EN EL XXX ANIVERSARIO DE HUMAN SEXUAL INADEQUACY:
LA TERAPIA SEXUAL DE MASTERS Y JOHNSON DESDE EL MARCO DE LA SEXOLOGÍA: CONCEPTO Y CLAVES BÁSICAS

 

Efigenio Amezúa *

* Director de los Estudios de Postgrado de Sexología.

Instituto de Sexología-Universidad de Alcalá. C/Vinaroz, 16. 28002 Madrid. E-mail: incisex@incisex.com

 

 

El autor parte de la base de que la Terapia sexual creada por Masters y Johnson ha supuesto una revolución sin precedentes en el tratamiento de los problemas sexuales. Igualmente que el objetivo de la misma no ha sido sólo curar sino también, y sobre todo, mostrar un nuevo modelo de ars amandi entre los sexos. Con ello la Sexología cubrió su gran carencia relati­va a la intervención terapéutica. El fenómeno de la Terapia sexual de Masters y Johnson ha generado imitaciones y versiones desde otras disciplinas. Pero el marco de la Sexología es aquel desde el cual ha ofrecido su más rica contribución. Desde este marco se ofrecen su concepto y claves básicas.

 

Palabras clave: Intervención en Sexología, Terapia sexual, Masters y Johnson, Ars amandi.

 

ON THE 30TH ANIVERSARY OF HUMAN SEXUAL INADEQUACY: MASTERS & JOHNSON'S SEX THERAPY FROM THE SEXOLOGICAL FRAMEWORK: CONCEPT AND BASIC CLUES

 

The author starts from the assumption that the Sex Therapy created by Masters and Johnson has been an unparalleled revolution in the treatment of sex problems. Likewise, treatment been not been the only aim, showing a new pattern of ars amandi between the sexes has been an objective too. Sexology has met the need related to the intervention in therapy. Masters and Johnson's Sex Therapy has generated imitations and versions from other disciplines. But it is within the framework of Sexology where the richest contribution has been made. It is indeed from this framework where the concept and basic clues are offered.

 

Keywords: Intervention in Sexology, Sex Therapy, Masters and Johnson, Ars amandi.

 

 

Introducción

Se cumplen este año tres décadas -fue exactamente en 1970-, desde que William Masters y Virginia Johnson, los más impor­tantes científicos de la Sexología en el últi­mo tercio del siglo XX, pusieron a punto el dispositivo terapéutico más innovador para el tratamiento de las dificultades comunes en las relaciones entre los sexos. La obra con la que todo empezó fue Human Sexual Inadequacy1. Hasta entonces la mayoría de estas dificultades no habían tenido arreglo o lo tenían, en parte, tras un enorme trabajo de larga y costosa duración. Por el contrario, el nuevo hallazgo ofrecía brevedad y facilidad,

dos cualidades suficientes para convertir su oferta en una referencia imprescindible.

En términos técnicos, se conoce esta nueva fase como la era de la Terapia sexual. En términos más amplios -y de mayor interés para todos- se trata, no sólo de poder contar con el arreglo o solución de una serie de problemas, por muchos que éstos sean en términos cuantitativos, sino del salto cualita­tivo que inaugura un nuevo ars amandi entre los sexos. Si el primer descubrimiento fue innovador por lo que se refiere a la clíni­ca, el segundo lo ha sido aún mayor por sus repercusiones en la educación y en la cultura de los sexos.


Se ha dicho que la forma más eficaz de arreglar problemas es su prevención. Pero sería muy poco quedarse en esta afirmación referida al ars amandi nuevo. Se trata en realidad de una de las innovaciones de la Terapia sexual, al constatar no sólo la forma común de producirse los problemas, sino el cómo de sus soluciones. Dar, pues, protago­nismo a este nuevo ars amandi de los suje­tos es una cuestión tan importante o más que tratar de resolver los problemas creados por el anterior. Dicho de otra manera: la Terapia sexual y el nuevo ars amandi han nacido y crecido juntos. Por ello no es de extrañar que tengan tantos puntos en común. Y se ha dado poco interés a esta coincidencia.

Por otra parte, tras el producto de Masters y Johnson, se pusieron también en circula­ción una serie de imitaciones y réplicas. Por ejemplo, las de Kaplan, LoPiccolo, Annon, etc, llamadas también terapia sexual, si bien, como Masters y Johnson han afirmado al cabo de los años, existen diferencias tanto entre ellas -algunas sustanciales-, como entre ellas y el modelo que les dio origen.

Por ello nos parece interesante volver al modelo original y plantear su concepto de Terapia sexual, así como las que considera­mos sus claves básicas. Como sucede con todo fenómeno, cuando se mezcla con otros, se transforma y, con frecuencia, se enriquece.

Y   también se adultera, se diluye y difumina.

Partimos de la base de que Masters y Johnson idearon la Terapia sexual en el marco del hecho de los sexos, que es el de la Sexología. O, mejor dicho, si en el comienzo de sus investigaciones, no fue así, pronto descubrieron que éste era el gran filón. En otro lugar nos hemos detenido en el desarro­llo de este planteamiento2. De ahí el interés de situar el eje central en torno al cual se articula esta clase de terapia: el factor sexual.

 

I. Conceptos: el factor sexual

Las bases teóricas de la Terapia sexual -como, por su parte, las del ars amandi- operan desde un quicio conocido y nombra­do como factor sexual. Aclarar qué es y en qué consiste este factor sexual, esta función sexual, esta dimensión sexual, es una cues­tión de conceptos, sin los cuales no pueden entenderse ni las claves básicas de las que se parte ni las estrategias que, a su vez, se deri­van de ellas, tal como serán desarrolladas en los capítulos siguientes. Por eso empezare­mos por él.

 

Un concepto falseado

La gran divulgación -y de ahí el lenguaje de uso- nos ha acostumbrado a convivir con un error básico del que se derivan un sinfín de otros errores. Como este error de partida se ha extendido tanto se diría que todos lo han dado por incorregible y así sigue. Pero resulta que ese error no puede ya mantenerse si se quiere entrar a fondo y explicarse algo de este universo sexual que es el universo de los sexos con una cierta coherencia. En fases anteriores se dijo que no era el momento por estar todos empleados en un discurso permi­sivo, o de moral, en el que no cabían otras preocupaciones. Ahora que la permisividad se ha instalado, puede que sea el momento de profundizar más en ello y dar este otro paso. Es el paso de la moral normativa -sea represiva o permisiva- a la epistemología y el conocimiento.

¿En qué consiste este error? En realidad el hecho es tan simple de entender como farragoso y tedioso de explicar por la canti­dad de equívocos acumulados. Si vamos por el lado simple, se trata de que la noción de sexo que se ha extendido no coincide con la que es. Así de sencillo. Se trata de un con­cepto falseado. La noción que la gran divul­gación -la de los grandes titulares- ha difun­dido y mantenido consiste en lo que, de anti­guo, tuvo el nombre de concupiscencia, las­civia o lujuria -el de libido, no ha estado exento de responsabilidad en ello, a su manera, como el de instinto- y que, por la moral en vigor durante siglos, fue legada como sinónimo de vicio o, técnicamente, en la terminología cristiana, fomes peccati y fornicación. Esta operación fue iniciada en el siglo XIX pero tomó fuerza y extensión masiva a lo largo del XX.

Donde se decía “apetito carnal desorde­nado” o “deseo de fornicación” -póngase un largo etcétera- se superpuso el sustantivo sexo y su adjetivo sexual. Esta argucia tuvo éxito, especialmente porque resultaba anti­cuado seguir usando aquel “horrible lengua­je” y, a su vez, quedaba cada vez más esnob, más acorde con los tiempos, decir o escribir sexual en lugar de lujurioso, libidi­noso o lascivo. En la segunda mitad del siglo XX esta terminología ha quedado ya en desuso.

Resultaría hoy ya insoportable ofrecer una actividad docente sobre “Fornicación sanitaria” en lugar de llamarla “Educación sexual”. Y sin embargo una gran parte de esa educación centrada en la práctica del sexo no es sino la trasposición de aquel con­cepto bajo este otro lenguaje. En todo caso el equívoco habría quedado sólo del lado de la moral si no hubiera sido porque, con la generalización de esa noción de sexo, se logró también que perdurase la otra del viejo sistema científico conocida de atrás como locus genitalis, tan vinculada con la anterior durante siglos. Nos referimos a la noción de las ciencias naturales desde Aristóteles, Hipócrates, Galeno y, tras ellos, la tradición que hizo de uno de los sexos el locus repro­ductor por excelencia y por definición, hoy sustituido por el locus del placer.

De esta forma las dos tradiciones -la de la fornicación y la del locus genitalis, es decir la de la moral antigua y la científica del viejo modelo- formaron un núcleo com­pacto frente a las posibilidades epistemoló­gicas del concepto moderno de sexo y de su valor explicativo y comprensivo, que es donde reside su gran innovación y su rique­za, como tal concepto que da cuenta de la identidad de ambos sexos por igual como sujetos y con independencia de sus funcio­nes asignadas por la naturaleza o por las mores. Es precisamente este moderno para­digma de los sexos el que inaugura el nuevo ars amandi.

 

Paradigma sexual versus “mero sexo"

Se ha confundido tanto el sexo con la reproducción y el placer que se ha terminado por olvidar su misma entidad epistemológi­ca. El dato puede haber resultado nimio, pero sabemos que no lo es. Y es que la reproducción, el placer y el sexo son tres conceptos y no dos. Con frecuencia se aso­cia la noción de sexo con la reproducción o con el placer. Se da incluso como probado que el sexo sirve para la reproducción y para el placer. Y se olvida que, así como la fun­ción reproductora sirve para reproducir y la del placer sirve para disfrutar, la función sexuante -que no es ninguna de las anterio­res sino una previa a ellas, y distinta- tiene su fin propio como corresponde a la sexua- ción y la sexualidad de los sujetos. El para­digma moderno del hecho de los sexos ha abierto este horizonte con el que se inician las mayores innovaciones a las que hemos asistido.

A partir de ese quid pro quo -de esta serie de equívocos y confusiones entre los mismos conceptos-, lo que la divulgación ha extendido es que el sexo es “lo que se hace con los genitalia" o, en todo caso, lo que se refiere a su ejercicio. De ahí las expresiones de uso tales como “hablar de sexo”, “hacer el sexo”, “practicar el sexo”, “el sexo segu­ro”, “el mero sexo”, o simplemente “el sexo”. Y es preciso insistir: el mantenimien­to de ese equívoco de fondo no da ya más de sí, por muchos circunloquios o giros del len­guaje de los que “ese sexo” sea acompañado o con los que se trate de llenar ese vacío o de obviar esos equívocos permanentemente arrastrados.

Esta operación de vaciado del concepto explicativo y de su reducción a una práctica ha sido reforzada por una igualmente sesga­da educación sexual que, partiendo del anti­guo modelo del locus genitalis, se ha dedi­cado a extender fórmulas y tópicos sobre ese locus y su práctica, en lugar de divulgar un conocimiento de los sexos en el que sus genitalia tienen otra dimensión a partir de los sujetos como tales sujetos sexuados.

Un concepto es verdadero o falso cuan­do se adecua o no a lo que de hecho signifi­ca y cuando explica lo que le corresponde explicar. Y con una noción de sexo que no corresponde, mal podemos entendernos en la cadena de realidades que se derivan de ella. Lo que los sujetos buscan y desean son rela­ciones sexuadas con el otro que es sexuado y por el hecho de ser sexuado. Las claves de esas complejidades están hoy en el paradig­ma de los sexos y no en el antiguo locus genitalis. La lógica y el conocimiento que interesan a los sujetos para poder aclararse no es la de ese sexo al que se les ha impelido y constreñido, sino la lógica y el conoci­miento de los sujetos sexuados y en la que los genitalia, como veremos, son órganos terminales y no de su organización. En esa lógica y ese conocimiento puede entenderse y explicarse su ars amandi que tiene muy poco que ver con la llamada “práctica del sexo” o “el mero sexo”, incluso con el recur­so a la noción de amor para contraponerlo al sexo que es, como veremos más adelante, la forma más conclusiva, si cabe, de mantener la noción de sexo en su más bajo nivel de contenido como “sexo, sólo sexo”, o sea, “mero sexo”.

 

El concepto moderno

El concepto moderno de sexo, tal como se inicia -hace ahora unos doscientos años- tras la Ilustración, es decir, tras el estableci­miento y consolidación de la Época Moderna, es el que da cuenta de cómo los sujetos son o llegan a ser de uno o de otro de los dos sexos en los que se configura la con­dición humana. Y es esa condición humana la que se vive, la que desea vivirse, en rela­ción. Ni el instinto de reproducción ni el ali­ciente del placer han sido capaces de respon­der a esa llamada de los sexos para convivir.

Por esta vía entró el concepto y en ella siguió y sigue, de hecho, por más que una serie de equívocos hayan tratado de llevarlo en otra dirección.

La historia de este proceso es larga y compleja y por eso podemos ahorrárnosla. Pero es importante, al menos, observar que así como la reproducción tuvo y tiene sus términos y conceptos propios, y el placer tuvo y tiene también los suyos, es importan­te, decimos, no neutralizar ni anular la sexuación de estos sujetos -y por lo tanto su sexualidad-, es decir, el hecho de cómo éstos se configuran y se viven como tales sujetos sexuados, con todas sus consecuen­cias que son muchas, por cierto; entre otras, sus maneras de desear y convivir como posi­bles amantes que se encuentran según, de hecho, ellos mismos buscan y desean.

Por otra parte, no es ya presentable que quienes en tantos campos del conocimiento han dado pasos tan avanzados sigan con éste en su nivel arcaico. La cuestión no reside, pues, como tantas veces se dice todavía, en los problemas sexuales como problemas del sexo, sino en el hecho de los sexos. Éstos incluyen aquéllos, pero no a la inversa. Y sólo desde este marco podrán ser explicados o entendidos muchos factores que, de otra forma, resultan inexplicables con una míni­ma lógica y coherencia.

Tomando, pues, este concepto de sexo en serio, la Terapia sexual ha elevado el factor sexual -la dimensión de los sexos, pues eso y no otra cosa quiere decir sexual- a su punto de partida, a su comienzo. Más aún: al lugar epistemológico que le es propio. Y desde él ha tratado de actuar. Sus claves básicas no residen en el locus genitalis, ni siquiera en el cerebro, como algunos han propuesto en un voluntarioso intento de salir de la obsesión por la entrepierna, sino en el mismo factor sexual, es decir en el nuevo paradigma del hecho de los sexos. Se com­prende así cómo, más que de pareja, como se ha entendido también voluntariosa y sim­plonamente -moralizadoramente- a la

Terapia sexual, de lo que se trata es de un enfoque radical, de raíz, desde el marco de

los sexos.

 

El nuevo sistema de valores sexuales

Una de las consecuencias de este princi­pio es lo que Masters y Johnson, tanto en sus Escritos mayores como, y sobre todo, en sus Escritos menores, han llamado “el nuevo sistema de valores sexuales”. Sin duda una enorme cantidad de cambios sociales y cul­turales resultan hoy ya patentes. Pero este nuevo sistema de valores tiene su quicio y gira, por tanto, en torno al mismo factor sexual, lo que no resulta ya tan evidente. Nuevos equívocos se han encargado de difu- minarlo de muy diversas formas.

Por ejemplo, un sector del feminismo teórico de las últimas décadas ha tratado de salir de esos equívocos, si bien por otros motivos, cortando por lo sano y recurriendo a otro sentido y lenguaje: el género. De esa forma, el concepto de sexo falseado y su antiguo modelo del locus genitalis han sido aún más reforzados y el remedio -por pensar sólo en mujer, siguiendo el modelo antiguo y no en los sexos del paradigma nuevo- ha podido resultar peor que la misma enferme­dad, perdiendo la raíz y el quicio -su episte- me: la sex- del propio factor sexual como concepto de referencia. Sobre ello tendre­mos ocasión de volver.

Frente a estos y otros equívocos que ine­vitablemente surgen por el concepto de sexo falseado será importante insistir en que estos valores sexuales no son ya los valores del locus genitalis sino los de ambos sexos y en la nueva entidad que éstos componen. En el nuevo paradigma no puede explicarse un sexo sin referencia al otro. La respuesta sexual humana de Masters y Johnson sólo puede ser entendida en todas sus consecuen­cias en el marco del hecho sexual humano, o sea, el de los sexos. Analizadas esas res­puestas sexuales se trata de conocer su lógi­ca y de seguirla, así como de intervenir en ella contando con ella tal como ella se confi­gura y desarrolla. Éste ha sido el gran hallazgo de la Terapia sexual por ser ésa la clave del nuevo paradigma y del ars amandi de los sexos.

 

El factor sexual y el encuentro de los sexos

Traduciendo este hallazgo a una fórmula de uso, la Terapia sexual ha tratado de con­juntar en lo posible lo conjuntable entre los sexos y establecer entre ellos el mayor número de interacciones posibles para que éstas puedan ofrecer lo que de hecho ofre­cen: que sus encuentros respondan a sus deseos y no ya a las normas con que han sido regulados por otros criterios o modelos, sean éstos de una moral de siglos o del mer­cado y la moda. Efectivamente, el antiguo modelo del locus genitalis ha dado la impor­tancia que le correspondía a la reproducción y al placer. Pero es preciso buscar las conse­cuencias del nuevo paradigma del hecho de los sexos para una adecuación y coherencia.

¿Para qué sirve el sexo? Para la repro­ducción, se ha respondido desde el viejo modelo del locus genitalis y su vecino, el instinto de apareamiento. Para el placer, se sigue todavía respondiendo en reacción con­tra aquél, desde el viejo concepto de lascivia y traduciendo sexo por instinto de fornica­ción, siguiendo la mezcla y los equívocos de los antiguos modelos superpuestos. La nueva pregunta es: ¿por qué y para qué el hecho de los sexos? Para la sexuación de los sujetos; y para explicarse -o entender- uno de sus efectos más notorios: su variabilidad que es, en definitiva, la forma de hacer posi­ble la diversidad de sus deseos y, por lo tanto, de sus encuentros, es decir, su ars amandi.

¿Qué buscan, en definitiva, los sexos como tales sexos? Encontrarse y convivir entre ellos. Es obvio que en esos encuentros pueden darse, y se dan, la reproducción o el placer. O a la inversa. Pero conviene situar cada uno de los conceptos -la reproducción, el placer y la sexuación, que son, recuérde­se, tres y no dos- en su sitio respectivo para dar el interés que tiene cada uno en su momento.

El factor sexual -el concepto de sexo, o sea, de los sexos- difuminado entre tantos y tantos equívocos, no ha resultado, pues, tan obvio como se ha dado por supuesto no sólo en la divulgación, sino incluso en el campo profesional y en el científico. No es de extrañar que, dadas las interpretaciones y lec­turas de la Terapia sexual desde un modelo de sexo falseado, hayan necesitado nuevos textos para explicarse. Esa función sexual -es necesario insistir: de los sexos, de ambos sexos, de cada uno en particular y de los dos en relación- es hoy ya conocida y considera­da como una de las más importantes de los sujetos, si bien su estudio adolece de ser más supuesto que explicitado. Muchos errores proceden de esas creencias no revisadas y sometidas a examen con detenimiento.

La Sexología ha avanzado en sus conoci­mientos y éstos requieren ser tomados de forma sistemática, no sólo en sus recortes o en la versión de los grandes titulares. El impulso que Masters y Johnson han repre­sentado para la Sexología en su vertiente clí­nica ha sido, sin ninguna duda, el más espectacular en el último tercio del siglo XX. Pero sería importante no perder de vista su cuadro teórico y disciplinar. Ello nos ayu­dará a comprender mejor tanto el dispositivo de la Terapia sexual como su objetivo: el nuevo ars amandi de los sexos.

 

II. Las tres claves básicas de la Terapia sexual

Los grandes titulares han contribuido a ofrecer una imagen de la Terapia sexual como un conjunto aleatorio de posturas, téc­nicas, trucos o artilugios -toda una jerga- para la práctica del sexo, ese sexo generaliza­do en su concepto falseado. Contrariamente a esta creencia y a esa práctica, lo más impor­tante de las innovaciones no reside en dichas “técnicas sexuales” sino en las claves básicas que dan sentido a unas u otras estrategias, así como a las tácticas que las acompañan.

Por eso conviene que nos detengamos en algunas claves básicas que forman los pila­res de la Terapia sexual, sea cual sea la clase de problema en uno u otro punto del argumento general. Las tres claves que expondremos a continuación, emanadas directamente del análisis del factor sexual, ocasionaron una auténtica revolución en los tres pilares clásicos de todo el formato terapéutico: en primer lugar, sobre el objeto clínico; a continuación, sobre la etiología y el diagnóstico; y, finalmente, sobre el mismo tratamiento.

 

Primera clave: sobre el objeto clínico

Esta primera clave básica consiste en considerar la queja o disfunción, sea cual sea ésta dentro de las listas de uso, no como propia de uno o de otro de los dos compo­nentes de la relación, sino como el resultado o producto de un tercer elemento, es decir, del ars amandi de la misma relación. “La unidad clínica -escriben Masters y Johnson- es la misma relación sexual”3. Y ésta será, sin menoscabo de que, en su momento, se traten unos u otros aspectos concretos de uno u otro de sus componentes, el objeto central de toda observación.

No habría por qué extrañarse de esta clave cuyas repercusiones son tan extraordi­narias, si bien es explicable que resulte cho­cante debido al esfuerzo o cambio que requiere con respecto a modelos anteriores, habituados al tratamiento de individuos fren­te al planteamiento de este objeto clínico nuevo formado por la relación. Sin duda se trata de un vuelco epistemológico de la enti­dad clínica misma. Pero es en ese marco, en esa “mesa de operaciones”, en la que las intervenciones resultan de la máxima efica­cia, incluso en cuestiones que parecen ser estrictamente individuales o independientes de cada relación.

Se ha dado poco interés a esta clave expuesta por Masters y Johnson. Y esto por dos factores: por un lado, porque la misma realidad de la pareja se ha tomado en su sen­tido difuso y voluntarista o moral, y, por otro lado, porque junto a la Terapia sexual, se han desarrollado otros formatos o enfo­ques que llevan el nombre de terapia de pareja, no siempre coordinados con ésta.

