Asociación Estatal de Profesionales de la
Sexología (AEPS)
ANUARIO DE SEXOLOGÍA
N° 6. Diciembre 2000
ÍNDICE
AMEZÚA,
E. En el XXX aniversario de Human Sexual Inadequacy:
La terapia sexual de Masters y Johnson desde
el marco de la Sexología: concepto y claves básicas
DE
LA CALLE, P. Acerca del deseo sexual. Reflexiones preliminares para un modelo conceptual integrado
ZAPIAIN,
J. G. Educación afectivo sexual
GÉRVAS, J. J. y DE CELIS, M. El climaterio en
la mujer: una aproximación desde la teoría de los sexos
LANDAARROITAJAUREGUI,
J. R. Términos, conceptos y reflexiones para una comprensión
sexológica de la transexualidad
GARCÍA,
M. y DE DIOS, R. Transexualidad: una revisión del estado actual del tema
GONZÁLEZ,
L. M. La voz de la musa: una difícil descolonización corporal. Perspectivas
teóricas y artísticas
Efigenio
Amezúa *
* Director de los Estudios
de Postgrado de Sexología.
Instituto de
Sexología-Universidad de Alcalá. C/Vinaroz, 16. 28002 Madrid. E-mail: incisex@incisex.com
El autor parte de la
base de que la Terapia sexual creada por Masters y Johnson ha supuesto una
revolución sin precedentes en el tratamiento de los problemas sexuales.
Igualmente que el objetivo de la misma no ha sido sólo curar sino también, y
sobre todo, mostrar un nuevo modelo de ars
amandi entre los sexos. Con ello la Sexología
cubrió su gran carencia relativa a la intervención terapéutica. El fenómeno de
la Terapia sexual de Masters y Johnson ha generado imitaciones y versiones
desde otras disciplinas. Pero el marco de la Sexología es aquel desde el cual
ha ofrecido su más rica contribución. Desde este marco se ofrecen su concepto y
claves básicas.
Palabras clave:
Intervención en Sexología, Terapia sexual, Masters y Johnson, Ars
amandi.
ON
THE 30TH ANIVERSARY OF HUMAN SEXUAL INADEQUACY: MASTERS & JOHNSON'S SEX
THERAPY FROM THE SEXOLOGICAL FRAMEWORK: CONCEPT AND BASIC CLUES
The
author starts from the assumption that the Sex Therapy created by Masters and
Johnson has been an unparalleled revolution in the treatment of sex problems.
Likewise, treatment been not been the only aim, showing a new pattern of ars amandi between
the sexes has been an objective too. Sexology has met the need related to the
intervention in therapy. Masters and Johnson's Sex Therapy has generated
imitations and versions from other disciplines. But it is within the framework
of Sexology where the richest contribution has been made. It is indeed from
this framework where the concept and basic clues are offered.
Keywords:
Intervention in Sexology, Sex Therapy, Masters and Johnson, Ars amandi.
Introducción
Se cumplen este año
tres décadas -fue exactamente en 1970-, desde que William Masters y Virginia
Johnson, los más importantes científicos de la Sexología en el último tercio
del siglo XX, pusieron a punto el dispositivo terapéutico más innovador para el
tratamiento de las dificultades comunes en las relaciones entre los sexos. La
obra con la que todo empezó fue Human Sexual
Inadequacy1.
Hasta entonces la mayoría de estas dificultades no habían tenido arreglo o lo
tenían, en parte, tras un enorme trabajo de larga y costosa duración. Por el
contrario, el nuevo hallazgo ofrecía brevedad y facilidad,
dos cualidades
suficientes para convertir su oferta en una referencia imprescindible.
En términos técnicos,
se conoce esta nueva fase como la era de la Terapia
sexual. En términos más amplios -y de mayor interés
para todos- se trata, no sólo de poder contar con el arreglo o solución de una
serie de problemas, por muchos que éstos sean en términos cuantitativos, sino
del salto cualitativo que inaugura un nuevo ars
amandi entre los sexos. Si el primer descubrimiento
fue innovador por lo que se refiere a la clínica, el segundo lo ha sido aún
mayor por sus repercusiones en la educación y en la cultura de los sexos.
Se ha dicho que la forma más eficaz de
arreglar problemas es su prevención. Pero sería muy poco quedarse en esta
afirmación referida al ars amandi nuevo. Se trata en realidad de
una de las innovaciones de la Terapia sexual, al
constatar no sólo la forma común de producirse los problemas, sino el cómo de
sus soluciones. Dar, pues, protagonismo a este nuevo ars amandi
de los sujetos es una cuestión tan importante o más que tratar de resolver los
problemas creados por el anterior. Dicho de otra manera: la Terapia
sexual y el nuevo ars amandi han nacido y
crecido juntos. Por ello no es de extrañar que tengan tantos puntos en común. Y
se ha dado poco interés a esta coincidencia.
Por otra parte, tras el producto de Masters y
Johnson, se pusieron también en circulación una serie de imitaciones y
réplicas. Por ejemplo, las de Kaplan, LoPiccolo, Annon, etc, llamadas también
terapia sexual, si bien, como Masters y Johnson han afirmado al cabo de los
años, existen diferencias tanto entre ellas -algunas sustanciales-, como entre
ellas y el modelo que les dio origen.
Por ello nos parece interesante volver al
modelo original y plantear su concepto de Terapia sexual, así como las que
consideramos sus claves básicas. Como sucede con todo fenómeno, cuando se
mezcla con otros, se transforma y, con frecuencia, se enriquece.
Y también se adultera,
se diluye y difumina.
Partimos de la base de que Masters y Johnson
idearon la Terapia sexual en el marco del hecho de los sexos, que es el de la
Sexología. O, mejor dicho, si en el comienzo de sus investigaciones, no fue
así, pronto descubrieron que éste era el gran filón. En otro lugar nos hemos
detenido en el desarrollo de este planteamiento2. De ahí el interés
de situar el eje central en torno al cual se articula esta clase de terapia: el
factor sexual.
I. Conceptos: el factor sexual
Las bases teóricas de la -como, por su parte, las del - operan desde
un quicio conocido y nombrado como factor sexual. Aclarar
qué es y en qué consiste este factor sexual, esta función sexual, esta
dimensión sexual, es una cuestión de conceptos, sin los cuales no pueden
entenderse ni las claves básicas de las que se parte ni las estrategias que, a
su vez, se derivan de ellas, tal como serán desarrolladas en los capítulos
siguientes. Por eso empezaremos por él.
Un
concepto falseado
La gran divulgación -y de ahí el lenguaje de
uso- nos ha acostumbrado a convivir con un error básico del que se derivan un
sinfín de otros errores. Como este error de partida se ha extendido tanto se
diría que todos lo han dado por incorregible y así sigue. Pero resulta que ese
error no puede ya mantenerse si se quiere entrar a fondo y explicarse algo de este
universo
sexual que es el universo de los sexos
con una cierta coherencia. En fases anteriores se dijo que no era el momento
por estar todos empleados en un discurso permisivo, o de moral, en el que no
cabían otras preocupaciones. Ahora que la permisividad se ha instalado, puede
que sea el momento de profundizar más en ello y dar este otro paso. Es el paso
de la moral normativa -sea represiva o permisiva- a la epistemología y el
conocimiento.
¿En qué consiste este error? En realidad el
hecho es tan simple de entender como farragoso y tedioso de explicar por la
cantidad de equívocos acumulados. Si vamos por el lado simple, se trata de que
la noción de sexo que se ha extendido no coincide con la que es. Así de
sencillo. Se trata de un concepto falseado. La noción que la gran divulgación
-la de los grandes titulares- ha difundido y mantenido consiste en lo que, de
antiguo, tuvo el nombre de concupiscencia, lascivia o lujuria -el de libido,
no ha estado exento de responsabilidad en ello, a su manera, como el de instinto-
y que, por la moral en vigor durante siglos, fue legada como sinónimo de vicio
o, técnicamente, en la terminología cristiana, fomes peccati y fornicación.
Esta operación fue iniciada en el siglo XIX pero tomó fuerza y extensión masiva
a lo largo del XX.
Donde se decía “apetito carnal desordenado”
o “deseo de fornicación” -póngase un largo etcétera- se superpuso el sustantivo
sexo
y su adjetivo sexual.
Esta argucia tuvo éxito, especialmente porque resultaba anticuado seguir usando
aquel “horrible lenguaje” y, a su vez, quedaba cada vez más esnob, más acorde
con los tiempos, decir o escribir sexual en lugar de lujurioso,
libidinoso o lascivo. En la segunda mitad del siglo XX
esta terminología ha quedado ya en desuso.
Resultaría hoy ya insoportable ofrecer una
actividad docente sobre “Fornicación sanitaria” en lugar de llamarla “Educación
sexual”. Y sin embargo una gran parte de esa educación centrada en la práctica
del sexo no es sino la trasposición de aquel concepto bajo este otro lenguaje.
En todo caso el equívoco habría quedado sólo del lado de la moral si no hubiera
sido porque, con la generalización de esa noción de sexo, se logró también que
perdurase la otra del viejo sistema científico conocida de atrás como locus
genitalis, tan vinculada con la anterior durante siglos. Nos
referimos a la noción de las ciencias naturales desde Aristóteles, Hipócrates,
Galeno y, tras ellos, la tradición que hizo de uno de los sexos el locus
reproductor por excelencia y por definición, hoy sustituido por
el locus
del placer.
De esta forma las dos tradiciones -la de la
fornicación y la del locus
genitalis, es decir la de la moral antigua y la científica del
viejo modelo- formaron un núcleo compacto frente a las posibilidades
epistemológicas del concepto moderno de sexo y de su valor explicativo y
comprensivo, que es donde reside su gran innovación y su riqueza, como tal
concepto que da cuenta de la identidad de ambos sexos por igual como sujetos y
con independencia de sus funciones asignadas por la naturaleza o por las
mores. Es precisamente este moderno paradigma de los sexos el que inaugura el
nuevo ars amandi.
Paradigma
sexual versus “mero
sexo"
Se ha confundido tanto el sexo con la
reproducción y el placer que se ha terminado por olvidar su misma entidad
epistemológica. El dato puede haber resultado nimio, pero sabemos que no lo
es. Y es que la reproducción, el placer y el sexo son tres conceptos y no dos.
Con frecuencia se asocia la noción de sexo con la reproducción o con el placer.
Se da incluso como probado que el sexo sirve para la reproducción y para el
placer. Y se olvida que, así como la función reproductora sirve para reproducir
y la del placer sirve para disfrutar, la función sexuante -que no es
ninguna de las anteriores sino una previa a ellas, y distinta- tiene su fin
propio como corresponde a la sexua- ción y la sexualidad
de los sujetos. El paradigma moderno del hecho de los sexos ha abierto este
horizonte con el que se inician las mayores innovaciones a las que hemos asistido.
A partir de ese quid pro quo -de esta
serie de equívocos y confusiones entre los mismos conceptos-, lo que la
divulgación ha extendido es que el sexo es “lo que se hace con los genitalia"
o, en todo caso, lo que se refiere a su ejercicio. De ahí las expresiones de
uso tales como “hablar de sexo”, “hacer el sexo”, “practicar el sexo”, “el sexo
seguro”, “el mero sexo”, o simplemente “el sexo”. Y es preciso insistir: el
mantenimiento de ese equívoco de fondo no da ya más de sí, por muchos
circunloquios o giros del lenguaje de los que “ese sexo” sea acompañado o con
los que se trate de llenar ese vacío o de obviar esos equívocos permanentemente
arrastrados.
Esta operación de vaciado del concepto
explicativo y de su reducción a una práctica ha sido reforzada por una
igualmente sesgada educación sexual que, partiendo del antiguo modelo del locus
genitalis, se ha dedicado a extender fórmulas y tópicos sobre
ese locus
y su práctica, en lugar de divulgar un conocimiento de los sexos en el que sus genitalia
tienen otra dimensión a partir de los sujetos como tales sujetos sexuados.
Un concepto es verdadero o falso cuando se
adecua o no a lo que de hecho significa y cuando explica lo que le corresponde
explicar. Y con una noción de sexo que no corresponde, mal podemos entendernos
en la cadena de realidades que se derivan de ella. Lo que los sujetos buscan y
desean son relaciones
sexuadas con el otro que es sexuado y por el hecho de ser sexuado.
Las claves de esas complejidades están hoy en el paradigma de los sexos y no
en el antiguo locus
genitalis. La lógica y el conocimiento que interesan a los
sujetos para poder aclararse no es la de ese sexo al que se les ha impelido y
constreñido, sino la lógica y el conocimiento de los sujetos sexuados y en la
que los genitalia,
como veremos, son órganos terminales y no de su organización. En esa lógica y
ese conocimiento puede entenderse y explicarse su ars amandi que tiene muy
poco que ver con la llamada “práctica del sexo” o “el mero sexo”, incluso con
el recurso a la noción de amor para contraponerlo al sexo que es, como veremos
más adelante, la forma más conclusiva, si cabe, de mantener la noción de sexo
en su más bajo nivel de contenido como “sexo, sólo sexo”, o sea, “mero sexo”.
El
concepto moderno
El concepto moderno de sexo, tal como se
inicia -hace ahora unos doscientos años- tras la Ilustración, es decir, tras el
establecimiento y consolidación de la Época Moderna, es el que da cuenta de
cómo los sujetos son o llegan a ser de uno o de otro de los dos sexos en los
que se configura la condición humana. Y es esa condición humana la que se
vive, la que desea vivirse, en relación. Ni el instinto de reproducción ni el
aliciente del placer han sido capaces de responder a esa llamada de los sexos
para convivir.
Por esta vía entró el concepto y en ella
siguió y sigue, de hecho, por más que una serie de equívocos hayan tratado de
llevarlo en otra dirección.
La historia de este proceso es larga y
compleja y por eso podemos ahorrárnosla. Pero es importante, al menos, observar
que así como la reproducción
tuvo y tiene sus términos y conceptos propios, y el placer tuvo
y tiene también los suyos, es importante, decimos, no neutralizar ni anular la
sexuación
de estos sujetos -y por lo tanto su sexualidad-, es decir, el hecho de cómo
éstos se configuran y se viven como tales sujetos sexuados, con todas sus
consecuencias que son muchas, por cierto; entre otras, sus maneras de desear y
convivir como posibles amantes que se encuentran según, de hecho, ellos mismos
buscan y desean.
Por otra parte, no es ya presentable que
quienes en tantos campos del conocimiento han dado pasos tan avanzados sigan
con éste en su nivel arcaico. La cuestión no reside, pues, como tantas veces se
dice todavía, en los problemas sexuales como problemas del sexo, sino
en el hecho de los
sexos. Éstos incluyen aquéllos, pero no a la inversa. Y sólo
desde este marco podrán ser explicados o entendidos muchos factores que, de
otra forma, resultan inexplicables con una mínima lógica y coherencia.
Tomando, pues, este concepto de sexo en
serio, la Terapia
sexual ha elevado el factor sexual -la dimensión de los sexos,
pues eso y no otra cosa quiere decir sexual- a su punto de
partida, a su comienzo. Más aún: al lugar epistemológico que le es propio. Y
desde él ha tratado de actuar. Sus claves básicas no residen en el locus
genitalis, ni siquiera en el cerebro, como algunos han propuesto
en un voluntarioso intento de salir de la obsesión por la entrepierna, sino en
el mismo factor sexual, es decir en el nuevo paradigma del hecho de
los sexos. Se comprende así cómo, más que de pareja, como se ha
entendido también voluntariosa y simplonamente -moralizadoramente- a la
Terapia
sexual,
de lo que se trata es de un enfoque radical, de raíz, desde el marco de
los sexos.
El
nuevo sistema de valores sexuales
Una de las consecuencias de este principio
es lo que Masters y Johnson, tanto en sus Escritos mayores como, y
sobre todo, en sus Escritos
menores, han llamado “el nuevo sistema de valores sexuales”. Sin
duda una enorme cantidad de cambios sociales y culturales resultan hoy ya
patentes. Pero este nuevo sistema de valores tiene su quicio y gira, por tanto,
en torno al mismo factor
sexual, lo que no resulta ya tan evidente. Nuevos equívocos se
han encargado de difu- minarlo de muy diversas formas.
Por ejemplo, un sector del feminismo teórico
de las últimas décadas ha tratado de salir de esos equívocos, si bien por otros
motivos, cortando por lo sano y recurriendo a otro sentido y lenguaje: el género.
De esa forma, el concepto de sexo falseado y su antiguo modelo del locus
genitalis han sido aún más reforzados y el remedio -por pensar sólo
en mujer, siguiendo el modelo antiguo y no en los sexos del paradigma nuevo- ha
podido resultar peor que la misma enfermedad, perdiendo la raíz y el quicio
-su episte- me: la sex-
del propio factor
sexual como concepto de referencia. Sobre ello tendremos ocasión
de volver.
Frente a estos y otros equívocos que inevitablemente
surgen por el concepto de sexo falseado será importante insistir en que estos
valores sexuales no son ya los valores del locus genitalis sino los
de ambos sexos y en la nueva entidad que éstos componen. En el nuevo paradigma
no puede explicarse un sexo sin referencia al otro. La respuesta
sexual humana de Masters y Johnson sólo puede ser entendida en
todas sus consecuencias en el marco del hecho sexual humano, o
sea, el de los sexos. Analizadas esas respuestas sexuales se trata de conocer
su lógica y de seguirla, así como de intervenir en ella contando con ella tal
como ella se configura y desarrolla. Éste ha sido el gran hallazgo de la Terapia
sexual por ser ésa la clave del nuevo paradigma y del ars amandi
de los sexos.
El
factor sexual y el encuentro de los sexos
Traduciendo este hallazgo a una fórmula de
uso, la Terapia
sexual ha tratado de conjuntar en lo posible lo conjuntable
entre los sexos y establecer entre ellos el mayor número de interacciones
posibles para que éstas puedan ofrecer lo que de hecho ofrecen: que sus
encuentros respondan a sus deseos y no ya a las normas con que han sido
regulados por otros criterios o modelos, sean éstos de una moral de siglos o
del mercado y la moda. Efectivamente, el antiguo modelo del locus
genitalis ha dado la importancia que le correspondía a la
reproducción y al placer. Pero es preciso buscar las consecuencias del nuevo
paradigma del hecho de los sexos para una adecuación y coherencia.
¿Para qué sirve el sexo? Para la reproducción,
se ha respondido desde el viejo modelo del locus genitalis y su
vecino, el instinto de apareamiento. Para el placer, se sigue todavía
respondiendo en reacción contra aquél, desde el viejo concepto de lascivia y
traduciendo sexo por instinto de fornicación, siguiendo la mezcla y los equívocos
de los antiguos modelos superpuestos. La nueva pregunta es: ¿por qué y para qué
el hecho de los sexos? Para la sexuación de los sujetos; y para explicarse -o
entender- uno de sus efectos más notorios: su variabilidad que es, en
definitiva, la forma de hacer posible la diversidad de sus deseos y, por lo
tanto, de sus encuentros, es decir, su ars amandi.
¿Qué buscan, en definitiva, los sexos como
tales sexos? Encontrarse y convivir entre ellos. Es obvio que en esos
encuentros pueden darse, y se dan, la reproducción o el placer. O a la inversa.
Pero conviene situar cada uno de los conceptos -la reproducción, el placer y la
sexuación, que son, recuérdese, tres y no dos- en su sitio respectivo para dar
el interés que tiene cada uno en su momento.
El factor sexual -el
concepto de sexo, o sea, de los sexos- difuminado entre tantos y tantos
equívocos, no ha resultado, pues, tan obvio como se ha dado por supuesto no
sólo en la divulgación, sino incluso en el campo profesional y en el
científico. No es de extrañar que, dadas las interpretaciones y lecturas de la
Terapia
sexual desde un modelo de sexo falseado, hayan necesitado nuevos
textos para explicarse. Esa función sexual -es necesario insistir: de los
sexos, de ambos sexos, de cada uno en particular y de los dos en relación- es
hoy ya conocida y considerada como una de las más importantes de los sujetos,
si bien su estudio adolece de ser más supuesto que explicitado. Muchos errores
proceden de esas creencias no revisadas y sometidas a examen con detenimiento.
La Sexología ha avanzado en sus conocimientos
y éstos requieren ser tomados de forma sistemática, no sólo en sus recortes o
en la versión de los grandes titulares. El impulso que Masters y Johnson han
representado para la Sexología en su vertiente clínica ha sido, sin ninguna
duda, el más espectacular en el último tercio del siglo XX. Pero sería
importante no perder de vista su cuadro teórico y disciplinar. Ello nos ayudará
a comprender mejor tanto el dispositivo de la Terapia sexual como su
objetivo: el nuevo ars
amandi de los sexos.
Los grandes titulares han contribuido a
ofrecer una imagen de la como un conjunto aleatorio
de posturas, técnicas, trucos o artilugios -toda una jerga- para la , ese sexo generalizado en su concepto falseado.
Contrariamente a esta creencia y a esa práctica, lo más importante de las
innovaciones no reside en dichas “técnicas sexuales” sino en las claves básicas
que dan sentido a unas u otras estrategias, así como a las tácticas que las
acompañan.
Por eso conviene que nos detengamos en
algunas claves
básicas que forman los pilares de la Terapia
sexual, sea cual sea la clase de problema en uno u otro punto del
argumento general. Las tres claves que expondremos a continuación, emanadas
directamente del análisis del factor sexual, ocasionaron una auténtica
revolución en los tres pilares clásicos de todo el formato terapéutico: en
primer lugar, sobre el objeto clínico; a continuación, sobre la etiología y el
diagnóstico; y, finalmente, sobre el mismo tratamiento.
Primera
clave: sobre el objeto clínico
Esta primera clave básica consiste en
considerar la queja o disfunción, sea cual sea ésta dentro de las listas de
uso, no como propia de uno o de otro de los dos componentes de la relación,
sino como el resultado o producto de un tercer elemento, es decir, del ars amandi
de la misma relación. “La unidad clínica -escriben Masters y Johnson- es la
misma relación sexual”3. Y ésta será, sin menoscabo de que, en su
momento, se traten unos u otros aspectos concretos de uno u otro de sus
componentes, el objeto central de toda observación.
No habría por qué extrañarse de esta clave
cuyas repercusiones son tan extraordinarias, si bien es explicable que resulte
chocante debido al esfuerzo o cambio que requiere con respecto a modelos
anteriores, habituados al tratamiento de individuos frente al planteamiento de
este objeto clínico nuevo formado por la relación. Sin duda se trata de un
vuelco epistemológico de la entidad clínica misma. Pero es en ese marco, en
esa “mesa de operaciones”, en la que las intervenciones resultan de la máxima
eficacia, incluso en cuestiones que parecen ser estrictamente individuales o
independientes de cada relación.
Se ha dado poco interés a esta clave expuesta
por Masters y Johnson. Y esto por dos factores: por un lado, porque la misma
realidad de la pareja se ha tomado en su sentido difuso y voluntarista o
moral, y, por otro lado, porque junto a la Terapia sexual, se han
desarrollado otros formatos o enfoques que llevan el nombre de terapia de
pareja, no siempre coordinados con ésta.
No obstante, si tomamos en consideración la
noción de pareja como el proyecto formado por dos sujetos cuyas estructuras,
vivencias, deseos y conductas se encuentran como dos sexos que son, se podrán
ver las cercanías entre lo que es terapia de pareja y terapia sexual. Otra cosa
es que, por sexual,
se entienda la alcoba o el uso de los genitalia, es decir el locus
genitalis antiguo separado de los sujetos, según la noción de
sexo falseada, y no lo que dice relación a lo que cada sujeto tiene de más
propio en dicha relación conjunta, que es el ser de uno o de otro sexo.
Segunda
clave: sobre la etiología y el diagnóstico
Esta nueva clave básica de la Terapia
sexual concierne a los pasos previos de la etiología y
diagnóstico para la definición de los distintos problemas denominados sexuales.
Es lo que se conoce en el modelo médico como anamnesis. Sin duda esta clave
resultó también excesivamente innovadora. Incluso, como se dijo,
revolucionaria. Antes de Masters y Johnson se estaba acostumbrado a distinguir
dos parámetros diagnósticos: uno de orden orgánico o biológico y otro de orden
mental o psicopatológico. Tras la prio- rización del marco
relacional como objeto clínico principal, estas causas de los
problemas fueron automáticamente replanteadas. Y es que tanto los factores de
la patología orgánica como los de la psicopatología que ocupaban un destacado
sitio en el orden anterior pasaban a ser secundarios, no porque no fueran de
interés en su momento para ser tenidos en cuenta sino porque no son los de más
interés para el diagnóstico y, sobre todo, para un tratamiento
centrado en las interacciones de la relación como objeto principal.
Dada la línea de uso en los diagnósticos,
Masters y Johnson siguieron también con ella señalando esas causas o factores
cuando éstos resultaban claros y directos, aunque en porcentajes bajos. “Se
estima -escriben en un balance de 1987- que entre un 10 y un 20 por 100 de
estos problemas tienen una causa preponderantemente
orgánica... En otro 15 por 100 estos factores orgánicos contribuyen
a que se produzcan los trastornos aun cuando no constituyan la
causa única o directa”4. Por eso es siempre conveniente un reconocimiento
en el que sean detectados estos factores, como es el caso de la diabetes o el
alco- lismo, especialmente en las dificultades relativas a la erección. O el
de las lesiones o trastornos neurológicos, las infecciones genitales, las
deficiencias hormonales, o los problemas vasculares. Es también el caso de la
toma de algunos fármacos, como los reguladores de la tensión arterial,
anfetaminas, sedantes o estupefacientes que, como es sabido, pueden constituir
diversas disfunciones.
En algunos problemas más específicamente
masculinos, no obstante, como la eya- culación precoz o la aneyaculación, es
muy raro encontrar este tipo de factores en su génesis. En las disfunciones
femeninas la rareza de las causas orgánicas es todavía mayor, con excepción de
algunas dispareu- nias que el reconocimiento ginecológico puede detectar.
Suelen señalarse, entre otros, la ingestión de algunos fármacos productores de
sequedadades vaginales, así como ciertas infecciones genitales o estados carenciales
de estrógenos.
Baile
de cifras
Más difícil todavía ha resultado el establecimiento
de una relación de causa-efecto entre los llamados factores psicopatológicos
y las dificultades sexuales al no disponer de verificaciones
empíricas, por más que un tópico haya generado el uso tan en voga de pensar que
si no hay causas orgánicas de muchos problemas deberá haberlas de otro estilo y
ésas han dado en nombrarse con el prefijo psico, al que luego le
ha sido añadido el sufijo socio o la no menos ambigua fórmula psico-sexual.
A partir de ahí, según la procedencia médica
o psicológica de los distintos estudios, puede asistirse a los conocidos
bailes de cifras sobre el porcentaje que se lleva cada clase de causa en los
problemas sexuales. Unos dirán: el 85% es de origen orgánico frente al 15% de
origen psicológico; otros dirán: el 70% es de origen orgánico, frente al 30% de
origen psicológico; otros: el 40% es orgánico, frente al 60 % psicológico; o el
20% de origen orgánico frente al 80% psicológico. Y así sucesivamente. Hemos
podido ver tal cúmulo de combinaciones que resulta imposible darlas todas, tal
es el abanico de opiniones divergentes en torno a esos parámetros.
Entre la clase de los llamados factores
psicológicos -a veces se llaman psicológicos, a veces
psicopatológicos: siempre, en todo caso, con sufijo psi- se suelen apuntar los
propios del desarrollo en sus distintas fases o etapas, como son los trastornos
generales de la infancia, la adolescencia, juventud, etc., dentro de los
cuales algún percance o acontecimiento podría haber contribuido a crear éste o
el otro problema sexual concreto del que se trate en cada caso. Es sabido, no
obstante, que los mismos o parecidos fenómenos no afectan a todos por igual,
de donde es fácil concluir la relativa y dudosa causalidad psicológica
de tales factores, a no ser que por psicológico se entienda todo, lo que
termina en el contrasentido de no saber a qué se denomina sexual,
cosa que no es, por cierto, nada banal y por la que habría que empezar.
El
marco del ars amandi
De ahí que, frente al protagonismo de esa
doble división de causas en el diagnóstico diferencial, Masters y Johnson no
dudaran en afirmar en uno de sus Escritos mayores: “La
más abundante etiología de los problemas sexuales, más que de origen médico o
psico- patológico, procede de las carencias educativas y de la ignorancia de
la función sexual”5. En las relaciones de los sexos no se trata,
pues, tanto de diferenciar entre factores orgánicos y mentales, como
todavía se discute en ocasiones, sino del encuentro entre
uno y otro sexo con
unos u otros factores. Por ello, sin menoscabo de que, a efectos del estudio y
de la casuística, muchos factores sean de interés para la aplicación de unos u
otros recursos -y todos deban ser estudiados- el eje conductor tanto del
diagnóstico como del tratamiento seguirá siendo la relación, es decir, el ars amandi
en cuyo marco esas dificultades se producen y se viven6.
Lo que se conoce como diagnóstico sexual en
el sentido más claro es, en definitiva, el de la situación de cada sexo con el
otro o, si se prefiere, de cada sujeto en tanto que sujeto sexuado. Eso y no
otra cosa quiere decir sexual y no lo relativo al ejercicio de sus
genitalia.
Todavía más: el ars
amandi de cada sujeto, como desembocadura pragmática o visible de
su dimensión sexual, es lo que lo refleja y resume. Se trata, pues, de las
interacciones de los sujetos sexuados como tales sujetos sexuados con otros
sujetos sexuados.
Primar este eje conductor que constituye el
hecho de los sexos y su ars amandi por encima de los otros factores
constituye el núcleo de esta segunda clave básica, o del diagnóstico, en la Sex
therapy. No hace falta insistir en que no se trata de negar o de
no considerar otros factores, sino de considerar este eje por encima de los
otros. Más exacto sería decir: a éstos girando en torno a él. Es, como vimos,
el quicio del factor
sexual. Desde este punto de vista, el recurso tan en uso al
conocido esquema bio-psico-social necesita una revisión.
Tercera
clave: sobre el tratamiento
La tercera clave reside en el hecho de que el
tratamiento de la Terapia
sexual tiene lugar siempre centrado en la relación sexual. Todas
las estrategias, tácticas, técnicas o recursos son aplicados indistintamente a
uno u otro de sus componentes en el marco de dicha relación. Más exactamente:
es la relación la que recibe el tratamiento, aunque en ocasiones pueda dar la
impresión de que se dirige a sus componentes. Es importante destacar que esta
clave no debe confundirse con la diversidad de recursos específicos para cada
uno de los problemas o para algunos de esos problemas en sus distintas fases
del proceso terapéutico.
La novedad de esta clave sigue resultando
muy desconcertante en algunos sectores que, de forma vestigial, priorizan
todavía los llamados factores orgánicos o psicológicos sobre el mismo ars
amandi. En efecto, en la Terapia sexual, aunque
se den estos factores, el marco del tratamiento será siempre el del ars
amandi, sin menoscabo de que, como es obvio, se traten esos
factores específicos con los recursos específicos en su debido momento. Dicho
de una forma más clara: el marco global es más importante que cualquiera de
sus factores porque incluso esos factores operan de otra forma en un marco
general que fuera de él.
Ello requiere no solamente adaptar algunos
de los detalles o aplicar algunas de sus técnicas, sino fundamentalmente no
perder de vista la principal clave que permite la aplicación organizada y
secuencial de todo su conjunto. La base de esta clave reside en el principio de
que, así como las dificultades se crean o aparecen en el curso de una relación,
así también son más fácilmente detec- tables y abordables en ella.
Hay algo más: el concepto de sexo -el factor
sexual- sólo puede ser entendido como una estructura relacional desde la
sexuación de cada sexo. No se trata, pues, de una ocasional medida voluntariosa
o de colaboración entre los miembros de la pareja -“que la pareja
colabore...”-, sino de una clave básica de epistemología y conceptos, lo mismo
para el conocimiento teórico de los fenómenos que para el tratamiento de sus
problemas. Las implicaciones que se derivan de esta clave básica, así como sus
aparentes complicaciones y complejidades no suelen superar sus aportaciones,
por lo que, aunque algunos elementos hayan sido modificados con el tiempo, este
principio ha seguido cada día más firme y consolidado7. Se ha
criticado a Masters y Johnson en este punto por tener, se ha dicho, una idea
previa de la pareja. Pero no se trata de pareja sino de relación de los sexos.
Curiosamente no se sabe muy bien cuál es su idea de pareja si no es la que cada
relación tiene de sí misma que es, en definitiva, la que crea o no crea unos u
otros problemas. Y de ahí que, más que una idea abstracta de la pareja, se
trate del ars
amandi concreto y propio de cada relación: el que crean los
mismos sujetos sexuados que la forman.
La
organización
Estas tres claves básicas apuntan todas en
una misma dirección: el factor sexual, o sea, el hecho de los sexos. Y conducen
a un estilo de organización del modelo de la Terapia sexual. A nadie
le resulta extraño que todo lo que concierne a los sexos se lleve de forma
conjunta entre los sexos. De ahí que todos los pasos se enfoquen desde ellos.
El mismo formato de Terapia
sexual es conducido y organizado por un equipo de dos sexos: es
el dual-sex
team formado por expertos de ambos sexos y, más en particular,
como sucedió en el caso de sus creadores, de William Masters y Virginia
Johnson.
Hasta los más nimios detalles de la organización
del formato terapéutico serán una consecuencia de estas bases. Por ejemplo,
las estrategias, tácticas, técnicas y recursos que componen el formato completo
de la Terapia sexual -como es obvio, vistas desde los conceptos y las claves
básicas- ofrecen el fruto con el que Masters y Johnson iniciaron lo que ha sido
llamado la era de la terapia sexual. De ello nos hemos ocupado en otro lugar
con más detenimiento8.
Notas al texto
1
Masters,
W. y Johnson, V. (1979): La incompatibilidad sexual humana. Vers.
cast. Buenos Aires. Intermédica.
2
Amezúa,
E. (1999): Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología. Revista Española
de Sexología. Monografía extra-doble n° 95-96. Madrid.
3
Masters,
W. y Johnson, V. La
incompatibilidad sexual humana. (vers. cast. Intermédica, pp.
2-3).
4
Masters,
W., Johnson, V. y Kolodny, R. La sexualidad humana.
Barcelona. Grijalbo. vol. 3, p. 562.
5
Masters
W. y Johnson, V. (1970): Human sexual inadequacy. Boston. Little,
Brown and Company. p. 21.
6
Masters,
W., Johnson, V. y Kolodny, R. (1979): Concepts of Sex therapy, in Textbook
of Sexual Medicine. Boston. Little, Brown and Company. pp.
477-506.
7
Masters,
W. y Johnson, V. (1976): The principles of Sexual Therapy. American
Journal of Psychiatry. (133) pp. 548-554.
8
Amezúa,
E. (2000): El ars
amandi de los sexos: la letra pequeña de la terapia sexual. Revista
Española de Sexología. Monografía extra-doble n° 99-100. Madrid.
Pedro La Calle Marcos - Médico,
Sexólogo. Práctica privada.
Galena Salud. C/ Hilarión Eslava, n° 2, bajo
izq. A. 28015 Madrid. E-mail: placalle@galenasalud.com
Partiendo de la concepción del deseo sexual
como una emoción, el autor, a través de una revisión crítica de su descripción
tridimensional, intenta dar las claves reflexivas para la integración de los
conocimientos que aportan las distintas disciplinas en un esbozo de modelo
comprensivo integrado. Dicho modelo teórico concibe el deseo sexual como una
experiencia emocional erótica que se caracteriza por darse en la conciencia
irreflexiva del sujeto, suponiendo una codificación erótica de su estar en el
mundo. Esta experiencia es elicitada por un acontecimiento significativo desde
el punto de vista erótico y a su vez se expresa en forma de hecho significante.
La cualidad de ser un hecho significante es precisamente la clave para la
comprensión de su fisiología
y de su articulación o integración en la teoría de los sexos, ya que en último
caso se refiere a deseo del otro sexuado. Desde una perspectiva monista se
incluye el deseo en un continuo de respuestas adapta- tivas y se ejemplifica en
un intento de lexicografía. El deseo sexual como un deseo erótico debe ser
entendido como el producto de una erotización biográfica y por tanto debe ser
abordado desde el cultivo y la relación de los sexos.
Palabras clave: Deseo sexual, emoción, modelo
integrado, descripción tridimensional, teoría de los sexos.
ONSEXDRIVE:
PRELMINARY THOUGHTS FOR ANINTEGRAL CONCEPTUAL MODEL
We start from
the consideration of sexual desire as an emotion and we attempt a critical
revision of its tridimensional_description. We also try to produce some key
reflections in order to integrate the knowledge brought forward from different
disciplines and to devise a comprehensive and integrated model. This model
characterises sexual desire as an erotic and emotional experience which is
perceived by the subject within the realm of unthinking conscience and it
implies an erotic codification of his or her being in the world. This
experience is elicited by an event which is felt significant from an erotic
point of view and which is also expressed as a significant fact. Its quality of
significant fact is precisely the key to understand its physiology enabling us
to integrate it in the Theory of sexes. The experience is ultimately referred
to the desire for the Other One sexed. From a monist perspective desire is
included in a continuum of adaptive respon- ses and it is exemplified by an
attempt of creating a lexicography. Sexual desire as ero- tic desire must be
understood as the product of a biographical eroticism and, therefore, must
include sex cultivation and relation.
Keywords:
Sexual desire, emotion, integrated model, tridimensional description, Theory of
Sexes.
“el
origen del simbolismo erótico no es intelectual sino emocional"
Henry
Havelock Ellis.
Este documento supone un conjunto de
reflexiones y búsquedas, elige la hipótesis de que el deseo sexual es una
emoción, e intenta “adaptar” una visión fenomenológi- ca, la de Sartre, a la
definición actual de deseo
sexual. Al mismo tiempo articula esta hipótesis dentro del marco
más amplio de la teoría de los sexos de E. Amezúa. Se pretende así implementar
las discusiones que creemos se deben continuar teniendo sobre el deseo sexual.
Por tanto, seguiremos una defensa de la variable existencial en un posible
modelo de deseo sexual, sin que por ello consideremos que otras líneas de
trabajo no son esenciales. Si nos excedemos en algo, esperamos que no sea en un
integrismo que nos impida aprovechar los esfuerzos de otras perspectivas
distintas a las nuestras.
Quiero expresar mi agradecimiento a Javier
Gómez Zapiain1 y a Javier Moltó Brotons2, ya que sus
trabajos han sido un referente continuo para la elaboración de estos apuntes
que pacientemente han sido corregidos por Isabel Cervera. Con ellos pretendo
mostrar, en forma de tentativa, caminos de ensamblaje de muy distintas
corrientes, así como conclusiones personales que sólo son esfuerzos hacia una
mayor comprensión. En definitiva, trato de comunicar intuiciones, ya antiguas
y reposadas, que han ido tomando forma.
Discurso social
En el último cuarto de siglo XX el concepto
de deseo sexual ha ido ocupando de forma progresiva un lugar central en el discurso
sexológico. El modelo que se ha seguido para conceptualizarlo ha partido y se
referencia en el propuesto por Helen S. Kaplan3 (1979), quién más
tarde introdujo el deseo sexual como una fase del modelo de respuesta
sexual de Masters y Jhonson4 (1966). Consecuentemente
el deseo sexual ha entrado a formar parte de la nosología de las disfunciones
sexuales, que en términos generales se referencia en la respuesta sexual.
Se ha dicho que la nueva definición de deseo
sexual ha venido a sustituir a la clásica moral sexual5. Creemos
que éste es uno de los motivos por los que esta entrada ha tenido tan buena
acogida en el corpus
patológico, aún antes de haber madurado su definición y manejo.
Pero hay otros aspectos del deseo sexual que nos interesan más por parecemos
centrales en la discusión sexoló- gica moderna: por un lado, se trata de un
concepto que implica existencialmente a los sujetos, a los sexos; por otro,
creemos que es la propia dinámica de la relación entre los sexos la que ha dado
el protagonismo a este concepto. En este sentido pensamos que es principalmente
la mujer la que se ha hecho eco, precisamente porque supone un salto
cualitativo en la elaboración del concepto de respuesta sexual, y pone
en evidencia lo limitado de este modelo para dar cuenta de lo que ocurre en las
relaciones eróticas. Como hemos visto, la nosología ha invertido los términos,
y lo que de hecho es una oportunidad para la actualización y progresión de la
comprensión de un hecho sexual humano, se puede haber convertido en una
herramienta de moral sexual masculina.
Emociones
Se han conceptualizado todas las emociones a
través de la historia. Se las ha intentado comprender por la sencilla razón de
que son nuestros momentos significativos. Nos hacen decir que somos felices o
desgraciados; frecuentemente por ellas y con ellas valoramos nuestra vida
pasada, actual y quizás la futura. Curiosamente, casi todas las emociones fueron
deificadas en el mundo clásico. Son también experiencias que vivimos y que nos
acercan a un mundo que presentimos inmenso, que nos genera placer y dolor,
también en ocasiones vértigo.
El miedo, la ira, la alegría, la vergüenza,
el hambre, la tristeza, todas estas emociones son fenómenos significantes6,
experiencias que interpretan la realidad, pero que al mismo tiempo la
construyen de una forma determinada. “Significar es indicar otra cosa”7.
En general la percepción es siempre simbólica de alguna forma, interpretativa,
está “en el mundo”. Pero en el caso de la emoción, el proceso de construcción
de la realidad es más radical, cambia la lógica de lo percibido y se inscribe
en el cuerpo recuperando todos nuestros niveles de respuesta para constituirse
en un signo, un signo que habla de nuestra biografía en el mundo.
Respondemos de forma emocional ante la
percepción de cosas que interpretamos como importantes; en este caso, el objeto
de deseo, el otro sexuado8. En la medida en que nuestro deseo es
sexuado es diferenciado, y el objeto de deseo es emocionante en la medida en
que emociona a cada cual de modo muy particular, ya que cada individuo le da la
cualidad de atractivo de forma biográfica y relacional.
Entiéndase que no se trata sólo de las
“grandes emociones”; toda experiencia implica la misma estructura, los mismos
elementos; se trata de un continuo. De entre las cosas vividas, llamamos
emociones a una serie de experiencias porque en ellas, repetimos, la percepción
de la realidad se configura en una clave determinada; en el deseo sexual, en
clave erótica. Se trata de un proceso de erotización que organiza nuestro
estar en el mundo. Sentimos deseo sexual y ello convierte el entorno y tiñe
nuestra realidad bajo un signo erótico, y nuestras ideas, pensamientos,
cambios corporales, fantasías y gestos ofrecen al unísono muestras de ello. Se
podrían interpretar todas las emociones a partir del deseo..., de los deseos,
no sólo el erótico. Nuestra animación es la manifestación de nuestros deseos;
también nuestro dolor lo es.
Jean-Paul Sartre9 defendió el
sentido de las emociones como el de recursos existen- ciales; nos desvanecemos
ante el terror como una forma de huida, a través de transformaciones en la
consciencia construimos un mundo accesible bajo unos parámetros no lógicos,
diríamos que semejantes a los oníricos10. Sartre indica que
respondemos de forma emocional cuando no podemos acceder a otras formas de
respuesta de más alto nivel, más exigentes, quizás continuando la corriente que
él mismo critica, la que ve en la emoción una manifestación “inferior”, en la
línea de W. James y P. Janet. Sin embargo, vemos en las emociones una función
“elevada” y necesaria desde el punto de vista evolutivo. Todas nuestras
facultades son importantes y contribuyen a nuestra condición humana.
La descripción Tridimensional
Objetivo
primero
Se trata de hacer un recorrido a través de la
problemática disección del concepto de deseo sexual, diríamos que tan
problemática como la de la identidad. Lo pondremos sobre la mesa y lo veremos,
tocaremos, oleremos, saborearemos y escucharemos. Después pensaremos en una
pluralidad de deseos abstraídos en uno, pero sin fijarnos grandes objetivos,
más bien jugaremos a “hacer que hacemos”, porque sabemos que el concepto de
deseo sexual es escurridizo, caprichoso, inesperado... Sólo quedará entre
nuestros dedos la sensación de su presencia fugaz que generosamente se ha
prestado a su estudio.
Inscripción
Comenzaremos por el principio y, haciendo
caso omiso a las últimas líneas, tomaremos la actitud de Gregorio Marañón11:
“si nosotros... , tomamos una emoción cualquiera, como se toma un objeto cuya
composición se va a analizar”. Pues bien, ya hemos situado el concepto de
deseo sexual sobre la mesa y sabemos que es probable que sus distintas partes,
una vez diseccionado, nos expresen poco, pero intentaremos no perder de vista
en ningún momento su forma completa, su movimiento, su importancia y su
significación, la erotización que supone y alimenta la experiencia del deseo
sexual.
Esa suerte de metamorfosis que nos sugiere el
recuerdo de la experiencia que se inscribe en el campo de la erótica,
particularmente se trata de una experiencia emocional erótica.
Actitud
Queremos mantenernos al margen de la
discusión entre periféricos y centrales, arousa- les y apraisales, biologistas
y culturales, el huevo o la gallina. Sin embargo esta discusión estará
constantemente presente y esperamos manifestar una vocación monista. Para comprender
el deseo echaremos mano de todos los recursos, de todas las informaciones.
Porque si bien se refieren a visiones distintas, queremos ver entre los
diferentes léxicos grupos de conceptos que se acercan, que se agrupan dando
perspectivas acerca de lo mismo. Nos aferramos a ciertas perspectivas como
valores de identidad y esto es inevitable, pero intentaremos aprovechar todo
lo que sin duda supone un esfuerzo por comprender, en el sentido de captar el
significado, y entender, como percibir mentalmente, el deseo sexual.
Los
tres aspectos, al uso clásico
Se acepta hoy a efectos de estudio, al igual
que en los últimos quizá setenta años, que el deseo sexual es una experiencia
que consta de tres correlatos o perspectivas, que en realidad se han entendido
así, pero se suelen entender como elementos o componentes. Nosotros
insistiremos en su condición de correlatos: el cognitivo, el expresivo y los
cambios fisiológicos.
Distinguimos esta triple dimensión en forma
de superposiciones según diversos autores:
- Vegetativo, psíquico
y expresivo. (Marañón, 1920)12,
- Neurofisiológico-bioquímico,
motor o conductual expresivo y cognitivo o experiencial subjetivo (Lang, 1968).
- Sexuación,
sexualidad y erótica (Amezúa, 1979)13.
- Cuerpo, mente y
comportamiento (Johnson-Laird, 1988).
-Respuestas
fisiológicas, informes verbales y conductas expresivas.
(Ohman y Birbaumer, 1993).
En cualquier caso, podemos acercarnos a la
estructura del objeto de estudio que tenemos delante, de este recuerdo de
experiencia. Recordamos cómo nos alteramos fisiológicamente cuando
experimentamos un fuerte deseo sexual. Por ejemplo, podemos sentir rubor y
palpar nuestro corazón; sabemos además que expresamos este deseo con gestos y
actitudes, sonreímos, por ejemplo, y abrimos nuestras manos o nos vemos impelidos
a ello, e incluso proyectamos un modo de acercamiento de forma casi automática.
Por último, recordamos perfectamente cómo nuestra percepción se ve
¿particularmente transformada? si el deseo sexual erotiza nuestra percepción.
La misma realidad y en especial algún objeto de las cosas que nos rodean
adquiere una significación erótica o, dicho de otra forma, nos podemos dar
cuenta, podemos tener consciencia reflexiva de algo que ocurre
irreflexivamente. Por ejemplo, interpretamos las palabras del otro como
presagio de una unión. El mundo se polariza sobre aquello que provoca en
nosotros una atracción hacia un objeto y, de alguna manera, entra en nosotros y
nos es difícil separarnos de él. Al conjunto de todos estos cambios le llamaremos
experiencia
emocional erótica14. La forma de experiencia emocional
es diferenciada, es de cada cual, única. Se comparte con el otro la
interacción sexual en un juego de atracción y seducción integrado en una
erótica, campo de lo sexual.
El
deseo sexual encuentra correlatos descriptivos en los cambios fisiológicos,
cogniti- vos y gestuales, constituyendo esta estructura la expresión de la
experiencia erótica.
Los cambios fisiológicos
¿Solos
o acompañados?
Los cambios orgánicos son el correlato
sentido y observable del deseo sexual. Esta dimensión de las emociones ha sido
la favorita de los estudios positivos, ya que se ofrece a la cuantificación
en el laboratorio. Con frecuencia se manejan estos cambios como la prueba de
referencia o de certeza de que efectivamente ocurre una emoción, siempre y
cuando el informe verbal (dimensión cog- nitiva) mantenga una correspondencia
con ella. Esta visión generará serias dificultades: para la óptica conductista
sería preferible asociar los cambios fisiológicos a las conductas observables
(expresión), pero lo impide el hecho de que frecuentemente la emoción no se
acompaña de una expresión observable; a veces se da tan sólo como una tendencia
a la acción, y lo único que podemos encontrar unido a estos cambios fisiológicos
es un hecho de carácter cognitivo. Esta superposición dimensional entre lo
cognitivo y lo expresivo es lo que obliga a considerar los cambios
fisiológicos, para que sean representativos del deseo sexual, junto a aspectos
cognitivos o gestuales o ambos a la vez. El estudio de estos cambios siempre se
hace en el contexto de una situación eroti- zante o con referencia a ella.
Acompañados
Todo lo que sucede en el deseo tiene su
correlato en cambios fisiológicos, siempre nos movemos en un ámbito físico y
sólo podemos partir de este ámbito. Aquí nos referimos a los estudios
neurobiológicos, a los neuroendocrinos, en definitiva a todos los factores
cuantificables por la observación en cuanto a la fisiología y en general a la
biología.
Ahora sólo nos ocuparemos de dos nociones
importantes, las cuales son paradigmas en el discurso sexológico: lo que se ha
dado en llamar la respuesta
sexual y el concepto que la ha guiado, la
excitación, en su descripción preferentemente física, o la
activación, en su descripción preferentemente mental. Es común aludir a la
excitación como el resultado de un sistema independiente, pero con la
capacidad de ser sinérgi- co con el “sistema” del deseo sexual. Claro está que
se hace referencia a la excitación somática medida a través de cuantificadores
fisiológicos: vasodilatación, contracción muscular, tono de esfínteres, cambios
en el sistema vegetativo, electroencefalogramas y en general signos de
activación objetivados por exploradores orgánicos. Sin duda cuanto más
avancemos en las cuantificaciones mejor conoceremos la fisiología del deseo,
pero por ahora lo que conocemos está en la línea de medir la respuesta erótica,
la acción o interacción sexual, el deseo sexual, y no se analiza en realidad
una causalidad orgánica. Estos cambios, como decíamos, son de forma correlativa
el signo medible de aquello que percibimos por los sentidos, aquello que
sentimos.
La
excitación
Las hipótesis que defienden la autonomía de
un supuesto sistema excitatorio se basan en que la excitación, no es una condición
para el deseo sexual, ya que se puede sentir excitación y orgasmo sin la
experiencia de deseo sexual y a la inversa. Esto quizás sea posible, pero
hablamos de correlaciones, el grado de autonomía de los cambios orgánicos es
lógico ya que nuestro organismo es pluripotencial, el locus
y la manifestación somática no son exclusivos. Somos organismos complejos, los
cuales aprovechan al máximo sus recursos, por lo que los cambios fisiológicos
son comunes a muchas emociones y de aquí las teorías periféricas. Tanto la
excitación como el placer no son exclusivos de lo erótico. No es necesario
demostrar su independencia. En el orden del estudio que hacemos nos interesa
más su dependencia. En todo caso habría que especificar en estas
consideraciones de qué deseo y de qué excitación hablamos, así como
plantearnos si no estamos considerando independiente aquello que para la
consciencia reflexiva no lo es o aquello cuyas relaciones se escapan a nuestra
comprensión.
