfil medio de
las parejas que han utilizado el Servicio tienen una edad comprendida entre
26 y 40 años (58,84%). El nivel de estudios en un 45,84% de los casos es de
estudios primarios y en un 38,26% con un nivel medio de estudios. En su
mayoría las parejas que acuden están casadas (82,60%), un 7,97% se hallan
separadas, un 3,62% son pareja de hecho, el 2,89% están divorciadas y un 2,89%
son solteros sin ser pareja de hecho.
El intervalo de
tiempo comprendido entre el quinto y décimo año de vida en común ha sido el
periodo en el que se han producido un mayor número de rupturas de las
relaciones.
Respecto a su
situación laboral un 58% desempeñan algún tipo de trabajo remunerado económicamente,
un 18,41% son amas de casa, el 17,68% están parados y un 5,05%, jubilados.
En relación al nivel
económico, los datos muestran una absoluta mayoría de los estratos medios en
relación a los extremos bajos o altos. Los niveles medio y medio-bajo suponen
el 81,58% de los casos atendidos.
En referencia al
lugar de residencia destaca de un modo claro la prevalencia de los viz- cainos
sobre los guipuzcoanos o alaveses, alcanzando los primeros el 96,75% del total.
La mayoría de las
parejas que han utilizado el Servicio no habían iniciado, aún, ningún trámite
judicial de separación o divorcio (83,33%). Las parejas que, habiendo iniciado
algún trámite legal de separación, decidieron paralizarlo para iniciar un
proceso de mediación para resolver su situación representan un 3,62%. Un 7,97%
de parejas tenían sentencia de separación o divorcio y, en unos casos, deseaban
modificar algún acuerdo anterior y en otros continuaban en conflicto y el 5,07%
estaban separada de hecho (Cuadro 3).
Modo de acercamiento
al Servico
La derivación de los
asuntos tratados durante el último año natural, esto es, 1998, procedió de
diversos ámbitos e instituciones.
En primer lugar se
observa cómo los Servicios Sociales de Base suponen el mayor cauce de
aproximación al Servicio (28,26%) durante este año así como en años anteriores, lo
que pone de manifiesto la importancia de los mismos como derivantes, y su papel
destacado a la hora de difundir y dar a conocer al ciudadano el Servicio.
Los medios de
comunicación son un canal destacado (17,39%), pero apreciamos un descenso
durante este último año, lo que implica una mayor y progresiva apertura del
abanico de derivación de casos por parte de entidades, personas o servicios
cada vez más extenso.
Por otra parte los
casos remitidos por los Juzgados (15,21%) doblan la proporción obtenida en el
año anterior, siendo éste un indicador positivo.
Durante este año,
hemos constatado que ha habido personas que han acudido al Servicio por
indicación de otros usuarios del mismo, así como amigos o familiares,
suponiendo un 13,76% del total. Se observa que este porcentaje va en aumento
progresivo desde la puesta en marcha del Servicio.
Aproximadamente un
25% de los casos provienen de diferentes fuentes de derivación: Servicio de
Orientación Jurídica del Colegio de Abogados de Bizkaia, Servicios de Salud,
Comisión de Asistencia Jurídica Gratuita, Emakunde, Ararteko, Ertzaintza,
Diputaciones Forales, Asociaciones privadas, Abogados, Psicólogos, Servicios
Eclesiásticos, etc.
Estos datos
referentes a la mayor diversidad de modos o canales de derivación que en años
precedentes, suponen a nuestro juicio una mayor cimentación del Servicio y
constatan su inmersión progresiva en la red de Servicios e Instituciones
Públicas o Privadas de carácter social, jurídico o sanitario (Cuadro 4).
Intervención directa:
el proceso de mediación
A pesar de realizarse
intervenciones de mediación familiar desde hace cientos de años y desde muy
diferentes culturas (asiáticas, africanas, americanas...) es relativamente
reciente su utilización de un modo metódico y multidisciplinar, esto es, de un
modo profesional en el mundo y cultura occidental. Su trayectoria apenas
alcanza tres décadas de existencia.
Su aplicación,
también puede circunscribirse en diversos ámbitos: situaciones de separación
o divorcio, problemática en la relación y comunicación con los hijos, disputas
intrafamiliares en relación con el cuidado de ancianos, herencias, negocios
familiares, etc.
La metodología que
aquí explicitaremos hace referencia a la intervención de mediación en
separación y divorcio, ampliándose las actuaciones a cualquier situación de
crisis de pareja y/o familiar que posea entre uno de sus componentes básicos
una desavenencia actual, pasada e incluso futura entre los miembros de la
pareja.
Realizamos
normalmente nuestra intervención, partiendo de una metodología tipo o
estándar, que no dudamos en variar o modificar en base a las características
individuales de cada asunto. En cualquier caso el proceso de mediación consta
de una serie de fases con características propias en cuanto a objetivos, procedimiento,
duración y profesionales inter- vinientes.
Fase de
aproximación al Servicio y organización de la demanda Se
procede a recoger la demanda y recopilar información pertinente. Tras este
momento, se ofrece información jurídica y psicológica sobre aspectos tales como
legislación, derechos y deberes, la ruptura y la crisis personal, íntima y
psicosocial que conlleva o provoca este tipo de situaciones. Igualmente se
habla de las características del proceso de mediación, de la función de los
mediadores, del alcance de los acuerdos que tomen, reglas básicas, etc.
Es en este momento,
cuando el equipo valora la adecuación de la problemática a la viabilidad o no
de la mediación en el caso concreto. De no darse las condiciones de viabilidad
requeridas, el asunto se derivará a otros Servicios. De darse dichas
condiciones y tras la aceptación de acogerse al proceso de mediación por ambas
partes, se pasa a firmar el Contrato de Mediación. Dicho documento privado
regula las normas y compromisos de todos los participantes en la mediación, es
decir, los dos miembros de la pareja y los profesionales intervinientes.
Aparecen, pues, aspectos relacionados con la confidencialidad de datos e
información obtenida, con el compromiso de no ejercer acciones judiciales paralelas
a la mediación, no solicitar en ningún caso el testimonio de los mediadores en
los procesos legales, etc.
El Contrato
de Mediación adquiere un papel fundamental en el
incipiente proceso mediador: es la primera piedra sobre la que se construirá -o
intentará construir- el edificio de sus acuerdos y de sus nuevos modos de funcionamiento
o relación.
Es el primer momento
en el cual la pareja, voluntariamente, estampará su firma comprometiéndose a
una tarea en común, con el objetivo de lograr acuerdos satisfactorios para
ambos y, por lo tanto, comunes.
En esta fase de
aproximación al Servicio ocurre con frecuencia que no es la pareja quien se
persona en el SMF (Servicio de Mediación Familiar) sino sólo uno de sus
miembros. En estos casos, se procede de similar manera, aunque se ofrecen dos
posibilidades: que la propia persona informe a la otra parte de su asistencia
al SMF y los aspectos comentados, o que delegue en el Servicio dicha
comunicación. Si es así, se realizará ésta a través de una carta informativa,
invitando a su vez al destinatario a acudir al SMF a asesorarse, aportar su
visión de la realidad y colaborar en el proceso mediador si así lo considera.
De producirse respuesta positiva -hecho que ocurre la mayoría de los casos-, se
procede como hemos comentado con anterioridad.
Primera fase:
Fase de información Una vez que la pareja
ha aceptado acogerse al proceso de mediación y firmado el contrato, se
procede a recoger y aportar información de un modo más exhaustivo.
El objetivo de esta
fase es favorecer el dialogo, la escucha y un mayor entendimiento entre las
partes, ayudándoles a comprender las preocupaciones de cada uno y facilitar la
expresión de emociones.
De igual modo se
atenderá a modificar las distorsiones cognitivas existentes habitualmente en
cada miembro de la pareja, bien respecto a su propia situación , a la del otro
y/o a la del núcleo familiar.
El equipo manifestará
de un modo claro la neutralidad e imparcialidad del mismo y valorará de nuevo
los elementos que pueden dificultar la negociación, intentando conseguir que
ambos miembros de la pareja asuman la realidad de una forma adecuada, evitando
cul- pabilizaciones y reemplazando el concepto de culpabilidad por el de
responsabilidad, pensando menos en reivindicaciones y más en soluciones y
reiterando el hecho de que son ellos quienes han de tomar sus decisiones, y no
los mediadores.
La aceptación de
estos aspectos predispone a las personas para una mejor negociación.
Segunda fase:
Identidificación de puntos clave y esquema de abordaje
Se procede a
identificar los puntos clave que las partes quieren debatir definiendo los problemas
y el esquema previo para su abordaje.
Se propician claves
para la aceptación y entendimiento del otro como método para favorecer una
comunicación interpersonal profunda y completa, a todas luces necesaria para
poder avanzar en el proceso, sentando así las bases para la posterior fase
negociadora.
Tercera fase:
Fase de negociación.
El objetivo de esta
fase es ayudar a las personas a que generen y manifiesten opciones e ideas,
buscando los intereses y no las posiciones, como modo de facilitar la
negociación al objeto de que puedan elegir y discernir lo que cada uno
considera más importante en relación a lo menos importante.
Se procede a identificar
los puntos de acuerdo y desacuerdo incidiendo en los puntos convergentes y
debatiendo los divergentes intentando alcanzar acuerdos consensuados.
En la mayoría de los
casos, es decir, aquellos en los que hay hijos de la pareja, se debatirán
aspectos tales como:
La
parentalidad compartida, o coparentalidad responsable
No tan importante es
el término como su significado, y éste es claro: la actitud responsable de
ambos progenitores respecto a la garantización del bienestar global presente y
futuro de sus hijos.
Ambos exponen los
puntos de vista sobre la determinación de la guarda y custodia. El mediador
favorecerá la superación de confusiones semánticas muchas veces inconscientes
entre guarda y custodia y patria potestad. Es imprescindible que los padres
lleguen al convencimiento de que la solución que adoptan respecto a la
custodia es la más idónea en relación a las necesidades afectivas y de
atención de los hijos, siendo ambos coherentes con dicho acuerdo y debiendo
aceptarlo para que éstos puedan confiar en la continuidad de la adecuada
relación con cada uno de los progenitores.
Régimen de
visitas
Padre y madre
establecerán, a través del diálogo y debate, cómo y cuál va a ser la relación
de cada uno con sus hijos a partir de ese momento. Este nuevo modo de
relacionarse requiere de una regularización que se establece a través de unos
periodos concretos plasmados en atención a los intereses de ambos progenitores
y en especial de los hijos.
Aspectos
económicos
En este punto
confluyen dos cuestiones importantes: la futura situación económica de los dos
miembros de la pareja y, en especial, la satisfacción de las necesidades
materiales de los hijos. Para poder trabajar sobre este aspecto es necesario
conocer cuál es la situación económica actual, y cuál ha sido durante la vida
en común. Cada miembro de la pareja expone sus puntos de vista respecto a las
necesidades materiales de los hijos teniendo en cuenta aquellas que estaban
satisfechas durante la vida en pareja. Así pues, elaboran un presupuesto de
gastos familiares, priori- zando los gastos que suponen los hijos. Es
importante que tengan presente que muy probablemente se producirá un
empobrecimiento del grupo: los ingresos serán los mismos en muchos casos, pero
no los gastos, que aumentarán considerablemente.
Situación
patrimonial
Es este uno de los
aspectos a tratar que, pese a que debiera ser desde un punto de vista de pura
lógica, colateral, cobra con frecuencia una importancia capital e incluso en
ocasiones, desorbitada. Desde el SMF no se realizan, liquidación de bienes
gananciales, pero sí se les ayuda, si ellos lo requieren, a intentar debatir y
acordar todos aquellos aspectos económicos y patrimoniales que consideren.
Los temas a tratar
son fundamentalmente: bienes privativos, bienes gananciales y disolución de la
sociedad de gananciales. La disolución de la sociedad de gananciales suele
generar una gran conflictividad entre los miembros de la pareja, que en muchos
casos acaba afectando a otros aspectos, llegando a producirse en ocasiones
situaciones de auténtica per-
versión
de valores.
La mediación se
ofrece también como una posibilidad interesante para resolver estos problemas,
evitando además la distorsión perceptiva que se da en muchos casos en los que
se realzan aspectos aunque importantes, secundarios, y se secundarizan los
primarios, esto es, la atención y cuidado de los hijos.
Cuarta fase:
Acuerdo Final
Una vez alcanzados
los acuerdos de modo consensuado sobre los distintos aspectos tratados
anteriormente, se redactan normalmente como Convenio Regulador, pudiendo canalizarlos
de diferentes modos:
• Homologándolo
judicialmente en el proceso de separación o divorcio correspondiente a través
de la intervención de sus respectivos abogados.
•
Manteniendo una separación de hecho sin
iniciar ningún procedimiento judicial, bien elevando el acuerdo privado a
escritura pública notarial, o bien manteniendo el acuerdo privado únicamente
entre las partes.
Quinta fase:
Seguimiento
En todos los casos
trabajados en el SMF se realiza un seguimiento cuyo objetivo es conocer el
grado de cumplimiento de los acuerdos tomados, así como la capacidad de adaptación
a cambios e imprevistos.
Por otro lado,
sabremos la instrumentaliza- ción realizada con el convenio regulador y su
tramitación judicial o no, así como conoceremos quién o quiénes han sido los
representantes legales de las partes y si se ha producido alguna modificación
de los acuerdos, o éstos se han mantenido íntegramente, como es lo habitual.
Cabe mencionar que la
valoración que hacen los usuarios del seguimiento es muy positiva por la
percepción que en ellos genera de apoyo y de interés, aspecto este último muy
importante en cualquier servicio público. Además se les comunica que el SMF
quedará a su disposición si se requiriese algún ajuste futuro por
circunstancias sobrevenidas.
Para evitar
confusionismo, aclararemos que el objetivo último será siempre que sean ellos
mismos quienes generen recursos personales para el diálogo y resolución de
problemas y, por supuesto, no generar vínculos de dependencia con
instituciones o profesionales, aunque por pura casuísica se entienda que esto
no pueda darse en la totalidad de casos en un primer momento.
Por último, reseñar
que el seguimiento también nos sirve al equipo de profesionales como feed-back
de la opinión que tienen los usuarios del Servicio y, por lo tanto, nos puede
orientar en determinadas direcciones (Cuadros 5 y 6).
Valoración global de
la experiencia del Servicio
Desde el inicio del
Servicio de Mediación Familar en Octubre de 1996, hasta Diciembre de 1998, se
han trabajado 255 expedientes de mediación. De las parejas que comenzaron el
Programa de Mediación, el 9,01% se derivaron a terapia de pareja, al
comprobarse que no era su objetivo el separarse. El 12,15% reconsideran
intentarlo de nuevo, recuperando la relación de pareja sin terapia, aunque la
mediación haya ejercido un efecto terapéutico sin duda alguna. Aún así
queremos recalcar que prácticamente siempre recomendamos la intervención
terapéutica externa al Servicio y que existe un % destacado de estas parejas
que finalmente se separan, o demandan ayuda profesional para conseguir un
adecuado funcionamiento. El 11,76% interrumpe la mediación por presentar
conductas no negociadoras que impiden seguir con la misma. El 67,08% de las
parejas han alcanzado acuerdos consensuados respecto a su situación de
separación o divorcio.
En los seguimientos
realizados se observa que la gran mayoría de las parejas que han finalizado la
mediación siguen respetando los acuerdos alcanzados, representando éstas un
95,30% del total. Solamente un 5% de las parejas han tenido desavenencias que
no han podido solucionar entre ellos y han acudido al Servicio de Mediación
para solventarlas, llegando con éxito a resolverlas. El 1,34% han iniciado
posteriormente un pleito contencioso. Estos datos reflejan un nivel de
incumplimiento de los acuerdos adoptados muy bajo.
El nivel de
satisfacción de las parejas que han participado en el proceso de mediación ha
sido positivo, aún en aquellas parejas que no consiguieron finalizar el mismo.
En relación a lo
anteriormente expuesto establecemos las siguientes conclusiones:
1
La demanda de solicitud de mediación se va
incrementando desde la apertura del Servicio. Este dato refleja el deseo de los
ciudadanos de encontrar soluciones dialogadas y amistosas a sus conflictos de
pareja y/o familia de un modo evidente.
2
El resultado de las mediaciones aborda-
das demuestra la
validez de este método alternativo y complementario en la resolución de este
tipo de situaciones.
Cerca del 87% de las
personas que iniciaron la mediación resolvieron satisfactoriamente su
problemática. En la mayoría de los casos mediante la consecución de acuerdos
consensuados o, en otros, dándose una nueva oportunidad a la continuidad de la
pareja.
Este dato
consideramos que ha contribuido, sin duda, a evitar la plasmación de muchos de
estos asuntos en procedimientos legales contenciosos.
3 El
análisis diacrónico de los expedientes, por medio de los seguimientos realizados,
refleja, en primer lugar, el mantenimiento de los acuerdos alcanzados en la
gran mayoría de las parejas y, en segundo lugar, la actitud prevalente en las
personas que participaron en mediación para resolver por medio del diálogo y
el consenso las desavenencias o desajustes que han podido surgir con el paso
del tiempo. Esto es así debido a que la mediación presenta un carácter
pedagógico en cuanto a que genera en la pareja un aprendizaje en técnicas de
comunicación, manejo del estrés y resolución de problemas, posibilitando una
mayor facilidad de readaptación a los cambios de circunstancias que se suceden
en el devenir de la familia.
4
La diversificación de los canales o vías de
acceso al Servicio nos sugiere el paulatino conocimiento del mismo por parte
de los distintos agentes sociales, así como la aceptación y confianza de éstos
en dicho Servicio. Juzgados de Familia, Servicios de Asistencia Social de
Ayuntamientos, Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer, Servicio de Orientación
Jurídica del Colegio de Abogados de Bizkaia, Asociaciones privadas,
profesionales del derecho y la salud, medios de comunicación, etc., han
contribuido por ello al funcionamiento del mismo.
5
El destacado número de personas que han
acudido a Mediación remitidos por su entorno cercano (familia, amigos, compañeros,
vecinos, anteriores usuarios... ) es, a nuestro juicio, un indicador de la
progresiva popularización del Servicio y de su paulatino calado social, siendo
éste un aspecto de capital importancia para el buen funcionamiento de cualquier
servicio público con vocación de atención al ciudadano.
6
La observación de las situaciones atendidas
en el Servicio, nos ratifica en la importancia de la mediación como factor
destacado a la hora de minimizar costes psicológicos y de adaptación psico-
social por parte de las personas implicadas en este tipo de procesos.
Al mismo tiempo, esta
valoración de los miembros del equipo se ve apoyada por los usuarios a través
de los seguimientos realizados.
Reflexiones
Consideramos
interesante exponer, entre muchas posibles, algunas apreciaciones realizadas a
lo largo de estos años de trabajo, remarcando que se basan más en valoraciones
realizadas por el equipo que en conclusiones fruto de un trabajo de
investigación riguroso.
• A
primera vista la mediación se antoja como algo sencillo desde un punto de vista
técnico y teórico. Tanto sus aspectos teórico-conceptuales como metodológicos,
aún existiendo diversas líneas -o incluso escuelas con diferentes marcos
teóricos, de método, de aplicación, etc.- son de fácil comprensión y cómoda
asimilación. Consideramos, sin embargo, que su correcta práctica profesional es
ciertamente compleja. Es aquí donde reside la verdadera problemática de este
reciente campo profesional. Sólo desde una sólida formación teórica acompañada
de una adecuada experiencia y acogiéndose escrupulosamente a una estricta
ética profesional podremos garantizar, nunca el éxito, pero sí el estar en
condiciones de iniciar un abordaje de mediación a una pareja en crisis.
• La
mediación es un proceso. Como tal proceso, presenta unas fases ya explicadas
en este artículo, y como tal puede o no llegar a término. En cualquier caso,
queremos aportar una consideración basada en nuestra experiencia, y cada vez
más ampliamente compartida por los profesionales de la mediación, y es su
carácter no finalista. Existen parejas que no consiguen llegar a la
consecución final de acuerdos y, sin embargo, no tienen conciencia de haber
fracasado en la mediación, sino más bien lo contrario. Por parte del equipo la
valoración es la misma, ya que aunque no se llegue al objetivo final previsto,
si se han producido modificaciones perceptivas de un miembro respecto del
otro y sus correlativas valoraciones cognitivas; si se han vehiculizado adecuadamente
canales de comunicación obstruidos o deteriorados; si se ha favorecido una
expresión emocional que permita el posterior reequilibrio de los sistemas
intrapsíquicos de alguno de los miembros de la pareja; si se han concienciado
de que existe una clara diferencia entre su rol de pareja y su rol de
padres..., entonces podemos hablar de un progreso y un cambio madurativo
importante, independientemente de que algún obstáculo haya podido impedir un
acuerdo final en todos los puntos.