No obstante, si tomamos en considera­ción la noción de pareja como el proyecto formado por dos sujetos cuyas estructuras, vivencias, deseos y conductas se encuentran como dos sexos que son, se podrán ver las cercanías entre lo que es terapia de pareja y terapia sexual. Otra cosa es que, por sexual, se entienda la alcoba o el uso de los genita­lia, es decir el locus genitalis antiguo sepa­rado de los sujetos, según la noción de sexo falseada, y no lo que dice relación a lo que cada sujeto tiene de más propio en dicha relación conjunta, que es el ser de uno o de otro sexo.

 

Segunda clave: sobre la etiología y el diagnóstico

Esta nueva clave básica de la Terapia sexual concierne a los pasos previos de la etiología y diagnóstico para la definición de los distintos problemas denominados sexua­les. Es lo que se conoce en el modelo médico como anamnesis. Sin duda esta clave resultó también excesivamente innovadora. Incluso, como se dijo, revolucionaria. Antes de Masters y Johnson se estaba acostumbrado a distinguir dos parámetros diagnósticos: uno de orden orgánico o biológico y otro de orden mental o psicopatológico. Tras la prio- rización del marco relacional como objeto clínico principal, estas causas de los proble­mas fueron automáticamente replanteadas. Y es que tanto los factores de la patología orgá­nica como los de la psicopatología que ocu­paban un destacado sitio en el orden anterior pasaban a ser secundarios, no porque no fue­ran de interés en su momento para ser teni­dos en cuenta sino porque no son los de más interés para el diagnóstico y, sobre todo, para un tratamiento centrado en las interacciones de la relación como objeto principal.

Dada la línea de uso en los diagnósticos, Masters y Johnson siguieron también con ella señalando esas causas o factores cuando éstos resultaban claros y directos, aunque en porcentajes bajos. “Se estima -escriben en un balance de 1987- que entre un 10 y un 20 por 100 de estos problemas tienen una causa preponderantemente orgánica... En otro 15 por 100 estos factores orgánicos contribuyen a que se produzcan los trastornos aun cuan­do no constituyan la causa única o directa”4. Por eso es siempre conveniente un reconoci­miento en el que sean detectados estos facto­res, como es el caso de la diabetes o el alco- lismo, especialmente en las dificultades rela­tivas a la erección. O el de las lesiones o trastornos neurológicos, las infecciones genitales, las deficiencias hormonales, o los problemas vasculares. Es también el caso de la toma de algunos fármacos, como los regu­ladores de la tensión arterial, anfetaminas, sedantes o estupefacientes que, como es sabido, pueden constituir diversas disfuncio­nes.

En algunos problemas más específica­mente masculinos, no obstante, como la eya- culación precoz o la aneyaculación, es muy raro encontrar este tipo de factores en su génesis. En las disfunciones femeninas la rareza de las causas orgánicas es todavía mayor, con excepción de algunas dispareu- nias que el reconocimiento ginecológico puede detectar. Suelen señalarse, entre otros, la ingestión de algunos fármacos producto­res de sequedadades vaginales, así como ciertas infecciones genitales o estados caren­ciales de estrógenos.

 

Baile de cifras

Más difícil todavía ha resultado el esta­blecimiento de una relación de causa-efecto entre los llamados factores psicopatológicos y las dificultades sexuales al no disponer de verificaciones empíricas, por más que un tópico haya generado el uso tan en voga de pensar que si no hay causas orgánicas de muchos problemas deberá haberlas de otro estilo y ésas han dado en nombrarse con el prefijo psico, al que luego le ha sido añadido el sufijo socio o la no menos ambigua fór­mula psico-sexual.

A partir de ahí, según la procedencia médica o psicológica de los distintos estu­dios, puede asistirse a los conocidos bailes de cifras sobre el porcentaje que se lleva cada clase de causa en los problemas sexua­les. Unos dirán: el 85% es de origen orgáni­co frente al 15% de origen psicológico; otros dirán: el 70% es de origen orgánico, frente al 30% de origen psicológico; otros: el 40% es orgánico, frente al 60 % psicológico; o el 20% de origen orgánico frente al 80% psi­cológico. Y así sucesivamente. Hemos podi­do ver tal cúmulo de combinaciones que resulta imposible darlas todas, tal es el aba­nico de opiniones divergentes en torno a esos parámetros.

Entre la clase de los llamados factores psicológicos -a veces se llaman psicológi­cos, a veces psicopatológicos: siempre, en todo caso, con sufijo psi- se suelen apuntar los propios del desarrollo en sus distintas fases o etapas, como son los trastornos gene­rales de la infancia, la adolescencia, juven­tud, etc., dentro de los cuales algún percance o acontecimiento podría haber contribuido a crear éste o el otro problema sexual concreto del que se trate en cada caso. Es sabido, no obstante, que los mismos o parecidos fenó­menos no afectan a todos por igual, de donde es fácil concluir la relativa y dudosa causalidad psicológica de tales factores, a no ser que por psicológico se entienda todo, lo que termina en el contrasentido de no saber a qué se denomina sexual, cosa que no es, por cierto, nada banal y por la que habría que empezar.

 

El marco del ars amandi

De ahí que, frente al protagonismo de esa doble división de causas en el diagnóstico diferencial, Masters y Johnson no dudaran en afirmar en uno de sus Escritos mayores: “La más abundante etiología de los problemas sexuales, más que de origen médico o psico- patológico, procede de las carencias educati­vas y de la ignorancia de la función sexual”5. En las relaciones de los sexos no se trata, pues, tanto de diferenciar entre factores orgá­nicos y mentales, como todavía se discute en ocasiones, sino del encuentro entre uno y otro sexo con unos u otros factores. Por ello, sin menoscabo de que, a efectos del estudio y de la casuística, muchos factores sean de interés para la aplicación de unos u otros recursos -y todos deban ser estudiados- el eje conductor tanto del diagnóstico como del tratamiento seguirá siendo la relación, es decir, el ars amandi en cuyo marco esas dificultades se producen y se viven6.

Lo que se conoce como diagnóstico sexual en el sentido más claro es, en defini­tiva, el de la situación de cada sexo con el otro o, si se prefiere, de cada sujeto en tanto que sujeto sexuado. Eso y no otra cosa quie­re decir sexual y no lo relativo al ejercicio de sus genitalia. Todavía más: el ars amandi de cada sujeto, como desembocadura pragmática o visible de su dimensión sexual, es lo que lo refleja y resume. Se trata, pues, de las interacciones de los sujetos sexuados como tales sujetos sexuados con otros suje­tos sexuados.

Primar este eje conductor que constituye el hecho de los sexos y su ars amandi por encima de los otros factores constituye el núcleo de esta segunda clave básica, o del diagnóstico, en la Sex therapy. No hace falta insistir en que no se trata de negar o de no considerar otros factores, sino de considerar este eje por encima de los otros. Más exacto sería decir: a éstos girando en torno a él. Es, como vimos, el quicio del factor sexual. Desde este punto de vista, el recurso tan en uso al conocido esquema bio-psico-social necesita una revisión.

 

Tercera clave: sobre el tratamiento

La tercera clave reside en el hecho de que el tratamiento de la Terapia sexual tiene lugar siempre centrado en la relación sexual. Todas las estrategias, tácticas, técnicas o recursos son aplicados indistintamente a uno u otro de sus componentes en el marco de dicha relación. Más exactamente: es la rela­ción la que recibe el tratamiento, aunque en ocasiones pueda dar la impresión de que se dirige a sus componentes. Es importante destacar que esta clave no debe confundirse con la diversidad de recursos específicos para cada uno de los problemas o para algu­nos de esos problemas en sus distintas fases del proceso terapéutico.

La novedad de esta clave sigue resultan­do muy desconcertante en algunos sectores que, de forma vestigial, priorizan todavía los llamados factores orgánicos o psicológicos sobre el mismo ars amandi. En efecto, en la Terapia sexual, aunque se den estos facto­res, el marco del tratamiento será siempre el del ars amandi, sin menoscabo de que, como es obvio, se traten esos factores específicos con los recursos específicos en su debido momento. Dicho de una forma más clara: el marco global es más importante que cual­quiera de sus factores porque incluso esos factores operan de otra forma en un marco general que fuera de él.

Ello requiere no solamente adaptar algu­nos de los detalles o aplicar algunas de sus técnicas, sino fundamentalmente no perder de vista la principal clave que permite la aplicación organizada y secuencial de todo su conjunto. La base de esta clave reside en el principio de que, así como las dificultades se crean o aparecen en el curso de una rela­ción, así también son más fácilmente detec- tables y abordables en ella.

Hay algo más: el concepto de sexo -el factor sexual- sólo puede ser entendido como una estructura relacional desde la sexuación de cada sexo. No se trata, pues, de una ocasional medida voluntariosa o de colaboración entre los miembros de la pareja -“que la pareja colabore...”-, sino de una clave básica de epistemología y conceptos, lo mismo para el conocimiento teórico de los fenómenos que para el tratamiento de sus problemas. Las implicaciones que se derivan de esta clave básica, así como sus aparentes complicaciones y complejidades no suelen superar sus aportaciones, por lo que, aunque algunos elementos hayan sido modificados con el tiempo, este principio ha seguido cada día más firme y consolidado7. Se ha criticado a Masters y Johnson en este punto por tener, se ha dicho, una idea previa de la pareja. Pero no se trata de pareja sino de relación de los sexos. Curiosamente no se sabe muy bien cuál es su idea de pareja si no es la que cada relación tiene de sí misma que es, en definitiva, la que crea o no crea unos u otros problemas. Y de ahí que, más que una idea abstracta de la pareja, se trate del ars amandi concreto y propio de cada rela­ción: el que crean los mismos sujetos sexua­dos que la forman.

 

La organización

Estas tres claves básicas apuntan todas en una misma dirección: el factor sexual, o sea, el hecho de los sexos. Y conducen a un estilo de organización del modelo de la Terapia sexual. A nadie le resulta extraño que todo lo que concierne a los sexos se lleve de forma conjunta entre los sexos. De ahí que todos los pasos se enfoquen desde ellos.

El mismo formato de Terapia sexual es conducido y organizado por un equipo de dos sexos: es el dual-sex team formado por expertos de ambos sexos y, más en particu­lar, como sucedió en el caso de sus creado­res, de William Masters y Virginia Johnson.

Hasta los más nimios detalles de la organi­zación del formato terapéutico serán una con­secuencia de estas bases. Por ejemplo, las estrategias, tácticas, técnicas y recursos que componen el formato completo de la Terapia sexual -como es obvio, vistas desde los con­ceptos y las claves básicas- ofrecen el fruto con el que Masters y Johnson iniciaron lo que ha sido llamado la era de la terapia sexual. De ello nos hemos ocupado en otro lugar con más detenimiento8.

 

 


Notas al texto

1       Masters, W. y Johnson, V. (1979): La incompatibilidad sexual humana. Vers. cast. Buenos Aires. Intermédica.

2       Amezúa, E. (1999): Teoría de los sexos: la letra pequeña de la Sexología. Revista Española de Sexología. Monografía extra-doble n° 95-96. Madrid.

3        Masters, W. y Johnson, V. La incompatibilidad sexual humana. (vers. cast. Intermédica, pp. 2-3).

4        Masters, W., Johnson, V. y Kolodny, R. La sexualidad humana. Barcelona. Grijalbo. vol. 3, p. 562.

5        Masters W. y Johnson, V. (1970): Human sexual inadequacy. Boston. Little, Brown and Company. p. 21.

6        Masters, W., Johnson, V. y Kolodny, R. (1979): Concepts of Sex therapy, in Textbook of Sexual Medicine. Boston. Little, Brown and Company. pp. 477-506.

7        Masters, W. y Johnson, V. (1976): The principles of Sexual Therapy. American Journal of Psychiatry. (133) pp. 548-554.

8       Amezúa, E. (2000): El ars amandi de los sexos: la letra pequeña de la terapia sexual. Revista Española de Sexología. Monografía extra-doble n° 99-100. Madrid.

 

 

 


ACERCA DEL DESEO SEXUAL
Reflexiones preliminares para un modelo conceptual integrado

 

Pedro La Calle Marcos - Médico, Sexólogo. Práctica privada.

Galena Salud. C/ Hilarión Eslava, n° 2, bajo izq. A. 28015 Madrid. E-mail: placalle@galenasalud.com

 

 

 

Partiendo de la concepción del deseo sexual como una emoción, el autor, a través de una revisión crítica de su descripción tridimensional, intenta dar las claves reflexivas para la integración de los conocimientos que aportan las distintas disciplinas en un esbozo de modelo comprensivo integrado. Dicho modelo teórico concibe el deseo sexual como una experiencia emocional erótica que se caracteriza por darse en la conciencia irreflexiva del sujeto, suponiendo una codificación erótica de su estar en el mundo. Esta experiencia es elicitada por un acontecimiento significativo desde el punto de vista erótico y a su vez se expresa en forma de hecho significante. La cualidad de ser un hecho significante es precisamente la clave para la comprensión de su fisiología y de su articulación o integra­ción en la teoría de los sexos, ya que en último caso se refiere a deseo del otro sexuado. Desde una perspectiva monista se incluye el deseo en un continuo de respuestas adapta- tivas y se ejemplifica en un intento de lexicografía. El deseo sexual como un deseo eróti­co debe ser entendido como el producto de una erotización biográfica y por tanto debe ser abordado desde el cultivo y la relación de los sexos.

 

Palabras clave: Deseo sexual, emoción, modelo integrado, descripción tridimensional, teoría de los sexos.

 

ONSEXDRIVE: PRELMINARY THOUGHTS FOR ANINTEGRAL CONCEPTUAL MODEL

 

We start from the consideration of sexual desire as an emotion and we attempt a critical revision of its tridimensional_description. We also try to produce some key reflections in order to integrate the knowledge brought forward from different disciplines and to devi­se a comprehensive and integrated model. This model characterises sexual desire as an erotic and emotional experience which is perceived by the subject within the realm of unthinking conscience and it implies an erotic codification of his or her being in the world. This experience is elicited by an event which is felt significant from an erotic point of view and which is also expressed as a significant fact. Its quality of significant fact is precisely the key to understand its physiology enabling us to integrate it in the Theory of sexes. The experience is ultimately referred to the desire for the Other One sexed. From a monist perspective desire is included in a continuum of adaptive respon- ses and it is exemplified by an attempt of creating a lexicography. Sexual desire as ero- tic desire must be understood as the product of a biographical eroticism and, therefore, must include sex cultivation and relation.

 

Keywords: Sexual desire, emotion, integrated model, tridimensional description, Theory of Sexes.

 

“el origen del simbolismo erótico no es intelectual sino emocional"

Henry Havelock Ellis.

 

 


Este documento supone un conjunto de reflexiones y búsquedas, elige la hipótesis de que el deseo sexual es una emoción, e intenta “adaptar” una visión fenomenológi- ca, la de Sartre, a la definición actual de deseo sexual. Al mismo tiempo articula esta hipótesis dentro del marco más amplio de la teoría de los sexos de E. Amezúa. Se preten­de así implementar las discusiones que cree­mos se deben continuar teniendo sobre el deseo sexual. Por tanto, seguiremos una defensa de la variable existencial en un posi­ble modelo de deseo sexual, sin que por ello consideremos que otras líneas de trabajo no son esenciales. Si nos excedemos en algo, esperamos que no sea en un integrismo que nos impida aprovechar los esfuerzos de otras perspectivas distintas a las nuestras.

Quiero expresar mi agradecimiento a Javier Gómez Zapiain1 y a Javier Moltó Brotons2, ya que sus trabajos han sido un referente continuo para la elaboración de estos apuntes que pacientemente han sido corregidos por Isabel Cervera. Con ellos pretendo mostrar, en forma de tentativa, caminos de ensamblaje de muy distintas corrientes, así como conclusiones personales que sólo son esfuerzos hacia una mayor comprensión. En definitiva, trato de comuni­car intuiciones, ya antiguas y reposadas, que han ido tomando forma.

 

Discurso social

En el último cuarto de siglo XX el con­cepto de deseo sexual ha ido ocupando de forma progresiva un lugar central en el dis­curso sexológico. El modelo que se ha seguido para conceptualizarlo ha partido y se referencia en el propuesto por Helen S. Kaplan3 (1979), quién más tarde introdujo el deseo sexual como una fase del modelo de respuesta sexual de Masters y Jhonson4 (1966). Consecuentemente el deseo sexual ha entrado a formar parte de la nosología de las disfunciones sexuales, que en términos generales se referencia en la respuesta sexual.

Se ha dicho que la nueva definición de deseo sexual ha venido a sustituir a la clási­ca moral sexual5. Creemos que éste es uno de los motivos por los que esta entrada ha tenido tan buena acogida en el corpus patológico, aún antes de haber madurado su definición y manejo. Pero hay otros aspectos del deseo sexual que nos interesan más por parecemos centrales en la discusión sexoló- gica moderna: por un lado, se trata de un concepto que implica existencialmente a los sujetos, a los sexos; por otro, creemos que es la propia dinámica de la relación entre los sexos la que ha dado el protagonismo a este concepto. En este sentido pensamos que es principalmente la mujer la que se ha hecho eco, precisamente porque supone un salto cualitativo en la elaboración del concepto de respuesta sexual, y pone en evidencia lo limitado de este modelo para dar cuenta de lo que ocurre en las relaciones eróticas. Como hemos visto, la nosología ha invertido los términos, y lo que de hecho es una opor­tunidad para la actualización y progresión de la comprensión de un hecho sexual humano, se puede haber convertido en una herramien­ta de moral sexual masculina.

 

Emociones

Se han conceptualizado todas las emocio­nes a través de la historia. Se las ha intentado comprender por la sencilla razón de que son nuestros momentos significativos. Nos hacen decir que somos felices o desgraciados; fre­cuentemente por ellas y con ellas valoramos nuestra vida pasada, actual y quizás la futura. Curiosamente, casi todas las emociones fue­ron deificadas en el mundo clásico. Son tam­bién experiencias que vivimos y que nos acer­can a un mundo que presentimos inmenso, que nos genera placer y dolor, también en ocasiones vértigo.

El miedo, la ira, la alegría, la vergüenza, el hambre, la tristeza, todas estas emociones son fenómenos significantes6, experiencias que interpretan la realidad, pero que al mismo tiempo la construyen de una forma determinada. “Significar es indicar otra cosa”7. En general la percepción es siempre simbólica de alguna forma, interpretativa, está “en el mundo”. Pero en el caso de la emoción, el proceso de construcción de la realidad es más radical, cambia la lógica de lo percibido y se inscribe en el cuerpo recu­perando todos nuestros niveles de respuesta para constituirse en un signo, un signo que habla de nuestra biografía en el mundo.

Respondemos de forma emocional ante la percepción de cosas que interpretamos como importantes; en este caso, el objeto de deseo, el otro sexuado8. En la medida en que nuestro deseo es sexuado es diferenciado, y el objeto de deseo es emocionante en la medida en que emociona a cada cual de modo muy particular, ya que cada individuo le da la cualidad de atractivo de forma biográfica y relacional.

Entiéndase que no se trata sólo de las “grandes emociones”; toda experiencia implica la misma estructura, los mismos ele­mentos; se trata de un continuo. De entre las cosas vividas, llamamos emociones a una serie de experiencias porque en ellas, repeti­mos, la percepción de la realidad se configu­ra en una clave determinada; en el deseo sexual, en clave erótica. Se trata de un pro­ceso de erotización que organiza nuestro estar en el mundo. Sentimos deseo sexual y ello convierte el entorno y tiñe nuestra reali­dad bajo un signo erótico, y nuestras ideas, pensamientos, cambios corporales, fantasías y gestos ofrecen al unísono muestras de ello. Se podrían interpretar todas las emociones a partir del deseo..., de los deseos, no sólo el erótico. Nuestra animación es la manifesta­ción de nuestros deseos; también nuestro dolor lo es.

Jean-Paul Sartre9 defendió el sentido de las emociones como el de recursos existen- ciales; nos desvanecemos ante el terror como una forma de huida, a través de trans­formaciones en la consciencia construimos un mundo accesible bajo unos parámetros no lógicos, diríamos que semejantes a los oníri­cos10. Sartre indica que respondemos de forma emocional cuando no podemos acce­der a otras formas de respuesta de más alto nivel, más exigentes, quizás continuando la corriente que él mismo critica, la que ve en la emoción una manifestación “inferior”, en la línea de W. James y P. Janet. Sin embar­go, vemos en las emociones una función “elevada” y necesaria desde el punto de vista evolutivo. Todas nuestras facultades son importantes y contribuyen a nuestra con­dición humana.

 

La descripción Tridimensional

 

Objetivo primero

Se trata de hacer un recorrido a través de la problemática disección del concepto de deseo sexual, diríamos que tan problemática como la de la identidad. Lo pondremos sobre la mesa y lo veremos, tocaremos, ole­remos, saborearemos y escucharemos. Después pensaremos en una pluralidad de deseos abstraídos en uno, pero sin fijarnos grandes objetivos, más bien jugaremos a “hacer que hacemos”, porque sabemos que el concepto de deseo sexual es escurridizo, caprichoso, inesperado... Sólo quedará entre nuestros dedos la sensación de su presencia fugaz que generosamente se ha prestado a su estudio.

 

Inscripción

Comenzaremos por el principio y, hacien­do caso omiso a las últimas líneas, tomaremos la actitud de Gregorio Marañón11: “si noso­tros... , tomamos una emoción cualquiera, como se toma un objeto cuya composición se va a analizar”. Pues bien, ya hemos situa­do el concepto de deseo sexual sobre la mesa y sabemos que es probable que sus dis­tintas partes, una vez diseccionado, nos expresen poco, pero intentaremos no perder de vista en ningún momento su forma com­pleta, su movimiento, su importancia y su significación, la erotización que supone y alimenta la experiencia del deseo sexual.

Esa suerte de metamorfosis que nos sugiere el recuerdo de la experiencia que se inscribe en el campo de la erótica, particularmente se trata de una experiencia emocional erótica.