Al mismo tiempo y en un sentido inverso, en
el deseo sexual el cuerpo en mayor o menor grado acompaña a la percepción de lo
erótico; el correlato físico es fundamental, si no existe se trata de otro
concepto, no del que nos ocupa. No es preciso decir que los cambios pueden ser
exclusivamente cerebrales en la medida en que otras formas de participación
estén bloqueadas. La excitación en sí se puede considerar un reflejo que puede
ser simple, la consecuencia de un estímulo. No nos queda claro que ocurra
igual con el orgasmo, al cual consideramos una manifestación mucho más
compleja, al igual que a la percepción de placer erótico. Sería cierto que en
determinadas condiciones “una idea tan abstracta como la del placer puede tener
su correlato en la actividad de un pequeño grupo de neuronas”, pero sería dudoso
que se tratara de un “pequeño grupo”. La medición en términos de semiología
fisiológica y clínica de la interacción erótica habla del correlato
fisiológico.
Sistema
sexual
Según Vila Castellar15, fue Lang
el responsable de que “la emoción se entienda no como un fenómeno unitario
sino como un fenómeno que integra tres sistemas de respuesta relativamente
independientes”. Este planteamiento sobre los sistemas, que nosotros venimos
llamando dimensiones o correlatos, creemos que se encuadra en una corriente de
pensamiento que entiende las facultades de un organismo según una óptica de
fisiología organicista. Es probable que así ocurra con algunas de las
estructuras que integran la experiencia de deseo sexual, pero se corre el
riesgo de “cosificar” la experiencia si ampliamos esta óptica a todo el fenómeno.
Así, la neurobiología habla desde una óptica
orgánica: deducimos que se atiene a un concepto de sistema como “un conjunto de
partes o de órganos semejantes, compuestos de un mismo tejido y dotados de
funciones de un mismo orden”16. Y esta visión de lo fisiológico es
trasladada al conjunto de la experiencia del deseo, derivándose de ello
conceptos que pertenecen al ámbito de la fisiología, como la inhibición y la
activación, en una confusión de descripciones que tienen su desarrollo en las
nosologías y en las intervenciones. Sin embargo, si atendemos a una definición
más general de sistema como “un conjunto ordenado de cualquier clase de cosas
que se manejan para algo”17, sí podríamos hacernos una idea más coherente
de lo que es el sistema sexual.
Encontramos el concepto organicista de
sistema sexual en la línea que comenzó a finales del siglo XVIII el frenólogo o
proto- neurólogo Francis J. Gall18 con su “teoría de la pulsión”, a
la cual le correspondía un “centro” en el cerebro. Sin embargo Levay, al que se
nombra para representar esta idea, dice aclarando sus controvertidas declaraciones:
“...cuando hablo de un 'centro' sexual lo que quiero decir es que se trata de
un nudo crucial de un circuito complejo en el que participan muchas otras
regiones cerebrales”19. Es claro que, como decía el mismo Gall, el
“alma” reside en el cerebro, diríamos que de forma privilegiada, pero esto no
significa que sea el cerebro o que se pueda leer el alma en impulsos
cerebrales, al menos por ahora. El caso es que esta idea de un “centro”
cerebral ha hecho quizás pensar que se trata de una glándula, o de un nódulo
regulador que funciona como un sistema homeostático, como un sistema reflejo.
Consideramos que no hay evidencias para pensar de tal forma. Incluso desde esta
óptica organicista es dudoso que haya un sistema orgánico al que le falte la
especificidad funcional y los valores homeostáticos determinados que todo
sistema en ese sentido debe tener. Se nos dirá que tiene su especificidad en la
reproducción y que la homeostasis viene dada por la respuesta sexual, pero es
evidente que la condición humana da cuenta de facultades, flexibilidades,
relaciones, comunicaciones y tendencias que no se ven explicadas por esta
concepción de sistema orgánico.
Sin embargo, sí debemos considerar que eso
que se llama el
estado del organismo forma parte del arco analógico del deseo
sexual. En su estructura evolutiva se incluyen estrategias filogenéticas para
la conservación de la especie y es muy probable que estas estrategias
respondan a su origen.
Estado
del organismo
En coherencia con el concepto de sistema
sexual se hace referencia20 al estado del organismo para referirse a
las bases neurofi- siológicas que junto con los incentivos o inductores
endógenos y exógenos conforman un estado de motivación sexual o deseo sexual.
Para Gómez Zapiain (1995,1997) es la elaboración psicológica (procesos cogniti-
vos y emocionales) de este sistema motiva- cional lo que constituye el deseo
sexual. Según este autor, está netamente aceptado que tanto la activación
fisiológica como la cognición están presentes en toda emoción. El deseo sexual
se configuraría como una emoción sustentada por un sustrato biofi- siológico
(sistema sexual) compuesto por elementos anatómicos, fisiológicos y neuro-
endocrinos y unos contenidos cognitivos configurados por el procesamiento de la
información que se produce desde el inicio de la vida de las personas.
También en referencia al estado del organismo,
pensamos en la indudable relación entre el deseo sexual y los apetitos, no siendo
casual su inclusión en los trastornos asociados a disfunciones fisiológicas y
a factores somáticos, es decir, junto a los trastornos de la conducta
alimentaria, los del sueño y del puerperio (CIE 10)21. Tampoco es
casual que en la Grecia antigua la preocupación con respecto a la afrodisia se
entendiese más desde la dietética que desde la terapéutica. Este asunto de los
apetitos también nos recuerda la siguiente observación de S. Freud: “Diríase
que los labios del niño se han conducido como una zona erógena, siendo sin
duda la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la
primera sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona erógena
aparece asociada a la del hambre”22. Y es que cuando se habla del
estado del organismo, en cierta forma se habla de apetito y de saciedad.
Variable ésta que sin duda debe ser considerada en el deseo sexual, si bien no
a través del binomio cognición/estado del organismo, sino a través de un
continuo, precisamente como variable. Es además un campo en el que la medicina
ofrece consideraciones fundamentales y, en ciertos casos, ineludibles en la
valoración de los problemas de deseo sexual.
El
laboratorio
S. Levay localiza los centros de la cópula en
el área preóptica medial para el macho23 y en el núcleo ventromedial
para la hembra, aunque curiosamente si este centro es destruido no se elimina
completamente el impulso sexual y se mantiene la masturbación. Estos centros
son ricos en actividad hormonal. Parece que el hipotálamo puede ser un centro
de control de bajo nivel, mientras que la motivación sexual y el estado de
excitación se originan en la amígdala o en la corteza. Estamos dejando de lado
el poder organizador de la testosterona intrauterina y la orientación del
deseo, que aquí reducimos al proceso de sexuación en términos generales y que
está tratado con gran amplitud en diversos trabajos específicos24.
Pensamos que dentro de este esbozo de modelo habría que conjugar los conceptos
de sexuación y erotización para la correcta comprensión de este hecho.
Debemos esperar que el laboratorio, a través
de avances en las técnicas de neuroi- magen como la tomografía por emisión de
positrones (PET) o la resonancia magnética nuclear (RNM), nos informe de nuevos
descubrimientos acerca de la actividad neuronal en este campo. Por ahora, los
registros elec- troencefalográficos (BEAM) son temporalmente mucho más
precisos, por dar una señal que al ser eléctrica es más rápida que la de los
dos anteriores, que están basados en el flujo sanguíneo y el metabolismo cerebral.
La
respuesta sexual
Tan sólo haremos tres consideraciones acerca
de este paradigma de la sexología:
• El sentimiento
sexual. Al hablar de los cambios fisiológicos Masters y Johnson, y más tarde H.
Kaplan, ven la necesidad de señalar el carácter esencial de los componentes sentimiento
sexual, al que se refieren los dos primeros autores, y deseo
sexual, apuntado por Kaplan, para dar cuenta de la importancia de
incluir el esquema de observaciones orgánicas en el orden de la experiencia.
Por tanto se evidencia ya desde las primeras esquematizaciones de los acontecimientos
orgánicos y desde una corriente conductista, en el caso de Masters y Johnson,
esto que nosotros llamamos la experiencia emocional erótica, el deseo sexual.
• Variables. Nos
interesa el modelo cuántico de Schnarch25, pero en la medida en que
establece un sistema de participación gradual de las distintas variables en el
estudio de la respuesta sexual. Excitación y orgasmo, ambos mecanismos
reflejos, se producen preferentemente por la estimulación fundamentalmente
táctil y la psicológica, proceso cognitivo y emocional. Variables que para
Weis serían los componentes visual, auditivo, olfativo, gustativo, táctil,
memoria, imaginación, emociones y la atribución de significado que provocan un
determinado grado o potencial de este mecanismo reflejo, esto en proporciones
diversas. Lo interesante de estos modelos es la participación gradual y la
superposición de todos los elementos, si bien a través de ellos no se puede
establecer una cualidad que haga entender algún sentido en su distinta
participación.
• Fases. El proceso de
conceptualizar la respuesta
sexual en fases es coherente con la temporalidad y progresión de
las respuestas orgánicas, sin embargo orienta el desarrollo de manera
direccional hacia la consecución del orgasmo, y lógicamente éste es casi un
accidente en lo que aquí tratamos, que es el deseo sexual. Además, debemos
tener en cuenta que en la emoción el factor tiempo carece de solidez, ya que en
el nivel cogniti- vo la constancia de esta percepción es excesivamente frágil,
en especial en el ámbito de las emociones.
Los
objetivos paradójicos
Estamos intentando acercarnos a la epistemología
de las concepciones sobre el deseo sexual. Para ello hemos seguido el camino de
la disección de una forma ya convencional: la descripción tridimensional, que
continúa siendo la de uso. Pero esto nos da problemas. Por ejemplo, cuando
hablamos de cambios fisiológicos tenemos que pensar, como habíamos comentado
antes por encima, que esos cambios eran accesibles a la observación en el
laboratorio. Sin embargo, forman parte de los informes verbales cuando estos
mismos cambios los relata el individuo que los experimenta, la persona que
siente deseo sexual. ¿Estamos hablando entonces de cambios fisiológicos
experimentados, o de cambios fisiológicos observados?, ¿no debemos hablar de
ambos? El nexo es fundamental para la investigación y no debemos ocultar que es
problemático. Esta es una cuestión que aparece repetidamente en el ejercicio
paradójico de analizar con una óptica simplista algo que en sí es de naturaleza
compleja.
Lo cognitivo
Mente
fenomenológica 26
Lo cognitivo es aquello que podemos conocer,
incluido aquello que no se nos da a la conciencia de forma directa o continua,
sino sólo a través de un proceso reflexivo espontáneo, debe surgir, se trata de
aquello de lo que tenemos que caer en la cuenta para ser conscientes. Sartre
incluía el campo de la emoción en la consciencia irreflexiva, haciendo ver que
es accesible a la reflexión, pero esencialmente no reflexiva. Hace ya tiempo
que investigaciones cognitivas y neurobiológicas llegan a la misma conclusión.
La discusión acerca del concepto de mente es fundamental para entrar en este
aspecto del deseo sexual.
No encontramos ningún esquema cogni- tivo que
se corresponda de manera correlativa con los conceptos utilizados por Sartre
en su “bosquejo para una teoría de las emociones”. Pero pensamos que los
conceptos de consciencia reflexiva/irreflexiva e inconsciente que aquí
utilizaremos, se podrían corresponder en lenguaje cognitivo con los de mente
fenomenológica y mente computa- cional. Según Jackendoff la mente fenome-
nológica se percata de la experiencia del mundo, de las vivencias y de la
propia vida interior”27. Aquí se trataría de la consciencia
reflexiva e irreflexiva. Mientras que la mente computacional es el sistema de
soporte y procesamiento de las informaciones. Irremediablemente vemos en esta
apreciación una declaración en uso del más antiguo concepto de inconsciente,
aunque quizás no freudiano. En definitiva, lo que aparece a la consciencia son
los mensajes privilegiados de la mente computacional. Creemos que estos
conceptos pueden ser utilizados en este ejercicio de poner en el almirez todas
las informaciones que se incluyen sobre los distintos campos.
Evaluación
Tanto desde la perspectiva neurocientífi- ca
como desde la cognitiva, existe un amplio consenso en señalar que evaluar la
significación emocional de una situación para un individuo es una condición
necesaria para la secuencia de procesamiento, que lleva tanto a la expresión
como a la experiencia emocional. “Parece que es el significado o la
significación que un estímulo tiene para una persona lo que resulta decisivo
para la licitación de una emoción y no el estímulo en sí” (Moltó, 95). Para
LeDoux28 “los mecanismos que evalúan la significación de los estímulos
son filogenéticamente antiguos y están ampliamente distribuidos en todo el
reino animal, los mecanismos de la experiencia emocional son filogenéticamente
recientes y pueden estar ligados al desarrollo del lenguaje y al de los
procesos cognitivos relacionados”.
Nosotros quisiéramos ver un continuo al evaluar
o valorar el estímulo -que por otra parte siempre es una situación-, en el que
encontramos las distintas respuestas adapta- tivas, desde las más simples a las
más complejas. En los lugares o niveles menos complejos encontramos los
reflejos, que indudablemente están sujetos a una valoración filo- genética y,
en el otro extremo, los pensamientos en los que la participación de la
consciencia reflexiva se hace cargo de forma privilegiada de esta evaluación.
Por el camino encontraríamos los impulsos, los instintos, las emociones en
grado creciente de complejidad y flexibilidad. A cada mecanismo le
correspondería un tipo de valoración, o más bien una influencia o
configuración. Se entiende que estas valoraciones no son puras y que en
realidad, en la mayoría de las situaciones, es el concurso de diversos niveles
ordenados jerárquicamente lo que hace que tengamos una evaluación significativa
de una situación. La mente computacional sería el nexo de unión entre los
estímulos y la percepción o percatamiento en la mente fenomenológica.
Tampoco sabemos bajo qué criterios se
realizaría la valoración, pero podríamos asignar estrategias más o menos
universales desde el punto de vista filogenético a los niveles menos complejos,
y recoger del campo de la cognición29 los criterios para las
valoraciones más complejas. Parece ser, en todo caso, que la valencia
agradable/desagradable es privilegiada (LeDoux). Quizás éste sea el lugar para
conceptualizar el placer y el dolor como las dos valencias fundamentales, pero
dejaremos este asunto para otro momento.
Codificación
erótica
Decíamos que en la experiencia de deseo
sexual el mundo se dispone en clave erótica. La reflexión puede hacernos
conocer parte de lo que sucede, pero no comprendemos cómo se transforma lo que
nos rodea en una suerte de metamorfosis de la misma realidad. Metamorfosis que
nos abre y acerca al otro, a la alteridad, adquiriendo los objetos una
significación erótica. Éste es el deseo sexual como una forma de “deseo entre
los sexos” de la teoría de Amezúa.
¿La metamorfosis? Recordamos que cuando
sentimos deseo sexual la realidad se “pone en forma”30 erótica, y
esto en las formulaciones modernas se refiere a que los significados
habituales adquieren una cualidad que no tienen sin el concurso del deseo
sexual. Es la cualidad de provocar una atracción hacia el objeto (el otro),
quizás una tendencia a la unión con el otro, habría que entender que también
del objeto hacia el sujeto. Esta atracción no sólo cambia la cualidad del
objeto, también la estructura del mundo que en ese momento nos rodea. Esto es
una realidad “puesta en forma”, es decir, una experiencia emocional que de
hecho nos afecta, nos emociona. Experimentamos cambios fisiológicos y
cognitivos en un proceso de “codificación erótica” (Todjman)31. Por
el camino la ropa parece más suave, las distancias se acortan, el tiempo se
convierte en espera, nuestra autopercepción se activa y nos sentimos también
más cerca de nuestras sensaciones, interpretamos las palabras y los gestos en
términos de alejamiento y acercamiento, nos vienen a la mente imágenes fugaces
que nos producen cierta alegría, fantaseamos... La estructura de nuestra
percepción del mundo se ve cambiada por el deseo sexual de manera dinámica y
en consonancia con el desarrollo de nuestra experiencia, mediante la cual
establecemos nuestra relación con el mundo y con el objeto de nuestra
atracción que forma parte de él. El deseo sexual, de esta forma, acompaña,
busca y desarrolla los actos de placer erótico, los Ta Afrodisia,
lo que se había llamado respuesta sexual, las relaciones eróticas
sin una forma específica, diferenciadas en los sujetos y en las parejas.
Esta
configuración erótica de la experiencia es en sí misma significativa en la biografía
del individuo, que es el referente para la valoración con la que comienza el
proceso emocional, a su vez constituye un acontecimiento de interacción
significativa con el mundo en el que se da.
Consciencia
irreflexiva
Seguimos asistiendo al cambio en los
significados, a la codificación erótica, y queremos constatar que es
fundamentalmente computacional, inconsciente en su proceso, sin embargo se
manifiesta en el ámbito de la consciencia, ya veremos que irreflexiva. De hecho
así se piensa desde el cognitivismo, que considera que las emociones son procesos
inferenciales complejos sin una estructura proposicional interna32.
Es situando el deseo sexual en el ámbito de
la consciencia irreflexiva como entendemos que autores como Sartre hablen de
que el deseo sexual está regido por leyes mágicas o de la semejanza de éste
con lo místico, como señala Bataille. Integrado en el contexto de la
experiencia erótica, comprendemos aquí cómo Sartre lo incorpora al marco de lo
mágico. Se podría hablar de un contacto entre lo consciente y lo inconsciente,
con el poder de lo enigmático: por aquí podríamos entender la petit
morte33. Se trata de un dominio de lo irracional, de
esa cualidad, ese valor de la emoción de no obedecer a una forma de
organización o procesamiento predecible, de no ajustarse a una lógica racional,
de no responder a la voluntad, aunque sí de ser de alguna forma accesible a la
consciencia.
Bajo el modelo informático, el cogniti- vismo
explica el funcionamiento o procesamiento cerebral como el de diversos subsistemas
que procesan en paralelo y de forma inconsciente en niveles básicos, dentro de
lo que constituye la mente computacional. Sólo algunos contenidos
privilegiados, proyecciones privilegiadas, son accesibles al percata- miento
consciente que supone el nivel superior en el dominio de la mente fenomenoló-
gica, al cual se accede desde un nivel intermedio, que es el ordenador central
del sistema, un dominio de la mente computacional. Dentro del percatamiento
consciente están aquellos contenidos que forman nuestra consciencia
irreflexiva, integrada la mente computacional y la consciencia, constituyendo
la consciencia del mundo. Se trata de una forma de consciencia pragmática a
cuyos contenidos podemos acceder por medio del percatamiento reflexivo. Sin
embargo, no encontramos relaciones causales en ella, su procesamiento no es
como el de los contenidos de la consciencia reflexiva, que es lineal,
simbólico y lógico. Los contenidos de la consciencia irreflexiva son de orden
simbólico, pero no lógico. Generalmente desde el cognitivismo se considera que
son sub- simbólicos, pero ésta es precisamente la aportación sartriana y
fenomenológica, su significación, su capacidad de apuntar hacia algo,
significar otra cosa, al fin y al cabo su simbolismo.
Lo que nos resulta sorprendente es que en el
ámbito de la mente fenomenológica y después de un procesamiento computacional
subsimbólico, inconsciente, el hecho erótico, la totalidad del gesto, sí es
accesible a un significado que encontramos de forma biográfica.
Sabemos que las emociones son prágma- ta,
tienen un sentido evolutivo y práctico, pero quizás sólo lo encontramos en
cuanto contenido consciente reflexivo, no en su propio campo, en el de las
emociones, en la consciencia irreflexiva.
La intuición, la comprensión, el caer en la
cuenta y ciertas cualidades que no podemos forzar, no son accesibles a la
introspección en su proceso, en su cadena causal, pero asistimos desde una
consciencia irreflexiva de forma permanente a los resultados de su
procesamiento, y desde una consciencia reflexiva de forma puntual tienen un
significado, confieren un sentido a nuestra vivencia como sujetos en el mundo,
a nuestra identidad, conforman nuestra sexualidad.
El
deseo sexual es una experiencia emocional erótica que se elicita ante la valoración
de un acontecimiento como significativo, por lo que se produce una codificación
en clave erótica en el ámbito de la consciencia irreflexiva del sujeto.
La
amígdala
En el laboratorio neurobiológico con
orientación cognitivista se afirma que la famosa y cansina discusión acerca del
origen de la emoción se daba porque, tanto los partidarios de las tesis
periféricas como los de las centrales, no estaban acudiendo a explicaciones o
a preguntas comprensivas e inte- gradoras. Al final, ¿qué sucedió? Pues que hay
razón para ambos.
Veamos, lo central y lo periférico intervienen
en la experiencia emocional, y adelantaremos que su orden depende quizás del
tipo de experiencia que se tenga e incluso de la significación y el nivel
jerárquico del que hablemos. Las emociones son mecanismos muy complejos. Tanto
los pensamientos como las emociones comportan una representación simbólica en
la memoria de trabajo con procesamientos inconscientes, pero en las emociones
intervienen muchos más mecanismos subsimbólicos cerebrales. Digamos que
implican al cerebro de forma más amplia.
Podemos pensar en términos de erótica. Ante
un estímulo que es valorado como erótico se darían dos caminos; ambos conducen
al tálamo en primer lugar, pero mientras uno pasa directamente a la amígdala,
ese “centro de las emociones”, el otro amplía su recorrido para visitar la
corteza sensorial antes de alcanzar la amígdala. Se podría decir que el deseo
se desencadena -y estamos trasladando estudios hechos con el miedo- inconscientemente
merced al primer mecanismo y conscientemente aunque no de forma necesariamente
reflexiva, en virtud del segundo mecanismo.
En cualquier caso, “las respuestas iniciales
provocadas por estímulos significativos son automáticas y no precisan del
conocimiento consciente del estímulo ni del control consciente de las
respuestas”34.
Existe una respuesta corporal fisiológica
ante el estímulo significativo, pero esta valoración pronto pasa al dominio de
la consciencia irreflexiva en forma ya de codificación y es accesible a la
consciencia reflexiva.
Importancias
Este estado emocional proyecta informaciones
en la corteza, en caso de que ésta quiera buscar allí, a no ser que la amígdala
se inactive por un acontecimiento o alarma que nos saque del estado emocional para
prestar atención a algo que consideramos más importante, léase valoraciones y
codificaciones de peligro, inseguridad, angustia o asuntos e importancias de
otros órdenes. También es cierto con respecto a las tesis del origen central de
las emociones, el hecho de que los bancos de memoria para las emociones están
influidos por la misma consciencia, ya que la memoria de trabajo, que es la
que proporciona los contenidos conscientes, trabaja con todos los tipos
existentes de memoria. Bancos de memoria sensorial corto plazo, intermedia y
largo plazo digamos que se ven enriquecidos por los contenidos y las
valoraciones conscientes. La biografía y las experiencias previas, como vemos,
juegan un papel importante en estas configuraciones. Sin embargo veremos que la
influencia de lo racional es más bien escasa cuando se trata de generación o
activación emocional. La valoración que en todo caso se hace ante un estímulo
u objeto que tiene la potencialidad de provocar una codificación erótica en el
sujeto es probable que sea de orden primario, fundamentalmente computacional y,
como venimos diciendo, percibida de forma irreflexiva. Aún así el concepto de
interdominio abre una vía para que desde la consciencia exista una modulación
y cambios en el funcionamiento de la amígdala, que es nuestra área
“emocionante” por excelencia.
En el laboratorio están trabajando sobre la
consciencia irreflexiva (lo irreflexivo del deseo sexual), sobre la angustia y
su poder de dificultar la emoción erótica, aquel asunto “más importante” que
desactiva el funcionamiento de la amígdala en la emoción erótica. Son
correlatos que interesa aprovechar para nuestro conocimiento del deseo.
Memoria
de elefante
Hay dos elementos más que el laboratorio
señala como posibles vías de comprensión: el primero es el carácter duradero
de la memoria implícita. La memoria explícita, que es la que se caracteriza por
ser simbólica, secuencial e hipocámpica, es olvidadiza, mientras que la
implícita es prácticamente indeleble, lo que se conoce como extinción de un
recuerdo no es más que una regulación de salida, no una tachadura o
eliminación. Es por esto que no olvidamos los acontecimientos emocionales con
facilidad, al menos no de forma inconsciente, reaccionamos sin saber por qué, y
esto de forma repetitiva, digamos que estructurada. Esta memoria de elefante
para las emociones, sólo para los contenidos cognitivos asociados a emociones
significativas, nos interesa para ser consecuentes con la manera en que
enfocamos el manejo de las emociones y muy en particular el del deseo sexual.
En este arco analógico representamos desde la
memoria filogenética hasta la memoria de las experiencias que nutren, no sólo
el campo de los contenidos lógicos y reflexivos, sino preferentemente el
dominio de la irreflexión, “los momentos significantes del ayer como momentos
significativos del hoy o como una experiencia presente que puede ser una
experiencia emocional del mañana”35.
Interdominio
El segundo elemento a tener en cuenta es el
concepto de interdominio (Dodge, 89)36, “el proceso por el que la
activación de un dominio de respuesta sirve para alterar o modular la
activación de otro dominio”. Deducimos que los cambios en cualquiera de las
dimensiones del deseo sexual, cambios fisiológicos, gestuales o cognitivos,
influyen en las otras dos dimensiones, de manera que la estructura del deseo
sexual no es unidireccional; habrá que pensarla como multidireccional y
multiconformacional. Hay que comprender que esta “influencia” alude al proceso
de configuración de unas variables que son contempladas por nosotros como
correlatos o dimensiones en la experiencia ya puesta en forma.
Indudablemente, teniendo en cuenta que no se
puede concebir al individuo como un ente aislado, es la interacción con el
mundo lo que verdaderamente está en el pasado y en el presente de la
regulación. Precisamente esto es lo que, como veremos, le dará la cualidad de
ser un mecanismo flexible y accesible al control, a la adaptación o, en otros
términos, al cultivo, su virtud. En todo caso lo que sí ofrece una posibilidad
clara de control es el acto, ya que lo volitivo sí podemos localizarlo más en
el orden de la consciencia reflexiva.
Freud
La emoción implica una forma de consciencia
y ésta es posible que se cree, como decía Sigmund Freud, por asociación de símbolos
a percepciones o quizás a sensaciones. Antes que él Havelock Ellis como
investigador del hecho sexual creó su teoría del simbolismo erótico a partir
de la misma premisa. Lo dudoso, advierte Sartre en su crítica al psicoanálisis,
es que esa asociación sea constante o, mejor dicho, universal.
Si reflexionamos acerca de la experiencia de
deseo sexual encontramos que los contenidos simbólicos asociados a aquello que
pensamos como deseo sexual representan la estructura cognitiva de nuestro
deseo, son efectivamente la expresión y la forma de éste en nuestro campo
mental; no hablamos del proceso, hablamos de sus resultados. Es en la relación
con este imaginario, con estos contenidos simbólicos y con esta estructura
significativa, es en la relación de la consciencia con los contenidos
simbólicos precons- cientes o irreflexivos y de éstos con la percepción donde
se lleva a cabo el diálogo cog- nitivo acerca del deseo sexual. El manejo
fenomenológico de la historia de nuestro deseo sexual, el deseo de cada cual y
lo que éste tenga de elemento universal creemos que es una aproximación fecunda
hacia la dimensión cognitiva de la experiencia erótica. El ocultamiento del
que parte el psicoanálisis sería quizás una de las formas estructurales de relación
entre lo reflexivo y lo irreflexivo en el ámbito de la consciencia.
Lo expresivo
Del
imaginario a la fantasía
Sabemos que expresamos esta emoción en forma
de gestos y nos referiremos a estos gestos y actitudes, pero antes habría que
decir que también la expresamos en forma de fantasías o construcciones
imaginarias de historias, de sucesos, que al igual que la misma acción o que la
realidad fáctica a veces nos proporciona pequeños apuntes, experiencias
fragmentarias en el ámbito de lo imaginario. Otras veces se trata de fantasías
que representan historias completas. Gracias a nuestra capacidad de imaginar,
de alguna forma vivimos fuera del terreno de la acción, al margen de lo que
llamamos el gesto, la conducta observable. En ellas se puede ver una suerte de
tendencias a la acción sin acción.
Es importante esta corrección ad hoc
de la dimensión expresivo-conductual, porque la dimensión cognitiva es un
correlato de la experiencia que se corresponde con los gestos o conductas y
con lo que llamamos cambios a nivel fisiológico. Pero dentro de los procesos
cognitivos, se desarrollan experiencias en el imaginario que suponen gestos,
acciones que no son conductas observables ni tienen sus implicaciones, pero que
pueden ser consideradas como experiencias. Son “expresiones”, en este caso
eróticas, de la sexualidad del individuo en el ámbito de la erótica y a través
de lo que es conocido como deseo sexual.
Las fantasías son una forma de autoesti-
mulación cognitiva, contribuyen al manejo de la realidad. Las imágenes y los
signos son al fin y al cabo herramientas para el manejo de la realidad37.
Este campo es esencial, puesto que somos
animales “simbolizans”38, convertimos constantemente los objetos en
símbolos. La construcción de la memoria y nuestra misma consciencia manejan
paralelamente contenidos simbólicos y no simbólicos (o simbólicos
inconscientes, computacionales) asociando representaciones de los objetos en
combinación con los contenidos no simbólicos. Las imágenes asociadas muestran
con frecuencia una secuencia que es erótica, representan una historia, suponen
un guión, un script erótico relacionado con la tendencia a la acción, con el
desarrollo pragmático. Con frecuencia jugamos mentalmente, y esto forma parte
de la conformación del deseo sexual con estas “direcciones imaginarias”.
Construimos historias que son ya una expresión y que tienen un significado
precisamente porque son asociaciones, conjuntos, experiencias en las que el
organismo entero está puesto en forma; se trata de vivencias. Tenemos la
cualidad de codificar nuestras percepciones en clave sexual, y en el terreno de
este imaginario y de estas representaciones se escribe nuestra erótica.
Podemos incluir las fantasías en el campo de
la expresión del deseo sexual, y el imaginario en sí en el de lo cognitivo,
azarosa asignación que tiene la virtud de enlazar los dos campos en este nexo,
poniendo entonces en evidencia una forma de “fisiología” o promesa de
articulación comprensiva.
El
gesto
Hay algo que caracteriza al gesto; es el
movimiento, la animación del cuerpo (gestus), al mismo tiempo
su administración, la gestión (ger, gérere) de ese
cuerpo, nuestra acción, nuestra praxis. Hay una visibilidad, es observable.
El lenguaje y la expresión gestual son otro correlato del deseo. Nos
comunicamos a través de los gestos y habría que entender este campo dentro de
la comunicación. Por tanto a él pertenecen los aspectos del lenguaje hablado y
corporal de la expresión del deseo, de nuevo se produce un continuo con el
imaginario y las representaciones. Sus contenidos son el estudio sobre
etología humana, los aspectos universales del lenguaje corporal, los mensajes
universales del cortejo, de la disposición, de la aceptación y el rechazo, la
interacción erótica, la respuesta sexual, la palabra mediante la cual
expresamos esos deseos, la palabra que crea por sí misma el deseo.
Hablamos de la expresión sexual en general y
de la erótica en particular cuando relacionamos estas estructuras con el tema
del deseo sexual. Esa atracción hacia el otro, hacia el objeto, se expresa y se
muestra con el gesto, con la conducta, decimos “con” para resaltar que puede no
ser exactamente “a través” del gesto, porque el lenguaje corporal es ya de por
sí una forma de expresión anterior a la misma idea, a la misma representación;
al menos van de la mano. Como ocurre con el mismo deseo sexual, el lenguaje
gestual funciona a un nivel de comunicación distinto, no exactamente
extrapolable con el lenguaje simbólico consciente; constituye un correlato,
pero en su procesamiento intervienen de forma más directa los procesos
inconscientes e irreflexivos. Tiene la capacidad de funcionar como el lenguaje
hablado -el arte nos da muestras de ello. Sin embargo, el lenguaje gestual está
más cerca de las emociones, comparte más cosas con ellas que el lenguaje que
llamamos simbólico consciente, el que se articula linealmente en ideas y
pensamientos. En el deseo sexual el lenguaje hablado y el gestual dejan constancia
de la relación y quizás de la configuración que ambos campos tienen en la
sexualidad del sujeto. Nuestras expresiones habladas y gestuales comunican,
se mueven en torno al deseo en el ámbito de la administración o de aquello que
ofrecemos y de aquello que recibimos. El gesto forma parte de la emoción porque
en el mismo concepto de emoción se incluye la tendencia a la acción.
Confirmaríamos así la idea de E. Amezúa diciendo que antes de nada es tendencia
a la expresión; fantasía y gesto. Por fin, los gestos también tienen el poder
de convocar la emoción, a modo de herramienta, de llave por la cual se acerca
la realidad a nuestro deseo. El término tendencia a la acción o
a la expresión incluiría una forma ya esbozada de ella, un guión, una metáfora
que se desarrolla en un procedimiento y quizás en una historia.
Acerca del modelo descriptivo
Utilidad
del modelo descriptivo
Es probable que el éxito del modelo tridimensional
para la descripción del deseo sexual y en general para las emociones se deba a
que no es exactamente un modelo, puesto que en realidad no articula ninguno de
sus aspectos o dimensiones, sencillamente los describe. Esto puede dar cabida
a cualquier interpretación y exposición, lo cual lo convierte en una
estructura verdaderamente útil. Sin embargo hemos comprobado en nuestro intento
descriptivo diversas dificultades: la superposición de dimensiones, por
ejemplo; los cambios fisiológicos pueden ser una expresión, además de cambios
fisiológicos, léase el rubor; la confusión con respecto al sujeto/objeto.
Cualquier observación objetiva por fuerza debe basarse en que el objeto de
estudio es un sujeto, para lo que se admiten -“se asume la relación formal,
aunque no isomórfica, entre la experiencia y los autoinformes”- los informes
verbales, pero desde el momento en que esto ocurre no podemos hablar de
objetivable como patrón de certeza, al menos en lo que se refiere a parámetros
cuantitativos. Tampoco vemos una correspondencia necesaria entre la observación
- cambios fisiológicos, informes verbales - cognitivo y observación - conductas.
Nuestra
corrección
Hemos decidido insistir una y otra vez en la
condición de correlatos para resaltar que cada una de las tres dimensiones, que
ya nos son muy familiares, no eran independientes. Hacíamos hincapié en que no
se trataba de una composición de tres elementos, sino de un hecho que se puede
observar desde tres perspectivas correlativas. Sin embargo en nuestro intento
comprobamos cómo esta tarea es sumamente difícil, ya que tendemos lógicamente a
asignar un valor funcional y temporal a cada uno de los aspectos de los que
tratamos, y en cierta forma lo tienen, ya que son correlativos en cuanto al
fenómeno dado, el hecho emocional, pero tienen a su vez una función de
variables en el proceso de construcción del hecho.
En realidad siempre intentamos un modelo a
partir de una estructura, y pensamos que en el transcurso de la descripción, de
cualquier descripción, ya se apunta un modelo preformado, en este caso un
modelo complejo en el que se puedan tejer los fenómenos que son objeto de
estudio. No lo hemos articulado; se va constituyendo a medida que
deconstruimos la descripción tridimensional. El concepto de correlato y la
teoría de la identidad ayudan a suavizar las clásicas dificultades
epistemológicas; la investigación humanista y la cientifico-tecnólógica tienen
muy amplias conexiones que pueden ser utilizadas para corregir los modelos ya
clásicos; se trata de asignación de cualidades, potenciales, según los
lenguajes.
Encontramos al fin el campo de lo cogni- tivo
como un importante referente para el estudio del deseo sexual y nos vemos tentados
a intentar una descripción desde una perspectiva según la cual todos los
hallazgos con respecto al deseo sexual son “expresiones”. Dicho de otra forma,
es la valoración, o la significación erótica que de forma biográfica tiene para
el individuo el objeto de atracción, el acontecimiento que está en la génesis
del deseo sexual. Siempre que entendamos la valoración como el resultado de un
proceso complejo e integrado por los factores explicitados en la descripción
tridimensional. Los hallazgos ya se pueden comprender como expresiones de
este acontecimiento y por lo tanto como sucesos en una erótica diferenciada.
Intuimos que sería más útil, pero no es tiempo ni lugar para “marear” a los
sufridos lectores.
Teoría
de la identidad39
Pensamos que la noción de correlato que hemos
defendido se refiere fundamentalmente a dos aspectos básicos: en el primero,
como ya hemos dicho, consideramos un hecho visto desde distintas perspectivas
correlativas. El segundo va también implícito en la condición de correlato;
mente y cuerpo son aspectos diferentes de acontecimientos físicos.
Sobre el problema mente/cuerpo la Teoría de
la identidad (Searle, 83), que es una hipótesis monista, plantea
el siguiente esquema que nosotros adaptamos ahora: todo se desenvuelve en el
ámbito físico, hacemos descripciones físicas en las que aparecen un objeto (O)
y un sujeto (S), de forma que el objeto O crea un estado cerebral de S. Al
mismo tiempo y de forma correlativa o equivalente, podemos hacer una
descripción mental como la experiencia que S tiene de O, siendo la primera
descripción una reducción a términos físicos de la segunda. Como consecuencia
de este acontecimiento, en la descripción mental obtenemos una decisión de S
de acercarse a O, y una descripción física como estado cerebral de S. Como
consecuencia, el sujeto S se acerca al objeto O.
En principio, esta teoría contradiría nuestra
corrección anterior, ya que si todo se desenvuelve en el ámbito físico la
descripción mental no puede ser sino un producto. Pero esto es una apariencia,
porque si comprendemos que se trata de identidades, estamos hablando de lo
mismo, no de un producto. Pero desde el campo en el que podemos comunicarnos,
el de las descripciones mentales de experiencias, es desde donde podemos
encontrar una comprensión del hecho.
Hacia un modelo
¿Fisiología
fenomenológica?
Nos ocuparemos ahora del funcionamiento, de
la fisiología del deseo sexual. No hemos querido en este documento especificar
y extendernos en la fisiología de la excitación ni en general en los
contenidos de las investigaciones sobre los cambios fisiológicos. La medicina
y la psicofisiología ofrecen un importante caudal de conocimiento que sin duda
habrá que retomar más y mejor desde la sexología. Sin embargo, sabemos que es
en la búsqueda de una fisiología precisamente del ser bio-psico-social donde
se podrían incluir las investigaciones interdisciplinarias. En este sentido,
el modelo del hecho
sexual humano de Efigenio Amezúa aporta la sexuación como el
campo donde integrar los conocimientos fisiológicos. Pero, además de la
sexuación, supone la sexualidad y la erótica. Establecer cualidades de
relación entre los acontecimientos en las tres dimensiones sería el contenido
de una fisiología fenomenológica, pero éste es un objetivo demasiado
ambicioso. Mientras tanto, sí querríamos indagar un poco acerca de la idea de
funcionamiento, de articulación o de distribución en el tiempo de los distintos
aspectos de ese acontecimiento que denominamos deseo sexual, observando que ya
hay teorías evolutivas que articulan bien el proceso desde el modelo
bioinformacional.
Por
fin Lang
Nuestras preguntas son: ¿cómo funciona el
deseo sexual? ¿cuál es su principio y su fin? Esta fue la cuestión que el
psicólogo W. James puso sobre la mesa para su disección en 1890, como más tarde
lo hizo el fisiólogo Cannon en 1930. El primero para decir, según adaptamos,
que deseamos porque sentimos excitación; el segundo para determinar que
sentimos excitación porque deseamos. Esta es la eterna discusión de lo central
frente a lo periférico, el arousal frente a la cognición.
Discusión que de alguna forma quedó zanjada
con Peter Lang en 1968 al introducir su modelo integrado o bioinformacional.
Según éste, las emociones responden a una organización jerárquica con un nivel
inferior donde predominan los patrones específicos, y un nivel superior donde
predominan los valores dimensionales o cognitivos. Las emociones presentan
una topografía fisiológica y conductual concreta dada por la evolución
filogenética a partir de comportamientos básicos adaptativos que se caracterizan
por tener intensidad (nivel de activación), valencia (aproximación o
evitación) y control (continuidad o interrupción). La dimensión de valencia
tendría la primacía por existir circuitos neurofisiológicos específicos para lo
agradable y lo desagradable.
En los laboratorios de psicofisiología este
modelo es tremendamente útil, ya que además de haber integrado lo central y lo
periférico en un modelo evolutivo y por niveles, permite el estudio de las
emociones a partir de tres dimensiones en la respuesta y, por tanto, relaciona
valores cuantitativos de laboratorio con distintos niveles jerárquicos de
organización40.
Con Lang se inauguran por tanto los modelos
jerárquicos multinivel, que son los modelos que encontramos con más frecuencia
en las explicaciones acerca de las emociones y en general sobre el
procesamiento mental (Lang, LeDoux, Damasio, Wakendof). La hipótesis es que
existen diversos sistemas de respuesta y de procesamiento que entran en juego
dependiendo del estímulo y de la respuesta que se configure. Los niveles “inferiores”,
que serían más periféricos, estarían constituidos por mecanismos adaptativos
programados filogenéticamente. En estos niveles de baja participación cognitiva
la valoración vendría ya dada por codificaciones también programadas
filogenéticamente, mientras que en los niveles superiores la valoración sería
más cognitiva o cultural.
Un
continuo
Vamos a hablar de un arco analógico donde
tenemos representados el reflejo, el instinto, el impulso, la emoción (Smith y
Lazarus, 1990)41 y, podríamos añadir los sentimientos, las ideas y
los pensamientos. Este arco es un sistema multientrada que adopta una
configuración dinámica, según un modelo jerárquico multinivel. Se nos
cuestionará porqué, si hablamos de una experiencia emocional erótica, incluimos
todos los mecanismos adaptativos. La razón es que pretendemos hablar desde un
modelo integrado. En nuestro caso la experiencia es preferentemente emocional,
pero en ella participan todos nuestros registros.
Al hablar de la evaluación en el correlato
cognitivo ya expresamos nuestra idea de cómo se produce ésta y su relación con
los distintos mecanismos adaptativos. Por tanto, el modelo es el de un sistema,
el orgánico, con múltiples capacidades o mecanismos adaptativos pero que en sí no
constituyen sistemas con campos y regulaciones definidas, sino integraciones
de respuestas en configuraciones determinadas, según la significación de la
situación a la que respondan o en la que participen.
Por otro lado, el estímulo o situación
desencadenante del deseo también se con- ceptualiza bajo una recepción
multientrada, es decir, no se trata de un estímulo en sí, sino de la
conjugación de muy diversas informaciones que dan lugar a una valoración erótica.
Entre estas informaciones se incluye el estado del organismo, la interacción
sexual, los objetos, las importancias, imágenes y fantasías o un mismo hecho
erótico que retroalimenta al mismo deseo. Por tanto es claro que consideramos
cualquier variable como elicitadora de la experiencia.
Asimismo, consideramos la existencia de un
continuo en el proceso completo según lo que ha recorrido y la intensidad. El
hecho del deseo sexual no es un cuantum, no es un
paquete que se da completo o no se da, tampoco es constante en su intensidad.
Si lo consideramos dentro de un continuo, desde una perspectiva dinámica, se
nos ofrece como un proceso del individuo que atraviesa por configuraciones que
cumplen unos mínimos, unas características que lo configuran como tal deseo
sexual, características ya apuntadas en nuestra descripción. Quizás el deseo se
pueda quedar en un impulso o llegar a ser un sentimiento. Esta idea nos anima
a especificar esas características dinámicas en el modelo anteriormente
expuesto y desde luego sólo apuntado.
La
cadena de la significación
Por un lado vimos que hay consenso, según nos
relata Moltó, respecto a que el estímulo debe ser significativo para que se
produzca la experiencia de deseo sexual. Significativo alude al hecho de que
es interpretado según algún valor o referente externo al objeto. Ese referente
es el que le da la cualidad de erótico, y esto aplicado a cualquier objeto.
Una mama puede ser una glándula mamaria con tejido mastopático o una promesa
de dicha neumática. La diferencia reside en la significación que esta mama
tenga según la situación y la erotización o construcción de lo erótico de forma
biográfica en el individuo. Por tanto la cualidad o significado erótico del
estímulo viene dada por el “sujeto en el mundo”. El objeto es erótico porque
tiene un sentido erótico en la biografía del sujeto y en la situación que éste
vive. Y es que la experiencia de lo erótico se constituye en emoción,
erotizándose el estar en el mundo del sujeto, y a esto le hemos llamado
codificación erótica. Esta experiencia emocional a su vez es significante
porque tiene un sentido hacia el objeto, no se queda en la mera reacción, está
construida hacia fuera, indica una tendencia hacia algo, algo que tiene un
sentido biográfico y a lo que el individuo responde de forma significante. Su
significado vendrá cifrado por la biografía del sujeto de nuevo en su realidad
de primer orden, en su erotización o diferenciación erótica y hacia el otro
sexuado en términos generales, en términos de realidades de segundo orden42.
Decía Sartre que las emociones son significativas,
que no son accidentes, porque la vida no es una sucesión de accidentes. En este
sentido, el propio deseo sexual que ha sido elicitado por un acontecimiento
significativo se constituye en una experiencia significativa, con un sentido
biográfico en el sujeto, para el que además supondrá un prágmata, un deseo de
para algo. Por tanto primero es significativo el acontecimiento y después
nuestra propia experiencia emocional en su construcción y en su expresión, y
así sucesivamente.
Consideramos el signo, la representación,
como el hallazgo evolutivo de una herramienta científica, una herramienta que
ayuda a la predicción, a la gestión del vivir en el mundo. Es por esto que
basamos las conformaciones del posible modelo sobre el deseo sexual en la
significación y de esta forma les asignamos un valor pragmático.
El
deseo sexual encuentra su significación en una pragmática del ser sexuado en el
mundo y se constituye en una forma de interacción con él.
Configuración
biográfica del deseo sexual
Hasta ahora nuestro modelo de deseo sexual se
puede describir como una configuración específica de las variables correlativas
estudiadas en el modelo descriptivo, reunidas en los tres campos a los que
hemos hecho alusión: los cambios fisiológicos, los cognitivos y los expresivos.
Estas variables se configurarían de forma preferentemente emocional en un arco
analógico de respuestas adaptativas que incluirían los reflejos, los
instintos, las emociones, las ideas y los pensamientos, según un modelo
jerárquico multinivel. Quizás sea este constructo el análisis moderno y
complejo de conceptos más antiguos, como el del temperamento o el del carácter,
pero con elementos relacio- nales ya implícitos, especialmente en el campo
cognitivo.
Hemos aludido a la cadena de significación
como un eje pragmático donde se refe- rencian las distintas configuraciones de
la experiencia emocional erótica. La significación no puede venir dada más que
por la biografía del individuo, pensando además que el individuo tiene, en
primer lugar, una edad actual; en segundo lugar, una edad pasada y, quizás en
tercer lugar, una edad filogenética. Entendemos por biografía el proceso que
representa el vivir del sujeto en el mundo, con sus modos, sus matices y sus
peculiaridades según el modelo del hecho sexual humano de La teoría
de los sexos.
Y es precisamente de
este vivir en el mundo del sujeto sexuado de donde parte el deseo sexual,
entendiendo sus configuraciones en relación con la valoración representada en
las configuraciones eróticas que el sujeto construye con respecto al otro sexuado,
que entendemos es el objeto último de atracción. Nos vamos erotizando y configurando
eróticamente, y el deseo sexual es una de las experiencias que más alimentan y
que más alimentadas se ven por este proceso.
En la teoría de los sexos, la sexuación, como
el proceso por el que el sujeto se hace de uno u otro sexo, tiene su correlato
en el campo conceptual de la erótica, como un proceso de erotización. El
proceso de erotización es similar al de la sexuación, es un proceso de
diferenciación sexual por el cual nos individualizamos de forma muy específica
en una configuración con respecto al otro sexuado.
Podríamos integrar estudios de ciclo vital,
experiencias clínicas y todas las informaciones que tenemos acerca de las
relaciones y articulaciones entre las variables que hemos estudiado, como
también contenidos en el estudio del proceso de erotización. Pero siempre
deberíamos tener presente un hecho privilegiado de este fenómeno: la valoración
y la codificación erótica. Ambos hacen referencia a una significación y se
constituyen en significantes, y si no tenemos en cuenta esto quizás no
estaremos hablando de la experiencia de deseo sexual.
Para
una lexicografía
El deseo sexual como deseo erótico,
ha sido entendido en este documento como el deseo carnal, el deseo de unión, de
junta- mento con el otro, experiencia de promesa de experiencia de
placer erótico. En general y aunque consideremos que los términos de uso pueden
no ser los que más se adaptan a las ideas en las que nos basamos, sí estamos
interesados en su utilización. La razón es obvia, son los de uso.
Creemos que su construcción no es adecuada,
ya que sexual
es un campo demasiado amplio para ser en este caso el adjetivo del concepto deseo,
sin embargo, hace alusión al mismo hecho sobre el que aquí tratamos, una vez
más con distinta perspectiva. Pensamos en la utilidad de la subversión de los
términos, en este caso como la aportación que hace una disciplina a un término
que nos interesa se enriquezca. Quizás esta actitud sea más constructiva que la
de usar términos nuevos o términos no entendidos por la comunidad científica.
No creemos tener un léxico adecuado para el
contenido que hemos querido dar al deseo sexual. El deseo
erótico se acerca más y es más correcto epistemológicamente, pero
tampoco resulta adecuado por entender nosotros que es más amplio, más en
relación con la amatoria, según la nueva descripción de la teoría de los sexos.
Creemos que se pueden adoptar ambos términos de forma indistinta, primero para
ser entendidos y segundo para incluir el deseo sexual de forma expresa en el
campo de la erótica.
Un
posible mapa lexicográfico
En castellano hay términos que parecen dar
cuenta del arco analógico de configuraciones o estrategias adaptativas
incluidas en este campo de la experiencia. Aquí sólo pretendemos un ejercicio
de estructuración o distribución de términos que escuchamos en consulta y que
hemos visto reflejados en el Diccionario de los sentimientos
de José Antonio Marina43.
Se entiende que estos léxicos se refieren a
la erótica o al deseo sexual, y no acertamos a encontrar una relación más que
apró- ximada e intuitiva con los contenidos que les daremos.
Apetito.
Representaría la percepción de nuestro estado del organismo, lo que entendemos
como nuestra disposición física. Respondería a una variable que nos haría más
receptivos a la valoración erótica de los acontecimientos, más susceptibles de
ser atraídos. También se puede usar como lo que pensamos cuando hemos valorado
eróticamente, lo que no implica que podamos determinar nuestro deseo. Tan sólo
hemos tenido una emoción de intensidad menor, con el concurso de una
codificación erótica parcelada o quizás ausente, según el modelo continuo antes
comentado. El apetito se situaría entre el reflejo y el instinto.
Gana. Para J. A.
Marina, en castellano, es sinónimo de deseo y tiene la ventaja de que admite un
contrario, la desgana. Para nosotros, las ganas hablan ya de una valoración y
de una codificación erótica, además de indicar una tendencia a la acción. Pero
una tendencia aún con referencia a la parte del arco analógico más en relación
con el estado del organismo, con menor involucra- ción del objeto emocionante.
Sí, las ganas se perciben todavía como una sensación que se acompaña de un
reconocimiento de un objeto puesto en forma pero sin el cortejo cogni- tivo
completo que unen a sujeto y objeto de forma emocionante. Las ganas hablan aún
de una percepción de la predisposición propia con relación al estado del
organismo, aunque ya más cerca del ámbito de la emoción, tal y como la venimos
entendiendo. Las situaremos alrededor del impulso. En este campo y en el
anterior, la voluntad se suele hacer cargo de proyectos estratégicos o instrumentales
implícitos en su tendencia a la acción.
Deseo. El deseo se
corresponde ya con la emoción que hemos intentado comentar en este documento.