• Destacamos
por otro lado, y respecto a los factores etiológicos en la separación, una muy
escasa incidencia de los de tipo sexual. No tenemos duda -y así nos han
relatado en algunos casos- de que la existencia de trastornos o disfunciones
psicosexuales ha coadyuvado en la génesis de algunas rupturas de pareja, y en
otros ha podido incluso provocarlas directamente. Pero, aun no teniendo sistematizada
con rigor estadístico esta variable, sí podemos afirmar que éstos son escasos,
por lo que hacemos dos consideraciones:
1.
Las parejas en el SMF en general eluden
hablar inicialmente de temas sexuales, lo cual tienen su lógica al acudir la
mayoría de ellas con objetivos más proclives a la ruptura que a la
continuidad.
2.
Creemos que progresivamente va mejorando la
información de las parejas sobre temas sexuales, diversas problemáticas y sus
tratamientos, de modo que el acudir a un sexólogo o terapeuta sexual, es cada
vez más frecuente y se vive con más naturalidad. Este factor contribuirá
lógicamente a evitar rupturas de pareja cuya causa principal sea una inadecuación
sexual entre ambos.
• Reiteramos
nuevamente la importancia en mediación de realizar una atención individualizada
en cada caso, adoptando metodología, tipo de técnicas a emplear, número de
sesiones, entrevistas a terceros, etc. Es ésta una de las variables que
contribuyen a nuestro parecer en mayor medida, a la resolución exitosa de la
mayoría de los casos trabajados. Si no existen dos personas ni personalidades
iguales, imposible es que existan familias, ni aun parejas iguales. Una
premisa tan sencilla nos complicará y dificultará, esto es, hará más ardua y
difícil nuestra intervención, pero sin duda contribuirá a que ésta presente un
rigor y seriedad profesional o carezca de ambos.
•
Actualmente existen diversos borradores en el
estado, más o menos desarrollados, de códigos deontológicos del mediador y de
la mediación. Al no existir una instancia única, pública o privada,
aglutinadora de esfuerzos, ideas, experiencias, estudios comparativos, etc. no
podemos aún hablar de un código deontológico exclusivo, normatizador, de
obligado cumplimiento para todos los profesionales que emplean la mediación en
su práctica habitual. Su carencia, responde más bien a la relativa juventud de
la mediación familiar, que a una cuestión de conveniencia. En este momento, en
el que la eclosión y desarrollo de la mediación está en pleno auge, la
elaboración de dicho código presenta un carácter de absoluta necesidad, tanto
para sentar unas bases sólidas con las que establecer unas óptimas relaciones
entre los diversos agentes sociales implicados, profesionales, instituciones
públicas y privadas, y ciudadanos, como para garantizar una práctica
profesional rigurosa y ética.
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Willi, J. (1985): Pareja
humana: relación y conflicto. Madrid. Morata.
Marina Meler *
*
Psicóloga. Sexóloga.
C/Atocha,
N° 98, 5° D. 28012 Madrid. España
La
identidad femenina es uno de los temas centrales en las obras y propuestas de
muchas artistas contemporáneas cuyo objetivo es mostrar la multiplicidad y
complejidad de la experiencia de la feminidad que no corresponde a los
arquetipos a los que la mirada del poder la ha reducido a lo largo de la
historia.
El
arte y el pensamiento feminista coinciden en la reivindicación del derecho a la
autodefi- nición por parte de las mujeres y sus discursos evolucionan de forma
paralela.
Las
obras de algunas de estas artistas nos sirven para acercarnos, desde el
lenguaje visual y plástico, a las vías de investigación que sobre la identidad
femenina se han ido proponiendo a la vez que nos muestran desde qué
perspectivas se aborda en el momento actual, llegando a la conclusión de que,
sin abandonar discursos de carácter combativo, se está concediendo cada vez más
importancia a un enfoque relacional, aunque por el momento parece que esta
práctica tiende a reducirse a la relación entre las mujeres.
Palabras
clave: Identidad femenina, feminismo, arte, deconstrucción, subversión,
miradas, resignificación, pensamiento dicotómico, imágenes, arquetipos, cuerpo,
enfoque relacional.
MIRRORS AND MASKS, GLANCES AT THE
FEMENINEIDENTITY
Women's identity is one of the core
themes of contemporary women artists' works and pro- posals. The aim is to show
the plurality and complexity of women's identity, which does not fit into the
archetypes that power's glance has shaped limiting women along history.
Feminist art and feminist thinking meet in the claim to women's right to define
themselves, and the discourses of the first two develop side by side with it.
The works of some of these women come us near to a visual andplastic art
language so as to inquire into how women's identity has been shaped, and how it
is being approached nowadays.The author comes to the conclusión that it is
being given more and more importance to the relational approach, without
renouncing to combative condition, despite the fact that this practice tends to
be limited to the relationships between women.
Keywords: women's identity, feminism,
art, decostruction, subversion, glances, dichotomic thinking, images,
archetype, body, relational approach.
Introducción
Este texto parte de
las reflexiones surgidas tras la elaboración de un proyecto educativo
dirigido a segundo ciclo de la ESO1 cuyo objetivo principal es que
el alumnado realice un trabajo introspectivo sobre el cuerpo partiendo del
arte como recurso didáctico y como vía de expresión.
Elegimos el arte en
todas sus manifestaciones (pintura, escultura, performance, vídeoinstalación,
vídeo-danza, animación, ...) como recurso didáctico porque forma parte de la
cultura visual en la que estamos inmersos y a través de la cual nos llega la
mayor parte de la información, y porque el lenguaje visual y plástico es
universal, condición que nos permite el acercamiento a un mayor número de
propuestas.
Vivimos inundados de
una extraordinaria variedad de imágenes visuales y no podemos ver
de igual forma todo aquello que se nos ofrece ni podemos fiarnos siempre igual
de los resultados de nuestra visión, por lo que educar la mirada nos parece
básico para desarrollar el sentido crítico ante la información que se nos
transmite a través de este lenguaje.
Se trata, por una
parte, de ofrecer al alumnado alternativas para que aprenda a orientarse y a
encontrar puntos de anclaje que le permitan valorar, seleccionar e interpretar
el alud de información que recibe diariamente y, por otra parte, propiciar que
experimente la capacidad expresiva que supone el lenguaje visual y plástico.
En la actualidad
existe en el arte una preocupación por el significado que coincide con un
interés similar en otros campos y con un movimiento generalizado a favor de la
concepción de la cultura, no como variable independiente, sino como marco
explicativo de representaciones y comportamientos de los seres humanos
(Hernández, 1997).
Importa, por tanto,
más la interpretación que la percepción, una interpretación que no sólo es
visual o verbal sino que vincula estos dos procesos, e interpretar supone
relacionar la biografía de cada uno con los objetos, obras y propuestas
artísticas con los que se pone en relación. Desde este enfoque compresivo es
como nos acercamos al arte como recurso que nos permite explorar el tema de la
identidad sexual.
El arte nos
proporciona una vía muy importante de análisis y crítica que favorece la
aparición de líneas de pensamiento alternativas a las establecidas. Todo lo
que el artista hace tiene una referencia social e ideológica por alusión o por
omisión.
Los artistas son
facilitadores de visión ya que fijan su mirada en aspectos de la realidad que
generalmente nos pasan desapercibidos. Nos amplían, por tanto, el campo de
significación. Podemos aprender a reconocernos mejor a través de las
reacciones que nos provocan sus obras. Incluso el silencio y el mutismo ante
una obra no son casuales y nos devuelven algo, no siempre de manera explícita,
sobre nosotros mismos.
Las obras de arte nos
invitan al diálogo constante, abren al espectador el terreno de la
confrontación consigo mismo, ayudado por la complicidad placentera que la obra
le estimula o movido por un rechazo significativo que le permite distinguir
aquello que rechaza de los puros prejuicios.
El espectador se
mueve entre aquello que la pieza le sugiere y el reconocimiento de sus propias
sugerencias, la obra le concreta alguno de sus gustos, alguna de sus
sensaciones imprecisas, le reafirma en aspectos que no se sabía tan evidentes o
le distancia de conceptos ortodoxos aprendidos lejos de toda sensación
directa (Bosch, 1998).
Las artes, en
definitiva, son un punto de confluencia entre el conocimiento y la emoción.
Por otra parte, el
lenguaje visual y plástico permite la expresión de sensaciones y emociones que
a través de otros lenguajes sería difícil plasmar y facilita la proyección
simbólica, lo cual permite además de establecer una comunicación con el
espectador, reafirmar la propia identidad.
En definitiva, el
arte como recurso, al tiempo que nos permite mostrar diferentes miradas, como
vía de expresión nos facilita indagar sobre nuestra propia identidad al convertirnos
en “creadores” y reconocer la de los otros al ejercer de espectadores, lo cual
supone ejercitar el diálogo y la empatía.
Cuando uno se acerca
a las experiencias de otras personas o a otros puntos de vista y muestra los
suyos, las propias experiencias adquieren una mayor perspectiva y se enriquece
la comprensión de la realidad.
Una vez seleccionado
el arte como recurso por todas las posibilidades que nos ofrece, al elaborar
el marco teórico del proyecto y al seleccionar las obras y propuestas
artísticas más adecuadas para llevarlo a la práctica, nos encontramos:
En primer lugar que
la identidad sexual a través del cuerpo con su poder de expresión y significación
como núcleo, es uno de los temas centrales en el arte contemporáneo. En el
tratamiento del cuerpo se ha pasado de atender a aspectos más relacionados con
la fisicidad como son la fragilidad, la decadencia física y la propensión a la
enfermedad, a primar la idea de la corporeidad como lugar de la identidad, con
lo que se incorpora la formulación feno- menológica que afirma que el cuerpo es
el propio sujeto y desde ahí la experiencia individual se convierte en uno de
los rasgos más característicos de la creación actual.
En segundo lugar, que
la mayoría de artistas que trabajan este tema son mujeres2.
En tercer lugar, el
debate que se está generando en torno a la conveniencia de hablar de un arte
feminista, ya que, por un lado, esta categoría supone su reconocimiento y, por
otro, en su definición se establecen unos límites que, en ocasiones, fuerzan la
inclusión de obras y propuestas artísticas de forma un tanto arbitraria.
En cuarto lugar, el
cuestionamiento sobre la conveniencia de elaborar nuevos discursos a través, en
este caso, del lenguaje visual y plástico, sobre la identidad femenina ya que
los discursos son una de las estrategias del poder normativo que cumplen la
función de reglamentar y normativizar, de forma que si antes la identidad femenina
nos venía dada a partir de la definición hecha por el poder, ahora la trampa
está en caer en definiciones igualmente normativas generadas desde los
diferentes feminismos.
En quinto lugar, que
las propuestas artísticas del colectivo de los y las homosexuales, encuadrados
dentro de los queer studies3,
sobre la identidad sexual son también muy abundantes y tienden a catalogarse,
junto con las del colectivo mujeres, dentro de la categoría de otredad que
engloba a todos aquellos discursos que se refieren a colectivos marginados ya
sea por su diferencia sexual, por su orientación del deseo, por su diferencia
geográfica y cultural, etc.
La estrategia
consiste en que un grupo separa a otros individuos aislándolos, ya sea física o
ideológicamente, de tal forma que estos otros son percibidos como un todo universal
al que se adjudica una determinada esencia. Como, por ejemplo, en el caso de
las mujeres “el eterno femenino". La reclusión en lo otro tiene como
consecuencia la pérdida de la propia identidad.
Hoy en día el tema de
la identidad da la impresión de ser un cajón de sastre donde todo tiene cabida
y en el que no hay una especificación de lo que se almacena, lo cual genera
que incluso aparezca una nueva clasificación sexual que no es ni por el sexo ni
por el género sino por la orientación del deseo, en consecuencia “la oposición
homosexuales/heterosexuales casi tiende a sustituir a la oposición
masculino/femenino" (Agacinski, 1998: 97).
Parece que los únicos
que tienen problemas con su identidad son las mujeres y los y las
homosexuales. Gays,
lesbianas y mujeres son el asunto a tratar en todo tipo de exposiciones cada
vez más destinadas a satisfacer un morboso exhibicionismo antes que profundizar
en el eterno tema de la identidad (Olivares,1998).
Por otro lado el
aumento de producción artística femenina en los últimos años y el gran número
de propuestas de exposiciones exclusivamente de mujeres que han salpicado el
panorama artístico internacional es, sin duda, el resultado de las acciones que
desde el llamado feminismo institucional se llevan a cabo y que tienen como
objetivo promover la presencia y reconocimiento de las mujeres en todos los
ámbitos sociales y culturales.
En el ámbito
artístico se reproduce la polémica que estas acciones están generando en otros
campos ya que muchas autoras y críticas de arte ven en este fenómeno otro tipo
de marginación, mientras que sus defensoras consideran que es la única forma de
hacer visible el trabajo de las mujeres artistas.
De ahí surge el
problema a la hora de hablar de un “arte feminista" o de un “arte
femenino", idea que muchas artistas jóvenes califican de no acertada y así
lo manifiestan en sus propuestas, en tanto que consideran que el arte hecho por
mujeres es una aportación más, una visión individual en un momento y
circunstancias históricas determinadas, y con esta catalogación lo único que
se consigue es confinar una obra dentro de un campo de significación al que no
puede ser reducida.
Estas artistas
señalan además que quizá el feminismo ha estudiado poco los límites fluidos
que ocupan el espacio entre dominación y liberación. En ocasiones la
comprensión reducida de este antagonismo conlleva la generalización y la
proyección de prejuicios impidiendo abordar otras dimensiones de la cuestión.
Habría que matizar qué entendemos por dominación, desde qué espacio, etc., y lo
mismo sobre la liberación. Al insistir en la fuerza de las relaciones de
dominio se tiende a caer exclusivamente en el punto de vista de la víctima
considerando a las mujeres como seres totalmente “inocentes” y esto impide
considerar los ámbitos de la vida en los que las mujeres han actuado sin estar
totalmente determinadas por la voluntad del otro y los modos con los que las
mujeres han ejercido y ejercen el poder sobre los otros.
Otras artistas, en
cambio, definen su obra como feminista y sostienen que la categoría de “arte
feminista” no implica una etiqueta estilística sino que se usa con relación a
la producción de ciertos significados mediante imágenes visuales, los efectos
de estas imágenes/obras y sus condiciones de recepción.
El proyecto feminista
ha significado la apertura de la cultura visual a diferentes tipos de imágenes
de la feminidad y del cuerpo femenino y ha politizado el papel de la visibilidad
en sí misma.
En términos generales
el arte y la teoría feminista han estado envueltos en la política de la
autodefinición, en afirmar el derecho a la autorepresentación y los resultados
han sido: exponer las omisiones y ausencias perpetradas dentro de la tradición
dominante y hacer visibles nuevas subjetividades femeninas mediante los media
de las artes visuales (Nead, 1992).
La representación
visual y plástica de estos resultados en sus diferentes propuestas y análisis
nos proporcionan una visión bastante completa sobre la situación actual del
debate en torno al tema de la identidad femenina.
Por todo ello
pensamos que puede resultar enriquecedor un acercamiento al mismo desde otro
ámbito y desde otro lenguaje, en concreto a través de las obras y propuestas de
algunas artistas contemporáneas y actuales, para ilustrar
la evolución de los discursos sobre el tema y las reflexiones que generan, así
como para comprobar si están surgiendo nuevas propuestas.
El camino seguido en
este acercamiento busca en las obras una fuente de conocimiento y de
posicionamiento ante el mundo, es decir, son vistas como formas concretas de
apropiarse de la realidad transformándola en unidades de sentido, y ésta es una
de las muchas posibilidades de acercamiento al arte que determinará, a su vez,
una forma concreta de mirar y de apreciar.
El feminismo de la
igualdad y el feminismo de la diferencia.
Críticas al
reduccionismo dicotómico
Son muchas las obras
y propuestas artísticas que reflejan los planteamientos que desde el feminismo
de la igualdad y el feminismo de la diferencia se dan con respecto a la identidad
femenina y las críticas que este posicio- namiento dicotómico genera.
Por tanto, quizá
resulte conveniente hacer una breve introducción de estos discursos para
situarnos en el debate que están generando en la actualidad en torno al tema
de la identidad sexual.
La diferencia más
significativa entre ambos es quizá que el feminismo de la igualdad tiene una
tradición individualista y el de la diferencia una tradición relacional.
1. El
feminismo de la diferencia
Recibe el nombre de
“la diferencia” porque parte de una afirmación positiva de la misma, cuestiona
la universalidad del sujeto masculino y propone atender a la especificidad de
cada mujer.
El feminismo de la
diferencia se ha ido nutriendo de fuentes como el psicoanálisis y la filosofía
posmoderna, lo cual ha generado diferentes líneas de pensamiento que tienen
como propósito canalizar las investigaciones y discursos feministas hacia el
espacio de lo simbólico.
La reivindicación de
la diferencia surge sobre todo ante la línea dura del primer feminismo que
aceptaba el modelo masculino como neutro y deseable. Esta reivindicación
incluye: un lenguaje propio, una percepción y comprensión más sensitiva y
fragmentaria de la realidad, una valoración del cuerpo femenino y de la
maternidad.
Se muestra contrario
a las leyes que preconizan la igualdad por no contemplar la variedad de
modelos de vida femeninos, afirmando que la igualdad sólo es posible pagando
el precio de la pérdida de la identidad.
La igualdad es un
principio jurídico y la diferencia un principio existencial, por tanto hay que
abandonar las reivindicaciones en el plano político.
Se trata de no crear
ningún discurso unitario, ni sobre el poder ni contra el poder, sino de
generar una teoría discursiva que se introduzca en todos los lenguajes donde
el poder se ejerce, así el feminismo como teoría práctica política se
convierte en teoría del discurso.
Conectar experiencia
y pensamiento implica hacer entrar como categoría de pensamiento el aspecto
pre-lógico, por tanto, lo sensible, lo corpóreo, lo diferenciado.
El punto de partida
del sujeto femenino se busca en el cuerpo, Luce Irigaray (1974) señala que el
igualitarismo nunca conseguirá hacer justicia “porque varones y mujeres no son
iguales" y que, por tanto, los derechos que liberen a las mujeres no
pueden hacer abstracción de la realidad corporal, por eso tienen que ser
específicos para cada sexo.
Uno de los conceptos
clave es el de deconstrucción, desarrollar el margen, lo heterogéneo como
postulados revolucionarios, en definitiva acabar con el privilegio del habla,
de la conciencia, para proponer una nueva escritura que asigne otros
significados. En esto se basa la propuesta “escribir mujer" que plantean
las feministas francesas, basada en la continuidad establecida entre el inconsciente,
el cuerpo femenino y la escritura.
El dar la palabra a
las mujeres abre nuevos interrogantes y cuestiona toda definición
mistificadora.
Al conceder el valor
central a la experiencia personal, una de las propuestas más recientes, que
proviene sobre todo del feminismo de la diferencia italiano, es entender la
relación entre las mujeres como práctica política.
Son las relaciones
genealógicas en las que una mujer es percibida como más importante con respecto
a otra, el prototipo de la relación madre-hija, las que facilitan el
reconocimiento de otras mujeres como mediadoras de lo real, evitando, así,
tener como único referente válido el modelo masculino.
El término política
adquiere aquí un sentido amplio ya que hace referencia a hacer visible algo
que siempre ha existido en el mundo de las mujeres: un saber basado en la
práctica de la relación y en la práctica del “partir de sí"4.
2. Feminismo
de la igualdad
Parte de la tradición
ilustrada con las aspiraciones de igualdad y universalidad para las mujeres.
Priman el espacio de
lo político y, a partir de ahí, surgen toda una serie de reivindicaciones
dirigidas a aumentar y reconocer la presencia de las mujeres en todos los
ámbitos sociales. Son, por tanto, partidarias de elaborar un discurso sobre el
poder y de acceder a él.
Puesto que la
diferencia siempre se ha utilizado por parte del patriarcado para establecer
jerarquías y oprimir a las mujeres, ven en su reivindicación un peligro y
cuestionan cómo es posible que algunos grupos feministas reivindiquen el
derecho a la diferencia cuando no existe igualdad de derechos real, mientras
que el derecho a la diferencia significa seguir perteneciendo a la clase
oprimida de la especie humana.
Lo que señala la
creación de dos universos simbólicos distintos para varones y para mujeres es
la existencia de dos órdenes conceptuales, el de los iguales y el de las
idénticas (Valcárcel, 1991).
El poder se implanta
en el espacio de los iguales que existen en tanto tienen algo que repartirse:
su dominio y hegemonía sobre las mujeres. Es la propia distribución de ese
poder lo que produce el principio de individuación, constituyendo el espacio
de los iguales. En el caso de las mujeres no existe la posibilidad de repartirse
el poder, porque es inexistente y sin poder no existe individuación. La
ausencia de ambos da lugar al espacio de las idénticas (Amorós, 1987).
Así, algunas de sus
propuestas para conseguir una equidad con respecto a los varones son los
pactos entre mujeres, la ocupación paritaria del espacio público y la democratización
del espacio privado.