 

Actitud

Queremos mantenernos al margen de la discusión entre periféricos y centrales, arousa- les y apraisales, biologistas y culturales, el huevo o la gallina. Sin embargo esta discusión estará constantemente presente y esperamos manifestar una vocación monista. Para com­prender el deseo echaremos mano de todos los recursos, de todas las informaciones. Porque si bien se refieren a visiones distintas, quere­mos ver entre los diferentes léxicos grupos de conceptos que se acercan, que se agrupan dando perspectivas acerca de lo mismo. Nos aferramos a ciertas perspectivas como valores de identidad y esto es inevitable, pero intenta­remos aprovechar todo lo que sin duda supone un esfuerzo por comprender, en el sentido de captar el significado, y entender, como perci­bir mentalmente, el deseo sexual.

 

Los tres aspectos, al uso clásico

Se acepta hoy a efectos de estudio, al igual que en los últimos quizá setenta años, que el deseo sexual es una experiencia que consta de tres correlatos o perspectivas, que en realidad se han entendido así, pero se suelen entender como elementos o compo­nentes. Nosotros insistiremos en su condi­ción de correlatos: el cognitivo, el expresivo y los cambios fisiológicos.

Distinguimos esta triple dimensión en forma de superposiciones según diversos autores:

-  Vegetativo, psíquico y expresivo. (Marañón, 1920)12,

- Neurofisiológico-bioquímico, motor o conductual expresivo y cognitivo o experiencial subjetivo (Lang, 1968).

-    Sexuación, sexualidad y erótica (Amezúa, 1979)13.

-   Cuerpo, mente y comportamiento (Johnson-Laird, 1988).

-Respuestas fisiológicas, informes verba­les y conductas expresivas.

(Ohman y Birbaumer, 1993).

 

En cualquier caso, podemos acercarnos a la estructura del objeto de estudio que tenemos delante, de este recuerdo de experiencia. Recordamos cómo nos alteramos fisiológica­mente cuando experimentamos un fuerte deseo sexual. Por ejemplo, podemos sentir rubor y palpar nuestro corazón; sabemos además que expresamos este deseo con gestos y actitudes, sonreímos, por ejemplo, y abrimos nuestras manos o nos vemos impelidos a ello, e incluso proyectamos un modo de acercamiento de forma casi automática. Por último, recordamos perfectamente cómo nuestra percepción se ve ¿particularmente transformada? si el deseo sexual erotiza nuestra percepción. La misma realidad y en especial algún objeto de las cosas que nos rodean adquiere una significación eró­tica o, dicho de otra forma, nos podemos dar cuenta, podemos tener consciencia reflexiva de algo que ocurre irreflexivamente. Por ejem­plo, interpretamos las palabras del otro como presagio de una unión. El mundo se polariza sobre aquello que provoca en nosotros una atracción hacia un objeto y, de alguna manera, entra en nosotros y nos es difícil separarnos de él. Al conjunto de todos estos cambios le lla­maremos experiencia emocional erótica14. La forma de experiencia emocional es diferencia­da, es de cada cual, única. Se comparte con el otro la interacción sexual en un juego de atrac­ción y seducción integrado en una erótica, campo de lo sexual.

El deseo sexual encuentra correlatos des­criptivos en los cambios fisiológicos, cogniti- vos y gestuales, constituyendo esta estructura la expresión de la experiencia erótica.

 

Los cambios fisiológicos

 

¿Solos o acompañados?

Los cambios orgánicos son el correlato sentido y observable del deseo sexual. Esta dimensión de las emociones ha sido la favo­rita de los estudios positivos, ya que se ofre­ce a la cuantificación en el laboratorio. Con frecuencia se manejan estos cambios como la prueba de referencia o de certeza de que efectivamente ocurre una emoción, siempre y cuando el informe verbal (dimensión cog- nitiva) mantenga una correspondencia con ella. Esta visión generará serias dificultades: para la óptica conductista sería preferible asociar los cambios fisiológicos a las con­ductas observables (expresión), pero lo impide el hecho de que frecuentemente la emoción no se acompaña de una expresión observable; a veces se da tan sólo como una tendencia a la acción, y lo único que pode­mos encontrar unido a estos cambios fisioló­gicos es un hecho de carácter cognitivo. Esta superposición dimensional entre lo cognitivo y lo expresivo es lo que obliga a considerar los cambios fisiológicos, para que sean representativos del deseo sexual, junto a aspectos cognitivos o gestuales o ambos a la vez. El estudio de estos cambios siempre se hace en el contexto de una situación eroti- zante o con referencia a ella.

 

Acompañados

Todo lo que sucede en el deseo tiene su correlato en cambios fisiológicos, siempre nos movemos en un ámbito físico y sólo podemos partir de este ámbito. Aquí nos referimos a los estudios neurobiológicos, a los neuroendocrinos, en definitiva a todos los factores cuantificables por la observa­ción en cuanto a la fisiología y en general a la biología.

Ahora sólo nos ocuparemos de dos nociones importantes, las cuales son para­digmas en el discurso sexológico: lo que se ha dado en llamar la respuesta sexual y el concepto que la ha guiado, la excitación, en su descripción preferentemente física, o la activación, en su descripción preferentemen­te mental. Es común aludir a la excitación como el resultado de un sistema indepen­diente, pero con la capacidad de ser sinérgi- co con el “sistema” del deseo sexual. Claro está que se hace referencia a la excitación somática medida a través de cuantificadores fisiológicos: vasodilatación, contracción muscular, tono de esfínteres, cambios en el sistema vegetativo, electroencefalogramas y en general signos de activación objetivados por exploradores orgánicos. Sin duda cuanto más avancemos en las cuantificaciones mejor conoceremos la fisiología del deseo, pero por ahora lo que conocemos está en la línea de medir la respuesta erótica, la acción o interacción sexual, el deseo sexual, y no se analiza en realidad una causalidad orgánica. Estos cambios, como decíamos, son de forma correlativa el signo medible de aque­llo que percibimos por los sentidos, aquello que sentimos.

 

La excitación

Las hipótesis que defienden la autonomía de un supuesto sistema excitatorio se basan en que la excitación, no es una condición para el deseo sexual, ya que se puede sentir excitación y orgasmo sin la experiencia de deseo sexual y a la inversa. Esto quizás sea posible, pero hablamos de correlaciones, el grado de autonomía de los cambios orgáni­cos es lógico ya que nuestro organismo es pluripotencial, el locus y la manifestación somática no son exclusivos. Somos organis­mos complejos, los cuales aprovechan al máximo sus recursos, por lo que los cambios fisiológicos son comunes a muchas emocio­nes y de aquí las teorías periféricas. Tanto la excitación como el placer no son exclusivos de lo erótico. No es necesario demostrar su independencia. En el orden del estudio que hacemos nos interesa más su dependencia. En todo caso habría que especificar en estas consideraciones de qué deseo y de qué exci­tación hablamos, así como plantearnos si no estamos considerando independiente aquello que para la consciencia reflexiva no lo es o aquello cuyas relaciones se escapan a nues­tra comprensión.

Al mismo tiempo y en un sentido inver­so, en el deseo sexual el cuerpo en mayor o menor grado acompaña a la percepción de lo erótico; el correlato físico es fundamental, si no existe se trata de otro concepto, no del que nos ocupa. No es preciso decir que los cambios pueden ser exclusivamente cerebra­les en la medida en que otras formas de par­ticipación estén bloqueadas. La excitación en sí se puede considerar un reflejo que puede ser simple, la consecuencia de un estí­mulo. No nos queda claro que ocurra igual con el orgasmo, al cual consideramos una manifestación mucho más compleja, al igual que a la percepción de placer erótico. Sería cierto que en determinadas condiciones “una idea tan abstracta como la del placer puede tener su correlato en la actividad de un pequeño grupo de neuronas”, pero sería dudoso que se tratara de un “pequeño grupo”. La medición en términos de semio­logía fisiológica y clínica de la interacción erótica habla del correlato fisiológico.

 

Sistema sexual

Según Vila Castellar15, fue Lang el res­ponsable de que “la emoción se entienda no como un fenómeno unitario sino como un fenómeno que integra tres sistemas de res­puesta relativamente independientes”. Este planteamiento sobre los sistemas, que noso­tros venimos llamando dimensiones o corre­latos, creemos que se encuadra en una corriente de pensamiento que entiende las facultades de un organismo según una óptica de fisiología organicista. Es probable que así ocurra con algunas de las estructuras que integran la experiencia de deseo sexual, pero se corre el riesgo de “cosificar” la experien­cia si ampliamos esta óptica a todo el fenó­meno.

Así, la neurobiología habla desde una óptica orgánica: deducimos que se atiene a un concepto de sistema como “un conjunto de partes o de órganos semejantes, compues­tos de un mismo tejido y dotados de funcio­nes de un mismo orden”16. Y esta visión de lo fisiológico es trasladada al conjunto de la experiencia del deseo, derivándose de ello conceptos que pertenecen al ámbito de la fisiología, como la inhibición y la activa­ción, en una confusión de descripciones que tienen su desarrollo en las nosologías y en las intervenciones. Sin embargo, si atende­mos a una definición más general de sistema como “un conjunto ordenado de cualquier clase de cosas que se manejan para algo”17, sí podríamos hacernos una idea más cohe­rente de lo que es el sistema sexual.

Encontramos el concepto organicista de sistema sexual en la línea que comenzó a finales del siglo XVIII el frenólogo o proto- neurólogo Francis J. Gall18 con su “teoría de la pulsión”, a la cual le correspondía un “centro” en el cerebro. Sin embargo Levay, al que se nombra para representar esta idea, dice aclarando sus controvertidas declara­ciones: “...cuando hablo de un 'centro' sexual lo que quiero decir es que se trata de un nudo crucial de un circuito complejo en el que participan muchas otras regiones cerebrales”19. Es claro que, como decía el mismo Gall, el “alma” reside en el cerebro, diríamos que de forma privilegiada, pero esto no significa que sea el cerebro o que se pueda leer el alma en impulsos cerebrales, al menos por ahora. El caso es que esta idea de un “centro” cerebral ha hecho quizás pensar que se trata de una glándula, o de un nódulo regulador que funciona como un sistema homeostático, como un sistema reflejo. Consideramos que no hay evidencias para pensar de tal forma. Incluso desde esta óptica organicista es dudoso que haya un sistema orgánico al que le falte la especificidad fun­cional y los valores homeostáticos determina­dos que todo sistema en ese sentido debe tener. Se nos dirá que tiene su especificidad en la reproducción y que la homeostasis viene dada por la respuesta sexual, pero es evidente que la condición humana da cuenta de facul­tades, flexibilidades, relaciones, comunica­ciones y tendencias que no se ven explicadas por esta concepción de sistema orgánico.

Sin embargo, sí debemos considerar que eso que se llama el estado del organismo forma parte del arco analógico del deseo sexual. En su estructura evolutiva se inclu­yen estrategias filogenéticas para la conser­vación de la especie y es muy probable que estas estrategias respondan a su origen.

 

Estado del organismo

En coherencia con el concepto de siste­ma sexual se hace referencia20 al estado del organismo para referirse a las bases neurofi- siológicas que junto con los incentivos o inductores endógenos y exógenos confor­man un estado de motivación sexual o deseo sexual. Para Gómez Zapiain (1995,1997) es la elaboración psicológica (procesos cogniti- vos y emocionales) de este sistema motiva- cional lo que constituye el deseo sexual. Según este autor, está netamente aceptado que tanto la activación fisiológica como la cognición están presentes en toda emoción. El deseo sexual se configuraría como una emoción sustentada por un sustrato biofi- siológico (sistema sexual) compuesto por elementos anatómicos, fisiológicos y neuro- endocrinos y unos contenidos cognitivos configurados por el procesamiento de la información que se produce desde el inicio de la vida de las personas.

También en referencia al estado del orga­nismo, pensamos en la indudable relación entre el deseo sexual y los apetitos, no sien­do casual su inclusión en los trastornos aso­ciados a disfunciones fisiológicas y a facto­res somáticos, es decir, junto a los trastornos de la conducta alimentaria, los del sueño y del puerperio (CIE 10)21. Tampoco es casual que en la Grecia antigua la preocupación con respecto a la afrodisia se entendiese más desde la dietética que desde la terapéutica. Este asunto de los apetitos también nos recuerda la siguiente observación de S. Freud: “Diríase que los labios del niño se han conducido como una zona erógena, sien­do sin duda la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera sensación de placer. En un principio la satisfacción de la zona erógena aparece asociada a la del hambre”22. Y es que cuan­do se habla del estado del organismo, en cierta forma se habla de apetito y de sacie­dad. Variable ésta que sin duda debe ser considerada en el deseo sexual, si bien no a través del binomio cognición/estado del organismo, sino a través de un continuo, precisamente como variable. Es además un campo en el que la medicina ofrece conside­raciones fundamentales y, en ciertos casos, ineludibles en la valoración de los proble­mas de deseo sexual.

 

El laboratorio

S. Levay localiza los centros de la cópula en el área preóptica medial para el macho23 y en el núcleo ventromedial para la hembra, aunque curiosamente si este centro es des­truido no se elimina completamente el impulso sexual y se mantiene la masturba­ción. Estos centros son ricos en actividad hormonal. Parece que el hipotálamo puede ser un centro de control de bajo nivel, mien­tras que la motivación sexual y el estado de excitación se originan en la amígdala o en la corteza. Estamos dejando de lado el poder organizador de la testosterona intrauterina y la orientación del deseo, que aquí reducimos al proceso de sexuación en términos genera­les y que está tratado con gran amplitud en diversos trabajos específicos24. Pensamos que dentro de este esbozo de modelo habría que conjugar los conceptos de sexuación y erotización para la correcta comprensión de este hecho.

Debemos esperar que el laboratorio, a través de avances en las técnicas de neuroi- magen como la tomografía por emisión de positrones (PET) o la resonancia magnética nuclear (RNM), nos informe de nuevos des­cubrimientos acerca de la actividad neuronal en este campo. Por ahora, los registros elec- troencefalográficos (BEAM) son temporal­mente mucho más precisos, por dar una señal que al ser eléctrica es más rápida que la de los dos anteriores, que están basados en el flujo sanguíneo y el metabolismo cere­bral.

 

La respuesta sexual

Tan sólo haremos tres consideraciones acerca de este paradigma de la sexología:

El sentimiento sexual. Al hablar de los cambios fisiológicos Masters y Johnson, y más tarde H. Kaplan, ven la necesidad de señalar el carácter esencial de los compo­nentes sentimiento sexual, al que se refieren los dos primeros autores, y deseo sexual, apuntado por Kaplan, para dar cuenta de la importancia de incluir el esquema de obser­vaciones orgánicas en el orden de la expe­riencia. Por tanto se evidencia ya desde las primeras esquematizaciones de los aconteci­mientos orgánicos y desde una corriente conductista, en el caso de Masters y Johnson, esto que nosotros llamamos la experiencia emocional erótica, el deseo sexual.

Variables. Nos interesa el modelo cuán­tico de Schnarch25, pero en la medida en que establece un sistema de participación gra­dual de las distintas variables en el estudio de la respuesta sexual. Excitación y orgas­mo, ambos mecanismos reflejos, se produ­cen preferentemente por la estimulación fun­damentalmente táctil y la psicológica, proce­so cognitivo y emocional. Variables que para Weis serían los componentes visual, auditivo, olfativo, gustativo, táctil, memoria, imaginación, emociones y la atribución de significado que provocan un determinado grado o potencial de este mecanismo reflejo, esto en proporciones diversas. Lo interesan­te de estos modelos es la participación gra­dual y la superposición de todos los elemen­tos, si bien a través de ellos no se puede establecer una cualidad que haga entender algún sentido en su distinta participación.

Fases. El proceso de conceptualizar la respuesta sexual en fases es coherente con la temporalidad y progresión de las respuestas orgánicas, sin embargo orienta el desarrollo de manera direccional hacia la consecución del orgasmo, y lógicamente éste es casi un accidente en lo que aquí tratamos, que es el deseo sexual. Además, debemos tener en cuenta que en la emoción el factor tiempo carece de solidez, ya que en el nivel cogniti- vo la constancia de esta percepción es exce­sivamente frágil, en especial en el ámbito de las emociones.

 

Los objetivos paradójicos

Estamos intentando acercarnos a la epis­temología de las concepciones sobre el deseo sexual. Para ello hemos seguido el camino de la disección de una forma ya con­vencional: la descripción tridimensional, que continúa siendo la de uso. Pero esto nos da problemas. Por ejemplo, cuando hablamos de cambios fisiológicos tenemos que pensar, como habíamos comentado antes por enci­ma, que esos cambios eran accesibles a la observación en el laboratorio. Sin embargo, forman parte de los informes verbales cuan­do estos mismos cambios los relata el indivi­duo que los experimenta, la persona que siente deseo sexual. ¿Estamos hablando entonces de cambios fisiológicos experimen­tados, o de cambios fisiológicos observa­dos?, ¿no debemos hablar de ambos? El nexo es fundamental para la investigación y no debemos ocultar que es problemático. Esta es una cuestión que aparece repetida­mente en el ejercicio paradójico de analizar con una óptica simplista algo que en sí es de naturaleza compleja.

 

Lo cognitivo

 

Mente fenomenológica 26

Lo cognitivo es aquello que podemos conocer, incluido aquello que no se nos da a la conciencia de forma directa o continua, sino sólo a través de un proceso reflexivo espontáneo, debe surgir, se trata de aquello de lo que tenemos que caer en la cuenta para ser conscientes. Sartre incluía el campo de la emoción en la consciencia irreflexiva, haciendo ver que es accesible a la reflexión, pero esencialmente no reflexiva. Hace ya tiempo que investigaciones cognitivas y neurobiológicas llegan a la misma conclu­sión. La discusión acerca del concepto de mente es fundamental para entrar en este aspecto del deseo sexual.

No encontramos ningún esquema cogni- tivo que se corresponda de manera correlati­va con los conceptos utilizados por Sartre en su “bosquejo para una teoría de las emocio­nes”. Pero pensamos que los conceptos de consciencia reflexiva/irreflexiva e incons­ciente que aquí utilizaremos, se podrían corresponder en lenguaje cognitivo con los de mente fenomenológica y mente computa- cional. Según Jackendoff la mente fenome- nológica se percata de la experiencia del mundo, de las vivencias y de la propia vida interior”27. Aquí se trataría de la consciencia reflexiva e irreflexiva. Mientras que la mente computacional es el sistema de sopor­te y procesamiento de las informaciones. Irremediablemente vemos en esta aprecia­ción una declaración en uso del más antiguo concepto de inconsciente, aunque quizás no freudiano. En definitiva, lo que aparece a la consciencia son los mensajes privilegiados de la mente computacional. Creemos que estos conceptos pueden ser utilizados en este ejercicio de poner en el almirez todas las informaciones que se incluyen sobre los dis­tintos campos.

 

Evaluación

Tanto desde la perspectiva neurocientífi- ca como desde la cognitiva, existe un amplio consenso en señalar que evaluar la significa­ción emocional de una situación para un individuo es una condición necesaria para la secuencia de procesamiento, que lleva tanto a la expresión como a la experiencia emo­cional. “Parece que es el significado o la significación que un estímulo tiene para una persona lo que resulta decisivo para la licita­ción de una emoción y no el estímulo en sí” (Moltó, 95). Para LeDoux28 “los mecanis­mos que evalúan la significación de los estí­mulos son filogenéticamente antiguos y están ampliamente distribuidos en todo el reino animal, los mecanismos de la expe­riencia emocional son filogenéticamente recientes y pueden estar ligados al desarrollo del lenguaje y al de los procesos cognitivos relacionados”.

Nosotros quisiéramos ver un continuo al evaluar o valorar el estímulo -que por otra parte siempre es una situación-, en el que encontramos las distintas respuestas adapta- tivas, desde las más simples a las más com­plejas. En los lugares o niveles menos com­plejos encontramos los reflejos, que induda­blemente están sujetos a una valoración filo- genética y, en el otro extremo, los pensa­mientos en los que la participación de la consciencia reflexiva se hace cargo de forma privilegiada de esta evaluación. Por el cami­no encontraríamos los impulsos, los instin­tos, las emociones en grado creciente de complejidad y flexibilidad. A cada mecanis­mo le correspondería un tipo de valoración, o más bien una influencia o configuración. Se entiende que estas valoraciones no son puras y que en realidad, en la mayoría de las situaciones, es el concurso de diversos nive­les ordenados jerárquicamente lo que hace que tengamos una evaluación significativa de una situación. La mente computacional sería el nexo de unión entre los estímulos y la percepción o percatamiento en la mente fenomenológica.

Tampoco sabemos bajo qué criterios se realizaría la valoración, pero podríamos asig­nar estrategias más o menos universales desde el punto de vista filogenético a los niveles menos complejos, y recoger del campo de la cognición29 los criterios para las valoraciones más complejas. Parece ser, en todo caso, que la valencia agradable/desagradable es privile­giada (LeDoux). Quizás éste sea el lugar para conceptualizar el placer y el dolor como las dos valencias fundamentales, pero dejaremos este asunto para otro momento.

 

Codificación erótica

Decíamos que en la experiencia de deseo sexual el mundo se dispone en clave erótica. La reflexión puede hacernos conocer parte de lo que sucede, pero no comprendemos cómo se transforma lo que nos rodea en una suerte de metamorfosis de la misma reali­dad. Metamorfosis que nos abre y acerca al otro, a la alteridad, adquiriendo los objetos una significación erótica. Éste es el deseo sexual como una forma de “deseo entre los sexos” de la teoría de Amezúa.

¿La metamorfosis? Recordamos que cuando sentimos deseo sexual la realidad se “pone en forma”30 erótica, y esto en las for­mulaciones modernas se refiere a que los significados habituales adquieren una cuali­dad que no tienen sin el concurso del deseo sexual. Es la cualidad de provocar una atrac­ción hacia el objeto (el otro), quizás una ten­dencia a la unión con el otro, habría que entender que también del objeto hacia el sujeto. Esta atracción no sólo cambia la cua­lidad del objeto, también la estructura del mundo que en ese momento nos rodea. Esto es una realidad “puesta en forma”, es decir, una experiencia emocional que de hecho nos afecta, nos emociona. Experimentamos cam­bios fisiológicos y cognitivos en un proceso de “codificación erótica” (Todjman)31. Por el camino la ropa parece más suave, las dis­tancias se acortan, el tiempo se convierte en espera, nuestra autopercepción se activa y nos sentimos también más cerca de nuestras sensaciones, interpretamos las palabras y los gestos en términos de alejamiento y acerca­miento, nos vienen a la mente imágenes fugaces que nos producen cierta alegría, fan­taseamos... La estructura de nuestra percep­ción del mundo se ve cambiada por el deseo sexual de manera dinámica y en consonancia con el desarrollo de nuestra experiencia, mediante la cual establecemos nuestra rela­ción con el mundo y con el objeto de nuestra atracción que forma parte de él. El deseo sexual, de esta forma, acompaña, busca y desarrolla los actos de placer erótico, los Ta Afrodisia, lo que se había llamado respuesta sexual, las relaciones eróticas sin una forma específica, diferenciadas en los sujetos y en las parejas.