En él intervienen la valoración, la codificación y la expresión. El sujeto y
el objeto se unen de manera difícilmente diferenciable. En nuestro arco
analógico se corresponde con la emoción, y quizás una de sus principales
características es que se percibe no como una disposición orgánica o personal,
sino en función de la atracción que el objeto hace sentir al sujeto. Esta característica
de afecto, de pasión, viene reflejada asimismo en la percepción, ya que resulta
ser algo que de alguna forma nos asombra y sobre los que nuestra voluntad sólo
interviene muy parcialmente. “Nos damos cuenta” de que nuestro deseo no es
reflexivo, se desarrolla en nuestra consciencia irreflexiva al igual que los
dos conceptos anteriores, pero aquí esta experiencia supone una implicación de
todos nuestros registros, el mundo se ve transformado por él, y en la expresión
la tendencia a la acción no se percibe como instrumental u operante, o al menos
nuestra voluntad no interviene de forma dominante en esta instrumentalidad.
Esto no significa que no podamos tener control sobre el paso a la acción, sino
que la relación con la voluntad es delicada y ésta no determina a la propia
emoción, aunque sí puede controlar su expresión fáctica.
Querer. El querer
daría cuenta de otras áreas de nuestras estrategias adaptativas en el mismo
arco analógico. El querer continúa siendo un afecto, pero en él intervienen de
forma importante elementos cognitivos reflexivos, ligados a las ideas y a los
pensamientos. Diríamos que se corresponde con el sentimiento, en una
configuración más estable entre las experiencias emocionales y los
pensamientos. La voluntad tiene en él mayor protagonismo, tanto en su origen
como en su expresión. Al mismo tiempo nos identificamos con el querer porque
en éste se resume de forma más integral nuestro estar en el mundo, de alguna
forma este querer filtra nuestros deseos y los incluye en su misma experiencia.
De hecho seguimos considerando este querer compuesto por los anteriores
elementos, pero al desenvolverse en un ámbito más reflexivo, más lógico, es más
accesible a las ideas y pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos y sobre
el mundo. En este nivel consideraríamos este término incluido en el de nuestra
erótica, en su sentido más amplio. Quedaría por desgranar cómo se representa
en nuestra sexualidad y qué relación mantiene con el proceso de erotización.
Nos hemos ocupado sólo de cuatro léxicos a
modo de primer acercamiento, pero creemos que podría tener gran utilidad práctica
la idea de discutir acerca de un posible mapa lexicológico en relación a los
modelos con los que entendemos el hecho sexual humano, incluyendo términos como
atracción, seducción, gustar, etc.
La
función del deseo sexual
En la comprensión de nuestro tema no podemos
olvidar su “ser para”44, su pragmática, la importancia que tiene su
serviciali- dad o su dificultad para algo. Ya hemos visto como el deseo sexual
se constituye en acontecimiento significante, precisamente porque es un prágmata
cuya función es en realidad de segundo orden: el abrirnos al otro sexuado.
La perspectiva evolucionista es quizás de las
más antiguas y recurrentes en la historia de las ideas con respecto al deseo
sexual.
Así, Galeno pensaba que el triángulo del
placer, el cuerpo y el deseo establecían un sofisma, una astucia del logos para
la salvación y protección de la especie45.
Desde la etología se consideran las emociones
como formas de comportamientos adaptativos. El deseo sexual pertenecería a una
escala de respuestas adaptativas que incluirían el reflejo, el instinto, el impulso
y la emoción, de forma que las emociones han evolucionado a partir de sistemas
adaptati- vos simples y fijos que se han ido complicando y flexibilizando46.
Y tendríamos que decir que las ideas y los pensamientos formarían parte de
este arco adaptativo.
Por otra parte, se deja ver un curioso
paralelismo entre la evolución de las respuestas adaptativas y nuestro propio
estudio de ellas. La erección puede no ser más que un reflejo, sin embargo
también se puede constituir en el correlato de una emoción sexual, de un deseo.
Pensamos que cada paso evolutivo integra los mecanismos adap- tativos
anteriores, y nos asombramos al pensar que en la historia de la ciencia todos
estos mecanismos han sido objeto de estudio y modelo explicativo de la
respuesta sexual. Así sucedió con el reflejo en las perspectivas periféricas y
en el estímulo-respuesta, con el instinto en la generación y en la degeneración,
con el impulso como el sistema sexual y las conductas apetitivas cercanas al
hambre y la sed, y, últimamente, con la emoción como campo de correlatos
significante. De modo que podríamos imaginar una “evolución” en el estudio del
deseo sexual y quizás en el del hecho sexual humano.
Pero lo evolutivo nos habla de una realidad
de segundo orden, algo que nosotros no vivimos en nuestra realidad radical.
Debemos ir más acá y preguntarnos para qué sirve el deseo, cuál es su
finalidad, que son preguntas sobre su significación. Contestaremos que el deseo
nos acerca, que el deseo es la anticipación a un placer, nos aproxima al otro
de una forma erótica. El deseo hace que desaparezca de forma mágica la
distancia, activa la búsqueda, es en sí mismo una experiencia de unión con la
alte- ridad, una unión en la que están implicados el cuerpo y los placeres.
Ésta es su función y quizás la clave de su ausencia. En esta misma dirección y
en la medida en que el deseo erótico es sexuado y está diferenciado en cada
cual, cumple un papel importante en lo que se ha llamado la realización del
individuo como sujeto, muy probablemente por el carácter integral de la
experiencia y por la relación que tiene con la identidad del individuo.
Como campo de la expresión, el deseo se
constituye en comunicación, óptica desde la cual la teoría sistemática habría
dado sus frutos. Teoría en la que bien se podrían integrar los estudios
etológicos sobre los gestos y los estudios sobre expresión facial.
No olvidemos que como realidad de primer
orden en la experiencia “y no a través de presunciones o interpretaciones”47,
la finalidad del deseo sexual es la unión con el otro, con el otro muy
particular, con un objeto determinado y diferenciado. Para ello se construye
un mundo codificado en clave erótica, de manera que la unión con el otro se
hace de alguna forma posible, se debilitan los “límites entre lo real e irreal”48,
los límites de la propia consciencia. Este paso a la emoción no se realiza,
sin embargo, como en Sartre, como un mecanismo de bajo nivel cuando no se puede
responder a un alto nivel. Más bien el deseo erótico responde a una dificultad
siempre presente. Ya que somos individuos, diríamos que es una forma de
potenciación de la comunicación, del encuentro.
El deseo sexual y la
erótica
A lo largo de la exposición hemos ido dando
cuenta de la forma en que articulamos, aunque de forma preliminar o incipiente,
esta emoción en el marco de la teoría de los sexos. Inscribimos el deseo sexual
dentro del campo conceptual de la erótica, por tanto se integra como expresión
de la sexuación y de la sexualidad desde la relación entre los sexos, lugar
privilegiado del hecho sexual humano.
El deseo erótico demuestra su condición
sexual al llevar implícita en su función y en su estructura precisamente la
relación con el otro sexuado, su condición de dirigirse a la alteridad.
Entendemos que la erótica alimenta nuestra
sexualidad, ya que es el campo en el que ésta se expresa y a través del cual se
realiza como prágmata, que es al fin y al cabo el sentido de nuestra sexuación.
Nos erotizamos como nos sexuamos, quizás en articulaciones similares a las del modelo
del deseo sexual arriba expuesto.
Hablamos de nuestra sexualidad para dar
cuenta de cómo nos percibimos hombres o mujeres, con qué modos, matices y
peculiaridades, pero en gran parte esta consciencia reflexiva, esta percepción
de nosotros mismos, se referencia en otras realidades primeras, como son las
que se derivan de nuestros deseos sexuales. De forma más amplia la sexualidad
se referencia en la erótica como el dominio no sólo de los deseos sino de las
demás formas de estar en el mundo, como son las ideas y los sentimientos en las
relaciones sexuales.
Entendemos que el deseo sexual entra a formar
parte del arte erótica, y de hecho del arte amatoria, del cuarto campo
conceptual que el autor de la teoría de los sexos
desgrana del tercer registro, tal y como se expone en la reciente reforma
editada por su autor, y que nosotros preferimos mantener dentro del tercer
registro o erótica.
El deseo sexual, como decimos, ocupa un lugar
privilegiado en la erótica, pero es un fenómeno más dentro de ella. Nuestra
sexualidad no sólo se expresa a través de la experiencia emocionada de deseo
del otro, aunque esto sea quizás el origen del resto de las expresiones
eróticas.
Según Efigenio Amezúa, la erótica es “materia
prima de los sujetos y de sus rela- ciones”49 o Manuel Lanas50
“. como registro social, es la articulación entre la sexualidad del uno y la
sexualidad del otro”. Como registro interpersonal, en esta articulación
encontramos los fenómenos de la atracción, la seducción, el cortejo, la
amatoria, la creación y la procreación. Fenómenos todos, incluido el deseo
sexual, que estarían representados mitológicamente por Eros y las dos
afroditas, la celestial y la popular. En definitiva en estos procesos se
configura de forma completa nuestra erótica a lo largo de la biografía.
Deseos sexuales sexuados o sexistas
Desde el principio del documento hemos dejado
de lado la contextualización socio- cultural del hecho sexual humano así como
el discurso social que se refiere al deseo sexual51, excepto para justificar
el presente documento, y esto a pesar de parecemos ambos aspectos sustanciales
en la discusión de nuestro tema. La cuestión sexual y los distintos discursos
acerca de ella, así como lo que denominamos más clásicamente la moral sexual
cultural52 tienen un espacio de representación en realidades
personales, interpersonales y sociales, quizás de primer, segundo y tercer
orden. Pero ésta es una cuestión psicosociológica que aquí no pretendemos
tratar. Sólo diremos que efectivamente se incluyen en la configuración de
nuestras experiencias emocionales a través de su dramatización en nuestras
relaciones sexuales y en nuestra erótica en general.
En cualquier caso, hemos dicho que el deseo
sexual es sexuado, se da por un proceso de erotización diferenciado en cada
sexo y en cada individuo. Habría además que hacer dos matizaciones. La primera
es que hemos hablado de deseo en singular, cuando en realidad
estabamos hablando de los deseos. El uso del singular no es más
que un recurso para tratar sobre un concepto que reúne una serie de
experiencias que tienen unos rasgos comunes. La segunda es precisamente su
diferenciación sexuada, que quizás se conformaría con unos modos en común para
cada sexo y más allá con unos matices y peculiaridades para cada individuo.
Después de haberse impuesto un modelo de
respuesta sexual, más que sexuado sexista, pues se basaba fundamentalmente en
la respuesta masculina y desde el punto de vista de los cambios fisiológicos,
es muy probable que estemos manejando un modelo de deseo también masculino.
¿Por qué tenemos esa abrumadora diferencia entre hombres y mujeres en las
demandas por bajo deseo? Se alude a la testosterona como la hormona del deseo,
y es claro que esta predomina en el varón. Así que, resuelto el problema,
sencillamente las mujeres son menos deseantes. Sin embargo, parece que nos
intentamos convencer de algo poco verosímil. Seguimos haciendo caso omiso a
las formas de deseo sexuado, en este caso a los modos femeninos. La consulta de
la mujer posiblemente aluda a que carece del deseo masculino que su pareja cree
que debe tener, y esto es una fuente de problemas para ambos. Creemos que
estamos en el barro de numerosas reestructuraciones en las relaciones de
pareja y en las identidades sexuales, transformaciones que obligan a una
reestructuración erótica en las parejas. La desaparición de elementos como la
espera erótica53 y los rituales de cortejo, el empoderamiento de la
mujer en su condición de sujeto, que no de objeto, en las relaciones eróticas,
el referente de la respuesta sexual como objetivo, el trabajo desmesurado de
ambos sexos y en especial el doble trabajo de la mujer, las relaciones
construidas en dinámicas de poder, etc., son factores que sin duda contribuyen
a que el deseo sexual se problema- tice de forma creciente.
De cualquier forma hay dos conceptos en los
que pensamos se debería ahondar para despejar en algo este asunto que, si bien
es problemático, no tiene porqué ser problema- tizado. Por un lado deberíamos
profundizar en el conocimiento de las eróticas sexuadas, especialmente
elaborando visiones de encuentro. Por otro, habría que replantear la cuestión
del deseo sexual con respecto a su lugar en nuestras vidas. Creemos que se ha
dramatizado, como se ha dramatizado la sexualidad y en general el hecho
sexual. Su ausencia se concibe como una enfermedad y no como una forma de
configuración personal que puede ser cambiada o no según los deseos de la persona
que vive su vida o en función de la pareja, de ambos, que quieren vivir su
vida emparejados. El deseo sexual es un fenómeno más en nuestras vidas y debe
tener su sitio en la gestión de nuestros deseos. Puede tener un lugar
privilegiado para el encuentro y para hacernos más cercanos al otro sexuado,
pero no hay que olvidar su categoría de uno más entre los distintos deseos.
Efectivamente con Efigenio Amezúa y con
Manuel Lanas creemos que se debe evitar la clinicalización de los encuentros.
Sobre todo porque primun
non nocere y los formatos de tratamiento así como la
consideración de un problema como una enfermedad o como un trastorno tienen
consecuencias que en ocasiones son nocivas para la salud. La perspectiva del
deseo como una emoción conlleva muchas consecuencias prácticas en cuanto al
abordaje de este campo. La relación de pareja, las ideas acerca de lo que es
el deseo, las cosas que se desean y sus lugares en nuestras vidas, el deseo
sexuado, el lugar de las sensaciones, las emociones y los sentimientos son temas
a cultivar, ya que, como hemos visto en un sistema multientra- da, son muchas
las formas y niveles de abordaje, pero siempre desde el cultivo, porque las
emociones son muy particulares, generalmente valores del sujeto y en gran
parte ajenas a la voluntad.
Notas al texto
1
Gómez
Zapiain, J. (1995): El deseo sexual y sus trastornos: aproximación conceptual y
etiológica. En Anuario
de Sexología, n°1, Nov 95. Y (1997): El deseo sexual como una
emoción y Evolución histórica del conocimiento científico de la respuesta
sexual. Ambos en Avances
en Sexología. Bilbao. Servicio Editorial de la Universidad del
País Vasco.
2
Moltó
Brontons, J. (1995): Psicología de las emociones, entre la
biología y la cultura.
Valencia. Albatros Ediciones.
3
Kaplan,
H. (1978, 4a edic.): La nueva terapia sexual
(pp: 132-135). Madrid. Alianza Editorial. (Orig. 1974). (1985): Trastornos
del deseo sexual. Barcelona. Grijalbo.
4
Masters,
W. H. and Johnson, V. (1967): Respuesta Sexual Humana.
Buenos Aires. Editorial. Interamericana. (Orig.1966).
5
Díez,
J. L. y Gérvas, J. (1999): Notas para debatir sobre la salud sexual universal y
la ansiedad postmo- derna. BIS n°26. Artículo que efectivamente fue
debatido por mí mismo: Pedro La Calle (1999): El deseo políticamente
incorrecto. BIS
n° 27. El actual documento se puede considerar una continuación de mi artículo
y una respuesta más a las “notas para debatir...”.
6
La
idea o el modelo desarrollado en este documento se apoya en gran medida en la
idea defendida por Sartre de la emoción como hecho significante. Sartre, J.P.
(1987): Bosquejo
de una teoría de las emociones. Madrid. Alianza Editorial.
(Orig. 1967).
7
Idem,
pág. 28.
8
El
concepto de “deseo sexuado y por lo tanto, del otro sexuado”. Amezúa, E. (1999):
Teoría de los sexos, la letra pequeña de la sexología. Revista
Española de Sexología. Extra doble n° 95-96. Pág 26. En este
documento el autor recoge de forma amplia los conceptos centrales de su teoría,
en lo que llamamos la versión moderna Podemos encontrar la articulación del
triple registro en su formulación antigua en el trabajo del autor: Sexología:
cuestión de fondo y forma. La otra cara del sexo. Revista de sexología. n°
49-50. 1991.
9
Idem
(6).
10
Bajo
una lógica onírica y mágica dirá Sartre en su “Bosquejo...”
11
Marañón,
G. (1925): Patología e higiene de la emoción. Obras completas (IV).
“Artículos”. Madrid. Espasa Calpe S.A. Pág. 103.
12 Pág. 103 del
tomo IV de las Obras
completas. Patología e higiene de la emoción. Y, de este mismo
autor Psicología del gesto, artículo en los Ensayos Liberales.
Colección Austral 4a edición 1956 (1a edición 1946.
Madrid. Espasa Calpe).
13 Nos parece
adecuado el uso para el análisis del deseo sexual del triple registro (versión
antigua) para la articulación del hecho sexual humano de Efigenio Amezúa en su Teoría de
los sexos (nota n°8). Creemos además que existe una gran
correspondencia con la descripción clásica tridimensional y podríamos haber
estructurado este documento bajo estas tres dimensiones, lo cual nos habría facilitado
las cosas. Seguimos manteniendo la estructura de la triple dimensión
descriptiva de la Teoría
de los sexos ya que en su versión moderna además de sexuación,
sexualidad y erótica el autor ha añadido la amatoria
como corolario de las anteriores. Corolario éste que a nosotros nos parece una
conformación del modelo más que una dimensión en sí misma. En este mismo
anuario J. J. Gérvas y Mónica de Celis, en su artículo El
climaterio en la mujer: una aproximación desde la teoría de los sexos,
ofrecen un resumen de la nueva versión de esta teoría.
14 Matizamos así
la caracterización del deseo sexual como una “experiencia emocional subjetiva”
de A. Fuertes. (1995): Determinantes relacionales de los problemas de deseo
sexual. Anuario
de Sexología . A.E.P.S. 1, 27-43. Pensamos que la subjetividad es
intrínseca a la experiencia emocional. En un principio sustituimos subjetiva
por sexuada, sin embargo como nos advertía Mónica de Celis toda experiencia es
sexuada, así que pensamos que erótica era el concepto que más delimitaba el
tipo de experiencia del que hablamos.
15 Vila
Castelar, J. (1996): Una
introducción a lapsicofisiología clínica. Madrid. Pirámide. Pág.
126.
16 Diccionario
Terminológico de Ciencias Médicas. Salvat editores 1979.
17 Dicc. María
Moliner. Gredos. Madrid. 1988.
18 Wettley, A.
(1990): De la “Psychopathía sexualis” a la “ciencia de la sexualidad”. Trad:
Consuelo Prieto y Sybille Kapferer. Revista de Sexología 43.
Pág. 20. (Orig. 1959).
19 LeVay, S. El cerebro
sexual. Madrid. Alianza Editorial. (Orig 1993), Pág. 110.
20
Idem
/1) pp 53-54, “El deseo sexual y sus trastornos.”
21
F50-52,
Pag. 54 de CIE 10 (OMS 1992) Madrid 92. Ed Méditor.
22
Freud,
S. (1995): Tres
ensayos sobre la teoría sexual. Madrid. Alianza Editorial. C.B
386. Pág. 47. (Orig.1905).
23
Idem
(20) p.111.
24
Landa,
A, J. (2000): Homos y Heteros, aportaciones para una teoría de la sexuación
cerebral. Revista
de Sexología, 97-98. Además sobre este tema encontramos abundante
infomación en Botella J, Tresguerres J. (1996, 1a ed): Hormonas,
instintos y emociones. Madrid: Editorial Complutense.
25
Zapiain,
J. G. (1997): Evolución histórica del conocimiento científico de la respuesta
sexual humana, en Avances
de Sexología. Cap. 6. pp 143-145.
26
Jackendoff,
R. (1998): La
conciencia y la mente computacional. Madrid. Trad: Visor Dis.S.A
(Orig.1987).
27
Idem
(26).
28
LeDoux,
J. (1999): El
cerebro emocional. Barcelona. Editorial Planeta. (Orig 1996).
29
Ortoni,
Lázarus, etc.. Específicamente se puede leer un estudio sobre las valoraciones
cognitivas en Ortony, A. (1996): La estructura cognitiva de las
emociones. Madrid. Siglo Veintinuno de España Editores,
SA.(Orig.1988).
30
Ponty,
M. (1994): Fenomenología
de la percepción. Barcelona. Ediciones Península. (Orig. 1945).
31
Tordjman,
G. (1994): El
Placer femenino. Barcelona. Plaza y Janes Editores, SA.
32
Johnson-Laird,
Ph. (1990): El
ordenador y la mente. Barcelona. Ediciones Paidós Ibérica, SA.
33
Bataille,
G. (1997): El
erotismo. Col. Ensayo. Barcelona. Tusquets Editores S.A.
(Orig.1957).
34
Idem
(28).
35
Comentario
de mi amigo y compañero José Luis Díez al leer el borrador del documento.
36
Citado
por Moltó, como en (2) Pág. 90.
37
Marina,
J. A. y López Penas, M. (1999): Diccionario de los sentimientos.
En el cap. El léxico del deseo. Pág. 65. deseo=apetito = ganas. Movimiento
hacia alguna cosa que aparece aparece como buena y atrayente. Editorial
Anagrama, S.A.
38
Laín
Entralgo, P. (1996): Idea
del hombre. Círculo de Lectores, S.A.
39
Esta
teoría esta tomada de la obra de Jakendoff, que a su vez la toma de Searle.
40
Este
pequeño resumen del modelo de Lang ha sido tomado casi literalmente de Jaime
Vila Castelar, como en (15).
41
Citado
por Moltó, Pág. 72.
42
Ortega
y Gasset, J. (1970): El
hombre y la gente. Madrid. Revista de Occidente. (Orig. 1957).
43
José
Antonio Marina: Diccionario
de los sentimientos. Cap. El léxico del deseo. Pág. 65. “deseo =
apetito = ganas. Movimiento hacia alguna cosa que aparece aparece como buena y
atrayente.
44
Como
en (42), Pág. 113.
45
Foucault,
M. (1995): La inquietud de si. Historia de la sexualidad
(3). Madrid. Siglo Veintiuno de España Editores, SA. Pág. 100. (Orig.1984).
46
Como
en (2), Pág. 71.
47
Idem
(42).
48
Guillaume
Dembó (1931), discípulo de Kholer citado por Sartre, pág 55 en su “Bosquejo..”.
49 Amezúa E.
(1999): Teoría de los sexos, la letra pequeña de la sexología. Revista
Española de Sexología, Extra doble 95-96.
50
Lanas
Lecuona, M. (1997): Aproximación epistemológica a la sexología. En Gómez
Zapiain (Ed.) Avances
en Sexología. Pág. 107. Bilbao. Serv. Editorial de la Universidad
del País Vasco. Además, de Manuel Lanas he tomado el uso sistemático del
concepto de correlato.
51
Lanas,
M. (1997): Razones para la existencia de una ciencia sexológica. Revista
Española de Sexología, 83-84. Pág. 18.
52
En
realidad parece ser Ehrenfels quien realiza esta construcción de “moral sexual
cultural” para diferenciarla y oponerla a la “moral sexual natural”, tal y
como nos lo cuenta S. Freud en su artículo “la moral sexual” cultural “y la
nerviosidad de la época”. Sigmund Freud: Ensayos sobre la vida sexual y la
teoría de la neurosis. Madrid. Alianza Editorial. CB 62. Pág. 19.
53
Idem
(49).
Javier Gómez Zapiain -
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos psicológicos
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. E-mail: ptpgozaj@ss.ehv.es
El modo de hacer educación sexual, los
objetivos, los contenidos, las estrategias, dependen del concepto de
sexualidad del cual se parta. Si se analizan las principales propuestas de
educación sexual utilizadas internacionalmente a lo largo del siglo que acaba
de terminar, podemos encontrar modelos que se centran en el conocimiento del
cuerpo y la función reproductora, o en la prevención de riesgos asociados al
comportamiento sexual, o el adoctrinamiento moral, tanto conservador, como
progresista, etc. La mayoría de ellos carecen de una reflexión conceptual
previa acerca del sexualidad humana, dando por sobrentendido que ya se sabe de
qué se habla, cuando se habla de sexualidad.
En este artículo se presenta una síntesis de
la fundamentación teórica que inspira el programa Uhin Bare de educación
afectivo-sexual encargado por el Gobierno Vasco a la Universidad del País
Vasco, para la educación secundaria obligatoria (E.S.O.), que comprende a
adolescentes entre 12 y 16 años. En él se insiste en la necesidad de
profundizar en el concepto de sexualidad en los siguientes términos: la
sexuación es el proceso dinámico a través del cual las personas se construyen
como mujeres u hombres, siendo la síntesis de la diferenciación biológica de
los sexos y las atribuciones culturales correspondientes. Podemos decir, por
tanto, que la sexualidad es el modo de estar en el mundo en relación con esta
síntesis. A partir de esta reflexión teórica se deduce que en el momento
psicosexual de los adolescentes, cabe destacar tres dimensiones esenciales que
deben formar parte del abordaje de la sexualidad en estas edades: la identidad
sexual, el deseo sexual y la afectividad.
En la segunda parte de este artículo se
exponen los pormenores del programa Uhin Bare de educación
afectivo-sexual: principios en los que se funda, objetivos, contenidos,
estructura y requisitos para su aplicación.
Palabras clave: Educación sexual,
adolescentes, programas, sexualidad, identidad sexual, deseo sexual,
afectividad, apego.
EMOTIONAL AND
SEXEDUCATION
The
methodology of sex education, its aims, its contents and its strategies depend
on the concept of sexuality that one assumes. Analysing the main proposals used
internatio- nally in sex education in the century that has just gone by a
number of patterns are found, to large extent they focus on the knowledge of
the body and the function of the reproductive organs, or on the precautionary
measures related to sexual behaviour, or on the moral indoctrination both
conservative and progressive, and so on. But most of them lack of a previous
meditation on the concept of human sexuality, giving for granted knowledge on
the matter of sexuality.
This article
is a presentation of the theoretical fundamentation of the Uhin Bare pro- gramme for
affective and sex education. The programme has been requested by the Basque
Government to the University of the Basque Country. It is addressed to those
adolescents between the age of 12 and 16, who are in the Secondary Compulsory
Education (ESO, Educación Secundaria Obligatoria). In the article there is an
emphasis on the need to go deeply into the concept of sexuality regarding the
following terms: sexuation is a dynamic process on becoming man and woman,
which is the synthesis of biological differentiation and the corresponding
cultural attributions. So it is fair to say
that
sexuality is a way to be in the world in relation to this synthesis. Taking
this theore- tical meditation it follows that in the psychosexual time of the
adolescents there are three essential dimensions which must be beared in mind
when approaching sexuality at this age: sexual identity, sex desire and
affectiveness.
In the second
part the article the
Uhin Bare programme
of affective and sex education is unfold in detail: fundamental principles,
aims, contents, structure and the requirements to set it up.
Keywords: Sex
education, adolescent, programmes, sexuality, sexual identity, sex desire,
affectiveness, attachment.
Introducción
Educación sexual, educación de la sexualidad,
educación afectiva, educación de la afectividad, educación sexual-afectiva, educación
afectivo-sexual...
Últimamente tengo la impresión de que para
algunos es indiferente utilizar un término u otro puesto que se dejan llevar
más por inercias o modas, que por su propia reflexión teórica. Para otros, la
utilización de un término concreto se convierte en una firme seña de identidad
que hace mirar con recelo a todos los que utilizan otras formas, como si éstos
atentasen contra alguna esencia.
Desde mi perspectiva, creo que la cuestión
no está en la etiqueta, sino en la funda- mentación teórica que la sustenta. He
titulado este artículo “Educación afectivo- sexual”, pero no tendría ningún
inconveniente en titularlo de cualquier otra manera, por ejemplo, “Educación
sexual”.
Este artículo pretende ser una reflexión
acerca de la educación afectivo-sexual a partir de la experiencia que hemos
desarrollado recientemente en el País Vasco. En el año 1996 la comisión mixta
educación-sanidad del Gobierno Vasco, encargó a la UPV/EHU un programa de
educación sexual para la educación secundaria obligatoria (Gómez Zapiain, J.,
Ibaceta, P., Pinedo, J.A., 2000). En los años sucesivos se elaboró el programa “Uhin
Bare”, se realizó una experiencia piloto en nueve centros del
País Vasco y finalmente se publicó en febrero de 2000. En la actualidad está en
marcha la fase de extensión del programa, estando a disposición
de todos los centros públicos y privados del País Vasco.
¿Qué entendemos por sexualidad?
El origen mismo del sexo establece un modelo
bio-psico-social, en la comprensión de la sexualidad humana, premisa
ampliamente aceptada por los principales teóricos e investigadores de la
sexología moderna (Carrobles, 1990; Byrne, 1986; Reiss, 1983; Geer y O’
Donohue, 1987; López y Fuertes,1989; Levine, 1992; Amezúa, 1999).
La filogenia nos aporta ideas importantes
para comprender los orígenes de la sexualidad humana y para fundamentar el
concepto. En primer lugar, la aparición del dimorfismo, de dos formas, de dos cuerpos
sexuados, que junto a las atribuciones que la cultura hace al hecho sexual,
constituyen las bases de la identidad sexual. En segundo lugar, la aparición de
la motivación sexual, el deseo sexual, la búsqueda de placer sexual. En tercero,
la aparición del vínculo afectivo, que es el soporte de la seguridad básica en
las relaciones interpersonales (ver gráfico 1). En cuarto lugar, la regulación
de la sexualidad, lo adecuado e inadecuado, el reparto de funciones en función
de la variable sexo. Todo ello nos permite comprender la experiencia
afectivo-sexual humana.
Lejos de reducirla a los comportamientos
sexuales, la sexualidad es todo lo relacionado con el hecho simple y básico
que consiste en que somos personas sexuadas. La sexua- ción es el proceso por
el cual nos convertimos en seres sexuados. En realidad no somos ni mujeres ni
hombres, nos vamos construyendo como tales. Esta construcción es un proceso
complejo que va desde lo biológicamente más simple hasta lo psicoso-
cialmente más
complejo. En realidad, lo que somos lo debemos a la herencia filogenética que
recibimos en forma de programaciones o predisposiciones adaptativas, por
ejemplo, la disposición a la búsqueda del placer, o la tendencia a la búsqueda
de seguridad en el contacto con el otro, son vividas como necesidades básicas.
Como es obvio, también lo debemos a lo adquirido en la inserción a un medio
social determinado donde la socialización a través de la familia, portadora de
todo el peso de la cultura, es determinante. Ahora bien la síntesis de ambos
factores se produce esencialmente a través de la propia biografía, de la
historia personal, de la experiencia. Detengámonos brevemente en estas ideas.
El hecho de ser mujer
u hombre depende de la unión de los cromosomas X,Y por
azar. Sin embargo
este hecho no determina nuestra sexuación, tan sólo la orienta. La sociedad
siempre ha hecho ver lo masculino y lo femenino como polos opuestos antagónicos,
en lo que se ha venido en llamar el modelo de congruencia (Martínez-Benlloch,
Barbera y Pastor, 1988). Sin embargo, la diferenciación sexual es un proceso de
desdoblamiento en dos formas. En la vida intrauterina se producen momentos de
indi- ferenciación, homólogos para ambos sexos, así como unos inductores que
actúan en los momentos críticos de diferenciación. Este desdoblamiento no es
simétrico, la biología demuestra cómo, en caso de duda, la naturaleza tiende a
la feminidad. De ello podemos deducir que cada persona desarrolla un modo
individualizado de sexuación que es único e irrepetible.
Cada persona
desarrolla su corporeidad sexuada que se convertirá en la base de su propia
identidad la cual se acuñará en un contexto cultural a través de la
socialización en ese medio. Yo soy yo que soy mujer porque tengo un cuerpo de
mujer, yo soy yo que soy hombre porque tengo cuerpo de hombre. El contexto
cultural en el que vivimos magnifica los estereotipos de tal manera que la
referencia de la sexuación se establece en los prototipos corporales que
constituyen los cánones de belleza, generalmente manipulados con fines
comerciales. El gráfico 2 nos permite relativizar la sexuación de tal manera
que los prototipos se sitúan en los extremos, por tanto son muy pocas las
personas que se hallan en ese lugar, si atendemos a la curva normal. Es de
interés observar la zona central del gráfico. En este lugar se encontrarían
las personas más bien ambiguas. Lejos de lo que habitualmente se piensa, no
consideramos esta situación como irregular o patológica, sino como el resultado
de un proyecto individualizado de sexuación. La cuestión no está tanto en el
resultado como en la incapacidad cultural de entender el proceso.
Desde el punto de
vista cultural podemos decir lo mismo. La sociedad enfatiza qué es ser mujer u
hombre. El concepto de género, muy en boga en los últimos años, se refiere al
conjunto de atribuciones que la cultura ha ido haciendo a la realidad mujer-hombre
e incide en los motivos ideológicos que determinan las diferencias entre
mujeres y hombres. De esa forma el peso de la cultura respecto al género cae
sobre el bebé, el cual deberá comportarse tal y como se espera de él o de ella
según sea el resultado de su sexuación biológica (Fernández, 1997).
La cultura occidental
es altamente intransigente con la variabilidad sexual. ¿Qué significa ser
mujer u hombre? La referencia se halla en los tipos sexuales fuertemente estereotipados.
Ser mujer es tener un cuerpo determinado que corresponde al canon de belleza
establecido y comportase como se espera de ella: debe ser afectiva,
dependiente, sensible, cuidadora, interesada por el bienestar de los demás, le
deben atraer los hombres y debe sentirse deseada por ellos. Ser hombre
significa tener un cuerpo determinado que corresponda al tipo masculino y
también debe comportarse como se espera de él: seguro, emprendedor, duro,
activo, independiente, agresivo, le deben atraer las mujeres y debe sentirse
deseado por ellas. Cualquier desviación de lo esperado hace inmediatamente
dudar de la integridad sexual de esa persona. ¿Se acepta sin reservas a una
mujer de complexión fuerte, segura, agresiva, independiente, dura,
emprendedora, que no muestre interés por los hombres? ¿Se acepta sin reservas
a un hombre aparentemente débil, sumiso, sensible, dependiente, interesado por
el cuidado de los demás, que se identifique con algunos aspectos femeninos?
Probablemente no. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, el contexto social
es una potente referencia en el desarrollo de la sexualidad, que puede
interferirlo seriamente.
La sexuación, como
vemos, es el resultado de la interacción de sus bases biológicas y de las
expectativas culturales. Siguiendo planteamientos sexológicos, la sexualidad es
la manera de vivir el resultado de la sexua- ción. Hay tantas formas de
sexuación, tantos “sexos”, como personas somos (Amezúa, 1979). La sexualidad es
la manera de vivir el propio proyecto sexual, es el modo de estar en el mundo
en tanto que mujer u hombre, por tanto existen tantas “sexualidades”, tantos
modos de vivirla como personas. Podemos decir que además de ser “yo que soy
mujer u hombre porque tengo un cuerpo sexuado, lo soy porque tengo mi propia
manera de serlo, diferente de los demás”. Esta manera propia
de vivir la sexuación es el resultado de la
biografía donde confluyen la biología y la cultura transmitida a través de la
familia y de los agentes sociales. En el cuadro 2 podemos observar cómo se
pueden distribuir las personas en relación con su propia sexuación. Este
proceso, como vemos, es enormemente flexible y es precisamente la gran
diversidad de resultados lo que lo caracteriza. Cada persona, por tanto, debe
desarrollar su propio proyecto de sexuación a lo largo de su biografía. La
educación afectivo sexual debe colaborar con ello.
Como vemos en el cuadro 1, otro aspecto
relacionado con la sexuación es la motivación sexual. En el origen su función
esencial fue la de garantizar la reproducción, pero a medida que se asciende
por la escala filogenética la motivación sexual trasciende el hecho reproductivo
y adquiere funciones relacionales y lúdicas. De hecho, a medida que ascendemos
por la escala filogenética el comportamiento sexual se independiza
relativamente del sistema neuroendocrino y el aprendizaje social adquiere una
importancia relevante. En los seres humanos, superada la dependencia
reproductiva de la motivación sexual, la necesidad y búsqueda de placer
adquieren diversos significados. El deseo sexual deja de ser una motivación
instintivamente rígida y se transforma en una flexible pulsión cuyos destinos
no están prefijados. La satisfacción del deseo sexual se puede satisfacer
directa y libremente, se puede aplazar, se puede derivar a otros objetivos o,
en determinadas situaciones, se puede renunciar a ella.
El deseo sexual es una pulsión que heredamos
filogenéticamente, estamos dotados de un “sistema sexual”1 que nos
permite responder a estímulos que poseen valencia erótica y que nos impulsan a
la búsqueda de satisfacción sexual. El deseo sexual está representado
anatómicamente en la parte anterior preóptica y ventromedial del hipotálamo y
regulado por el sistema neuroendocrino, es decir, por hormonas, principalmente
la testosterona, y los neurotransmisores. A su vez los centros hipo- talámicos
están ampliamente conectados con el neocortex, por lo que el deseo sexual está
influenciado por la propia experiencia vital, por la biografía.
El deseo sexual como fuerza motivadora se
expresa como una tendencia de acción que da lugar a los comportamientos
sexuales. Éstos pueden ser autoeróticos (dirigidos hacia uno mismo) o
heteroeróticos (dirigidos hacia los demás). Estos últimos pueden orientarse
heterosexual u homosexualmente.
La maternidad/paternidad es también una
función del deseo sexual. Forma parte de la sexualidad, pero ésta no puede ser
reducida a aquella. A estas alturas de la evolución de nuestra especie, se ha
convertido en una opción libre y voluntaria de la mujer. La educación
afectivo-sexual debe situar esta función en el lugar que le corresponde,
dotando a las personas de recursos para su regulación.
Ya hemos comentado anteriormente cómo el
concepto de sexualidad se ha visto reducido de una manera obsesiva y morbosa a
los comportamientos sexuales y sus consecuencias, por motivos claramente
ideológicos. Evidentemente, éstos constituyen un aspecto esencial de la
sexualidad, pero ésta no se puede reducir únicamente a ellos. Desde un concepto
amplio, el deseo y los comportamientos sexuales se articulan y están mediatizados
desde y por la manera de situarse en el mundo como mujer o como hombre.
Volviendo al cuadro 1, otro de los aspectos
relacionados con la sexuación es la vinculación afectiva. Tal y como indicó
Bowlby (1969) el apego es un sistema que garantiza la vinculación entre los
progenitores y las crías -que nacen en precario- con fines supervivenciales.
Las especies han desarrollado mecanismos comportamentales entre progenitores y
crías que garantizan el correcto desarrollo de estas últimas sobre la base de
la contingencia entre las señales de necesidad de las crías y los cuidados de
los adultos. Si no existiese el sistema de apego y no se produjese la
vinculación, las crías de las especies que nacen sin la capacidad de
supervivencia individual perecerían, fracasando la supervivencia de esa
especie.
En términos humanos, nacemos “determinados”
para la vinculación, para el contacto con el otro. Poseemos comportamientos
innatos que garantizan esta unión, el reflejo del moro, la sonrisa, la presión
de la mano al ser ésta estimulada, etc. La figura de apego, persona con la que
el bebé mantiene relaciones privilegiadas, posee la capacidad de interpretar
las señales de éste y responder contigentemente a sus demandas. Por otro lado,
el sistema de apego se activa cuando el niño o la niña están en una situación
de desvalimiento, de desamparo, de angustia, buscando la proximidad y el contacto.
La figura de apego cumple con dos funciones esenciales: es la base de seguridad
y el puerto de refugio.
En los primeros momentos del desarrollo, la
seguridad individual depende del otro, de la figura de apego, que generalmente
son los padres biológicos, aunque podrían ser otros. La seguridad, la confianza
básica depende en gran medida de esta relación primigenia. Según sea la
calidad de la vinculación así será el grado de seguridad. En estos momentos y
en función de la relación niña/o figura de apego se genera lo que técnicamente
se conoce como modelo interno. Éste está compuesto por el modelo de sí mismo,
en términos de autoestima y el modelo de los demás, en términos de
confiabilidad hacia los otros. El modelo interno va a regir en el futuro las
relaciones interpersonales. Los especialistas en apego han determinado,
simplificando, tres estilos de apego: seguro, ansioso ambivalente y evitativo.
Ellos configuran tres maneras diferentes de abordar las relaciones
interpersonales.
De la vinculación afectiva depende la
confianza básica y la seguridad emocional. Cuando dos personas adultas desean
mantener relaciones sexuales compartidas, éstas necesariamente se desarrollan
en el ámbito de la intimidad. Pero es precisamente en este ámbito donde pueden
aparecer dificultades psicológicas relacionadas con la inseguridad emocional.
Recordemos una vez más que una parte importante de las dificultades sexuales se
relacionan con el miedo a la intimidad (Kaplan, 1979).
En realidad, la vinculación afectiva nos
habla de la necesidad de sentirnos seguros sobre la base de la relación con las
figuras de apego a lo largo de toda nuestra vida, la madre, el padre, los
hermanos y las hermanas, las abuelas y los abuelos, los amigos y las amigas,
las novias y los novios, las compañeras y los compañeros. También nos habla de
la importancia de la calidad del contacto físico en el infancia en relación con
la capacidad de voluptuosidad adulta.
El amor y el enamoramiento, tal y como
indican Hazan y Shaver (1987), son la expresión de la necesidad de vinculación
afectiva en el tránsito evolutivo de las figuras de apego. Por eso desde el
punto de vista del concepto de sexualidad nos parece importante identificar dos
dimensiones que no deben ser confundidas (ver gráfico 3). Por un lado, el deseo
sexual que, como ya hemos indicado, nos impulsa a la búsqueda de placer sexual
a través de comportamientos autoeróticos o compartidos. Por otro lado, el amor
y el enamoramiento que nos impulsan a la búsqueda de contacto con el otro, a la
“vinculación” con él o ella, como base de seguridad. Son dos dimensiones
diferentes cuyo origen es distinto. Estas dimensiones pueden vivirse separada o
simultáneamente según diferentes momentos del ciclo vital. Veamos algunos
ejemplos.
Un adolescente, mujer u hombre, que se halle
en crisis con su familia debido al tránsito entre la infancia y la juventud,
que sienta una fuerte carencia afectiva por diversas razones, podría desear
ardientemente una pareja, un novio o una novia, que mitigase su sentimiento de
soledad. En esta situación el deseo sexual, la experiencia erótica, podría no
estar presente en este momento, porque su propio grado de madurez no le permite
abordarlo. En nuestra cultura puede que esta situación se dé más entre mujeres
que entre hombres, algo que la educación afectivo sexual debería contribuir a
compensar. Otra situación diferente es aquella en que el deseo sexual puede
presionar de tal forma que exista un fuerte anhelo por vivir experiencias
eróticas sin ningún tipo de compromiso afectivo. Puede que esto sea más
frecuente entre chicos, probablemente inducidos culturalmente, cuestión que de
ser así debería también ser compensada por la educación afectivo-sexual.
En cualquier caso, pensamos que por un
principio elemental de economía psicológica, a la larga, las personas tienden
a enamorarse de aquellas que desean sexualmente. Ahora bien, insistimos en
que, para entender adecuadamente la experiencia afectivo- sexual humana, deben
identificarse ambas dimensiones y no confundirlas.
En resumen, consideramos que el concepto de
sexualidad -que habitualmente se emplea- se reduce casi exclusivamente a lo que
se entiende por “relaciones sexuales”, es decir a los aspectos
comportamentales. Sin embargo, consideramos que es necesario desarrollar una
concepción más amplia que nos permita contemplarlo en toda su amplitud. Es
necesario ampliarlo y reflexionar sobre él con el fin de afinar en nuestros
planteamientos respecto a la educación afectivo-sexual.
El
concepto de sexualidad y la educación sexual
Según sea el concepto de sexualidad del que
se parta, así será el tipo de educación sexual que se imparta. Por ejemplo, si
alguien reduce el concepto de sexualidad a la reproducción, la educación sexual
se basará en lecciones de anatomía y fisiología de la reproducción. Si alguien
piensa que la sexualidad se reduce a ese “instinto sexual” tan fuerte y
peligroso que es capaz de corromper la moral establecida, la educación sexual
se basará en aleccionamientos doctrinales respecto a una moral determinada,
generalmente la católica en nuestro contexto. Si la sexualidad se reduce, de
una manera laica, a los riesgos inherentes al comportamiento sexual, la
educación sexual se basará en la información sobre el sida, las enfermedades
de transmisión sexual y los métodos anticonceptivos.
La reflexión teórica que hemos desarrollado
anteriormente nos sirve para fundamentar el concepto de sexualidad en el que se
sustenta el proyecto educativo que defendemos. De ella podemos entresacar las
siguientes referencias:
• La sexualidad es la
manera de situarse en el mundo en tanto que mujer u hombre.
• Existen tantos modos
de ser mujer u hombre como personas somos.
• La sexuación es un
proceso de desdoblamiento en dos formas que va desde lo biológicamente más simple,
hasta lo psico- socialmente más complejo.
• Es un proceso
personal, único e irrepetible.
• La sexuación es un
proceso dinámico en permanente construcción.
•
La
sexualidad es diferente en cada edad.
“Hacer educación sexual es suscitar elementos
de cultivo” (Amezúa, 1973), por tanto la función de la educación afectivo-
sexual consiste en suscitar, a lo largo del proceso educativo, los elementos
necesarios para construir, para desarrollar la manera propia de estar en el
mundo como mujer, o como hombre. Esta es la situación de partida desde un punto
de vista conceptual. Deberíamos contemplar a nuestros alumnos y alumnas, no
como personas potencialmente víctimas de sus “impulsos sexuales”, sino como
seres que a lo largo de las edades y en conjunción con otros procesos
psicológicos desarrollan el modo de vivir su propia sexua- ción. Ahora bien,
para que este discurso no quede en el aire, debemos dar contenido a la
expresión “la manera de estar en el mundo como ser sexuado”. Como ya hemos
indicado, cada persona se sitúa en el mundo como mujer o como hombre, a partir
de su cuerpo sexuado. Desde el mismo momento del nacimiento la sexuación
biológica genera una reacción cultural que se manifiesta en la aplicación de
los estereotipos sexuales. La resultante es la toma de conciencia de la propia
identidad sexual. La educación sexual debe aportar elementos que ayuden a las
personas a integrar adecuadamente su cuerpo sexuado, y a desarrollar
críticamente su manera personal de ser mujer u hombre. Sin duda deberá ofrecer
elementos que compensen la desigualdad tradicional entre los sexos.
El deseo sexual, como hemos visto, es uno de
los elementos importantes de la sexuación. El modo de gestionar la satisfacción
del deseo sexual forma parte de la manera de ser y de estar en el mundo como
mujer u hombre. La educación afectivo sexual debe ayudar a las personas a
conocer el deseo sexual, a reconocer sus manifestaciones, en uno mismo y en
los demás y a solventar con responsabilidad los comportamientos que de él se
deriven. Es evidente que la manera de experimentar y manejar el deseo sexual es
diferente entre hombres y mujeres, hetero u homosexuales. La educación
afectivo sexual debe crear espacios de elaboración de estas cuestiones.
El modo de ser mujer u hombre se relaciona
también con los afectos. La vinculación afectiva determina en gran medida los
estilos de relación interpersonal. La necesidad de querer y ser querido y la
necesidad de satisfacción sexual convergen en el espacio de la intimidad. Ésta
es subsidiaria de la autoestima, de la seguridad emocional y de la confianza
básica. No cabe duda de que la educación afectivo sexual, a lo largo de la
escolarización, puede sin duda contribuir en este sentido.
Finalmente, la manera de estar en el mundo
como mujer o como hombre se relaciona con la regulación social de la sexualidad.
La educación afectivo sexual debe contribuir a erradicar formas
discriminatorias de regulación en relación con los sexos. Debe potenciar la
autonomía personal frente a consignas procedentes de determinadas creencias o
ideologías. Debe potenciar la empatía como capacidad de interpretar adecuadamente
las necesidades de los demás, única forma de prevenir acosos y agresiones. En
definitiva debe potenciar el desarrollo de una ética personal y social en el
conjunto de una sociedad democrática en la que coexisten diferentes formas de
entender las relaciones sexuales.
¿Por qué educación afectivo-sexual?
De un tiempo a esta parte se tiende a sustituir
el término educación sexual por el de educación afectivo-sexual. Se está produciendo
como una cierta inercia. Ante el uso de este término existen distintas
posiciones. Algunos piensan que se trata de un simple esnobismo, una manera
nueva de designar lo de siempre. Otros creen que es una forma de “endulzar” los
escabrosos temas sexuales. Otros piensan que ya era hora de que primase la
afectividad sobre el sexo. Ninguna de estas opiniones está en lo cierto.
El término educación afectivo-sexual en este
programa no es arbitrario, tiene un significado preciso que se sustenta en un
soporte teórico.
La expresión “afectivo” hace referencia a la
necesidad humana de establecer vínculos con otras personas que son
imprescindibles para la supervivencia y para la estabilidad emocional y que,
sin duda, constituye la necesidad humana más importante. El término
“afectividad” se suele utilizar como un comodín con significados muy
imprecisos. En este programa, este concepto se apoya esencialmente en la teoría
del apego.
La expresión “sexual” hace referencia, obviamente,
al sexo, es decir, a nuestra naturaleza radicalmente (de raíz) sexuada. Se
manifiesta en diversas dimensiones como son la identidad sexual, conciencia de
ser y pertenecer a un sexo, el rol sexual, la expresión de la manera personal
de vivir el hecho de ser sexuado, y el deseo sexual, como expresión de la
necesidad de satisfacción sexual.
Las necesidades humanas de poder querer y
sentirse querido, de satisfacción sexual y de sentirse integrado en una red
social, están entre las más importantes. Consideramos que es difícilmente
comprensible el desarrollo de la sexualidad humana sin una importantísima
mediación afectivo emocional. Por ello nos parece congruente emplear con plena
conciencia el concepto “educación afectivo- sexual”.
La educación afectivo sexual en la escuela
¿Qué se pretende con la integración de este
programa en el curriculum del alumnado? ¿Cuáles son los objetivos que éste
propone?
Podríamos aludir ahora a determinadas
publicaciones, o referirnos a los objetivos que nosotros mismos hemos propuesto
en otros lugares (Gómez Zapiain, Ibaceta, Pinedo, 1997) para hacer una
exposición compleja de objetivos teóricos, pero en este punto queremos hacer
una reflexión sobre todo práctica y realista.
En realidad, ¿qué desearíamos acerca de la
sexualidad de nuestras y nuestros jóvenes?, ¿qué desearíamos para nuestras
hijas o hijos, para nuestras alumnas o alumnos, en relación con el desarrollo
de su propia sexualidad?
Una respuesta general a estas preguntas puede
ser la siguiente: deseamos lo mejor para los y las adolescentes. ¿Qué significa
esto? Pues que, finalizada la enseñanza secundaria, ellos y ellas posean los
recursos necesarios para gestionar sus necesidades afectivas y sexuales, de tal
manera que el acceso a sus primeras experiencias se produzca de manera
satisfactoria, responsable y sin riesgos.
Siendo coherentes con el concepto de
sexualidad que hemos defendido, la sexualidad no puede reducirse a
comportamientos sexuales. Por ello, las primeras experiencias afectivo
emocionales están mediatizadas por el desarrollo de la propia identidad sexual
o manera de ser mujer u hombre, por la experiencia emocional del deseo sexual
y por los afectos asociados a ello. De este modo los objetivos del programa se
ajustan a los siguientes conceptos: identidad sexual, deseo sexual y
afectividad.
Objetivos respecto a la identidad sexual:
En el ámbito de la identidad sexual nos
proponemos potenciar el desarrollo de la manera propia de estar en el mundo
como mujer o como hombre como resultado de la propia sexuación, que es la
integración de los aspectos biológicos, psicológicos y culturales (ver el
concepto de sexualidad). Este enunciado general se concreta en:
• Ayudar al alumnado a
sentirse responsable y protagonista del desarrollo de la manera personal de
estar en el mundo como mujer u hombre, a partir de la flexibilización radical
de los estereotipos culturales masculinidad- feminidad, con el fin de potenciar
un autocon- cepto sólido y por tanto un grado de autoestima adecuado en
relación con la sexuación.
• Ayudar al alumnado a
aceptar el propio cuerpo, la imagen corporal, como base de la identidad sexual,
desarrollando un sentido crítico respecto a los cánones de belleza que las
estrategias de consumo imponen a través de los medios de comunicación. Tener la
capacidad de desarrollar un modelo de belleza basado en el atractivo que
dimana de la calidad como persona y tener las habilidades suficientes como para
desarrollar y expresar adecuadamente el encanto personal.