Como señala Ángeles
Jiménez Perona (1995: 145): “Desde el feminismo de la igualdad la maniobra
patriarcal se puede desmontar o bien renunciando a los valores femeninos
heterodesignados e intentando sumarse a los valores dominantes haciendo que
éstos amplíen su campo referencial o bien reivindicando un concepto de
igualdad que recoja cualquier valor concebible como propio de cualquier
individuo de la especie al margen del sexo. ... esta segunda posibilidad es la
que permite que la igualdad reivindicada sea “una igualdad entre”.
La categoría central
en este análisis feminista es el concepto de género5 que surge a
partir de la idea de que lo femenino y lo masculino no son hechos naturales o
biológicos, sino construcciones culturales que históricamente han adquirido la
forma de dominación masculina y subordinación femenina. El concepto de género
queda vinculado a la cultura y a la sociedad frente al concepto de sexo que
queda reducido a términos puramente biológicos.
Esta distinción
origina, dentro de la teoría feminista, redefiniciones constantes de la
relación entre sexo y género donde el feminismo de tradición ilustrada
sostiene que el género construye al sexo y aboga por la superación de los
géneros.
3. Críticas
al planteamiento: feminismo de la igualdad “versus” feminismo de la diferencia
Las críticas que recibe el feminismo de la
igualdad son el peligro o la trampa de caer en la categoría universal abstracta
de la igualdad, en el reduccionismo de los prototipos binarios, en la creación
constante de modelos del “deber ser mujer”, en la concepción de un sujeto
supuestamente neutro y en la invisibili- dad de aspectos importantes de la
experiencia de las mujeres.
Al feminismo de la
igualdad se le cuestiona también la división sexo/género que establece en la
mayoría de sus análisis ya que, aunque ha resultado ser una herramienta
importante para desenmascarar los usos antifeministas de la categoría
“natural”, el simple hecho de hacer de sexo (biología) y género
(social-cultural) oposiciones excluyentes, se considera que no constituye una
alternativa adecuada. No permite discutir el hecho de la encarnación. La
encarnación es a la vez natural y cultural, es decir, no encontraremos una
persona cuya experiencia vivida no haya sido mediada por el cuerpo (Flax, 1990)
Por su parte al
feminismo de la diferencia se le critica la trampa de caer en esencialismos, en
la mistificación del “eterno femenino” y por tanto también en reduccionismos y
en la elaboración de modelos de mujer.
Por otra parte se le
cuestiona la creación de un cierto sectarismo hasta el punto de elaborar un
discurso ininteligible para los no iniciados.
Se considera,
asimismo, paradójico que un discurso como el de la diferencia que recalca tanto
la multiplicidad incluya dentro de uno de sus conceptos centrales, lo
simbólico, actividades y organizaciones tan variadas como el estado, el
derecho, los textos literarios, etc.
Si bien las
matizaciones que desde ambos feminismos se han venido realizando en el intento
de dar respuesta a las críticas mutuas han enriquecido el pensamiento y la
producción feminista, el debate actual se mueve exclusivamente en estos dos
polos y esta división provoca que sólo destaquen las propuestas adscritas a
una o a otra corriente, lo que origina un estado de ánimo en el que parece que
no hay ninguna alternativa posible, reproduciendo, en definitiva, el
esquematismo reduccionista de los opuestos.
Esta tendencia
provoca juicios de valor y nos sitúa en un territorio donde la diferencia
implica enfrentamiento o bien hay que superarla o bien hay que reivindicar la
diferencia femenina como modelo normativo alternativo.
Surgen algunas voces
críticas, quizá de momento dispersas y con poca repercusión social, que
cuestionan esta actitud enfrentada y que plantean “la cuestión de la diferencia
sexual en una perspectiva en la que el valor, el más o el menos, fuera dejado
de lado". (Fraisse,
1991: 147).
Rosa Ma
Rodríguez Magda (1994: 76) en un intento de superación de los opuestos propone
asumir la particularidad y ninguna claudicación ante el prototipo binario y,
por tanto, la “búsqueda de lo aún no significante, pro- fundización en los
gestos, juegos, aproximaciones, formas de relacionarse todavía no significantes
para el poder".
Algunas artistas
actuales recogen estos planteamientos críticos y pretenden desligar su obra de
las clasificaciones dicotómicas, tratando de buscar otras formas de abordar el
mundo, donde la diferencia constituya ya no enfrentamiento sino otra
posibilidad de contar la misma historia, tantas veces reescrita y tantas veces
narrada.
Espejos y máscaras: Otras miradas
Según Luce Irigaray
(1974), hablar nunca es neutro, como tampoco lo es mirar, fotografiar o filmar,
por tanto la imagen de la mujer es una construcción social e ideológica, lo que
genera la controversia de cómo debe ser representada.
En cierta forma la
historia privó a la mujer de un espejo propio ya que no era ni la creadora de
normas ni la artista genio y su imagen estaba construida por la mirada del
otro.
Ser visible sin ver
aliena, ver sin ser visto da poder.
Las artistas
contemporáneas y actuales se plantean la necesidad de investigar y descubrir
las posibilidades nuevas que esconde la imagen en el espejo, poner en cuestión
los arquetipos femeninos que han fabricado los hombres (la diosa-madre, la
vampiresa, la mujer-niña, la mística, la harpía, ...) reinterpretándolos;
indagar si existe una manera femenina de ver el mundo construida socialmente y
cómo esto atraviesa la práctica artística.
El eslogan del
feminismo de los años 70 “nuestros cuerpos, nosotras", que es continuamente
reexaminado y retrazado, asume la idea de que la identidad radica en el cuerpo
y por tanto a partir de ese momento el cuerpo será uno de los temas centrales a
la hora de abordar el tema de la identidad femenina, tema que se tratará de
diferentes formas. Así, en un primer momento cobrarán más importancia los
aspectos relacionados con la fisici- dad y la carnalidad como son la
fragilidad, la decadencia física y la propensión a la enfermedad, mientras que
en el momento actual se privilegia la idea de corporeidad como lugar donde se
deposita la subjetividad.
Los cuerpos femeninos
acaban por ser lo que la mirada del poder quiere o puede construir, quitando y
poniendo según convenga, desposeyendo a las mujeres de aquello que la historia
les ha dicho que es su esencia: el cuerpo6.
Las mujeres estaban
compuestas por las fracciones de cuerpo que la mirada dominante barajaba según
sus necesidades, el cuerpo femenino se descubre y se exhibe como uno de los
máximos representantes de lo fragmentario.
De ahí la
experimentación constante por parte de las mujeres artistas en torno al cuerpo
y lenguaje, cuerpo y disfraz y cuerpo y multiplicidad. Han querido contar su
nueva historia, tratando de subvertir la pasada, partiendo del cuerpo
construido como lugar para la experimentación (De Diego, 1993: 31)
Así el arte que
realizan es necesariamente deconstructivo en el sentido de que funciona para
cuestionar las bases de las normas estéticas existentes y los valores, al
tiempo que extiende la posibilidad de estos códigos.
Existe además una
preocupación por conocer el funcionamiento de una obra de arte como tal, por
desligarse de su control y cambiar la dirección sincrónica tradicional del
autor hacia el espectador por una actividad que busca la circulación de
conocimientos y sensibilidades (Echevarría, 1997).
Partiendo de una
posición desmitificado- ra, estas artistas intentan resignificar desde el signo
de lo problemático, a través de la subversión y la descontextualización.
Los recursos
utilizados son varios: la sorpresa, el contraste, el absurdo, el escándalo, el
mal gusto, la incorporación de lo cotidiano e insignificante, procedimientos
que en definitiva permiten enriquecer la experiencia dentro del mundo de la
posibilidad.
Se acomete una nueva
exploración de la imagen visual que en ocasiones parece apuntar, no tanto a
una estética sino a una especie de “aestética feminista”, desde la que no se
niega a la mujer ni se la neutraliza sino que se explora una pluralidad de
diferencias sepultadas bajo las propias imágenes de la mujer.
Los temas y la forma
de abordarlos han ido evolucionando de manera paralela a los discursos feministas.
Así Lynda Nead (1992) establece el siguiente recorrido histórico hasta los años
80:
En el período
anterior a los años 70, el objetivo del arte era transformar a la mujer de un
objeto pasivo de la representación a un sujeto que habla, para ello reivindican
el derecho a representar sus propios cuerpos e identidades sexuales. Así, por
ejemplo, se representan temas considerados hasta el momento tabúes como la
menstruación. Se trata de revelar el cuerpo de la mujer como materia y proceso,
opuesto a forma y estatismo. En su conjunto la mayor parte de estas obras se
organizaban alrededor de la celebración de una categoría universal de mujer.
En los primeros años
70 hay una insistencia en la representación de imágenes y aspectos del cuerpo
femenino que permanecen normalmente ocultos en la cultura.
En los últimos años
70 y principios de los 80 las artistas se acercan a diferentes formas del
lenguaje visual y plástico para explorar las relaciones entre la representación
y el cuerpo.
En los años 80 la
noción de celebración del cuerpo femenino que fue creada en la década anterior
es reemplazada por una exploración del cuerpo obsceno y de los aspectos
transgresivos de la sexualidad femenina. Se representan así fantasías
sexuales, escenas de violaciones, incestos, abortos, etc.
Actualmente en
consonancia con la línea de pensamiento posmodernista, el interés se centra en
la deconstrucción del concepto de “identidad” reconociendo la existencia del
otro en sus formas múltiples y la subversión de los géneros es el tema que
cobra especial relevancia, tema que se aborda desde vías diferentes como son:
•
La objetualización del cuerpo del hombre,
línea que también es asumida por la publicidad; el cuerpo masculino es
expuesto y ofrecido a la mirada del otro7.
•
El hacer visible el control simbólico y real
que puede ejercerse sobre quien detenta el poder representando, por ejemplo, la
mas- culinidad amaestrada, el dominio del hombre o adjudicando acciones primordialmente
masculinas a mujeres.
•
El travestismo como recurso que, aunque ya
tiene precedentes en el mundo del arte, resurge en los 90 dando lugar a los
fenómenos drag-queen
y drag-king.
•
La insubordinación frente a los estereotipos
dominantes cuestionando qué es propio de las mujeres, qué de los hombres (qué
de los heterosexuales y qué de los homosexuales). En esta línea se sitúa por
ejemplo la obra de la artista Sarah Lucas8 que, con ironía y sentido
del humor, a través de una actitud desafiante muestra, desde la
heterosexualidad en que se ubica, una imagen hombruna que asume la polémica
noción de virago,
provocando el desconcierto de categorías, mientras que en otras ocasiones
recurre a infantilizar el orgullo fálico del varón.
Dentro de esta vía se
encuadrarían muchas de las propuestas de las denominadas imágenes queer
que plantea el colectivo de lesbianas y que pretenden hacer visibles otras
formas de vida y otras formas de obtener placer como expresión de una
necesidad vital.
En este intento de
subversión de los géneros está presente la influencia de la filósofa foucaultiana
Judith Butler. Butler señala el peligro que encierra el concepto de identidad:
las identidades no son meramente descriptivas sino normativas; propone, por
tanto, que el sujeto mujeres quede como una categoría abierta a nuevas
significaciones o resignificaciones aunque éstas puedan ir en contra de las
ideas del feminismo, ya que se prescinde del feminismo como norma.
Su obra ha tenido una
gran influencia en el movimiento gay
y en muchas ocasiones sus propuestas se han trivializado, también en el mundo
del arte. Para ella “la acción dinámica actuante que bautizó como
“performativity" tiene que ver con la repetición de normas de género muy
opresivas y dolorosas con el objetivo de forzarlas a adquirir una nueva
significación y esto no surge de manera espontánea" (Aliaga, 1997: 102).
No se trata, por tanto, de la conversión al sexo opuesto por consumo y
exhibición de accesorios que es a lo que últimamente se nos tiene
acostumbrados.
Surge así la noción
de la “feminidad como mascarada", propuesta tanto por Butler como por la
teórica de cine Mary Ann Doane.
Las máscaras y los
espejos, desde su componente lúdico, son elementos clarificadores para la
investigación sobre la identidad, la máscara descubre cubriendo quizá una realidad
más deseada y los espejos nos devuelven los secretos de la realidad aparente.
Para la mujer la
mascarada, el disfrazarse y convertirse en lo que el hombre espera y desea de
ella es una estrategia de supervivencia. A fin de hablar de representarse a sí
misma, una mujer asume una posición masculina; quizá por eso se suele asociar
la feminidad con la mascarada, la falsa representación, la simulación y la
seducción.
La artista Cindy Sherman
investiga desde hace años la imagen de la mujer como objeto desde esta
perspectiva. Sherman se fotografía a sí misma en mil posturas diferentes, adoptando
identidades diversas. Así es capaz de disfrazarse en una fotografía de niña
inocente, en otra de mujer fatal, en otra de secretaria,
etc. La artista nos hace ver que el tipo de feminidad que se nos ha impuesto es
inseparable de la imagen y la imagen es pura fachada. La experiencia de la
feminidad es tan compleja como múltiple y fragmentaria y está abierta a una
búsqueda constante de la identidad (África, 1995).
Otras artistas, en
lugar del enmascaramiento, utilizan la transformación de su propio cuerpo
como recurso, siguiendo quizá las teorías de Irigaray y Cixous sobre la representación
como una manera de “escribir el cuerpo”. Así, la performancer francesa Orlan
lleva años sometiéndose a repetidas cirugías estéticas para convertirse en “la
mujer más bella” a través de las partes más bellas de los cuadros más
emblemáticos: la frente de la Gioconda, la barbilla de la Venus de Botichelli,
etc. Las operaciones se realizan siempre con anestesia epidural para mantenerse
despierta y ser no sólo testigo sino narradora de la metamorfosis, siendo a la
vez sujeto y objeto. Orlan se reconstruye en “una macabra broma de la mirada
del poder: lo que tu has soñado y has convertido en historia, yo lo hago
realidad y lo convierto en cicatrices así que esta vez, he ganado yo”. (De
Diego, 1993: 35).
Las imágenes obscenas
y transgresivas de la sexualidad femenina, que caracterizaron sobre todo la
producción artística de los años 80, aunque son muy eficaces como bofetada
estética, resultan, en general, ambiguas ya que el espectador desconoce las
intenciones de la artista y una forma de solucionar esta ambigüedad ha sido
transformar el cuerpo en algo que no dé lugar a confusiones: lo desagradable.
El prototipo de mujer
actual con medidas casi inhumanas se considera también una máscara. Este tipo
de mujer, que sigue normas estrictas impuestas por los otros, sólo opera en la
sociedad espectáculo donde prima la cultura del envoltorio. Así lo refleja la
artista Susy Gómez al manipular la imagen estereotipada y bella de una modelo
ocultando su rostro y su cuerpo con pintura, pintándole incluso un agujero en
el cerebro para borrar así su identidad, denunciando de esta forma la
perversión de estas construcciones fetichistas que vacían de carne los cuerpos.
Muchas artistas
actuales en sus obras hacen una dura crítica a este estereotipo que cada vez va
más en la dirección de fomentar una imagen de mujer descarnada, andrógina y que
en los últimos años se acrecienta con las nuevas tendencias de la moda que
basan sus propuestas en las transparencias creando, así, una mujer etérea,
asexuada, en definitiva sin identidad.
Dentro de esta vía
crítica cobra especial interés el tema de la iconografía de la carne y las
relaciones que las mujeres establecen con el mundo a través de la misma. Así,
la artista Jana Sterbak en su obra de título contumaz Vanitas.
Vestido de carne para una albina anoréxica, nos presenta
un vestido construido con filetes de carne que simboliza el carácter efímero y
precario de la carne aludiendo paradójicamente al hambre de ser mujer.
La locura como espejo
desvirtuado del estado de la mujer en un mundo que en parte le es ajeno, la
locura como alternativa, como estado posible de entendimiento de las cosas y al
mismo tiempo como lugar contrapuesto a la cordura imperante en un mundo
contradictorio es otro de los temas elegidos al tratar la identidad femenina.
Es el caso de la artista Marina Núñez que en sus obras utiliza caras de
histéricas extraídas de la iconografía de finales del siglo XIX perteneciente a
Charcot o nos presenta rostros de mujeres con objetos de tortura apoyados sobre
sus lenguas refiriéndose a la imposición del silencio a la que han estado
sometidas y a su negación como sujetos del discurso con la consecuente falta de
reconocimiento, estado que puede conducir a la locura, rebelión de un cuerpo
que no quiere ser carne de esclavitud. Podemos además añadir otra lectura ya
que al mostrar la lengua, los dientes, las encías nos presenta lo grotesco, lo
interior, aspectos obviados en los retratos tradicionales, siempre lisos y sin
fisuras.
Este cuestionamiento sobre la división entre
lo interno y lo externo, lo público y lo privado del cuerpo femenino ha sido la
base del trabajo de la artista Kiki Smith que con su interés por la integración
psicosomática se enfrenta a la preeminencia de la abstracción y la oposición de
categorías como elementos característicos del pensamiento racional. A través de
sus esculturas nos expone órganos, extremidades y otras partes del cuerpo como
fragmentos, extrae los fluidos y las secreciones y, por último, coloca el
cuerpo en las posiciones más degradadas, aquellas que se consideran
completamente privadas. Su objetivo es analizar cómo los órganos y funciones
interactúan con lo social y lo político y es a través del interior como llega
al exterior.
Otra forma de abordar el tema de la identidad
femenina es mediante la inmersión, revisión y crítica de las representaciones
que sobre la mujer y la feminidad se han realizado en el curso de la historia
retomándolas con el fin de conferir nuevos significados.
Artistas como la cubana Ana Mendieta, cuya
producción se desarrolló en los años 70 y 80, realizan una inmersión en la
tradición para recuperar los ideales del pasado que configuran una mitología
ancestral de raíces femeninas. Mendieta utilizaba su propio cuerpo (Body Art9)
o realizaba siluetas, figuras antro- pomórficas, a través de elementos como la
tierra y el agua (Earth
Art) para recrear rituales y reconectar con manifestaciones
primitivas de
lo femenino explorando las fronteras corporales
entre lo interior y lo exterior, lo natural y lo cultural, de forma que concede
a la mujer una importancia espiritual que el mundo contemporáneo en cierta
medida le ha negado.
Muchas artistas actuales como la española
Paloma Navares prefieren seguir un estilo más acorde con los gélidos mensajes
deconstructi- vistas a la hora de revisar y criticar la tradición. Para ello
se apropia de las imágenes de mujer de la pintura clásica, una mujer idealizada
y estereotipada (venus, esposa, madre, virgen); las reproduce y las agranda,
las encierra en tubos herméticos o en bolsas transparentes presentándolas en
forma fragmentada, descontextualizándolas. En sus instalaciones muestra a la
mujer prisionera de los sistemas de representación perfilados por la mirada
masculina que la convierte en fetiche.
El cuestionamiento de la división de los
espacios público y privado, la inclusión de la cotidianidad y de lo doméstico
en el arte constituye otra de las vías de reflexión.
Subvertir la práctica tradicional de las
labores femeninas, antes asociadas sólo a lo decorativo y a lo doméstico, es
una de las propuestas de muchas artistas actuales que utilizan las prácticas
del coser, tejer o bordar o sus elementos constitutivos como los hilos y los
tejidos para proponer contenidos alternativos a los tradicionales.
Annette Messager, figura clave de la
influencia del feminismo en el arte contemporáneo francés, introduce en sus
obras todo el mundo de lo marginal, pequeño, cotidiano que rodea a la mujer
para transformar así las formas masculinizadas del arte y relativizar la
cultura. Ya en sus primeros trabajos en los años 70, los álbumes-colección,
describe aspectos de la vida cotidiana con títulos como las
mujeres que admiro, mis gastos cotidianos, mi moda, mis dibujos infantiles,
etc. y en sus últimas obras como Mis pequeñas efigies utiliza
muñecos de peluche, con lo que además de incluir objetos cotidianos, alude a
esos pequeños “cadáveres" de la infancia a los que seguimos muy unidos.
La casa como doble de la mujer es el elemento
fundamental de los trabajos de muchas artistas; la casa se transforma en el
propio cuerpo de la mujer, el terreno más íntimo en el que se guarda la memoria
y en el que se protege a los seres más queridos. El tema ya fue abordado por
Louise Bourgeois10 en la década de los 40 con sus Mujeres
Casa donde a través de una serie de dibujos de mujeres desnudas,
cuya identidad no es su rostro sino su casa, traduce la realidad en la que la
mujer es la columna vertebral del hogar; lo concibe como unidad, transmitiendo
su propia experiencia personal como madre, esposa y artista que ha sabido
convivir con todas estas facetas. Se adelantaba, así, a muchos de los planteamientos
de los feminismos actuales. Su condición de mujer desafiante de modas que no ha
cesado de trabajar e investigar ha hecho de su obra y de ella una figura clave
y antici- patoria para muchas artistas jóvenes.