Esta configuración erótica de la experien­cia es en sí misma significativa en la bio­grafía del individuo, que es el referente para la valoración con la que comienza el proceso emocional, a su vez constituye un aconteci­miento de interacción significativa con el mundo en el que se da.

 

Consciencia irreflexiva

Seguimos asistiendo al cambio en los significados, a la codificación erótica, y que­remos constatar que es fundamentalmente computacional, inconsciente en su proceso, sin embargo se manifiesta en el ámbito de la consciencia, ya veremos que irreflexiva. De hecho así se piensa desde el cognitivismo, que considera que las emociones son proce­sos inferenciales complejos sin una estructu­ra proposicional interna32.

Es situando el deseo sexual en el ámbito de la consciencia irreflexiva como entende­mos que autores como Sartre hablen de que el deseo sexual está regido por leyes mági­cas o de la semejanza de éste con lo místico, como señala Bataille. Integrado en el con­texto de la experiencia erótica, comprende­mos aquí cómo Sartre lo incorpora al marco de lo mágico. Se podría hablar de un contac­to entre lo consciente y lo inconsciente, con el poder de lo enigmático: por aquí podría­mos entender la petit morte33. Se trata de un dominio de lo irracional, de esa cualidad, ese valor de la emoción de no obedecer a una forma de organización o procesamiento predecible, de no ajustarse a una lógica racional, de no responder a la voluntad, aun­que sí de ser de alguna forma accesible a la consciencia.

Bajo el modelo informático, el cogniti- vismo explica el funcionamiento o procesa­miento cerebral como el de diversos subsis­temas que procesan en paralelo y de forma inconsciente en niveles básicos, dentro de lo que constituye la mente computacional. Sólo algunos contenidos privilegiados, proyeccio­nes privilegiadas, son accesibles al percata- miento consciente que supone el nivel supe­rior en el dominio de la mente fenomenoló- gica, al cual se accede desde un nivel inter­medio, que es el ordenador central del siste­ma, un dominio de la mente computacional. Dentro del percatamiento consciente están aquellos contenidos que forman nuestra consciencia irreflexiva, integrada la mente computacional y la consciencia, constituyen­do la consciencia del mundo. Se trata de una forma de consciencia pragmática a cuyos contenidos podemos acceder por medio del percatamiento reflexivo. Sin embargo, no encontramos relaciones causales en ella, su procesamiento no es como el de los conteni­dos de la consciencia reflexiva, que es lineal, simbólico y lógico. Los contenidos de la consciencia irreflexiva son de orden simbó­lico, pero no lógico. Generalmente desde el cognitivismo se considera que son sub- simbólicos, pero ésta es precisamente la aportación sartriana y fenomenológica, su significación, su capacidad de apuntar hacia algo, significar otra cosa, al fin y al cabo su simbolismo.

Lo que nos resulta sorprendente es que en el ámbito de la mente fenomenológica y después de un procesamiento computacional subsimbólico, inconsciente, el hecho erótico, la totalidad del gesto, sí es accesible a un significado que encontramos de forma biográfica.

Sabemos que las emociones son prágma- ta, tienen un sentido evolutivo y práctico, pero quizás sólo lo encontramos en cuanto contenido consciente reflexivo, no en su propio campo, en el de las emociones, en la consciencia irreflexiva.

La intuición, la comprensión, el caer en la cuenta y ciertas cualidades que no pode­mos forzar, no son accesibles a la introspec­ción en su proceso, en su cadena causal, pero asistimos desde una consciencia irrefle­xiva de forma permanente a los resultados de su procesamiento, y desde una conscien­cia reflexiva de forma puntual tienen un sig­nificado, confieren un sentido a nuestra vivencia como sujetos en el mundo, a nues­tra identidad, conforman nuestra sexualidad.

El deseo sexual es una experiencia emo­cional erótica que se elicita ante la valora­ción de un acontecimiento como significativo, por lo que se produce una codificación en clave erótica en el ámbito de la consciencia irreflexiva del sujeto.

 

La amígdala

En el laboratorio neurobiológico con orientación cognitivista se afirma que la famosa y cansina discusión acerca del origen de la emoción se daba porque, tanto los par­tidarios de las tesis periféricas como los de las centrales, no estaban acudiendo a expli­caciones o a preguntas comprensivas e inte- gradoras. Al final, ¿qué sucedió? Pues que hay razón para ambos.

Veamos, lo central y lo periférico inter­vienen en la experiencia emocional, y ade­lantaremos que su orden depende quizás del tipo de experiencia que se tenga e incluso de la significación y el nivel jerárquico del que hablemos. Las emociones son mecanismos muy complejos. Tanto los pensamientos como las emociones comportan una repre­sentación simbólica en la memoria de traba­jo con procesamientos inconscientes, pero en las emociones intervienen muchos más mecanismos subsimbólicos cerebrales. Digamos que implican al cerebro de forma más amplia.

Podemos pensar en términos de erótica. Ante un estímulo que es valorado como eró­tico se darían dos caminos; ambos conducen al tálamo en primer lugar, pero mientras uno pasa directamente a la amígdala, ese “centro de las emociones”, el otro amplía su recorri­do para visitar la corteza sensorial antes de alcanzar la amígdala. Se podría decir que el deseo se desencadena -y estamos trasladan­do estudios hechos con el miedo- incons­cientemente merced al primer mecanismo y conscientemente aunque no de forma nece­sariamente reflexiva, en virtud del segundo mecanismo.

En cualquier caso, “las respuestas inicia­les provocadas por estímulos significativos son automáticas y no precisan del conoci­miento consciente del estímulo ni del con­trol consciente de las respuestas”34.

Existe una respuesta corporal fisiológica ante el estímulo significativo, pero esta valoración pronto pasa al dominio de la consciencia irreflexiva en forma ya de codi­ficación y es accesible a la consciencia reflexiva.

 

Importancias

Este estado emocional proyecta informa­ciones en la corteza, en caso de que ésta quiera buscar allí, a no ser que la amígdala se inactive por un acontecimiento o alarma que nos saque del estado emocional para prestar atención a algo que consideramos más importante, léase valoraciones y codifi­caciones de peligro, inseguridad, angustia o asuntos e importancias de otros órdenes. También es cierto con respecto a las tesis del origen central de las emociones, el hecho de que los bancos de memoria para las emo­ciones están influidos por la misma cons­ciencia, ya que la memoria de trabajo, que es la que proporciona los contenidos cons­cientes, trabaja con todos los tipos existentes de memoria. Bancos de memoria sensorial corto plazo, intermedia y largo plazo diga­mos que se ven enriquecidos por los conte­nidos y las valoraciones conscientes. La bio­grafía y las experiencias previas, como vemos, juegan un papel importante en estas configuraciones. Sin embargo veremos que la influencia de lo racional es más bien esca­sa cuando se trata de generación o activa­ción emocional. La valoración que en todo caso se hace ante un estímulo u objeto que tiene la potencialidad de provocar una codi­ficación erótica en el sujeto es probable que sea de orden primario, fundamentalmente computacional y, como venimos diciendo, percibida de forma irreflexiva. Aún así el concepto de interdominio abre una vía para que desde la consciencia exista una modula­ción y cambios en el funcionamiento de la amígdala, que es nuestra área “emocionante” por excelencia.

En el laboratorio están trabajando sobre la consciencia irreflexiva (lo irreflexivo del deseo sexual), sobre la angustia y su poder de dificultar la emoción erótica, aquel asun­to “más importante” que desactiva el funcio­namiento de la amígdala en la emoción eró­tica. Son correlatos que interesa aprovechar para nuestro conocimiento del deseo.

 

Memoria de elefante

Hay dos elementos más que el laborato­rio señala como posibles vías de compren­sión: el primero es el carácter duradero de la memoria implícita. La memoria explícita, que es la que se caracteriza por ser simbóli­ca, secuencial e hipocámpica, es olvidadiza, mientras que la implícita es prácticamente indeleble, lo que se conoce como extinción de un recuerdo no es más que una regulación de salida, no una tachadura o eliminación. Es por esto que no olvidamos los aconteci­mientos emocionales con facilidad, al menos no de forma inconsciente, reaccionamos sin saber por qué, y esto de forma repetitiva, digamos que estructurada. Esta memoria de elefante para las emociones, sólo para los contenidos cognitivos asociados a emocio­nes significativas, nos interesa para ser con­secuentes con la manera en que enfocamos el manejo de las emociones y muy en parti­cular el del deseo sexual.

En este arco analógico representamos desde la memoria filogenética hasta la memoria de las experiencias que nutren, no sólo el campo de los contenidos lógicos y reflexivos, sino preferentemente el dominio de la irreflexión, “los momentos significan­tes del ayer como momentos significativos del hoy o como una experiencia presente que puede ser una experiencia emocional del mañana”35.

 

Interdominio

El segundo elemento a tener en cuenta es el concepto de interdominio (Dodge, 89)36, “el proceso por el que la activación de un dominio de respuesta sirve para alterar o modular la activación de otro dominio”. Deducimos que los cambios en cualquiera de las dimensiones del deseo sexual, cam­bios fisiológicos, gestuales o cognitivos, influyen en las otras dos dimensiones, de manera que la estructura del deseo sexual no es unidireccional; habrá que pensarla como multidireccional y multiconformacional. Hay que comprender que esta “influencia” alude al proceso de configuración de unas variables que son contempladas por nosotros como correlatos o dimensiones en la expe­riencia ya puesta en forma.

Indudablemente, teniendo en cuenta que no se puede concebir al individuo como un ente aislado, es la interacción con el mundo lo que verdaderamente está en el pasado y en el presente de la regulación. Precisamente esto es lo que, como veremos, le dará la cualidad de ser un mecanismo flexible y accesible al control, a la adaptación o, en otros términos, al cultivo, su virtud. En todo caso lo que sí ofrece una posibilidad clara de control es el acto, ya que lo volitivo sí podemos localizarlo más en el orden de la consciencia reflexiva.

 

Freud

La emoción implica una forma de cons­ciencia y ésta es posible que se cree, como decía Sigmund Freud, por asociación de sím­bolos a percepciones o quizás a sensaciones. Antes que él Havelock Ellis como investiga­dor del hecho sexual creó su teoría del sim­bolismo erótico a partir de la misma premisa. Lo dudoso, advierte Sartre en su crítica al psicoanálisis, es que esa asociación sea cons­tante o, mejor dicho, universal.

Si reflexionamos acerca de la experiencia de deseo sexual encontramos que los conte­nidos simbólicos asociados a aquello que pensamos como deseo sexual representan la estructura cognitiva de nuestro deseo, son efectivamente la expresión y la forma de éste en nuestro campo mental; no hablamos del proceso, hablamos de sus resultados. Es en la relación con este imaginario, con estos contenidos simbólicos y con esta estructura significativa, es en la relación de la conscien­cia con los contenidos simbólicos precons- cientes o irreflexivos y de éstos con la per­cepción donde se lleva a cabo el diálogo cog- nitivo acerca del deseo sexual. El manejo fenomenológico de la historia de nuestro deseo sexual, el deseo de cada cual y lo que éste tenga de elemento universal creemos que es una aproximación fecunda hacia la dimen­sión cognitiva de la experiencia erótica. El ocultamiento del que parte el psicoanálisis sería quizás una de las formas estructurales de relación entre lo reflexivo y lo irreflexivo en el ámbito de la consciencia.

 

Lo expresivo

 

Del imaginario a la fantasía

Sabemos que expresamos esta emoción en forma de gestos y nos referiremos a estos gestos y actitudes, pero antes habría que decir que también la expresamos en forma de fantasías o construcciones imaginarias de historias, de sucesos, que al igual que la misma acción o que la realidad fáctica a veces nos proporciona pequeños apuntes, experiencias fragmentarias en el ámbito de lo imaginario. Otras veces se trata de fan­tasías que representan historias completas. Gracias a nuestra capacidad de imaginar, de alguna forma vivimos fuera del terreno de la acción, al margen de lo que llamamos el gesto, la conducta observable. En ellas se puede ver una suerte de tendencias a la acción sin acción.

Es importante esta corrección ad hoc de la dimensión expresivo-conductual, porque la dimensión cognitiva es un correlato de la experiencia que se corresponde con los ges­tos o conductas y con lo que llamamos cam­bios a nivel fisiológico. Pero dentro de los procesos cognitivos, se desarrollan experien­cias en el imaginario que suponen gestos, acciones que no son conductas observables ni tienen sus implicaciones, pero que pueden ser consideradas como experiencias. Son “expresiones”, en este caso eróticas, de la sexualidad del individuo en el ámbito de la erótica y a través de lo que es conocido como deseo sexual.

Las fantasías son una forma de autoesti- mulación cognitiva, contribuyen al manejo de la realidad. Las imágenes y los signos son al fin y al cabo herramientas para el manejo de la realidad37.

Este campo es esencial, puesto que somos animales “simbolizans”38, converti­mos constantemente los objetos en símbolos. La construcción de la memoria y nuestra misma consciencia manejan paralelamente contenidos simbólicos y no simbólicos (o simbólicos inconscientes, computacionales) asociando representaciones de los objetos en combinación con los contenidos no simbóli­cos. Las imágenes asociadas muestran con frecuencia una secuencia que es erótica, representan una historia, suponen un guión, un script erótico relacionado con la tenden­cia a la acción, con el desarrollo pragmático. Con frecuencia jugamos mentalmente, y esto forma parte de la conformación del deseo sexual con estas “direcciones imaginarias”. Construimos historias que son ya una expre­sión y que tienen un significado precisamen­te porque son asociaciones, conjuntos, expe­riencias en las que el organismo entero está puesto en forma; se trata de vivencias. Tenemos la cualidad de codificar nuestras percepciones en clave sexual, y en el terreno de este imaginario y de estas representacio­nes se escribe nuestra erótica.

Podemos incluir las fantasías en el campo de la expresión del deseo sexual, y el imaginario en sí en el de lo cognitivo, azaro­sa asignación que tiene la virtud de enlazar los dos campos en este nexo, poniendo entonces en evidencia una forma de “fisio­logía” o promesa de articulación comprensi­va.

 

El gesto

Hay algo que caracteriza al gesto; es el movimiento, la animación del cuerpo (gestus), al mismo tiempo su administración, la gestión (ger, gérere) de ese cuerpo, nues­tra acción, nuestra praxis. Hay una visibili­dad, es observable. El lenguaje y la expre­sión gestual son otro correlato del deseo. Nos comunicamos a través de los gestos y habría que entender este campo dentro de la comunicación. Por tanto a él pertenecen los aspectos del lenguaje hablado y corporal de la expresión del deseo, de nuevo se produce un continuo con el imaginario y las repre­sentaciones. Sus contenidos son el estudio sobre etología humana, los aspectos univer­sales del lenguaje corporal, los mensajes universales del cortejo, de la disposición, de la aceptación y el rechazo, la interacción erótica, la respuesta sexual, la palabra mediante la cual expresamos esos deseos, la palabra que crea por sí misma el deseo.

Hablamos de la expresión sexual en gene­ral y de la erótica en particular cuando rela­cionamos estas estructuras con el tema del deseo sexual. Esa atracción hacia el otro, hacia el objeto, se expresa y se muestra con el gesto, con la conducta, decimos “con” para resaltar que puede no ser exactamente “a través” del gesto, porque el lenguaje cor­poral es ya de por sí una forma de expresión anterior a la misma idea, a la misma repre­sentación; al menos van de la mano. Como ocurre con el mismo deseo sexual, el lengua­je gestual funciona a un nivel de comunica­ción distinto, no exactamente extrapolable con el lenguaje simbólico consciente; consti­tuye un correlato, pero en su procesamiento intervienen de forma más directa los proce­sos inconscientes e irreflexivos. Tiene la capacidad de funcionar como el lenguaje hablado -el arte nos da muestras de ello. Sin embargo, el lenguaje gestual está más cerca de las emociones, comparte más cosas con ellas que el lenguaje que llamamos simbólico consciente, el que se articula linealmente en ideas y pensamientos. En el deseo sexual el lenguaje hablado y el gestual dejan constan­cia de la relación y quizás de la configura­ción que ambos campos tienen en la sexuali­dad del sujeto. Nuestras expresiones habla­das y gestuales comunican, se mueven en torno al deseo en el ámbito de la administra­ción o de aquello que ofrecemos y de aque­llo que recibimos. El gesto forma parte de la emoción porque en el mismo concepto de emoción se incluye la tendencia a la acción. Confirmaríamos así la idea de E. Amezúa diciendo que antes de nada es tendencia a la expresión; fantasía y gesto. Por fin, los ges­tos también tienen el poder de convocar la emoción, a modo de herramienta, de llave por la cual se acerca la realidad a nuestro deseo. El término tendencia a la acción o a la expresión incluiría una forma ya esbozada de ella, un guión, una metáfora que se desa­rrolla en un procedimiento y quizás en una historia.

 

Acerca del modelo descriptivo

 

Utilidad del modelo descriptivo

Es probable que el éxito del modelo tri­dimensional para la descripción del deseo sexual y en general para las emociones se deba a que no es exactamente un modelo, puesto que en realidad no articula ninguno de sus aspectos o dimensiones, sencillamen­te los describe. Esto puede dar cabida a cual­quier interpretación y exposición, lo cual lo convierte en una estructura verdaderamente útil. Sin embargo hemos comprobado en nuestro intento descriptivo diversas dificul­tades: la superposición de dimensiones, por ejemplo; los cambios fisiológicos pueden ser una expresión, además de cambios fisiológi­cos, léase el rubor; la confusión con respecto al sujeto/objeto. Cualquier observación obje­tiva por fuerza debe basarse en que el objeto de estudio es un sujeto, para lo que se admi­ten -“se asume la relación formal, aunque no isomórfica, entre la experiencia y los autoinformes”- los informes verbales, pero desde el momento en que esto ocurre no podemos hablar de objetivable como patrón de certeza, al menos en lo que se refiere a parámetros cuantitativos. Tampoco vemos una correspondencia necesaria entre la observación - cambios fisiológicos, informes verbales - cognitivo y observación - conduc­tas.

 

Nuestra corrección

Hemos decidido insistir una y otra vez en la condición de correlatos para resaltar que cada una de las tres dimensiones, que ya nos son muy familiares, no eran independientes. Hacíamos hincapié en que no se trataba de una composición de tres elementos, sino de un hecho que se puede observar desde tres perspectivas correlativas. Sin embargo en nuestro intento comprobamos cómo esta tarea es sumamente difícil, ya que tendemos lógicamente a asignar un valor funcional y temporal a cada uno de los aspectos de los que tratamos, y en cierta forma lo tienen, ya que son correlativos en cuanto al fenómeno dado, el hecho emocional, pero tienen a su vez una función de variables en el proceso de construcción del hecho.

En realidad siempre intentamos un mode­lo a partir de una estructura, y pensamos que en el transcurso de la descripción, de cual­quier descripción, ya se apunta un modelo preformado, en este caso un modelo comple­jo en el que se puedan tejer los fenómenos que son objeto de estudio. No lo hemos arti­culado; se va constituyendo a medida que deconstruimos la descripción tridimensional. El concepto de correlato y la teoría de la identidad ayudan a suavizar las clásicas difi­cultades epistemológicas; la investigación humanista y la cientifico-tecnólógica tienen muy amplias conexiones que pueden ser uti­lizadas para corregir los modelos ya clásicos; se trata de asignación de cualidades, poten­ciales, según los lenguajes.

Encontramos al fin el campo de lo cogni- tivo como un importante referente para el estudio del deseo sexual y nos vemos tenta­dos a intentar una descripción desde una perspectiva según la cual todos los hallazgos con respecto al deseo sexual son “expresio­nes”. Dicho de otra forma, es la valoración, o la significación erótica que de forma biográfica tiene para el individuo el objeto de atracción, el acontecimiento que está en la génesis del deseo sexual. Siempre que enten­damos la valoración como el resultado de un proceso complejo e integrado por los facto­res explicitados en la descripción tridimen­sional. Los hallazgos ya se pueden compren­der como expresiones de este acontecimiento y por lo tanto como sucesos en una erótica diferenciada. Intuimos que sería más útil, pero no es tiempo ni lugar para “marear” a los sufridos lectores.

 

Teoría de la identidad39

Pensamos que la noción de correlato que hemos defendido se refiere fundamental­mente a dos aspectos básicos: en el primero, como ya hemos dicho, consideramos un hecho visto desde distintas perspectivas correlativas. El segundo va también implíci­to en la condición de correlato; mente y cuerpo son aspectos diferentes de aconteci­mientos físicos.

Sobre el problema mente/cuerpo la Teoría de la identidad (Searle, 83), que es una hipótesis monista, plantea el siguiente esquema que nosotros adaptamos ahora: todo se desenvuelve en el ámbito físico, hacemos descripciones físicas en las que aparecen un objeto (O) y un sujeto (S), de forma que el objeto O crea un estado cere­bral de S. Al mismo tiempo y de forma correlativa o equivalente, podemos hacer una descripción mental como la experiencia que S tiene de O, siendo la primera descrip­ción una reducción a términos físicos de la segunda. Como consecuencia de este aconte­cimiento, en la descripción mental obtene­mos una decisión de S de acercarse a O, y una descripción física como estado cerebral de S. Como consecuencia, el sujeto S se acerca al objeto O.