• Ayudar al alumnado a
potenciar actitudes y valores positivos en sí mismos, independientemente de
las atribuciones que la cultura hace respecto a los sexos biológicos. Se trata
de desarrollar valores basados en la androginia como modo de contrarrestar
aquellos que se sustentan en la tradición cultural que mantiene privilegios
masculinos.
En el ámbito del deseo sexual proponemos
crear espacios a lo largo de la escolariza- ción conforme al desarrollo
psicosexual correspondiente, que permita al alumnado comprender la naturaleza
del deseo sexual y las formas de regulación. El deseo sexual, tal y como se
explica en la parte teórica, es una experiencia emocional subjetiva y una
tendencia de acción. Esta tendencia se hace explícita en los comportamientos
sexuales. Teniendo en cuenta que la experiencia del deseo y comportamientos
sexuales forman parte de la intimidad personal, siendo esta inviolable, la
escolarización tan sólo puede aportar referencias que ayuden al alumnado a la
comprensión y desarrollo de su propia intimidad sexual. De estas consideraciones
generales podemos concretar los siguientes objetivos:
• Conocer y reconocer
el deseo sexual y desarrollar la capacidad de autorregulación.
• Conocer las
diferentes formas de orientación del deseo, que ayuden a integrarlo en el
conjunto de la identidad sexual sobre todo en aquellas personas cuya
preferencia sexual se dirija hacia personas de su mismo sexo. A partir del
conocimiento de la orientación del deseo, generar actitudes encaminadas hacia
el respeto a la diversidad de las diferentes opciones sexuales.
• Desarrollar una ética
sexual que favorezca el respeto a uno mismo y a los demás en la satisfacción
del deseo, con el fin de evitar imposiciones, abusos o agresiones.
• Desarrollar la
suficiente capacidad de empatía que permita interpretar adecuadamente las
necesidades sexuales del otro u otra como elemento modulador de las propias.
• Desarrollar la
capacidad de ajustar los comportamientos sexuales de tal manera que, al tiempo
que se protege la experiencia afectivo emocional, se eviten los riesgos inherentes
a las prácticas de riesgo.
• Desarrollar la
capacidad de discernir la diferencia entre el deseo sexual y el amor romántico
en la comunicación entre los sexos, con el fin de discernir nítidamente las
necesidades personales y evitar las tergiversaciones.
Un objetivo nada desdeñable consiste en crear
en la escolarización espacios de elaboración de los afectos asociados a la
experiencia sexual. Como ya hemos expuesto en la fundamentación teórica, los
afectos, tanto los sexual-afectivos, como los socio-afectivos median de una
manera considerable en la sexualidad humana. Es por ello que la educación debe
plantearse entre sus objetivos la elaboración de los mismos. Proponemos los
siguientes:
• Colaborar con el
alumnado para que desarrolle en la medida de lo posible un estilo de apego
seguro, lo cual significa un buen nivel de autoestima y un grado adecuado de
confianza en los demás. Promover medidas compensatorias a través del grupo para
aquellas personas que tengan dificultades en este sentido.
• Desarrollar el grado
de autoestima necesario que aporte la seguridad que se precisa para mantener
la autonomía personal. Conviene puntualizar que cuando hablamos de ella nos
referimos a la autoestima general y a la autoestima sexual en particular (seguridad
en la imagen corporal, habilidades sociales, seguridad en la intimidad).
• Desarrollar la
seguridad suficiente que permita aceptar que necesitamos y dependemos de otras
personas, sin que ello signifique sumisión o alienación en el otro/a.
• Discernir con claridad
las necesidades afectivas personales y desarrollar las habilidades sociales
necesarias para satisfacerlas.
Principios generales de la educación sexual
en la escuela
En la actualidad existen diferentes maneras
de intervenir en la escuela. Aquellas que se basan simplemente en la omisión:
la educación sexual es algo ajeno a la escolariza- ción. Las que consideran
que la educación sexual es responsabilidad de especialistas, de modo que son
ellos los que deben actuar en el sistema educativo, pero desde fuera del mismo.
Las que consideran que la educación sexual debe ser integrada en el curriculum
desde el momento en que se considera que las dimensiones afectiva y sexual
forman parte de la formación integral de las personas.
Como es evidente, el modelo que defendemos
coincide con la tercera proposición, siendo respetuosos con otras opciones que,
sin duda, deben todavía coexistir en el medio escolar. Desde esta perspectiva
nos basamos en los presupuestos que enunciamos a continuación.
A estas alturas, la idea de que la educación
sexual debe centrarse fundamentalmente en la transmisión de conocimientos
debería estar superada. En el ámbito de la prevención poseemos una clara
evidencia de que los “conocimientos” no son una variable predic- tora de riesgo
(Gómez Zapiain, 1993; Landry y otros, 1986; Downey y Landry, 1997). Por el
contrario, el peso fundamental de la educación sexual debe centrarse en el
ámbito de las actitudes. Actitud significa disposición hacia... Por ello,
centrar la atención en el ámbito de la actitud, supone abrir espacios para
elaborar la disposición a asumir el protagonismo en el desarrollo del propio
proyecto de sexuación, la disposición a integrar positivamente el erotismo
-entendido como la experiencia del deseo sexual y los comportamientos
derivados- en la estructura general de personalidad, y la disposición hacia los
demás en relación con los soportes emocionales y el espacio de la intimidad.
Por todo ello, la educación sexual no debe
centrarse en la aplicación de un “programa”, sino en que fundamentalmente se
trata de abrir un proceso en la escuela que normalice el tratamiento de la
sexualidad. Vivimos en un medio socio cultural portador de un discurso
dominante acerca de la sexualidad; su reflejo en los medios de comunicación ofrece,
a lo sumo, un esperpento de la experiencia sexual humana. Si la educación
general ofrece al alumnado conocimientos para comprender las experiencias,
¿porqué la escuela no ofrece espacios de elaboración (actitudes y
conocimientos) para poder comprender la experiencia sexual humana? La escuela
debe convertirse en una referencia de autoridad, frente a los despropósitos de
los medios de comunicación. El mensaje se podría concretar así: “En la
calle oirás cualquier cosa, en la escuela lo trataremos con coherencia”.
Para este afán estamos convencidos de que es necesario, no tanto los
especialistas, como el sentido común, lo cual supone un aldabonazo a la
profesionalidad del profesorado. El papel de los especialistas lo entendemos
más como apoyo, formación al profesorado e intervención especializada, que
como responsables directos de la educación sexual en la escuela.
El programa que proponemos es abierto lo que,
bien mirado, significa que no es un programa, si por éste entendemos un conjunto
de actividades cronológicamente ordenadas que deben aplicarse mecánicamente en
el aula. Por el contrario el proyecto curricu- lar del centro debe determinar
cuáles son las cuestiones esenciales, expresadas en los objetivos, que deben
tratarse a lo largo de los cuatro años de la E.S.O. Para ello el programa
propone una serie de actividades que pueden ser utilizadas.
Si la sexualidad es una realidad multidi-
mensional, ello requiere de un tratamiento transversal. A estas alturas no hay
ninguna dificultad en que el alumnado de la E.S.O. comprenda perfectamente la
fisiología de la reproducción. ¿Se puede decir lo mismo de la fisiología del
placer? Sabemos que entre los objetivos curriculares se encuentra el que hace
referencia al conocimiento del cuerpo. Algo tan simple como que la respuesta
sexual tiene tres fases, deseo, excitación y orgasmo, forma parte del
conocimiento del cuerpo y sus funciones. ¿Es necesario contratar a un
especialista para que este tema sea explicado en la escuela? Si cualquier
persona adolescente observa en la calle que alguien se cae, la escuela, sin
lugar a dudas, le habrá dado el soporte necesario para comprender esa
experiencia, la base de sustentación, el centro de gravedad, la gravitación
universal, el equilibrio, etc. Una proporción elevada del alumnado de la E.S.O.
hace uso del autoerotismo, ¿no puede la escuela ofrecer el soporte necesario
(espacio de elaboración) para comprender esa experiencia?
Si observamos el desarrollo psicosexual de
los adolescentes, observamos una serie de cuestiones que deben ser elaboradas a
lo largo de la escolarización. Las distintas maneras de estar en el mundo en
tanto que mujer u hombre, hacen referencia al ámbito de lo social y de la ética
de las relaciones. La comprensión del deseo sexual y los comportamientos hacen
referencia a las ciencias. Los afectos asociados al deseo sexual, como el amor,
el enamoramiento, la atracción, el apego, el erotismo, están bien representados
en el ámbito de la literatura, así como la toma de conciencia del lenguaje sexista
y discriminador, y la precisión en los términos tanto técnicos, como
coloquiales, corresponden al ámbito del lenguaje. El ámbito de la ética es el
lugar donde se debe elaborar una ética personal y social en el sentido que lo
propone Félix López (1990).
Si la dimensión afectivo sexual es importante
para la formación integral de las personas, entonces debe ser integrada en el
proyecto curricular de cada centro. En realidad esta idea no es nada original
por nuestra parte. Se deduce perfectamente del espíritu de la ley de reforma
educativa. La citada ley dice que los centros escolares disponen de un margen
de autonomía en el desarrollo curricular del centro. Nuestra propuesta consiste
en que cada centro, en tanto que comunidad educativa (alumnos, padres y educadores),
decidan acerca de la pertinencia de integrar en el curriculum la dimensión afectivo
sexual. Cuando esto se produce el programa que presentamos es tan sólo un
recurso que puede ayudar a tal fin.
De entre los distintos modelos de educación
sexual que históricamente se han planteado (López, 1990), el programa Uhin Bare de
educación afectivo-sexual se define como modelo de educación democrático,
científico, abierto y biográfico. Es democrático porque es respetuoso con
todos los modos de entender la sexualidad humana en una sociedad democrática,
por tanto pluralista. Es científico porque se basa en el conocimiento
científico suficientemente contrastado. Es abierto porque debe ser adaptado a
la realidad de cada centro. Es biográfico porque lo que pretende es ofrecer
recursos al alumnado para tomar decisiones en el momento de integrar en la
propia biografía los eventos relacionados con la experiencia erótica.
Contenidos del programa
En coherencia con el concepto de sexualidad
del cual partimos y atendiendo a los principios generales que hemos planteado,
los contenidos de la educación afectivo- sexual deben ser tratados de manera
transversal. A continuación proponemos los contenidos desde esta perspectiva.
Debemos precisar que por contenidos no nos referimos exclusivamente a los
conocimientos sino también a su elaboración actitudinal a través de una
metodología no directiva. No se trata de dar lecciones de sexualidad sino de
crear espacios de elaboración de las cuestiones significativas en el proceso de
sexuación en estas edades.
Desde el ámbito de las Ciencias: lo propio
en este ámbito es el conocimiento del cuerpo, los cambios anatomo-fisiológicos
y su implicación en la redefinición de la identidad sexual. Conocimientos
acerca del deseo sexual, conocimiento que ayude a reconocer la propia
experiencia y elaboración de la capacidad de regulación. La respuesta sexual
humana; estamos convencidos de que el alumnado de la E.S.O. no tiene ningún
problema respecto a la fisiología de la reproducción. No podemos decir lo mismo
de la fisiología del placer. La fecundidad, no tanto desde el conocimiento de
la reproducción, sino desde la responsabilidad de las nuevas capacidades
fisiológicas en términos de paternindad-maternidad responsable. La contraconcepción
como recurso para discernir entre la fecundidad y la satisfacción erótica. La
salud en términos de protección propia y de los demás.
Desde el ámbito de lo social: la importancia
de descubrir el modo que cada persona tiene de ser mujer u hombre en términos
de identidad sexual. Los roles de género, las relaciones entre mujeres y
hombres. Análisis crítico de las relaciones entre los sexos, en una cultura en
la que las atribuciones de género siguen generando la discriminación de las
mujeres en amplios sectores y de otras minorías sexuales. El conocimiento de
los comportamientos sexuales, el autoerotismo, el erotismo compartido. Aspectos
sociales de la fecundidad, la maternidad-paternidad responsable y los
embarazos no deseados. La libertad sexual, comprensión y respeto de las
diversas maneras de ser mujer u hombre, es decir, la comprensión de la
diversidad.
Desde el ámbito de la lengua y la literatura:
vocabulario, términos técnicos, términos coloquiales. Análisis del lenguaje
sexista. La literatura es el espacio privilegiado de expresión del la
fenomenología del erotismo y de los afectos relacionados con la sexua- ción
como la pasión, el enamoramiento, el apego, la atracción, los amores y los
desamores. También nos ofrece innumerables modelos de los distintos modos de
sexuación en autores y personajes.
Desde el ámbito de la ética. El programa Uhin Bare
de educación afectivo-sexual pretende contribuir al desarrollo de una ética
personal y social en las relaciones eróticas. Por tanto, en este ámbito es
necesario abordar la ética de las relaciones entre los sexos incidiendo sobre
todo en las discriminaciones que surgen relacionadas con el género. También
debe plantearse el estudio de la violencia, las agresiones y los abusos en el
ámbito de los comportamientos sexuales. Ética en lo concerniente a la
fecundidad, maternidad y paternidad responsables. Consideramos esencial
trabajar acerca de los valores asociados a la sexualidad, como la empatía, el
apego, el altruismo, el comportamiento prosocial, la solidaridad y la
tolerancia. Subrayaremos dos de estos valores. La confianza básica que surge de
la seguridad del apego garantiza la ausencia de miedo a la intimidad, se trata
de un ingrediente necesario para la experiencia erótica compartida. La empatía
otorga la sensibilidad necesaria para interpretar adecuadamente las necesidades
del otro en todos los ámbitos de la vida, en particular en la experiencia
erótica.
Estructura del programa
En puntos anteriores hemos insistido en la
idea de que los temas centrales en el desarrollo sexual de los y las
adolescentes son la identidad sexual, el deseo sexual y la afectividad. El
programa presenta la elaboración de esos temas centrales en seis núcleos de
trabajo, siendo ésta la manera de llevar al aula los contenidos citados de una
manera manejable (ver cuadro). Los núcleos de trabajo son los siguientes:
Personas sexuadas, Desarrollo sexual, Fecundidad y sexualidad, Comportamientos
sexuales, Afectividad y sexualidad, Salud y sexualidad.
Lo que este programa pretende es realizar un
“barrido” a lo largo de toda la E.S.O. que permita elaborar los temas mínimos y
básicos que garanticen los recursos que los y las adolescentes necesitan para
regular su propio proyecto de sexuación. Sugerimos que la secuenciación de los
núcleos sea de la siguiente manera: Personas sexuadas, Desarrollo sexual,
Fecundidad y sexualidad en el primer ciclo de la E.S.O., y Comportamientos
sexuales, Afectividad y sexualidad y Salud y sexualidad en el segundo ciclo. No
podemos extendernos en los pormenores del programa y remitimos al mismo (Gómez
Zapiain, Ibaceta y Pinedo, 2000).
Modo de integración del programa
La dimensión afectivo-sexual constituye un
eje central en el desarrollo personal a lo largo de todas las edades, por tanto
la educación afectivo-sexual debería ser incluida en el diseño curricular. Los
requisitos para integrar el presente programa en el diseño curri- cular de
centro son los siguientes:
•
Aceptación
de la comunidad
educativa de la integración del programa
La integración del programa requiere de
la aceptación tanto de las madres y padres,
como del profesorado. Es necesario, por tanto, que el órgano de máxima
representación lo apruebe. Se trata de una decisión consciente por parte de
toda la comunidad escolar, de integrar la educación afectivo- sexual en el
proyecto curricular del centro.
•
Aprobación
en el claustro
de la integración del programa
Consideramos que la integración del programa
debe ser un proyecto de centro. Dada la naturaleza del programa, se requiere
del compromiso de todo el claustro aunque la participación de cada miembro del
profesorado puede variar, en función del reparto de responsabilidades del
propio centro.
•
Formación
del profesorado
La formación permanente del profesorado es
una cuestión ineludible en el proceso educativo. En el ámbito de la educación
afectivo-sexual, es particularmente necesaria porque el estudio de cuestiones
básicas acerca de la sexualidad humana ha estado generalmente ausente en los
programas de formación de los profesionales de la educación y de otras
especialidades. La formación básica debería de abordar los siguientes puntos:
- En torno al concepto
de sexualidad. A la búsqueda de un lenguaje común.
-
Las
actitudes hacia la sexualidad.
- El desarrollo
psicosexual en la adolescencia.
- El programa Uhin Bare
de educación afectivo-sexual. Principios básicos y metodología.
- Técnicas activas no
directivas de intervención en el aula.
-
•Creación del
equipo coordinador del programa en el centro
Dado el carácter transversal del programa y
en relación con la metodología del mismo, es de decisiva importancia que los
aspectos básicos de la sexualidad sean trabajados desde las distintas
especialidades, es decir, desde las diferentes áreas. La principal dificultad
de la transversalidad radica en la adecuada coordinación de las actividades a
través de las mismas. En otro punto de este documento decíamos que el programa
pretende efectuar un barrido a lo largo de toda la E.S.O., que garantice el
trabajo de los puntos esenciales que el alumnado necesita en su formación afectivo-sexual.
Por ello es necesario que se forme en el centro un equipo que coordine y
supervise las actividades que se van desarrollando a lo largo de los cursos de
esta etapa. El equipo coordinador debería estar formado por algún representante
de la dirección, el orientador y representantes de las áreas y de los tutores.
Este equipo debe ser funcional y operativo, como cualquier grupo de trabajo
(ver organigrama)
•Elaboración
de la programación de las actividades
El programa Uhin Bare es un programa
abierto susceptible de ser adaptado a la realidad de cada centro. Se puede
incrementar o disminuir en función de las necesidades y posibilidades.
Proponemos actividades que pueden ser utilizadas tal y como las presentamos, o
bien modificarlas o sustituirlas por otras. Este programa no debe ser nunca una
aplicación mecánica de actividades sucesivas.
Sin embargo y desde un punto de vista
metodológico, es necesario que cada centro elabore una programación de
actividades a lo largo de cada uno de los cursos de la E.S.O. que garantice el
tratamiento de los puntos esenciales para el cumplimiento de los objetivos.
Notas al texto
1 Utilizamos el
término “sistema sexual” en sentido relativo porque éste no está tan definido
como otros sistemas orgánicos como el respiratorio, circulatorio, etc.
Referencias
Amezúa, E. (1973): Ciclos de
educación sexual. Barcelona. Fontanella.
- (1999): Teoría de los
sexos. La letra pequeña
de la sexología. Revista Española
de Sexología
(95-96).
- (1999):
Líneas de intervención en sexo
logía. El continuo “Sex
therapy- Sex counselling-Sex education” en
el nuevo ars
amandi. Anuario de Sexología A.E.P.S. (5), 47-68.
Bowlby, J. (1969): Attachment
and Loss, Vol.1: Attachment. (Vol. 1). London: Hogart Press.
(Trad. cast: El vínculo afectivo. Paidós Ibérica S. A. Barcelona, 1990).
Byrne,
D. y Kelley, K. (Eds.) (1986): Alternative
approaches to the study of sexual behavior. Londres. LEA.
Carrobles,
J. A. (1990): Biología y psicofi-
siología de la conducta sexual. Madrid.
Fundación Universidad Empresa. Downey, V. W. y Landry, R. G. (1997):
Self-reported sexual behaviors of high school juniors and seniors in North
Dakota. Psychological
Reports, sycholo- gical-Reports.
Fernández,
J. (1988): Nuevas perspectivas en el desarrollo
del sexo y el género. Madrid. Pirámide.
- (1997):
Género y sociedad.
Madrid.
Pirámide.
Geer,
J. H. y O’Donohue, W. T. (Eds.)
(1987)
: Theories of
human sexuality. New York. Plenum
Press.
Gómez
Zapiain, J. (1993): Riesgo de embarazo
no deseado en la adolescencia y juventud.
Vitoria-Gazteiz. Emakunde/ Instituto Vasco de la Mujer.
- (Ed.) (1997): Avances
en Sexología.
Bilbao. Servicio
Editorial, Universidad del País Vasco.
Gómez
Zapiain, J., Ibaceta Quintana, P. y Pinedo Fernández, J. A. (1997): Proyecto
de integración de la educación afectivo- sexual en la E.S.O.
Vitoria-Gazteiz. Servicio de Publicaciones del Gobierno Vasco.
- (2000): Programa
de educación afectivo
sexual, Uhin
Bare. Educación Secundaria Obligatoria.
Vitoria-Gasteiz. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco.
Hatfield,
E. y Rapson, L. (1987): Passionate love/Sexual desire: Can the same para- digm
explain both? Archives of sexual
behavior, 16, 259-278.
Hazan,
C. y Shaver, P. (1987): Romantic love conceptualized as an attachment process. Journal
of Personality and Social Psychology, 52, 511-524.
Kaplan,
H. S. (1979): Disorder of sexual
desire and other new concepts and tech- niques in sex therapy. Nueva York. Simon and Schuster. (Trad.
cast: Trastornos del deseo sexual, Barcelona. Grijalbo, 1982).
Landry,
E. Bertrand, J. T. Cherry, F. y Rice, J. (1986): Teen pregnancy in new orleans:
factors that differentiate teens who deliver, abort, and successfully
contracept. J.Youth Adolesc. Usa,
15 (3), 259-274.
Levine,
S. B. (1992): Sexual live. A clini-
cian’s guide. New York. Plenum
press.
López,
F. (1990): Educación sexual.
Madrid. Fundación Universidad Empresa.
- (1995): Educación
sexual de adolescentes y jóvenes. Madrid. Siglo XXI.
López,
F. y Fuertes, A. (1989): Para comprender
la sexualidad. Estella, España.
Verbo Divino.
Martínez-Benlloch,
I. Barbera, E. y Pastor, R.
(1988)
: Medida de la masculinidad, feminidad, y
androginia psicológica. En J. Fernández (Ed.), Nuevas
perspectivas sobre el sexo y el género. Madrid.
Pirámide.
Reiss,
I. (1983): Trouble in paradise: The current status of sexual science. In C. M.
Davis (Ed.), Challenges in Sexual
Science. Like Mills. Socienty for Scientific
Study of Sex.
Juan J.
Gérvas Pérez -
jgervper@uax.es
Tanto los términos
“menopausia” como “sexualidad” son profusamente utilizados en la literatura que
describe los trastornos asociados al climaterio de la mujer, muchas veces sin
que su uso esté justificado por una definición precisa y científica que aclare
al lector de qué conceptos se está hablando. Por otra parte, la generalizada
creencia de que la cesación de la menstruación tiene necesariamente
implicaciones negativas sobre la vivencia sexual de la mujer no está siempre
convenientemente documentada, y muchas veces forma parte de los mitos asociados
a los procesos de envejecimiento. En el presente artículo tratamos, en primer
lugar, de aclararnos conceptualmente en relación a los términos en cuestión. En
la segunda parte, estudiamos las variaciones en el hecho
sexual humano asociadas al
climaterio dentro de un modelo teórico, la Teoría de los Sexos, que permite
entender el hecho sexual humano
como un proceso biográfico y que nos ofrece el bagaje conceptual necesario para
analizar desde una perspectiva crítica la relación entre climaterio y hecho
sexual. Proponemos, además, una clasificación de las
demandas de consulta que surgen de las dificultades que el climaterio puede
generar en el hecho sexual
de las mujeres. Por último, anotamos algunas ideas sobre el climaterio en los hombres.
Palabras
clave: Climaterio, hecho sexual humano, menopausia,
sexualidad, Teoría de los Sexos.
CLIMACTERIC
IN WOMEN: ANAPPROACH FROM THEORY OF SEXES
The
terms “menopause” and “sexuality” are profusely used in literature that
describes disorders related to climacteric in women, and, in many cases,
lacking a precise and scientific definition explaining the reader what are the
concepts involved. On the other hand, the end of menstruation is widely
believed to have negative implications on women’s sexual experience, which is
not sufficiently documented, and very often forms part of myths associated with
the ageing process. In the present article we shall try, first of all, to throw
some light on the concepts mentioned above. In the secondpart, we shall study
the variations of
human sexual fact associated with
climacteric within a theoreti- cal model, The Theory of Sexes, which enables us
to understand
human sexual fact as an individual
process and offers the necessary conceptual background to be able to analyse
the relationship between climacteric and sexual fact from
a critical perspective. We will also make a proposal in order to classify the
patient’s reasons for encounter wich arise from the difficulties that
climacteric can generate on the sexual fact of women. Finally, we
will give some opinions about climacteric in men.
Keywords:
Climacteric, human sexual fact, menopause, sexuality, Theory of Sexes.
1.Introducción
Para introducir el
tema de nuestro artículo, nos vemos en la necesidad de aclararnos
terminológicamente. Tal vez el título sería mas orientativo si fuera del estilo
de: “La sexualidad durante la menopausia”, o “Modificaciones en la respuesta
sexual humana durante la menopausia”. Sin embargo, aún consiguiendo un
acercamiento más intuitivo
del lector a la temática del mismo, estos títulos no nos resultan conceptualmente
correctos. ¿Qué es la sexualidad?, ¿y la respuesta sexual humana?, ¿nos evocan
los mismos significados a todos?, ¿se producen dificultades concretas en la
esfera sexual por el hecho de cesar la menstruación?, ¿tienen los términos
“sexualidad”, “respuesta sexual” y “menopausia” entidad científica suficiente
como para ser utilizados como tales? Pensamos que no. Ni “sexualidad” hace
referencia a toda la esfera sexual de los seres humanos ni “respuesta sexual”,
expresión habitualmente asociada a comportamientos coitales (sería por tanto
un término casi etológico), engloba todos los comportamientos sexuales.
Estaríamos, por tanto, confundiendo al lector que tan intuitivamente hubiera
entendido el título porque nuestra intención es realizar un análisis de las
modificaciones y cambios que se producen en toda la esfera sexual durante este
periodo concreto del ciclo vital humano.
Para intentar entendernos
en Sexología es necesario establecer unos referentes comunes y dotarnos de una
terminología que permita ese entendimiento. Consideramos que la Teoría de los
Sexos del Profesor Amezúa nos presta ese marco y por eso vamos a utilizarla.
Pero plantear nuestro enfoque desde esta teoría sería inútil si nuestro lector
no la conociera, por ello, realizaremos una breve presentación de la misma en
esta introducción.
Así mismo, preferimos
utilizar los términos “climaterio” y “edad crítica” para referirnos al periodo
vital en el que se produce la menopausia a usar, como es costumbre, el término
“menopausia” como marcador
del mismo. En la segunda parte de esta introducción justificaremos esta
postura.
1.1 Teoría
de los Sexos
1.1.1 Introducción
En este apartado
vamos a plantear, de manera resumida y a modo de presentación, la Teoría de los
Sexos desarrollada por el Dr. Efigenio Amezúa1 (Amezúa, 1999). Esta
teoría trata de crear un referente conceptual para estudiar el hecho de que los
seres humanos somos sexuados: el Hecho Sexual Humano (HSH en adelante). Éste es
el campo específico de la Sexología, “una Sexología substantiva, construida con
el recurso de la interdisciplinaridad y la acentuación prioritaria de su
elaboración articulada como campo específico propio, siguiendo los criterios
al uso y al mismo nivel que cualquiera de las otras disciplinas científicas y
profesionales”.
Hasta nuestros días,
la Sexología no ha gozado del estatus de ciencia,
eso del sexo se mantenía reducido
a su localización genital, al estudio de sus funciones y sus patologías, ya
fueran reproductoras o hedonísti- cas, y a sus implicaciones morales. La Teoría
de los Sexos surge del esfuerzo científico por entender nuestra realidad de
seres sexuados que se inicia a principios del siglo pasado (s. XIX) y que desde
entonces viene aportando conocimiento a este entendimiento de cultivo, de
contextualización. Se trata de un paradigma que se articula en torno a los
sexos frente al paradigma, que sigue predominando
actualmente, del locus genitalis,
sustentado en torno a la reproducción, al placer y a toda la psychophatia
sexualis que de ellos pudieran derivarse.
Algunos autores cuyas teorizaciones se encuadran en el paradigma de los sexos
son Ellis, Bloch, Hirschfeld y Marañón. Kaan, Krafft-Ebing y muchos de los
autores actuales, que sin saberlo manejan los mismos referentes, serían los
representantes del paradigma del locus
genitalis (Brecher, 1973).
Somos conscientes de
los cambios epistemológicos que esta teoría conlleva, pero los consideramos necesarios
dada la degeneración lingüística con la que intentamos entendernos
habitualmente y la carestía conceptual que ello supone en el área de estudio
de la Sexología. La Teoría de los Sexos supone un intento de aclararnos
epistemológicamente, no sólo referencialmente; aporta “conceptos para
entendernos” y “palabras para comunicarnos” sobre el hecho de los sexos,
facilita el razonamiento, e intenta apartar componentes emocionales personales
del estudio científico del hecho de los sexos2. La Teoría de los
Sexos se basa en considerar cuatro campos conceptuales (Sexuación, Sexualidad,
Erótica y Amatoria) que se entienden en tres planos de individuación (modos,
matices y peculiaridades).
1.1.2 De
la Sexuación
Consecuencia de
abordar el estudio de eso del sexo
desde una perspectiva de conjunto, desde el considerar que los seres humanos
somos sexuados, es que el objeto de estudio pasa de los órganos sexuales y sus
funciones, al individuo como ser sexuado. Así, lo primero a estudiar es el
proceso de Sexuación, “el cómo los sujetos se hacen de uno u otro sexo y las
consecuencias que se derivan de ello”. Esto es, pasamos de ocuparnos del qué
hacen los sujetos al cómo
se hacen. Este proceso de Sexuación se da a lo
largo del desarrollo biográfico de la persona, el sujeto se hace sexuado en
una evolución continua a lo largo de su existencia.
Si el sujeto se sexúa
es porque existen ciertas estructuras que se encargan de configurarnos de uno
u otro sexo: son los Elementos Sexuantes. Algunos están suficientemente estudiados
y por tanto son comúnmente reconocidos: los genéticos, hormonales, gonadales,
neuronales, genitales o los patrones sociales; mientras que otros lo están
menos: los emocionales, elementos imaginario-fantasmagóricos o los efectos
sinérgicos de varios de ellos. Entre todos ellos “mantienen una coherencia
común que los articula: contribuyen a sexuar al sujeto, son agentes de
Sexuación que intervienen a lo largo de toda su vida”. Pero ellos mismos no son
el resultado final, como no es lo mismo “el agua que el hidrógeno y el
oxígeno”; el conjunto es distinto a la suma de las partes.
Este proceso de
Sexuación da lugar a la diferenciación sexual en uno u otro sexo. La
diferenciación se muestra en los Rasgos o Caracteres Sexuales que son
graduables entre los dos modos de Sexuación (masculino y femenino) y según el
elemento sexuan- te que se esté considerando. Por tanto, la diferenciación se
lee desde la posibilidad de intersexualidad, de que se puedan dar caracteres
comunes en distinta gradación según el modo sea masculino o femenino, así “los
dos sexos están potencialmente en cada sujeto y cada sujeto contiene elementos
de los dos en mayor o menor medida”3.
1.1.3De
la Sexualidad
El segundo campo
conceptual es el de la Sexualidad. Necesitamos definirla conceptual y
epistemológicamente porque esta palabra se encuentra en un barrizal en el que
la tendencia mayoritaria es a asociarla con la condición de necesidad, de
recurso instrumental. Este es el modelo que sigue, por ejemplo, el Diccionario
del Español Actual de Manuel Seco cuando define la Sexualidad exclusivamente
como “comportamiento y actividad relativos al sexo” (Seco, 1999).
La Teoría de los
Sexos considera la Sexualidad como la vivencia del ser sexuado, con
estructuras sexuantes y sexuadas; es por tanto “un valor o dimensión individual
[...] de desarrollo y cultivo de las propias potencialidades en sus distintos
grados dentro de las biografías individuales”4. No se trata de una
necesidad surgida de la función (reproductiva o hedonista) sino del fenómeno
completo de vivirse como ser sexuado.
Esta diferencia entre
considerar la Sexualidad como una cualidad en vez de como una herramienta no es
banal: “una cualidad se estudia, se analiza y se cultiva; una herramienta se
utiliza”.
1.1.4 De la Erótica
Si el campo de la
Sexuación se refiere al hacerse sexuado y el de la Sexualidad al sentirse como
tal, el de la Erótica trata de los deseos surgidos de éstos, se refiere a la
atracción propia de los sujetos sexuados. El concepto de Erótica tiene una
amplitud mayor que el de libido, instinto (ambos se entienden como consecuencia
en el planteamiento genitalizado y funcional que se deriva de los
presupuestos de la psychopathia
sexualis) o lascivia. Se “ha ofrecido al Eros
clásico un nuevo marco de inteligibilidad en el que éste, [...], ha sido
replanteado en términos modernos como una de las dimensiones propias de los
sujetos sexuados [...]”. Amezúa señala dos de los rasgos propios e innovadores
de la Erótica: “el de ser la materia prima de los sujetos y de sus relaciones.
[...], configurándoles de manera expansiva y centrífuga”.
Las personas nos
vamos erotizando a lo largo de nuestra vida, como corresponde al hacerse y
vivirse como sujetos sexuados, por lo que el resultado, al igual que el de la
Sexuación y Sexualidad, es individual y sólo evaluable en un momento
determinado, aislado, del ciclo vital y desde unos referentes preestablecidos
por necesidades de estudio. Este planteamiento nos permite estudiar la foto
del hecho sexual de un individuo y nos ayuda a rehuir aquellos modelos que
implican marcar un cliché
previo.
En este campo ocupa
un lugar fundamental el concepto de Fantasía Erótica, como deseo desarrollado
en el campo de la imaginación, esto es, no necesariamente exteriorizado en
conducta, incluso a veces necesariamente privado de posibilidad alguna de concreción
en acto, en la medida en que sólo es posible su desarrollo en el ámbito de la
imaginación, donde no existirían las limitaciones que la realidad impone.
1.1.5 De
la Amatoria
A los tres campos
expuestos se une el de la Amatoria. Al igual que la Sexualidad es consecuencia
de la Sexuación, y la Erótica de ambos, la Amatoria es “corolario” de los otros
tres; han sido expuestos en un “orden epigenético” puesto que se trata del
desarrollo de una gradual diversificación y diferenciación en el tiempo de un
hecho, el sexual, no predeterminado; planteamiento radicalmente opuesto a la
idea de preformación o preconfiguración que la visión más funcional
-reproductiva o hedonista- atribuye al HSH.
La Amatoria hace
referencia a la conducta y al comportamiento derivados de hacerse,
sentirse y desear como ser sexuado. Es
un concepto que incluye al Amor por ser éste un tipo de Amatoria pero que se
amplía con todas las “posibilidades de variedad o modalidades del encuentro o
de los encuentros”; variedades que no tienen por qué encontrar en el Amor su
motivación. También engloba al mating and
copulatory behaviour y a su sinónimo más
moderno de sexual behaviour,
que parecen haberse convertido en la totalidad de la Amatoria científicamente
establecida, cuando en realidad se ocupan del
comportamiento orgásmico, mucho más objetivable en resultados que las otras
variedades de Amatoria. La noción de Amatoria resuelve también estos problemas
conceptuales, la conducta sexual no
engloba todas las conductas sexuales, como por otra parte los principales
autores que desarrollaron este concepto reconocen en el planteamiento de sus
estudios5. Su contenido ha sufrido una degeneración desde la interpretación
funcional; la conducta sexual recogida en el término conducta
sexual no engloba todas las posibilidades del ser
sexuado, consciente de serlo y deseante.
1.1.6
De los Planos de Individuación
Estos cuatro grupos
conceptuales deben
entenderse desde tres
Planos de Individuación que los personalizan,
los contextualizan en un sujeto concreto en el que se desarrollan. Por tanto,
el HSH no es un proceso idéntico en todas las personas o en cada uno de los
sexos. Los campos “son flexibles y acomodados” en planos sucesivos de
individuación a lo largo de su biografía; esto nos permite comprender y
explicar a los sujetos en sus diversificaciones y variedades sexuantes y
sexuadas.
Estos planos de
individuación son:
•Modos
Los seres humanos
tenemos dos modos de individuación: masculino y femenino. Cada sujeto se
situaría entre los dos polos siguiendo una graduación distinta según el campo
que se tratara de individualizar en ese plano, como ya comentamos al hablar de
la diferenciación. Los modos son más objetiva-
bles al nivel de los Elementos Sexuantes que de
la Amatoria, pero no deja de haber en cuanto a los primeros situaciones de
Sexuación límite en las que hay que marcar una frontera objetiva que determine
la adscripción de un sujeto a uno u otro polo, como en la asignación de sexo
cromosómico que arbitra este proceso en los Juegos Olímpicos. Por suerte, la
existencia de la mayoría de los seres humanos no suele verse arbitrada por
medios tan concretamente
objetivados.
Desde la vivencia,
esto es, desde la Sexualidad, estos modos, lo masculino y lo femenino de cada
ser sexuado en sus características combinaciones, cristalizan en lo que se
denomina identidad sexual.
•Peculiaridades
Se trata de las
variedades “particulares y propias”, que nos individualizan y que desarrollamos
a lo largo de nuestra vida. De entre estas peculiaridades se han extraído las
más pertinentes para explicar distintas ideologías desde la ciencia y se las
ha denominado perversiones. Sin embargo, igual que el Amor no es más que una
posibilidad en toda la Amatoria, las perversiones no son más que una muestra de
todas las peculiaridades. La distinción entre los campos de la Erótica y la
Amatoria permite, además, entender las peculiaridades como variedades del HSH
que no han de exteriorizarse necesariamente en conducta, esto es, que pueden
manejarse exclusivamente en el terreno de la Erótica, pertenecer a la fantasía.
Los campos y los
planos se entrelazan en los distintos puntos de corte; y de la sinergia en el
tiempo y lugar -en la biografía- de estos cruces, con todas sus posibilidades
de combinación y graduación, surge el sujeto sexuado. El mapa del hecho sexual
planteado por la teoría de los sexos nos ayuda a orientarnos en el estudio de
este proceso vital.
1.2
Etapas evolutivas del HSH
Ya hemos señalado que
el HSH se desarrolla a lo largo de todo el ciclo vital y que se ve
influenciado por múltiples factores (todo el hecho biográfico) que determinan
su individualización. Por tanto, aunque podemos dividir el ciclo vital en
etapas -normalmente desde la sexuación- para estudiarlo,
no debemos olvidar
que es individual, que cada persona podría marcar sus propias etapas con sus
características particulares. Habitualmente se divide el ciclo vital en
infancia, adolescencia, juventud, adultez y vejez, cada una identificada por
las distintas modificaciones corporales que se producen en ella. Resulta más
complicado, por carecer de solución de continuidad, definir los periodos de
paso, las edades críticas que llamaba Marañón (Marañón, 1925). A grandes rasgos,
identificamos dos muy importantes por sus implicaciones corporales y sociales:
la adolescencia y el climaterio. Son las dos edades en las que se inicia y
declina el proceso reproductivo y en todas las culturas han tenido gran
importancia.
Respecto a la
denominación del paso de la infancia a la juventud no hay problemas
terminológicos, se le llama adolescencia. Pero en relación a la edad crítica
que media el paso de la vida adulta a la vejez no hay consenso. Es bastante
habitual denominarla menopausia, sin embargo este término no es del todo
correcto porque menopausia significa cesación de la menstruación, esto es, se
refiere a un hecho concreto gonadal, no al proceso completo de envejecimiento.
Se produce por tanto una metonimia que ya es aceptada incluso por los
diccionarios
(Navarro-Beltrán,
1992; RAE, 1995) pero que en el entendimiento científico genera confusión
(Punyahotra y Street, 1998). Nos parece más acertado utilizar el término “climaterio”,
que engloba todo el proceso, y se refiere etimológicamente al paso entre las
dos etapas del ciclo vital6. Si trasladamos aquel artificio
lingüístico a la adolescencia, resulta que deberíamos denominarla menar- quia,
olvidándonos entonces de todo lo que significa la adolescencia en lo social, en
lo psíquico, en lo orgánico no gonadal, en el aprendizaje, y olvidándonos, como
cuando usamos el término “menopausia”, del modo masculino que también vive la
adolescencia y el climaterio (Kockott, 1994). Parece tan poco adecuado e
inexacto denominar menar- quia a la adolescencia como menopausia al climaterio.
2. HSH y climaterio
La intención de este
apartado es señalar y comentar, campo por campo, los cambios más
representativos de los que se producen en el HSH durante el climaterio.
2.1 Sexuación
El proceso de
envejecimiento comienza entre los treinta y los treinta y cinco años y afecta a
todo el organismo, no únicamente a
los elementos
sexuados y sexuantes; establecer fronteras en situaciones concretas, como la
menopausia, no es realista. La menopausia constituye una especie de “marca” del
envejecimiento, pero sólo en el sentido de que establece el final de la etapa
reproductiva de la mujer; las modificaciones propias del envejecimiento
comienzan mucho antes y continúan hasta el final de la vida. Además, el
envejecimiento transcurre lentamente, de tal forma que las adaptaciones
físicas y psicológicas son progresivas. Cuando se habla del HSH durante el
climaterio se suele hacer hincapié en los cambios que afectan a la respuesta
sexual genital. Sin embargo, no hemos de perder de vista que cualquier cambio
en la esfera corporal puede afectar al hecho sexual, ya que las estructuras
que permiten que nos vayamos sexuan- do, viviendo este hecho, deseando y relacionándonos
como seres sexuados, abarcan más de lo que es habitual considerar desde un
modelo puramente reproductivo (hormo- nas-gónadas-genitales).
No nos vamos a
detener en los procesos de sexuación que definen y acompañan al climaterio
porque son tratados en profundidad por autores especializados en libros de
fisiología7, pero sí quisiéramos señalar que no todos los cambios en
las estructuras invo-
lucradas en el hecho
sexual que se atribuyen a los cambios en las hormonas sexuales que acompañan a
la cesación de la actividad ovárica están debidamente acreditados. Como ya
hemos señalado, parece que estos cambios comienzan mucho antes de que ni
siquiera se modifiquen los niveles hormonales y que son debidos al
envejecimiento. Por ello, son múltiples los procesos fisiológicos que modifican
su actividad teniendo todos ellos repercusión en el hecho sexual. Como ejemplo
de esta discutida atribución, e insistiendo previamente en la dificultad de
concretar cuáles son los cambios que se producen en las estructuras sexuadas
y sexuantes de la mujer como consecuencia directa de la deprivación de
estrógenos, se suelen aceptar comúnmente la disminución de lubricación vaginal
y la atrofia de las paredes vaginales como directamente relacionadas, siendo la
vagina la estructura de los órganos genitales más afectada por el descenso de
estrógenos. La afectación en el hecho sexual que estos procesos de atrofia
pueda conllevar es una de las indicaciones clásicas de la terapia hormonal
postmenopaúsica. Sin embargo, parece que en algunos aspectos de la atrofia
genital las hormonas de reemplazo sólo mejoran los síntomas, pero no alteran
los cambios. También parece que las mujeres que son castradas quirúrgicamente
no sufren en el mismo orden los procesos de atrofia que las mujeres
climatéricas, lo que podría indicar que resulta abusivo atribuir todos los
cambios al descenso de estrógenos. Además, si bien la cesación de actividad de
los ovarios conlleva un déficit en la producción de estrógenos, no debemos
olvidar que las glándulas suprarrenales y los mismos ovarios persisten en la
producción de andrógenos, los cuales son aromatizados a estrógenos, de menor
actividad biológica, en los tejidos adiposo y nervioso; con ello, aunque
disminuya la producción de estrógenos no cesa totalmente su actividad. Es bien
sabido que en las mujeres con mayor proporción de grasa corporal esta
transformación se ve favorecida.
Según estos
argumentos, la menopausia no tiene las mismas consecuencias en todas las
mujeres, con lo que la sintomatología asociada
al climaterio mostrará una enorme variabilidad, también en los cambios que
implican a la sexuación.
2. 2 Sexualidad
Al estar la menopausia
considerada como “marca” del envejecimiento, constituye un momento
vivencialmente complejo, en el que la mujer ha de redefinir su identidad
sexual, y hacer una especie de duelo por su juventud y fertilidad perdidas. No
se tiene en cuenta que la identidad sexual sólo en cierta medida está
cristalizada desde la infancia: lo que ser
mujer significa para una mujer concreta no está de
ninguna manera establecido para siempre en ningún momento de su vida. Desde
niña, pasando por la adolescencia, juventud, madurez, hasta la vejez, la
vivencia de ser una mujer está en permanente acomodación a nuevas realidades,
nuevos retos, nuevas dificultades. El climaterio es, desde esta visión de la
sexualidad dentro de un proceso, otra etapa más, no necesariamente
excepcional, que será afrontada con el bagaje de las experiencias anteriores y
que puede ser vivida con mayor o menor problemática dependiendo del hecho
biográfico de cada mujer.
La vivencia del hecho
sexual humano durante el climaterio es, por ello, muy variable, y los factores
individuales suelen dar cuenta mejor que cualquier generalización. La manera en
que la mujer ha vivido su hecho sexual a lo largo de su biografía suele ser un
buen predictor de cómo va a afrontar los cambios relativos al envejecimiento y
cómo éste va a incidir en su hecho sexual. Esto no quiere decir que no debamos
considerar cuestiones de orden sociocultural que hacen de filtro entre la
percepción de los cambios corporales asociados al climaterio y el significado
que la mujer les atribuye. No olvidemos que en otras culturas la menopausia no
parece ir asociada a los mismos síntomas que en la nuestra. Dentro de nuestras
sociedades primermundistas
hay una fuerte tendencia cultural a reservar a los jóvenes la cualidad de
sexuados por excelencia, con la consecuente consideración de los viejos como
seres asexuados que carecerían de vivencia alguna relativa a su hecho sexual
fuera de los roles encomendados para esa franja de edad. En el caso de las
mujeres esta limitación habría sido particularmente marcada, en cuanto a que
los caracteres que identificarían la “feminidad” están fuertemente asociados
con la forma física de la juventud y la fertilidad. El menoscabo de éstas,
propio del envejecimiento, sería así vivido por muchas mujeres mayores como un
proceso de pérdida de feminidad, de su propia condición de mujer; no en vano,
el pionero en el entendimiento de la menopausia como proceso morboso, Wilson,
tituló una de sus obras Feminine
forever (Wilson, 1966). Así, durante el climaterio,
los cambios corporales asociados al envejecimiento y a las modificaciones
hormonales son interpretados por muchas mujeres como el comienzo del fin, no
ya de su amatoria, sino del periodo en que se podían considerar mujeres con
pleno derecho. En este sentido, parte de las quejas somáticas de algunas
mujeres climatéricas pueden ser entendidas como un malestar ligado a la
ansiedad que genera este reajuste de su identidad sexual. Incluso hay estudios
que señalan que la actitud negativa frente a la menopausia puede ser un buen
predictor de la posterior aparición de sintomatología como fatiga, irritabilidad
y depresión.
Por supuesto que los
modelos de feminidad están modificándose, y cada vez existe más variedad de
referentes identificatorios, pero aún así, la equiparación entre juventud y
feminidad sigue siendo determinante. Habrá que ver cómo van evolucionando estos
modelos en la medida en que se producen cambios en los roles sexuales y si,
junto con el progresivo envejecimiento de la población, generan nuevas
alternativas a las sexualidades climatéricas. (Sarrel, 1982; Winn y Newton,
1982; von Sydow, 1992; Fooken, 1994; Punyahotra y Street, 1998; Wright, 1998;
Jiménez y Pérez, 1999).
2.3
Erótica
Uno de los signos
asociados a envejecimiento, y en concreto al periodo climatérico, más
relatados es el del descenso del deseo sexual.
Se suele asociar, en el caso de la mujer, con el descenso de estrógenos propio
de la menopausia, obviándose el papel favorecedor del deseo
sexual que puede tener el desequilibrio en la
relación testosterona/estró- geno que se produce en el climaterio. Tampoco se
puede pasar por alto el hecho de que la relación entre los niveles hormonales y
el deseo sexual
no es directa, sino que está mediada por muchos factores, entre los que hay
variables de tipo social y psicológico. En este sentido, existen estudios que
dan cuenta de esta realidad, considerando como mejores predictores del
mantenimiento del deseo a lo largo del climaterio la existencia de relaciones
amatorias, el buen estado subjetivo de salud, y otras variables (López y
Olozábal, 1998).
Muchos de los cambios
asociados al envejecimiento pueden producir disfunciones eróticas, ya sea a
través de una alteración de los niveles hormonales, ya sea bloqueando la
erótica del individuo por la reacción emocional de éste a los cambios que
experimenta. Pueden ser vividos por la mujer como merma de su atractivo físico
y de su condición femenina, con la misma justificación que comentábamos al
hablar de la sexualidad; esta vivencia probablemente incidirá negativamente
sobre su erótica y sobre la evolución de los procesos de base. No hay que
olvidar que la mujer puede contrastar
lo que teme con la realidad -en sus relaciones, por ejemplo, si su envejecimiento
corporal produce rechazo en su pareja- lo que innegablemente hará descender aún
más su autoestima y, consecuentemente, afectará negativamente a su deseo.
Aún teniendo en
cuenta todo lo anterior, que podría justificar la presunción de un descenso del
deseo sexual
en la mujer climatérica, queremos señalar que muchas veces esta suposición se
basa en observaciones referentes a la conducta, lo que ciertamente limita el
campo que se pretende describir. Se suele considerar que la falta de
relaciones coitales indica falta de deseo sexual,
cuando esta carencia de relaciones coitales puede estar indicando solamente
falta de deseo de tener relaciones coitales (por evitación del coito debido a
molestias relacionadas con él, por preferencia de otro tipo de relación, por
conflictos de pareja), o ser debida a la carencia de una pareja idónea. No
necesariamente a falta de deseo. Cuando los estudios afinan un poco más, y
tienen en cuenta otro tipo de “conductas sexuales”, como pueden ser relaciones
no coitales o masturbación en solitario, no suelen tener en cuenta factores
socioculturales de la población concreta de la que están hablando. Una mujer
española que tenga sesenta años en la actualidad ha nacido en los años cuarenta
y ha tenido muchas probabilidades de sufrir una educación muy represiva en
materia sexual; ello posiblemente le dificulte el reconocimiento de prácticas
tradicionalmente consideradas inadecuadas, cuando no insanas, y haga que
responda ante una pregunta sobre su deseo sexual
desde la suposición de que se espera que no lo tenga.
Continuando la
exploración en el campo de la erótica, ésta no tiene por qué tener
necesariamente un componente conductual; el terreno de las fantasías puede
estar muy desarrollado en mujeres que aparentemente no manifiestan interés
sexual alguno y que difícilmente admitirán que lo
despliegan en el plano de la imaginación. Parece importante hacerse la
pregunta de si tenemos los instrumentos teóricos y metodológicos necesarios
para poder investigar con propiedad en este campo del hecho sexual humano.
Visto todo esto,
creemos que no se puede aceptar acríticamente la suposición tan generalizada
de que se produce un descenso del deseo sexual
en el climaterio. Sí parece comprobado que la experiencia de una vida sexual
satisfactoria contribuye a enriquecer la erótica a pesar de todos los factores
de envejecimiento que puedan incidir negativamente. Precisamente la vejez, de
la que la menopausia se considera un anticipo, suele caracterizarse por una
dificultad de expresar los deseos pero no por su ausencia (como da cuenta la sabiduría
popular con la triste expresión de “viejo verde”).
En el caso concreto del coito, la existencia de una pareja con la que se ha
establecido una relación amatoria satisfactoria suele ir asociada al
mantenimiento del deseo de practicarlo. Este deseo también puede verse
estimulado durante el climaterio, como en los casos en que la imposibilidad de
concepción libera a la mujer de preocupaciones que podían estar resultando
inhibidoras de su erótica. (Bachmann y cols, 1985; Bachmann y Leiblum, 1991;
Koster y Garde, 1993; McCoy, 1998; Mouchamps y Gaspard, 1999).