Una artista actual que aborda este tema es
Eulália Valldosera que, según ella misma ha manifestado, comenzó a medir el
espacio a través de su cuerpo que surgía como una referencia. En sus obras
utiliza como materiales básicos los envases de productos de consumo cotidiano
(medicinas, perfumes, comestibles, productos de limpieza, etc.) y los ordena en
secuencias aludiendo a los diferentes espacios de la vivienda que a su vez son
asociados a una parte específica del cuerpo.
Otra forma de acercamiento al tema de la
identidad se hace desde la relación. La relación con los otros, en palabras de
María Milagros Rivera (1998: 26) “mi deseo de ser tiene en su origen, lado a
lado, la empatía y la palabra”.
La artista brasileña Lygia Clark, figura
marginal dentro del mundo del arte por introducir cuestiones subjetivas y
orgánicas en un momento donde primaba la más estricta tradición abstracta y
constructivista, desarrolló su trabajo en ese terreno incierto de la relación
física con el otro. Construyó una serie de máscaras y de “objetos relacionales”
(bolsas, tubos y objetos inesperados) para que el espectador deje de serlo y a
través de la interacción y la relación con los otros cree sus propias
sensaciones y experiencias, siempre diferentes y la mayoría de las veces indecibles.
Actualmente, en el panorama artístico tenemos
muestras de representaciones de todas las propuestas y vías de subversión
reseñadas; hay artistas jóvenes que tratan una problemática femenina tocada ya
por el paso del tiempo y que, en la mayoría de los casos, se sitúan en una
actitud combativa, posicionándose dentro de la dicotomía de plantearse estar
más allá de los condicionamientos fisiológicos o asumirlos como una riqueza
más de la cual los hombres carecen y otras que intentan apartarse del control
de las categorías del feminismo institucional, aunque evidentemente la mirada
central de la mujer es definitiva, e indagan sobre su identidad particular a
partir de sus propias experiencias y a través de su relación con los otros. En
este caso quizá interpretemos la influencia más o menos consciente de las propuestas
del “partir de sí” y la “práctica de la relación” del feminismo de la
diferencia.
En cualquier caso, resulta difícil escapar a
la inercia del pensamiento dicotómico y a la comodidad del esquematismo de los
opuestos tanto en la creación de nuevos significados a través de otras
perspectivas por parte de las artistas, como, sobre todo, en la interpretación
y crítica posterior de su obra.
Desde lo teórico se nos enseña que para
significar y significarse hay que hacerlo en conceptos organizados en sistemas
de opuestos, pero la experiencia personal enseña que las cosas no funcionan
necesariamente así.
Los temas que la mujer aporta no son tan
diferentes: lo diferente es la forma de tratarlos, y sobre todos los temas hay
uno que prácticamente aflora de una manera o de otra detrás de la obra de la
mayoría, es el problema de la intimidad, de la relación privada, íntima con el
otro.
La diferencia básica radica en el enfoque que
las artistas más actuales dan a lo íntimo a través de la presencia de lo
insignificante como esencial, del detalle como lo más importante.
La recuperación del propio cuerpo, de la
propia mirada sobre ellas mismas es algo que está en el centro de la creación
de las mujeres hoy en día. Esta aportación que supone una nueva mirada “a veces
se pierde por querer repetir unos esquemas masculinos, que aseguran un éxito
más rápido, y otras por repetir unos efectos políticamente correctos que aseguran
la incorporación a las listas de artistas mujeres para exposiciones y
selecciones pero que ahogan la sinceridad, la innovación individual de las
mujeres en general y de cada una en particular” (Olivares, 1998: 45).
Las reflexiones sobre las consecuencias de la
profusión de propuestas sobre el tema de la identidad femenina suscitan
posiciona- mientos encontrados. Por una parte, aquellos que ven en estas nuevas
representaciones del cuerpo femenino el peligro de que puedan ser reapropiadas
con significados muy distintos a los que originariamente se pretendía transmitir
por parte de la artista. Y, por otro lado, aquellos que lo perciben como
potencial en cuanto permite construir una nueva presencia cultural para el
cuerpo femenino mediante una inversión de la mirada, permitiendo, así, a las
mujeres elaborar su propio discurso.
Como señala Estrella De Diego (1993: 31)
“subvertir la mirada tal vez no basta: hay que romperla. Hay que hacerla añicos
porque llevamos siglos mirando con unos ojos que no nos pertenecen. Lo
importante no es lo que se ve sino cómo se mira”.
La dificultad radica en la incapacidad para
ofrecer una mirada nueva que no dé lugar a equívocos11.
El silencio femenino habla de buscar esta
mirada sobre una realidad mucho más íntima que la realidad que normalmente no
miramos sino que sólo vemos; no se trata de un silencio conformista sino que
alejándose del caos externo busca siempre lo interior, lo sutil, y quizá
recuperar este espacio íntimo y silencioso no sería posible sin el ruido de
otras aportaciones tradicionalmente más espectaculares.
Conclusiones
Una de las aportaciones más interesantes de
las propuestas que investigan en torno al tema de la identidad femenina es la
de hacer tambalear las concepciones binarias planteadas de forma antagónica
tales como: mascu- linidad/feminidad, cuerpo/mente, naturaleza/cultura,
público/privado, dominación/liberación, inclusión/exclusión, centro/periferia,
interior/exterior, etc. tal y como han operado y operan en la práctica social y
artística, lo cual lleva a que el intento resignificativo parta de la
subversión y la confrontación con los límites como espacio de conflicto. La
identidad pierde así el carácter inmóvil, rígido y constrictivo con el que la
sociedad occidental pretende dotarla y pasa a entenderse como un proceso en
construcción permanente.
El peligro está en cuanto el poder incorpora
estas nuevas narraciones dentro de una categoría, y eso es lo que parece que
está sucediendo con la categoría de “curiosa novedad", donde estas
narraciones se unen a las del resto de los otros (homosexuales, otras culturas,
etc.); son así reabsorbidas y colocadas en el centro, lo que da origen a una
moda que propicia la proliferación de discursos bajo la inercia del “más de lo
mismo" que repiten de forma mimética las pautas marcadas desde esa
determinada tendencia. Son productos de fácil consumo en cuanto a que a base de
repetición ya se han asumido e integrado sus códigos, la mirada ya está
habituada y por tanto no requieren demasiado esfuerzo reflexivo e
interpretativo, pero que a la larga pueden acabar saciando y provocando
indiferencia.
La percepción estética es un arte de
seducción: vemos muchas cosas como vemos muchas obras de arte, pero sólo
miramos algunas; seguir mirando unos minutos más responde a una solicitud
reflexiva que junto a la sensación provocada tiende a perdurar en el tiempo.
Pero cuando hay una avalancha de propuestas con idéntica forma y fondo, la
capacidad seductora se pierde y queda justificada la atonía perceptiva que hoy
se reconoce como fenómeno generalizado.
Por otro lado, esta proliferación de discursos
y su adhesión indiscriminada a una misma categoría genera un estado de confusión
generalizado y, si bien es cierto que sin momentos de desconcierto el orden
adquiere tonos imperativos, basados en universales y verdades absolutas,
también es cierto que sin una cierta serenidad que nos permita reflexionar con
calma sobre lo producido desde los diferentes ámbitos del conocimiento, la confusión
y el desconcierto encierran el peligro de caer en el relativismo fácil del
“todo vale".
Los excesos de universalismo pueden tener
como perverso resultado la búsqueda exasperada de hechos diferenciales para compensar
la identidad perdida y las exageraciones relativistas pueden producir el
efecto indeseado de la intolerancia como forma extrema de defenderse contra el
“todo vale" o lo políticamente correcto.
Todo parece recomendar algún tipo de
compromiso entre ambas posiciones en un intento conciliador.
En la elaboración de estas nuevas propuestas
que parten de la subversión y que cuestionan los límites impuestos por el pensamiento
dicotómico a base de oposiciones, la filosofía posmoderna se une a las teorías
feministas al considerar las definiciones sobre la identidad femenina como
artefactos de la cultura occidental que se ciñen a estas limitaciones que hay
que superar. Pero su crítica difiere, ya que, mientras que la propuesta
posmoderna consiste en abandonar todo discurso sobre la identidad, los
planteamientos feministas pasan por generar conceptos que den cuenta de toda la
complejidad y variabilidad que encierra, entendiendo que la búsqueda de
significados no es necesariamente lo mismo que la imposición de la razón.
Por otro lado, hay un descuido hacia lo relacional
desde los tratamientos posmodernos de la identidad que está generando bastantes
reacciones: nuestra identidad se construye, en parte, mediante las relaciones
afectivas y fuertes con los otros y nuestros sentimientos y fantasías sobre
ellas.
La teorización feminista recoge esta necesidad
de primar y de investigar desde lo rela- cional, pero parece que pierde de
vista la posibilidad de que cada una de sus concepciones de una práctica
determinada pueda abarcar a un conjunto de relaciones sociales más ámplio,
complejo y contradictorio.
Las relaciones complejas y cambiantes generan
temor y angustia hacia lo desconocido, hacia lo diferente y hacia los
replanteamientos y readaptaciones consecuentes, por lo que tienden a reducirse
a todos simples, unificados e indiferenciados, que conforman una realidad
absoluta e inmutable.
Algunas de estas reducciones han sido y son
la identificación mujer-cuerpo, como si los hombres no lo tuvieran también y la
importancia concedida a la relación madre- hija a la hora de conformar la
identidad femenina. Son muchas las investigaciones, encuadradas dentro del
llamado “pensamiento maternal”, que actualmente desde el feminismo se llevan a
cabo en este sentido. Hay que valorar la importancia de estos estudios en cuanto
a que rescatan la figura de la madre como primer otro significativo, pero
apenas hay mención a la figura del padre y a sus funciones a la vez que se
obvia también la relación con los hijos varones. En este sentido Agacinski
(1998: 114) señala que “es dentro de la necesaria complementariedad parental
donde los humanos reconocen simultáneamente su diferencia y su mutua
dependencia. En la imposibilidad de ser a la vez padre y madre cada uno
encuentra sus propios límites, tropieza con su deseo de autosuficiencia y debe
asumir su identidad sexual” y acaba por llevarnos a la reflexión sobre las
futuras consecuencias éticas o culturales que puede conllevar el intento
neutralizador de este doble origen.
El tema de la identidad femenina está
generando en el mundo del arte y a través del lenguaje visual y plástico
discursos similares a los que podemos encontrar en otros ámbitos creativos,
discursos que, por lo general, asumen que el sujeto contemporáneo sólo se
puede representar en crisis, con la intención última de buscar nuevos
significados. Pero quizá dada la dificultad que entraña poder hablar desde la
posición que precisamente se intenta subvertir a riesgo de resultar incomprensibles,
la sensación final es que abundan las propuestas deconstructivas, enriquecedo-
ras sin duda en cuanto nos permiten reconocer la pluralidad y cuestionar la
normatividad, innovadoras y arriesgadas por otra parte. Pero nos queda la
incertidumbre sobre si hay un intento creativo que vaya más allá de la inercia
deconstructiva, que empiece a considerar la posibilidad de iniciar una nueva
fase y sobre si realmente hay deseos constructivos.
En la indagación sobre la identidad femenina,
el pensamiento feminista, a través de sus variados discursos, ha abordado la
diferencia desde el enfrentamiento, en una actitud combativa que buscaba la
asunción de lo masculino o la defensa a ultranza de la “bondad” de lo
femenino, retomando los presupuestos de los que precisamente pretende escapar
como son la imposición de universales y la percepción de los otros como una
amenaza a
priori. Y aunque, desde el llamado feminismo de la diferencia,
surgen propuestas como el “partir de sí” y la “práctica de la relación”, que
asociamos a una actitud de cultivo, estas prácticas, por el momento, se reducen
exclusivamente al mundo de las mujeres.
Cabe esperar que esto sea primer paso en un
proceso relacional más amplio que incluya a los hombres que, necesariamente,
también están considerando y valorando las consecuencias de la rigidez en la
definición de la identidad masculina.
En demasiadas ocasiones el pensamiento
feminista tiende a oponer los conceptos “autonomía" y “estar en
relación", como si el proceso de construcción de las identidades no
necesitara de ambos.
La autonomía se confunde generalmente con la
autosuficiencia que cada vez cobra mayor valor en la sociedad occidental como
garante de libertad. Pero merece la pena reflexionar sobre si la
autosuficiencia así planteada, en lugar de liberar, coarta, al reducir la
percepción de las relaciones con los otros a través de la susceptibilidad y el
recelo, cuando el proceso de construcción de identidades, finalmente, es un proceso
creativo basado en la interrelación, la interdependencia y la
capacidad de sorpresa.
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Notas al texto
1
Proyecto “Cos d'art” elaborado para el
Ayuntamiento de Lleida y llevado a la práctica durante el curso 98-99 en varios
centros de secundaria.
2
Nos resultó difícil encontrar obras actuales
de artistas varones con las que poder abordar el tema de la identidad
masculina, salvo aquellos artistas que la abordan desde su ubicación en el
colectivo gay.
La dificultad radica en que, aunque algunos artistas aborden el tema, no
aparecen recogidos bajo una categoría común como ocurre en el caso de las
mujeres y los gays
y lesbianas.
3
Queer encierra
muchos significados y hace referencia en la mayoría de los casos a las
conductas impropias. El movimiento queer
surge en la esfera pública y es especialmente activo en San Francisco, Nueva
York y Londres a principios de los 90 formado por un grupo de lesbianas y gays
ante la indignación por el aumento espectacular de actos violentos contra este
colectivo. Muchas universidades norteamericanas han creado departamentos y
seminarios de estudios queer,
lo que ha supuesto su reconocimiento. Los queer
studies engloban todas aquellas propuestas,
elaboradas desde varios ámbitos creativos, que afirmen una identidad que
celebre las diferencias dentro de una diversidad social y sexual más amplia.
Las políticas queer
buscan vínculos entre aquellos gays,
lesbianas, bisexuales y heterosexuales dispuestos a abandonar la retórica
sexista (Aliaga, 1997).
4
“Partir de sí”
significa en palabras de Anna María Piussi (1998) entrar
en la propia experiencia, en los propios deseos y contradicciones y asumirlos
como un nivel de realidad que está dentro de mí, que me pertenece, pero que al
mismo tiempo pertenece al mundo... Esto significa trabajar sobre la modificación
de sí y del propio simbólico (ideas, esquemas mentales, etc.), trabajar para
transformar el mundo.
5
Gayle Rubin introduce el concepto de género
en el análisis feminista con su artículo de 1975 (“The Traffic in Women” en
Rayna R. Reiter (Ed.),Toward and
Anthropology of Women, New York, Monthly
Review Press), donde define el sistema sexo-género como una serie de acuerdos
por los que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la
actividad humana y que incluye dos componentes: una división sexual del trabajo
y una serie de definiciones sociales para los géneros y los mundos sociales que
éstos conforman. Posteriormente, en un artículo de 1984 (“Reflexionando sobre
el sexo: notas para una teoría radical sobre la sexualidad" en Vance, C. Placer
y peligro, Madrid, Revolución, 1989) contrasta
este planteamiento afirmando la necesidad de distinguir género de sexualidad
por tener existencias sociales diferentes. Actualmente el sistema sexo-género
se ha sustituido en los análisis feministas por el sistema de género.
6
Históricamente se ha dado una alianza
poderosísima entre los discursos del arte y la medicina en la conformación de
la feminidad a través de las definiciones de salud y belleza.
7
Resulta curioso el proceso de feminización
del arquetipo masculino publicitario a través de la dulcificación de sus
rasgos, de representarlo manifestando afectividad y ternura, concediéndole
menor importancia al sexo y más a la sensualidad y todo ello ha permitido la
fragmentación de su cuerpo y, al igual que en el caso de la mujer se busca que
transfiera los valores de su cuerpo a los objetos circundantes para asegurar
su consumo y aumentar las ventas.
8
Son muchas las artistas que tratan el tema de
la identidad sexual. La selección de las que aparecen en el texto no ha sido
fácil y responde a los contenidos de sus obras y en muchos casos a la
radicalidad de sus propuestas, en ningún caso a una valoración de la riqueza
formal de sus trabajos puesto que la mirada es la de una sexóloga y no la de
una experta en arte.
9
El Body
Art y el Earth
Art junto con la Performance
son tendencias que se introdujeron en el mundo del arte con la intención de
disolver las categorías de objeto/sujeto, arte/vida. Reivindican el contenido
en el arte en contra del formalismo refutando la idea de que el arte es neutral
y universal. Estas tendencias van a permitir la expresión plástica de toda una
serie de reflexiones críticas acerca del tema de la identidad sexual
enfocándolo desde nuevas perspectivas y permitirán, a su vez, el
cuestionamiento de la rigidez de las dicotomías.
10
A Louise Bourgeois podríamos mencionarla en
prácticamente cualquiera de las formas de acercamiento al tema de la identidad
femenina, puesto que su carrera es extensa y sobre todo tenaz. Inició sus trabajos
en los años 40 y hoy en día sigue creando e investigando, pero realmente no
consiguió notoriedad hasta la retrospectiva que en 1992 se le dedicó en el
MOMA de Nueva York, cuando la arista ya había cumplido 71 años. En los años 60
ya irrumpe en sus esculturas la dualidad de los sexos, su com- plementariedad y
la androginia, y explora las fronteras interior/exterior, individual/colectivo.
Toda su obra está relacionada con su propia vida, con sus obsesiones y sus
recuerdos.
11 Un
ejemplo claro del fracaso en el intento de “romper" la mirada ampliamente
comentado es el caso de las películas antipornográficas hechas por mujeres cuyo
resultado suele ser pornográfico en sí mismo (De Diego, 1993).
Manuel Lanas*
* Médico. Psicólogo, master
en Psicología, Dr. en Filosofía. Práctica privada.
El
texto ofrece una reflexión epistemológica sobre el lenguaje que hace de la
pareja objeto y constructo multidisciplinar. Pretende resituar el eje de dicha
reflexión en las experiencias personales de quienes constituyen esa célula
grupal: la pareja como proceso dual de experiencias personales constructivas.
El planteamiento se legitima porque desenmascara la violencia diádica, y
porque denuncia los procesos sociales de reproducción mitológica que la
inducen. El texto obedece a dos intenciones básicas: la de precisar la referencia
del término “pareja” y la de facilitar la toma de conciencia frente al vacío
experiencial del lenguaje científico.
Palabras
clave: Pareja, lenguaje, intimidad, experiencia bipersonal constructiva,
mitología de la diferenciación intersexual.
THE COUPLE AS A CONSTRUCTIVE
EXPERIENCE.
The text presents an epistemologi- cal
reflection on the language which makes the couple a multidisciplinary object
and cons- truct. It aims to rediret this reflection towards the personal experiences
of the constituents of this group cell -the couple seen as a dual process of
constructive personal experiences. This phrasing is validated by exposing
violence in the couple and because it denies the social processes of
mythological reproduction that are the cause. The text has two main aims: to
define the ‘reference’ of the terme "couple", and to raise awareness
of the expe- riential vacuity of scientific language.
Keywords: couple, language, intimacy,
constructive bipersonal experience, mythology of intersexual differentiation.
Del lenguaje
Los sexólogos tenemos
muchos problemas, entre ellos los relativos al lenguaje. En la realización del
presente trabajo me ha guiado al menos una ferviente intención: la de llamar a
las cosas por su nombre. Esta es una manera muy sencilla de expresar mi interés
por extender el estudio de la pareja por los cuatro campos conceptuales de la
Sexología. El lector puede necesitar situarse mejor con respecto a mi
pretensión epistemológica, y para ello le recomiendo a Bertrand Russell, en su
introducción al celebérrimo Tractatus
de Wittgenstein: “Hay varios problemas con relación al lenguaje. En primer
lugar está el problema de qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra mente
cuando empleamos el lenguaje con la intención de significar algo con él; este
problema pertenece a la psicología. En segundo lugar está el problema de la
relación existente entre pensamientos, palabras y proposiciones y aquello a lo
que se refieren o significan; este problema pertenece a la epistemología. En
tercer lugar está el problema de usar las proposiciones de tal modo que
expresen la verdad antes que la falsedad; esto pertence a las ciencias
especiales que tratan de las materias propias de las proposiciones en cuestión
En cuarto lugar está la cuestión siguiente: ¿Qué relación debe haber entre un
hecho (una proposición, por ejemplo) y otro hecho para que el primero sea capaz
de ser un símbolo del segundo?” (Russell, 1985: 12).
Es fácil constatar
que en todo trabajo sexológico se pone a prueba una práctica lingüística. Y que
ésta tiene que hacer frente, al menos, a los cuatro tipos de problemas
señalados. La convergencia disciplinar que
alimenta el pensamiento sexológico no facilita,
precisamente, la clarificación conceptual que se espera de nosotros. Por lo
tanto, es preciso facilitar constructos con mayor rele- vacia explicativa que
los que actualmente se manejan. En este sentido, no pretendo otra cosa que
dotar de mayor solidez
referencial al término “pareja".