En principio, esta teoría contradiría nues­tra corrección anterior, ya que si todo se desenvuelve en el ámbito físico la descrip­ción mental no puede ser sino un producto. Pero esto es una apariencia, porque si com­prendemos que se trata de identidades, esta­mos hablando de lo mismo, no de un pro­ducto. Pero desde el campo en el que pode­mos comunicarnos, el de las descripciones mentales de experiencias, es desde donde podemos encontrar una comprensión del hecho.

 

Hacia un modelo

 

¿Fisiología fenomenológica?

Nos ocuparemos ahora del funciona­miento, de la fisiología del deseo sexual. No hemos querido en este documento especifi­car y extendernos en la fisiología de la exci­tación ni en general en los contenidos de las investigaciones sobre los cambios fisiológi­cos. La medicina y la psicofisiología ofrecen un importante caudal de conocimiento que sin duda habrá que retomar más y mejor desde la sexología. Sin embargo, sabemos que es en la búsqueda de una fisiología pre­cisamente del ser bio-psico-social donde se podrían incluir las investigaciones interdis­ciplinarias. En este sentido, el modelo del hecho sexual humano de Efigenio Amezúa aporta la sexuación como el campo donde integrar los conocimientos fisiológicos. Pero, además de la sexuación, supone la sexuali­dad y la erótica. Establecer cualidades de relación entre los acontecimientos en las tres dimensiones sería el contenido de una fisio­logía fenomenológica, pero éste es un objeti­vo demasiado ambicioso. Mientras tanto, sí querríamos indagar un poco acerca de la idea de funcionamiento, de articulación o de distribución en el tiempo de los distintos aspectos de ese acontecimiento que denomi­namos deseo sexual, observando que ya hay teorías evolutivas que articulan bien el pro­ceso desde el modelo bioinformacional.

 

Por fin Lang

Nuestras preguntas son: ¿cómo funciona el deseo sexual? ¿cuál es su principio y su fin? Esta fue la cuestión que el psicólogo W. James puso sobre la mesa para su disección en 1890, como más tarde lo hizo el fisiólogo Cannon en 1930. El primero para decir, según adaptamos, que deseamos porque sen­timos excitación; el segundo para determinar que sentimos excitación porque deseamos. Esta es la eterna discusión de lo central fren­te a lo periférico, el arousal frente a la cog­nición.

Discusión que de alguna forma quedó zanjada con Peter Lang en 1968 al introducir su modelo integrado o bioinformacional. Según éste, las emociones responden a una organización jerárquica con un nivel inferior donde predominan los patrones específicos, y un nivel superior donde predominan los valo­res dimensionales o cognitivos. Las emocio­nes presentan una topografía fisiológica y conductual concreta dada por la evolución filogenética a partir de comportamientos básicos adaptativos que se caracterizan por tener intensidad (nivel de activación), valen­cia (aproximación o evitación) y control (continuidad o interrupción). La dimensión de valencia tendría la primacía por existir circuitos neurofisiológicos específicos para lo agradable y lo desagradable.

En los laboratorios de psicofisiología este modelo es tremendamente útil, ya que además de haber integrado lo central y lo periférico en un modelo evolutivo y por niveles, permite el estudio de las emociones a partir de tres dimensiones en la respuesta y, por tanto, relaciona valores cuantitativos de laboratorio con distintos niveles jerárqui­cos de organización40.

Con Lang se inauguran por tanto los modelos jerárquicos multinivel, que son los modelos que encontramos con más frecuencia en las explicaciones acerca de las emociones y en general sobre el procesamiento mental (Lang, LeDoux, Damasio, Wakendof). La hipótesis es que existen diversos sistemas de respuesta y de procesamiento que entran en juego dependiendo del estímulo y de la res­puesta que se configure. Los niveles “infe­riores”, que serían más periféricos, estarían constituidos por mecanismos adaptativos programados filogenéticamente. En estos niveles de baja participación cognitiva la valoración vendría ya dada por codificacio­nes también programadas filogenéticamente, mientras que en los niveles superiores la valoración sería más cognitiva o cultural.

 

Un continuo

Vamos a hablar de un arco analógico donde tenemos representados el reflejo, el instinto, el impulso, la emoción (Smith y Lazarus, 1990)41 y, podríamos añadir los sentimientos, las ideas y los pensamientos. Este arco es un sistema multientrada que adopta una configuración dinámica, según un modelo jerárquico multinivel. Se nos cuestionará porqué, si hablamos de una experiencia emocional erótica, incluimos todos los mecanismos adaptativos. La razón es que pretendemos hablar desde un modelo integrado. En nuestro caso la experiencia es preferentemente emocional, pero en ella par­ticipan todos nuestros registros.

Al hablar de la evaluación en el correlato cognitivo ya expresamos nuestra idea de cómo se produce ésta y su relación con los distintos mecanismos adaptativos. Por tanto, el modelo es el de un sistema, el orgánico, con múltiples capacidades o mecanismos adaptativos pero que en sí no constituyen sistemas con campos y regulaciones defini­das, sino integraciones de respuestas en con­figuraciones determinadas, según la signifi­cación de la situación a la que respondan o en la que participen.

Por otro lado, el estímulo o situación desencadenante del deseo también se con- ceptualiza bajo una recepción multientrada, es decir, no se trata de un estímulo en sí, sino de la conjugación de muy diversas informa­ciones que dan lugar a una valoración eróti­ca. Entre estas informaciones se incluye el estado del organismo, la interacción sexual, los objetos, las importancias, imágenes y fantasías o un mismo hecho erótico que retroalimenta al mismo deseo. Por tanto es claro que consideramos cualquier variable como elicitadora de la experiencia.

Asimismo, consideramos la existencia de un continuo en el proceso completo según lo que ha recorrido y la intensidad. El hecho del deseo sexual no es un cuantum, no es un paquete que se da completo o no se da, tam­poco es constante en su intensidad. Si lo consideramos dentro de un continuo, desde una perspectiva dinámica, se nos ofrece como un proceso del individuo que atraviesa por configuraciones que cumplen unos míni­mos, unas características que lo configuran como tal deseo sexual, características ya apuntadas en nuestra descripción. Quizás el deseo se pueda quedar en un impulso o lle­gar a ser un sentimiento. Esta idea nos anima a especificar esas características diná­micas en el modelo anteriormente expuesto y desde luego sólo apuntado.

 

La cadena de la significación

Por un lado vimos que hay consenso, según nos relata Moltó, respecto a que el estí­mulo debe ser significativo para que se pro­duzca la experiencia de deseo sexual. Significativo alude al hecho de que es inter­pretado según algún valor o referente externo al objeto. Ese referente es el que le da la cuali­dad de erótico, y esto aplicado a cualquier objeto. Una mama puede ser una glándula mamaria con tejido mastopático o una prome­sa de dicha neumática. La diferencia reside en la significación que esta mama tenga según la situación y la erotización o construcción de lo erótico de forma biográfica en el individuo. Por tanto la cualidad o significado erótico del estímulo viene dada por el “sujeto en el mundo”. El objeto es erótico porque tiene un sentido erótico en la biografía del sujeto y en la situación que éste vive. Y es que la expe­riencia de lo erótico se constituye en emoción, erotizándose el estar en el mundo del sujeto, y a esto le hemos llamado codificación erótica. Esta experiencia emocional a su vez es signi­ficante porque tiene un sentido hacia el obje­to, no se queda en la mera reacción, está cons­truida hacia fuera, indica una tendencia hacia algo, algo que tiene un sentido biográfico y a lo que el individuo responde de forma signifi­cante. Su significado vendrá cifrado por la biografía del sujeto de nuevo en su realidad de primer orden, en su erotización o diferencia­ción erótica y hacia el otro sexuado en térmi­nos generales, en términos de realidades de segundo orden42.

Decía Sartre que las emociones son signi­ficativas, que no son accidentes, porque la vida no es una sucesión de accidentes. En este sentido, el propio deseo sexual que ha sido elicitado por un acontecimiento significativo se constituye en una experiencia significativa, con un sentido biográfico en el sujeto, para el que además supondrá un prágmata, un deseo de para algo. Por tanto primero es significati­vo el acontecimiento y después nuestra propia experiencia emocional en su construcción y en su expresión, y así sucesivamente.

Consideramos el signo, la representación, como el hallazgo evolutivo de una herramien­ta científica, una herramienta que ayuda a la predicción, a la gestión del vivir en el mundo. Es por esto que basamos las conformaciones del posible modelo sobre el deseo sexual en la significación y de esta forma les asignamos un valor pragmático.

El deseo sexual encuentra su significación en una pragmática del ser sexuado en el mundo y se constituye en una forma de inte­racción con él.

 

Configuración biográfica del deseo sexual

Hasta ahora nuestro modelo de deseo sexual se puede describir como una configu­ración específica de las variables correlati­vas estudiadas en el modelo descriptivo, reu­nidas en los tres campos a los que hemos hecho alusión: los cambios fisiológicos, los cognitivos y los expresivos. Estas variables se configurarían de forma preferentemente emocional en un arco analógico de respues­tas adaptativas que incluirían los reflejos, los instintos, las emociones, las ideas y los pensamientos, según un modelo jerárquico multinivel. Quizás sea este constructo el análisis moderno y complejo de conceptos más antiguos, como el del temperamento o el del carácter, pero con elementos relacio- nales ya implícitos, especialmente en el campo cognitivo.

Hemos aludido a la cadena de significa­ción como un eje pragmático donde se refe- rencian las distintas configuraciones de la experiencia emocional erótica. La significa­ción no puede venir dada más que por la biografía del individuo, pensando además que el individuo tiene, en primer lugar, una edad actual; en segundo lugar, una edad pasada y, quizás en tercer lugar, una edad filogenética. Entendemos por biografía el proceso que representa el vivir del sujeto en el mundo, con sus modos, sus matices y sus peculiaridades según el modelo del hecho sexual humano de La teoría de los sexos.

Y  es precisamente de este vivir en el mundo del sujeto sexuado de donde parte el deseo sexual, entendiendo sus configuracio­nes en relación con la valoración representa­da en las configuraciones eróticas que el sujeto construye con respecto al otro sexua­do, que entendemos es el objeto último de atracción. Nos vamos erotizando y configu­rando eróticamente, y el deseo sexual es una de las experiencias que más alimentan y que más alimentadas se ven por este proceso.

En la teoría de los sexos, la sexuación, como el proceso por el que el sujeto se hace de uno u otro sexo, tiene su correlato en el campo conceptual de la erótica, como un pro­ceso de erotización. El proceso de erotización es similar al de la sexuación, es un proceso de diferenciación sexual por el cual nos indivi­dualizamos de forma muy específica en una configuración con respecto al otro sexuado.

Podríamos integrar estudios de ciclo vital, experiencias clínicas y todas las infor­maciones que tenemos acerca de las relacio­nes y articulaciones entre las variables que hemos estudiado, como también contenidos en el estudio del proceso de erotización. Pero siempre deberíamos tener presente un hecho privilegiado de este fenómeno: la valoración y la codificación erótica. Ambos hacen referencia a una significación y se constituyen en significantes, y si no tenemos en cuenta esto quizás no estaremos hablando de la experiencia de deseo sexual.

 

Para una lexicografía

El deseo sexual como deseo erótico, ha sido entendido en este documento como el deseo carnal, el deseo de unión, de junta- mento con el otro, experiencia de promesa de experiencia de placer erótico. En general y aunque consideremos que los términos de uso pueden no ser los que más se adaptan a las ideas en las que nos basamos, sí estamos interesados en su utilización. La razón es obvia, son los de uso.

Creemos que su construcción no es ade­cuada, ya que sexual es un campo demasia­do amplio para ser en este caso el adjetivo del concepto deseo, sin embargo, hace alu­sión al mismo hecho sobre el que aquí trata­mos, una vez más con distinta perspectiva. Pensamos en la utilidad de la subversión de los términos, en este caso como la aporta­ción que hace una disciplina a un término que nos interesa se enriquezca. Quizás esta actitud sea más constructiva que la de usar términos nuevos o términos no entendidos por la comunidad científica.

No creemos tener un léxico adecuado para el contenido que hemos querido dar al deseo sexual. El deseo erótico se acerca más y es más correcto epistemológicamente, pero tampoco resulta adecuado por entender nosotros que es más amplio, más en relación con la amatoria, según la nueva descripción de la teoría de los sexos. Creemos que se pueden adoptar ambos términos de forma indistinta, primero para ser entendidos y segundo para incluir el deseo sexual de forma expresa en el campo de la erótica.

 

Un posible mapa lexicográfico

En castellano hay términos que parecen dar cuenta del arco analógico de configura­ciones o estrategias adaptativas incluidas en este campo de la experiencia. Aquí sólo pre­tendemos un ejercicio de estructuración o distribución de términos que escuchamos en consulta y que hemos visto reflejados en el Diccionario de los sentimientos de José Antonio Marina43.

Se entiende que estos léxicos se refieren a la erótica o al deseo sexual, y no acerta­mos a encontrar una relación más que apró- ximada e intuitiva con los contenidos que les daremos.

Apetito. Representaría la percepción de nuestro estado del organismo, lo que enten­demos como nuestra disposición física. Respondería a una variable que nos haría más receptivos a la valoración erótica de los acontecimientos, más susceptibles de ser atraídos. También se puede usar como lo que pensamos cuando hemos valorado eróti­camente, lo que no implica que podamos determinar nuestro deseo. Tan sólo hemos tenido una emoción de intensidad menor, con el concurso de una codificación erótica parcelada o quizás ausente, según el modelo continuo antes comentado. El apetito se situaría entre el reflejo y el instinto.

Gana. Para J. A. Marina, en castellano, es sinónimo de deseo y tiene la ventaja de que admite un contrario, la desgana. Para nosotros, las ganas hablan ya de una valora­ción y de una codificación erótica, además de indicar una tendencia a la acción. Pero una tendencia aún con referencia a la parte del arco analógico más en relación con el estado del organismo, con menor involucra- ción del objeto emocionante. Sí, las ganas se perciben todavía como una sensación que se acompaña de un reconocimiento de un obje­to puesto en forma pero sin el cortejo cogni- tivo completo que unen a sujeto y objeto de forma emocionante. Las ganas hablan aún de una percepción de la predisposición propia con relación al estado del organismo, aun­que ya más cerca del ámbito de la emoción, tal y como la venimos entendiendo. Las situaremos alrededor del impulso. En este campo y en el anterior, la voluntad se suele hacer cargo de proyectos estratégicos o ins­trumentales implícitos en su tendencia a la acción.

Deseo. El deseo se corresponde ya con la emoción que hemos intentado comentar en este documento. En él intervienen la valora­ción, la codificación y la expresión. El suje­to y el objeto se unen de manera difícilmen­te diferenciable. En nuestro arco analógico se corresponde con la emoción, y quizás una de sus principales características es que se percibe no como una disposición orgánica o personal, sino en función de la atracción que el objeto hace sentir al sujeto. Esta carac­terística de afecto, de pasión, viene reflejada asimismo en la percepción, ya que resulta ser algo que de alguna forma nos asombra y sobre los que nuestra voluntad sólo intervie­ne muy parcialmente. “Nos damos cuenta” de que nuestro deseo no es reflexivo, se desarrolla en nuestra consciencia irreflexiva al igual que los dos conceptos anteriores, pero aquí esta experiencia supone una impli­cación de todos nuestros registros, el mundo se ve transformado por él, y en la expresión la tendencia a la acción no se percibe como instrumental u operante, o al menos nuestra voluntad no interviene de forma dominante en esta instrumentalidad. Esto no significa que no podamos tener control sobre el paso a la acción, sino que la relación con la voluntad es delicada y ésta no determina a la propia emoción, aunque sí puede controlar su expresión fáctica.

Querer. El querer daría cuenta de otras áreas de nuestras estrategias adaptativas en el mismo arco analógico. El querer continúa siendo un afecto, pero en él intervienen de forma importante elementos cognitivos reflexivos, ligados a las ideas y a los pensa­mientos. Diríamos que se corresponde con el sentimiento, en una configuración más esta­ble entre las experiencias emocionales y los pensamientos. La voluntad tiene en él mayor protagonismo, tanto en su origen como en su expresión. Al mismo tiempo nos identifica­mos con el querer porque en éste se resume de forma más integral nuestro estar en el mundo, de alguna forma este querer filtra nuestros deseos y los incluye en su misma experiencia. De hecho seguimos consideran­do este querer compuesto por los anteriores elementos, pero al desenvolverse en un ámbito más reflexivo, más lógico, es más accesible a las ideas y pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo. En este nivel consideraríamos este término incluido en el de nuestra erótica, en su sentido más amplio. Quedaría por desgra­nar cómo se representa en nuestra sexuali­dad y qué relación mantiene con el proceso de erotización.

Nos hemos ocupado sólo de cuatro léxi­cos a modo de primer acercamiento, pero creemos que podría tener gran utilidad prác­tica la idea de discutir acerca de un posible mapa lexicológico en relación a los modelos con los que entendemos el hecho sexual humano, incluyendo términos como atrac­ción, seducción, gustar, etc.

 

La función del deseo sexual

En la comprensión de nuestro tema no podemos olvidar su “ser para”44, su pragmá­tica, la importancia que tiene su serviciali- dad o su dificultad para algo. Ya hemos visto como el deseo sexual se constituye en acontecimiento significante, precisamente porque es un prágmata cuya función es en realidad de segundo orden: el abrirnos al otro sexuado.

La perspectiva evolucionista es quizás de las más antiguas y recurrentes en la historia de las ideas con respecto al deseo sexual.

Así, Galeno pensaba que el triángulo del placer, el cuerpo y el deseo establecían un sofisma, una astucia del logos para la salva­ción y protección de la especie45.

Desde la etología se consideran las emo­ciones como formas de comportamientos adaptativos. El deseo sexual pertenecería a una escala de respuestas adaptativas que incluirían el reflejo, el instinto, el impulso y la emoción, de forma que las emociones han evolucionado a partir de sistemas adaptati- vos simples y fijos que se han ido compli­cando y flexibilizando46. Y tendríamos que decir que las ideas y los pensamientos for­marían parte de este arco adaptativo.

Por otra parte, se deja ver un curioso paralelismo entre la evolución de las res­puestas adaptativas y nuestro propio estudio de ellas. La erección puede no ser más que un reflejo, sin embargo también se puede constituir en el correlato de una emoción sexual, de un deseo. Pensamos que cada paso evolutivo integra los mecanismos adap- tativos anteriores, y nos asombramos al pen­sar que en la historia de la ciencia todos estos mecanismos han sido objeto de estudio y modelo explicativo de la respuesta sexual. Así sucedió con el reflejo en las perspectivas periféricas y en el estímulo-respuesta, con el instinto en la generación y en la degenera­ción, con el impulso como el sistema sexual y las conductas apetitivas cercanas al ham­bre y la sed, y, últimamente, con la emoción como campo de correlatos significante. De modo que podríamos imaginar una “evolu­ción” en el estudio del deseo sexual y quizás en el del hecho sexual humano.

Pero lo evolutivo nos habla de una reali­dad de segundo orden, algo que nosotros no vivimos en nuestra realidad radical. Debemos ir más acá y preguntarnos para qué sirve el deseo, cuál es su finalidad, que son preguntas sobre su significación. Contestaremos que el deseo nos acerca, que el deseo es la anticipación a un placer, nos aproxima al otro de una forma erótica. El deseo hace que desaparezca de forma mági­ca la distancia, activa la búsqueda, es en sí mismo una experiencia de unión con la alte- ridad, una unión en la que están implicados el cuerpo y los placeres. Ésta es su función y quizás la clave de su ausencia. En esta misma dirección y en la medida en que el deseo erótico es sexuado y está diferenciado en cada cual, cumple un papel importante en lo que se ha llamado la realización del indi­viduo como sujeto, muy probablemente por el carácter integral de la experiencia y por la relación que tiene con la identidad del indi­viduo.

Como campo de la expresión, el deseo se constituye en comunicación, óptica desde la cual la teoría sistemática habría dado sus frutos. Teoría en la que bien se podrían inte­grar los estudios etológicos sobre los gestos y los estudios sobre expresión facial.

No olvidemos que como realidad de pri­mer orden en la experiencia “y no a través de presunciones o interpretaciones”47, la finali­dad del deseo sexual es la unión con el otro, con el otro muy particular, con un objeto determinado y diferenciado. Para ello se cons­truye un mundo codificado en clave erótica, de manera que la unión con el otro se hace de alguna forma posible, se debilitan los “límites entre lo real e irreal”48, los límites de la propia consciencia. Este paso a la emoción no se rea­liza, sin embargo, como en Sartre, como un mecanismo de bajo nivel cuando no se puede responder a un alto nivel. Más bien el deseo erótico responde a una dificultad siempre pre­sente. Ya que somos individuos, diríamos que es una forma de potenciación de la comunica­ción, del encuentro.

 

El deseo sexual y la erótica

A lo largo de la exposición hemos ido dando cuenta de la forma en que articula­mos, aunque de forma preliminar o incipien­te, esta emoción en el marco de la teoría de los sexos. Inscribimos el deseo sexual dentro del campo conceptual de la erótica, por tanto se integra como expresión de la sexuación y de la sexualidad desde la relación entre los sexos, lugar privilegiado del hecho sexual humano.

El deseo erótico demuestra su condición sexual al llevar implícita en su función y en su estructura precisamente la relación con el otro sexuado, su condición de dirigirse a la alteridad.

Entendemos que la erótica alimenta nuestra sexualidad, ya que es el campo en el que ésta se expresa y a través del cual se realiza como prágmata, que es al fin y al cabo el sentido de nuestra sexuación. Nos erotizamos como nos sexuamos, quizás en articulaciones similares a las del modelo del deseo sexual arriba expuesto.

Hablamos de nuestra sexualidad para dar cuenta de cómo nos percibimos hombres o mujeres, con qué modos, matices y peculia­ridades, pero en gran parte esta consciencia reflexiva, esta percepción de nosotros mis­mos, se referencia en otras realidades prime­ras, como son las que se derivan de nuestros deseos sexuales. De forma más amplia la sexualidad se referencia en la erótica como el dominio no sólo de los deseos sino de las demás formas de estar en el mundo, como son las ideas y los sentimientos en las rela­ciones sexuales.

Entendemos que el deseo sexual entra a formar parte del arte erótica, y de hecho del arte amatoria, del cuarto campo conceptual que el autor de la teoría de los sexos desgra­na del tercer registro, tal y como se expone en la reciente reforma editada por su autor, y que nosotros preferimos mantener dentro del tercer registro o erótica.