2.4Amatoria
Prácticamente todas
las investigaciones realizadas sobre el modelo de lo que se ha venido a llamar,
desde Masters y Johnson, Respuesta
Sexual Humana (con sus fases de
excitación, meseta y orgasmo), coinciden en describir una lentificación de ésta
en los dos modos durante el climaterio. En el caso de la mujer las
modificaciones genitales asociadas a la fase de excitación pueden hacerse más
lentas y requerir más estímulos; las prácticas coitales pueden afectarse por la
pérdida de distensión de la vagina y el orgasmo verse modificado en su
frecuencia y en sus signos acompañantes (p.e.: disminuir el vigor de las
contracciones musculares).
Sin embargo, estos
cambios por sí solos no tienen por qué suponer un abandono de la amatoria, e
igual que en el caso de la erótica, los estudios que relacionan los cambios
asociados al envejecimiento con un abandono de las “prácticas sexuales” suelen
partir de modelos muy simplistas que no registran la gran variabilidad de la
amatoria. Si reducimos la “conducta sexual” al coito, éste puede estar
dificultado por la existencia de dispareunia o de inapetencia en la pareja;
pero al incluir en la amatoria todas las conductas que se asocian al hecho de
ser sexuado, tal vez no podamos concluir tan simplifi- cadoramente que el
envejecimiento se asocia de manera natural con un descenso de la frecuencia de
“relaciones sexuales”.
Más importante aún
que los cambios en la Respuesta Sexual
Humana asociados al climaterio, son las condiciones
físicas, psicológicas y sociales en las que la mujer se enfrenta a esta etapa
de su vida. Los problemas de salud asociados con el envejecimiento pueden
limitar el encuentro sexual. La creencia de la mujer en la inconveniencia de
mantener su amatoria en la vejez o a partir de la menopausia puede hacerla
retirarse de su práctica. No en vano habrá oído a lo largo de su vida que eso
del sexo es para los jóvenes, aún cuando su deseo
sexual se mantenga intacto. La falta de pareja
constituye uno de los problemas más dramáticos del envejecimiento, y la mujer,
que frecuentemente se empareja con hombres mayores que ella, se encuentra en
muchas ocasiones pasando por el climaterio sola o con una pareja con dificultades
para establecer encuentros sexuales, especialmente si se asocian éstos
inevitablemente al coito.
Otra cuestión de
primera importancia se refiere al problema de la autonomía. Parte de los datos
relativos a los cambios en la amatoria propios del climaterio se extrapolan de
estudios sobre la conducta de las ancianas, muchas de las cuales carecen de
medios para llevar una vida independiente. ¿Puede una mujer mayor, soltera,
separada o viuda, ejercer su amatoria libremente en una residencia para la
tercera edad? ¿Y en casa de sus hijos? En nuestra sociedad el hecho sexual de
las personas mayores no autónomas está bajo la tutela de sus cuidadores, y en
la medida en que en la mente de éstos su erótica y su amatoria no existen,
tampoco se les facilitarán. López (1996) señala, con acierto, que el rechazo de
los hijos a la expresión del hecho sexual de sus padres mayores no es más que
la consecuencia de las actitudes negativas hacia el hecho sexual que sus padres
les inculcaron a lo largo de su educación, lo que, en último término, nos lleva
de nuevo a incidir en la necesidad de tener siempre en cuenta el hecho
biográfico.
En resumen, una mujer climatérica, que cuente
con una buena relación de pareja, carezca de problemas físicos incapacitantes y
tenga una situación vital que le permita una cierta autonomía en sus relaciones
sociales, probablemente se encontrará durante el climaterio en uno de los
mejores momentos de su vida para explorar y ejercer la amatoria. Existen, por demás, estudios que
apuntan a que el mantenimiento de relaciones coitales regulares protege de la
falta de lubricación vaginal asociada al descenso de estrógenos. (Rentzsch y
Boblan, 1982; Lauritzen, 1983; Rudelstorfer y Riss, 1987; Mooradian y Greiff,
1990; Youngs, 1990; Hawton y cols, 1994; von Sydow, 2000).
3. Dificultades
sexuales en el climaterio
3.1
“Dificultad”frente a “trastorno”
El modelo del HSH
permite hacer diferentes lecturas según desde qué campo se lea y según el
plano de referencia que se prime; sin embargo, la idea más importante es la de
que se trata de un mapa del territorio general del HSH, y no de un mapa de
trastornos, de patología (Amezúa, 1999). Las intersecciones entre planos y
campos permiten entender el HSH en su complejidad y diversidad, y nos muestran
que una manifestación concreta de ese hecho en un individuo se entiende dentro
de la totalidad, nunca aislada o des- contextualizada. Es cierto que el signo
concreto que estemos estudiando cobra sentido en un sistema diagnóstico y que,
evidentemente, la patología sexual existe, teniendo su nosología una utilidad
innegable. Pero quisiéramos hacer hincapié en otra lectura, la biográfica, en
la que un fenómeno aislado es explicable desde la consideración de la totalidad
del individuo, en su existencia concreta, con su contexto actual, su pasado,
sus límites, etc. Esto nos lleva a considerar que un modo (masculino o
femenino) deviene en un trastorno de la identidad, un matiz en una orientación
egodistónica, o una peculiaridad en una parafilia, sólo en la medida en que el
conjunto queda distorsionado, sólo cuando existe disarmonía entre los elementos
integrantes del mapa o en su interacción con el medio. Esto significa, por
ejemplo, que una pareja puede vivir su amatoria de manera satisfactoria, aún cumpliendo
criterios de eyaculación precoz o de cualquier otro trastorno de la DSM-IV,
siempre que encuentre la manera de hacer compatibles sus deseos y necesidades
con su realidad, con sus circunstancias personales (la práctica clínica así
nos lo demuestra, incluso en otras áreas de la salud).
El desarrollo
histórico de la Sexología y disciplinas afines ha venido dando cuenta de esta
evolución hacia el entendimiento no normativo, no patologizante por tanto, del
HSH. Desde Krafft-Ebbing hasta hoy en día, se ha recorrido un largo trecho en
la dirección de considerar variaciones normales
muchas expresiones del hecho sexual que se
consideraban patológicas. Pero no se trata aquí de propugnar un desplazamiento
de la frontera que separa la patología de la salud, sino más bien de proponer
un modelo que pueda dar cuenta de la gran diversidad de estructuras y
manifestaciones que acompañan al ser sexuado, sin que el criterio
patologicista se convierta en el eje alrededor del cual se teja la
conceptualización, como exige cualquier modelo que ofrezca un referente de
“sexualidad normal”. Se trataría más bien de considerar que en el recorrido
biográfico uno puede encontrarse obstáculos, modificaciones, variaciones o
alteraciones más o menos complicadas, incluso imposibles de franquear, que le
hagan detenerse o le impidan el desarrollo de su salud sexual. Es en ese
sentido en el que vamos a hablar de “dificultades” sexuales, y dejamos los
términos “trastorno”, “disfunción” y “patología” para la categorización
concreta que el caso pueda requerir a lo largo de su diagnóstico, tratamiento o
evolución.
3.2
Demandas de consulta
sobre el HSH durante el climaterio Para estudiar
las dificultades sexuales durante el climaterio vamos a utilizar un esquema de
clasificación de demandas de consulta que nos ayuda a ordenarlas etiológi-
camente y a orientar su tratamiento (Gérvas y de Celis, 2000). Aún reconociendo
que no se trata de una clasificación exhaustiva, y siendo conscientes de la
simplificación y solapamiento de categorías que conlleva, nos proporciona,
junto con el mapa del HSH, un referente adecuado para comenzar a entender y
atender las dificultades que puede encontrar una mujer durante su climaterio.
La clasificación es
la siguiente:
I)
DEMANDAS SUSCEPTIBLES DE TRATAMIENTO MÉDICO
I-
A/ Las secundarias a problemas orgánicos
Serían éstas demandas surgidas de dificultades planteadas por enfermedades
asociadas al envejecimiento. En estos casos existe un trastorno que daña la
integridad física de los órganos y sistemas que intervienen en la expresión del
hecho sexual. Casi todas las enfermedades afectan a la salud sexual en mayor o
menor medida, pero cabe citar, por su frecuencia en este periodo de la vida, la
cardiopatía isquémica, la diabetes, los procesos neoplásicos, los ACVA, los
problemas reumatológicos y el sobrepeso. Como ya hemos señalado, la presencia
de enfermedad es uno de los factores, junto con la disponibi-
lidad de pareja, que
más condicionan los cambios en el HSH durante el climaterio. (Mooradian y
Greiff, 1990; Olazábal, 1990).
Es importante manejar
a tiempo y adecuadamente las dificultades y problemas sexuales que estas
enfermedades producen para evitar su cronificación (identificación precoz,
diagnóstico diferencial, etc...). Sin embargo, muchas veces no son tenidas en
cuenta ni por la paciente -que las suele considerar consustanciales a su
enfermedad- ni
por el médico -que no
está habituado en su práctica a tomarlas en consideración-; y si añadimos a
esto el hecho de que desde este ámbito de actuación sanitaria difícilmente se
accede al sexólogo, habitualmente estas demandas simplemente no
existen.
I-B/ Las secundarias
a tratamientos
El efecto adverso de
muchos tratamientos farmacológicos, médicos o quirúrgicos sobre la esfera
sexual es bien conocido. Por ejemplo, en el
caso de los farmacológicos, inhibición del deseo por betabloqueantes, retardo
o inhibición del orgasmo por IMAOs, disminución de la lubrificación vaginal
por antihis- tamínicos o anticolinérgicos, quimioterapia; de entre los médicos,
podríamos señalar los efectos de la diálisis o la radioterapia; y en cuanto a
los quirúrgicos, la mastectomía y la histerectomía pueden tener serias
repercusiones negativas sobre el hecho sexual. (Degen, 1982; Milde y cols,
1996; Wilmoth y Ross, 1997; Hallowell, 1998; Bobes y cols, 1999; Bruner y Boyd,
1999; Gutiérrez y Stimmel, 1999). Sin embargo, resulta difícil establecer hasta
qué punto la instauración de un proceso de deterioro de algún aspecto de la
vida sexual de la paciente se debe al tratamiento, a las dolencias que se están
tratando, a factores relacionados con las repercusiones emocionales de la
enfermedad, o incluso a otros efectos secundarios del tratamiento que terminan
repercutiendo en la salud sexual (por ejemplo, cambios en la imagen corporal o
alteraciones vegetativas). Es cierto que todas estas modificaciones son
difíciles de concretar, pero las señalamos para poner de relieve que la
paciente reacciona de manera global frente a la enfermedad y frente al
tratamiento y su dimensión sexual se ve afectada de múltiples maneras que deben
ser consideradas de forma sistemática cuando la tratemos8. Cuando
sea posible establecer que las dificultades sexuales de una paciente se deben
a los efectos colaterales de algún tratamiento, está claro que su sustitución
es lo ideal. Si este reemplazo no es posible, es preciso proveer a la paciente
de una adecuada información y ase- soramiento sexológicos sobre los ajustes que
puede hacer en sus encuentros sexuales para minimizar el efecto negativo del
tratamiento.
II)
DEMANDAS ABORDABLES MEDIANTE EDUCACIÓN Y
ASESORAMIENTO SEXOLÓGICOS II-A/ Las propias de educación sexual Ya hemos
señalado que el climaterio es un periodo de la vida que no siempre ha sido abordado
desde una perspectiva humanista, la tendencia habitual es la de considerarlo un
periodo de declive, un punto de inflexión hacia la muerte. Quizás por ello está
rodeado de oscurantismo, con lo que los mitos y falsas creencias se encuentran
muy arraigados y pueden condicionar negativamente su vivencia. Es muy común
pensar que el deseo sexual declina, que la capacidad fisiológica para la amatoria
se ve mermada, que tener interés sexual a esta edad ya no es adecuado, etc...
Por tanto, es importante que las mujeres reciban educación sexual y
asesoramiento sobre el climaterio para evitar que las creencias infundadas afecten
negativamente a su salud sexual; no olvidemos que la predisposición negativa a
aceptar los cambios asociados a este periodo de la vida puede favorecer la
aparición de síntomas psicológicos. (Kingsberg, 1998; López y Olazábal, 1998;
Punyahotra y Street, 1998; Jiménez y Pérez, 1999).
Hay otro tipo de
demandas encuadradas dentro de este epígrafe que son una petición de ayuda al
sexólogo acerca de cómo afrontar una situación planteada en la vida sexual de
la paciente a partir de una enfermedad o tratamiento. Un ejemplo claro de este
tipo lo constituye la rehabilitación de la mujer ova- rectomizada. Ya hemos
mencionado la necesidad de incorporar a la rehabilitación de este tipo de
paciente educación y asesora- miento sexológicos.
II- B/
Dificultades sexuales asociadas al ciclo vital
En este apartado se
encuadran demandas que, aun pudiéndose incluir en otros, tienen como
característica propia que reflejan dificultades generadas por la aparición de
los cambios en el HSH asociados al climaterio expuestos en el segundo apartado
de este artículo. Estos cambios vendrían a perturbar el inestable equilibrio
logrado en el periodo anterior. Muchos de ellos son asumidos e integrados por
la mujer sin que se planteen mayores dificultades; otros, como ya hemos
señalado, pueden necesitar alguna aclaración o información, sobre todo si son
vividos como modificaciones irreparables o condiciones degenerativas. Hay, sin
embargo, cambios asociados a la maduración y el envejecimiento que constituyen
factores de estrés, en la medida en que pueden repercutir muy negativamente en
la autoestima y convertirse en fuente importante de ansiedad, especialmente
cuando no existe un buen conocimiento del proceso que está teniendo lugar. Por
supuesto, estos cambios afectan también al hecho sexual; por ejemplo, si una
mujer durante el climaterio -en una etapa en la que está tratando de adaptarse
a multitud de cambios, redefiniendo la relación con su pareja, cuando los hijos
ya están fuera de casa y tal vez esté a punto de ser abuela- pasa por una etapa
de inhibición del deseo -o de simple disminución de la motivación por el
encuentro amatorio (proceso que suele ser más frecuente que un cuadro de
inhibición del deseo clásico)-
que pudiéramos considerar propia de la edad y en principio pasajera, puede
llegar a considerar que se trata del primer indicio de que el fin de su
amatoria se acerca, lo que posiblemente la deprimirá y llevará a evitar cualquier
encuentro sexual, y acabará convenciéndose de que, como habrá escuchado muchas
veces en su entorno, el envejecimiento trae consigo más bien pronto que tarde
el ocaso de toda erótica y amatoria. No es difícil que desde aquí se establezca
una inhibición del deseo -o una amotivación
por el encuentro- más o menos permanente y especialmente si su pareja,
posiblemente en el mismo periodo vital y con sus propias dificultades, evita
los encuentros sexuales para eludir tensiones.
En este tipo de
situaciones, es importante darle sentido biográfico a los cambios que angustian
a la mujer, ayudarla a que no los vea como una pérdida irreparable o una condición
degenerativa. Muchas de estas dificultades son consecuencia de desplazamientos
de la angustia que el envejecimiento produce. (Barrett, 1989; Nijs, 1998).
Querríamos señalar en
este apartado que compartimos la opinión de algunos autores sobre la
patologización que está sufriendo esta etapa de la vida; parecería que
existiera un interés en convertir este periodo vital más o menos difícil en una
enfermedad con sus tratamientos concretos. Muchas de las demandas sobre las
dificultades que el climaterio produce en el HSH no son más que
interpretaciones sesgadas e incorrectas de toda la información que sobre esta patología
se recibe. En estos casos, a los
profesionales sanitarios no parece importarnos el hecho de convertimos en un
factor iatrogénico más, con la característica particular de tratarse de un factor
que lleva asociado
el remedio de la enfermedad que causa (Mora, 1996).
II- C/
Las secundarias a problemas orgánicos crónicos o invalidantes
Algunas de las
enfermedades recogidas en el apartado I-A/ de la clasificación pueden
evolucionar hacia un deterioro casi irreversible de la erótica y/o amatoria
(diabetes, cáncer, alteraciones vasculares, artrosis). Además, ciertos
tratamientos, especialmente los oncológicos, pueden dañar de manera irreparable
estructuras fundamentales de las involucradas en la amatoria de la paciente,
así como en su identidad sexual (mastectomías). Existen también situaciones
traumáticas (lesiones medulares, amputaciones) que pueden limitarla en muchos
aspectos. En algunos casos, a las limitaciones en la vida sexual de la paciente
determinadas de manera directa por la enfermedad se añaden depresión, ansiedad,
baja autoestima y expectativas muy pesimistas en relación con cuáles son las
posibilidades de recuperación o de llevar una vida sexual satisfactoria. Estas
reacciones emocionales frente a la enfermedad dificultan la recuperación en
todos los aspectos, aunque más en el sexual, puesto que en parte por desconocimiento,
en parte por problemas de actitudes del personal sanitario, no se le presta
atención, mientras que en otras esferas la información y rehabilitación de la
paciente se abordan de manera sistemática. Parece oportuno ocuparnos de la
salud sexual de estas pacientes, incluso durante el climaterio. (Binik y Mah,
1994; de Rios y cols, 1997; Gupta y Gupta, 1997; Westgren y cols, 1997; Hovata,
1999; Sawyer y Roberts, 1999).
Lógicamente, ante
este tipo de casos resulta fundamental una evaluación más específica del
experto en Sexología con objeto de facilitar una rehabilitación que permita a
la paciente sacar partido
de los aspectos conservados de su respuesta sexual. Esto no excluye que pueda
requerir tratamiento adicional por parte de otro especialista (psicote-
rapeuta, fisioterapeuta) que le ayude a aceptar sus limitaciones actuales y a
manejar las emociones que su estado físico le provoca. Cualquier persona sigue
estando sexuada sean cuales sean las circunstancias por las que atraviese, y el
no reconocimiento, cuando no la negación, de esta dimensión fundamental de su
vida empeora muchas veces su sufrimiento, especialmente si no encuentra en su
entorno más próximo la posibilidad de discutir con personas bien informadas y
receptivas a las limitaciones que está soportando. Por supuesto que la reacción
de cada persona ante la limitación de su vida sexual que alguna de las
condiciones descritas puede llegar a imponer es muy variable. Desde mujeres
que pueden perder todo interés por este aspecto de su vida, y se concentran en
conseguir una buena adaptación en otros, hasta aquéllas que considerarán que
las repercusiones que la enfermedad o traumatismo han tenido sobre su amatoria
constituyen problemas fundamentales en su rehabilitación. Esto no hace sino
reflejar, por otra parte, la importancia relativa que la dimensión sexual tiene
según las personas.
III) DEMANDAS
SUSCEPTIBLES DE TRATAMIENTO SEXOLÓGICO:
III-
A/ Las secundarias a problemas psicopatológicos:
Muchos trastornos
psicopatológicos cursan con dificultades sexuales más o menos agudas. Algunas
son un síntoma más de un cuadro psiquiátrico, contribuyendo a sus criterios
diagnósticos, como la falta de deseo en la depresión mayor; otras están ligadas
a la cronificación de un trastorno, como las derivadas de conflictos de pareja
causados por el deterioro de la paciente; otras, incluso, pueden ser un
intento de mantener el equilibrio dentro de un cuadro grave, como ciertas
disfunciones o delirios de cambio de identidad sexual en pacientes con cuadros
psicóticos. Algunas de estas dificultades sexuales podrían ser abordadas con
éxito desde una terapia sexológica, siempre que se pueda sostener su
compatibilidad con el tratamiento que la dolencia psicopatológica de base
requiera.
Por otro lado, no
existe evidencia clara en la literatura médica de que durante el climaterio se
produzca un aumento de la incidencia de problemas psicopatológicos (más allá
de los problemas derivados de la adaptación a este ciclo vital y que han sido
comentados en el punto anterior); sin embargo, aunque su incidencia no se
incrementara respecto al resto de la población en otras etapas vitales,
debemos tenerlos en cuenta como factores con gran influencia sobre el HSH, más
aún en este periodo de inestabilidad generalizada.
(Youngs, 1990; Montgomery y Studd, 1991; Teuchs y cols, 1995; Pearce y Hawton,
1996; Jiménez y Pérez, 1999).
III-
B/ Las dificultades propias de la vida sexual
Entrarían dentro de
este apartado demandas de pacientes que sufren alguna dificultad sexual que no
es consecuencia específica del climaterio ni producto del curso de enfermedad
o condición congénita, ni de tratamiento alguno. Estas demandas deben ser
atendidas por un experto que asesore acerca de qué medidas tomar. Muchas pueden
estar encubiertas tras una queja somática, normalmente relacionada con las típicas
de este ciclo, y aparecer sólo en primer término la cuestión principal tras el
correspondiente procedimiento diagnóstico. En este apartado se incluyen las
llamadas disfunciones sexuales de causa psicógena, pero también, entre otros,
los conflictos asociados a la identidad sexual o a una orientación erótica
egodistó- nica. (Masters y Johnson, 1972; Kaplan, 1985; APA, 1995; Nijs, 1998).
4.La edad crítica en el modo masculino
El ciclo biológico y
vital es independiente de los modos: hombres y mujeres pasan por todas las
etapas del ciclo vital antes o después. Por lo tanto, parece indudable que
existe un climaterio masculino: sería el escalón fisiológico que debe superarse
entre la madurez y la vejez; con características comunes y diferenciales del de
la mujer. Respecto al HSH, en líneas generales, el climaterio en el hombre
conlleva un proceso de cambio en los distintos campos mucho más gradual en
intensidad y en el tiempo que en el caso de la mujer. El que no exista una
cesación repentina de la función reproductiva no es óbice para que el proceso
de envejecimiento se exprese en el organismo y podamos encontrar
modificaciones en todos los campos y dificultades en el caso de no conseguir
adaptarse. En el Esquema 2 se detallan algunos de estos cambios.
Lo que no podemos
aceptar es la existencia en el modo masculino de una entidad equivalente a la
menopausia, la que se ha comenzado a denominar andropausia9. Puesto
que el modo no es una cualidad transitoria, ni siquiera a nivel hormonal, ni
la mujer deja de ser tal por el hecho de que se extinga su función
reproductiva, ni el hombre deja de serlo por el hecho de que se modifiquen a
la baja, entre otras variables, sus niveles hormonales de testosterona, ni
siquiera en el caso de que cesara la espermatogénesis. Mora (1996) denomina
“tontería fisiológica” a la justificación, pretendidamente científica, de la andropausia
y piensa que podríamos estar asistiendo al inicio de un intento de patologizar
el climaterio masculino similar al que se produjo con la menopausia. Es
curioso que el trabajo que situó a la menopausia como centro y causa de la
pérdida de la condición de mujer y que propuso la terapia hormonal
farmacológica como sustituta de la función gonadal para evitar dejar de ser
mujer (al menos transitoriamente), tenga, treinta años después, título especular
del que repite un planteamiento parecido con los hombres: Feminine
forever y Forever
young (Wilson, 1966; Bilger, 1995). Se crea una
entidad fisiopatológica de lo que en realidad es, que no es poco, un momento
vital crítico: el paso a la vejez.
5. Conclusiones
• El Hecho
Sexual Humano se entiende como hecho biográfico, de tal modo que su comprensión
sólo es posible dentro del marco del ciclo vital del sujeto.
• El proceso de
envejecimiento, estrictamente hablando, comienza desde la concepción, afecta
a todas y cada una de las células del organismo y conlleva cambios progresivos
a los que el individuo va adaptándose física y psicológicamente de manera gradual.
En este contexto la menopausia es parte de un proceso más global de envejecimiento
reproductivo.
• Si
bien en todas las mujeres podemos identificar el momento de la cesación de la menstruación,
la menopausia, otros cambios asociados al climaterio muestran gran variabilidad
en cuanto a sus manifestaciones. Esto, a nuestro entender, no es más que una
consecuencia de la diversidad propia del hecho sexual humano.
• Parece lógico
que la diferente realidad sociocultural en la que han desarrollado su hecho
biográfico los hombres y mujeres que entrarán en periodo climatérico en los
próximos años hará que su percepción y vivencia de los cambios asociados al
envejecimiento sea distinta de la de aquellos individuos sobre los que hasta
ahora se han realizado los estudios. Resulta necesario que la futura
investigación se adapte a esta nueva realidad, teniendo en cuenta que tal vez
nuevas realidades requieran nuevos modelos desde los que acceder a ellas.
Factores como la incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado o la
liberalización de las costumbres amatorias han de tener repercusión en el
entendimiento de la realidad sexual de los ancianos en las próximas décadas.
• Si bien el
concepto de climaterio, como escalón en el ciclo vital, es aplicable, con
sus características
propias de cada modo, tanto al hombre como a la mujer, entendemos que la
noción de andropausia carece de sentido biológico alguno, ya que no existe
momento concreto en que se pueda identificar la cesación de la fertilidad en
el hombre. Concederle entidad nos conduciría por el camino de la patologización
de los ciclos vitales.
Notas al texto
1 Se
trata de un planteamiento general y somero, por lo que recomendamos leer el
original si se desea entrar en antecedentes, justificación y discusión teórica.
Todos los entrecomillados corresponden a extractos textuales del original.
2 Fuera
de esta nueva formulación, ¿sabría definir sexo?, ¿y sexualidad? Si obviamos
los significados pornográficos comunes en el lenguaje de la calle, entre
profesionales su significado depende de con- ceptualizaciones sesgadas por la
formación, las actitudes y el contexto profesional en el que se usen. Por “sexo”
puede entenderse genitales, acciones, espectáculos, orientaciones... ¿Ocurre lo
mismo en otras ciencias?.
3 En
palabras de Magnus Hirschfeld: “El hombre completo y la mujer completa son en
realidad sólo formas imaginarias que tenemos que llamar en nuestra ayuda para
poseer un punto de partida para los estadios intermedios” (Hirschfeld, 1903).
Recomendamos leer La evolución de la
sexualidad y los estados intersexuales de Gregorio
Marañón (Marañón, 1990).
4
Sartre lo explicaba con las siguientes
palabras: “Ser sexuado significa existir sexualmente para un prójimo que existe
sexualmente para mí... en tanto que él es otro para mí y yo soy otro para él”
(Sartre, 1983).
5 Los
propios iniciadores de estos estudios señalaron: “Aunque la expresión o
concepto de conducta sexual signifique cosas muy distintas, en nuestro
vocabulario, a los efectos de nuestro trabajo, será usada para indicar
exclusivamente la estimulación y excitación de los órganos genitales (...) Y
por ello tomamos la cópula como concepto central de esta obra” (Beach y Ford,
1969). Sin menoscabo de que la conducta sexual pueda ser establecida como
modelo aún a riesgo de limitarnos al igual que lo hacen el modelo del Amor
Pasión o del celibato. Si así lo estableciéramos, ¿qué ocurriría con la
Amatoria representada en obras y no en cópulas puntuadas en orgasmos?.
6 Menopausia
(o menopausis)( gr.: menós -relacionado con menstruación-; gr.
paüsis-cesación-): cesación natural de
la regla y periodo de vida, entre los 45 y los 50 años de edad, en que ocurre;
edad crítica; climaterio. Climaterio
(gr.: klimaktér-escalón-): conjunto de fenómenos
que acompañan a la cesación de la función reproductiva de la mujer o la
actividad testicular en el hombre (Navarro-Beltrán, 1992).
7
Como lectura complementaria sugerimos el
texto de Orlando Mora (1996).
8 Es
importante tener en cuenta que la mayor parte de la investigación relativa a
los efectos de los fármacos sobre la vida sexual ha sido enfocada
principalmente en el modo masculino, entre otras razones por la mayor
facilidad de objetivar algunos aspectos de su respuesta sexual, como señalan
Kolodny, Masters y Johnson (Kolodny, Masters y Johnson, 1982).
9
La palabra andropausia -aunque
etimológicamente sea incorrecta- es recogida en los diccionarios y definido
como inicio del cese de la capacidad reproductiva en el hombre. v.g.: Andropausia
( gr.: andrós -hombre-; gr. paüsis-cesación-): involución
fisiológica de la función gonadal en el varón (Navarro-Beltrán, 1992; Seco,
1999).
Referencias
American
Psychiatric Association -A.P.A.- (1995): Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: DSM-IV -versión
electrónica-. (Traducción: Flores
T y cols. Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders: DSM-IV.
4a ed. Washington. American Psychiatric Association; 1994)
Barcelona. Masson.
Amezúa,
E. (1999): Teoría de los sexos. Revista
Española de Sexología, Vol: 95-96.
Bachmann
y cols. (1985): Correlates of sexual desire in post-menopausal women. Maturitas,
7, 211-216.
Bachmann,
G. y Leiblum, S. (1991): Sexuality in sexagenarian women. Maturitas,
13, 43-50.
Barrett,
P. (1989): Sexual problems in the elderly. Practitioner,
233, 1311-1312.
Beach,
F. y Ford, C. (1969): Conducta Sexual. (Traducción
de Patterns of Sexual Behaviour.
New York. Harper and Harper; 1951) Barcelona. Fontanella. Tomado de Amezúa,
1999.
Bilger,
B. (1995): Forever young. The Sciences,
35, 26-30. Tomado de Mora, 1996.
Binik,
Y. y Mah, K. (1994): Sexuality and end-stage renal disease: research and cli- nical
recommendations. Advances in Renal
Replacement Therapy, 1, 198-209.
Bobes,
J. y cols. (1999): Psicofármacos y
función sexual. 1a ed. Madrid.
Ediciones Díaz de Santos.
Brecher,
E. (1973): Investigadores del
sexo. (Traducción: Debrigode P. The
Sex Researchers. 1 ed. Boston. Little,
Brown and Company; 1970.) 1a ed. México. Editorial Grijalbo.
Bruner,
D. y Boyd, C. (1999): Assessing women’s sexuality after cancer therapy:
checking assumptions with the focus group technique. Cancer
Nursing, 22, 438-447.
Degen,
K. (1982): Sexual dysfunction in women using major tranquilizers.
Psychosomatics, 23, 959-961.
Fooken,
I. (1994): Sexuality in the later years: the impact of health and body-image in
a sample of older women. Patient
Education and Counseling, 23, 227-233.
Gérvas,
J. y de Celis, M. (2000): Dificultades sexuales en Atención Primaria: una
propuesta de intervención. SEMERGEN,
26, 253-269.
Gupta,
M. y Gupta, A. (1997): Psoriasis and sex: a study of moderately to severely
affected patients. International Journal
of Dermatology, 36, 259-262.
Gutiérrez,
M. y Stimmel, G. (1999): Management of and counseling for psy- chotropic
drug-induced sexual dysfunction. Pharmacotherapy,
19, 823-831.
Hallowell,
N. (1998): “You don’t want to lose your ovaries because you think ‘I might
become a man’”. Women’s per- ceptions of prophylactic surgery as a cancer risk
management option. Psychooncology,
7, 263-275.
Hawton,
K. y cols. (1994): Sexual function in a community sample of middle-aged women
with partners: effects of age, marital, socioeconomic, psychiatric, gynecolo-
gical, and menopausal factors. Archives of
Sexual Behavior, 23, 375-395.
Hirschfeld,
M. (1903): Ursachen und Wesen des Uranismus. Jahrbuch
für sexuelle Zwischenstufen, Vol. 1. Tomado de
Llorca, A. (1997): Magnus Hirschfeld y su aportación a la ciencia sexológica. Revista
Española de Sexología, Vol: 81-82.
Hovatta,
O. (1999): Pregnancies in women with Turner’s syndrome. Australasian
Annals of Medicine, 31, 106-110.
Jiménez,
J. y Pérez, G. (1999): La actitud de la mujer en la menopausia y su influencia
sobre el climaterio. Ginecología y
Obstetricia de México, 67, 319-322.
Kaplan,
H. (1985): La evaluación de los
trastornos sexuales. (Traducción: R.A.A. The
evaluation of sexual disorders. Nueva York.
Brunner/Mazel, Inc.; 1983.) 1a ed. Barcelona. Grijalbo.
Kingsberg,
S. (1998): Postmenopausal sexual functioning: a case study. International
Journal
of Fertility and Womens Medicine, 43, 122-128.
Kockott,
G. (1994): Male and female sexuality, differences according to sex and age. Therapeutische
Umschau, 51, 93-97.
Kolodny,
R., Masters, W. y Johnson, V. (1982): Manual
de Sexualidad Humana. (Traducción: Barbero
M. Textbook of human sexuality for
nurses. Boston. Little, Brown and Company, 1979.)
Madrid. Ediciones Pirámide.
Koster,
A. y Garde, K. (1993): Sexual desire and menopausal development. A pros-
pective study of Danish women born in 1936. Maturitas,
16, 49-60.
Lauritzen,
C. (1983): Biology of female sexuality in old age. Zeitschrift
fur Gerontologie, 16, 134-138.
López,
F. (1996): Reajuste sexual y de género en la vejez. En Fernández (Cord.), Varones
y mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género. 1aed.
Madrid. Ediciones Pirámide.
López,
F. y Olazábal, J. (1998): La sexualidad
en la vejez. 1 ed. Madrid. Colec.
Psicología-Ediciones Pirámide.
Marañón,
G. (1925): La edad crítica. 2ñ
ed. Madrid. Ruiz Hermanos Editores.
- (1990):
La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales. En Obras
Completas, T-VIII. 2ñ ed. Madrid.
Espasa-Calpe.
Masters,
W. y Johnson, V. (1972): Incompatibilidad
sexual humana. (Traducción de Human
sexual inadequacy. Boston. Little,
Brown and Company, 1970.) 1a ed. Buenos Aires. Editorial Intermédica.
McCoy,
N. (1998): Methodological pro- blems in the study of sexuality and the
menopause. Maturitas,
29, 51-60.
Milde,
F. y cols. (1996): Sexuality and fertility concerns of dialysis patients. ANNA
Journal, 23, 307-313.
Montgomery,
J. y Studd, J. (1991): Psychological and sexual aspects of the menopause. British
Journal of Hospital Medicine, 45, 300-302.
Mooradian,
A. y Greiff, V. (1990): Sexuality in older women. Archives
of Internal Medicine, 150, 1033-1038.
Mora,
O. (1996): Aspectos fisiológicos del climaterio y la menopausia.
En Juan Fernández (Cord.), Varones y
Mujeres. Desarrollo de la doble realidad del sexo y del género.
1a ed. Madrid. Ediciones Pirámide.
Mouchamps,
E. y Gaspard, U. (1999): Change in sexual desire in the menopausal woman: a
succinct evaluation. Journal de Gynecologie,
Obstetrique et Biologie de la Reproduction, 28, 232-238.
Navarro-Beltrán,
E. -Cord.- (1992): Diccionario
Terminológico de Ciencias Médicas. 13a ed.
Barcelona. Ediciones Científicas y Técnicas.
Nijs,
P. (1998): Counselling of the climacteric woman. Diagnostic difficulties and
therapeutic possibilities. European
Journal of Obstetrics, Gynecology, and Reproductive Biology,
81, 273-276.
Olazábal,
J. y cols. (1990): Manual de sexualidad
en atención primaria. 1a ed. Salamanca.
Amarú Ediciones.
Pearce,
M. y Hawton, K. (1996): Psycho- logical and sexual aspects of the menopau- se
and HRT. Baillieres Clinical
Obstetrics and Gynaecology, 10, 385-399.
Punyahotra,
S. y Street, A. (1998): Exploring the discursive construction of menopause for
Thai women. Nursing Inquiry,
5, 96-103.
Real
Academia Española. -R.A.E.- (1995): Diccionario
de la Lengua Española-Edición electrónica. Versión
21.1.0. Madrid. Espasa Calpe.
Rentzsch,
W. y Boblan, W. (1982): Health and sexual behavior of employed women in the
menopause phase. Zeitschrift fur
Alternsforschung, 37, 349-358.
de
Rios, M. y cols. (1997): Sexual dysfunc- tion and the patient with burns. Journal
of Burn Care and Rehabilitation, 18, 37-42.
Rudelstorfer,
R. y Riss, P. (1987): Sex beha- vior and vaginal flora in climacteric and
postmenopausal females. Wiener
Medizi- nische Wochenschrift, 137, 120-122.
Sarrel,
P. (1982): Sex problems after meno- pause: a study of fifty married couples
treated in a sex counseling programme. Maturitas,
4, 231-237.
Sartre,
J. (1983): El ser y la nada.
Barcelona. Altaya. Tomado de Amezúa, 1999.
Sawyer,
S. y Roberts, K. (1999): Sexual and reproductive health in young people with
spina bifida. Developmental
Medicine and Child Neurology, 41, 671-675.
Seco,
M. -Dir.- (1999): Diccionario del
Español Actual. 1a ed. Madrid.
Santillana.
Sydow,
K. von (1992): Female sexuality in middle and advanced adulthood: review of
previous research. Gerontology,
25, 113-127.
-
(2000): Sexuality of older women. The effect
of menopause, other physical and social and partner related factors.
Zeitschrift
fur Arztliche Fortbildung und Qualitatssicherung, 94, 223-229.
Teusch,
L. y cols. (1995): Different patteerns of sexual dysfunctions associated with
psychia- tric disorders and psychopharmacological treatment. Pharmacopsychiatry,
28, 84-92.
Westgren,
N. y cols. (1997): Sexuality in women with traumatic spinal cord injury. Acta
Obstetricia et Gynecologica Scandinavica, 76, 977-983.
Wilmoth,
M. y Ross, J. (1997): Women’s perception. Breast cancer treatment and
sexuality. Cancer Practice,
5, 353-359.
Wilson,
R. (1966): Feminine forever.
Nueva York. Evans. Tomado de Mora, 1996.
Winn,
R. y Newton, N. (1982): Sexuality in aging: a study of 106 cultures. Archives
of Sexual Behavior, 11, 283-298.
Wright,
J. (1998): Older women’s experience of the menopause. Nursing
Standard, 12, 46-48.
Youngs,
D. (1990): Some misconceptions concerning the menopause. Obstetrics
and Gynecology, 75, 881-883.
TÉRMINOS, CONCEPTOS Y REFLEXIONES
PARA UNA COMPRENSIÓN SEXOLÓGICA DE LA TRANSEXUALIDAD1.
José Ramón
Landaarroitajauregui2
*
* Centro de Atención
a la pareja “Biko Arloak”, Erdikoetxo 1-C, entreplanta, 48014 Bilbao. E-mail: biko1@correo.cop.es
Este trabajo tiene
tres partes. La primera es una introducción en la que el autor justifica la
pertinencia de la creación de nuevos términos. En la segunda el autor presenta
dos conceptos centrales en Sexología Sustantiva. Éstos son: sexación y
sexuación. La sexuación
se refiere al proceso de diferenciación sexual y la sexación
se refiere al etiquetaje sexual. Se exponen sus características, constituyentes
y principios. Finalmente, en la tercera parte se abordan algunas cuestiones
teóricas y clínicas sobre transexuales.
Subyace un intento de
poner orden a materiales científicos sobre la condición sexual (ser hombre, ser
mujer) que están dispersos, para lo cual se articula un universo semántico coherente
y consistente constituido por términos específicos que sirven para hacer
comprensiva y comprensible la transexualidad y el sexo cerebral. Al final se ha
incluido un glosario de nuevos términos.
Palabras
Clave: Teoría sexológica, Transexualidad, Sexología
Sustantiva, Diferenciación sexual cerebral, Sexuación, Sexación, Aspectos
clínicos, Nuevos términos.
TERMS
AN THINKING FOR A SEXOLOGICAL COMPREHENSION ON TRANSSEXUALITY
The
following works consists of three parts. Firstly, in the introduction the
author justifies the need to create new words for a comprehensive material on
transsexualism. Secondly, the author presents and describes the
characteristics, constituents and principles of two essential concepts in
Substantive Sexology: sexation, referred to sexual differentation process; and
sexuation, related to sexual labelling. Thirdly, the autor approaches to some
of the theoretical and clinical issues on transsexuals.
Underneath
of this work lays the attempt of the author to draw up the rather scattred
scien- tific material on sexuality related to the sexual condition (being a man
and being a woman). In order to do so the author articulates a coherent and
consistent semantic universe compo- sed of specific terms which pave the way
for transsexuality and cerebral sex to be comprehensive and comprehensible.
Finally, a new terms glossary has been incorporated.
Keywords:
Sexological Theory, Transsexuality, Substantive Sexology, Brain sexual diffe-
rentiation, Sexuation, Sexation, Clinical issues, New terms.
“La transexualidad es similar y está
relacionada con las condiciones intersexuadas en que la apariencia de los
genitales no es congruente con el sexo cromosómico de la persona. Como es obvio
que se ha cometido un error identificando el sexo del niño al nacimiento, la
tarea de la medicina es rectificar esta situación como se rectifican otras
discapacidades congénitas".
(Russell
W Reid)3
PARTE PRIMERA
Introducción
Por qué tanto
neologismo
Aunque se me acuse de
“nominalista” -que es etiqueta que con mis publicaciones voy ganándome-, en
este trabajo voy a operar fundamentalmente con las palabras. Y esto no sólo
porque el asunto me parece importante (las palabras son más que palabras),
sino porque los términos concretos que tenemos y usamos en este área no nos
sirven para entendernos. Los ejemplos de esto que digo son incontables, pero
sólo presentaré algunos. Por ejemplo, cuando decimos transexual
femenino, qué estamos diciendo y qué estamos
queriendo decir. El adjetivo femenino define ¿los genitales o la identidad
sexual?; si se refiere a los genitales, ¿cuáles: los originales o los
quirúrgicos? Cuando decimos transgenérico4,
qué estamos diciendo y qué estamos queriendo decir, ¿que los genitales son sexo
y que lo otro -lo que sí se cambia: los caracteres sexuales secundarios- son género?
Y cuando decimos que los transexuales cambian
de género, ¿qué estamos diciendo y qué estamos
queriendo decir? O cuando decimos que se identifican con el sexo
contrario, ¿contrario a cuál? Parece que nos
entendemos, pero hay en todo esto muy poco rigor.
Usaremos aquí
palabras que nos sirvan no sólo para hablar de transexuales sino también de
no-transexuales. Pues es sintomático que no tengamos siquiera un nombre para
designar a quienes no son transexuales. Si se reflexiona un poco sobre ello, resulta
increíble que los sexólogos no tengamos un nombre científico medianamente
riguroso para expresar que alguien se siente -se considera, se identifica- como
hombre o como mujer, cuando absolutamente todos y todas nos sentimos hombres o
mujeres.
Durante mucho tiempo
nos ha parecido que las propias etiquetas hombre
y/o mujer, eran
útiles para describir tanto lo que se es,
como lo que se siente,
como lo que parece ser.
Las hemos tomado por categorías científicas, pero no lo son. Pues tenemos ya
conocimiento científico suficiente para afirmar que nos sentimos hombres o
mujeres con bastante independencia de cuáles sean los genitales que escondamos
bajo nuestra ropa interior. Así que nos hacen falta palabras para nombrar
hechos que están ahí y que ya conocemos. Este artículo se preocupa especialmente
de estos términos que nos faltan; y sobre todo, de las relaciones semánticas y
lógicas entre ellos.
La necesidad de un
vocabulario sexológico coherente y consistente
A lo largo de todo
este siglo, ha sido monumental el incremento de las evidencias científicas en
materia sexual. En la actualidad, el volumen de información científica sobre
sexo, aunque disgregado y desarticulado, es enorme. Por ello, a mi juicio, la
Sexología del siglo XXI tiene como uno de sus mayores retos el de articular
teorías coherentes, unificadas y holísticas que den coherencia terminológica y
conceptual a todo este ingente material. La consecución de este logro nos
obliga a una revisión general del vocabulario y de los conceptos que venimos
manejando en unas y otras áreas sexológicas.
Esto nos plantea tres
retos. Por un lado, un trabajo de captura:
hemos de recopilar y compendiar comprensivamente toda esta producción, y para
ello hemos de conocer en profundidad el campo sexológico tanto longitudinalmente,
a lo largo de toda su historia, como transversalmente, a lo largo de todas las
disciplinas que han abordado lo sexual.
Y en este propósito es importante recuperar términos absurdamente abandonados
por razones casi siempre espurias. Por otro lado, un trabajo de deconstrucción
y reconstrucción
terminológica: lo cual supone desde un reordenamiento de las relaciones entre
los conceptos, hasta una recuperación y reciclaje de términos mal usados,
connotados y/o tergiversados. Y, finalmente, por otro lado, un trabajo de producción
creativa de nuevos términos, que debe ser realizado sólo en tanto sea
necesario.
Este aspecto
productivo de creación de nuevos términos me importa especialmente. Porque me
parece que la tentación de crear -incluso gratuitamente- nuevos términos es,
con frecuencia, abusiva en el dominio científico. Al punto que lo que denomino
snobismo científico
es uno de los impedimentos que más obstaculizan el acceso al conocimiento. En
la ciencia actual en general -y en la ciencia sexológica en concreto- la deriva
hacia lo novedoso
supone casi siempre más costos que beneficios. Y la presunción de que “lo
anterior”, “lo histórico”, “lo clásico”, “lo antiguo” son desechables, de poco
interés o están desfasados es no sólo abiertamente acientífica, sino
sencillamente soberbia.
Sin embargo, y pese a
lo dicho, creo que en Sexología es necesaria la creación de términos nuevos
con los cuales construir una terminología específica y genuinamente sexológica.
Para la construcción
de este vocabulario sexológico ha de darse con términos que cumplan las
siguientes cuatro condiciones. Han de ser: precisos, comprensivos, coherentes
externamente y consistentes internamente. Cuando digo precisos,
quiero decir que han de decir lo que quieren decir y no otra cosa, por lo tanto
en lo posible habrán de estar etimológicamente bien construidos de modo que
cualquier buen conocedor de los recursos del idioma pueda suponerlos con su
sola mención. Cuando digo comprensivos,
quiero decir que han de comprender y describir con evidencia científica la
naturaleza de lo que expresan sin transformarlo con ningún propósito (por
bueno que sea éste). Cuando digo coherentes
externamente quiero decir que han
de ser lógicos con el universo semántico y conceptual del resto de los términos
de las diferentes disciplinas al que hacen referencia, pero especialmente
coherentes con los términos sexológicos anteriores. Y finalmente cuando digo consistentes
internamente, quiero decir que
sean congruentes semántica y lógicamente, luego que no produzcan
contradicciones semánticas, ni saltos de orden lógico consigo mismos o con el
universo conceptual al que hacen referencia.
Desgraciadamente en
Sexología sobreviven muchos términos ambiguos y/o imprecisos, tautologías,
construcciones moralmente connotadas, neologismos estériles, etc. Las razones
de todo esto son múltiples: bien por simplificaciones, reducciones o metonimias
(por ejemplo la sustitución de genital
por sexual);
bien porque en el discurrir del tiempo se han ido corrompiendo por efecto,
entre otras, de la “vulgarización científica” (por ejemplo la sustitución del
adjetivo erótico por
el adjetivo sexual);
bien porque connotaciones ajenas a la ciencia, casi siempre políticas o
morales, han producido sesgos (por ejemplo la sustitución del género
por el sexo;
la desaparición del adjetivo venéreo
-que parece pathos
y no amoroso—,
etc.); bien porque desde su propio inicio se construyeron mal (por ejemplo respuesta
sexual humana para describir fisiología
orgásmi- ca); bien porque nuevos conocimientos
han obligado a readecuar los significados y usos de términos inicialmente
adecuados (por ejemplo andrógenos
para describir exclusivamente las hormonas masculinizantes); bien por simple
abandono, a menudo ignorante, pero también militante (por ejemplo abandono del
concepto intersexualidad
o peor aún,
mal uso en contexto exclusivo de malformación y patología, etc., etc.).
El asunto ha ido
adquiriendo dimensiones tan notables que con frecuencia en Sexología
Sustantiva han de gastarse energías y tiempos extraordinarios -incluso
intelectualmente vejatorios- para explicar lo notorio, lo evidente o lo obvio.
Por ejemplo, expresiones como educación
afectivo-sexual para subrayar que se
van a contemplar los afectos (puesto que opera la presunción
estúpida de que lo
sexual excluye toda referencia afectiva); reiteraciones como educación
sexual: o sea, de los sexos para incidir
-incluso obsesivamente- sobre el significado del adjetivo sexual,
que obviamente se refiere a sexo
(o sea, al asunto de que hay machos y hay hembras y que difieren precisamente
por razón de sexo); o la expresión sexología
científica para remarcar -de nuevo
reiterativamente- que la sexología es científica (pues al parecer opera la
presunción de que pudiera haber una logía
no científica); y así un largo etcétera con el que no quiero aburrir.
PARTE SEGUNDA
Dos conceptos
centrales:
Sexación y sexuación
Sexación:
presentación primera
Aunque la expresión sexación 5(1)
es un neologismo mío, hay usos lingüísticos anteriores de los cuales este
término procede. En concreto existe la profesión de “sexador
de pollos". Por coherencia
semántica sexador es quien sexa.
El quehacer de este profesional es clasificar a estas crías según su sexo,
luego parece sensato que SEXAR (2)
signifique clasificar por sexo.
El resultado evidente de esta acción es que en virtud de ella queda
determinada la vida, y la muerte de estas aves.
El término sexismo
parece hacer referencia a los efectos nocivos de esta clasificación sexual
cuando ésta se produce en humanos. Siendo que en esta especie la sexación
también determina sus vidas (sus sueldos, sus obligaciones, etc.) tanto más,
cuanto más sexista
sea la cultura en la que esto ocurra. Así pues los usos estaban, luego el
neologismo más que invento
es captura.
En cualquier caso con este término de sexa-
ción me refiero a los hechos de clasificación,
de categorización y/o de etiquetación sexual. A propósito de ello uso conceptos
como etiqueta sexual,
categoría sexual
o
clasificación
sexual siempre para referirme a la que podríamos
considerar la sentencia sexual,
el veredicto sexual
o el nombramiento sexual.
Insisto: eres (en realidad, te soy: digo que eres, te reconozco como) macho o
hembra; y soy (en realidad, me soy: digo que soy, me reconozco como) macho o
hembra. Estamos hablando de hechos de reconocimiento
sexual.
Aunque -a falta de
otros mejores- usemos términos como categoría,
etiqueta o clasificación
no debe entenderse la sexación como un hecho cognitivo. Mejor aún, debe de
entenderse en primer término como hecho no-cognitivo. Si se prefiere, precogni-
tivo o subcognitivo.
Así que resulta
importante subrayar que la sexación no requiere cerebro corticaliza- do, ni
reflexividad, ni cultura. Es cierto que estas propiedades humanas juegan, o
puede jugar, algún papel sexante. Incluso, antise- xante. Pero la sexación es
un hecho natural y evolutivamente antiguo. Hasta el punto que se expresa en
muchos insectos, peces y anfibios, en los reptiles, en las aves y, desde luego,
en todos los mamíferos: desde la más humilde rata hasta el más insigne humano.
A modo de primera
presentación mencionaré tres anécdotas curiosas sobre sexacio- nes no humanas.
Mosquitas “embarazadas"
Bastantes de los
recursos insecticidas actualmente disponibles recurren a una “habilidad” que
algunos insectos tienen: la de discernir -discriminar- el sexo de los sujetos
de su propia especie mediante el reconocimiento de determinados estímulos con significado
sexual.
Así que en verano,
sobre la cabecera de mi cama, un emisor de ultrasonidos hace creer a las
mosquitas embarazadas -que son las más temibles- que hay un macho mosquito en
la habitación. Este ultrasonido las disuade de entrar, ahorrándome molestas
picaduras.
El mecanismo opera
sobre una evidencia constatada: los mosquitos se reconocen sexualmente. Muchos
insectos -son tantos, que no me atrevo a afirmar si todos, la mayoría o una
buena porción de ellos- tienen mecanismos emisores que propician que el otro,
un otro de su misma especie, les reconozca sexualmente como macho insecto o
como hembra insecto. Es precisamente a estos estímulos que propician la
clasificación sexual a los que he llamado INDICADORES
ALOSEXANTES (40).