Me tengo que explicar así porque puede
suceder que a los ojos de alguien pudiera incurrir en flagrante contradicción.
Es decir, por un lado, me atreveré a manejar conceptos inspirados en autores
quizá rigoristas en materia de lenguaje, como es el caso de Frege, Russell o
Wittgenstein, y, por otro, dedicaré una atención muy especial al Diccionario
de la Lengua Española, de la Real Academia Española. Es verdad
que en el uso de éste me “abandonaré" a cierto gozo, pero desde luego la
contradicción ya puede quedar desmontada.
Lo que realmente sucede es que conviene
diferenciar los abordajes metodológicos. Para nosotros, nada tiene de
arbitrario el tener que obedecer a específicos lenguajes disciplinares. Así, la
pareja tiene, entre otras posibles, una lectura biológica. Porque la mutua búsqueda
de dos personas tiene un sustrato biológico interpersonalmente relacionado. Y
los lenguajes médicos actuales no plantean demasiados problemas
referen- ciales. En lo esencial, lo que señalan como objeto no
levanta sospechas semánticas en quienes lo investigan.
El lenguaje biológico es un lenguaje críptico
para el profano en la materia. Y el especialista sabe señalar la referencia de
cada expresión en un objeto. Pero no sucede lo mismo cuando se opina acerca de
la sexualidad, la mente, la conciencia... Cualquier consideración al respecto
de estos temas defiende cons- tructos difíciles de datar en su correspondiente
campo conceptual y, paralelamente, en su secuencia biológica. De este modo, hay
objetos que carecen de referencia válida y fiable en términos epistemológicos.
Entonces, para hablar de la sexualidad, de la
arquitectura conceptual conferida a la experiencia, de la mente, etc., no cabe
otro recurso básico que el de acudir al lenguaje común. Este lenguaje conforma
buena parte del acervo discursivo sexológico y, por supuesto, de las
disciplinas clínicas, humanistas y sociales que abocan a él. Se trata de un
lenguaje muy connotativo, muy susceptible a la variabilidad semántica. Se
trata, por lo tanto, de disciplinas que no legitiman consensos con respecto al
valor referencial de sus objetos.
La pareja se sustenta en dos personas
poseedoras de experiencias únicas. La experiencia (sexual) no es datable en
sus constituyentes, ni por parte del clínico ni por parte del observador
participante. Con sus interlocutores, estos dos manejan un lenguaje profano.
No trabajan en lo directamente perceptible y objetivable con el inmediato
consenso científico. O sea, que la experiencia que se demuestran o expresan
entre sí los miembros de la pareja carece de ese valor referencial que se
adscribe a la generalidad de los objetos biológicos.
Cuando se habla de la expresividad (erótica),
o de su inapariencia, en la pareja se está dando el salto a lo social. Este es
un terreno que atañe también al sexólogo. Incluso para la mayoría de los
profesionales de la sexología clínica es el terreno sexológi- co por
antonomasia. Pero aquí volvemos a toparnos con nuevas y peores limitaciones. No
dejamos de hablar de conductas, comportamientos, orgasmos, eyaculaciones...
Vagas mixtificaciones, inconsensuadas muchas veces, consensuadas otras, pero no
validables en la vida cotidiana de los consultantes.
Estas son las dificultades inherentes a ese
paralelismo metodológico al que inexorablemente estamos abocados, y que, por
supuesto, no tienen por qué poner en cuestión la unicidad o la identidad
totalizadora de la persona. Para hacer frente a la experiencia y a los
lenguajes de la intimidad interpersonal, permanece abierta la vía del cultivo
de las lenguas comunes. Por suerte, el castellano está normativizado en sus
usos por una institución académica que proclama su rigor a los cuatro vientos.
Tampoco uno puede ser original en la apología
del cultivo de las lenguas profanas para su mejor uso en las ciencias humanas y
sociales. Por ejemplo, se encuentran antecedentes efectivos de esta apuesta a
lo largo de la obra de Szasz, autor cuya lectura me sigue beneficiando. En todo
caso, mi apuesta expe- riencial en el abordaje de la pareja me obliga a
invalidar los excesos nominalistas del discurso sociopolítico, en su lucha por
la implantación democrática. Y la obra de los filósofos que antes cité
constituye para mí un faro de luz en mi empeño de reducir la inflación
discursiva.
De
la expresión
Y ahora invito al lector a una ilustrativa
excursión. Se trata de realizar una somera revisión etimológica, que afectará a
determinadas palabras de raíces comunes. No es mi intención descentrar a nadie
del tema de la pareja. Para este viaje no será preciso utilizar más que un
diccionario, a mi juicio, ejemplar. Todo va a empezar como un juego de
palabras. Pero antes de otra cosa, mis razones.
De un tiempo a esta parte, parece que cada
vez se habla más de la vida en pareja, de la pareja. Se pretende,
demasiadas veces, representar a la pareja como “algo” obvio, pero desde mi
punto de vista no lo es en absoluto, y me resultará fácil demostrarlo.
Y todo, porque un día
me dio por pensar que yo podría demostrar con mi mera presencia a los demás el
emparejamiento
de mis padres. Y que, sin embargo, este empeño podría a su vez fracasar, a la
hora de intentar demostrar que ellos habrían constituido una pareja,
de acuerdo con los modelos actuales que de ésta se barajan.
(Pero pronto me encontré con dificultades
lógicas acerca de si es posible demostrar la posibilidad del emparejamiento
humano. Tengo que confesar que esta vía me aturdió bastante. Luego,
recientemente, he comprobado que el mismo Wittgenstein (edición española de
1997) soportaba mal el valor probatorio de la experiencia en la creencia general
de que tenemos padres.)
Y ojeamos el Diccionario
de la Real Academia Española, en su versión de 1970, decimonovena edición.
Resulta que el término “emparejamiento” sirve para designar la acción y el
efecto de emparejar, o sea, de formar pareja. “Parejo, ja” proviene del latín parículus,
la, que quiere decir igual o semejante, y deriva a su vez de par, paris,
que tiene para nosotos el mismo significado. En los ámbitos del saber
sexológico, las distintas formas del verbo emparejar se acompañan,
por lo general, de pronombres personales. Estamos, pues, ejercitados en el uso
pronominal del verbo.
Podemos emparejar personas, animales y cosas.
Cuando pretendemos construir parejas para cada una de estas categorías damos a
entender que agrupamos sus elementos individuales por considerarlos iguales o
semejantes.
Evidentemente, cuando decimos emparejar
determinadas cosas, también podemos referirnos a que las nivelamos, las
ajustamos, etc. Dos personas emparejadas pueden ser aquéllas que han llegado a
ponerse juntas una al lado de la otra. Aunque, no deja de ser cierto que uno se
empareja con otro porque lo alcanza después de haber avanzado acaso con
presteza en su eficiencia profesional o deportiva, por poner dos ejemplos.
Y en algunas acepciones
regionales, aplicadas al reino animal, el “emparejar” soporta un concepto
ciertamente más complejo. Así, cuando a la oveja artuña se le proporciona un
corderillo que no es el suyo para que lo amamante se ejecuta la acción de emparejar.
“Emparejar” y “emparejamiento” son expresiones
que gozan de un clarificador parentesco etimológico y semántico con el término
“pareja”. El estudio comparativo de los significados particulares de los dos
primeros vocablos ilumina el reconocimiento del tercero y, sin duda, promete
sorpresas para este último.
Además de las citadas, hay algunas otras
palabras derivadas de la raíz par, paris. Pero éstas
van a quedar relegadas en la presente exposición, ya que su uso resulta cuando
menos comprometedor para el caso de las relaciones humanas.
“Pareja” es un término con el que comúnmente
se designa al conjunto de dos personas, animales o cosas entre los cuales
alguien establece una correlación, semejanza, etc. Sin olvidar que cada uno de
los miembros de una pareja puede ser señalado como pareja del otro miembro.
“Pareja” es una palabra muy empleada en
nuestros desahogos lúdicos. Se hablaba de parejas de caballeros vestidos de
iguales galas, y se habla de parejas de baile, de jinetes, etc. Hay quien
juega a los dados con pareja de seises y a las cartas con pareja de reyes. Y
los amantes del mar recrean su vista con parejas de sincrónicos arrastreros.
Con respecto a los vocablos estrella que
estoy manejando, se observa un salto semántico considerable de hace treinta
años a esta parte. Y para afirmarlo no es preciso recurrir a ningún diccionario
de uso del castellano. Basta con salir a la calle y escuchar atentamente
cualquier conversación, o con leer la prensa cotidiana. De todos modos, la
consulta de los mismos términos en la edición de 1992 del citado Diccionario
puede resultar frustrante. Se ve lo poco que añade a lo que aquí ya damos por
sabido. Pero nada tiene de extraño: el gran cambio ha tenido lugar apenas en
los últimos diez años de este siglo.
En la actualidad, la palabra “emparejamiento”
carece de uso llamativo en las ciencias constituyentes del saber sexológico,
si es que alguna vez lo tuvo. La utilización pronominal del verbo emparejar da
la impresión de ser residual en la calle y, como es de imaginar, también lo
debe ser entre los profesionales de la clínica y los investigadores sociales.
Ahora bien, el universo de nociones que hoy en día manejamos a propósito del
término “pareja” ha adquirido visos de revolución avasalladora. Esto sí que es
llamativo.
Del constructo
¿Qué es la pareja? Muchos de nosotros decimos
conocer algunas parejas, parejas de carne y hueso. A cada una de ellas le
asignamos existencia real, una determinada historia: podemos contemplar y
señalar su nacimiento, su desarrollo y su fin, con la muerte de alguno o de
sus dos integrantes. Pero, en lo que respecta a los datos incuestionables, cada
pareja consiste en dos personas con una muy incierta relación
entre ellas. Elementalmente, es posible sugerir que tanto los observadores
como los observados, integrantes o no de una pareja, coincidirían en esta
apreciación.
Ni para el investigador ni para el clínico,
el estudio de la pareja se agota en lo directamente objetivable. Porque, para
ambos, dicho estudio es mucho más que la investigación de las parejas
concretas. Ya no se conforman con describir a unos interlocutores que en algún
trayecto de sus vidas comparten la existencia. Tampoco se sacian con sus
revelaciones indirectas. Tienen a su alcance ya todo un universo teórico
acerca de lo que buscan, de lo que comprenden y de lo que, en público o en
privado, proponen cambiar. La pregunta sigue pendiente cuando la pareja se
constituye en objeto de estudio científico: ¿a qué alude, pues, esa historia
bipersonal, necesariamente compartida en un espacio y por algún (y suficiente)
tiempo?
La respuesta socialmente relevante opaci-
ficará a cada una de esas parejas concretas. Cada miembro de una pareja se
halla con alguien que le es de algún modo significativo, y no tiene por qué
hacer del concepto de pareja objeto de estudio, como tampoco hace de su vida un
continuo objeto de escrutinio. Pero, reconocida socialmente la especificidad
de su formación, hay científicos privilegiados que acceden a la información
personal de las vidas en pareja. Y esa información, sea verbal, corporal o
documental, se desnaturaliza en formulaciones conceptuales que se mecen en el
discurso de diversas disciplinas clínicas y sociales.
Además del objeto al que nos remite la
pareja, hay conceptos alusivos a ella que van más allá de adecuarse a lo
concreto. Sus promotores buscan trascender en el tiempo y el espacio a las
vinculaciones particulares. En este sentido, desde las ciencias citadas y, más
específicamente, desde la Historia y la Etnología, se llevan a cabo
elaboraciones que tienden a hacer de la pareja un sustrato bien estructurado y
“referenciado”. Es indudable que numerosas fuentes documentales jurídicas,
médicas, literarias y, en menor medida, biográficas sirven de fundamento a una
inexorable tarea constructiva y reproductiva.
Dicho de otro modo, la pareja se ha constituido
en un poderosísimo constructo científico. Para algunos usos cada vez mas
generalizados de la expresión, la pareja consiste en el fruto de una
conceptualización relativamente reciente; compleja, dado que arrastra ya una
densidad teórica considerable; y mudable, debido a la variabilidad histórica de
sus elementos referenciales. Y el fragmento del texto histórico
expuesto a continuación así lo avala.
“La pareja es una invención reciente. Como
soledad en fusión, reafirmada sobre ella misma, aparece en el siglo XIX. Antes,
(...), la pareja no tenía intimidad; ni espacio privado ni cama compartida ni
alcoba conyugal. La pareja y la familia estaban abiertas e inmersas en un
medio más vasto: la comunidad. Era la comunidad del pueblo, de la calle y del
barrio. Es una victoria de la burguesía llevar la pasión y el amor al matrimonio.
Ahí era desconocido y hasta prohibido. Poco a poco, el modelo de la pareja como
entidad autosuficiente se difunde entre la pequeña burguesía y la clase obrera.
Sólo a partir de los años 20 y 30 de este siglo se producen matrimonios por
amor en la pequeña burguesía y en las clases medias.” (Adler, 1987: 16).
De la cuestión interna
A mí me interesa extraer de bibliografías
diversas lo que se ha escrito de la vida en pareja. He comprobado que el
lenguaje coloquial se queda corto a la hora de especificar este asunto. Sin
duda, lo delata el diccionario que habrán podido consultar los lectores, según
mi anterior propuesta. Es decir, predicar como característica de la pareja una
mera relación
o correlación
parece, en principio, insuficiente. Por añadidura, es razonable indicar lo
mismo a propósito de los conceptos de igualdad o semejanza.
Evidentemente, la cuestión
interna de la pareja es el talón de Aquiles de cualquier
explicación que quiera llegar al fondo en el tema de esta célula gru- pal.
Pese a las dificultades, se piensa en
avanzar. Hoy en día, de
la pareja se tiene, por lo general, un concepto relacional adjetivado, que se
sustenta en la única realidad objetiva de sus dos integrantes.
También se tiende a pensar que la pareja consiste en una relación
de iguales. La idea de una cierta relación y una vaga idea de la
igualdad suelen integrarse en fáciles amalgamas que están en boca de muchos y
de las que pocos autores están dispuestos a desdecirse. Emparejadas en una
frase divulgativa, representan el esfuerzo de una voluntad igualitaria e
igualitarista. Ambas ideas participan en los discursos sociopolíticos más
practicados actualmente, al tiempo que conforman un guión muy socorrido para ir
tirando por la calle.
El definir una relación de igualdad debe ser
una cosa muy difícil y seria, cuando desde la ecuaciones de Frege (edición en
castellano de 1996), tiene al final una resolución nominalista. Es decir, no
habría referencias o referentes iguales. La igualdad aludiría a los modos de
designación. En este sentido, una persona no puede ser igual a otra, ni un
miembro de la pareja igual al otro. Esta breve reflexión puede parecer
descontextua- lizada. Pues ya se sabe que Frege estaba vivamente interesado por
la Semántica y, más específicamente, por establecer la relación entre “signo”,
“sentido” y “referencia”. Después de todo, demasiado contundente es la obra de
este autor para dar cuenta de la reciente metafísica intersexual. Ciñéndonos al
nombramiento de la pareja, acaso sea legítimo afirmar que la referencia del
signo “pareja” es bipersonal. Que de la relación entre los miembros se ofrecen
enunciados, y que de éstos se extrae el sentido. Ahora bien, lo que resulta
conceptualmente resbaladizo es adscribir a la relación de pareja
objetuali- dad constatable alguna.
Del amor
“Amor” es la principal respuesta pública
frente a la cuestión interna de la pareja. Pero el amor de la pareja no es
públicamente constatable más que a través de sus gestos, sus comportamientos,
etc. Es prácticamente imposible establecer una definición ampliamente
consensuada del amor. El amor no es algo exclusivo de la pareja, ni tiene por
qué ser el tipo de relación que mejor la caracterice. Por lo general, nos
forjamos definiciones de amor relacionales y mentalistas, aunque simbólicamente
hagamos del corazón el centro de nuestro ser como amantes. Sin solución de
continuidad discursiva con respecto al sentimiento amoroso, pasamos a describir
el cariño, la ternura, la amistad, el compañerismo, la complicidad... El amor
tuvo tiempo atrás el prosaico significado del convenio. Los amantes siguen
haciendo del amor el estilo de vida que socialmente mejor les define. “Hacer
el amor” es, por numerosas razones, la expresión menos afortunada para
designar nuestras relaciones (llamadas) sexuales.
En una panorámica del amor, la pasión
se nos muestra como una excerbación sentimental. La pasión se emparenta
etimológicamente con el padecimiento y la pasividad operativa. Ambas cosas se
dicen de los amantes que, sin saberlo, rinden culto servil a la muerte. Pero
hay otras formas de pensar y, sobre todo, de sentir el amor. La forma
que se impone en nuestras sociedades es el amor que favorece la aparición de
radicales discordancias lingüísticas en el seno de la pareja. Así, los miembros
de ésta se caracterizarían no tanto por el ejercicio de una rígida
complementariedad en sus conductas diá- dicas, sino por una asimetría que es
posible abstraer del correlato de sus experiencias. El guión es
socioculturalmete reiterativo, y obedece a la mitología de la diferenciación
intersexual: dentro de la pareja, alguien infunde el sentido de la vida a
quien lo necesita. La impotencia y el desencanto son los estados de ánimo
correspondientes de quienes sienten la mordedura del fracaso. En estas parejas,
más allá de sus primeras efervescencias pasionales, reina la violencia
(sexual).
De la intimidad
La intimidad es otra
respuesta posible al interrogante que dejaba abierta la cuestión interna de la
pareja. La intimidad ha sido objeto de reflexiones historiográficas dispares.
Se ha barajado la idea de que tal cosa no se podría dar en tiempos pretéritos,
de que “es una creación moderna que supone, como condición previa, otro
espacio que la envuelva, el de la vida privada” (Aranguren, 1989: 18).
Coloquialmente, la intimidad ha significado,
cuando menos, afecto interpersonal sincero. La “intimación”, palabra poco
usada, tiene para nosotros connotaciones de infiltración, de comprensión, o de
aprehensión intuitiva del uno por el otro. Por eso, la intimidad no es algo
que haya caracterizado específicamente a la pareja. De hecho, su aplicación en
otros contextos grupales es inequívocamente válida, como lo es, curiosamente,
en lo personal.
Cuando se usa constructivamente este concepto,
se siente la necesidad de señalar un ámbito, una zona. Pero la pretensión no
alcanza su fin. No se va más allá de lo reservado, de lo vagamente espiritual,
del repligue. Y entonces el concepto resulta frustrante. Porque mediante su
nombre no cabe apelación posible a un objeto que concite unanimidad fácil. Su
uso nos condena a la incertidumbre epistemológica. Y ésta puede tener, de cara
a nuestra praxis, consecuencias muy negativas.
De manera que la intimidad designa mejor un
ámbito que un espacio. Mejor los lenguajes concretables intra o
interpersonales, que una reserva o una zonificación espiritual inasible.
Y mejor, volviendo atrás, un ámbito que un
espacio, porque el acotamiento espacio-temporal puede servir muy bien como
referencia explícita de quienes lo vivencian mediante una referencia
arquitectónica. Por qué no.
Si se entiende la intimidad como una apuesta
conceptual por la zonificación del objeto al que inciertamente alude, podría
resultar aceptable que dicho objeto fuese el lenguaje de la(s) persona(s)
implicada(s) en y con él. El lenguaje en los niveles de concreción que se
prefiera, o los lenguajes que, en este caso, conciernen a la pareja. Se trata,
ni más ni menos, de facilitar el establecimiento de una referencia para el
término “pareja”.
Pero la palabra “intimidad” también sirve
para expresar la cualidad de íntimo. Es un concepto
vago, ya que se aplica a “lo interior”. De acuerdo con esta acepción, puede referirse
a la(s) capacidad(es) individual(es) de expresión lingüística. El lenguaje aquí
no es otro que el correlativo a la significación sexual de la(s) experiencia(s)
en cuestión, y correlativo además a una secuencia objetuali- zable en términos
biológicos que es, hablando con propiedad, la referencia del término “intimidad”
en su opción cualitativa. Estamos, pues, ante un constructo cuyo manejo plantea
una evidente dicotomía referencial.
De la experiencia constructiva
“(...) El alienar de manera concluyente, sobre
cualquier base teórica, la autoridad de cualquier persona para describir y
nombrar su propio deseo sexual es una apropiación de terribles consecuencias;
en este siglo en el que se ha hecho de la sexualidad la expresión de la esencia
tanto de la identidad como del saber, puede que represente la mayor agresión
sexual posible.” (Eve Kosofsky, Epistemología del armario,
1998: 40).
A lo largo de todo el trabajo y, especialmente,
en el texto expuesto bajo este apartado, mantengo una apuesta decidida por la
persona, por el individuo, por su experiencia, su sexualidad. La pareja aparece
aquí representada como el fruto de la experiencia personal de quienes
comparten, en un determinado lugar y por algún tiempo, su vida con otro. Esta
idea refleja al mismo tiempo una intención epistemológica: la de resituar en la
experiencia bipersonal la centralidad conceptual de la pareja.