El deseo sexual, como decimos, ocupa un lugar privilegiado en la erótica, pero es un fenómeno más dentro de ella. Nuestra sexualidad no sólo se expresa a través de la experiencia emocionada de deseo del otro, aunque esto sea quizás el origen del resto de las expresiones eróticas.

Según Efigenio Amezúa, la erótica es “materia prima de los sujetos y de sus rela- ciones”49 o Manuel Lanas50 “. como regis­tro social, es la articulación entre la sexuali­dad del uno y la sexualidad del otro”. Como registro interpersonal, en esta articulación encontramos los fenómenos de la atracción, la seducción, el cortejo, la amatoria, la crea­ción y la procreación. Fenómenos todos, incluido el deseo sexual, que estarían repre­sentados mitológicamente por Eros y las dos afroditas, la celestial y la popular. En defini­tiva en estos procesos se configura de forma completa nuestra erótica a lo largo de la bio­grafía.

 

Deseos sexuales sexuados o sexistas

Desde el principio del documento hemos dejado de lado la contextualización socio- cultural del hecho sexual humano así como el discurso social que se refiere al deseo sexual51, excepto para justificar el presente documento, y esto a pesar de parecemos ambos aspectos sustanciales en la discusión de nuestro tema. La cuestión sexual y los distintos discursos acerca de ella, así como lo que denominamos más clásicamente la moral sexual cultural52 tienen un espacio de representación en realidades personales, interpersonales y sociales, quizás de primer, segundo y tercer orden. Pero ésta es una cuestión psicosociológica que aquí no pre­tendemos tratar. Sólo diremos que efectiva­mente se incluyen en la configuración de nuestras experiencias emocionales a través de su dramatización en nuestras relaciones sexuales y en nuestra erótica en general.

En cualquier caso, hemos dicho que el deseo sexual es sexuado, se da por un pro­ceso de erotización diferenciado en cada sexo y en cada individuo. Habría además que hacer dos matizaciones. La primera es que hemos hablado de deseo en singular, cuando en realidad estabamos hablando de los deseos. El uso del singular no es más que un recurso para tratar sobre un concepto que reúne una serie de experiencias que tie­nen unos rasgos comunes. La segunda es precisamente su diferenciación sexuada, que quizás se conformaría con unos modos en común para cada sexo y más allá con unos matices y peculiaridades para cada indivi­duo.

Después de haberse impuesto un modelo de respuesta sexual, más que sexuado sexis­ta, pues se basaba fundamentalmente en la respuesta masculina y desde el punto de vista de los cambios fisiológicos, es muy probable que estemos manejando un modelo de deseo también masculino. ¿Por qué tene­mos esa abrumadora diferencia entre hom­bres y mujeres en las demandas por bajo deseo? Se alude a la testosterona como la hormona del deseo, y es claro que esta pre­domina en el varón. Así que, resuelto el pro­blema, sencillamente las mujeres son menos deseantes. Sin embargo, parece que nos intentamos convencer de algo poco verosí­mil. Seguimos haciendo caso omiso a las formas de deseo sexuado, en este caso a los modos femeninos. La consulta de la mujer posiblemente aluda a que carece del deseo masculino que su pareja cree que debe tener, y esto es una fuente de problemas para ambos. Creemos que estamos en el barro de numerosas reestructuraciones en las relacio­nes de pareja y en las identidades sexuales, transformaciones que obligan a una reestruc­turación erótica en las parejas. La desapari­ción de elementos como la espera erótica53 y los rituales de cortejo, el empoderamiento de la mujer en su condición de sujeto, que no de objeto, en las relaciones eróticas, el refe­rente de la respuesta sexual como objetivo, el trabajo desmesurado de ambos sexos y en especial el doble trabajo de la mujer, las relaciones construidas en dinámicas de poder, etc., son factores que sin duda con­tribuyen a que el deseo sexual se problema- tice de forma creciente.

De cualquier forma hay dos conceptos en los que pensamos se debería ahondar para despejar en algo este asunto que, si bien es problemático, no tiene porqué ser problema- tizado. Por un lado deberíamos profundizar en el conocimiento de las eróticas sexuadas, especialmente elaborando visiones de encuen­tro. Por otro, habría que replantear la cuestión del deseo sexual con respecto a su lugar en nuestras vidas. Creemos que se ha dramatiza­do, como se ha dramatizado la sexualidad y en general el hecho sexual. Su ausencia se conci­be como una enfermedad y no como una forma de configuración personal que puede ser cambiada o no según los deseos de la per­sona que vive su vida o en función de la pare­ja, de ambos, que quieren vivir su vida empa­rejados. El deseo sexual es un fenómeno más en nuestras vidas y debe tener su sitio en la gestión de nuestros deseos. Puede tener un lugar privilegiado para el encuentro y para hacernos más cercanos al otro sexuado, pero no hay que olvidar su categoría de uno más entre los distintos deseos.

Efectivamente con Efigenio Amezúa y con Manuel Lanas creemos que se debe evi­tar la clinicalización de los encuentros. Sobre todo porque primun non nocere y los forma­tos de tratamiento así como la consideración de un problema como una enfermedad o como un trastorno tienen consecuencias que en ocasiones son nocivas para la salud. La perspectiva del deseo como una emoción conlleva muchas consecuencias prácticas en cuanto al abordaje de este campo. La rela­ción de pareja, las ideas acerca de lo que es el deseo, las cosas que se desean y sus luga­res en nuestras vidas, el deseo sexuado, el lugar de las sensaciones, las emociones y los sentimientos son temas a cultivar, ya que, como hemos visto en un sistema multientra- da, son muchas las formas y niveles de abor­daje, pero siempre desde el cultivo, porque las emociones son muy particulares, general­mente valores del sujeto y en gran parte aje­nas a la voluntad.

 

 


Notas al texto

1        Gómez Zapiain, J. (1995): El deseo sexual y sus trastornos: aproximación conceptual y etiológica. En Anuario de Sexología, n°1, Nov 95. Y (1997): El deseo sexual como una emoción y Evolución históri­ca del conocimiento científico de la respuesta sexual. Ambos en Avances en Sexología. Bilbao. Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco.

2        Moltó Brontons, J. (1995): Psicología de las emociones, entre la biología y la cultura. Valencia. Albatros Ediciones.

3        Kaplan, H. (1978, 4a edic.): La nueva terapia sexual (pp: 132-135). Madrid. Alianza Editorial. (Orig. 1974). (1985): Trastornos del deseo sexual. Barcelona. Grijalbo.

4        Masters, W. H. and Johnson, V. (1967): Respuesta Sexual Humana. Buenos Aires. Editorial. Interamericana. (Orig.1966).

5        Díez, J. L. y Gérvas, J. (1999): Notas para debatir sobre la salud sexual universal y la ansiedad postmo- derna. BIS n°26. Artículo que efectivamente fue debatido por mí mismo: Pedro La Calle (1999): El deseo políticamente incorrecto. BIS n° 27. El actual documento se puede considerar una continuación de mi artículo y una respuesta más a las “notas para debatir...”.

6        La idea o el modelo desarrollado en este documento se apoya en gran medida en la idea defendida por Sartre de la emoción como hecho significante. Sartre, J.P. (1987): Bosquejo de una teoría de las emo­ciones. Madrid. Alianza Editorial. (Orig. 1967).

7        Idem, pág. 28.

8        El concepto de “deseo sexuado y por lo tanto, del otro sexuado”. Amezúa, E. (1999): Teoría de los sexos, la letra pequeña de la sexología. Revista Española de Sexología. Extra doble n° 95-96. Pág 26. En este documento el autor recoge de forma amplia los conceptos centrales de su teoría, en lo que lla­mamos la versión moderna Podemos encontrar la articulación del triple registro en su formulación anti­gua en el trabajo del autor: Sexología: cuestión de fondo y forma. La otra cara del sexo. Revista de sexología. n° 49-50. 1991.

9        Idem (6).

10      Bajo una lógica onírica y mágica dirá Sartre en su “Bosquejo...”

11      Marañón, G. (1925): Patología e higiene de la emoción. Obras completas (IV). “Artículos”. Madrid. Espasa Calpe S.A. Pág. 103.

12     Pág. 103 del tomo IV de las Obras completas. Patología e higiene de la emoción. Y, de este mismo autor Psicología del gesto, artículo en los Ensayos Liberales. Colección Austral 4a edición 1956 (1a edi­ción 1946. Madrid. Espasa Calpe).

13     Nos parece adecuado el uso para el análisis del deseo sexual del triple registro (versión antigua) para la articulación del hecho sexual humano de Efigenio Amezúa en su Teoría de los sexos (nota n°8). Creemos además que existe una gran correspondencia con la descripción clásica tridimensional y podríamos haber estructurado este documento bajo estas tres dimensiones, lo cual nos habría facilitado las cosas. Seguimos manteniendo la estructura de la triple dimensión descriptiva de la Teoría de los sexos ya que en su versión moderna además de sexuación, sexualidad y erótica el autor ha añadido la amatoria como corolario de las anteriores. Corolario éste que a nosotros nos parece una conformación del modelo más que una dimensión en sí misma. En este mismo anuario J. J. Gérvas y Mónica de Celis, en su artículo El climaterio en la mujer: una aproximación desde la teoría de los sexos, ofrecen un resumen de la nueva versión de esta teoría.

14     Matizamos así la caracterización del deseo sexual como una “experiencia emocional subjetiva” de A. Fuertes. (1995): Determinantes relacionales de los problemas de deseo sexual. Anuario de Sexología . A.E.P.S. 1, 27-43. Pensamos que la subjetividad es intrínseca a la experiencia emocional. En un princi­pio sustituimos subjetiva por sexuada, sin embargo como nos advertía Mónica de Celis toda experiencia es sexuada, así que pensamos que erótica era el concepto que más delimitaba el tipo de experiencia del que hablamos.

15     Vila Castelar, J. (1996): Una introducción a lapsicofisiología clínica. Madrid. Pirámide. Pág. 126.

16     Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas. Salvat editores 1979.

17     Dicc. María Moliner. Gredos. Madrid. 1988.

18     Wettley, A. (1990): De la “Psychopathía sexualis” a la “ciencia de la sexualidad”. Trad: Consuelo Prieto y Sybille Kapferer. Revista de Sexología 43. Pág. 20. (Orig. 1959).

19     LeVay, S. El cerebro sexual. Madrid. Alianza Editorial. (Orig 1993), Pág. 110.

20      Idem /1) pp 53-54, “El deseo sexual y sus trastornos.”

21      F50-52, Pag. 54 de CIE 10 (OMS 1992) Madrid 92. Ed Méditor.

22      Freud, S. (1995): Tres ensayos sobre la teoría sexual. Madrid. Alianza Editorial. C.B 386. Pág. 47. (Orig.1905).

23      Idem (20) p.111.

24      Landa, A, J. (2000): Homos y Heteros, aportaciones para una teoría de la sexuación cerebral. Revista de Sexología, 97-98. Además sobre este tema encontramos abundante infomación en Botella J, Tresguerres J. (1996, 1a ed): Hormonas, instintos y emociones. Madrid: Editorial Complutense.

25      Zapiain, J. G. (1997): Evolución histórica del conocimiento científico de la respuesta sexual humana, en Avances de Sexología. Cap. 6. pp 143-145.

26      Jackendoff, R. (1998): La conciencia y la mente computacional. Madrid. Trad: Visor Dis.S.A (Orig.1987).

27      Idem (26).

28      LeDoux, J. (1999): El cerebro emocional. Barcelona. Editorial Planeta. (Orig 1996).

29      Ortoni, Lázarus, etc.. Específicamente se puede leer un estudio sobre las valoraciones cognitivas en Ortony, A. (1996): La estructura cognitiva de las emociones. Madrid. Siglo Veintinuno de España Editores, SA.(Orig.1988).

30      Ponty, M. (1994): Fenomenología de la percepción. Barcelona. Ediciones Península. (Orig. 1945).

31      Tordjman, G. (1994): El Placer femenino. Barcelona. Plaza y Janes Editores, SA.

32      Johnson-Laird, Ph. (1990): El ordenador y la mente. Barcelona. Ediciones Paidós Ibérica, SA.

33      Bataille, G. (1997): El erotismo. Col. Ensayo. Barcelona. Tusquets Editores S.A. (Orig.1957).

34      Idem (28).

35      Comentario de mi amigo y compañero José Luis Díez al leer el borrador del documento.

36      Citado por Moltó, como en (2) Pág. 90.

37      Marina, J. A. y López Penas, M. (1999): Diccionario de los sentimientos. En el cap. El léxico del deseo. Pág. 65. deseo=apetito = ganas. Movimiento hacia alguna cosa que aparece aparece como buena y atra­yente. Editorial Anagrama, S.A.

38      Laín Entralgo, P. (1996): Idea del hombre. Círculo de Lectores, S.A.

39      Esta teoría esta tomada de la obra de Jakendoff, que a su vez la toma de Searle.

40      Este pequeño resumen del modelo de Lang ha sido tomado casi literalmente de Jaime Vila Castelar, como en (15).

41      Citado por Moltó, Pág. 72.

42      Ortega y Gasset, J. (1970): El hombre y la gente. Madrid. Revista de Occidente. (Orig. 1957).

43      José Antonio Marina: Diccionario de los sentimientos. Cap. El léxico del deseo. Pág. 65. “deseo = apetito = ganas. Movimiento hacia alguna cosa que aparece aparece como buena y atrayente.

44      Como en (42), Pág. 113.

45      Foucault, M. (1995): La inquietud de si. Historia de la sexualidad (3). Madrid. Siglo Veintiuno de España Editores, SA. Pág. 100. (Orig.1984).

46      Como en (2), Pág. 71.

47      Idem (42).

48      Guillaume Dembó (1931), discípulo de Kholer citado por Sartre, pág 55 en su “Bosquejo..”.

49     Amezúa E. (1999): Teoría de los sexos, la letra pequeña de la sexología. Revista Española de Sexología, Extra doble 95-96.

50      Lanas Lecuona, M. (1997): Aproximación epistemológica a la sexología. En Gómez Zapiain (Ed.) Avances en Sexología. Pág. 107. Bilbao. Serv. Editorial de la Universidad del País Vasco. Además, de Manuel Lanas he tomado el uso sistemático del concepto de correlato.

51      Lanas, M. (1997): Razones para la existencia de una ciencia sexológica. Revista Española de Sexología, 83-84. Pág. 18.

52      En realidad parece ser Ehrenfels quien realiza esta construcción de “moral sexual cultural” para diferen­ciarla y oponerla a la “moral sexual natural”, tal y como nos lo cuenta S. Freud en su artículo “la moral sexual” cultural “y la nerviosidad de la época”. Sigmund Freud: Ensayos sobre la vida sexual y la teoría de la neurosis. Madrid. Alianza Editorial. CB 62. Pág. 19.

53      Idem (49).

 

 

 


EDUCACIÓN AFECTIVO SEXUAL

 

Javier Gómez Zapiain - Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos psicológicos Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. E-mail: ptpgozaj@ss.ehv.es

 

 

El modo de hacer educación sexual, los objetivos, los contenidos, las estrategias, depen­den del concepto de sexualidad del cual se parta. Si se analizan las principales propues­tas de educación sexual utilizadas internacionalmente a lo largo del siglo que acaba de terminar, podemos encontrar modelos que se centran en el conocimiento del cuerpo y la función reproductora, o en la prevención de riesgos asociados al comportamiento sexual, o el adoctrinamiento moral, tanto conservador, como progresista, etc. La mayoría de ellos carecen de una reflexión conceptual previa acerca del sexualidad humana, dando por sobrentendido que ya se sabe de qué se habla, cuando se habla de sexualidad.

En este artículo se presenta una síntesis de la fundamentación teórica que inspira el pro­grama Uhin Bare de educación afectivo-sexual encargado por el Gobierno Vasco a la Universidad del País Vasco, para la educación secundaria obligatoria (E.S.O.), que com­prende a adolescentes entre 12 y 16 años. En él se insiste en la necesidad de profundizar en el concepto de sexualidad en los siguientes términos: la sexuación es el proceso diná­mico a través del cual las personas se construyen como mujeres u hombres, siendo la síntesis de la diferenciación biológica de los sexos y las atribuciones culturales corres­pondientes. Podemos decir, por tanto, que la sexualidad es el modo de estar en el mundo en relación con esta síntesis. A partir de esta reflexión teórica se deduce que en el momento psicosexual de los adolescentes, cabe destacar tres dimensiones esenciales que deben formar parte del abordaje de la sexualidad en estas edades: la identidad sexual, el deseo sexual y la afectividad.

En la segunda parte de este artículo se exponen los pormenores del programa Uhin Bare de educación afectivo-sexual: principios en los que se funda, objetivos, contenidos, estructura y requisitos para su aplicación.

 

Palabras clave: Educación sexual, adolescentes, programas, sexualidad, identidad sexual, deseo sexual, afectividad, apego.

 

EMOTIONAL AND SEXEDUCATION

 

The methodology of sex education, its aims, its contents and its strategies depend on the concept of sexuality that one assumes. Analysing the main proposals used internatio- nally in sex education in the century that has just gone by a number of patterns are found, to large extent they focus on the knowledge of the body and the function of the reproductive organs, or on the precautionary measures related to sexual behaviour, or on the moral indoctrination both conservative and progressive, and so on. But most of them lack of a previous meditation on the concept of human sexuality, giving for granted knowledge on the matter of sexuality.

This article is a presentation of the theoretical fundamentation of the Uhin Bare pro- gramme for affective and sex education. The programme has been requested by the Basque Government to the University of the Basque Country. It is addressed to those adolescents between the age of 12 and 16, who are in the Secondary Compulsory Education (ESO, Educación Secundaria Obligatoria). In the article there is an emphasis on the need to go deeply into the concept of sexuality regarding the following terms: sexuation is a dynamic process on becoming man and woman, which is the synthesis of biological differentiation and the corresponding cultural attributions. So it is fair to say

that sexuality is a way to be in the world in relation to this synthesis. Taking this theore- tical meditation it follows that in the psychosexual time of the adolescents there are three essential dimensions which must be beared in mind when approaching sexuality at this age: sexual identity, sex desire and affectiveness.

In the second part the article the Uhin Bare programme of affective and sex education is unfold in detail: fundamental principles, aims, contents, structure and the requirements to set it up.

 

Keywords: Sex education, adolescent, programmes, sexuality, sexual identity, sex desire, affectiveness, attachment.

 

 


Introducción

Educación sexual, educación de la sexua­lidad, educación afectiva, educación de la afectividad, educación sexual-afectiva, edu­cación afectivo-sexual...

Últimamente tengo la impresión de que para algunos es indiferente utilizar un térmi­no u otro puesto que se dejan llevar más por inercias o modas, que por su propia refle­xión teórica. Para otros, la utilización de un término concreto se convierte en una firme seña de identidad que hace mirar con recelo a todos los que utilizan otras formas, como si éstos atentasen contra alguna esencia.

Desde mi perspectiva, creo que la cues­tión no está en la etiqueta, sino en la funda- mentación teórica que la sustenta. He titula­do este artículo “Educación afectivo- sexual”, pero no tendría ningún inconve­niente en titularlo de cualquier otra manera, por ejemplo, “Educación sexual”.

Este artículo pretende ser una reflexión acerca de la educación afectivo-sexual a partir de la experiencia que hemos desarrollado recientemente en el País Vasco. En el año 1996 la comisión mixta educación-sanidad del Gobierno Vasco, encargó a la UPV/EHU un programa de educación sexual para la educa­ción secundaria obligatoria (Gómez Zapiain, J., Ibaceta, P., Pinedo, J.A., 2000). En los años sucesivos se elaboró el programa “Uhin Bare”, se realizó una experiencia piloto en nueve centros del País Vasco y finalmente se publicó en febrero de 2000. En la actualidad está en marcha la fase de extensión del pro­grama, estando a disposición de todos los cen­tros públicos y privados del País Vasco.

 

¿Qué entendemos por sexualidad?

El origen mismo del sexo establece un modelo bio-psico-social, en la comprensión de la sexualidad humana, premisa ampliamente aceptada por los principales teóricos e investi­gadores de la sexología moderna (Carrobles, 1990; Byrne, 1986; Reiss, 1983; Geer y O’ Donohue, 1987; López y Fuertes,1989; Levine, 1992; Amezúa, 1999).

La filogenia nos aporta ideas importantes para comprender los orígenes de la sexuali­dad humana y para fundamentar el concepto. En primer lugar, la aparición del dimorfis­mo, de dos formas, de dos cuerpos sexuados, que junto a las atribuciones que la cultura hace al hecho sexual, constituyen las bases de la identidad sexual. En segundo lugar, la aparición de la motivación sexual, el deseo sexual, la búsqueda de placer sexual. En ter­cero, la aparición del vínculo afectivo, que es el soporte de la seguridad básica en las relaciones interpersonales (ver gráfico 1). En cuarto lugar, la regulación de la sexuali­dad, lo adecuado e inadecuado, el reparto de funciones en función de la variable sexo. Todo ello nos permite comprender la expe­riencia afectivo-sexual humana.

Lejos de reducirla a los comportamientos sexuales, la sexualidad es todo lo relaciona­do con el hecho simple y básico que consiste en que somos personas sexuadas. La sexua- ción es el proceso por el cual nos converti­mos en seres sexuados. En realidad no somos ni mujeres ni hombres, nos vamos construyendo como tales. Esta construcción es un proceso complejo que va desde lo biológicamente más simple hasta lo psicoso-


 

cialmente más complejo. En realidad, lo que somos lo debemos a la herencia filogenética que recibimos en forma de programaciones o predisposiciones adaptativas, por ejemplo, la disposición a la búsqueda del placer, o la tendencia a la búsqueda de seguridad en el contacto con el otro, son vividas como nece­sidades básicas. Como es obvio, también lo debemos a lo adquirido en la inserción a un medio social determinado donde la sociali­zación a través de la familia, portadora de todo el peso de la cultura, es determinante. Ahora bien la síntesis de ambos factores se produce esencialmente a través de la propia biografía, de la historia personal, de la expe­riencia. Detengámonos brevemente en estas ideas.