Los insectos parecen
tener mecanismos receptores y decodificadores que les sirven para reconocer
sexualmente a ese otro emisor de señales. Precisamente a este hecho de
captación e “interpretación” de determinados estímulos con significado sexual
para, a partir de ellos, construir una etiqueta sexual, es a lo que he llamado alosexación (8).
Una vez sexualmente clasificado se interactúa con este sujeto alosexado
de un modo u otro en razón, precisamente, de esta etiqueta sexual. En este caso
la mosquita se va de la habitación -o no entra en ella- porque ese es su modo
concreto de interactuar con el supuesto macho que “supone” a resultas del
zumbido.
Ranas “pigmalión”
Esta segunda anécdota
nos lleva al mundo anfibio. Sabemos que las ranas tienen mecanismos de
reconocimiento sexual relacionados con la forma y el color. Así que una piedra,
o cualquier otro material con una forma y color bien determinados, se convierte
para una rana macho en un objeto deseable -desde luego copulable, a tenor de su
conducta.
Ahora bien, a
principios de este año una noticia curiosa saltó a los teletipos: un fenómeno
extraño parecía ocurrir en bastantes estanques de Inglaterra fruto de lo cual
ranas macho, cual Pigmalión, se “enamoraban” de las estatuillas decorativas que
rodean estos estanques. Por cierto estas estatuillas no tienen ni esa forma,
ni ese color con significación sexual.
La noticia que
pretendía ser simpática, no me lo resultó en absoluto pues me hizo pensar que
quizás algo había modificado los mecanismos alosexantes (4)
de estas ranas. Peor aún, ese “algo” podía tener alguna relación con los
vertidos químicos que con frecuencia denuncian los grupos ecologistas y que
efectivamente están modificando espuriamente los procesos de sexuación de anfibios,
peces y aves. Así que la noticia más que simpática, me pareció amenazante.
Es posible -yo lo
creo- que la sexación también
sea químicamente modificable como de hecho lo es -esto ya lo sabemos con
certeza- la sexuación. Y es incluso probable que las sustancias químicas que
produzcan estas alteraciones sean también hormonas sexuales o afines
químicos.
La rata “gay no transexuada”
Esta tercera anécdota
nos lleva a los laboratorios experimentales de investigación básica. Realizada
en el laboratorio una intervención endocrina demasculinizante y femi- nizante
a una rata macho en la primera semana postnatal se feminizarán todas las
estructuras que en ese tiempo concreto se estén sexuando.
Mediante esta
manipulación experimental se producirán pues transexuaciones (5) fácilmente
observables que afectan a los niveles genital, gonadal y somático; pero
fundamentalmente se feminizarán todos los subniveles de la sexuación cerebral.
Algunas de estas sexuaciones que afectan al cerebro son objetivables en las propias
estructuras cerebrales (tamaño del Núcleo Sexo- Dimórfico y retroalimentación
gonadotrópi- ca), mientras que otras se deducen de la observación de la
conducta adulta de la rata.
Decimos que el
comportamiento sexual y erótico de la rata es heterotípico
(esto es, no típico de su sexo) porque pese a ser geno y fenotípicamente macho
se comporta globalmente como rata hembra. Tiene un
patrón sexual de conducta gínico (38)
porque muestra conducta maternal, acción de bajo consumo energético, etc. Y
tiene un patrón de conducta
erótica también gínico
porque muestra receptividad, lordosis y aceptación de monta. Muchos
experimentadores, muy torpemente, han etiquetado a estas ratas
experimentalmente transexuadas como “ratas
homosexuales" tomando como evidencia
de esta categoría su conducta observable de aceptación de la cópula.
Sin embargo, y esto
es muy curioso, no ha recibido el mismo etiquetado la rata macho control -la no
intervenida- que es, de hecho, un macho geno y fenotipo que está montando,
penetrando y eyaculando en el ano de otro macho. A tenor de su comportamiento,
una vez usado el mismo criterio eti- quetador, esta rata
macho merecería cuanto menos la etiqueta de “rata
sodomita activa".
Es evidente que la
conducta de la “rata sodomita
pasiva" -la víctima del experimento- es uno
más de los resultantes de la intervención experimental transexuadora. Pero,
¿por qué se conduce de este modo la otra si no ha recibido intervención ninguna
y es -supuestamente- macho heterosexual?.
Hasta aquí el dilema.
La solución, ahora que he dado con ella, me parece sencilla. La rata no
intervenida -la sodomita activa,
la que monta- es una rata macho heterosexual con un patrón
sexual de conducta y un patrón
de conducta erótica homotípicos. Esto es,
típicos de su sexo. Sólo le ocurre una cosa anómala producida precisamente por
el experimento: clasifica a la otra como hembra y lo hace así porque la rata
intervenida se comporta como hembra, huele como hembra (esto no está
suficientemente verificado, pero aseguro que emite feromonas femeninas) y
porque sus caracteres sexuales secundarios están feminizados (su estructura
musculo-esquelética es menor, la distancia ano-genital también, etc.). O sea,
porque sus indicadores alosexantes
son gínicos.
Así que la alosexa
como hembra y se comporta con ella como si lo
fuese.
Pero lo que el
investigador parece ver es otra cosa: él ve una rata con cromosomas, gónadas y
genitales macho dejándose penetrar. Para el investigador la rata penetrada es
sin duda un macho. Y la convicción de observar a un macho dejándose penetrar
analmente le lleva a la conclusión precipitada de que es una rata
gay.
El objeto alosexado (6)
-la rata en cuestión- es el mismo para ambos sujetos alo- sexadores (7)
-la rata penetradora y el experimentador - pero el resultante de la ALOSE- xación (8)
difiere y se contradice. Y difiere porque los indicadores alosexantes (40) que
uno y otro seleccionan no son los mismos. Porque los criterios alosexantes (9) tampoco
son los mismos. Fruto de lo cual los INDUCTORES DE
ALOSEXACION (11) tampoco lo son. Al
fin y al cabo aunque los dos son machos (el uno rata y el otro experimentador)
cada cual actúa como lo que es y está a lo suyo.
Faltaría preguntarse
qué categoría sexual se da a sí misma la rata experimental, luego cuál es su autosexación (10)
y a quién de los dos le da la razón. No es posible comprobarlo, pero
-permítaseme el animismo- creo que si la rata pudiera definirse a sí misma se
tendría por hembra y no por macho. A lo sumo se autoetiquetaría como rata transexual,
pero en ningún caso como rata gay. Y deduzco esto, no tanto por su
comportamiento, o sus confesiones, sino por el conocimiento de los modos de
operación de la sexuación mamífera. Lo común a las tres anécdotas es que hay
unos sujetos de diferentes especies -mosquita, rana, rata y humano- que alosexan.
Todos ellos tienen capacidad de reconocer, de discriminar, el sexo de los
objetos alosexados, asignando una etiqueta
sexual. Luego en esta acción sexante, uno es el sujeto
sexante (el sexador) y el otro el objeto
sexado.
En todos los ejemplos
que he presentado los sujetos alosexadores
cometen errores, porque en todos estos casos hay alguna interferencia en el
normal proceso de sexación.
La mosquita yerra
porque hemos imitado un inductor de alosexación mosquito
(zumbido macho) y cae en la trampa. La rana yerra porque, probablemente, se ha
producido alguna alteración química que ha modificado los receptores y/o
decodificadores que usa para la alosexación. No está del todo claro en el caso
de la rata y el experimentador quién es el que yerra. Depende de lo criterios
que tomemos como válidos para esta sexación. Supuesto que sea la rata la equivocada,
yerra porque los inductores de alose-
xación han sido alterados a resultas de la transexuación
experimental realizada. Si fuese el experimentador el equivocado, yerra porque
no reconoce los inductores de alose-
xación específicos de especie y se obstina en
alosexar a la rata transexuada en razón de un criterio
de alosexación (9) exclusivamente
genital. Quizás porque es el criterio que se usa en su especie.
En cualquier caso
todo sujeto alosexador -sea
mosquita, rana, rata o experimentador- selecciona, de entre todos los estímulos
que el otro emite, aquellos que sirven para dictar la sentencia sexual (es
macho, es hembra); esto es, los que tienen un significado
sexual. Luego hay unos estímulos, precisamente los
que he llamado indicadores
alosexantes (40) que son susceptibles de ser
captados mediante mecanismos
alosexantes que han de incluir receptores,
decodificadores y PRE- ESQUEMA DE
SEXACIÓN (12).
De cualquier modo, y
espero con los ejemplos haberlo aclarado suficientemente, en todos estos casos
se ha producido un acto de sexación.
Y este acto no ha requerido como condición indispensable cerebro corticalizado,
ni cultura.
Generología y
sexación
Aunque la Generología6
empezó siendo un potente movimiento surgido en el seno del feminismo de los USA
a propósito de estudios sobre mujer,
es ya la disciplina científica con reconocimiento universitario cuyo objeto
epistémico es el género. Honestamente la considero una corriente apóstata de la
Sexología que expresa y militantemente renuncia a ser sexológica. Y menciono
la apostasía porque han renunciado tanto al sexo
como a la logía.
Al sexo negando su existencia misma o constriñén- dolo a su mínima expresión. A
la logía
porque la apuesta no es comprender las cuestiones sexuales, sino
transformarlas. En cualquier caso ahí está produciendo, por cierto, enorme
cantidad de material.
La traigo a colación
aquí porque el cons- tructo sexación
tiene cierta correspondencia con dos expresiones frecuentemente usadas por
algunos autores/as generológicos. Me refiero a: dimorfismo
sexual aparente y a sexo
como variable estímulo.
Con respecto al
primer término -que es más expresión que busca la corrección
política que el rigor científico- afirmo que
toda sexación es necesariamente una dimorfiza- ción sexual de las apariencias.
Y subrayo los dos términos de la expresión que acabo de usar.
Es dimorfización
sexual porque se modifica -se reconstruye- una
variable sexual de continuo (polar) en una variable sexual dicotómica, la
sexuación (los múltiples hechos de sexuación), en una etiqueta de sexación. Y
es aparente,
porque opera sobre indicios de los cuales se deducen -o se inducen- las tales
etiquetas.
Más tarde explicaré
que esta dicotomiza- ción se realiza a través de reiteradas metonimias
reductoras que sirven precisamente al propósito de consecución de una etiqueta
definitiva y definidora.
El constructo sexo
como variable estímulo no es una expresión
políticamente correcta sino un término de uso científico. En España ha sido
Juan Fernández7 siguiendo la senda de la prestigiada generóloga R.K.
Unger, quien ha sugerido la distinción entre tres sexos:
el sexo como variable estímulo, el sexo como sexualidad y el sexo como variable
sujeto. Estos dos últimos “sexos”
(sic) se corresponderían con lo que en
Sexología Sustantiva llamamos clásicamente erótica
y sexuación.
Y en cualquier caso el primero de estos sexos
(el sexo como variable estímulo) se
correspondería, creo que bastante bien, con esto que estoy llamando
sexación.
Respecto al sexo
como variable estímulo, viene a constatar
Fernández que existe una ingente producción científica que gira en torno a los
cómos, los qués y los paraqués de la interacción humana cuando ésta está de
algún modo mediada por cómo se clasifica sexualmente a ese otro con el cual se
inte- ractúa. Son pues, fundamentalmente, estudios que analizan las conductas
-las ideaciones, las interpretaciones, las interacciones, etc.- que están
mediadas por la etiqueta sexual que se asigna al otro/a. Cuestiones del tipo:
yo me conduzco o interactúo con esta persona así -y no de otro modo- en tanto
que, previamente, la he clasificado con una etiqueta sexual: la de mujer o la
de hombre (incluso la de ambiguo) y no con otra, o ninguna.
De todas estas
investigaciones generoló- gicas se concluye algo que podríamos tomar ya como
evidente e indiscutible: que esta clasificación sexual de ese otro con el que
interactúo condiciona -más aún, determina- mi modo de interactuar con él. Por
lo tanto, mi modo de conducirme, de expresarme, de idear, de interpretarle,
etc.
Ahora bien, aunque
subrayo esta relación entre términos que me parece cierta, desde un principio
quiero marcar dos diferencias -tres con la mencionada ocurrencia interes-
pecies- entre este término sexológico de sexación
y aquel generológico de sexo como
variable estímulo.
En primer lugar, un
distanciamiento político. Pues por cuestiones, sobre todo, de adscripción
política -esto es, de actitud combativa y vocación abolicionista-, desde la
generología no se ha pretendido la comprensión científica de la etiquetación
sexual, sino, antes al contrario, su exterminio cultural y político. Así que
prácticamente toda la investigación sobre el denominado sexo
como variable estímulo está contaminada de
esta vocación abolicionista. No es comprensiva, sino combativa. Se me acusará
de exceso en esta crítica pero el antisexismo
es, explícitamente, etiqueta identitaria que en generología
se usa sin reparo. Y ese anti
no es apuesta científica, sino política; que además no es la mía.8
Y en
segundo lugar, un distanciamiento teórico. La diferenciación generológica entre
sexo como variable sujeto
y sexo como variable estímulo,
luego la elección de los términos sujeto
y estímulo
(sin entrar ya en el mal usado y maltrecho sexo),
sugiere algo que expresamente quiero evitar: la impresión de que la etiqueta
de sexación no es constitutiva del sujeto; o, alternativamente, que los hechos
de sexuación no son fuentes estimulares.
Sin embargo, como
demostraremos más abajo, ningún hecho sexual más potente estimulador
que los hechos de sexuación y ningún hecho más constitutivo de la condición de
sujeto que la
propia autocategoriza- ción sexual. Pues los hechos de sexuación -todos y cada
uno de ellos- no sólo son elementos constitucionales que construyen al sujeto;
sino que son, a su vez, los estímulos de
más fuerte significado sexual que sirven precisamente para la etiquetación
sexual. Y por otro lado, las etiquetas sexuales no sólo son estímulos
de interacción, sino que son elementos constitucionales sin los cuales el sujeto
no puede construirse. Así que me parece que hay mucho estímulo
en el sexo como variable sujeto
y mucho sujeto
en el sexo como variable estímulo.
Suficiente como para desechar esa terminología.
Sexología
Sustantiva, sexo y sexación.
La Sexología
Sustantiva es una corriente sexológica nacida en España y creada en el contexto
de la sexología europea del “sexo- que-se-es”.
Esta corriente -de la que me siento orgulloso promotor y representante-
expresamente acoge el paradigma moderno de los
sexos distanciándose, por inservible, del
paradigma premoderno del locus genita-
lis. Así pues la noción de sexo -insisto, sexo
en tanto que condición de diferencia; luego no sexo en tanto que acción
placentera- es fundamental. Esta corriente es, antes que todo y
fundamentalmente, una logía
del sexo: luego un discurso fuerte, teórico, comprensivo, coherente y
articulado sobre el sexo. Dicho muy claro, para la Sexología Sustantiva sexo no
es una “four letters word”9,
sino un macroconcepto nuclear y constituyente: el objeto epistémico que da
sentido a la propia disciplina.
Tradicionalmente, en
Sexología Sustantiva se ha manejado como esquema ordenador el conocido como
Triple Registro del Hecho Sexual Humano cuyo original fue presentado por Amezúa
en conferencia leída en 1979 en Vitoria-Gasteiz bajo el título “La sexología
como ciencia: esbozo de un enfoque coherente del hecho sexual humano”10.
Fue precisamente en aquella célebre ponencia donde se levantaron los cimientos
de lo que luego será bautizado como Sexología Sustantiva.
Estos fundamentos
fueron, y son, básicamente:
- Que la
sexología es la ciencia del hecho sexual. Literalmente allí se dijo: “la sexo-
logía es la ciencia que busca, investiga y desentraña, de una forma específica
y con métodos propios, el sentido del hecho sexual, es decir, del hecho
ineludible de que somos sexuados, nos vivimos como sexuados y nos expresamos
como sexuados”.
- Que
este hecho sexual se articula a través de tres registros que son: el sexo (el
modo de hacerse y ser sexuado), la sexualidad (el modo de vivirse como
sexuado) y la erótica (la expresión del ser sexuado y sexual).
- Que son tres
las funciones práxicas de la sexología: la investigativa, la educativa y la
asistencial.
- Que la
sexología, o es científica, o no es nada.
Veintiún años
después, Amezúa ha publicado una reformulación y puesta al día de aquella
conferencia constituyente11. En este trabajo ha propuesto el Mapa
del Hecho Sexual Humano en el cual ha expuesto cuatro -y no tres- registros
del hecho sexual. A saber: sexuación, sexualidad, erótica y amatoria. Luego
sus novedades terminológicas y conceptuales son dos: por un lado, la modificación
de sexo
por sexuación;
y por otro lado, la ampliación (en realidad bipartición) de la antigua erótica,
en las nuevas erótica
y amatoria.
Me interesa aquí la
modificación de aquel sexo
original que era el primer registro del esbozo
del 79, por la sexuación
que es ahora el primer registro de la teoría
refor- mulada del 2000. Siendo, lo cual no es asunto baladí, que es su propio
creador quien lo ha modificado. Y todo esto porque considero esta sustitución
de sexuación
por sexo
-y lo afirmo sin ambages- como un error terminológico y conceptual de Amezúa.
Pues como ya he
afirmado públicamente “sexo y sexuación son términos, ambos necesarios, pero
ambos diferentes pues denominan hechos distintos. A mi juicio, el término sexo
hace referencia a la condición de la diferencia; mientras que el término
sexuación hace referencia al proceso de la diferenciación. Es evidente que la
diferencia se hace a través de la diferenciación y que la diferenciación
construye la diferencia; pero, aunque ambos hechos se hagan mutua referencia,
no deben confundirse”12. Luego no son sinónimos, ni mucho menos son
intercambiables.
A mi juicio el sexo
(la diferencia) se construye no sólo de sexuación
(diferenciación), sino también de sexación
(discriminación). Sé -o creo saber- que Amezúa considera los constituyentes de
lo que yo llamo sexación como
hechos que perfectamente se integran en el concepto de sexuación.
De lo cual esta distinción mía no le parece cuestión fundamental. Sin embargo,
a mi juicio esta diferenciación conceptual y terminológica es no sólo
necesaria sino asunto central. Pues, aunque es evidente que la sexación
es una sinécdoque de
la sexuación, sin
embargo como ha quedado claro con los ejemplos animales que más arriba he
presentado, resulta también evidente que esta sinécdoque es una realidad de
primer orden. Luego no es una construcción cultural humana. Ni mucho menos un
capricho intelectual mío.
Así pues la sexación
es, primero que todo, esta sinécdoque de la sexuación. Es, pues, categoría
reducida y reductora que se expresa como una etiqueta sexual que es
definitoria, definitiva, finalística, binomial y disyuntiva.
Es definitoria
porque define (en realidad, construye)
el sexo del sujeto sexado. Es definitiva
porque permanece en el tiempo produciendo una inercia y una resistencia al
cambio de magnitud muy considerable. Es finalística
porque persigue un fin: filtrar las interacciones con los otros. Es binomial
porque se expresa con dos -y sólo dos- posibles resultantes. Y es disyuntiva
porque la asignación de una categoría presume la imposibilidad de la otra;
resultando que: si A, no- B; y si B, no-A.
En ningún caso puede
operarse sin etiqueta sexual, aunque pueda -y suela- decirse que sería deseable,
necesario o promovi- ble no etiquetar sexualmente. Excepcionalmente sí pueden
aparecer dificultades de etiquetación que en cualquier caso se resolverán a
través de la reiteración de la sinécdoque.
Es cierto que la
sexación, como luego se verá, es uno más de los resultantes de la sexuación. Y
cierto también que no hay sexación sin sexuación. Pero así mismo no hay sexo
sin sexación. O dicho de otro modo, no hay sexo con sólo sexuación.
Los resultantes de la
sexuación son diferencia
y diversidad,
mientras que los de la sexación son discriminación
y dicotomiza- ción.
En tanto que valores son más bonitos los primeros que los segundos, pero no
hablamos de valores sino de hechos: hechos sexuales. Y ambos -sexuación y
sexación- son hechos sexuales evidentes y ciertos. Luego ambos sexo.
Acabo de afirmar que
la sexuación es una de las dos categorías del primer registro del hecho
sexual: el sexo. La otra sería la sexación. Luego que en ningún caso la
sexuación es, ella sola, el primer registro del Hecho Sexual. Afirmo que una y
otra -sexuación y sexación, diferencia y discriminación, diversidad y
dicotomización- son igualmente, una y otra, sexo. Luego afirmo que es un error
sustituir sexo por sexuación.
Ahora bien, afirmar
la importancia del concepto sexación
en la construcción del sexo, no significa reducir la importancia capital del
concepto sexuación.
Y estas afirmaciones me obligan a presentar siquiera mínimamente qué es la sexuación
en Sexología Sustantiva.
Un concepto capital
en Sexología Sustantiva: sexuación
En la literatura
norteamericana suele denominarse proceso de
diferenciación sexual. De hecho sexuación
y diferenciación sexual
son sinónimos. La sexuación se refiere a la acción -siempre diferenciadora y
creadora de diversidad- de hacerse en unas u otras direcciones, por unos u
otros caminos: machos y/o hembras. O mejor aún, la acción de masculinizarse y
de feminizarse, siendo que los sujetos pertenecientes a especies sexuadas, los
sujetos sexuados, se sexúan en la una y en la otra (insisto en las dos) direcciones,
adquiriendo características del uno y/o del otro sexo (caracteres sexuales).
Algunas de estas características de sexua- ción son específicas para cada especie
y otras muchas son comunes a todas ellas, o a muchas de ellas.
Lo más característico
de la sexuación es que es un proceso que recorre todo el curso vital: desde la
concepción hasta la muerte. Este proceso se articula a través de hechos -acciones- que
expresamos y ordenamos por medio de niveles que se
describen mejor con el recurso a un verbo. De ahí el uso del verbo sexuar (de su
reflexivo: sexuarse; y de otras formas verbales: sexuado, sexuante, sexuable).
Así que ambos -acción
y proceso-
sean conceptos-clave necesarios para describir y comprender la sexuación. Pues
es necesario un verbo para describir la acción y un campo semántico -el
evolutivo; sea filo
u onto- para
su comprensión.
Para expresar la
dirección sexual concreta de cada una de las acciones de esta diferenciación,
he propuesto los verbos ANDRI-
zar(se) (13) y ginizar(se)(14);
luego todas sus formas: gínico,
ginizante, ginizable, ándrico
(39), andrizante, andrizable, etc. Más las que
lógicamente se derivan de éstas: andrógeno
(15), GINÓGENO (16), ginización, andrización, ginandria (17), egoginia (18), EGOANDRIA
(19), GINERASTIA (20), ANDRERAS- tia
(21), etc.
Pese a que lo parezca
no hay dos modos (dimorfia) -el ándrico y el gínico- de la sexuación, sino un
proceso que a través de múltiples acciones se hace en cada individuo en la una
y en la otra dirección, y en ambas al mismo tiempo, aunque con diferentes
intensidades y en distintos niveles. Así que, la sexuación es intersexual
(ginándrica).
Este antiguo concepto
-intersexualidad-
es central en Sexología Sustantiva y da cuenta de que todos y todas, cada quien
a su modo, somos necesariamente un resultado ginándrico. Siendo que esta ginandria
no es un derecho, ni un valor, sino simplemente un hecho. Luego, esto me parece
importante subrayarlo, no somos ginándricos porque deberíamos de ser o porque
resulte deseable serlo; sino simple y llanamente porque salimos así. Sin más.
La sexuación es un
proceso constituido por infinidad de hechos (los hechos de sexuación)
sincrónicamente concatenados y diacrónicamente interactuantes. Cada hecho de
sexuación se expresa a través de dos modos de acción: organización y
activación. La organización
(22) opera con momentos críticos
que son específicos para cada hecho de
sexuación, y transforma definitivamente la estructura
asexuada y sexuable; mientras que la activación (23)
tiene una acción mutable puesto que es deudora de la presencia del agente sexuante
(24); y no está asociada a momento crítico alguno, permaneciendo en el
tiempo.
Cuando digo organización
y activación,
no me refiero sólo a organizaciones u activaciones hormonales (si bien ambos
han sido originalmente términos de uso endocrinoló- gico exclusivo), sino
también a organizaciones y activaciones genéticas. Y deduzco, aunque lo desconozcamos
aún, a acciones organizadoras y activadoras del resto de los agentes
sexuantes.
Cada hecho de
sexuación es siempre una acción transformadora (diferenciadora) de un agente
sexuante sobre una estructura
sexuable. Esta estructura sexuable puede, o
no, estar previamente sexuada. Esta acción sexualmente transformadora puede ser
definitiva (organizadora) o mutable (acti- vable).
Las sexuaciones
por organización son transformaciones
cualitativas de un material de origen que es asexuado y que es sexuable para
pasar a ser un material de destino que es sexuado. Suele denominarse a este
material de origen como precursor
indiferencia- do; y es por cierto
éste, término muy atinado que cumple todas y cada una de las cuatro condiciones
terminológicas mencionadas al principio.
Las sexuaciones
por activación son transformaciones
cuantitativas (de incremento o decremento) de un material de origen que es sexuado
y sexuable
a otro material de destino que es también sexuado y sexuable (en términos de
más o de menos respecto al primero).
Conocemos mucho más
de las sexuacio- nes por
organización que de las sexuaciones
por activación; luego conocemos más
y mejor la sexuación prenatal que la sexuación postnatal.
Los agentes
sexuantes -andrógenos y ginógenos- pueden ser
de varios tipos: genéticos, hormonales, neuronales y eidéticos. Denomino andrógeno
a cualquier agente sexuante con acción andrizante y denomino ginógenos
a cualquier agente sexuante con acción ginizante.
A propósito de esto
conviene aclarar que las sustancias químicas -hormonas- que conocemos como andrógenos,
si bien sí son -en su sentido etimológico- una forma de andrógenos, no son los
únicos. Luego los andrógenos no son LOS andrógenos, sino UNOS andrógenos. Así
que consideré que deberían ser rebautizados (en realidad, apellidados) como ANDRÓGENOS
HORMONALES (25) o andrógenos
endocrinos, que son etiquetas que propongo.
En la actualidad
conocemos otros andró- genos
que por no ser hormonales no son reconocidos como tales, pese a su evidente
acción androgénica. Por ejemplo el gen Sry es un andrógeno genético con una
acción androgénica evidente: propicia la creación del testículo fetal. Esta
sustitución terminológica resultará más necesaria cuando, en el tiempo,
vayamos conociendo más andró- genos no-hormonales.
Las estructuras de
origen asexuadas y sexuables conocidas (los precursores indife- renciados) son
de dos tipos: intersexuales o dimórficos.
El precursor dimórfico
(26) está constituido por subestructuras diferentes, pero indiferenciadas: la protogínica
y la protán- drica;
mientras que el precursor
intersexual (27) está constituido por
una estructura única e indiferenciada -que es protogínica- susceptible de más o
menos andrización.
El proceso de
sexuación parece operar con una máxima: de ningún modo algo que sea sexuable
puede no sexuarse. El cumplimiento de esta máxima requiere de una sexuación por omisión (28)
que, hasta donde sabemos, es siempre gínica.
Sexuaciones
cerebrales
En esta última década
ha eclosionado la investigación sobre el sexo en el cerebro. No hemos hecho más
que empezar y sin embargo cada vez que navego en Internet me topo con
información nueva. Muchas investigaciones son redundantes y abundan en líneas
ya abiertas, pero otras abren universos científicos nuevos cual caja de Pandora
escupiendo vientos cuyos destinos desconocemos del todo.
Reordenar y organizar
coherentemente todo este material resulta tarea complicada no sólo por el
volumen y la dispersión de los datos, sino porque trabajamos con material muy “recién
horneado" que procede fundamentalmente
de dos grupos de diferencias sexuales en el cerebro que son de naturalezas muy
distintas: por un lado, las investigaciones sobre diferencias sexuales funcionales;
y por otro, las investigaciones sobre diferencias sexuales estructurales.
Como nuestro
conocimiento del cerebro es aún muy inconcluso, ni siquiera conocemos algunas
correspondencias básicas entre unas y otras. Y es posible que cosas que tomamos
ahora por diferentes sean en realidad la misma vista desde diferentes planos.
En estos momentos
tenemos certeza fundada de, al menos, las siguientes diferencias sexuales que
operan en el cerebro:
- Diferencias
estructurales: hipotalá- micas13 -NSD14, INAH15-,
corticales16 -comisura anterior17, hipocampo y neocor-
tex18-, conectividad interhemisférica - cuerpo calloso19-,
límbicas20- estría terminalis21, amígdala22-
sistema nervioso23 y órgano vomeronasal24.
- Diferencias
funcionales: de funcionamiento neuroendocrino25 -eje H-H-G26-,
perceptuales27 -visuales, olfativas, visuales, táctiles-,
comunicativas -diferencias sexuales en la emisión de signos verbales, en la
asignación de significados, etc. -gestuales y conductuales28,
emocionales29, intelectuales30 -estilos cognitivos31,
mnémicas32, lingüísticas, matemáticas, espaciales33-,
motóricas -psicomotricidad gruesa y fina, coordinación visomotora-,
relacionadas con la lateralización cerebral -diferente manejo de funciones
lateralizadas, intuición, dominancia hemisférica34-, etc.
Con el propósito de
ordenar todo este material integrándolo en una teoría coherente de la
Sexuación cerebral, en “Homos y heteros” diferencié seis subniveles de sexua-
ción cerebral. A saber: Egosexuación, Sexuación Objetal del Deseo Erótico
(SODE), Sexuación del patrón de conducta (SPC), Sexuación Subjetual del Deseo
Erótico (SSDE), Sexuación del Eje H-H-G (SEHHG) y Sexuación de las habilidades
cognitivas y motóricas (SHCM).
De todas ellas, en
aquel trabajo me interesó especialmente la Sexuación
del Objeto del Deseo Erótico (SODE), que es
neologismo que propuse para explicar el sustrato de sexuación prenatal que
está por debajo del hecho de que sentimos deseo, atracción y nos enamoremos de
gentes a las que previamente hemos alosexado con una u otra etiqueta sexual.
Ya entonces no quise
usar los términos que otros autores habían usado para esto mismo35,
entre otras múltiples razones porque entiendo que no puede establecerse una
relación causal, lineal y directa, entre esta sexuación y la orientación sexual
adulta. Que es lectura en exceso simple que se ha hecho de estos trabajos.
En cualquier caso,
supuse entonces, y mantengo ahora, que este hecho de sexuación cerebral sería
una sexuación organizadora prenatal llevada a cabo por esteroides que
diferencia sexualmente al objeto del deseo discriminando entre sujetos andrerastas (21) y
sujetos ginerastas (20).
Con posterioridad, estos neologismos me abrieron nuevas posibilidades
semánticas (ginerastizarse, andrerasti- zarse, sexuación erástica, etc.)
Afirmé además en
aquel trabajo que, por debajo de lo que se ha conocido como orientación
sexual, subyacen cuanto menos tres hechos sexuales:
una sexuación prenatal organizadora (que sería precisamente esta SODE); una
sexuación puberal activadora, cuya dinámica y fundamentos aún desconocemos; y
una alosexación en el tiempo real del deseo.
Según esto, si me
siento atraído, deseo y me enamoro de una mujer concreta, esto ocurre porque en
primer lugar me sexué -prenatalmente- como ginerasta, porque en segundo lugar
se me activaron -puberalmen- te- los mecanismos del deseo y en tercer lugar
porque -en tiempo real del deseo- alo- sexo a esa mujer como hembra (lo sea o
no; se diga a sí misma que lo es, o no).
Ahora bien estas tres
condiciones no explican definitivamente por qué siento lo que siento ahora
y por esta mujer concreta.
Es evidente que esta explicación, sin abandonar el terreno de lo material,
requiere que sean mencionadas las feromonas, la fenileti- lamina (PEA) o el
incremento hormonal de andrógenos: especialmente de dehidroepian- drosterona
(DHEA). Y, ya en el terreno de lo funcional, requiere desde luego la mención de
otros muchos sucesos históricos -biográficos- que han ido marcándome como
individuo (aprendizaje, socialización sexual -cánones de belleza, expectativas
sexuales, reglas sexuales, etc.-, posibilidades eróticas, refuerzos, etc.,
etc.) y por supuesto los hechos de interacción con esta persona concreta que se
resuelven “en gerundio”.
Algo parecido a lo
que acabo de explicar entre orientación sexual y SODE ocurre con el neologismo egosexuación (28)
y la identidad sexual.
Aunque más abajo explicaré esto con mayor detenimiento, me interesa destacar
que la egosexuación es el primer hecho -el primero no es el único- que irá
determinando biográficamente la identidad sexual definitiva. Puesto que este
hecho primero es indudablemente un hecho de sexua- ción, lo bauticé con esta
etiqueta y el recurso al manido ego.
Me parece que este término es del todo provisional, puesto que los resultantes
de la investigación futura propiciarán términos mucho más adecuados y certeros.
Por ejemplo, si en el tiempo se confirmasen la relación entre los
descubrimientos holandeses del grupo de Gooren respecto a la estría
terminalis y este hecho de sexuación al que estamos
haciendo referencia comenzaríamos a hablar, ya con propiedad, de sexuación
de la estría terminalis en relación a la
identidad sexual. Como, así mismo, probablemente acabemos hablando de sexuación
de los núcleos intersticiales del hipotálamo anterior
en relación a la orientación sexual.
En cualquier caso, y
vuelvo a los niveles de sexuación cerebral, el esfuerzo de ordenación que allí
mostré sigue inconcluso. Ha pasado aún poco tiempo y aunque sigo manejando
básicamente los mismos seis subniveles que allí expliqué, ya he realizado
algunas modificaciones. De suerte que el esquema que ahora manejo es el
siguiente:
• Sexuación
erástica (o erastización sexual) => Sustituye a lo que allí denominé Sexuación
Objetual del Deseo Erótico (SODE) y sigue
referiéndose a lo que suele conocerse como
sexuación de la orientación sexual. Ahora bien,
en tanto que considero que el deseo erótico incluye también la atracción y el
enamoramiento, entiendo que la sexuación erástica no sólo incluye la SODE, sino
también la sexuación del órgano vomeronasal (en tanto que decodificador
feromonal), la sexuación de los mecanismos de producción y regulación de DHEA
(en tanto que materia prima de la producción feromonal y en tanto que inductora
del deseo) y los mecanismos de producción de PEA.
• Sexuación
identitaria (o egosexua- ción) => Se refiere a lo que suele conocerse como sexuación
de la identidad sexual, pero que a estas
alturas sabemos que es la sexua- ción inductora de autosexación. Como más abajo
volveré a ello, me ahorro las explicaciones.
• Sexuación
del patrón sexual de conducta => No hay ninguna modificación y hace
referencia a aspectos tales como expresividad corporal, juego infantil,
preferencia de actividad (percepción y manejo del riesgo, consumo energético,
competitividad, agresividad, etc.), patrones gestuales y posturales, etc.
• Sexuación
erótica => Es una reformulación de lo que entonces llamé Sexuación
Subjetual del Deseo Erótico (SSDE) y en cualquier caso sigue refiririéndose a
la sexuación del patrón erótico. Incluyo ahora no sólo el deseo, sino también
la excitación y el orgasmo, que entonces no consideré.
• Sexuación
del patrón endocrino (o sexuación del eje H-H-G) => No hay modificación
ninguna y se corresponde con la Sexuación del eje Hipotalamo-Hipofiso- Gonadal
y sus mecanismos de feedback.
• Sexuación de
habilidades cognitivas y motóricas => que tampoco sufre variación ninguna y
que sigue refiriéndose a las diferencias sexuales cognitivas y motóricas en
creciente descubrimiento.
En cualquier caso,
estoy seguro de que tampoco esta nueva propuesta de esquema teórico de la
sexuación cerebral que ahora traslado será la definitiva. De momento es sólo la
mejor que se me ocurre para ordenar lo que vamos sabiendo. Pero tendrá que ser
ulteriormente modificada incluyéndose tanto reordenaciones como, seguramente,
incorporaciones de materiales ahora desconocidos.
Qué significan las
diferencias sexuales en el cerebro
Conviene aclarar qué
significado debemos darle al creciente descubrimiento de diferencias sexuales
en el cerebro. Es cierto que cada una de estas diferencias se expresa mediante
formas ándricas o gínicas. En rigor, más o menos ándricas y/o más o menos
gínicas. Pero también es cierto que ninguna sola de estas diferencias sexuales
descubiertas discriminan, ni mucho menos, entre dos poblaciones sexuales: por
un lado los hombres y por otro las mujeres. Los solapamientos son múltiples.
Estos solapamientos
se explican perfectamente por la no correspondencia entre dos hechos sexuales
que son diferentes: la sexuación y la sexación; y por la contradicción que
luego explicaremos de los principios que guían cada uno de estos hechos
sexuales.
Por ejemplo, las
diferencias en el tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior (INAH3)
parecen diferenciar entre dos grupos: andrerastas
y ginerastas.
Sean unos u otros, hombres o mujeres. Es cierto que la mayor parte de las
andrerastas son mujeres.
Y cierto también que
la mayor parte de los ginerastas son hombres. Pero es cierto también que hay
hombres andrerastas (entre un 5-15% de ellos lo son) y mujeres ginerastas
(entre un 2-4%).
Las diferencias en un
núcleo límbico conocido como zona central
del núcleo basal de la estría terminalis (su acrónimo
en inglés: BSTc) parecen diferenciar entre autosexación masculina y autosexación
femenina, al margen de cuáles sean los genitales de quienes así se sexan. Es
cierto que a la mayor parte de quienes tienen el doble de neuronas en BSTc les
tenemos por hombres (alosexación) y se tienen por hombres (auto- sexación); y a
quienes tienen la mitad de neuronas, las tenemos y se tienen por mujeres. Pero
hay unos mínimos porcentajes de error (desde luego menos de un 1%) que se
corresponden precisamente con los que llamamos transexuales.
Éstos parecen tener el rango de neuronas que corresponde con su autosexación,
aunque no corresponda con cómo les etiquetamos sexualmente.
Con respecto a la
conectividad interhemisférica, es cierto que quienes tienen un cerebro más
lateralizado son hombres y quienes tienen un cerebro menos lateraliza- do son
mujeres. Pero existen importantes porcentajes de hombres con cerebros menos
lateralizados y de mujeres con cerebros más lateralizados.
Es cierto que la
mayor parte de quienes tienen una regulación hormonal cíclica llevada a cabo
mediante un mecanismo de feedback
positivo son mujeres y quienes tienen una regulación hormonal tónica (en realidad
pulsátil) llevada a cabo mediante un mecanismo de feedback
negativo son hombres. Pero, aunque no sabemos aún cuántos, también es cierto
que hay hombres que responden positivamente al incremento de estrógenos y
mujeres que responden negativamente al incremento de andrógenos.
Finalmente, con el
sexo en el cerebro pasa exactamente lo mismo que con el resto de los niveles
del proceso de sexuación. Que es cierto que la mayor parte de los hombres
tienen cromosomas XY, pene, testículos, mayor pilosidad corporal y timbre de
voz más grave; pero también hay mujeres con todos o con algunos de estos
caracteres sexuales. Así mismo es cierto que la mayor parte de las mujeres
tienen cromosomas XX, vulva, ovarios, menor pilosidad corporal36 y
timbre de voz más agudo; pero también hay hombres con todos o con algunos de
estos atributos sexuales.
Son dos -y no tres- las
sexaciones posibles
En “Homos y heteros”
afirmaba erróneamente que existen tres sexaciones: autosexa-
ción, alosexación e inducción alosexante (3).
Lo cierto es que aquello que allí afirmé es erróneo, pues bien pensado sólo son
dos los actos de sexación: la autosexación y la alosexación.
La allí considerada
tercera sexación37 no es un hecho de sexación, sino un propiciador
de uno de estos hechos de sexación: la alo- sexación. Así que, aunque sea
necesario subrayar la importancia -especialmente en humanos- de que el sujeto
alosexado no es sólo un objeto pasivo de la acción sexante sino un sujeto
activo de la misma, lo cierto es que la inducción
alosexante no es una tercera forma de sexación.
En cualquier caso, y ya que la he mencionado, con esta expresión me refiero a
los procesos de manipulación que consciente o inconscientemente el objeto
alosexado articula para que los otros le sexen con una categoría sexual
concreta que se corresponde, en principio, con su autosexación.
He dicho al principio
de este trabajo que la sexación no es un hecho cognitivo, que no requiere
reflexividad, ni conciencia, ni cultura, ni corticalización. Esto sirve para
explicar que la sexación es evolutivamente antigua o para presentar la sexación
de los mosquitos, de las ranas o de las ratas. Pero los humanos podemos “reflexivizar",
“con- cientizar",
“culturalizar "
y “corticalizar " (sic)
nuestras sexaciones. Todas ellas, pero especialmente las alosexaciones
y más aún las formales
que son, finalmente, actos solemnes de cultura que sirven al ordenamiento
sexual de las sociedades.
Al margen de que
compartamos o no algunas particularidades con otras especies, a partir de ahora
nos centraremos en el dominio humano. Así que presentaremos brevemente cada una
de estas sexaciones en humanos.
Autosexación
humana
Con el término autosexación
me refiero al acto de categorización sexual de uno mismo, cuyo resultante -al
menos en humanos- es la convicción de que uno es hombre o es mujer. Sobre esta
convicción se irá construyendo evolutivamente la que denominamos identidad
sexual; y sobre ésta, biográficamente, la
sexualidad de este ser sexuado: su modo personal e intransferible de ser el
hombre o la mujer que de hecho es.
Aunque la
autosexación se refiera a la categoría sexual que alguien se da a sí mismo no
debe de ser confundida con la alo- sexación que alguien hace de sí mismo. En
ambos casos el sujeto se sexa a sí mismo, pero en un caso el inductor de la
sexación es la sexuación cerebral, mientras que en el otro son otras
sexuaciones no cerebrales. Fundamentalmente la genital.
Por explicarlo con
simplicidad: ante la pregunta ¿por qué eres hombre?. La respuesta “porque
tengo pene” hace referencia a la alosexación que el sujeto está haciendo de sí
mismo. La respuesta “por que me siento -o me sé- hombre” hace referencia a su
autosexación.
Los criterios de
sexación son diferentes en la alosexación y en la autosexación. En la
alosexación los estímulos proceden de afuera,
aunque ese afuera
sea uno mismo. En la autosexación proceden de adentro.
La diferencia entre alosexación y autosexación no reside tanto en los objetos
sexados (los otros o uno mismo); sino, sobre todo, en las dinámicas de
sexación y en los criterios sexan- tes.
Nos autosexamos por
dentro, y no por fuera. Puede servir como
metáfora de esto la autoaudición. Nos oímos -a nosotros mismos- por dentro, y
no por fuera. Así que cuando nos escuchamos por fuera, por ejemplo en una
cinta magnetofónica, nos resultemos tan extraños.
Sea cual sea el
soporte material de esta etiqueta, que es desde luego un hecho de sexuación, la
autosexación humana es un hecho que está cognitivamente mediado. Luego la
corteza cerebral y -en los humanos, el aprendizaje y la cultura- juega un
papel nada despreciable en todo ello.
La autosexación se
hace manifiesta a través de un acto de
conciencia: descubro que soy mujer, descubro que
soy hombre. Esto es, tomo conciencia
-antes o después- de ello. Tomar
conciencia y/o descubrir
son verbos que expresamente usamos y que dan cuenta de que uno toma contacto
cognitivo con un hecho que es anterior y preexistente a la propia cognición.
Así pues, respecto de la autosexación quizás deba de evitarse el uso de verbos
como aprender, enseñar, construir, etc. Sobre todo porque todo parece indicar
que el aprendizaje es respecto a esta autosexación, mucho más que la causa, un potente
amplificador. Pero también un potente obstaculizador.
Alosexación humana
La alosexación es
actividad interactiva que requiere en principio de un otro-distin-
to-de-mí que actúe como objeto sexable. Luego
en todo acto de alosexación hay dos actores (29):
el sujeto alosexador
y el objeto alosexado.
Ahora bien, aunque
normalmente el sujeto alosexador y el objeto sexado son diferentes, también
puede ser el mismo. Pues como ya he dicho más arriba, yo puedo alosexar- me a
mí mismo. Por otra parte, como ya se ha dicho, el objeto alosexado no es un
objeto pasivo del acto de la alosexación, sino un sujeto activo que emite
-omite, subraya, etc.- determinados estímulos propios con significación sexual.
El sujeto alosexador
asigna la etiqueta sexual fundamentalmente en razón de hechos de sexuación
previos al acto de sexa- ción que han ocurrido en el objeto alosexa- do. Pues
el objeto alosexado es antes que todo, un ser sexuado. Así que, como explicaré
cuando enuncie sus principios, la sexa- ción requiere de previa sexuación.
Pero ¿cuáles hechos
de sexuación son los que determinan esta alosexación?. La respuesta a esta
cuestión no es sencilla. En el dilema de la
rata gay no transexuada que presentamos más
arriba, la rata control alo- sexa en razón de unos, y no otros, hechos de
sexuación. Parece elegir sobre todo el olor feromonal y el patrón de conducta,
siendo que ambos son resultantes del proceso de sexuación de la rata alosexada.
Sin embargo, exactamente al mismo tiempo, el experimentador también alosexa a
esa misma rata, pero en razón de otros estímulos que son también resultantes de
su proceso de sexuación. El experimentador parece seleccionar el patrón
cromosómico (que él sí conoce) y la presencia gonadal y genital.
Ahora bien, los
hechos de sexuación no son los únicos indicadores de sexación ya que existen
otros signos con significado sexual, que no siendo hechos de sexuación, sí
operan como indicadores alosexantes. La significación sexual de estos signos es
arbitraria y está histórica y culturalmente mediada. Desde el primer tercio
de siglo conocemos estos signos no sexuales que sí tienen un significado
sexual con el término de caracteres
sexuales terciarios. Los caracteres
sexuales terciarios son construcciones culturales y su significación sexual es
arbitraria, aunque consensuada en una misma cultura y tiempo. Por ejemplo:
corte de pelo, accesorios, funciones, actividades laborales, etc..
El sujeto alosexador
realiza tres acciones: por un lado selecciona metonímicamen- te unos estímulos
con significado sexual (a esto le llamo sinécdoque sexual: al desgaja- miento
de partes sexuales que significan el todo sexual); por otro lado, decodifica
esta información mediante el filtro de un sistema de categorías sexuales (que
hemos llamado pre-esquema sexual) dotándolas de un significado sexual
coherente; finalmente construye una etiqueta sexual -una sentencia sexual-
que, como ya hemos dicho, es defi- nitoria, definitiva, binomial y disyuntiva.
Esta etiqueta sexual es el resultante final de la alosexación y determinará las
interacciones con el objeto alosexado.
En ocasiones se
presentan dificultades, sobre todo con la binomización o la disyun- tividad de
la etiqueta. En este caso opera un mecanismo de jerarquización de los estímulos
sexantes de suerte que se activa una sinécdoque en bucle: se desgajan y
reselec- cionan los estímulos más pertinentes y se desechan los más
impertinentes. Y esto reiterativamente, hasta dar finalmente con la etiqueta
disyuntiva que cumpla la condición de afirmar lo uno y de negar lo otro. Pues
el resultante de la alosexación, la asignación de una etiqueta sexual, no sólo
debe afirmar que ese otro es de un sexo, sino que debe negar que pueda ser del
otro.
Conviene incidir en
los aspectos de interacción pues la aloclasificación nos es absolutamente
necesaria para contextualizar tanto los mensajes que de los demás recibimos,
como para en virtud de ella producir unos u otros comportamientos de comunicación
e interacción con esos otros que previamente hemos clasificado. Incluso para
predecir cómo esos otros -una vez clasificados- pueden interpretar nuestros
propios mensajes. Y esto porque esta alosexación condiciona los modos y maneras
en que interactuamos con esos otros, y los modos y maneras con que
interpretamos a esos otros y los modos y maneras con los que nos comunicamos
con esos otros.
Y es que toda
interacción entre sujetos sexuados es una interacción sexual. Sea -o no- una
interacción erótica, sea entre seres del mismo -o diferente- sexo, y sea entre
sujetos de una, u otra, especie38.
Tipos de
alosexaciones en humanos
Diferencio entre alosexaciones informales (30)
y alosexaciones
formales (31). Las primeras se
realizan permanentemente, en cada instante de interacción con los demás. Las
segundas son actos solemnes en los cuales se realiza una etiquetación sexual
que se pretende especialmente más definitiva y más definitoria.
Las primeras son una
acto personal que sirve a las necesidades del individuo y pueden tomar como
indicadores alosexantes estímulos que no son hechos de sexuación, aunque hayan
adquirido por unas u otras razones un significado sexual en cualquier caso
arbitrario. Las segundas son actos culturales reglados que actúan como mecanismos
garantistas y que sirven a las necesidades de
regulación sexual de las sociedades. Se llevan a cabo por profesionales
habilitados y usan como indicadores de alosexación, hechos de sexuación.
Alosexaciones formales
En nuestra cultura
son fundamentalmente cuatro las alosexaciones formales: la alosexación neonatal (32)
que es conocida como sexo de
asignación, y cuya consecuencia más notoria es el
sexo legal;
la realosexa- ción perinatal,
que aquí llamaremos transe- xación
perinatal (33) y que es conocida en la
literatura científica como sexo de
reasignación;, la alosexación
olímpica (34) y la realosexación judicial que
aquí llamaremos TRANSEXACIÓN LEGAL
(35).
Como puede
apreciarse, se trata de dos alosexaciones y dos realosexaciones. Las
realosexaciones son en realidad transexa- ciones (36),
pues se realizan a un ser sexuado que ha sido ya previamente sexado. Y sirven
en principio para la modificación de esta etiqueta sexual previa. En ellas uno
o varios alosexadores autorizados resuelven que hubo error de sexación y que
procede la transexación formal.
Cada una de estas
alosexaciones tiene su dinámica propia: sus propios criterios sexan- tes, sus
propios momentos de sexación y sus propios agentes alosexantes (todos ellos
alo- sexadores profesionales).
La neonatal es una
alosexación formal universal. Como es público y notorio, su criterio
alosexante es el genital que se expresa mediante
la observación macroscópica de la forma de los genitales externos. Y esto porque
el inductor
de alosexación
(el indicador alosexante de máxima jerarquía) es el genital externo. Como es
lógico, los genitales tienen una especial importancia en un mundo en el cual el
paradigma premoderno del locus
genitalis sigue vigente. Sin embargo no se usa
este mismo criterio para el resto de las alosexaciones formales.
Por ejemplo, el inductor
de alosexación en la transexación
perinatal no es único, sino múltiple. Quizás
por esto sea ésta la única alosexación formal que es necesariamente colegiada
e interdisciplinar. Además de los genitales -que, por definición, son poco
definidores por difíciles de alosexar39-, se estiman los siguientes
indicadores de alosexación: patrón cromatínico, presencia y actividad gonadal
y sesgo gínico40. El criterio de alosexación es -debería de ser- el
ajuste con la identidad sexual futura; por ello se pretende, a la luz de los
indicadores, pronosticar cual será la identidad sexual futura del alosexado.
Hasta no hace mucho el criterio era exactamente su complementario. Esto es:
construir la identidad sexual futura en coherencia con la etiqueta sexual
previa. Este cambio verbal -construir por descubrir- es paradigmático tanto
para la ciencia como, sobre todo, para los transexuales.
En cambio, el inductor
de alosexación en la aloclasificación
olímpica no sólo no es genital, sino que
expresamente renuncia a la consideración de este hecho de sexuación para tomar
exclusivamente el patrón cro- matínico. De suerte que la presencia del cromosoma
Y produce la etiqueta olímpica de “no-mujer”, que supone exclusión de participación
en categorías femeninas o descalificación de resultados. El criterio es
genético, porque se estima que la dotación genética ándrica resulta una especie
de “dopping”.