La explicación usual de lo que es una pareja
no podría ser entendida sin pensar en el recurso de la búsqueda
individual del uno por el otro, de la aproximación sexual y erótica
interpersonal, en algún lugar y por algún tiempo. El ser humano se siente
compelido -y el verbo “compeler” no es el más adecuado para este uso, dado que
se refiere mejor a lo que se impone desde fuera- a una búsqueda que no merece
ser reducida al breve trayecto que precede al coito.-Quiero señalar que, a
partir de ahora, me veo obligado a retomar puntualmente el concepto del emparejamiento
humano.
El ser humano emprende búsquedas a veces muy
extrañas. Para el análisis de esa búsqueda se suele sacar a relucir el deseo
sexual hacia el otro o, ampliando el concepto, el deseo de convivir con
él. El papel de la voluntad
en el emparejamiento humano es inconstante. Este concepto tiene mucho más que
ver con las ritualidades que lo institucionalizan. La voluntad es importante
como argumento para la estabilización en el emparejamiento. Es una “facilidad”
lingüística para camuflar correctamente el deseo inexistente.
Se apela, desde luego, a lo instintivo, a lo
pulsional, al deseo, etc, sin que se pueda precisar con demasiada exactitud en
qué consiste el asunto, al margen de solapamientos inadmisibles, entre
conductas, hechos de experiencia y escuetas secuencias neuroen- docrinas. Por
otro lado, no sin arbitrariedades y para mayor abundamiento, hay quienes echan
la mirada atrás, hacia los hitos socio- culturales de quienes todavía no
constituían la humanidad.
Las ciencias biológicas, y muy especialmente
las ciencias médicas, proporcionan claves, increíbles hace algún tiempo, para
llegar a explicar algún día la experiencia (sexual) humana. Pero no se puede
asegurar que se vaya a tocar techo. En realidad, esta cuestión actual pertenece
a un ámbito de gran relevancia intelectual, que sobrepasa los límites de
distintas disciplinas científicas.
Se trata de la problemática epistemológica
cerebro-mente o, mejor, sistema nervioso- mente. El concepto de experiencia es
aceptable para la más avanzada filosofía de la mente. El concepto de
experiencia no se puede descartar en la moderna neurología. Y el adjetivo
“sexual” no tiene por qué suponer ningún obstáculo en la búsqueda referencial
de la “experiencia”. Toda experiencia puede ser considerada como sexual.
Las investigaciones neuroendocrinas facilitan
recursos para la ordenación del saber antropológico sobre la evolución de la
intimidad personal desde la prehistoria hasta nuestros días. Se puede citar el
ejemplo de Fisher (1994). Aunque da la impresión de que también esta autora se
excede, acaso para animarle la vida al lector sensacionalis- ta, cuando llega a
especular -defendiendo una perspectiva etológica- acerca de la relación
existente entre diversas secuencias neu- roquímicas y la trayectualidad erótica
e institucional de los sujetos humanos.
Así y todo, en el fondo de tamaña diversidad
de investigaciones late oculta la vida de la pareja humana. El emparejamiento
humano en la evolución de las culturas permanece todavía silenciado y demasiado
opaco. Cuando
se pretende que la vida sea poco más que la objetivación
del comportamiento cotidiano, lo que se escamotea es la experiencia
de cada persona con un otro cuya proximidad le es (sexual- mente)
significativa. La experiencia constructiva de un lenguaje compartido
con el otro es la consideración fundamental en la perspectiva sobre la pareja
que ofrezco aquí.
El
emparejamiento como experiencia constructiva es una intimidad trayectual entre
dos personas: si
la intimidad no es satisfactoria por ambas partes, quizá sea mejor no emplear
para nada el término "intimidad". La
intimidad de la pareja consiste en el desarrollo y el despliegue de un
lenguaje compartido por dos individuos durante un trayecto espacio-temporal.
De alguna manera, la intimidad entraña un compromiso que afecta a todos los
niveles posibles del lenguaje compartido o, si se prefiere, a todos los
lenguajes posibles.
No está nada claro en qué pueda consistir el
salto de la intimidad diádica a la intimidad familiar. Al menos, en lo que
respecta al individuo participante en ambos grupos. ¿No se sabría qué decir a
propósito del tabú violado del incesto? Desde luego, está al alcance de la
mano el concepto de la significación sexual de toda experiencia. Aunque
también nos queda el recurso de la utilización de un nuevo término. En cambio,
sí que parece más aceptable la idea de una intimidad individual.
La intimidad es una hipótesis acerca de la
“cuestión interna” en la pareja. Así lo he planteado. Pero tampoco se ve con
claridad la intimidad de una pareja cuyos miembros padecen los males, siempre
complementarios, de la impotencia y el desencantamiento ante la vida
compartida. La intimidad es, a mi juicio, una hipótesis válida en la medida en
que los individuos experimenten la pareja de una manera constructiva. Esto es,
o estando libres del miedo, o reconociéndose y explicitándose al menos como
víctimas o inductores de él.
Cuando pretendamos definir la pareja no nos
debemos exceder en la determinación del trayecto, es decir, de las magnitudes
que afectan a dos de las variables apuntadas: la distancia y el tiempo. No tiene
sentido, o quizás resulte perturbadoramente aleatorio, describir la pareja como
si se tratase de un objeto normativizado por unos pocos y tan simples
determinantes externos. No tiene sentido el hablar del tiempo transcurrido ni
de la distancia que separa a las personas más allá de la percepción que de los
hechos ellas alcanzan. Al fin y al cabo, son dos quienes se constituyen en
pareja: ellos tienen la palabra.
Sin contar con la experiencia deseante del
individuo, y obviando esa opacidad o, mejor, oquedad personal del deseo que
representa la angustia -y esto que escribo no es más que un ejemplo de las
dificultades con que me voy tropezando en el manejo del lenguaje-, toda
arquitectura conceptual sobre la pareja se viene abajo. De ese modo no tiene
sentido hablar exclusivamente de los comportamientos ni de las actividades
bipolarizadas, ni de los ritos ni, por consiguiente, de los estamentos que
intervienen en su institucionalización.
Allí donde la
voluntariedad ha sido expresada. Allí donde los lenguajes íntimos muestran
las experiencias sexualmente significativas. Allí donde el deseo de (con)vivir
no se arredra por la victimación que se pueda inducir. Allí donde el sentido
de preferencia trayectual del uno por el otro “obtiene carta de naturaleza”
frente al criterio de renuncia grupal. En definitiva, allí donde se dan las
condiciones experienciales expuestas es posible señalar el hecho de la pareja
como experiencia bipersonal constructiva.
En otras ocasiones (por ejemplo, Lanas, 1997a
y 1997b) he señalado la centralidad referencial de la experiencia sexual humana
(sexualidad)
en el marco reflexivo de la Sexología. Dentro de ésta, la erótica
quedaba en una posición lateral, y prácticamente constreñida al ámbito de la
intimidad. Era una manera de restañar científicamente las heridas que la
literatura sexológica moderna procura al individuo, y también de disipar las
dudas acerca de la conveniencia de cambiar nuestras actitudes profesionales.
Hoy me encuentro en una posición todavía más
dura. Conforme sigo trabajando en mi consulta, voy afianzándome en la idea del
valor explicativo de la experiencia. Pienso que la grupalidad no es un objeto
científico posible obviando la experiencia individual. Y esto es válido para la
pareja, sobre todo para la pareja, un grupo del que, por lo general, los
individuos esperan tanto.
Entonces, lo que defiendo es
una idea de cómo hay que estudiar la vida en pareja. En lo esencial, esta idea
establece la centralidad epistemológica de las experiencias constructivas
personales de sus integrantes.
De la violencia
“(...) La manera en que el hombre se apropia
de la cultura, de unos valores que son los suyos, de su relación con el mundo,
suponen un entramado decisivo para su aprehensión. Porque el dolor es, en
primer lugar, un hecho situacional. (...) En verdad, el dolor es íntimo, pero
también está impregnado de materia social, relacional, y es fruto de una
educación. No escapa al vínculo social.” (David Le Breton, Antropología
del dolor, 1999: 9-10).
La vida sexual humana está trufada de
violencias. Cuando se alumbra alguna hipótesis sobre la pareja, algo falla si
no se deja constancia de esta cuestión tan candente. Irremediablemente, el
investigador no conformista necesita acudir a la casuística para poner en
evidencia los hechos concretos de la violencia en las parejas de carne y hueso.
La violencia se llega a detectar en los victimarios y en sus víctimas. En la
puntualidad, o en la reiteración más o menos frecuente de ciertas prácticas
siniestras.
Pero no son únicamente siniestras las
prácticas, es decir, los abusos sexuales o de otra laya, tan magníficamente
sancionables en nuestras sociedades llamadas modernas. Porque la puntualidad,
la reiteración o la constancia de las actuaciones podría ser contemplada a la
luz de la experiencia de quienes integran las parejas. Perviven los hechos
violentos en la intimidad de cualquier pareja “democrática”, en las
experiencias refractarias al saber del dolor de sus
componentes.
Los cónyuges, los novios, los amantes, los
extraños sin nombre en una noche encendida pueden experimentar algo de un
sufrimiento que permanecerá innominado por mucho tiempo. Los rituales se
seguirán llevando a efecto, sólo que en ellos los protagonistas adoptarán
estilos de dramatización estereotipados. Y llegará el día en que, posiblemente,
la pareja se disloque, o señale dentro de ella aquel chivo expiatorio que
acoja en su cuerpo la disfunción (sexual).
La pareja se ha ido consolidando como una
figura institucional básica en la mayoría de las sociedades occidentales. Ahora
les tocará a las formas más lábiles del emparejamiento facilitar las pruebas
de la “normalidad” de los supuestos protagonistas. Está la normalidad
heterosexual, y puede que también la homosexual. Y no muy lejos de ambas, o
quizá como un apéndice de las mismas, se reconoce la normalidad funcional o
clínica, que preocupa tanto a los homosexuales como a los heterosexuales.
La preocupación por la normalidad de los
actos y las funciones en el seno de la pareja es fruto del miedo. La provocación
del miedo es un hecho revelador de violencia, que es reconocible en las
estrategias del victimario. Cuando el miedo invade nuestra experiencia, de tal
modo que cercena nuestro cumplimiento del Deseo, podemos asegurar que nos
estamos victimizando. Las disfunciones sexuales constituyen los resultados
variables pero fiables de nuestra victimación, inducida o de propia
generación, ante el otro (v. Lanas, 1998).
Por todo ello, allí donde las vivencias angustiantes
no pueden (o dejan de) ser objeto de lúcida reflexión personal e interpersonal,
no existe la pareja como experiencia biperso- nal constructiva. Y
si el lenguaje (la intimidad) desfallece la pareja tiende fácilmente hacia la
ruptura. Las asimetrías experienciales, que el profesional intuye en este tipo
de procesos diádicos, no siempre son unilaterales y continuas. Las
alternancias y los momentos puntuales de vivencia angustiante son algo más que
una remota posibilidad. Una vez reconocidas, permiten cuestionar la
voluntariedad y la deseabilidad de la vida en pareja.
Del ámbito
“La diversificación y ampliación de la vida
privada a lo largo de la segunda mitad del siglo XX no se limitan al enclave
doméstico. La conquista de un espacio para la vida privada no equivale
exclusivamente a la apertura de un espacio para la vida familiar, sino también
a la obtención de los medios para salir de él.” (Sophie Body-Gendrot et al.,
Historia de la vida privada. De la Primera Guerra mundial a nuestros días,
1989: 76).
El espacio no parece tener límites. Pero
tanto los animales como los seres humanos tienden a cercarlo. Individualmente
no pasan de ciertos límites, y al agruparse suelen establecer fronteras que no
siempre son difíciles de determinar. Esas lindes, que en principio son
imaginarias para el observador, pueden indicar la constricción de las acciones,
las actividades, las actuaciones, etc. Los observadores se atreven a
diferenciar cualitativamente los ámbitos que van cercenando el espacio. El
ámbito del que a continuación ofrezco una reflexión concierne especialmente a
la pareja. A cualquier pareja.
El espacio parece infinito, aunque nuestros
cuerpos se apoyen en el suelo. La pareja -tanto la moderna, como la hipótesis
de una estructura diádica que siga permaneciendo en cualquier lugar del mundo
incluso durante milenios- podría ser representada sobre una topografía y,
acaso, bajo una bóveda o cúpula. Desde luego, tal representación podría
sugerir al observador muchas cosas. Lo que parece oportuno recordar aquí es el
valor que tiene para la vida de la propia persona su ocultamiento de la mirada
ajena, sea ésta, por ejemplo, de la familia o de la comunidad.
En cierto modo, ya hay antecedentes de este
tipo de representaciones, si damos por válidas las documentadas sugerencias de
Dibie (1999) en su Etnología
de la alcoba. En las pinturas parietales ejecutadas por el hombre
primitivo, este autor encuentra muchos argumentos para que el lector se haga la
idea de lo que fueron los primeros despertares de la ternura humana, aquellos
“encuentros a solas” que tantas reservas suscitan como concepto dentro de la
literatura antropológica.
Jóvenes o de mayor edad, laxamente enlazados
u obedeciendo a rigorismos cuyos códigos se nos escapan, hombres y mujeres de
diversos y alejados lugares, acaso novios, quizá cónyuges haciendo dejación
temporal de sus hijos, etc. tendrían en la pareja representada algo más que un
símbolo a compartir con las parejas modernamente institucionalizadas, aunque
no se reconozcan como tales. Sin embargo, hay historiadores (como Body- Gendrot
et
al., 1989) que defienden la hipótesis de la intimidad imposible
hasta fechas relativamente recientes, incluso en las comunidades occidentales
más avanzadas.
Hoy pretendemos entender esa representación,
pero hay algo que se mantiene y que, sin duda, acorta las distancias para la
mutua comprensión de las distintas comunidades. Ese algo, que se nos antoja tan
real, no es otra cosa que un acotamiento del espacio que de manera muy propia
se denomina en castellano “alcoba”. Un término con más adherencia simbólica
que “dormitorio” y conceptualmente más comprensivo que el de “lecho”. En la
alcoba se siguen celebrando variados ritos de complementariedad intersexual: se
hace el amor, se pueden traer los hijos al mundo, se conversa, incluso se
come...
Pero este final de siglo nos obliga a plantearnos
de manera distinta las complementa- riedades sexual y erótica. Así, no tenemos
más remedio que reconocer -gracias entre otras cosas a esa “alcoba”, cuyos
dueños y portavoces la pretenden homologable con la conyugal- la progresiva
legitimación social de la pareja homosexual, y también de la pareja que sigue
siendo conflictiva con respecto a la mención registral del sexo, cosa que
sucede en algunas parejas de transexuales. (Para estas cuestiones jurídicas existen
algunos textos referenciales: Pérez Cánovas, 1996, y López- Galiacho, 1999,
respectivamente)
Naturalmente, hoy en día, seguimos asociando
la imagen de la alcoba a las parejas heterosexuales cuya institucionalización
nadie discute. Me refiero a las que son reconocidas por alguno de los
distintos estamentos, religiosos o jurídicos, y que se establecen como
unidades conyugales. Sin embargo, los amantes y los novios también toman
posesión ocasional de habitaciones. Como también lo hacen aquellas parejas que
quebrantan el tabú del incesto, o cualquier otro tabú o norma susceptible de
penalización.
La alcoba no deja de ser un contexto real, es
decir, perfectamente asequible al observador. Pero el concepto moderno de
alcoba que aquí expongo no impone la estabilidad del acotamiento espacial como
condición necesaria. No estoy escribiendo acerca del patrimonio
arquitectónico. Aunque, bien mirado, algo de arquitectónico habrá de tener todo
cerramiento. Su ubicación no tiene por qué estar fijada. Incluso la ubicuidad
de sus alternativas es una idea que al respecto de la alcoba merece la pena
de ser contemplada.
La familia nuclear carece muchas veces de
domicilio fijo. Los amantes pueden gozar de la totalidad de una casa. Y poco a
poco van apareciendo nuevas posibilidades. En todo caso, dos personas sólo
pueden alumbrar su intimidad dentro de un habitáculo. Por eso, allí donde dos
personas sienten la necesidad de extremar las precauciones para afincar su
lenguaje, aunque alguien asegure que el habitáculo roza lo simbólico, allí y
con ellos la alcoba permanece en pie.
Desde esta particular atalaya, cuando se
explora la veladura externa de las parejas que construyen su mundo, es fácil
sugerir algo que a mi juicio es evidente: la alcoba es el ámbito específico de
la pareja, y el lugar donde se hallan los argumentos públicos más fiables para
definirla. Mediante el acotamiento espacio-temporal que la
alcoba impone a su contexto social, dos personas van desarrollando un lenguaje
común que quedará oculto para este último.
De la modelización y la institucionalización
“La revolución que estamos viviendo renueva,
en parte, la del siglo XII, sumerge alguna de sus conquistas pero, sobre todo,
la desborda ampliamente. Estalla en una sociedad mucho menos compartimentada y
protegida, y donde cualquier pulsación registrable se propaga
instantáneamente. El impreso barato, las películas y la radio no permiten ya
demoras ni ángulos muertos. Los efectos llegan a nuestros sentidos antes de
que las causas hayan emergido en nuestras conciencias. De ahí el escándalo, y
es decir poco; de ahí la angustia y la mala conciencia que caracterizan, a la
vez, a quienes expresan la revolución y a quienes sufren sus efectos.” (Denis
de Rougemont, Los
mitos del amor, 1999: 32-33).
Una explicación correcta de lo que es una
pareja puede consistir en definirla como una peculiar relación interpersonal. Y
poco más. Sin embargo, el amor entre sus miembros y, en otro orden de cosas,
las figuras relativas a su institu- cionalización constituyen dos de los
argumentos fundamentales para cualquier descripción actual de la pareja. Sin
embargo, no hay definición de relación amorosa que no adolezca de fisuras, y
que no se deshaga en continuos interrogantes acerca de su validez comprensiva.
Porque también se construye el amor.
Interesa dentro de las ciencias sociales la recreación de este concepto.
Interesa sobre todo expulsarlo del registro experiencial, y luego presentarlo
en un lenguaje fácil para usos transdisciplinares. Aparecen así los modelos del
“amor pasión”, del “amor romántico” y del “amor confluente”, modelos con los
que me refiero a una sola obra, de un solo pero relevante autor, Giddens
(1995), a modo de ejemplo.
Los modelos de amor representan figuras del
pasado, el presente y el futuro de nuestras relaciones íntimas. Son tipos que
remiten a distintas épocas y ubicaciones. En consecuencia, el tiempo y el
espacio establecido por ellos traiciona nuestras biografías particulares o las
sincronías existenciales. Los modelos obedecen a intereses ciertos. No son
aportaciones ingenuas de la comunidad científica o de los clínicos.
Los modelos de amor facilitan la descripción
de una realidad social o cultural. Pueden servir para intentar comprender la
vida de los individuos y la trayectoria de sus parejas. Pero hay que tener en
cuenta que sus promotores se dan a conocer públicamente como entusiastas
defensores del cambio social, con el objetivo puesto en los grupos de intimidad.
Su presencia en la divulgación científica da respuesta a demandas derivadas del
igualitarismo intersexual y de la clinicalización angustiante de la vida en
pareja.
Algo se pretende también de la pareja cuando
se la representa como una figura institucional: ahora lo es como tal, en la
figura de la moderna “pareja de hecho”, sin que por eso tenga que renunciar a
su virtualidad en la explicación de otras figuras institucionales históricas
mejor asentadas. Me refiero, claro está, a las trayectorias constituidas
después de los tradicionales ritos de pasaje: noviazgo, matrimonio, familia,
divorcio, etc.
La ritualidad, es decir, la
observancia de los procedimientos formales para el cumplimiento ritual, dan
consistencia simbólica a la norma y a la sanción de quienes las transgreden.
En las familias de una comunidad se hacen explícitas creencias y costumbres que
afectan a los emparejamientos. Y los protagonistas de éstos particularizan
ciertas expectativas, algunas de las cuales se señalan como constitutivas del
acervo comunitario.
La modelización científico-social de la
pareja y la institucionalización comunitaria del emparejamiento humano son
procesos sociales constatables, que dan solidez argu- mental a la idea
generalizada de que la pareja es una construcción sociocultural. Y los
clínicos, desde su reflexión y su praxis, participan con los científicos
sociales en una tarea común: la construcción clínica de la pareja.
De
la sociopolítica
“P. Además de la declaración firmada por los
Gobiernos comunitarios, ¿cuál es la aportación de la conferencia de París?