El hecho de ser mujer u hombre depende de la unión de los cromosomas X,Y por

azar. Sin embargo este hecho no determina nuestra sexuación, tan sólo la orienta. La sociedad siempre ha hecho ver lo masculino y lo femenino como polos opuestos antagó­nicos, en lo que se ha venido en llamar el modelo de congruencia (Martínez-Benlloch, Barbera y Pastor, 1988). Sin embargo, la diferenciación sexual es un proceso de des­doblamiento en dos formas. En la vida intrauterina se producen momentos de indi- ferenciación, homólogos para ambos sexos, así como unos inductores que actúan en los momentos críticos de diferenciación. Este desdoblamiento no es simétrico, la biología demuestra cómo, en caso de duda, la natura­leza tiende a la feminidad. De ello podemos deducir que cada persona desarrolla un modo individualizado de sexuación que es único e irrepetible.

 

 


 

 

Cada persona desarrolla su corporeidad sexuada que se convertirá en la base de su propia identidad la cual se acuñará en un contexto cultural a través de la socialización en ese medio. Yo soy yo que soy mujer por­que tengo un cuerpo de mujer, yo soy yo que soy hombre porque tengo cuerpo de hombre. El contexto cultural en el que vivimos mag­nifica los estereotipos de tal manera que la referencia de la sexuación se establece en los prototipos corporales que constituyen los cánones de belleza, generalmente manipula­dos con fines comerciales. El gráfico 2 nos permite relativizar la sexuación de tal mane­ra que los prototipos se sitúan en los extre­mos, por tanto son muy pocas las personas que se hallan en ese lugar, si atendemos a la curva normal. Es de interés observar la zona central del gráfico. En este lugar se encon­trarían las personas más bien ambiguas. Lejos de lo que habitualmente se piensa, no consideramos esta situación como irregular o patológica, sino como el resultado de un pro­yecto individualizado de sexuación. La cues­tión no está tanto en el resultado como en la incapacidad cultural de entender el proceso.

Desde el punto de vista cultural podemos decir lo mismo. La sociedad enfatiza qué es ser mujer u hombre. El concepto de género, muy en boga en los últimos años, se refiere al conjunto de atribuciones que la cultura ha ido haciendo a la realidad mujer-hombre e incide en los motivos ideológicos que deter­minan las diferencias entre mujeres y hom­bres. De esa forma el peso de la cultura res­pecto al género cae sobre el bebé, el cual deberá comportarse tal y como se espera de él o de ella según sea el resultado de su sexuación biológica (Fernández, 1997).

La cultura occidental es altamente intran­sigente con la variabilidad sexual. ¿Qué sig­nifica ser mujer u hombre? La referencia se halla en los tipos sexuales fuertemente este­reotipados. Ser mujer es tener un cuerpo determinado que corresponde al canon de belleza establecido y comportase como se espera de ella: debe ser afectiva, dependiente, sensible, cuidadora, interesada por el bienes­tar de los demás, le deben atraer los hombres y debe sentirse deseada por ellos. Ser hombre significa tener un cuerpo determinado que corresponda al tipo masculino y también debe comportarse como se espera de él: seguro, emprendedor, duro, activo, independiente, agresivo, le deben atraer las mujeres y debe sentirse deseado por ellas. Cualquier desvia­ción de lo esperado hace inmediatamente dudar de la integridad sexual de esa persona. ¿Se acepta sin reservas a una mujer de com­plexión fuerte, segura, agresiva, independien­te, dura, emprendedora, que no muestre interés por los hombres? ¿Se acepta sin reser­vas a un hombre aparentemente débil, sumi­so, sensible, dependiente, interesado por el cuidado de los demás, que se identifique con algunos aspectos femeninos? Probablemente no. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, el contexto social es una potente refe­rencia en el desarrollo de la sexualidad, que puede interferirlo seriamente.

La sexuación, como vemos, es el resulta­do de la interacción de sus bases biológicas y de las expectativas culturales. Siguiendo planteamientos sexológicos, la sexualidad es la manera de vivir el resultado de la sexua- ción. Hay tantas formas de sexuación, tantos “sexos”, como personas somos (Amezúa, 1979). La sexualidad es la manera de vivir el propio proyecto sexual, es el modo de estar en el mundo en tanto que mujer u hombre, por tanto existen tantas “sexualidades”, tantos modos de vivirla como personas. Podemos decir que además de ser “yo que soy mujer u hombre porque tengo un cuerpo sexuado, lo soy porque tengo mi propia manera de serlo, diferente de los demás”. Esta manera propia


de vivir la sexuación es el resultado de la bio­grafía donde confluyen la biología y la cultu­ra transmitida a través de la familia y de los agentes sociales. En el cuadro 2 podemos observar cómo se pueden distribuir las perso­nas en relación con su propia sexuación. Este proceso, como vemos, es enormemente flexi­ble y es precisamente la gran diversidad de resultados lo que lo caracteriza. Cada perso­na, por tanto, debe desarrollar su propio pro­yecto de sexuación a lo largo de su biografía. La educación afectivo sexual debe colaborar con ello.

Como vemos en el cuadro 1, otro aspecto relacionado con la sexuación es la motivación sexual. En el origen su función esencial fue la de garantizar la reproducción, pero a medida que se asciende por la escala filogenética la motivación sexual trasciende el hecho repro­ductivo y adquiere funciones relacionales y lúdicas. De hecho, a medida que ascendemos por la escala filogenética el comportamiento sexual se independiza relativamente del siste­ma neuroendocrino y el aprendizaje social adquiere una importancia relevante. En los seres humanos, superada la dependencia reproductiva de la motivación sexual, la nece­sidad y búsqueda de placer adquieren diver­sos significados. El deseo sexual deja de ser una motivación instintivamente rígida y se transforma en una flexible pulsión cuyos des­tinos no están prefijados. La satisfacción del deseo sexual se puede satisfacer directa y libremente, se puede aplazar, se puede deri­var a otros objetivos o, en determinadas situa­ciones, se puede renunciar a ella.

El deseo sexual es una pulsión que here­damos filogenéticamente, estamos dotados de un “sistema sexual”1 que nos permite respon­der a estímulos que poseen valencia erótica y que nos impulsan a la búsqueda de satisfac­ción sexual. El deseo sexual está representado anatómicamente en la parte anterior preóptica y ventromedial del hipotálamo y regulado por el sistema neuroendocrino, es decir, por hor­monas, principalmente la testosterona, y los neurotransmisores. A su vez los centros hipo- talámicos están ampliamente conectados con el neocortex, por lo que el deseo sexual está influenciado por la propia experiencia vital, por la biografía.

El deseo sexual como fuerza motivadora se expresa como una tendencia de acción que da lugar a los comportamientos sexuales. Éstos pueden ser autoeróticos (dirigidos hacia uno mismo) o heteroeróticos (dirigidos hacia los demás). Estos últimos pueden orientarse heterosexual u homosexualmente.

La maternidad/paternidad es también una función del deseo sexual. Forma parte de la sexualidad, pero ésta no puede ser reducida a aquella. A estas alturas de la evolución de nuestra especie, se ha convertido en una opción libre y voluntaria de la mujer. La edu­cación afectivo-sexual debe situar esta fun­ción en el lugar que le corresponde, dotando a las personas de recursos para su regulación.

Ya hemos comentado anteriormente cómo el concepto de sexualidad se ha visto reducido de una manera obsesiva y morbosa a los com­portamientos sexuales y sus consecuencias, por motivos claramente ideológicos. Evidentemente, éstos constituyen un aspecto esencial de la sexualidad, pero ésta no se puede reducir únicamente a ellos. Desde un concepto amplio, el deseo y los comporta­mientos sexuales se articulan y están mediati­zados desde y por la manera de situarse en el mundo como mujer o como hombre.

Volviendo al cuadro 1, otro de los aspec­tos relacionados con la sexuación es la vin­culación afectiva. Tal y como indicó Bowlby (1969) el apego es un sistema que garantiza la vinculación entre los progenito­res y las crías -que nacen en precario- con fines supervivenciales. Las especies han desarrollado mecanismos comportamentales entre progenitores y crías que garantizan el correcto desarrollo de estas últimas sobre la base de la contingencia entre las señales de necesidad de las crías y los cuidados de los adultos. Si no existiese el sistema de apego y no se produjese la vinculación, las crías de las especies que nacen sin la capacidad de supervivencia individual perecerían, fraca­sando la supervivencia de esa especie.

En términos humanos, nacemos “deter­minados” para la vinculación, para el con­tacto con el otro. Poseemos comportamien­tos innatos que garantizan esta unión, el reflejo del moro, la sonrisa, la presión de la mano al ser ésta estimulada, etc. La figura de apego, persona con la que el bebé mantie­ne relaciones privilegiadas, posee la capaci­dad de interpretar las señales de éste y res­ponder contigentemente a sus demandas. Por otro lado, el sistema de apego se activa cuando el niño o la niña están en una situa­ción de desvalimiento, de desamparo, de angustia, buscando la proximidad y el con­tacto. La figura de apego cumple con dos funciones esenciales: es la base de seguridad y el puerto de refugio.

En los primeros momentos del desarro­llo, la seguridad individual depende del otro, de la figura de apego, que generalmente son los padres biológicos, aunque podrían ser otros. La seguridad, la confianza básica depende en gran medida de esta relación pri­migenia. Según sea la calidad de la vincula­ción así será el grado de seguridad. En estos momentos y en función de la relación niña/o figura de apego se genera lo que técnica­mente se conoce como modelo interno. Éste está compuesto por el modelo de sí mismo, en términos de autoestima y el modelo de los demás, en términos de confiabilidad hacia los otros. El modelo interno va a regir en el futuro las relaciones interpersonales. Los especialistas en apego han determinado, simplificando, tres estilos de apego: seguro, ansioso ambivalente y evitativo. Ellos confi­guran tres maneras diferentes de abordar las relaciones interpersonales.

De la vinculación afectiva depende la confianza básica y la seguridad emocional. Cuando dos personas adultas desean mante­ner relaciones sexuales compartidas, éstas necesariamente se desarrollan en el ámbito de la intimidad. Pero es precisamente en este ámbito donde pueden aparecer dificultades psicológicas relacionadas con la inseguridad emocional. Recordemos una vez más que una parte importante de las dificultades sexuales se relacionan con el miedo a la inti­midad (Kaplan, 1979).

En realidad, la vinculación afectiva nos habla de la necesidad de sentirnos seguros sobre la base de la relación con las figuras de apego a lo largo de toda nuestra vida, la madre, el padre, los hermanos y las herma­nas, las abuelas y los abuelos, los amigos y las amigas, las novias y los novios, las com­pañeras y los compañeros. También nos habla de la importancia de la calidad del contacto físico en el infancia en relación con la capacidad de voluptuosidad adulta.

El amor y el enamoramiento, tal y como indican Hazan y Shaver (1987), son la expresión de la necesidad de vinculación afectiva en el tránsito evolutivo de las figu­ras de apego. Por eso desde el punto de vista del concepto de sexualidad nos parece importante identificar dos dimensiones que no deben ser confundidas (ver gráfico 3). Por un lado, el deseo sexual que, como ya hemos indicado, nos impulsa a la búsqueda de placer sexual a través de comportamien­tos autoeróticos o compartidos. Por otro lado, el amor y el enamoramiento que nos impulsan a la búsqueda de contacto con el otro, a la “vinculación” con él o ella, como base de seguridad. Son dos dimensiones diferentes cuyo origen es distinto. Estas dimensiones pueden vivirse separada o simultáneamente según diferentes momentos del ciclo vital. Veamos algunos ejemplos.

Un adolescente, mujer u hombre, que se halle en crisis con su familia debido al trán­sito entre la infancia y la juventud, que sien­ta una fuerte carencia afectiva por diversas razones, podría desear ardientemente una pareja, un novio o una novia, que mitigase su sentimiento de soledad. En esta situación el deseo sexual, la experiencia erótica, podría no estar presente en este momento, porque su propio grado de madurez no le permite abordarlo. En nuestra cultura puede que esta situación se dé más entre mujeres que entre hombres, algo que la educación afectivo sexual debería contribuir a compen­sar. Otra situación diferente es aquella en que el deseo sexual puede presionar de tal forma que exista un fuerte anhelo por vivir experiencias eróticas sin ningún tipo de compromiso afectivo. Puede que esto sea más frecuente entre chicos, probablemente inducidos culturalmente, cuestión que de ser así debería también ser compensada por la educación afectivo-sexual.

En cualquier caso, pensamos que por un principio elemental de economía psicológi­ca, a la larga, las personas tienden a enamo­rarse de aquellas que desean sexualmente. Ahora bien, insistimos en que, para entender adecuadamente la experiencia afectivo- sexual humana, deben identificarse ambas dimensiones y no confundirlas.

 

 

 

En resumen, consideramos que el con­cepto de sexualidad -que habitualmente se emplea- se reduce casi exclusivamente a lo que se entiende por “relaciones sexuales”, es decir a los aspectos comportamentales. Sin embargo, consideramos que es necesario desarrollar una concepción más amplia que nos permita contemplarlo en toda su ampli­tud. Es necesario ampliarlo y reflexionar sobre él con el fin de afinar en nuestros planteamientos respecto a la educación afectivo-sexual.

 

El concepto de sexualidad y la educación sexual

Según sea el concepto de sexualidad del que se parta, así será el tipo de educación sexual que se imparta. Por ejemplo, si alguien reduce el concepto de sexualidad a la reproducción, la educación sexual se basará en lecciones de anatomía y fisiología de la reproducción. Si alguien piensa que la sexualidad se reduce a ese “instinto sexual” tan fuerte y peligroso que es capaz de corromper la moral establecida, la educación sexual se basará en aleccionamientos doctri­nales respecto a una moral determinada, generalmente la católica en nuestro contex­to. Si la sexualidad se reduce, de una manera laica, a los riesgos inherentes al comporta­miento sexual, la educación sexual se basará en la información sobre el sida, las enferme­dades de transmisión sexual y los métodos anticonceptivos.

La reflexión teórica que hemos desarrolla­do anteriormente nos sirve para fundamentar el concepto de sexualidad en el que se sustenta el proyecto educativo que defendemos. De ella podemos entresacar las siguientes referencias:

La sexualidad es la manera de situarse en el mundo en tanto que mujer u hombre.

Existen tantos modos de ser mujer u hombre como personas somos.

  La sexuación es un proceso de desdo­blamiento en dos formas que va desde lo biológicamente más simple, hasta lo psico- socialmente más complejo.

Es un proceso personal, único e irrepe­tible.

La sexuación es un proceso dinámico en permanente construcción.

          La sexualidad es diferente en cada edad.

 

“Hacer educación sexual es suscitar ele­mentos de cultivo” (Amezúa, 1973), por tanto la función de la educación afectivo- sexual consiste en suscitar, a lo largo del proceso educativo, los elementos necesarios para construir, para desarrollar la manera propia de estar en el mundo como mujer, o como hombre. Esta es la situación de partida desde un punto de vista conceptual. Deberíamos contemplar a nuestros alumnos y alumnas, no como personas potencialmente víctimas de sus “impulsos sexuales”, sino como seres que a lo largo de las edades y en conjunción con otros procesos psicológicos desarrollan el modo de vivir su propia sexua- ción. Ahora bien, para que este discurso no quede en el aire, debemos dar contenido a la expresión “la manera de estar en el mundo como ser sexuado”. Como ya hemos indica­do, cada persona se sitúa en el mundo como mujer o como hombre, a partir de su cuerpo sexuado. Desde el mismo momento del naci­miento la sexuación biológica genera una reacción cultural que se manifiesta en la apli­cación de los estereotipos sexuales. La resul­tante es la toma de conciencia de la propia identidad sexual. La educación sexual debe aportar elementos que ayuden a las personas a integrar adecuadamente su cuerpo sexuado, y a desarrollar críticamente su manera perso­nal de ser mujer u hombre. Sin duda deberá ofrecer elementos que compensen la desi­gualdad tradicional entre los sexos.

El deseo sexual, como hemos visto, es uno de los elementos importantes de la sexuación. El modo de gestionar la satisfac­ción del deseo sexual forma parte de la manera de ser y de estar en el mundo como mujer u hombre. La educación afectivo sexual debe ayudar a las personas a conocer el deseo sexual, a reconocer sus manifesta­ciones, en uno mismo y en los demás y a solventar con responsabilidad los comporta­mientos que de él se deriven. Es evidente que la manera de experimentar y manejar el deseo sexual es diferente entre hombres y mujeres, hetero u homosexuales. La educa­ción afectivo sexual debe crear espacios de elaboración de estas cuestiones.

El modo de ser mujer u hombre se rela­ciona también con los afectos. La vincula­ción afectiva determina en gran medida los estilos de relación interpersonal. La necesi­dad de querer y ser querido y la necesidad de satisfacción sexual convergen en el espa­cio de la intimidad. Ésta es subsidiaria de la autoestima, de la seguridad emocional y de la confianza básica. No cabe duda de que la educación afectivo sexual, a lo largo de la escolarización, puede sin duda contribuir en este sentido.

Finalmente, la manera de estar en el mundo como mujer o como hombre se rela­ciona con la regulación social de la sexuali­dad. La educación afectivo sexual debe con­tribuir a erradicar formas discriminatorias de regulación en relación con los sexos. Debe potenciar la autonomía personal frente a con­signas procedentes de determinadas creencias o ideologías. Debe potenciar la empatía como capacidad de interpretar adecuada­mente las necesidades de los demás, única forma de prevenir acosos y agresiones. En definitiva debe potenciar el desarrollo de una ética personal y social en el conjunto de una sociedad democrática en la que coexis­ten diferentes formas de entender las rela­ciones sexuales.

 

¿Por qué educación afectivo-sexual?

De un tiempo a esta parte se tiende a sus­tituir el término educación sexual por el de educación afectivo-sexual. Se está produ­ciendo como una cierta inercia. Ante el uso de este término existen distintas posiciones. Algunos piensan que se trata de un simple esnobismo, una manera nueva de designar lo de siempre. Otros creen que es una forma de “endulzar” los escabrosos temas sexuales. Otros piensan que ya era hora de que prima­se la afectividad sobre el sexo. Ninguna de estas opiniones está en lo cierto.

El término educación afectivo-sexual en este programa no es arbitrario, tiene un sig­nificado preciso que se sustenta en un sopor­te teórico.

La expresión “afectivo” hace referencia a la necesidad humana de establecer vínculos con otras personas que son imprescindibles para la supervivencia y para la estabilidad emocional y que, sin duda, constituye la necesidad humana más importante. El térmi­no “afectividad” se suele utilizar como un comodín con significados muy imprecisos. En este programa, este concepto se apoya esencialmente en la teoría del apego.

La expresión “sexual” hace referencia, obviamente, al sexo, es decir, a nuestra natu­raleza radicalmente (de raíz) sexuada. Se manifiesta en diversas dimensiones como son la identidad sexual, conciencia de ser y pertenecer a un sexo, el rol sexual, la expre­sión de la manera personal de vivir el hecho de ser sexuado, y el deseo sexual, como expresión de la necesidad de satisfacción sexual.

Las necesidades humanas de poder querer y sentirse querido, de satisfacción sexual y de sentirse integrado en una red social, están entre las más importantes. Consideramos que es difícilmente comprensible el desarrollo de la sexualidad humana sin una importantísima mediación afectivo emocional. Por ello nos parece congruente emplear con plena con­ciencia el concepto “educación afectivo- sexual”.

 

La educación afectivo sexual en la escuela

¿Qué se pretende con la integración de este programa en el curriculum del alumnado? ¿Cuáles son los objetivos que éste propone?

Podríamos aludir ahora a determinadas publicaciones, o referirnos a los objetivos que nosotros mismos hemos propuesto en otros lugares (Gómez Zapiain, Ibaceta, Pinedo, 1997) para hacer una exposición compleja de objetivos teóricos, pero en este punto queremos hacer una reflexión sobre todo práctica y realista.

En realidad, ¿qué desearíamos acerca de la sexualidad de nuestras y nuestros jóve­nes?, ¿qué desearíamos para nuestras hijas o hijos, para nuestras alumnas o alumnos, en relación con el desarrollo de su propia sexualidad?

Una respuesta general a estas preguntas puede ser la siguiente: deseamos lo mejor para los y las adolescentes. ¿Qué significa esto? Pues que, finalizada la enseñanza secundaria, ellos y ellas posean los recursos necesarios para gestionar sus necesidades afectivas y sexuales, de tal manera que el acceso a sus primeras experiencias se pro­duzca de manera satisfactoria, responsable y sin riesgos.

Siendo coherentes con el concepto de sexualidad que hemos defendido, la sexuali­dad no puede reducirse a comportamientos sexuales. Por ello, las primeras experiencias afectivo emocionales están mediatizadas por el desarrollo de la propia identidad sexual o manera de ser mujer u hombre, por la expe­riencia emocional del deseo sexual y por los afectos asociados a ello. De este modo los objetivos del programa se ajustan a los siguientes conceptos: identidad sexual, deseo sexual y afectividad.

 

Objetivos respecto a la identidad sexual:

En el ámbito de la identidad sexual nos proponemos potenciar el desarrollo de la manera propia de estar en el mundo como mujer o como hombre como resultado de la propia sexuación, que es la integración de los aspectos biológicos, psicológicos y cul­turales (ver el concepto de sexualidad). Este enunciado general se concreta en:

Ayudar al alumnado a sentirse responsa­ble y protagonista del desarrollo de la manera personal de estar en el mundo como mujer u hombre, a partir de la flexibilización radical de los estereotipos culturales masculinidad- feminidad, con el fin de potenciar un autocon- cepto sólido y por tanto un grado de autoesti­ma adecuado en relación con la sexuación.

Ayudar al alumnado a aceptar el propio cuerpo, la imagen corporal, como base de la identidad sexual, desarrollando un sentido crítico respecto a los cánones de belleza que las estrategias de consumo imponen a través de los medios de comunicación. Tener la capacidad de desarrollar un modelo de belle­za basado en el atractivo que dimana de la calidad como persona y tener las habilidades suficientes como para desarrollar y expresar adecuadamente el encanto personal.