Finalmente, el inductor
de alosexación de la transexación legal
vuelve a ser de nuevo el genital (quirúrgicamente intervenido o puberalmente
“aparecido”). Aunque también en esta transexación se consideren los caracteres
sexuales secundarios (normalmente también modificados mediante terapia
hormonal), la confirmación autorizada de la firmeza de la identidad sexual
(mediante informes periciales de expertos) y la solicitud formal y firme de
este anhelo. Todo ello porque los criterios alosexantes son dos: por un lado,
la garantía sexual (esto es la veracidad legal de que, efectivamente, alguien
es de ese -luego no es del otro- sexo) y, por otro, el ajuste sexual legal
(esto es la adecuación del sexo legal al sexo anatómico).
De estas cuatro
alosexaciones formales, sólo una -la primera- es universal. Las otras tres son
realizadas sobre colectivos minoritarios.
En cualquier caso,
todas las alosexacio- nes formales son siempre mecanismos culturales garantistas
que operan contra la presunción de fraude sexual. Ahora bien, ¿qué es el
fraude sexual?. Más aún, ¿cómo se garantiza la garantía sexual? y ¿cómo se
evita el fraude de la prevención del fraude sexual? La respuesta a estas
cuestiones es crecientemente amenazante. Pues los errores, aún siendo
cuantitativamente pequeños, son sumamente dolorosos en intensidad y extensión
para quienes los padecen.
Una madre
descalificada por no ser mujer, un “huevodoce” no reconocido en el nacimiento,
un infante mal reasignado (el gemelo judío de Money) o un transexual
quirúrgicamente no intervenido al que se deniega la modificación legal de sexo
son errores de alosexación y producen sufrimiento añadido.
Y puestos a hablar de
errores, transexualidad y alosexación neonatal, conviene confesar que con los
transexuales los científicos cometemos dos errores tradicionalmente
considerados como inaceptables en ciencia: por un lado una tasa de éxito
cero; y por otro, la conjunción simultánea y
sumativa de los errores tipo alfa y tipo beta. Pues hasta el momento ni uno
sólo de los transexuales ha sido detectado
en la alosexación neonatal formal. Y con ellos se comete al tiempo tanto el
error alfa como el error beta. Esto es: el error de negar lo cierto y el error
de afirmar lo incierto.
Es cierto que aún no
tenemos ciencia suficiente para resolver estos errores, pero sí tenemos
conocimiento suficiente para aceptar que así están las cosas. No es mucho, pero
es lo suficiente para tener el firme propósito de mejorar los mecanismos
alosexantes formales. Todos ellos, pero en especial el único que es universal
y afecta a toda la población sin excepción: la alosexación neonatal. Pues si
ésta tuviese una tasa de error cero,
que es objetibo deseable y quizás no demasiado lejano, quizás los otros
resultarían del todo innecesarios. Y en tanto no sea posible: flexibili- zar
la cuarta alosexación formal.
Alosexaciones informales
Las alosexaciones
informales también operan con indicadores alosexantes, muchos
de los cuales
corresponden a hechos de sexuación. Sin embargo, operan fundamentalmente con
indicios que hacen relación a la apariencia
del proceso de sexuación en el objeto alosexado. Son indicios o suposiciones
sobre la naturaleza de caracteres sexuales primarios y secundarios. Ahora
bien, la alosexación informal opera, sobre todo, mediante los caracteres
sexuales terciarios.
Como es notorio, en
nuestra cultura ninguno solo de los caracteres sexuales primarios es visible.
Las razones de esta invisibili- dad difieren: bien por su naturaleza, bien por
su ubicación, bien porque no se presentan al espacio público (se ocultan).
El patrón cromosómico
puede -y suele- ser desconocido incluso por el propio sujeto poseedor de tal
carácter sexual. Los genitales tanto masculinos como femeninos y las gónadas
masculinas suelen permanecer habitualmente ocultos a la mirada del otro. Las
gónadas femeninas no son accesibles por su propia ubicación. Finalmente la
egosexua- ción (que a mi juicio es el más primario de los caracteres sexuales
primarios) es tan inaccesible que aún no es siquiera científicamente conocida.
Luego respecto a todos
ellos operan sobre
todo presunciones y apariencias.
Los caracteres
sexuales secundarios (timbre de voz, pilosidad epidérmica, distribución de
grasas, estructura musculo-esqueléti- ca, patrón de conducta, etc.) si bien
tienen bastante más notoriedad pública a la mirada ajena, en la actualidad
pueden modificarse, omitirse o subrayarse con bastante facilidad mediante
infinidad de procedimientos técnicos y argucias estéticas, etc. Luego, dependen
más del manejo de la inducción alose-
xante que haga el objeto alosexado que de las
selecciones estimulares del sujeto alose- xador.
Finalmente los
caracteres sexuales terciarios son en nuestra cultura crecientemente ambiguos
o unisex (ropa, corte de pelo, accesorios, etc.). Con esto ocurre un fenómeno
curioso: al dificultarse el proceso de alosexación gracias a la conjunción de
lo anteriormente descrito, se incrementa: por un lado, el fenómeno de la
presunción; y, por otro, la importancia de los pre-esquemas sexuales. O sea,
paradójicamente, evitando tópicos sexuales se incrementan los tópicos sexuales.
En estos momentos
resulta más definidora y definitiva la presentación sexual que el propio
objeto alosexado hace a través del manejo de los indicadores alosexantes de
cualquier otro estímulo con significación sexual. Esto es, cada vez más, la
etiqueta de alosexación de este sujeto en concreto coincide más con la
inducción alosexante que él hace. Como ya he dicho, esta inducción alo- sexante
se realiza fundamentalmente mediante la presentación activa o pasiva de
indicadores alosexantes y mediante el manejo de aquellos signos que tengan
mayor significación sexual en su cultura. Este fenómeno es importante porque,
aunque no seamos demasiado conscientes de ello, cada vez más alosexamos como
los sujetos alosexables quieren ser alosexados. Esto es, en razón de
inducciones alosexantes más que en razón de criterios alosexantes. Y en ello
hay un cambio de paradigma cultural sexante de primera magnitud imperceptible
pero pertinaz.
Alosexaciones prenatales mixtas
El desarrollo técnico-médico
ha traído consigo, al menos en lo que llamamos primer mundo, un tipo de
alosexaciones mixtas que, sin ser del todo formales, no son desde luego
informales: están a medio camino entre ambas. Me refiero a las alosexaciones
prenatales; fundamentalmente: ecografía prenatal y amniocentesis41.
Estas alosexaciones prenatales aunque no son un acto solemne con
transcendencia formal, sí comparten con las alosexaciones formales que el
alose- xador es un profesional especialista habilitado.
Las dos técnicas
tienen, -o pueden tener-, un propósito alosexador explícito o implícito.
Comparten entre sí algunas características de alosexación, aunque difieren en
otras. En la amniocentesis el criterio de alo- sexación es el vigesimotercer
par cromosó- mico mientras que en la ecografía monitori- zada el criterio
alosexante es la presencia macroscópica de los genitales. Curiosamente la una
usa el criterio alosexador olímpico y la otra el criterio alosexador neonatal
universal. Y en cualquier caso, la una usa el mismo criterio que después se
usará cuando se produzca la alosexación formal neonatal, mientras que la otra
usa uno diferente.
Esto plantea una
cuestión interesante: ¿qué ocurre en los casos -no demasiados, pero crecientes-
en los cuales habiéndose realizado ambas pruebas neonatales las alo- sexaciones
difieren? La respuesta es que, en principio, prevalece el criterio genital.
Pero esta respuesta podría ser contradicha si se realizase transexación
perinatal formal.
Hipertrofia
de sexo legal
Aunque nuestras
interacciones ordinarias estén filtradas en razón de nuestras alosexa- ciones
informales, lo cierto es que las alose- xaciones formales tienen importancia
capital en nuestro estar en el mundo. Resultando que estas últimas determinan
definitivamente nuestro lugar en la sociedad.
La etiqueta sexual
resultante de la alose- xación neonatal se convierte birlibirloque
en lo que conocemos como sexo legal.
Este sexo legal determina muy explícitamente si hacemos o no el servicio
militar, los servicios o vestuarios públicos en los que podemos -o no-
entrar, o las residencias, colegios y/o cárceles en los que nos alojarán, o el
nombre de pila -nombre con significación sexual- con el cual seremos
registrados y que nos identificará por vida, etc, etc.. Y más implícitamente
este sexo legal determinará la cuantía de nuestros salarios, nuestras
posibilidades laborales, nuestras obligaciones familiares, los modelos de
prescripción cultural en los que proyectarnos, las expectativas de guión de
vida que se tejerán respecto a nosotros, ...
Más aún, este sexo
legal nos acompañará y definirá en cada acto cotidiano de vida. Tenga, o no,
este acto un significado sexual. Por ejemplo, el sexo legal queda registrado en
el DNI y, a través de este documento, el sexo aparece cada vez que se paga con
dine-
ro de plástico, en
cada control de carretera, en cada operación bancaria, en cada firma
contractual. De todo esto saben mucho, desgraciadamente para ellos, los
transexuales.
No hay
proporcionalidad ninguna entre el tiempo dedicado a la alosexación neonatal
(segundos), los criterios técnicos y científicos desplegados a tal fin
(apariencia genital) y la importancia definitiva y definitoria de aquel acto
sobre la vida del objeto alosexado. A esto contribuye sobremanera la rigidez
del sexo legal y la psicótica inercia a la posibilidad de transexación legal.
Desgraciadamente los transexuales también saben mucho de esto.
Aún no puede
exigírsele a los alosexado- res formales neonatales (médicos) que reduzcan sus
iatrogénicas tasas de error, puesto que no tenemos todavía mecanismos de
detección con garantías suficientes que nos permitan prever la futura
autosexación tomando como referencia los indicadores de sexuación que se
expresan neonatalmente. Pero puede -y debe- exigirse a los alosexa- dores
formales judiciales (jueces) una urgente flexibilización de sus criterios
transexan- tes que sean más acordes con el conocimiento científico y más
acordes con el principio moral mínimo de no causar daño (o no incrementarlo al
menos).
Los Principios de la
Sexuación y los Principios de la Sexación.
Con todo lo dicho
hasta el momento podemos enunciar los tres principios de la Sexuación y los
cinco principios de la Sexación, con sus correspondientes corolarios.
Los tres Principios
de la sexuación
Primer principio: inevitabilidad: “Todo ser sexuable42 se
sexúa”.
- Primer
corolario: los agentes sexuantes -ginógenos y andrógenos- garantizan la
sexuación.
- Segundo
corolario: si, por error u omisión de los agentes sexuantes, no se produjese
sexuación, se activará la sexuación por omisión.
- Tercer
corolario: la sexuación por omisión es siempre gínica.
Segundo
principio: ginandria. “Todo resultante del
proceso de sexuación es siempre ginándrico”.
- Primer
corolario: la sexuación es una variable polar, y cualquier suceso es un punto
de un segmento delimitado por dos polos: el gínico y el ándrico.
- Segundo
corolario: se puede ser más o menos ándrico o gínico; incluso se puede ser
mucho de lo uno y muy
poco de lo otro; pero no se puede ser todo
de lo uno y nada de
lo otro.
Tercer
principio: proceso. “La sexuación es un
proceso constituido por múltiples niveles que son diacrónicamente secuencia-
les y sincrónicamente interactivos”.
- Primer
corolario: la sexuación siempre está inconclusa. Sólo un acontecimiento la
detiene: la muerte. Todavía pueden producirse acciones andrizantes y/o
ginizantes -fisiológicas, accidentales o incidentales- en cualquier momento del
ciclo vital.
- Segundo
corolario: los sucesos de sexuación ocurren en un orden evolutivo que es
irreversible.43
- Tercer
corolario: cada hecho de sexua- ción determina los siguientes y es determinado
por los anteriores.
- Cuarto
corolario: los resultantes de los diferentes niveles de la sexuación inte-
ractúan entre sí en el sujeto sexuado.
-
Los cinco
Principios de la sexación
Primer
principio: presexuación. “Toda sexación
requiere de previa sexuación.”
-Primer
corolario: la sexuación es requisito indispensable de la sexación.
- Segundo
corolario: la sexación es uno más de los resultantes de la sexuación.
- Tercer
corolario: la autosexación requiere de egosexuación y la alosexación requiere
de caracteres sexuales.
- Cuarto
corolario: aunque sin sexuación, no hay sexación; sin sexación, no hay sexo.
Segundo
principio: universalidad. “Todo ser sexuado
es sexable y, efectivamente, sexado. Todo ser sexuado es sexante y, efectivamente,
sexador”..
- Primer
corolario: todos somos objetos sexados; nadie puede no tener etiqueta sexual;
luego no se puede no estar sexado (todos estamos autosexados y alosexados).
- Segundo
corolario: todos somos sujetos sexantes; nadie puede no poner etiquetas
sexuales; luego no se puede no sexar (todos nos autosexamos y alosexamos a
otros).
- Tercer
corolario: si apareciere dificultad de etiquetación se procede al método
de reducción (o a la sinécdoque en bucle, que es
lo mismo), tantas veces como sea necesario. Así hasta obtenerse la etiqueta sexual.
Tercer
principio: finalidad. “La sexación se
expresa a través de una etiqueta sexual que se pretende definitoria, definitiva
y finalística”.44
- Primer
corolario: establecida la etiqueta, el sujeto queda definido por la etiqueta
asignada; luego no por sus caracteres sexuales (o cualquiera de sus hechos de
sexua- ción).
- Segundo
corolario: por su condición de definitiva, la etiqueta es fenomenalmente
inercial, luego presenta enorme resistencia al cambio.
- Tercer
corolario: todas las interacciones entre sujetos quedan marcadas por esta eti-
quetación sexual. Ninguna interacción ocurre -ni puede ocurrir- al margen de
esta etiqueta sexual.
Cuarto
principio: dimorfismo. “La sexa- ción es
dimórfica”.
- Primer
corolario: las etiquetas sexuales son dos y sólo dos: macho y hembra.
-
Segundo corolario: no hay terceras etiquetas
de sexación. Luego las otras etiquetas que suelen usarse -ambiguo, intersexual,
andrógino, persona, etc.- no son etiquetas sexuales. O bien son etiquetas
no-sexuales. Expresan dificultad del acto de la sexación; o tambien, negación
ideologizada de la misma.
Quinto principio: disyuntividad. “La sexación es disyuntiva”.
- Primer
corolario: las etiquetas sexuales son disyuntivas, luego mutuamente exclu-
yentes.
-
Segundo corolario: los indicadores sexantes
pueden operar en negativo o en positivo. Se sexa también por exclusión.
• Tercer
corolario: la asignación de una etiqueta sexual, sea cierta o errónea, imposibilita
(al menos dificulta enormemente) la reasignación de una nueva etiqueta sexual.
• Cuarto
corolario: la reasignación de una nueva etiqueta sexual (transexación) requiere
más energía para negar la antigua que la necesaria para afirmar la nueva.
Parecerá
contradictorio lo que voy a decir, pues es trabalenguas paradójico, pero es
certero: los principios de la sexuación no contradicen los principios de
sexación aun siendo contradictorios. Pues, aunque todos los sujetos sexuados
sean ginándricos y estén en proceso inacabado, son etiquetados con una -y solo
una- etiqueta sexual que, como ya se ha dicho, es binomial, definitiva, definitoria,
finalística y disyuntiva. Todo ello aunque la sexuación de tales sujetos no sea
ni binomial (pues es intersexual), ni definitiva (pues es inacabada), ni
definitoria (no define nada, simplemente ocurre), ni finalística (es, como todo
resultante evolutivo: azaroso y ateleológico), ni disyuntiva (pues es
conjuntiva).
Por cierto, esta
paradoja es desvelable, pero irresoluble.
Egosexuación,
autosexación e identidad sexual
Conviene diferenciar
los conceptos ego- sexuación y
autosexación, de los cuales ya
hemos dado cuenta, del concepto identidad
sexual. Todos ellos hacen relación al cómo cada
quien se siente -se dice, se sitúa, ... - en tanto que hombre o mujer. Pero son
hechos diferentes, con significación diferente, que ocurren en momentos
diferentes y que corresponden a universos teóricos distintos.
Como ya se ha dicho,
la egosexuación
es el término que uso para denominar un hecho de sexuación cerebral en el que
operan todas y cada una de las características generales de la sexuación, luego
los tres principios de la sexuación y sus corolarios. El término es neologismo
mío que se corresponde con lo que en la literatura científica se ha llamado diferenciación
sexual del centro de la identidad sexual45.
Aunque el
conocimiento específico que tenemos sobre este subnivel de la sexuación
cerebral es aún muy preliminar, hay bastantes evidencias que permiten afirmar
que la identidad no está determinada por el aprendizaje y la culturización,
sino también por el proceso de diferenciación sexual. Más aún, que la causación
biológica es más firme que la cultural.
Ni siquiera sabemos
todavía cuál es el material sexuado sobre el que opera esta sexuación, aunque
hay algunos indicios que permiten suponer que puede ser algún núcleo
hipotalámico o un núcleo límbico (la estría
terminalis).
Al respecto de esta estría
terminalis hay un artículo prometedor que ha
aparecido publicado este mismo año46 y que es obra del que a mi
juicio es el más potente equipo investigador en este área: el equipo holandés
adscrito a la cátedra de Transexualidad de Amsterdam. Por su interés lo comento
mínimamente.
Se contaron las neuronas
somatostatíni- cas de la zona central del núcleo basal de la estría terminalis
(BSTc). Al parecer los hombres, al margen de cual sea su orientación -esto es,
tanto homosexuales, como heterosexuales-, tienen el doble de estas neuronas que
las mujeres (también sea cual sea su orientación). Esto es, existe una diferencia
sexual respecto al rango neuronal que no se relaciona con la orientación sexual
del deseo. Los resultados de este trabajo indican que los transexuales de
hombre a mujer tienen un rango femenino de estas neuronas y contrariamente los
transexuales de mujer a hombre tienen un rango masculino de estas mismas
neuronas. El número de estas neuronas queda organizado prenatalmente y no se
modifica por tratamientos, alteraciones o variaciones hormonales adultas.
Pudiera ser que la estría
terminalis sea la estructura que sexuándose
determine mediante mecanismos aún desconocidos la etiqueta de autosexación.
La autosexación es el
resultante más notorio de esta sexuación cerebral previa y se expresa mediante
la conciencia de una etiqueta sexual autoidentificatoria. Esta etiqueta cumple
las cinco condiciones arriba expresadas; luego es: definitiva, definitoria,
finalística, binomial y disyuntiva.
El concepto identidad
sexual es sumamente complejo y difícil de definir.
Desde luego, demasiado complicado para ser explicado en las muy pocas líneas
que le vamos a dedicar. Pero es evidente que la identidad sexual no es, de sí,
un hecho de sexuación. Esto es importante advertirlo, porque tras la creciente
constatación de la relación entre diferenciación sexual cerebral e identidad
sexual, cada vez más
se ordena la identidad sexual como un hecho más de sexuación. Y no lo es.
En términos teóricos
la identidad sexual es sexualidad (luego segundo registro del Hecho de los
Sexos) y no sexo (primer registro). Los sexólogos sabemos que la identidad
sexual es la percha de la cual cuelga prácticamente toda la sexualidad humana
(la feminidad, la masculinidad) o, si se prefiere, el cimiento sobre la cual
ésta se construye. En tanto que sexualidad es, sobre todo, vivencia; esto es,
experiencia subjetiva, construcción biográfica.
Aunque requiera de previas
egosexuación y
autosexación,
la identidad sexual sobrepasa tanto teórica como vivencialmente aquellas
categorías. La identidad sexual es también un resultante biográfico de
conciencia -razonablemente temprano, pues, aunque vicariamente, comienza a
formarse en el segundo año de vida extrauterina. Ahora bien, en este acto de
conciencia que se expresa como una convicción profunda e inalterable concurren
aspectos bios, psicos y socios.
Pero el concepto de
identidad sexual no sólo dice de la etiqueta sexual y de la conciencia de ser
hombre o mujer, sino del peculiar e intransferible modo de ser -de sentirse y
de vivirse como- el hombre o la mujer concretos que cada quien es.
Luego entonces es
bastante probable que la identidad sexual la vayamos construyendo
biográficamente en el diálogo entre la ego- sexuación, la autosexación, las
alosexacio- nes -formales e informales- que los otros hacen de mí y los propios
mecanismos inductores de estas alosexaciones de mí que vamos articulando a lo
largo de nuestra trayectoria vital. Pues mi identidad no sólo se construye en
lo que mis ojos ven, sino en cómo me veo a través de los ojos de los demás.
Pero la identidad sexual se construye también en el diálogo con las
regulaciones sociales culturales, con los modelos sexuales culturales, con las
expectativas sexuales, con los usos y costumbres sexuales, con la propia
biografía erótica, con el discurso sobre uno mismo, con la conciencia de sí,
con la reflexividad, etc.
Quiero subrayar esta
idea de diálogo entre sexaciones. En primer lugar, como ya hemos dicho, todos
los sujetos alosexan y manejan unos criterios sexantes para tales
etiquetaciones sexuales de los otros. Ahora bien, ¿qué pasa cuando los
criterios de alo- sexación que uso para los otros no me sirven para alosexarme
a mí mismo porque contrarían mi propia autosexación? Más aún, ¿qué pasa cuando
las etiquetas resultantes de las alosexaciones que los demás hacen de mí,
coincidiendo todas entre sí, son contrarias a la que me doy para mí mismo?
Todo esto les ocurre a los transexuales. Por eso la construcción biográfica de
su identidad sexual se ve dificultada, pues no tiene el soporte cognitivo
necesario para lograr esta convicción profunda e inalterable que les es -como a
todos- del todo necesaria.
Transexuaciones
He dejado para el
final de esta segunda parte el concepto transexuación (5) que en rigor
debería haber sido explicado dentro del apartado dedicado a la sexuación, pues
la transexuación
no es sino una particularidad posible del proceso de sexuación. De hecho, la transexuación
es una forma concreta de intersexualidad que
se expresa con formas ginándricas
secuenciadas en un mismo sujeto.
Nada hay de extraño o
de inhabitual en estas condiciones de intersexualidad
y ginandria
de los transexuales puesto que éstas son características universales del proceso
de sexuación. Lo inhabitual de la tran-
sexuación es que se trata de un resultante de
sexuación que, comenzando en el primer paso de sexuación en su forma gínica,
acaba en su último paso en su forma ándrica;
o viceversa. Siendo que considero primer paso a la fusión gamética y al
establecimiento del patrón cromosómico (xx o xY) y llamo último paso -aunque,
de hecho, no lo sea- a la sexuación cerebral en general y a la ego-
sexuación en concreto. Luego que, en el sujeto
transexuado hay discordancia sexual entre dos tramos sexuales perfectamente
identificables.
Para mejor explicar
la transexuación usaré una metáfora ferroviaria donde: el proceso de sexuación
es el viaje; el sujeto es el propio tren; la vía del tren está constituída por
dos carriles sexuales (el gínico y el ándrico); hay doble vía (la vía ándrica y
la vía gínica); y se producen -o pueden producirse- cambios de aguja (sucesos
transe- xuantes); en un sistema de ferrocarriles en el cual se produce una
condición de seguridad vial ineludible: en ningún caso el tren descarrila o no
circula.
Todo viaje en tren es
un viaje ginándrico porque el tren circula siempre sobre una vía sexual formada
por dos carriles que son sexuales. El tren puede circular tanto en una como en
la otra vía sexual. Normalmente circula en una o en la otra dependiendo de cual
haya sido la vía en la que se puso en marcha en la estación de origen. Como circula
por ella, suele llegar a su estación de destino en esa misma vía.
En la mayor parte de
los viajes el tren ha circulado todo el recorrido de sexuación por una misma
vía sexual (la gínica o la ándri- ca). Lo que llamo un suceso transexuante (37)
es un cambio de agujas que produce cambio de vías. Y el término transexuación
hace referencia a un viaje que iniciado en
una vía de origen, finaliza en la otra vía de destino.
Entonces la transexuación
ocurre, precisamente, porque se ha producido un suceso
transexuante. Los sucesos
transexuantes pueden ser:
fisiológicos (p.e.: sexuaciones por omisión), incidentales (p.e.: experimentos
de laboratorio, resultante de drogas o ambientes hostiles, alteraciones
ecológicas, etc.) o accidentales (p.e.: sucesos hormonales patológicos, etc.);
y producen translación del recorrido sexual típico. Este suceso ocurre siempre
en un momento concreto y afectará a un nivel concreto. A partir de ahí puede,
o no, afectar a la totalidad del recorrido posterior. Esto depende de la
cualidad determinante que este nivel de sexuación tenga en el posterior
desarrollo de la sexua- ción. Por ejemplo, en el caso de la rata gay, decíamos
que la rata era transexuada. El experimento servía precisamente a ese propósito
transexuante; la intervención endocrina era el suceso transexuante. Ocurría en
un tiempo concreto: la primera semana postnatal. Y afectaba sólo a los niveles
de sexuación posteriores a este tiempo; luego a la sexuación somática y a la
sexuación cerebral.
Por tanto, con el
término transexuación hacemos
referencia a una forma especial de sexuación cuya peculiaridad es la siguiente:
la sexuación es típica
(discurre por la vía esperada) desde su inicio hasta el suceso transexuante, y
también es típica
desde el suceso transexuante hasta el final del proceso de sexuación; pero estos
dos tramos de sexuación no coinciden entre sí: son sexual- mente discordantes.
En todas las formas de intersexualidad habituales -ginandrias- no hay
modificación de la vía esperada, pero sí hay o puede haber -cambio
de agujas provisional. En este caso no hay
dos tramos sexuales divergentes,
sino un hecho sexual -o varios- que son sexualmente divergentes
con el recorrido sexual típico.
Probablemente se
entiende todo esto mejor -y sin recurso a metáforas siempre discutibles- con
algunos ejemplos de sexua- ción concretos en los cuales ocurre un suceso
transexuante.
En todos estos
ejemplos supondremos un espermatozoide Y que entrega su carga genética a un
óvulo -siempre x- comenzando las sucesivas divisiones celulares.
Presumiblemente esta célula primera (todos fuimos algún día un ser unicelular)
tiene un potencial ándrico y bastantes probabilidades de producir un niño.
Luego el recorrido esperado supone que si la estación de origen -la célula
primigenia- es ándrica, en la estación de destino el recién llegado será
alose- xable como varón. Varón -con sus particulares ginandrias-, pero varón
al fin y al cabo.
Primer
ejemplo: la campeona de esquí descalificada Ahora bien, puede que este cromosoma Y
no contuviese el gen Sry, o si lo tuviese que no se activara. Así que en el
tercer mes fetal no se produjesen testículos, sino ovarios (por omisión). A
partir de este momento el resto del proceso discurrió, con todo su potencial
ginándrico, por la vía gínica típica. El resultante al día del nacimiento fue una
niña perfectamente típica (salvo en su patrón cromosómico del que nadie tuvo
cuenta). Esta particularidad sólo le dificultó el embarazo. Sin embargo,
aunque requirió de asistencia médica, fue madre fértil.
¿Qué le ocurrió? Que
un suceso transe- xuante -la ausencia o inactividad del gen Sry- modificó el
proceso de sexuación en un momento crítico concreto -en este caso,
transexuación gonadal-; y a partir de ese suceso, la sexuación ocurrió sin
particularidades mencionables en la dirección gínica.
Recién nacida la
alosexaron formalmente como niña, le asignaron nombre de niña y fue educada
como tal, pues sus genitales perfectamente formados (vulva y clítoris) lo
facilitaron. Se autosexó como hembra y se identificó siempre como mujer. Nunca
descubrió nada patológico ni extraño en su condición femenina. Pasado el
tiempo sólo una curiosidad: era una chica con un par cro- mosómico
vigesimotercero xY.
Ahora bien, resultó
ser una fenomenal esquiadora y su patrón genético fue detectado en los test
olímpicos de cromatina. Hoy sus medallas, sus registros y sus méritos
deportivos constan en la historiografía del fraude deportivo; incluso su
honorabilidad quedó en entredicho para muchos cronistas deportivos.
Segundo ejemplo: la gimnasta que quiso ser
olímpica
Con este mismo
supuesto de entrada (fusión entre espermatozoide Y y óvulo x), pero a resultas
de otro suceso transexuante ocurrido en un momento ulterior, resultó que la
niña no sólo tiene un patrón cromosómico xY, sino también testículos
disfuncionales con ubicación intraperitoneal. Tras su nacimiento y en razón de
sus genitales perfectamente ginizados también la alosexaron formalmente como
hembra.
Si entramos en su
relato de vida, descubriríamos que su autosexación fue gínica identificándose
como mujer. En este caso fue una niña normal
que en el discurrir de la vida se sintió menos normal
puesto que no sólo no pudo competir en las olimpiadas -cosa que estuvo a su
alcance porque su pubertad tardía le favorecía en su carrera como gimnasta-,
sino que prepuberalmente fue intervenida quirúrgicamente para extirparle
aquellos testículos disfuncionales e intraperitoneales que amenazaban
malignización.
Aunque a partir de la
pubertad recibió estrógeno externo que ya nunca abandonaría, no pudo ser
madre, que fue anhelo que siempre tuvo. Es probable que sus cuadros depresivos
actuales usen de esta idea obsesiva -“no he podido ser madre”- para atraparla
en la nostalgia y la tristeza. Pasado el tiempo volvió al quirófano para
ponerse unas prótesis mamarias de silicona que, dice, le sirvieron “para
quitarse el complejo, gustarse más a sí misma y mejorar su autoestima”. Aunque
un sólido discurso feminista la ha ayudado a separar los conceptos de
feminidad, maternidad y corporeidad, a menudo se duele de su suerte. Se trata
de una transexuación genital interna. El suceso transexuante ocurrió en la
formación de estos genitales internos.
En estos dos ejemplos
no hubo error ninguno en la alosexación formal neonatal. Ambas fueron sexadas
como niñas, educadas como tales y así se sintieron siempre. Pero en los dos
ejemplos siguientes sí se produce tal fatal e indeseable error.
Tercer ejemplo: el “huevodoce”
Si otro suceso
transexuante ocurriese con el mismo supuesto de origen aún más tarde,
tendríamos también otra niña XY, con testículos sin descender, próstata y
vesículas seminales, con una cierta hipertrofia clitóri- ca pero con vulva
perfectamente femenina.
Recién nacida también
se la alosexó como hembra, aunque nació con testículos funcionales no
descendidos que nadie detectó. Conociendo su relato de vida descubriríamos que
después de una infancia de marimacho,
a partir de la pubertad se manifestaron en sentido ándrico los caracteres
sexuales secundarios y se reafirmó en su condición masculina, en sus
comportamientos ándricos y en su deseo ginerasta.
En este caso, sí se
cometió un error fatal en la alosexación neonatal. No era niña: era niño. Y,
por cierto le hubiese ido mejor, sin el lastre de este error.
Se trata, en este
caso, de una afección genética que impide la fabricación de dehi-
drotestosterona (DHT) que es el andrógeno hormonal de acción fuerte encargado
de andrizar los genitales externos. En rigor, en este caso no se trata de una
transexuación (no hay cambio de agujas definitivo), pues todo el recorrido
-salvo la estación genital
externa- se ha realizado típicamente
por la vía ándrica.
En Centroamérica, que es donde más se han dado estos casos, el lenguaje
popular les ha bautizado con el gráfico término “huevodoce”,
que hace referencia a que son chicos que empezaron a serlo tras su pubertad,
después de una docena de años de estar en el mundo como chicas.
En la actualidad toda
la comunidad científica acuerda que hay que hacer un esfuerzo científico -hoy
es posible pues su patrón genético es ándrico y siendo la afección genética se
encuentran antecedentes familiares- para mejorar los sistemas de detección
de esta peculiaridad. Esto es, corregir los mecanismos de alosexación neonatal,
para alosexarlos como chicos desde el principio. Y para que reciban, si procede,
tratamiento hormonal, quirúrgico y sexoló- gico temprano. Pero, sobre todo,
para que toda la carga cultural alosexante no actúe lesivamente dificultando la
construcción de su identidad sexual.
Cuarto ejemplo: transexual femenino
Un último ejemplo con
los mismos elementos de partida, pero con una transexua- ción prenatal aún más
tardía. Se trata de una niña 46 XY con testículos perfectamente funcionales y
en la ubicación correcta y con genitales (tanto internos como externos) perfectamente
ándricos. Lógicamente con estos caracteres sexuales se le alosexó neonatalmente
como niño. Quiero detenerme un poco en su historia.
Ya en los primeros
años de su vida dio notorias muestras de juego infantil femenino. Sus padres,
preocupados, lo llevaron al psicólogo y al pediatra. Uno y otro, tras
recordarles el sufrimiento que la crueldad del resto de los niños iba a
reportarle, sugirieron que fuesen firmes en la sanción de tanta feminidad y en
la promoción de habilidades más varoniles. El padre hizo durante años una
cuestión de honor de este consejo. Hasta que abatido, culpabilizado e iracundo
abdicó (de ésta y del resto de sus responsabilidades parentales).
El día de su comunión
-su madre lo recuerda aún horrorizada- consiguió que su
mejor amiga le
prestase aquel vestido blanco y que lo fotografiase vestido de esa guisa con su
cámara recién estrenada. Fueron sorprendidos los dos in
fraganti (la una semidesnuda y el otro con el
vestido de comunión de chica puesto). El suceso corrió de boca en boca por todo
el pueblo con toda suerte de interpretaciones. Gracias a la intercesión del
cura- párroco entró en el seminario en régimen de internado rodeado de chicos.
La experiencia -cuenta ella ahora- en aquel santo y lúgubre lugar “fue horrible,
incluidos los abusos”. Aunque, paradojas de la vida, fue también allí donde
conoció por vez primera el amor y donde recibió sus primeras “caricias con ternura”.
Resumen de su vida académica: “las notas, un desastre”, “de castigo en castigo
hasta la expulsión definitiva”. Abandonados los estudios durante mucho tiempo
aborreció los libros.
A los 16 años empezó
a drogarse. A los 19 años se escapó de casa después de una “fenomenal bronca
con el viejo” y empezó a prostituirse; al principio “de vez en cuando”, y luego
“con dedicación exclusiva”. Nunca permitió que nadie, “por mucho que me pagase
o por mucho que dijese quererme”, le rozase siquiera el pene. Con el tiempo
aprendió incluso a que algunos clientes de “los que muy machos” siquiera lo
supieran. “Siempre supe que era chica. Aprendí a no poder decirlo, pero lo
sentía”. A los 22 empezó con androcur y neoginona, primero por su cuenta;
aunque después de algunos años sin control, acabó visitando al endocrino. “No
sé quien estaba más cortado si él o yo, el caso es que nos entendimos”. “Para
entonces ya tenía suficiente dinero y me fui a Madrid a hacerme las tetas.
Después vino “lo de abajo”
(sic) y ahora estoy con un abogado para cambiarme el nombre y que me quiten la
V del carné”.
“Tiene gracia que me va a resultar más difícil cambiar unas letras en unos
papeles que cambiarme el cuerpo entero”.
En realidad al igual
que las otras tres, es una historia en la que ocurre un suceso transexuante.
Como la inmediatamente anterior, es una historia de alguien mal alosexado.
Salvo que en aquel caso hay acuerdo científico sobre el error en la
alosexación. Y en este caso, el del transexual, ningún acuerdo. Pues la
comunidad científica mayoritaria- mente no reconoce, en los casos de transe-
xualidad, el error fatal de alosexación neo- natal47. Y este asunto,
el reconocimiento del error, es relevante tanto desde el punto de vista teórico
como profesional y de investigación, como también desde la perspectiva
política y social. Y, por supuesto, desde la perspectiva biográfica de cada una
de estas personas mal alosexadas.
Si logramos reducir
esta tasa de fracasos alosexantes las historias -sus historias- serán otras.
Desde luego mejores.
PARTE TERCERA
Transexuales
Presentación
Con todo lo dicho
hasta ahora, podemos afirmar que los transexuales son uno más de los múltiples
hechos de diversidad sexual; que son una más de las múltiples formas de la
ginandria humana; y que son además sujetos que sufren por la severa e
inquebrantable tensión entre sus mecanismos autosexantes y los mecanismos
alosexantes del resto del mundo (incluidos los suyos propios)
En otro orden de
cosas, son un fenomenal contra-ejemplo del dimorfismo sexual y de nuestro
rígido sistema de diferenciación entre hombres y mujeres.
Los problemas con
ellos relacionados -tanto sus problemas con el mundo, como los problemas del
mundo con ellos- no derivan de lo primero -la diversidad, la ginan- dria o su
identidad-, sino de lo segundo: la dificultad de integrarlos en un mundo de dos
-y sólo dos- sexos. Su misma existencia es una fenomenal cuña que se introduce
en esta herida sangrante (herida científica,
social y también
política) que es la redefinición y delimitación de las fronteras entre los
sexos.
Con motivo de esta
tensión entre su existencia y el “orden
sexual” a menudo nos hemos dejado tentar por dos
negaciones posibles: bien negarles a ellos (en virtud de la evidencia de dos -y
sólo dos- sexos); bien negar los dos -y sólo dos- sexos (en virtud de su
evidente existencia). No sé cuál de las dos negaciones es más grave y cuál
insulta más la inteligencia.
Una última cosa:
aunque a menudo se les haga abanderados de tales o cuales liberaciones
sexuales, los transexuales no pretenden subvertir el orden sexual, sino
contrariamente ansían tener un sitio en él.
Algunos
datos sobre transexualidad
Definiciones
CIE-10: “Deseo de
vivir y ser aceptado como miembro del sexo opuesto, usualmente acompañado por
un sentido de incomodidad con, o inadecuación de, el propio sexo anatómico, y
un deseo de recibir cirugía y tratamiento hormonal para hacer el propio cuerpo
tan congruente como sea posible con el sexo preferido.”
DSM-IV: “Disforia de
género severa que cursa con un deseo persistente por las características
físicas y los roles sociales que corresponden al sexo biológico opuesto.”
Diccionario médico de
bolsillo Dorland: “Trastorno de la identidad de género, en el que la persona
afectada tiene un deseo invencible de cambiar su sexo anatómico, y que se
origina en la convicción fija de que es miembro del sexo opuesto; estas
personas solicitan a menudo tratamiento hormonal y quirúrgico para cambiar su
anatomía según sus deseos.”
Real Academia
Española de la Lengua: “Dícese de la persona que mediante tratamiento hormonal
e intervención quirúrgica adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto.”
Comentarios
a las definiciones
Tanto las
definiciones como las fuentes que acabo de presentar son diferentes, pero todas
recurren al “sexo opuesto” y todas omiten la “identidad sexual”. Y además todas
hacen prevalecer la alosexación del definidor sobre la autosexación del definido.
Aunque todas me
parecen un despropósito por desafortunadas, desatinadas o incluso frívolas
merecen comentarios diferentes.
La del CIE-10 define
el Síndrome Transexual como un deseo.
Desde luego que sí existe un deseo (un anhelo, un propósito), pero no se trata
de un deseo.
De las cuatro, tres
mencionan la cirugía y el tratamiento hormonal. Esto, primero, no es siempre
cierto. Y segundo, cuando sí lo es, el acierto es circunstancial y medicocén-
trico. Pues la cirugía y la hormonoterapia son
exclusivamente las técnicas médicas concretas de que disponemos en este tiempo
concreto y en esta parte del mundo. Pero la transexualidad es un hecho
universal. Los transexuales han existido en otros tiempos y existen en otros
lugares sin conocer siquiera la existencia de esas técnicas. Con unos u otros
recursos a su alcance (éstos u otros) lo común, longitudinal y
transversalmente, a todos ellos es su insistencia en sentirse y ser reconocidos
con la etiqueta sexual con la cual se identifican. Y ya centrándonos sólo en
los transexuales occidentales actuales, su deseo de cambio de nombre o de
cambio de sexo legal es tanto o más central, notorio y reiterativo que la
hormonoterapia y la cirugía.
La definición de la
RAEL sólo considera transexuales a los que ya han modificado sus caracteres
sexuales. Luego de algún modo, a los que han dejado de serlo, para ser simplemente
hombres o mujeres. Tras el tratamiento, el transexual se convierte para los
demás sencillamante en el hombre o en la mujer que siempre se han sentido para
sí mismo. Y es precisamente con ese -y no con otro- fin que se realiza la
intervención.
Ahora bien, el propio
término que usamos para definirles y las peculiaridades de su construcción
(sobre todo el recurso a la partícula trans)
refuerza este significado que da la RAEL. Además, el prejuicio garantista
(luego la advertencia de que han cambiado su
naturaleza sexual) lo refuerza.
La mención al sexo
preferido de la definición del CIE-10 es
sencillamente frívola. Ni en los transexuales, ni en nadie el sexo se prefiere
(ni se elige), pues el sexo es una variable natural e impuesta. Además no
tendría el menor sentido todo lo que estamos diciendo y haciendo, si su fin
fuese dar curso a una preferencia. O sea: cumplir un capricho.
Resulta curioso que
todas las definiciones omiten cualquier referencia a la identidad sexual. Que
todas omiten cualquier referencia a que se les ha asignado un sexo que no
coincide con el que ellos se autoasignan. Quizás porque los propios definidores,
coincidiendo también en esta asignación sexual consensuada, concluyen que ni
siquiera es una asignación.
Términos
asociados48
El actual término transexual
fue creado a principios de los sesenta -su obra “The transsexual phenomenom” se
publicó en el 66- por el endocrinólogo norteamericano Harry Benjamin, pero el
esfuerzo de buscar términos para definir y comprender la tran- sexualidad es
viejo.
Ya Rohleder en 1901
acuñó el término automonosexualismo.
Lo sexólogos de principios de siglo -entre ellos, Marañón- se manejaron con el
término intersexualidad
o estado intersexual
y Hirschfeld en su obra “Die transvestiten”, de 1912, acuñó el término travestido
que entonces hacía también referencia a los hoy transexuales (pues en tiempos
de Hirschfeld ninguno deseaba hor- monoterapia, ni cirugía de reasignación
genital), aunque luego este término ha adquirido otros significados y ha
quedado relegado a otras minorías eróticas.
A partir del éxito
del término de Benjamin, se han establecido categorías o tipos dentro de los
transexuales. Así, por ejemplo, en lo primeros setenta Money y Gaskin,
retomando términos de Hirschfeld diferenciaron entre travestismo
homosexual y travestismo
no homosexual. Posteriormente, era
1974, Person y Ovesey diferenciaron entre transexuales
primarios y transexuales
secundarios. Curiosamente definieron al transexaul
primario como alguien que es funcionalmente
asexual y que progresa con resolución hacia cirugía sin desviaciones
significativas hacia la homosexualidad ni la heterosexualidad y sin
afeminamiento infantil. Y definieron al transexual
secundario como alguien homosexual y afeminado
desde la infancia. Además entre los transexaules
secundarios distinguieron entre: transexual
homosexual y transexual
travestista. Posteriormente tanto Stoller por un
lado, como Levine y Lothstein, por otro, retomaron esta diferenciación entre transexuales
primarios y tran-
sexuales secundarios, pero -lógicamente y
en coherencia con los usos habituales de tales adjetivos- dándoles la vuelta.
Esto es, considerando primarios
a los secundarios
de Person y Ovesey: a los que sí habían mostrado sus características de
identidad en las etapas infantil, puberal y adolescente; y considerando secundarios
a los que no habían mostrado tales características.
Nótese que en casi
todas estas definiciones de tipos hay -explícito o implícito- un sesgo sexual:
se habla fundamentalmente de transexuales con caracteres sexuales masculinos e
identidad sexual femenina. Los llamados
male-to-female transsexual (MtFT). Luego
omitiendo a los female-to-male trans-
sexuals (FtMT)49.
Ha sido finalmente
Blanchard quien ha diferenciado entre transexualidad
androfílica y transexualidad
ginecofílica, usando los que a mí me parecen más
afortunados términos de cuantos he mencionado. Pues expresan explícitamente la
condición sexual a través de las partículas griegas gineco
y andro.
Aunque se le añada la
partícula griega filia insistiendo
sobre la idea del deseo sexual50
(querer ser) más que en la identidad sexual
(sentirse).
Considero,
continuando la propuesta de Blanchard, que los transexuales deben ser
clasificados en gínicos
y ándricos.
Ahora bien, yo sugiero las etiquetas egogínicos y egoándricos. La razones de
este cambio son múltiples: por un lado abandono la recurrente -y a mi juicio
desacertada- mención al deseo
(filia). Pues la particularidad de estas personas no está en lo que desean
ser, sino en lo que sí son.
Considero desacertado cualquier término que se centre en las carencias -lo que
les falta- y no en sus particularidades -lo que sí tienen. Además, detrás de
este cambio de terminología subyace una apuesta teórica radical: la aceptación
de la identidad sexual (y por debajo de ella, la autosexación) como criterio
alosexante definitivo: como el inductor alosexante de máxima jerarquía. Y por
si fuese poco, porque considero que estas etiquetas resuelven bastante bien la
búsqueda de términos sexológi- cos específicos que, cumpliendo las cuatro
condiciones terminológicas que expuse al principio, sirvan, además, tanto para
transe- xuales como para no-transexuales. Tanto para los nómadas como para los
sedentarios de la sexación.
Entonces el término egoginia
hace referencia a la condición de sentirse en femenino, de sentirse mujer. Y
una vez adjetivado, serían personas -hombres o mujeres- egogíni-
cas quienes tendrían identidad femenina o
autosexación gínica. Tengan unos u otros genitales, gónadas o cromosomas y sean
-o no- transexuales. Complementariamente, el término egoandria
haría referencia a la condición de sentirse en masculino, de sentirse hombre.
Luego, una vez adjetivado, serían personas -insisto: hombres o mujeres- egoándricas
las que tendrían identidad masculina o autosexación ándrica. Tengan unos u
otros genitales, gónadas o cromosomas y sean -o no- transexuales.
Así por ejemplo:
quien firma este artículo es egoándrico
y su madre es egogínica.
El transexual llamado FtMT también es egoán- drico, tanto como yo. Y la
transexual MtFT es egogínica, tanto como mi madre. Finalmente, y de esto estoy
completamente seguro, los hechos de sexuación que hacen de unos y de los otros
lo que somos (egogínicas o egoándri- cos), son exactamente los mismos. Al
margen de nuestros genitales, que al respecto de esto aportan bien poco.
Prevalencia
Hablamos de un
colectivo muy pequeño. Según el psiquiatra inglés Russell W. Reid, en
Inglaterra uno de cada 15.000 adultos es transexual (esto significa un 0,0067%
de la población)51. En Escocia se estima que 8,18 de cada 100.0 adultos
(0,0082 %), con una ratio cuatro veces superior a favor de los egogíni- cos52.
En Alemania entre 2,1-2,4 por 100.000 personas adultas alemanas son
transexuales (0,0024 %) y la relación es: 2,3:1 a favor de los egogínicos53.
En Holanda, uno de cada 18.0 varones (0,0055 %) es transexual54 y la
ratio es 3:1 a favor, de nuevo, de los egogínicos55. Zucker, KJ.,
Bradley, SJ. y Sanikhani, M. (1997) afirman que la relación sexual es de 6,6 a
favor de los egogínicos. Con estos datos en España serían un total de entre
1500 y 3000 los transexuales. Y un máximo de 200 transexuales en el País Vasco.
Lo común a todos
estos datos es que hay, significativamente más transexuales egogínicos que
transexuales egoándricos. Lo cual refuerza que la sexuación por omisión es
siempre gínica.
Se estima que la
demanda de cirugía genital es una por cada 1,7 por millón de habitantes y año56.
Así que si todas las intervenciones quirúrgicas fuesen realizadas en la sanidad
pública ésta tendría que asumir unas 22 intervenciones de reasignación genital
por año en toda España. La sanidad vasca tendría que asumir 3 ó 4 al año.
En estos momentos
-excepto por el efecto cuello de botella- casi habría más cirujanos en la red
pública dispuestos a realizar estas intervenciones, que transexuales
necesitándola. Sin embargo la posibilidad de financiación pública de estas
intervenciones sigue produciendo escándalo público, insensibilidad política y
resistencias sanitarias.
El Servicio Andaluz
de Salud, como corresponde a una institución sanitaria pública, ha asumido y
financiado esta responsabilidad que es sanitaria y que es pública. Son los
primeros en España en hacerlo, lo cual les honra. Confío en que no sean los
últimos. Y confío además en que Osakidetza asuma con prontitud esta empresa.
Sobre
tratamiento
Diagnóstico
Inevitablemente la
categoría de transe- xual
está, y seguirá estándo, muy medicali- zada. La garantía de esta medicalización
reside en que se requieren intervenciones que
deben ser llevadas a cabo por especialistas médicos. De ahí que las categorías
diagnósticas estén siempre asociadas a la transexualidad.
En la actualidad, se
toman fundamentalmente estos dos criterios diagnósticos para la evaluación de
la transexualidad: identidad persistente durante al menos dos años e inexistencia
de ningún desorden mental (especialmente esquizofrenia).
Además, desde el
punto de vista del diagnóstico diferencial, suelen excluirse de la categoría
otras formas de intersexualidad y/o anomalías genéticas, así como el traves-
tismo (vestir ocasionalmente ropas de mujer por una razón u otra, pero
incluyendo en este propósito el placer sexual) y la homosexualidad afeminada.
No termino de
entender muy bien ninguna de las tres; sobre todo porque pueden aparecer,
efectivamente, en la historia de un transexual concreto algunos hechos de
sexuación o hechos eróticos perfectamente encuadrables en una o varias de estas
categorías diagnósticas diferenciales sin que por ello el transexual deje de
serlo.
Al margen de estas u
otras etiquetas diagnósticas garantistas
relacionadas con las lógicas y necesarias reservas ante intervenciones
hormonales y quirúrgicas que son agresivas, desde la perspectiva del
profesional de la sexología las dos claves diagnósticas definitivas son: de un
lado la fuerte y persistente identificación con el sexo opuesto a los caracteres
sexuales (esto es: una identidad sexual firme y bien construida, pese a los
innumerables obstáculos biográficos) y la persistente disconformidad con los
indicadores -sobre todo los más notorios- del sexo asignado.
En último término,
entiendo que el sexólogo/a debe de tener la convicción íntima e inequívoca de
que uno está ante un hombre o una mujer (al margen de cuáles sean sus genitales
o su DNI).
Tratamiento
completo
El tratamiento
completo incluye:
a) diagnóstico
e informe de descarte de psicopatología
b) información,
preparación y tratamiento psicosexual previo
c) hormonoterapia
(modificación del balance hormonal hombre-mujer)
d) uno
o dos años de vida satisfactoria haciendo vida ordinaria en el papel del sexo
de identidad con seguimiento psicoterápico
e) intervención
quirúrgica pectoral (mamoplasia o mastectomia, según casos); extirpación
gonadal (de ovarios o de testículos, según casos)
f) cirugía
genital: extirpación de genitales internos (prostatotomía o histerectomía,
según casos) y cirugía de reasignación de genitales externos
g) otras
intervenciones quiroestéticas (tiroides, pómulos, caderas, etc.)
h) psicoterapia
de seguimiento
i) modificación
legal de nombre y sexo
No se producen
necesariamente todos los
pasos. Es
especialmente notoria la ausencia de apoyo profesional psico y sexual tanto
previo, como de seguimiento. Con suma frecuencia también se excluyen las
intervenciones quiroestéticas.
También frecuentemente
el tratamiento endocrino es prescrito para evitar la medicación hormonal sin
control médico que ya viene ocurriendo con anterioridad.
El orden en el que se
ha expuesto es el orden habitual, pero no el orden lógico. En concreto, es del
todo ilógico, además de lesivo, que la intervención judicial sea la última y la
de menor tasas de logro con éxito, tanto por intento, como por tiempo, como por
unidad monetaria.
Las tasas de éxito
con los tratamientos que efectivamente se hacen, en los cuales se contempla
-si no exclusivamente, sí fundamentalmente- la faceta hormonal y quirúrgica,
giran en torno al 95 %. El criterio de éxito es que “estén bien adaptados y
sean estables”.