R. Justamente, la dimensión europea, la
dinámica que se abre en el conjunto de la Unión para tratar de hacer realidad
el principio de igualdad. Los Gobiernos asumen ante la opinión pública del
continente el objetivo de llegar a un equilibrio hombre-mujer. Todavía no es un
plan de acción, claro, pero debe acelerar los cambios legislativos y de todo
tipo encaminados a ese fin.”. (Entrevista de José Luis Barbería a Nicole Péry,
ministra francesa para los Derechos de la Mujeres y la Formación Profesional, El País,
18 de abril de 1999).
Hay al menos una acepción para el término
“intervencionismo” que justifica su uso aquí. Me refiero a los indicadores,
comunes en la literatura científica, de una suerte de compulsión a la
intervención socio-conduc- tual sobre la pareja humana. Pareciera existir un
interés generalizado por violentar en ésta el parto de la democracia. De todos
modos, alguien dirá: ¿por qué obstaculizar la rueda con un palo?, ¿no tiene las
cosas claras la ministra? Por cierto, ¿quién le enseña a la ministra?
Evidentemente, los funcionarios de la ciencia saben cumplir su papel.
Con la modelización se auguran más altas
cotas de bienestar para el grupo en cuestión. Una meta loable después de una
carrera tan esforzada. Pero lo que mueve a la sospecha es que con ella se
encubren las históricas denuncias de la problematización discursiva. La
sospecha apunta hacia actitudes científicas cuando menos irreflexivas, desde
el punto de vista ético y epistemológico. Y ahora me explicaré con más
detenimiento.
Que la pareja se conforma como un sistema
conflictivo es algo que parece incuestionable. Como también parece que el
conflicto suele ser evocado en términos cuantitativos de conducta o de función.
Sucede así en las parejas concretas cuyos miembros manejan con inusitada
habilidad la jerga socio-con- ductual. Habría que indicar también que la
angustia de cada cual referida al otro suele ser explicitada en los mismos
términos.
Podemos asegurar que la modelización clínica
y social de la pareja influye favoreciendo nuestra homogeneización
lingüística. Favorece las designaciones unívocas para una supuesta infinidad de
conflictos en el emparejamiento humano. El sexólogo emplaza su campo central
de trabajo en esta parcela social camuflada de intimidad. Llevado por su afán
focalizador intenta dar un salto peligroso con el mínimo riesgo. Aun con los
mejores avales de la ciencia oficial, suele caer en la trampa.
Su lenguaje le pone en evidencia: ¿acaso no
sería beneficiosa para
todos la mejor articulación de las conductas enfrentadas en la
pareja?, ¿acaso las últimos protocolos médicos no nos anticipan y animan para
que libremos con menor riesgo la última batalla del cuerpo biológico contra la
angustia que de él y en él experimentamos? La gran noria volverá a dar otra
vuelta: los científicos y los clínicos estamos comprometidos en la apuesta por
la problema- tización social y clínica de la vida en pareja.
Una vez señalada la falacia, tendríamos que
ser capaces de demostrarla. ¿Cómo refutar desde la praxis terapéutica la
legitimidad clínica y epistemológica de las metodologías modelizadoras
socio-conductistas?, ¿es que acaso existen otras alternativas ante una demanda
clínica tan altamente exigente? Desde luego, estamos aquí para no mostrarnos
expeditivos. Con toda humildad tenemos que reconocer un axioma: desde la
sexología ya no se puede dejar de intervenir.
La llave de la refutación se halla, incuestionablemente,
en la experiencia de nuestros consultantes. Detrás de su edulcorada jerga
clínica, a duras penas se esconde un lamentable desfallecimiento: la pérdida de
la significación sexual en la experiencia personal del vivir en pareja.
Lo que, en otros términos, viene a ser algo así como la aparición y el
progresivo incremento de la angustia sexual en una relación
hipotéticamente voluntaria como es la relación de pareja.
Indagando en el lenguaje de nuestros
interlocutores comprendemos los perniciosos efectos en sus vidas de la ya
evocada mitología
de la diferenciación intersexual (Lanas, 1997a). En los momentos
que nos toca vivir, este concepto puede ser referido al menos a dos procesos
sociales de (re)produc- ción mitológica: el de la institucionalización
ritualizada del emparejamiento humano, y el de la modelización sociocultural y
clínica de la vida en pareja. Como escribe Escohotado (1993:9), “el discurso
mítico cuenta nuestra historia desde la historia de otros”.
La angustia sexual se abre como un hiato en
nuestra experiencia del otro. Algo se abre en nosotros ante cualquier
expectativa, propia o referida a ese otro, que sentimos incumplida en la
relación establecida con él. Esa claudicación personal por el incumplimiento
del guión mitológico se traduce en la queja. Queja del otro, o de nosotros
mismos, que manejamos en términos que aluden a la conformación física; a la
experiencia; a la función o la conducta íntima, privada o pública. O sea,
además de bipolar, la mitología que diferencia los sexos goza de una
representación topográfica individualizada.
Las ritualidades institucionales que definen
socioculturalmente la vida en pareja obligan al ejercicio de la complementariedad.
Esta se fundamenta en la diferenciación bipolar de los cuerpos sexuados. La
familia, las instituciones religiosas y otras instituciones sociales reactivan
esa complementariedad. Muchos elementos descriptivos de los modelos del amor
pasión y del amor romántico perviven en las expectativas de pareja que los
ritos de paso contribuyen a asentar.
Pero las modelizaciones social y clínica del
“sexo” y del amor inciden en la infiltración democrática
de la vida en pareja. Va a aparecer la “igualación” como elemento intrínseco en
la transformación de la intimidad (v. Giddens, 1995). Sin duda, se democratiza
la exigencia propia y ajena del placer, pero también se mitologiza la
consideración problemática de éste, bajo la presunción de inciertas categorías
clínicas: las disfunciones, los acosos y las adicciones sexuales.
Del cambio
“La diferencia sexual, siendo tan universal,
(...) No implica en sí misma ninguna institución particular, ninguna
segregación, ninguna jerarquía de ningún orden -económico, social, político,
religioso o cualquier otro-. El firme cimiento de las diferencias anatómicas y
fisiológicas sugiere, en rigor, unos tipos de comportamiento ligados a la
búsqueda del placer o a conductas parentales, pero no puede programar nada que
sea de orden social, jurídico o institucional.” (Sylviane Agacinski, Política
de sexos, 1998: 141.)
La pareja humana, en la realidad de sus
protagonistas, soporta una considerable presión (re)constructiva. La
democracia, como resultado de nuestra infiltración profesional en ella, ni es
revolucionaria ni es consecuente con la experiencia de sus
componentes. Y no lo es porque arrincona la apropiación de un saber
imprescindible: el que permite anticipar las asimetrías internas con respecto
a la significación sexual de las experiencias.
Nuevamente, lo revolucionario debería ser
identificado con lo coherente. El discurso democrático es falaz cuando sus
ideólogos modelizan un futuro socio-conductual para la pareja desde fuera de ella.
Cuando proponen cómo deberían de vivir las futuras parejas, pero haciendo ver,
simultáneamente, que las propuestas nacen en el seno de ellas. Lo coherente
aquí es denunciar la falacia, y desmontarla señalando la flagrante contradicción.
Una moderna pedagogía para vivir en relación
con el otro no podría obviar ese hecho. De ahí el título de mi somera aportación,
de esta incitación a la reflexión sobre la cuestión del emparejamiento humano,
y sobre la posibilidad alternativa de su conceptualización. De modo que la pareja
como experiencia constructiva viene a denotar la posibilidad que
tenemos de investigar, y de ayudar a construir, de manera realmente creativa
nuestras relaciones sexualmente significativas.
La pareja es, antes de otra cosa, un asunto
personal. Un asunto de dos personas que convienen en una aproximación espacial
y temporal cuya definición incumbe, en principio, a sus protagonistas. Toda
propedéutica sexológica debería tener en cuenta las condiciones
socioculturales del emparejamiento humano. Y, para ello, trataría de incentivar
la reflexión crítica sobre la mitología de la diferenciación inter-sexual que
nos cultiva para constituirnos en parejas.
La praxis sexológica, en cualquiera de sus
vertientes, demuestra lo que a todos beneficia y a nadie perjudica. Y, en este
sentido, nada mejor que la pareja realmente (re)construida desde la
experiencia de sus integrantes. La vía no tiene por qué ser complicada:
facilitar la comprensión de las condiciones de posibilidad de la propia experiencia,
educando en la sensibilidad ante los indicadores mitológicos de la
conflictividad futura en nuestras relaciones.
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Dr. Manuel Manzano*
* Médico sexólogo.
Sexólogo clínico y psicoterapeuta. Sexoanalista.
Profesor contratado y
supervisor clínico del departamento de sexología de la UQAM (Canadá). Centro de
Urología, Andrología y Sexología. Policlínico Nra. Sra. de América.
Avda. Arturo Soria
105. 28043 Madrid. España. e-mail: cuasba@atlas-iap.es
El
sexoanálisis (SA), elaborado al principio de los años ochenta por el Profesor
Claude Crépault, es al mismo tiempo una teoría del desarrollo sexual y un
enfoque terapéutico concebido específicamente para el tratamiento de los
tratornos sexuales. Como enfoque terapéutico, el SA tiene, entre otros, el
objetivo de restablecer una sexualidad funcional e integrada. Los pacientes son
llevados a comprender el sentido de su trastorno sexual a partir del análisis
de los fantasmas erógenos y antierógenos, así como los beneficios y las ansiedades
conscientes e inconscientes que están implicadas en la génesis y mantenimiento
de dicho trastorno. Posteriormente la modificación del imaginario erótico
erróneo y la disolución gradual de las ansiedades constituyen las técnicas
privilegiadas en la resolución del trastorno sexual. Examinaremos las teorías
sexoanalíticas sobre ontogénesis sexual así como las etapas principales del
proceso curativo sexoanalítico.
Palabras
clave: Sexoanálisis, ansiedades sexuales, fantasmas erógenos, fantasmas
antieró- genos, sueños sexuales, consciente, preconsciente, incosciente.
SEXOANALYSIS: A NEW SEXOLOGICAL SPECIFIC
APPROACH OF TREATMENT
Sexoanalysis has been elaborated in
the early 80s by the professor Claude Crépault. It is a sexual development
theory as well as a therapeutic approach specifically designed for the
treatment of sexual disorders. As a therapeutic model, Sexoanalysis aims at the
reestablish- ment of a fonctional and integrated sexuality. Patients are
brought to an understanding of the meaning of their problem from an analysis of
their erotic and anti-erotic fantasies and their correspondant benefits and
anxieties (conscious and unconscious). Secondly, the erro- neous erotic imagery
modification and the gradual disappearance of the anxieties constitu- te the
goals of the techniques in resolving the sexual problem. We will examine
Sexoanalysis theory of psycho-sexual development and the main steps of the
sexoanalytical process of treatment.
Keywords: Sexoanalysis, Sexual
Anxieties, Erotic and Anti-erotic Imagery, Sexual Dreams, Conscious,
Preconscious, Unconscious.
El Sexoanálisis (SA)1
es un nuevo modelo terapéutico que pretende erradicar las interferencias
conscientes e inconscientes que sustentan los trastornos sexuales. Esto se
realiza principalmente a través de un trabajo sistemático sobre el registro
imaginario, onírico y la realidad. El SA se apoya al mismo tiempo en una teoría
del desarrolo psicosexual y en sus vicisitudes. Actualmente el objetivo
preponderante de investigación de este modelo sexoló- gico es estudiar el rol
que juegan las fuerzas inconscientes en la génesis y el mantenimiento de los
problemas sexuales, así como sus repercusiones sobre el ser sexual, pero
partiendo siempre clínicamente de un buen conocimiento del registro
consciente. De alguna manera, lo que nos describe el paciente2
en las primeras entrevistas, podríamos compararlo con un iceberg. Éste tiene
una parte visible por encima de la superficie del agua, pero que no es
suficiente para conocer la verdadera emberga- dura de esa gran masa de hielo
flotante si no dirigimos nuestra mirada por debajo de la superficie del agua.
En otros términos, no hay que dejarse cegar por lo visible, es decir por lo que
el paciente nos cuenta en un primer tiempo. Para poder deshacerse permanentemente
del trastorno sexual, hay que comprender previamente las vicisitudes ocurridas
en el transcurso del curriculum
vitae psicosexual de la persona, que puedan estar implicadas en
el comportamiento disfuncional presentado por la persona. Una vez que la
persona es consciente del significado y las funciones subyacentes de su
comportamiento disfuncional, ésta ha comenzado ya a abonar el terreno para
poner en marcha los mecanismos correctores que la deshagan de su problema. El
paciente realiza este trabajo a partir de técnicas originales de
descodificación, elaboración y transformación de fantasmas, fantasías y
sueños.
Los fantasmas y sueños sexuales son portadores
de deseos sexuales, así como depositarios de ansiedades y conflictos sexuales
inconscientes. El fantasma o fantasía erótica se refiere al conjunto de
mentalizaciones sexuales. Estas mentalizaciones de carácter sexual o erótico
(donde el motivo no tiene que ser necesariamente sexual), están representadas
por imágenes o impresiones intrapsíquicas (ibid.). Estas mentalizaciones
sexuales o no sexuales, que podrían derivar en connotaciones sexuales, podrían
ser las rememorizaciones de percepciones experimentadas a través de los
sentidos y expresadas posiblemente a través de las emociones, actuando como el
resultado de huellas o “marcadores somáticos” constituidos a lo largo de las
experiencias vividas (Manzano, 1999).Tanto los fantasmas sexuales como
eróticos están más o menos deformados por los procesos defensivos. Por lo
tanto, estos fenómenos intrapsíqui- cos pueden ser a veces una solución
defensiva de una “cura instantánea” (Stoller, 1985). Otras veces pueden ser una
solución adaptati- va más evolucionada. Esta solución mutativa sería el indicio
de la resolución del conflicto sexual. En este caso emergerían fantasmas
eróticos cercanos a los criterios de madurez sexual que describiremos más
adelante. El sueño sexual, menos sujeto que los fantasmas al sistema defensivo
puede representar una “memoria del futuro” (Hosbon, 1992), proponiendo a
partir del pasado conflictivo una solución al inconsciente. Esta solución
podría ser también, defensiva, adaptativa o mutativa. Es el terapeuta quien
tiene que ayudar al paciente a descubrirla.
El SA como modelo de desarrollo psicosexual:
referentes ontogénicos.
El SA se sustenta sobre una serie de hipótesis
cuyas líneas directrices vienen marcadas a través de referentes ontogénicos
sexuales del ser sexual humano.
Hipótesis
centrales
a. La
protofeminidad
Según la embriología moderna existe una
«protohembracidad3» primaria al comienzo de la vida intrafetal (el
mamífero macho se deriva de la hembra y no al revés); es la llamada teoría del
inductor de la diferenciación sexual primaria (Jost, 1953; Barr, 1957). Para
llegar a ser un varón (“macho”) morfológicamente, es necesario que exista una
correcta secreción de andrógenos (a partir de la quinta semana de vida
embrionaria) y una correcta funcionalidad de sus receptores y organos diana. Es
en este sentido que el SA postula, por analogía, una feminidad primaria postnatal
(figura 2). Para que el niño desarrolle su identidad masculina, necesitará de
un factor sumativo además del sustrato hormonal. Este factor añadido,
facilitador, será la existencia de la agresividad fálica (Crépault, 1986).
Según el SA que comparte muchos de los trabajos de Stoller sobre la
protofeminidad, ésta se halla unida a una relación fusional con la madre,
interviniendo como consecuen
cia en el desarrollo psicosexual del muchacho. El niño, en sus primeros meses
de vida, se percibiría en estado de simbiosis con un sentimiento de
prolongación y de unidad con la madre. En éste momento, éste niño se
impregnaría de la feminidad de la madre e introyectaría sus cualidades
femeninas. En las sociedades donde la organización familiar tiende a favorecer
la presencia o el mantenimiento de una protofeminidad, esto repercutirá sobre
la identidad masculina dotándola de una gran vulnerabilidad. Como mecanismo
defensivo contra esta fragilidad de la identidad masculina, el varón
desencadenará estrategias defensivas como la presencia de rituales que tiendan
a afirmar la masculinidad, la represión de sentimientos considerados como
femeninos, la hipervalorización de los atributos sexuales masculinos y hasta
una misoginia.
b. La masculinidad
como una construcción secundaria
En el caso que el
niño no desarrolle una adecuada agresividad fálica (figura 2), la mas-
culinidad estaría comprometida, desarollando características mas propias de la
feminidad. Además el muchacho tiene que cambiar tam- bien de “objeto” de identificación;
debe desidentificarse de la madre para identificarse en mayor medida con el
padre real o sustitutorio,
suponiendo que este
objeto de identificación masculino, conlleve un grado adecuado de maduración y
solidez de la masculinidad. Otro factor que está en relación directa con el
grado de desarrollo de la masculinidad, es el relativo a las necesidades y al
grado de individuación. La tendencia del muchacho a investir preferentemente
en la masculinidad, será correlativa a la fuerza de sus necesidades de
individuación.
La individuación se
vivencia como una mezcla de satisfacción y de inseguridad, revelando al niño
que puede abstenerse de alguna manera del agente maternante, permitiéndole
adquirir un sentimiento de libertad y autosuficiencia. Pero, en contrapartida,
el niño experimenta también, la sensación (al menos como temor fantasmático)
de correr el riesgo de perder para siempre, el agente maternante que le daba
protección y seguridad, provocando así el sentirse solo y desasistido. Es por
esto que la individuación genera una ansiedad de separación y de abandono,
tentando al muchacho a caer de nuevo en los brazos de la madre para mitigar
dicha ansiedad.
Si la madre no
favorece la «desfusión» y la individuación del niño, sino que intenta retenerle,
evitándole cualquier frustración y alimentando el fantasma de «super poder», de
una manera inconsciente podría representarse una especie de prolongación fálica.
Como si el hijo fuese el «falo» que ella envidia. Por supuesto que el término
“falo” no hay que tomarlo en un sentido literal anatómico sino más bien como la
proyección del simbolismo que detenta el portador del mismo en cuanto a la
detención del poder y la dominación. «Estas madres mantienen un estado fusional
con sus hijos, satisfaciendo todas sus necesidades, siendo de alguna manera
“toda-buena”, lo que obstaculiza completamente el camino hacia la masculinidad»
(Lévy et Crépault, 1999)4. Esta maternización excesiva del niño va a
crear una dependencia afectiva de la madre (figura 1), que aun siendo reforzada
por el aspecto gratificante que ello supone, activa sinergicamente ansiedades
de feminización y reengullimiento5, pudiendo propiciar la
homosexualización y la incapacidad para establecer una intimidad afectiva con
la mujer (ibid.).
La individuación
masculina (figura 3) necesitaría, por lo tanto, de una ruptura con los modelos
femeninos primarios y una masculini- zación que tienda a borrar los elementos
femeninos en el plano afectivo y comportamental. Por supuesto que esta
«anestesia» afectiva se necesitaría en una etapa temprana del desarrollo.
Posteriormente, siguiendo una etapa de maduración equilibrada, daría paso a una
integración de los elementos masculinos y femeninos siendo capaz de expresar
ciertas particularidades del otro sexo a fin de enriquecerse como humano sin
que ello conlleve una amenaza a su identidad masculina. Estos factores hacen
que el varón sea mas suceptible de padecer ansiedades relativas a su identidad
y orientación sexual debido a una mayor vulnerabilidad en su proceso de
identificación de género7.
En la niña (figura
4), el desarrollo de su identidad sexual8, se hace de una manera continua,
sin necesidad de una ruptura identificatoria, aunque conllevaría cuatro
estadíos: estado de feminidad primaria, estado de identidad dual
(masculina-femenina), estado de feminidad secundaria, estado de integración. A
pesar de todo, la feminidad de la niña sería menos vulnerable que la
masculinidad del muchacho. El SA, en su proceder clínico, se apoya en estas
hipótesis para tratar de entender los incidentes acaecidos en el proceso del
desarrollo y consolidadación de la identidad sexual, así como evalua las
repercusiones que dichos acontecimientos tienen sobre la sexualidad del
individuo.
c) La agresividad
fálica como principio aditivo
Entendemos como
agresividad fálica, el conjunto de conductas (fantasmáticas y reales que
intentan mostrar la potencia viril. Regula e integra la identidad masculina
(Greenson, 1966, 1968; Loeb et Shane, 1982) y sirve para afirmar las
particularidades de la persona de una manera enérgica y activa. No hay que
confundirla con la agresividad destructiva y el deseo de hacer mal, rebajando
o humillando al otro. Su activación permite desfusionarse de la madre fortaleciendo
los pilares de la masculinidad. Se puede establecer una correlación con los elementos
biológicos que son necesarios para el desarrollo de un varón en la etapa
prenatal. Es sabido que si en esta etapa no intervienen los andrógenos y la
integridad de los receptores en sus células diana, el embrión se desarrolla en
el sentido hembra. Nuestra hipótesis sugiere que el desarrollo sexual postnatal
necesitaría un principio aditivo para facilitar la construcción de la masculi-
nidad. Este elemento sería la agresividad fálica y la agresividad de
afirmación. Su deficiencia mantendría las características de la feminidad
primaria (figura 2). En este sentido han ido las investigaciones de Green
(1987): la mayoría de los muchachos afeminados que había estudiado, no habían
participado en juegos agresivos durante la infancia.
d) La sexualidad como
constructo psíquico La sexualidad es vista esencialmente como un constructo
psíquico, con una razón de ser inherente a cada individuo en función de su
historia psicosexual (Crépault, 1991). Estas significaciónes podrán ser
conscientes (punta del iceberg) e/o inconscientes. Esto no quiere decir que se
niegue el rol que juegan lo biológico y lo social. Cuando no existen anomalías
orgánicas, las pulsiones sexuales son moduladas (aspecto cuantitativo) y
orientadas (aspecto cualitativo) por factores de orden intrapsí- quico que
predominan sobre lo biológico y lo social. Así se piensa que el varón está más
libinizado que la mujer. Esto se presume que es debido a una influencia
androgénica, pero considerando la sexualidad como un construc- to psíquico,
podríamos sospechar que los varones en general, tienen más necesidades sexuales
debido a que mayoritariamente utilizan la sexualidad para fines defensivos.