Sólo conozco una
investigación de seguimiento de fracasos -arrepentimientos- que fue hecha en
Suecia57. Los datos que aportan son que un 3,8% de los intervenidos
quirúrgicamente se arrepienten. Y sugieren como factores coadyuvantes de este
arrepentimiento el manejo de la circunstancia por parte del entorno más
inmediato al transexual ( fundamentalmente familia, amigos íntimos y parejas).
En base a estos y
otros muchos datos, Cohen-Kettenis y Gooren (1999) afirman que la SRS (acrónimo
en inglés de cirugía de reasignación de sexo) no es la panacea y que es
necesaria la psicoterapia.
Momento
de inicio del tratamiento
Hay un cierto acuerdo
por parte tanto de profesionales como de colectivos de transe- xuales para que
estas intervenciones (especialmente las endocrinas y quirúrgicas) sean
llevadas a efecto con la mayor prontitud, una vez realizado el oportuno y
adecuado diagnóstico. Sin embargo, hay notorios desacuerdos cuando esta mayor
prontitud rebaja la mayoría de edad.
Por ejemplo, los
holandeses del grupo de Gooren defienden y llevan a cabo intervenciones
adolescentes en sujetos bien diagnosticados. Sin embargo, Meyenburg (1999)
advierte taxativamente que no se debe comenzar la reasignación en ningún caso
antes de los 18 años. Por otro lado, Cohen- Kettenis, PT. y van Goozen, SH.
(1998) sugieren el retraso puberal para acercar la pubertad a la mayoría de
edad.
Yo no tengo la menor
duda de que lo más deseable sería detectar a los transexua- les, no ya antes de
la mayoría de edad, sino en la primera infancia, incluso en el primer año. Y
creo que debería de llevarse a cabo con ellos un trabajo a largo plazo,
interprofesional, coordinado y planificado que incluya absolutamente todos
los órdenes de su vida (aspectos educativos, sociales, laborales, jurídicos,
endocrinos, eróticos, quirúrgicos, económicos, etc.).
El problema de mi
propuesta es que no tenemos aún ningún modo de detección temprana
suficientemente fiable y discrimina- dor. Así que, de momento, la mejor
garantía de la buena praxis sigue siendo su libre, firme, decidida e
inquebrantable voluntad que -como es obvio- sólo puede ser expresada cuando se
cumplen las naturales condiciones psicocognitivas.
No obstante entiendo
que subyacen en este debate sobre la mayoría de edad, razones que no son ni
sexológicas, ni clínicas; sino exclusivamente legales. Incluso razones de
protección profesional y no de servicio y atención a la demanda.
Ahora bien, incluso
asumida una perspectiva legalista, los propios ordenamientos jurídicos
occidentales reconocen derechos y voluntades sexuales previas a la mayoría de
edad -en todo caso pospuberales o adolescentes- como pueden ser: matrimonio,
libre consentimiento de unión carnal, aceptación de p/maternidad, etc. No veo
por qué no puede operar aquí la misma lógica.
Protocolo
según Colectivo de Transexuales de Cataluña Pro-derechos (21-6-99)
- Periodo de
verificación y diagnóstico (mínimo 3 meses). Se debe proporcionar al paciente
el Libro Blanco sobre la Transexualidad (LBT) y garantizar que lo comprenda.
Certificado psicológico de que el candidato comprende el LBT. Informe
psiquiátrico que garantice ausencia de psico- patología.
- Requerimientos
administrativos. Para mayores de edad: escrito firmado de consentimiento y
declaración jurada de Decisión libre y consciente. Para menores de edad: dos
informes psiquiátricos acreditados y autorización de tutores. Manifestación
expresa y escrita de la propia voluntad de acogerse a las terapias.
-
Preparación psíquica y social58
-
Terapia hormonal
-Condiciones
para la Cirugía de Reasignación Sexual Pectoral: mamoplasias o mas- tectomia.
Mayoría de edad. Petición expresa escrita y firmada del demandante. Tres meses
de hormonación mínima. En transe- xuales masculinos (de chica a chico) histe-
rectomía y ovariotomía.
- Condiciones
para la Cirugía de Reasignación Sexual Genital. Mayoría de edad. Mínimo de 9
meses de terapia hormonal. Petición escrita y firmada por el demandante.
Conclusiones
Definición
Con todo lo dicho
hasta aquí podemos afirmar que los transexuales son personas cuya autosexación
no corresponde con su alosexación. Esto ocurre porque, seguramente, en su
proceso de sexuación se produjo un suceso transexuante cuando se estaba
sexuando determinada parte del cerebro. Puede ser que esta parte sea la
mencionada BSTc. En cualquier caso, producto de este suceso transexuante su
cerebro se sexuó de modo divergente al que se sexuaron otros niveles de
sexuación que son precisamente los que tomamos como criterio para alose- xarlos
formal e informalmente.
Pese a todo, estos
sujetos con más o menos dificultad (normalmente mucha) van construyendo como
pueden su identidad sexual en coherencia con su egosexuación y su autosexación.
Y en contradicción -y en lucha- con las alosexaciones formales e informales en
las que ellos son el objeto alo- sexado.
En ellos más que
disarmonías internas (incoherencias de los diferentes niveles de sexuación) hay
un conflicto que afecta a la construcción de su identidad sexual. Este
conflicto se produce fundamentalmente entre su autosexación y los mecanismos
alo- sexantes de los otros (incluso de ellos mismos) y frente a las
alosexaciones formales de prescripción cultural. Esta discordancia ocurre justo
porque, como ya se ha explicado, los criterios alosexantes son siempre
diferentes que los criterios autosexantes.
En nuestro tiempo y
cultura, resolvemos este conflicto (en teoría, una vez constatadas las mínimas
garantías de la firme adquisición de una identidad consistente) con modificación
quirúrgica, endocrina, legal, etc. de los niveles de sexuación que consideramos
como criterios fundamentales de alosexación (fundamentalmente los genitales,
los caracteres sexuales secundarios y el sexo legal).
Necesidad
de reconocimiento social de la propia identidad sexual
Más arriba hemos
hablado de inducción alosexante. Esto es, de los mecanismos que explícita o
implícitamente articulamos para que los demás nos alosexen de un determinado
modo. De este modo los objetos alo- sexados influyen en los mecanismos alose-
xantes de los sujetos alosexadores. Este aspecto es central en la
transexualidad por dos razones: por un lado el cómo sea alguien sexualmente
clasificado determina cómo interactúan con él y su lugar en el mundo; y por
otro lado, el cómo los otros -y él mismo- lo clasifiquen sexualmente condiciona
la construcción de su identidad sexual. Pues también se siente hombre o mujer a
través de cómo los otros lo sienten hombre o mujer.
Los transexuales
resultan obsesivos en su esfuerzo por ser reconocidos en tanto lo que
íntimamente se sienten. Cada quien con sus fuerzas, sus recursos y
posibilidades, luchan (el verbo es muy adecuado) por lograr una identidad
pública más armoniosa -o menos disarmónica- con su identidad privada. Cuantos
he conocido directa o indirectamente, gastan cantidades inmensas de energía,
tiempo y dinero en lograr el reconocimiento público de su identidad íntima. A
veces dedican tanta energía en esta empresa que claudican del resto de las
facetas de la vida; incluso haciendo de ésta la razón única y definitiva de
vivir.
Es esta necesidad de
reconocimiento público de su identidad sexual lo que puede llevarles a los
tribunales para modificar su nombre o su sexo legal, lo que explica la
reiteración obsesiva por ser reconocidos en su grupo social y familiar por un
nombre -siempre abiertamente sexuado- con el que ser llamados. Explica sus
negativas o resistencias a usar su DNI en situaciones cotidianas (bancos,
seguros, contratos laborales, etc.) y la insistencia de muchos de ellos/as por
lucir los indicadores de subrayado sexual más notorios y llamativos que estén
a su alcance.
Además de esta
dimensión que es más pública, podemos encontrar este mismo fenómeno de
necesidad de reconocimiento en la realización erótica llevada a cabo en la más
absoluta de las intimidades. Allí donde supuestamente, y una vez cerrada la
puerta, no hay más normas que las que allí dentro se dicten. En este terreno
erótico también aparece de forma apremiante la necesidad de que el otro me
clasifique, me reconozca, me trate, me interprete, me acaricie, me sienta etc.
como del sexo que me
identifico.
Tensión
entre sexaciones
A lo largo de la
biografía vital de los transexuales suelen producirse importantes tensiones
entre hechos de sexación que llamaré “competiciones
sexantes”. Están, por un lado, la competición
interna y, por otro, las competiciones externas.
La competición
sexante interna se refiere a la contradicción que el transexual encuentra
entre sus modos de alosexar a los demás (incluso el modo de alosexarse a sí
mismo) y su modo de autosexarse. Pues los transexua- les también son sujetos
alosexadores y no sólo objetos (mal) alosexados. Luego también tienen unos
criterios de alosexación que operan sobre indicadores alosexantes y están
sometidos por la fuerza de los inductores alosexantes. Esto es, juegan con las
mismas reglas de sexación que el resto de los humanos. No tienen otras
distintas para sí.
Entonces los
transexuales también usan criterios alosexantes genitales y para ellos también
tener pene/vulva es un inductor alosexa- dor que propicia etiqueta de hombre/mujer.
Luego siendo poseedores de tales atributos también se alosexan a sí mismos con
las categorías de alosexación habituales. Excepto por el fenomenal empuje de su
convicción interna: la conciencia de su autose- xación. Pero la tensión existe
y es vitalmente terrorífica.
Por otro lado, están
las competiciones sexantes externas en las que compiten inducciones sexantes
contradictorias. Básicamente están: por una parte, la inducción
sexante ajena (familiar,
educativa, cultural, terapéutica, etc.) que pretende producir en estos sujetos
una autosexación coincidente con la alosexación formal; por otra, la inducción
sexante propia (del propio
transexual) que pretende producir alosexaciones formales e informales
coincidentes con la propia auto- sexación.
Esta competencia con
mayor o menor intensidad ocurre a lo largo de todas y cada una de las etapas de
su vida. Ahora bien, en determinadas etapas de la vida, especialmente las
primeras, la intensidad e hiperpresen- cia de esta competencia resulta desleal
(desde luego especialmente lesiva). Pues esta
competencia incrementa la disarmonía (la egodistonía) y dificulta el ajuste
sexual (la adquisición de una identidad sexual firme). Conviene no incrementar,
sino relajar esta tensión.
Sería deseable que
recibiesen alguna ayuda temprana que les permitiese mejor salir de estas
competiciones sexantes en las cuales suelen salir derrotados.
Qué podemos ofrecer
los sexólogos clínicos a los transexuales
Los transexuales
adultos -en tanto que tales- no sufren, per
se, estado patológico ninguno. Ni mucho menos
patología mental (por definición ha de descartarse ésta para ser así
etiquetados). Son simple y llanamente uno más de las resultantes de la diversidad
sexual. Y esto no es una afirmación políticamente correcta, sino resultado de
evidencia científica constatada.
Sin embargo, los
transexuales sí necesitan ayuda de profesionales “psi”, además, claro está, de
otras ayudas profesionales (endocrinas, quirúrgicas, sociológicas, jurídicas,
legislativas, educativas, laborales, etc.). Pero complementaria a todas ellas,
los transexuales necesitan específicamente ayuda sexológica. Y este servicio
sexológico habrá de ser ofrecido, evidentemente, por profesionales cualificados
que ejerzan la clínica sexológica.
Ahora bien, si
requieren tanta ayuda no es porque, de sí, su condición sea tan carente y
necesitada; sino porque construyéndose a sí mismos en diálogo con un mundo que
no tiene sitio para ellos, acaban pagando no sólo el peaje de su propias
características sexuales, sino la plusvalía de esta interacción con un mundo
cuya realidad sexual no los contempla.
Y en su caso no
se trata sólo de un fenómeno más de marginación social (política, legal,
sexual, etc.), sino de una dificultad enorme para ser personas. Sobre todo - pues
no puede ser de otro modo-, para ser personas sexuadas, sexuales y eróticas.
Y esta es la
razón por la cual los transe- xuales requieren profesionales de la sexo- logía
clínica y la razón por la cual quienes trabajamos en sexología clínica tenemos
algo que ofrecerles. Pues nosotros somos quienes nos dedicamos a estas tres
categorías humanas de: sexuados, sexuales y eróticos; en las cuales se
producen la mayor parte de sus carencias y dificultades.
Aunque en un trabajo
posterior explicaré esto con mayor detalle adelanto cuatro campos de
intervención sexológica con transexuales:
1. Informativa:
que se entiendan a sí mismos en tanto que sexuados, sexuales y eróticos, y
que entiendan las particularidades de su sexuación y de su sexación; que entiendan
los tránsitos del tratamiento: sus ritmos, las posibilidades y los problemas,
los recursos y las carencias.
2. De
apoyo y seguimiento: facilitarles los tránsitos; prevenirles, entrenarles y apoyarles
frente a las múltiples adversidades; realizar informes y periciales; soporte
psico- emocional; seguimiento del proceso, etc.
3. Sexoterápico:
que resuelvan en lo posible sus carencias sexuales y psíquicas personales.
4. De
crecimiento erótico: que, entendida e integrada su sexualidad, activen en lo
posible su peculiar erótica y que ésta sea fuente de placer y bienestar.
Consejos a padres
Con frecuencia el
profesional de la sexología es consultado a propósito de un niño o niña de
corta edad (primera y segunda infancia) que presenta juego infantil
heterotípico y/o patrones de conducta heterotípicos. Incluso, además de lo
anterior, niños o niñas con cierto discurso o conciencia -explícita o
implícita- de su condición sexual contrariada
(nombre modificado, resistencia incondicional a determinadas acciones de alta
significación sexual, etc.).
Tanto el juego
infantil, como los patrones de gestuación y conducta heterotípicos deben ser
tomados como predictores de posible transexuación cerebral. Estos predic- tores
no son definitivos y definitorios, pero son indicativos. Desde luego, a falta
de otros más fiables son lo mejor que tenemos.
Esta predicción de
transexuación cerebral no afecta necesariamente a la egosexua- ción, pues
puede afectar a todos o a alguno de los otros niveles de sexuación cerebral sin
incidir necesariamente en éste. La transexuación cerebral puede afectar a la
sexua- ción erástica, a la sexuación del patrón de conducta, a la sexuación
erótica, al patrón endocrino o a la sexuación de las habilidades cognitivas y
motóricas. Pero también puede afectar a la sexuación identitaria. A todas
juntas o a algunas de ellas por separado. Siendo que no todas las posibilidades
combinatorias pueden darse, pues recuérdese que la sexuación opera con un
orden evolutivo. Así que el suceso transexuante -sea cual sea- habrá ocurrido
en un momento determinado y sus efectos no tienen ninguna retroactividad.
Es importante que
cuantos interactúan con el pequeño/a sepan con prontitud que, en cualquier
caso, su intervención educativa correctora no va a tener ningún éxito norma- lizador
y sí múltiples efectos nocivos e indeseables, tanto en el menor -en su
desarrollo como persona, en las interacciones con él, etc.- como en las
dinámicas que se establecen en los sistemas humanos en los que estos niños/as
están insertos (familia, clase, grupo, etc).
En este sentido, el
valor didáctico de la experiencia pasada con los zurdos puede darnos muy buenas
pistas (y resulta especialmente eficaz para que todo esto sea entendido en
medios escolares). El mensaje respecto de esto es bien claro y puede resumirse
con la siguiente frase: “durante mucho tiempo tratamos de corregir a los zurdos
haciéndolos diestros y sólo logramos zurdos contrariados e infelices; eso sí,
escribiendo con la derecha”.
Finalmente, se trata
de aceptar lo que hay y de facilitarles el ingreso en un mundo que no está
diseñado para ellos. Luego hemos de usar con ellos los dos principios rectores
de la educación especial: normalización e integración. Todo ello se soporta
exclusivamente sobre un cimiento: la aceptación comprensiva y comprendida del
niño o niña concretos. Digo comprensiva
en cuanto a contenidos actitudinales; y digo comprendida
en cuanto a contenidos cognitivos.
En estos casos el
trabajo con los progenitores es fundamental. Pues todas las inercias producidas
por el orden sexual juegan contra la buena praxis parental. Es fundamental que
el profesional sea empático con el sufrimiento de los padres, pero que sea
honrado y asertivo en la explicitación de lo que está ocurriendo. De lo que se
ve y de lo que pasa por debajo de lo que se ve.
A mi juicio, es una
mala y dolosa praxis profesional la que llamo “recetar tranquilizantes”. Esto
es: alimentar una esperanza desesperanzadora a base de no enfrentarse con los
hechos o de escudarse en creencias mágicas (como que el tiempo arregla las
cosas, que una adecuada reeducación puede encauzar el asunto, etc.).
Es fundamental el
trabajo centrado en la desculpabilización intrínseca (los padres en mayor o
menor medida siempre se sienten culpables) y en la mejora de los mecanismos
psíquicos de manejo de la culpabilización externa (hagan lo que hagan, siempre
serán culpados; incluso por el propio transexual).
Es importante que
padres y educadores comprendan las dinámicas de tensión -las que antes hemos
llamado competiciones sexantes- entre sexaciones e inducciones sexantes
(internas y externas). Sobre todo para no hipertrofiarlas con su bienintencionada
intervención.
Una última idea, si
efectivamente son transexuales (si hubo transexuación prenatal que afectó el
nivel de egosexuación), cuando antes se produzca la transexación
y las intervenciones transexuantes de reversión, mejor. Tal y como están las
cosas es probable que la primera transexación formal, razonablemente temprana,
de entre las posibles sólo pueda ocurrir en el ámbito estrictamente familiar.
Incluso con cierto secreto; al menos, reserva. Así pues pueden tomarse como
recursos transexantes promovibles los siguientes: un nombre -incluso mote- familiar,
un estilo de ropa, unos determinados accesorios; roles y tareas con
significación sexual en el ámbito familiar, etc., etc., etc.
Notas al texto
1
Advertencia:
En algún sentido este artículo es continuación de Homos
y heteros. Aportaciones para una Teoría de la Sexuación cerebral.
Si en aquel trabajo me centré en la orientación sexual, me dedico ahora a la
identidad sexual. En cualquier caso, tanto allí como aquí hablamos de sexuación
cerebral. He hecho un esfuerzo para, por un lado, no resultar repetitivo a
quienes hayan leído aquella obra; y para, por otro, sí resultar comprensible a
quienes no lo hayan hecho. Después de leerlo por vez última y antes de
entregarlo, creo que los segundos han quedado mejor parados que los primeros.
Lo cual lamento. Espero que me perdonen las reiteraciones - necesarias por otro
lado- y confío compensarles con las modificaciones y mejoras.
2
Puede dirigirse correspondencia al autor en
las siguientes direcciones: Joserra Landarroitajauregi. Centro de Atención a la
Pareja BIKO ARLOAK. C/ Erdikoetxe 1 c, Entrepl. Bilbao 48014. E-mail: biko1@correo.cop.es.
3
En BSTc n° 3, año 2000.
4
Es etiqueta que se usa para definir al
transexual que no desea cirugía de reasignación genital.
5
Mis neologismos se muestran, en su primera aparición,
en versal y con un número entre paréntesis. La versal es para indicar que es
término que propongo. El número es el localizador en el glosario de términos
que he incluído al final.
6
Yo ya usé, irónicamente, este neologismo en
1994. Puede verse en ¿De la Sexología a la
Generología?. BIS, n° 6.
7
Juan Fernández (1996).
8
Quizás convenga aclarar mi posición respecto
a esto. Mi compromiso -científico y también político- es la sexología. Esto es
bastante público y notorio: así que soy un sexologista.
Y esto en tanto que promotor activo de una ciencia articulada e
institucionalizada del sexo y en tanto que persona curiosa que pretende
conocer con rigor las cuestiones relacionadas con el sexo. En este sentido no
sólo no comparto ningún afán abolicionista respecto a ninguna materia sexual
-ni antisexismo, ni antihedonismo, ni antipornografía, ni antierotismo, ni
antisexualismo, ni antiprostitución, ni anticondón, ni ninguna otra.-, sino que
me reconozco abiertamente un anti-abolicionista
sexual. O si se prefiere, en relación a este caso concreto, se me puede definir
como anti-antisexista.
O mejor, aunque esto siempre lleva a equívocos sobre todo si son
malintencionados: soy pro-sexista.
Desde luego tengo un talante “muy a favor”,
una actitud muy fílica y una disposición muy receptiva hacia todo lo relacionado
con el sexo. Incluso el fenómeno de etiquetaje sexual.
9
Los norteamericanos usan esta perífrasis un
tanto cursi -“palabra de cuatro letras”- para decir lo que en castellano
llamamos palabrotas.
10 Puede leerse en Revista de
Española de Sexología n°
1.
11
Amezúa (1999)
12
Puede leerse en Reseña
de Teoría de los sexos en BIS n° 29. Año
2000.
13
Gorski (80), Swaab et
al (1984,1985,1988, 1992 y 1995)
14
Hofman y Swaab (1989), Zhou et
al (1995)
15
LeVay (1991)
16
Diamond (1989), Breedlove (1994 y 1999),
Gorski (1999)
17
Allen et
al (1989 y 1991)
18
MacLusky et
al (1987), Maggi (1987)
19
DeLacoste-Utamsing y Holloway (1983 y 1986),
Fitch et al
(1991).
20
Madeira et
al (1995), Micevych et
al (1992).
21
Kruijver et
al (2000).
22
Han (1999).
23
Mong (1996), McLusky (1981) Shankland (1995).
24
McCarthy et
al (1997), Meisami et
al (1998), Segovia et
al (1996).
25
Hutchison et
al (1997 y 1999), Naftolin (1991, 1994).
26
Dorner (1981, 1983 y 1988), Gooren (1986),
Rodhe et al
(1986), Segarra (1998).
27
Green (1978).
28
Hutchison (1978).
29
Friedman et
al (1974), Girdano et
al (1995).
30
Kimura (1992).
31
LaTorre et
al (1976).
32
Miles et
al (1998).
33
Cohen-Kettenis y van Goozen (1998), Gouchie y
Kimura (1991).
34
Holtzen (1994).
35
Otros autores han usado otras terminologías:
Milton Diamond usó para esto mismo centro de la
elección de objeto sexual y Dorner, centro
de la elección de pareja y también centro
del apareamiento.
36
Por cierto, menor pilosidad corporal no
quiere decir ninguna. Las pieles depiladas de las mujeres occidentales actuales
no son obra del sexo; sino de cremas, ceras, maquinillas, electrones y otros
adminículos.
37
Por razones inexplicables en aquella obra
apareció como inducción
autosexante. Es un error que espero corregir en
otras ediciones, si las hay.
38
Desde luego si la especie es sexuada, que no
todas lo son.
39
Lógicamente suelen ser sujetos de
transexación perinatal aquellos que no son fácilmente alosexa- bles mediante el
mecanismo universal.
40
Se exprese o se omita, la etiqueta gínica es
el modo primus interpares.
41
Perforación transabdominal del útero para la
obtención de líquido amniótico.
42
Llamo ser
sexuable a cualquier sujeto perteneciente a
una especie sexuada.
43
Lo irreversible es el orden, no los sucesos.
Por suerte en este caso -y también por desgracia en otros- podemos -y solemos-
revertir sucesos.
44
Recuérdese que hemos dicho: definitoria
porque establece la frontera sexual entre los colectivos sexuales y asigna cada
elemento a su conjunto sexual; definitiva
por que pretende trascenderse a sí misma (se presume sin final en el tiempo); y
finalística
porque sirve siempre a un mismo fin: filtrar cualquier interacción con los
otros y con uno mismo.
45
Diamond (1977), Dorner (1998).
46
Kruijver, FP., Zhou, JN., Pool, CW., Hofman,
MA., Gooren, LJ. y Swaab, DF. (2000): Male-to- female transsexuals have female
neuron numbers in a limbic nucleus. J. Clin.
Endocrinol. Metab, 85: 2034-41.
47
No siempre. Recuérdese que encabecé este
artículo con una cita de Rusell Reid en este sentido de reconocimiento del
error de alosexación.
48
La mayor parte de esta información
terminológica la tomo de Anne Vitale en Transexualidad Primaria y Secundaria.
Mito y realidad. Puede verse en BSTc
n° 3.
49
Esta terminología se usa frecuentemente en
investigación para evitar equívocos. El primer término indicaría el sexo de
alosexación formal y el segundo el sexo identitario. Aunque realmente el primer
acrónimo indica los caracteres sexuales originales y el segundo los caracteres
sexuales de destino.
50
Nótese que he escrito deseo
sexual con significado absolutamente diferente del
que suele usarse que en realidad es deseo
erótico. Deseo sexual dice -es
intelectualmente humillante tener que aclarar lo que es de perogrullo - del
deseo relacionado con el sexo; y sexo dice de la condición diferencial. Así
que, lógicamente, deseo sexual
se refiere a querer ser de un sexo. Y no a querer hacer un gesto erótico u otro
con alguien o solo.
51 Ver Aspectos médicos del
Desorden de la Identidad de Género en BSTc n° 3, 2000.
52
Wilson, P., Sharp, C. y Carr, S. (1999).
53
Weitze, C. y Osburg, S. (1996).
54
Bakker, A., van Kesteren, PJ., Gooren, LJ.,
Bezemer, PD. (1993).
55
van Kesteren, Gooren y Megens (1996).
56
Landen, M., Walinder, J., Lundstrom, B.
(1996).
57
Landen, M., Walinder, J., Hambert, G. y
Lundstrom, B. (1998).
58
Me resulta
sorprendente constatar que los propios colectivos transexuales no incluyan la
dimensión sexual y la erótica como campos de atención prioritarios en los
protocolos que proponen.
Glosario
de términos
1. Sexación:
etiquetación sexual.
2. Sexar:
clasificar según sexo; asignar etiqueta sexual.
3. Inducción
alosexante: participación activa del objeto sexado en la alosexación que otros
hacen de sí. Manejo de los propios indicadores alosexantes. Normalmente:
subrayado u ocultación de caracteres sexuales.
4. Mecanismos
alosexantes: soportes materiales de la alosexación. Son tres: receptores,
decodificadores y pre-esque- ma sexual.
5. Transexuación:
translación de la dirección sexual típica producida por un suceso
transexuante. Forma especial de la sexuación en la que pueden diferenciarse
dos tramos de sexuación típicos, pero sexualmente discordantes.
6. Objeto
sexado: quien es sexualmente etiquetado.
7. Sujeto
sexante (o sexador): quien realiza la etiqueta sexual.
8. Alosexación:
etiquetación sexual de otros realizada sobre la base de indicadores
alosexantes y usándose criterios alosexantes. Reconocimiento sexual.
9. Criterios
alosexantes: establecimiento de jerarquías para la resolución de incongruencias
entre indicadores alosexantes.
10. Autosexación:
autoetiquetación sexual. Resultante primero de la egosexuación.
11. Inductor
de alosexación: indicador alo- sexante de máxima jerarquía. Esta jerarquía le
es asignada en virtud de los criterios de alosexación.
12. Pre-esquemas
de sexación: mecanismo decodificador -cognitivo o precogniti- vo- que convierte
los estímulos con significado sexual en una etiqueta sexual.
13. Ginizar:
en relación a la sexuación, feminizar.
14. Andrizar:
en relación a la sexuación, masculinizar.
15. Andrógenos:
cualquier agente sexuante con capacidad de andrizar (sea, o no, hormonal).
16. Ginógenos:
agente sexuante con capacidad de ginizar.
17. Ginandria:
referido a los resultantes tanto gínicos como ándricos que el proceso de
sexuación produce siempre en un mismo sujeto.
18. Egogínico:
que se tiene a sí misma por hembra (en relación a la autosexación).
19. Egoándrico:
que se tiene a sí mismo por macho (en relación a la autosexación).
20. Ginerasta:
que siente deseo erótico por hembras.
21. Andrerasta:
que siente deseo erótico por machos.
22. Organización:
uno de los dos modos de operación de la sexuación: transforma definitivamente
una estructura asexuada y sexuable en una estructura sexuada.
23. Activación:
el otro de los dos modos de operación de la sexuación: transforma mudablemente
una estructura sexuada y sexuable en una estructura sexuada más sexuada.
Normalmente usa de un agente sexuante que andriza o del potencial gíni- co por
omisión.
24. Agente
sexuantes: quienes tienen capacidades de producir diferenciación sexual. Son
de cuatro tipos: genéticos, hormonales, neuronales y meméticos.
25. Andrógenos
hormonales: tradicionalmente denominados como andrógenos. Hormonas con acción
masculinizante; normalmente esteroides gonadales.
26. Precursor
dimórfico: tipo de precursor indiferenciado (pre-estructura asexuada y
sexuable) constituido por dos subestructu- ras: la protogínica y la
protándrica.
27. Precursor
intersexual: tipo de precursor indiferenciado (pre-estructura asexuada y
sexuable) constituido por una única estructura protogínica susceptible de
andrizarse.
28. Egosexuación:
nivel de sexuación cerebral que determina la autosexación. Parece que la
estructua neuronal que se sexua es BSTc.
29. Actores
de la alosexación: quienes participan en el acto alosexante. Son dos: sujeto
sexador y objeto sexado. El objeto sexado no es pasivo, participa mediante la
inducción alosexante.
30. Alosexación
informal: acto cotidiano de categorización sexual.
31. Alosexación
formal: acto solemne de categorización sexual con transcendencia pública y
formal.
32. Alosexación
neonatal: sexo de asignación. Se corresponde con el sexo legal.
33. Transexación
perinatal: o también rea- losexación perinatal. Habitualmente denominada como
sexo de reasignación o reasignación sexual. Se refiere a la modificación de la
etiqueta sexual previamente asignada.
34. Alosexación
olímpica: alosexación formal que determina si alguien puede, o no participar
en las modalidades deportivas femeninas.
35. Transexación
legal: o también realosexa- ción judicial. Modificación legal de la etiqueta
sexual en acto jurídico (o administrativo).
36. Transexación:
modificación de la etiqueta sexual previamente asignada.
37. Suceso
transexuante: acción -fisiológica, accidental o incidental- que propicia una
translación de la sexuación típica. Cambio de agujas.
38. Gínico:
etiquetado como femenino (relativo a sexuación).
39. Ándrico:
etiquetado como masculino (relativo a sexuación).
40. Indicadores
alosexantes: estímulos con significado sexual (normalmente caracteres
sexuales) sobre los cuales opera la alosexación.
41. Protogínico:
Material primigenio, aún no sexuado pero sexuable, que tiene un potencial
sexuante gínico.
42.
Protándrico: Material primigenio, aún no
sexuado pero sexuable, que tiene un potencial sexuante ándrico.
Referencias
Allen,
LS. et al
(1991): Sexual dimorphism of the anterior comisure and massa intermedia of the
human brain. Journal of
Comparative Neurology 312: 97-104.
Allen,
LS., Hines, M., Shyrne, JE. y Gorski, RA. (1989): Two sexually dimorphic cell
groups in the human brain. Journal of
Neuroscience 9: 497-506.
Amezúa,
E. (1979): La sexología como ciencia: esbozo del Hecho Sexual Humano. Revista
de Sexología, n° 1.
-
(1999): Diez textos breves. Revista
Española de Sexología n° 91.
-
(1999): Teoría de los sexos: La letra pequeña
de la sexología. Revista de sexo-
logía, 97-98.
Bakker,
A., van Kesteren, PJ., Gooren, LJ. y Bezemer, PD. (1993): The prevalence of
transsexualism in the Netherlands. Acta
Psychiatrica Scandinavica, 87: 237-238.
Beach,
F.A. (comp). (1977): Human sexuality in
Four Perspectives. Baltimore University
Press.
Benjamin,
H. (1966): The transsexual phe-
nomenon. Nueva York. Julian Press.
Blanchard,
R (1989): The classification and labeling of nonhomosexual gender dysp- horias.
Archives of Sexual Behaviour,
18: 315-334.
Botella
Llusía y Fdez. Molina. (eds). (1998): La
evolución de la sexualidad y los estadios intermedios.
Madrid. Ed. Díaz de Santos.
Breedlove,
SM. (1994): Sexual differentiation of the human nervous system. Annual
Review of Psychology, 45: 389-418
Breedlove,
SM. et al
(1999): The Orthodox View of Brain Sexual Differentiation. Brain,
behavior and evolution, 54:8-14.
Cohen-Kettenis,
PT. y Gooren, LJ. (1999): Transsexualism: a review of etiology, diagnosis and
treatment. J Psychosom Res,
46: 315-333
Cohen-Kettenis,
PT. y van Goozen, SH.
(1997)
: Sex reassigment of adolescent transsexuals:
a follow-up study. J Am Acad Child
Adolesc Psychiatry, 36: 263271.
-
(1998): Pubertal delay as an aid in diagnosis
and treatment of a transsexual ado- lescent. Eur
Child Adoles Psychiatry, 7: 246-248.
Cohen-Kettenis,
PT., van Goozen, SH., Doorn, CD. y Gooren, LJ. (1998): Cognitive abi- lity and
cerebral lateralization in transsexuals. Psychoneuroendocrinolgy,
23: 631641.
Cooke,
B. et al
(1998): Sexual differentiation of the vertebrate brain: principles and
mechanisms. Frontiers in
Neuroendo- crinology, 19: 323-362.
Daskalos,
CT. (1998): Changes in the sexual orientation of six heterosexual male-to-
female transsexuals. Arch Sex Behav,
27: 605-614.
DeLascoste-Utamsing,
C. y Holloway, R.L. (1983): Sexual dimorphism in the human corpus callosum. Science,
216, 14311432.
-
(1986): Sex differences in the fetal human
corpus callosum. Human Neurobiology,
5: 93-96.
Diamond,
M (1997): Sex reassigment at birth. Long-term review and clinical implications.
Archives of Pediatry and Adolescent Medicine,
151: 298-304
-
(1989): Sex and the cerebral cortex. Biological
Psychiatry, 25: 823-825
-
(1977): Human sexual development: biological
foundations for social development. En Beach, F.A. (comp) Human
sexuality in Four Perspectives. Baltimore.
University Press.
Dorner
y otros (1998): Aspectos etiológicos de la homosexualidad y la transexuali- dad.
En Botella Llusia y Fernández de Molina (Eds). La
evolución de la sexualidad y los estadios intermedios. Madrid.
Ed. Díaz de Santos.
Dorner,
G. et al
(1991): Gene -and enviro- ment- dependent neuroendocrine etioge- nesis of
homosexuality and transexua- lism. Experimental
and Clinical Endo- crinology, 98: 141-150.
Dorner,
G. (1988): Neuroendocrine response to estrogen and brain differentiation in
hetero- sexuals, homosexuals, and transsexuals. Archives
of Sexual Behavior, 17: 57-75.
Dorner,
G. et al
(1983): On the LH response to oestrogen and LH-RH in transsexual men. Experimental
and Clinical Endo- crinology, 82: 257-267.
Dorner,
G. (1981): Sex hormones and neuro- transmitters as mediators for sexual differentiation
of the brain. Endokrinologie,
78: 129-38.
Fernández,
J. (1996): Varones y Mujeres. Desarrollo de la doble realidad del
sexo y el género.
Madrid. Pirámide.
Fitch,
RH. et al
(1991): Corpus callosum: ovarian hormones and feminization. Brain
Research, 542: 313-317
Friedman,
R., Richard, R. y Vande, R. (comp). (1974): Sex
differences in beha- vior. Nueva York. John
Wiley.
Giordano,
G., Giusti, M. (1995): Hormones and psychosexual differentiation. Minerva
Endocrinologica, 20: 165-193.
Gooren,
LJ. y Cohen-Kettenis, PT. (1991): Development of male gender iden- tity/role
and a sexual orientation towards women in a 46,XY subject with an incomplete
form of the androgen insensi- tivity syndrome. Archives
of Sexual Behavior, 20: 459-470.
Gooren,
LJ. (1990): The endocrinology of transsexualism: a review and commentary. Psychoneuroendocrinology,
15: 3-14.
-
(1986): The neuroendocrine response of
luteinizing hormone to estrogen administra- tionin heterosexual, homosexual and
trans- sexual subject. Journal of Clinical
Endocrinology andMetabolism, 63: 583-588.
-
(1984): Sexual dimorphism and transse-
xuality: clinical observations. Prog Brain
Res, 61: 399-406.
Gorski,
RA. (1999): Development of the cerebra cortex: XV. Sexual differentia- tion of
the central nervous system. Journal of
American Academic of Child andAdolescentPsychiatry,
38: 344-346.
Gorski,
RA. et al
(1980): Evidence for a morphological sex difference within the medial preoptic
area of the rat brain. Journal of
Comparative Neurology, 193: 529-539.
Gouchie,
C. y Kimura, D. (1991): The rela- tionship between testosterone levels and
cognitive ability patterns. Psychoneu-
roendocrinology, 16: 323-334.
Green,
R. y Keverne, EB. (2000): The disparate maternal aunt-uncle ratio in male
transsexuals: an explanation invoking genomic imprinting. J
Theor Biol, 202: 74-80.
Green,
R. (1978): Sex-dimorphic behaviour development in the human: prenatal hor- mone
administration and postnatal. Ciba
Foundation Symposyum, 14-16: 59-80.
Han,
TM. et al
(1999). Neurogenesis of galanin cells in the bed nucleus of the stria
terminalis and centromedial amyg- dala in rats: a model for sexual differen-
tiation of neuronal phenotype. Journal of
Neurobiology, 38: 491-498.
Hofman,
MA. y Swaab, DF. (1989): The sexually dimorphic nucleus of the preop- tic area
in the human brain: a comparative morphometric study. Journal
of Anatomy, 164: 55-72.
Holtzen,
DW. (1994): Handedness and sexual orientation. Journal
of Clinical and Experimental Neuropsychology,
16: 702-712.
Hu,
S. et al
(1995): Linkage between sexual orientation and chromosome Xq28 in males but not
in females. Nat Genet;
11: 248-256.
Hutchison,
JB. et al
(1999): Steroid metaboli- sing enzimes in the determination of brain gender. Journal
of Steroid Biochemistry and Molecular Biology,
69: 85-96.
-
(1997): Sex differences in the regulation of
embryonic brain aromatase. Journal of
Steroid Biochemistry and Molecular Biology, 61: 315-322.
Hutchison,
JB. (comp). (1978): Biological
Determinats of Sexual Behavior. Nueva York.
Jonh Wiley & Sons.
Kaplan,
HI., Freedman, AM. y Sadock, BJ. (eds). (1980): Comprehensive
Textbook of Psychiatry. Baltimore. Williams
& Wilkins. Vol 2.
Katchadourian.
(comp). (1983): La sexualidad
humana: un estudio comparativo de su evolución.
México. Fondo de Cultura Económica.
Kesteren,
Gooren, y Megens (1996): An epi- demiological and demographic study of
transsexuals in The Nederlands. Arch Sex
Behav, 25: 589-600.
Kimura,
D. (1992): Sex differences in the brain. Science
American, 267: 118-125
Kruijver,
FP., Zhou, JN., Pool, CW., Hofman, MA., Gooren, LJ. y Swaab, DF. (2000):
Male-to-female transsexuals have female neuron numbers in a limbic nucleus. J
Clin Endocrinol Metab, 85: 2034-41.
La
Torre, RA., Gossmann, Y. y Piper, WE. (1976): Cognitive style, hemispheric spe-
cialization, and tested abilities of transse- xuals and nontranssexuals. Perceptual
and Motor Skills; 43.719-22.
Landarroitajauregi,
J. (2000): Homos y hete- ros. Aportaciones para una teoría de la sexuación
cerebral. Revista española de
sexología n° 97-98.
-
(1996): El castillo de Babel o la construcción
de una sexología del hacer y una generología del deber ser. Anuario
de Sexología, 2: 5-32.
Landen,
M., Walinder, J., Hambert, G. y Lundstrom, B. (1998): Ifactors predictive of
regret in sex reassignment. Acta
Psychiatrica Scandinavica, 97: 284-289.
Landen,
M., Walinder, J. y Lundstrom, B.
(1996)
: Incidence and sex ratio of trans- sexualism
in Sweden. Acta Psychiatrica
Scandinavica, 93: 261-263
Langevin,
R. (Comp). (1985): Erotic Pre- ference, Gender Identity and
Agression in Men: New Research Studies. Nueva Jersey. Lawrence Erlbaum Associates.
Lawrence,
AA. (1999): Changes in sexual orientation in six male-to-female transsexuals. Arch
Sex Behav, 28: 581-583.
Levay,
S. (1991): A difference in hypotha- lamic structure between heterosexual and
homosexual men. Science,
253: 1034-1037.
LeVay,
S. (1995): El cerebro sexual. Madrid.
Alianza editorial.
Levine,
SB. y Lothstein, L. (1981): Transsexualism or the gender dysphoria syndromes. Journal
of Sex and Marital Therapy, 7: 85-113.
Liaño,
H. (1994): Cerebro de hombre,
cerebro de mujer. Barcelona.
Liberduplex.
Lucas
Matheu, M. (1986): Los procesos de sexuación: niveles biológicos.
Revista de sexología, n° 25.
-
(1991): Invitación a una sexología evolutiva.
Revista de Sexología,
n° 46-47.
MacLusky,
NJ. et al
(1987): Estrogem for- mation in the mammalian brain: possible role of aromatase
in sexual differentia- tion of the hippocampus and neocortex. Steroids,
50: 459-474.
Madeira,
MD. et al
(1995): Sexual dimorp- hism in the mammalian limbic system. Progress
in Neurobiology, 45: 275-333.
Maggi,
A. et al
(1987): Sexual differentiation of mammalian frontal cortex. Life
Science, 40: 1155-1160.
McCarthy,
MM. et al
(1997): Excitatory neurotransmission and sexual differentia- tion of the brain.
Brain Research Bulletin,
44: 487-95.
McLusky,
NJ. y Naftolin, F. (1981): Sexual differentiation of the central nervous sys-
tem. Science,
211: 1294-1303
Meisami,
E. et al
(1998): Structure and diversity in mammalian accessory olfa- tory bulb. Microscopics
Research Techniques, 43: 476-499.
Meyenburg,
B. (1999): Gender identity disor- der in adolescence: outcomes of psychot-
herapy. Adolescence,
34: 305-313.
Meyer-Bahlburg,
HF. (1982): Hormones and psychosexual differentiation: implications for the
management of intersexuality, homosexuality and transsexuality. Clinics
in Endocrinology and Metabolism, 11: 681-701.
Micevych,
P. et al
(1992): Development of the limbic-hypothalamic cholecystokinin circuit: a model
of sexual differentiation. Developmental
Neuroscience, 14: 11-34.
Migeon,
CJ. y Wisniewski, AB. (1998): Sexual differentiation: from genes to gender. Hormone
Research, 50: 241-251.
Miles,
C. Green, R. Sanders, G. y Hines, M.
(1998)
: Estrogen and memory in a transse- xual
population. Horm Behav,
34: 199-208.
Moir,
A. y Jessel, D. (1991): El sexo en el
cerebro. Madrid. Planeta.
Money,
J. y Ehrhardt, A. (1982): Desarrollo de la sexualidad humana.
Diferenciación y dimorfismo de la identidad de género. Madrid. Morata.
Money,
J. (1987): Sin, sickness, or status? Homosexual gender identity and psycho-
neuroendocrinology. American Psycho-
logist, 42: 384-99.
-
(1985): Gender: history, theory and usage of
the term in sexology and its relationship to nature/nurture. Journal
of Sex and Marital Therapy, 11: 71-9.
Mong,
JA. et al
(1996): Evidence for sexual diferentiation of glia in rat brain. Hormones
and Behavior, 30: 553-562.
Naftolin,
F. (1994): Brain aromatization of androgens. Journal
of Reproductive Medicine, 39: 257-261.
Naftolin,
F. et al
(1991): The apparent para- dox of sexual differentiation of the brain. Contrib
Gynecol Obstet, 98: 111-121.
Oomura,
Y., Aou, S., Koyama, Y. y Yoshimatsu, H. (1988): Central control of sexual
behavior. Brain Research
Bulletin, 20: 863-870.
Person,
E. y Ovesey, L. (1974a): The transse- xual syndrome in males. I Primary
transse- xualism. Am JPsychotherapy,
28: 174-193.
-
(1974b): The transsexual syndrome in males.
II Secundary transsexualism. Am J
Psychotherapy, 28: 4-20
Reid,
RW. (2000): Aspectos médicos del Desorden de la Identidad de Género en BSTc
n° 3.
Rohde,
W., Uebelhack, R. y Dorner, G. (1986): Neuroendocrine response to oes- trogen
in transsexual men. Monographs in Neural
Sciences, 12: 75-78.
Rohleder,
H. (1901): Vorlesungen uber Geschlechtstrieb und Geschlechtsleben den Menschen.
Fischers medizinische Buchhndlung.
Berlín.
Segarra,
AC. et al
(1998): Sex differences in estrogenic regulation of preproenkepha- lin mRNA
levels in the medial preoptic area of prepubertal rats. Brain
Research Molecular Brain Research, 60: 133-139.
Segovia,
S. et al
(1996): Searching for sex differencesin the vomeronasal pathway. Hormones
and Behavior, 30: 618-626.
Shankland,
M. (1995): Formation and specifi- cation of neurons during the development of
the leech central nervous system. Journal of
Neurobiology, 27: 294-309.
Slabbekoorn,
D., van Goozen et al
(2000): The dermatoglyphic characteristics of trassexuals: is there evidence
for an organizing effect of sex hormones. Psychoneuroendocrinology,
25: 365-375.
-
(1999): Activating effects of cros-hormo- nes
on cognitive functioning: a study of short-term and long-term hormone effects
in transsexuals. Psychoneuroendocrinology,
24: 423-447.
Stoller,
RJ. (1980): Gender identity disorders. En Kaplan, HI, Freedman, AM, Sadock, BJ
(eds). Comprehensive
Textbook of Psychiatry. Baltimore. Williams
& Wilkins. Vol 2.
Swaab,
DF. (1995): Sexual differentiation of the human hypothalamus in relation to
gender and sexual orientation. Trends in
Neurosciences, 18: 264-270.
Swaab,
Hofman y Gooren (1992): The human hypothalamus in relation to gen- der and
sexual orientation. Progress in Brain
Research, 93: 205-219.
Swaab,
DF. y Hofman, MA. (1988): Sexual differentiation of the human hypothala- mus:
ontogeny of the sexually dimorphic nucleus of the preoptic area. Brain
Research. Developmental Brain Research, 44: 314-318.
Swaab,
DF. y Fliers, E. (1985): A sexually dimorphic nucleus in the human brain. Science,
228: 1112-1114.
Swaab,
DF. y Hofman, M.A. (1984): Sexual differentiation of the human brain. En De
Vries, G.J y otros (comp) Progress in
Brain Reseach. Amsterdam.
Elsevier.
Vilain,
E. et al
(1998): Mammalian sex deter- mination: from gonads to brain. Molecular
Genetics andMetabolism, 65: 74-84.
Vitale,
Anne. (2000): Transexualidad Primaria y Secundaria. Mito y realidad en BSTc
n° 3.
Weitze,
C. y Osburg, S. (1996): Trasse- xualism in Germany: empirical data on
epidemiology and application of the German Transsexuals'Act during its first
ten years. Arch Sex Behav,
25: 409425.
Wilson,
GD. (1979): The sociobiology of sex differences. Bulletin
of the Brithish Psychological Society, 32, 350-353.
-
(comp). (1987): Sexuality:
Research and Theories. Londres. Croom
Helm.
Wilson,
P., Sharp, C. y Carr, S. (1999): The prevalence of gender dysphoria in
Scotland: a primary
care study. Br J Gen Pract,
49: 991-992.
Yokosuka,
M. et al
(1997): Postnatal deve- lopment and sex difference in neurons containing
estrogen receptor-alpha immu- noreactivity in the preoptic brain, the
diencephalon, and the amygdala in the rat. Journal
of Comparative Neurology, 389: 81-93.
Zhou,
JN., Hofman, MA., Gooren, y LJ. Swaab, DF. (1995): A sex difference in the
human brain and its relation to transsexuality. Nature,
378: 68-70.
Zucker,
KJ., Bradley, SJ. y Sanikhani, M.
(1997)
: Sex differences in referral rates of
children with gender identity disorder: some hipotheses. JAbnorm
Child Psychol, 25: 217-227.
Mercedes
García Ruiz *, Ricardo
de Dios del Valle **
* Sexóloga.
Psicóloga. C/Las Eras 16. San Claudio. 33191 Oviedo. E-mail: mgarcia@correo.cop.es
** Sexólogo. Médico. C/Avda Torrelavega 62-3°
G. 33010 Oviedo. E-mail: ricardodios@jazzfree.com
La transexualidad es
un fenómeno que ha puesto en entredicho los conocimientos actuales sobre el
proceso de sexuación del ser humano y más concretamente sobre la identidad
sexual. A lo largo de este artículo pretendemos exponer una revisión de los
conocimientos actuales sobre el tema, incluyendo desde una perspectiva
histórica, hasta una definición del problema, así como los intentos de explicar
las causas de la transexualidad, cómo diagnosticarla y que ofertas terapéuticas
existen en la actualidad. Creemos que este tema es de gran interés para los
sexólogos ya que puede ser una problemática a la que enfrentarse en la práctica
clínica diaria y, por otro lado, sigue constituyendo un reto para la
investigación en el campo de la sexología.
Palabras
clave: Transexualidad, revisión, sexología.
TRANSEXUALISM:
AN ACTUALITY REVIEW
Transexualism
is a phenomenum that has moved the actual knowlegments about the sexua- tion
process in human being, and, especially, about the sexual identity. The aim of
this arti- cle is to review the actual knowlegments about this concern
incluiding the history, the concept of this problem, and some explanations
about the transexualism's causes, how to diagnose it and the actual treatments.
Authors know the interest of this concern for sexologists becau- ses this can
be a problem in the daily practice. However this is a challenge for research in
sexology.
Keywords:
Transexualism, review, sexology.
La transexualidad en
la historia
Friedreich (1830) ya
describía el caso de hombres que tenían la “ilusión” de ser mujeres. Esquirol
(1845), Westphal (1869) y Krafft- Ebing (1884) describieron fenómenos que
tenían algunos aspectos de la transexualidad. Marcusse en 1916 describe un tipo
de inversión psicosexual que se caracterizaba por buscar un cambio de sexo.
En 1931, Abraham describe el primer caso de un paciente sobre el que se
realiza una intervención quirúrgica de reasignación de sexo. El término fue
utilizado en primer lugar por Cauldwell en 1950 y popularizado por Harry
Benjamin durante los años sesenta. Pero ya tenemos referencias anteriores de
personas transexuales. Así, James Barry (1795-1865), cirujano de la Armada
inglesa, que a su
muerte proclamó que era una mujer. Otro caso notorio fue el de William Sharp
(1855-1905), que en la última década de su vida se hizo llamar “Fiona MacLeod”,
y comenzó a escribir con este nombre dando a conocer su verdadera identidad a
su muerte. La doctora Mary Walker sirvió en el ejército de los Estados Unidos
en la guerra civil y reclamó en el Congreso el derecho a llevar pantalones,
sufriendo gran exclusión social por vestirse con el traje masculino. Charles
Durkee Pankhurst conducía diligencias entre ciudades del oeste americano a
finales del siglo XIX; a su muerte se supo que era una mujer. Havelock Ellis
recogió también diversos ejemplos de transexuales femeninas. Estos casos y
muchos otros existentes en la literatura de todo el mundo nos
demuestran que la transexuali- dad ya existía mucho antes de que la cirugía
permitiese el cambio de sexo. No debemos olvidar que en los casos expuestos
anteriormente y en otros descritos en la literatura no se puede diferenciar
fácilmente la transexua- lidad y el travestismo. Muchas personas se atrevieron
a vivir como personas de otro sexo sin cirugía de reasignación y sin otras
ayudas terapéuticas, intentando ser felices, aunque viviendo siempre con el
miedo a ser descubiertos (Bullough, V., 1998).
¿Qué
entendemos por transexualidad?
El término
travestismo se debe a Hirschfeld que publica en 1910 “Die travestitm: eina
untersuchung üb |