Esto es debido a que el varón posee una mayor vulnerabilidad a la hora de
asumir sin complejos su propia masculinidad. El grado de vulnerabilidad estará
en relación directa a las dificultades tenidas por el niño en su proceso para
individualizarse y desfusionarse de la madre.
Entendida la
sexualidad preferentemente como un constructo psíquico, nos permite comprender
como la sexualidad puede hacer posible la satisfacción de necesidades psicoa-
fectivas fundamentales (función completiva) o la resolución o camuflaje
temporal de ciertos conflictos. De esta manera es importante detenerse en la
comprensión del comportamiento manifiesto sexual dado que la sexualidad conlleva
significaciones subyacentes que van más allá de la finalidad reproductiva y
hedonista. Esto quiere decir que la sexualidad pude satisfacer ciertas
funciones:
1.
Función completiva: es la que permite satisfacer necesidades psicoafectivas
primarias.
-
Así en primer lugar podríamos pensar en la necesidad fusional. Este intercambio
de cuerpo y alma permitiría ilusoriamente recrear la unidad dual primitiva
(madre-feto-niño), donde se espera encontrar toda la seguridad afectiva.
Ciertas personas, sobre todo varones, son incapaces de establecer una intimidad
afectiva a través del encuentro sexual debido a un temor de ser absorbido o
engullido por el otro o también por una incapacidad a reconciliar el amor y el
odio. En otros, lo que sienten sobre todo, es un gran vacío interior, donde las
necesidades fusionales son tan extremamente intensas que pueden incurrir en
una regresión fusional problemática como huida defensiva.
-
En segundo lugar, la sexualidad serviría para
regularizar el equilibrio narcisista y la autoestima, al aceptar el amor que le
ofrece el otro y sentirse asimismo amante y que puede ser querido. Las personas
que tienen el sentimiento de no ser suficientemente queridos, alimentan su
excitación a base de fantasmas de hostilidad.
-
En tercer lugar, la sexualidad puede
favorecer la consolidación de la identidad y de la orienteción de género. De
esta manera el varón puede utilizar la sexualidad para probarse que es un “verdadero
hombre”; esto lo hará mediante la afirmación de la potencia fálica y la
dominación. Para la mujer, una manera de consolidar su identidad sexual será a
través del sentimiento de sentirse deseada y que para el hombre este deseo sea
vital.
2.
Función defensiva: cuando se utiliza la sexualidad para superar un conflicto,
ocultarlo o resolverlo provisionalmente.
-
De esta manera la sexualidad puede ser
utilizada para deshacerse de una ansiedad narcisista, donde
la persona tiene la sensación de no ser querido. Aquí la persona puede adoptar
un fantasma de super-potencia para acceder a la excitación sexual, creyendo
aliviar de manera transitoria una herida narcisista.
-
Otra
opción al parapetarse en la sexualidad es contrarrestar una ansiedad de
abandono. Para disipar esta ansiedad la persona puede descuidar la selectividad
a la hora de elegir compañeros sexuales y embarcarse en una promiscuidad
defensiva. Esta sexualidad defensiva es bastante evidente también en la mayor
parte de los desviados sexuales, para vengarse de la mujer (mala madre) o para
transformar en victoria un traumatismo infantil.
3. Otra manera
de actuar la sexualidad es contrarrestando la ansiedad ante la muerte y de esta
manera actuar al servicio de la pulsión de vida. Así en las conductas sexuales
masoquistas y auto- destructivas el objetivo final es conseguir un sentimiento
de victoria sobre la muerte a través de la experiencia orgástica.
e)Etiología
sexual de los trastornos sexuales
Esto quiere decir que hay que explicar lo sexual a través de lo sexual, es
decir, hay que situar el trastorno sexual con respecto a la historia sexual
del individuo y a los conflictos que han podido resultar. Hay que ver el trastorno
sexual como un síntoma de otra anomalía sexual más amplia que las más de las
veces el individuo no es capaz de verbalizar, ni conscientizar. Así por
ejemplo, la disfunción eréctil, como síntoma de una perturbación de la
“generalidad” (Crépault, 1997; 1999) o de una “disforia intersexual11”
o de un trastorno de la vida amorosa. Además, los trastornos sexuales tienen su
propia trayectoria y no son necesariamente síntomas de una psicopatología, por
lo que deben ser tratados de una manera específica.
f)Criterios de
madurez sexual
La madurez sexual es difícil de objetivar, y
normalmente ha sido comprendida con la ayuda del referente biológico, en el que
todo lo que favorecía la complementaridad sexual y contribuía a perpetuar la
especie humana entraba en los límites de la madurez. Consideramos que ésta es
una concepción muy limitada de la sexualidad. Por lo tanto, sabiendo la
dificultad para proponer una definición estricta de la madurez sexual, en SA
hemos establecido unos criterios de madurez sexual basados en algunas hipótesis
ya mencionadas del desarrollo de la identidad sexual y de la erotogénesis
(Crépault, 1997); estos criterios de madurez nos servirán de punto de
referencia privilegiado a la hora de plantear y conducir el proceso
sexoterapéutico. Estos criterios los establecemos como sigue:
1. Investimiento de la
especificidad sexual: tal madurez implica investir los roles atribuidos a su
propio sexo biológico más las características psíquicas que le son asociadas.
2. Integración de los
componentes masculinos y femeninos: se puede considerar una señal de evolución
siempre y cuando permite a los varones y mujeres expresar sus capacidades
humanas y realizarse de una manera más global, invistiendo suficientemente y
sin exagerar su especificidad sexual. Además el desa- rrolo madurativo estará
directamente unido a la capacidad para expresar ciertas particularidades del
otro sexo sin que por ello atente contra su especificidad sexual. Hay que diferenciar
en los individuos que se apropian de estas particularidades más características
del “otro” que no sean reacciones defensivas. Así en el hombre en el que la
feminidad se injerta con la masculinidad para contrarrestar un temor hacia el
otro sexo o una hipomasculini- dad o masculinitud12. El llamado
hombre “rose” (rosa) en el Quebec, que siempre está dispuesto para complacer y
ser un buen confidente para las mujeres, podría servir como ejemplo. Un
fenómeno similar se observa en algunas mujeres, para las que la masculinidad
traduce una defensa contra una ansiedad de feminitud13 o una envidia
hacia el sexo opuesto.
En el varón, la integración de los componentes
masculinos y femeninos conlleva una etapa previa de hipertofia de los
caracteres masculinos, fenómeno particularmente demostrativo en la
adolescencia, para protegerse de su todavía frágil identidad sexual
consecuencia de sus temores a seguir impregnado de la femineidad primaria. Una
vez adulto, el varón que ha adquirido una seguridad en la vivencia de su
masculinidad podrá entonces permitirse el retirar la inhibición para expresar
sus componentes femeninos fundamentales, contribuyendo a una mayor
espontaneidad en la expresión de las cualidades y capacidades en cuanto ser
sexual humano.
3. Investimiento de la
complementaridad sexual, es decir, la aptitud para crear una intimidad
afectiva, corporal y genital con el otro. Esto además de la aptitud para
“enamorarse” implica la capacidad para compartir un espacio intrapsíquico con
el otro. Varios varones no consiguen establecer una intimidad afectiva por el
miedo de ser engullidos por la mujer y perder su libertad y su individualidad.
A partir de observaciones clínicas se ha podido observar una propensión a
desarrollar una heterofobia afectiva en aquellos varones que han tenido una
madre amante, controlante y posesiva.
Este investimiento de la complementari- dad
sexual también debe incluir la sexualiza- ción, mostrando una sana aptitud para
codificar eróticamente las diferencias corporosexua- les. A esto se añade la
capacidad paraa investir eróticamente la agresividad fálica, lo que conlleva
una identidad sexual exenta de conflictos importantes así como de actitudes
fóbi- cas frente al otro:
«El hombre cuya orientación de género es
predominantemente femenina o que percibe a la mujer como una amenaza para su
masculinidad, creará difícilmente una relación de intimidad con una mujer. Al
contrario, la mujer cuya orientación de género es predominantemente masculina,
o que percibe al varón como un perseguidor terrible, no erotizará la unión
heterosexual genital, al menos de tener tendencias masoquistas acentuadas»
(Crépault, 1997).
4. Integración de los
erotismos fusionales y antifusionales: ésta es una aptitud para reconciliar el
amor y el odio en la vida erótica. Esto supone una capacidad para codificar
eróticamente los aspectos fusionales (ternura, amor...) y los antifusionales
(pulsiones agresivas) en el lazo sexual, lo que conllevaría una capacidad del
varón para erotizar su agresividad fálica y en la mujer una capacidad para
poder erotizar hasta un cierto punto la agresividad fálica del varón. En
general los varones tienen una mayor dificultad para erotizar los sentimientos
amorosos, haciendo una separación entre el objeto sexual, más asociado a la
“antimadona” y el objeto de amor, asociado a la “madona”. Por el contrario las
mujeres tienen mayor dificultad para erotizar los aspectos antifusionales de
su “objeto” de amor. Hay madurez cuando el amor predomina sobre el odio en la
vida erótica, lo contrario entraría en el campo de la perversión.
5. Predominio de la
función completiva sobre la defensiva de la sexualidad. La persona que recurre
a la sexualidad para satisfacer necesidades psicoafectivas en vez de utilizarla
para fines defensivos demuestra una mayor madurez psicosexual.
El SA como modelo sexoterapéutico:
La cura sexoanalítica
Objetivos
El objetivo principal de la terapia SA persigue
eliminar el trastorno sexual y restablecer una funcionalidad sexual que tenga
como referentes los criterios de madurez sexual. Para el SA, los trastornos
sexológicos no se limitan solamente a un desarreglo de la sexualidad, como
mayoritariamente se hace referencia en las llamadas disfunciones sexuales y
parafilias. Para nosotros el campo de la sexología clínica debe también tener
en cuenta los desarreglos de la generolidad14, las disforias
intersexuales15 y los trastornos de la vida amorosa16. En
el cuadro clínico de la persona que viene a consultar, es frecuente encontrarnos
al mismo tiempo con varias de estas alteraciones. Tomando como ejemplo un
hombre que consulta por impotencia coital (lo que no implica que tenga malas
erecciones fuera del “momento penetrativo”), vamos descubriendo a medida que se
desarrolla la evaluación, que prefiere identificarse con la mujer cuando hace
uso de sus fantasmas sexuales para mas- turbarse. Por otra parte él tiene la
sensación de no ser suficientemente masculino, temiendo además que la mujer va
a arrebatarle la poca masculinidad que posee; profundizando en su evolución
psicosexual nos apercibimos de que jamás ha sido capaz de establecer una relación
amorosa. Como se puede deducir, en tales casos hay que sobrepasar el
diagnóstico de simple impotencia coital o disfunción eréctil, e incluir el de
carencia de masculinidad, de heterofobia e incapacidad para el investimiento
amoroso. Por lo tanto los objetivos terapéuticos deben de establecerse en
función de un diagnóstico «múltiple» (Crépault, 1997).
Para que la persona acceda a corregir su
trastorno sexual, el sexoanalista utilizará técnicas propias de este modelo,
que permitan a la persona comprender en un primer momento su problemática
sexual para poder emprender posteriormente el trabajo corrector. Con este
proceder se irán «metabolizando» y superando progresivamente las ansiedades
sexuales y no sexuales que subyacen alimentando el trastorno sexual. El
terapeuta, además, debe favorecer una «mirada hacia el interior» del individuo,
evitando la «novelización» de su «curriculum vitae»
psicosexual, que el paciente es muy proclive a presentar, sobre todo en los
primeros momentos del proceso terapéutico. El terapeuta debe evitar hacer
interpretaciones, dejando al paciente la responsabilidad de elaborar su propia
comprensión del desorden sexual. debe evitar también la actitud moralizante e
inquisitoria, siendo capaz de clarificar el material presentado por el
consultante. El sexoanalista se centrará sobre el aspecto sexual, resituando
constantemente el material histórico con su problemática sexual. El “transfert”
no se le estimula ni se le interpreta, a menos que haya resistencias
importantes a la evolución terapéutica. Dado que el SA pretende favorecer la
introspección y descodificar el inconsciente sexual, es extremadamente útil
que el terapeuta se haya preocupado de conocer su propia dinámica sexual.
Cuadro
terapéutico
En SA se recomienda que las entrevistas
terapéuticas se realicen frente a frente. Esta posición se previlegia sobre la
de diván, dado que reduce los movimientos regresivos y facilita el paso del
imaginario a la realidad. Por el contrario, dado que la posición tumbado o
reclinado favorece la libre asociación y las elaboraciones fantasmáticas y
oníricas, se puede intercalar cuando haya resistencias a acceder a estos
registros y en las etapas de anamnésis y descodificación del imaginario. La
frecuencia es de una vez por semana y cada sesión tiene una duración de 45 a 50
minutos. Se recomienda pasar a dos sesiones por semana en fases críticas de la
trapia y en estados de gran sufrimiento y desestabilización del paciente. Por
supuesto al final del tratamiento el espaciamiento progresivo de los
encuentros es más factible. De todas formas no se exige una rigidez sino más
bien una elasticidad que permita al terapeuta dar con el cuadro terapéutico más
adecuado.
La entrevista individual ha sido y sigue
siendo mayoritariamente preferida para un trabajo SA más profundo, dado que
permite más facilmente acceder a la dinámica erótica, al mundo fantasmático y
al inconsciente sexual. Hay que tener presente, que la practicabilidad de la
espeleología profunda en la intimidad sexual del individuo que ha escogido el
SA para desactivar los cimientos del “DNA” implicado en el mantenimiento del
trastorno sexual, es más difícil cuando hay un espectador, aunque ese
espectador o espectadora comparta la intimidad afectiva o/y sexual con el otro.
No obstante la realidad y exigencias clínicas han permitido superar esta norma
y desde hace algún tiempo se vienen practicando por algunos sexoanalistas,
entre los que me incluyo, sexonálisis y terapia de orientación sexoanalítica,
en pareja y en grupo, con resultados prometedores.
Aparte de estas innovaciones, expuestas en el
párrafo anterior, el SA evoluciona y se enriquece con una investigación y
experimentación continuada. Aunque el SA tiene una base teórica bien definida
y elaborada, así como una sólida y eficazmente estructurada técnica
terapéutica, no por eso pretende exigir a sus practicantes, el voto de pureza y
fidelidad a un modelo ortodoxo de SA. Más bien está abierto a una elasticidad
para utilizar otros recursos que permitan al terapeuta adaptar su intervención
y las posibilidades mutativas de su paciente, teniendo en cuenta los límites de
lo real. Por lo tanto, esto nos lleva a establecer una distinción estre la cura
sexoanalítica standard
y la terapia de orientación sexoanalítica, sin que por ello nos impida
integrar componentes de uno y otro enfoque cuando el caso así lo requiera: «el
sexoanalista deberá ser capaz de aliar las posiciones analítica y
extra-analítica. Sugestiones, prescripciones comportamenta- les, corporales o
fantasmáticas, palabras de apoyo son algunas entre otras tantas maniobras
extra-analíticas que el terapeuta debe ser capaz de hacer en el caso donde la
indicación de un SA no está suficientemente clara» (Crépault, 1999).
Algunos aspectos teóricos y técnicos del SA
son, a su vez, utilizados y bien apreciados por los practicantes de otros
modelos sexoló- gicos como el cognitivo-conductual (Sicuro, 1999) y el
sexo-corporal de J-Y. Desjardins.
Indicaciones
Todo trastorno sexual psicógeno que resulte
de una perturbación del proceso de individuación sexual o de un conflicto
sexual importante. Para determinarlo en un pricipio nos podemos apoyar en la
naturaleza del trastorno sexual. Así tenemos: las sexosis (disfunciones
sexuales) primarias, el hipoerotismo coital, los trastornos de la orientación y
de la identidad sexual, las erotizaciones atípicas (parafilias), las
intoxicaciones y adicciones sexuales (obsesiones, masturbación compulsiva
...), las disforias intersexuales, los trastornos del lazo intersexual.
Criterios de
selección
La persona que consulta debe tener una
motivación endógena mínima para el cambio. Debe poseer también una cierta
aptitud para interiorizar los insights afectivos; esto
conlleva una capacidad para reflexionar desde el interior sobre los
significados inconscientes de su trastorno sexual. Aptitudes para la
elaboración fantasmática, con una cierta riqueza del registro imaginario y una
ausencia del pensamiento operatorio, es decir de aquellos que tienen dificultad
para mentalizar los afectos y representarselos bajo la forma de fantasmas. Se
requiere que las personas tengan una cierta madurez psi- coafectiva y que no
tengan confusión entre lo real y lo imaginario.
Proceso
terapéutico
Las etapas implicadas en el recorrido
terapéutico sexoanalítico son: la evaluación, la alianza de trabajo y la
clarificación; el análisis del significado del trastorno sexual, el trabajo
corrector sobre el imaginario y lo real. Una vez hecha la evaluación
sexoanalítica y que un SA ha sido indicado como pertinente, éstas etapas pueden
interimbricarse entre sí.
a. La evaluación
sexoanalítica: esta etapa es el punto de partida donde se pretende:
-
determinar
si hay un trastorno sexual;
- determinar el origen
psicológico, orgánico o mixto del trastorno sexual (TS). En caso de dudas,
hacer o pedir una evaluación médico-sexológica especializada para determinar la
génesis del TS (Manzano, 1996);
- establecer un
diagnóstico sexológico provisional;
- adelantar un
pronóstico con o sin tratamiento;
- determinar la
pertinencia de un SA o de un SA de ensayo de una duración máxima de diez
consultas;
- referir si hay
aspectos que no son de la competencia del terapeuta.
Esta evaluación debería completarse dentro de
las tres primeras consultas. En la primera de éstas se indagan los motivos de
la consulta, no dejándose ‘’cegar por lo visible’’ (Crépault, 1989). Estos
motivos podrán ser conscientes e inconscientes y nos permitirán hacernos una
idea de la motivación y expectativas del paciente. Conviene preguntar por la
hipótesis que tiene el paciente de su TS. Esto nos permite orientarnos en un
principio sobre la funcionalidad posible del TS, es decir sobre los beneficios
y ansiedades comprometidos en su TS.
Es importante hacer una anamnésis somera al
principio, de:
- la naturaleza del TS:
si es primario o secundario; situacional, selectivo o global; circunstancias de
aparición. En las erotizacio- nes atípicas, si es fantaseado o con paso al
acto; monomorfo o polimorfo; egosintónico o egodistónico;
- la situación sexual
presente: las fases del deseo, excitación y orgasmo; si hay o no dolor; la
frecuencia real e ideal de relaciones sexuales (RS); grado de satisfacción y de
investimiento afectivo; masturbación; reacción de la pareja;
- la historia familiar:
relación con el padre y con la madre y de éstos entre sí; los mensajes y
enseñanzas sobre la sexualidad; la percepción de los padres sobre la pareja y
sobre el varón y la mujer; rango y relaciones con los hemanos;
-la historia
sexual: los hechos más significativos de la infancia en la época actual;
- la identidad de género:
cómo se percibe dentro de su identidad sexual; cómo cree ser percibido por el
mismo sexo y por el contrario; cuál es el ideal de las características morfopsicológicas
atribuibles a su propio sexo;
-el lazo
intersexual: la percepción del otro como ser sexuado; el grado de disforia
(malestar) sentida en la relación con el otro sexo; la pareja ideal; la
capacidad para erotizar la agresividad fálica;
- la fantasmática
sexual: sobre todo, la naturaleza y la evolución de los fantasmas sexuales
desde la infancia hasta el momento actual; las circunstancias que favorecen la
aparición del fantasma central17; las relaciones entre el fantasma
y la realidad;
-los sueños
sexuales recurrentes.
-la historia
social.
-el lenguaje
corporal.
-la historia
médica y psiquiátrica.
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