Ayudar al alumnado a potenciar actitu­des y valores positivos en sí mismos, inde­pendientemente de las atribuciones que la cultura hace respecto a los sexos biológicos. Se trata de desarrollar valores basados en la androginia como modo de contrarrestar aquellos que se sustentan en la tradición cul­tural que mantiene privilegios masculinos.

En el ámbito del deseo sexual propone­mos crear espacios a lo largo de la escolariza- ción conforme al desarrollo psicosexual correspondiente, que permita al alumnado comprender la naturaleza del deseo sexual y las formas de regulación. El deseo sexual, tal y como se explica en la parte teórica, es una experiencia emocional subjetiva y una tenden­cia de acción. Esta tendencia se hace explícita en los comportamientos sexuales. Teniendo en cuenta que la experiencia del deseo y com­portamientos sexuales forman parte de la inti­midad personal, siendo esta inviolable, la escolarización tan sólo puede aportar referen­cias que ayuden al alumnado a la comprensión y desarrollo de su propia intimidad sexual. De estas consideraciones generales podemos con­cretar los siguientes objetivos:

Conocer y reconocer el deseo sexual y desarrollar la capacidad de autorregulación.

Conocer las diferentes formas de orien­tación del deseo, que ayuden a integrarlo en el conjunto de la identidad sexual sobre todo en aquellas personas cuya preferencia sexual se dirija hacia personas de su mismo sexo. A partir del conocimiento de la orientación del deseo, generar actitudes encaminadas hacia el respeto a la diversidad de las diferentes opciones sexuales.

Desarrollar una ética sexual que favo­rezca el respeto a uno mismo y a los demás en la satisfacción del deseo, con el fin de evitar imposiciones, abusos o agresiones.

Desarrollar la suficiente capacidad de empatía que permita interpretar adecuada­mente las necesidades sexuales del otro u otra como elemento modulador de las propias.

Desarrollar la capacidad de ajustar los comportamientos sexuales de tal manera que, al tiempo que se protege la experiencia afectivo emocional, se eviten los riesgos inherentes a las prácticas de riesgo.

Desarrollar la capacidad de discernir la diferencia entre el deseo sexual y el amor romántico en la comunicación entre los sexos, con el fin de discernir nítidamente las necesi­dades personales y evitar las tergiversaciones.

Un objetivo nada desdeñable consiste en crear en la escolarización espacios de elabo­ración de los afectos asociados a la expe­riencia sexual. Como ya hemos expuesto en la fundamentación teórica, los afectos, tanto los sexual-afectivos, como los socio-afecti­vos median de una manera considerable en la sexualidad humana. Es por ello que la educación debe plantearse entre sus objeti­vos la elaboración de los mismos. Proponemos los siguientes:

  Colaborar con el alumnado para que desarrolle en la medida de lo posible un estilo de apego seguro, lo cual significa un buen nivel de autoestima y un grado adecua­do de confianza en los demás. Promover medidas compensatorias a través del grupo para aquellas personas que tengan dificulta­des en este sentido.

  Desarrollar el grado de autoestima necesario que aporte la seguridad que se pre­cisa para mantener la autonomía personal. Conviene puntualizar que cuando hablamos de ella nos referimos a la autoestima general y a la autoestima sexual en particular (segu­ridad en la imagen corporal, habilidades sociales, seguridad en la intimidad).

Desarrollar la seguridad suficiente que permita aceptar que necesitamos y depende­mos de otras personas, sin que ello signifi­que sumisión o alienación en el otro/a.

Discernir con claridad las necesidades afectivas personales y desarrollar las habili­dades sociales necesarias para satisfacerlas.

 

Principios generales de la educación sexual en la escuela

En la actualidad existen diferentes mane­ras de intervenir en la escuela. Aquellas que se basan simplemente en la omisión: la edu­cación sexual es algo ajeno a la escolariza- ción. Las que consideran que la educación sexual es responsabilidad de especialistas, de modo que son ellos los que deben actuar en el sistema educativo, pero desde fuera del mismo. Las que consideran que la educación sexual debe ser integrada en el curriculum desde el momento en que se considera que las dimensiones afectiva y sexual forman parte de la formación integral de las personas.

Como es evidente, el modelo que defen­demos coincide con la tercera proposición, siendo respetuosos con otras opciones que, sin duda, deben todavía coexistir en el medio escolar. Desde esta perspectiva nos basamos en los presupuestos que enuncia­mos a continuación.

A estas alturas, la idea de que la educa­ción sexual debe centrarse fundamentalmente en la transmisión de conocimientos debería estar superada. En el ámbito de la prevención poseemos una clara evidencia de que los “conocimientos” no son una variable predic- tora de riesgo (Gómez Zapiain, 1993; Landry y otros, 1986; Downey y Landry, 1997). Por el contrario, el peso fundamental de la edu­cación sexual debe centrarse en el ámbito de las actitudes. Actitud significa disposición hacia... Por ello, centrar la atención en el ámbito de la actitud, supone abrir espacios para elaborar la disposición a asumir el pro­tagonismo en el desarrollo del propio pro­yecto de sexuación, la disposición a integrar positivamente el erotismo -entendido como la experiencia del deseo sexual y los compor­tamientos derivados- en la estructura general de personalidad, y la disposición hacia los demás en relación con los soportes emocio­nales y el espacio de la intimidad.

Por todo ello, la educación sexual no debe centrarse en la aplicación de un “pro­grama”, sino en que fundamentalmente se trata de abrir un proceso en la escuela que normalice el tratamiento de la sexualidad. Vivimos en un medio socio cultural portador de un discurso dominante acerca de la sexualidad; su reflejo en los medios de comunicación ofrece, a lo sumo, un esper­pento de la experiencia sexual humana. Si la educación general ofrece al alumnado cono­cimientos para comprender las experiencias, ¿porqué la escuela no ofrece espacios de ela­boración (actitudes y conocimientos) para poder comprender la experiencia sexual humana? La escuela debe convertirse en una referencia de autoridad, frente a los des­propósitos de los medios de comunicación. El mensaje se podría concretar así: “En la calle oirás cualquier cosa, en la escuela lo trataremos con coherencia”. Para este afán estamos convencidos de que es necesario, no tanto los especialistas, como el sentido común, lo cual supone un aldabonazo a la profesionalidad del profesorado. El papel de los especialistas lo entendemos más como apoyo, formación al profesorado e interven­ción especializada, que como responsables directos de la educación sexual en la escuela.

El programa que proponemos es abierto lo que, bien mirado, significa que no es un programa, si por éste entendemos un conjun­to de actividades cronológicamente ordena­das que deben aplicarse mecánicamente en el aula. Por el contrario el proyecto curricu- lar del centro debe determinar cuáles son las cuestiones esenciales, expresadas en los objetivos, que deben tratarse a lo largo de los cuatro años de la E.S.O. Para ello el pro­grama propone una serie de actividades que pueden ser utilizadas.

Si la sexualidad es una realidad multidi- mensional, ello requiere de un tratamiento transversal. A estas alturas no hay ninguna dificultad en que el alumnado de la E.S.O. comprenda perfectamente la fisiología de la reproducción. ¿Se puede decir lo mismo de la fisiología del placer? Sabemos que entre los objetivos curriculares se encuentra el que hace referencia al conocimiento del cuerpo. Algo tan simple como que la respuesta sexual tiene tres fases, deseo, excitación y orgasmo, forma parte del conocimiento del cuerpo y sus funciones. ¿Es necesario con­tratar a un especialista para que este tema sea explicado en la escuela? Si cualquier persona adolescente observa en la calle que alguien se cae, la escuela, sin lugar a dudas, le habrá dado el soporte necesario para com­prender esa experiencia, la base de sustenta­ción, el centro de gravedad, la gravitación universal, el equilibrio, etc. Una proporción elevada del alumnado de la E.S.O. hace uso del autoerotismo, ¿no puede la escuela ofre­cer el soporte necesario (espacio de elabora­ción) para comprender esa experiencia?

Si observamos el desarrollo psicosexual de los adolescentes, observamos una serie de cuestiones que deben ser elaboradas a lo largo de la escolarización. Las distintas maneras de estar en el mundo en tanto que mujer u hombre, hacen referencia al ámbito de lo social y de la ética de las relaciones. La comprensión del deseo sexual y los com­portamientos hacen referencia a las ciencias. Los afectos asociados al deseo sexual, como el amor, el enamoramiento, la atracción, el apego, el erotismo, están bien representados en el ámbito de la literatura, así como la toma de conciencia del lenguaje sexista y discriminador, y la precisión en los términos tanto técnicos, como coloquiales, correspon­den al ámbito del lenguaje. El ámbito de la ética es el lugar donde se debe elaborar una ética personal y social en el sentido que lo propone Félix López (1990).

Si la dimensión afectivo sexual es impor­tante para la formación integral de las perso­nas, entonces debe ser integrada en el pro­yecto curricular de cada centro. En realidad esta idea no es nada original por nuestra parte. Se deduce perfectamente del espíritu de la ley de reforma educativa. La citada ley dice que los centros escolares disponen de un margen de autonomía en el desarrollo curricular del centro. Nuestra propuesta con­siste en que cada centro, en tanto que comu­nidad educativa (alumnos, padres y educa­dores), decidan acerca de la pertinencia de integrar en el curriculum la dimensión afec­tivo sexual. Cuando esto se produce el pro­grama que presentamos es tan sólo un recur­so que puede ayudar a tal fin.

De entre los distintos modelos de educa­ción sexual que históricamente se han plan­teado (López, 1990), el programa Uhin Bare de educación afectivo-sexual se define como modelo de educación democrático, científi­co, abierto y biográfico. Es democrático porque es respetuoso con todos los modos de entender la sexualidad humana en una socie­dad democrática, por tanto pluralista. Es científico porque se basa en el conocimiento científico suficientemente contrastado. Es abierto porque debe ser adaptado a la realidad de cada centro. Es biográfico porque lo que pretende es ofrecer recursos al alumnado para tomar decisiones en el momento de integrar en la propia biografía los eventos relaciona­dos con la experiencia erótica.

 

Contenidos del programa

En coherencia con el concepto de sexua­lidad del cual partimos y atendiendo a los principios generales que hemos planteado, los contenidos de la educación afectivo- sexual deben ser tratados de manera trans­versal. A continuación proponemos los con­tenidos desde esta perspectiva. Debemos precisar que por contenidos no nos referimos exclusivamente a los conocimientos sino también a su elaboración actitudinal a través de una metodología no directiva. No se trata de dar lecciones de sexualidad sino de crear espacios de elaboración de las cuestiones significativas en el proceso de sexuación en estas edades.

Desde el ámbito de las Ciencias: lo pro­pio en este ámbito es el conocimiento del cuerpo, los cambios anatomo-fisiológicos y su implicación en la redefinición de la iden­tidad sexual. Conocimientos acerca del deseo sexual, conocimiento que ayude a reconocer la propia experiencia y elabora­ción de la capacidad de regulación. La res­puesta sexual humana; estamos convencidos de que el alumnado de la E.S.O. no tiene ningún problema respecto a la fisiología de la reproducción. No podemos decir lo mismo de la fisiología del placer. La fecun­didad, no tanto desde el conocimiento de la reproducción, sino desde la responsabilidad de las nuevas capacidades fisiológicas en términos de paternindad-maternidad respon­sable. La contraconcepción como recurso para discernir entre la fecundidad y la satis­facción erótica. La salud en términos de pro­tección propia y de los demás.

Desde el ámbito de lo social: la impor­tancia de descubrir el modo que cada perso­na tiene de ser mujer u hombre en términos de identidad sexual. Los roles de género, las relaciones entre mujeres y hombres. Análisis crítico de las relaciones entre los sexos, en una cultura en la que las atribuciones de género siguen generando la discriminación de las mujeres en amplios sectores y de otras minorías sexuales. El conocimiento de los comportamientos sexuales, el autoerotismo, el erotismo compartido. Aspectos sociales de la fecundidad, la maternidad-paternidad res­ponsable y los embarazos no deseados. La libertad sexual, comprensión y respeto de las diversas maneras de ser mujer u hombre, es decir, la comprensión de la diversidad.

Desde el ámbito de la lengua y la litera­tura: vocabulario, términos técnicos, térmi­nos coloquiales. Análisis del lenguaje sexis­ta. La literatura es el espacio privilegiado de expresión del la fenomenología del erotismo y de los afectos relacionados con la sexua- ción como la pasión, el enamoramiento, el apego, la atracción, los amores y los desamo­res. También nos ofrece innumerables mode­los de los distintos modos de sexuación en autores y personajes.

Desde el ámbito de la ética. El programa Uhin Bare de educación afectivo-sexual pre­tende contribuir al desarrollo de una ética per­sonal y social en las relaciones eróticas. Por tanto, en este ámbito es necesario abordar la ética de las relaciones entre los sexos incidien­do sobre todo en las discriminaciones que sur­gen relacionadas con el género. También debe plantearse el estudio de la violencia, las agre­siones y los abusos en el ámbito de los com­portamientos sexuales. Ética en lo concernien­te a la fecundidad, maternidad y paternidad res­ponsables. Consideramos esencial trabajar acerca de los valores asociados a la sexualidad, como la empatía, el apego, el altruismo, el comportamiento prosocial, la solidaridad y la tolerancia. Subrayaremos dos de estos valores. La confianza básica que surge de la seguridad del apego garantiza la ausencia de miedo a la intimidad, se trata de un ingrediente necesario para la experiencia erótica compartida. La empatía otorga la sensibilidad necesaria para interpretar adecuadamente las necesidades del otro en todos los ámbitos de la vida, en parti­cular en la experiencia erótica.

 

Estructura del programa

En puntos anteriores hemos insistido en la idea de que los temas centrales en el desa­rrollo sexual de los y las adolescentes son la identidad sexual, el deseo sexual y la afecti­vidad. El programa presenta la elaboración de esos temas centrales en seis núcleos de trabajo, siendo ésta la manera de llevar al aula los contenidos citados de una manera manejable (ver cuadro). Los núcleos de tra­bajo son los siguientes: Personas sexuadas, Desarrollo sexual, Fecundidad y sexualidad, Comportamientos sexuales, Afectividad y sexualidad, Salud y sexualidad.

Lo que este programa pretende es realizar un “barrido” a lo largo de toda la E.S.O. que permita elaborar los temas mínimos y bási­cos que garanticen los recursos que los y las adolescentes necesitan para regular su propio proyecto de sexuación. Sugerimos que la secuenciación de los núcleos sea de la siguiente manera: Personas sexuadas, Desarrollo sexual, Fecundidad y sexualidad en el primer ciclo de la E.S.O., y Comportamientos sexuales, Afectividad y sexualidad y Salud y sexualidad en el segundo ciclo. No podemos extendernos en los porme­nores del programa y remitimos al mismo (Gómez Zapiain, Ibaceta y Pinedo, 2000).

Modo de integración del programa

 

 

La dimensión afectivo-sexual constituye un eje central en el desarrollo personal a lo largo de todas las edades, por tanto la educa­ción afectivo-sexual debería ser incluida en el diseño curricular. Los requisitos para inte­grar el presente programa en el diseño curri- cular de centro son los siguientes:

          Aceptación de la comunidad

educativa de la integración del programa

La integración del programa requiere de

la aceptación tanto de las madres y padres, como del profesorado. Es necesario, por tanto, que el órgano de máxima representa­ción lo apruebe. Se trata de una decisión consciente por parte de toda la comunidad escolar, de integrar la educación afectivo- sexual en el proyecto curricular del centro.

          Aprobación en el claustro

de la integración del programa

Consideramos que la integración del pro­grama debe ser un proyecto de centro. Dada la naturaleza del programa, se requiere del compromiso de todo el claustro aunque la participación de cada miembro del profeso­rado puede variar, en función del reparto de responsabilidades del propio centro.

          Formación del profesorado

La formación permanente del profesora­do es una cuestión ineludible en el proceso educativo. En el ámbito de la educación afectivo-sexual, es particularmente necesaria porque el estudio de cuestiones básicas acer­ca de la sexualidad humana ha estado gene­ralmente ausente en los programas de forma­ción de los profesionales de la educación y de otras especialidades. La formación básica debería de abordar los siguientes puntos:

 

 

 

- En torno al concepto de sexualidad. A la búsqueda de un lenguaje común.

-          Las actitudes hacia la sexualidad.

- El desarrollo psicosexual en la adoles­cencia.

- El programa Uhin Bare de educación afectivo-sexual. Principios básicos y meto­dología.

- Técnicas activas no directivas de inter­vención en el aula.

-  

Creación del equipo coordinador del programa en el centro

Dado el carácter transversal del progra­ma y en relación con la metodología del mismo, es de decisiva importancia que los aspectos básicos de la sexualidad sean traba­jados desde las distintas especialidades, es decir, desde las diferentes áreas. La princi­pal dificultad de la transversalidad radica en la adecuada coordinación de las actividades a través de las mismas. En otro punto de este documento decíamos que el programa pre­tende efectuar un barrido a lo largo de toda la E.S.O., que garantice el trabajo de los puntos esenciales que el alumnado necesita en su formación afectivo-sexual. Por ello es necesario que se forme en el centro un equi­po que coordine y supervise las actividades que se van desarrollando a lo largo de los cursos de esta etapa. El equipo coordinador debería estar formado por algún representan­te de la dirección, el orientador y representan­tes de las áreas y de los tutores. Este equipo debe ser funcional y operativo, como cual­quier grupo de trabajo (ver organigrama)

 

Elaboración de la programación de las actividades

El programa Uhin Bare es un programa abierto susceptible de ser adaptado a la rea­lidad de cada centro. Se puede incrementar o disminuir en función de las necesidades y posibilidades. Proponemos actividades que pueden ser utilizadas tal y como las presen­tamos, o bien modificarlas o sustituirlas por otras. Este programa no debe ser nunca una aplicación mecánica de actividades sucesi­vas.

Sin embargo y desde un punto de vista metodológico, es necesario que cada centro elabore una programación de actividades a lo largo de cada uno de los cursos de la E.S.O. que garantice el tratamiento de los puntos esenciales para el cumplimiento de los objetivos.

 

 


Notas al texto

1  Utilizamos el término “sistema sexual” en sentido relativo porque éste no está tan definido como otros sistemas orgánicos como el respiratorio, circulatorio, etc.

 


Referencias

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EL CLIMATERIO EN LA MUJER: UNA APROXIMACIÓN DESDE LA TEORÍA DE LOS SEXOS

 

Juan J. Gérvas Pérez - Médico-Sexólogo. Profesor adjunto Facultad Ciencias de la Salud, Universidad Alfonso X El Sabio. Práctica privada

y
Mónica de Celis Sierra -
Psicóloga-Sexóloga. Práctica privada.

Universidad Alfonso X El Sabio, Facultad de Ciencias de la Salud (Despacho C-F01)

Avd/ de la Universidad n°1, 28691-Villanueva de la Cañada (Madrid). E-mail: jgervper@uax.es

 

 

Tanto los términos “menopausia” como “sexualidad” son profusamente utilizados en la literatura que describe los trastornos asociados al climaterio de la mujer, muchas veces sin que su uso esté justificado por una definición precisa y científica que aclare al lector de qué conceptos se está hablando. Por otra parte, la generalizada creencia de que la cesación de la menstruación tiene necesariamente implicaciones negativas sobre la vivencia sexual de la mujer no está siempre convenientemente documentada, y muchas veces forma parte de los mitos asociados a los procesos de envejecimiento. En el presen­te artículo tratamos, en primer lugar, de aclararnos conceptualmente en relación a los términos en cuestión. En la segunda parte, estudiamos las variaciones en el hecho sexual humano asociadas al climaterio dentro de un modelo teórico, la Teoría de los Sexos, que permite entender el hecho sexual humano como un proceso biográfico y que nos ofrece el bagaje conceptual necesario para analizar desde una perspectiva crítica la relación entre climaterio y hecho sexual. Proponemos, además, una clasificación de las demandas de consulta que surgen de las dificultades que el climaterio puede generar en el hecho sexual de las mujeres. Por último, anotamos algunas ideas sobre el climaterio en los hombres.

 

Palabras clave: Climaterio, hecho sexual humano, menopausia, sexualidad, Teoría de los Sexos.

 

CLIMACTERIC IN WOMEN: ANAPPROACH FROM THEORY OF SEXES

 

The terms “menopause” and “sexuality” are profusely used in literature that describes disorders related to climacteric in women, and, in many cases, lacking a precise and scientific definition explaining the reader what are the concepts involved. On the other hand, the end of menstruation is widely believed to have negative implications on women’s sexual experience, which is not sufficiently documented, and very often forms part of myths associated with the ageing process. In the present article we shall try, first of all, to throw some light on the concepts mentioned above. In the secondpart, we shall study the variations of human sexual fact associated with climacteric within a theoreti- cal model, The Theory of Sexes, which enables us to understand human sexual fact as an individual process and offers the necessary conceptual background to be able to analyse the relationship between climacteric and sexual fact from a critical perspective. We will also make a proposal in order to classify the patient’s reasons for encounter wich arise from the difficulties that climacteric can generate on the sexual fact of women. Finally, we will give some opinions about climacteric in men.

 

Keywords: Climacteric, human sexual fact, menopause, sexuality, Theory of Sexes.

 

 


1.Introducción

Para introducir el tema de nuestro artícu­lo, nos vemos en la necesidad de aclararnos terminológicamente. Tal vez el título sería mas orientativo si fuera del estilo de: “La sexualidad durante la menopausia”, o “Modificaciones en la respuesta sexual humana durante la menopausia”. Sin embar­go, aún consiguiendo un acercamiento más intuitivo del lector a la temática del mismo, estos títulos no nos resultan conceptualmen­te correctos. ¿Qué es la sexualidad?, ¿y la respuesta sexual humana?, ¿nos evocan los mismos significados a todos?, ¿se producen dificultades concretas en la esfera sexual por el hecho de cesar la menstruación?, ¿tienen los términos “sexualidad”, “respuesta sexual” y “menopausia” entidad científica suficiente como para ser utilizados como tales? Pensamos que no. Ni “sexualidad” hace referencia a toda la esfera sexual de los seres humanos ni “respuesta sexual”, expre­sión habitualmente asociada a comporta­mientos coitales (sería por tanto un término casi etológico), engloba todos los comporta­mientos sexuales. Estaríamos, por tanto, confundiendo al lector que tan intuitivamen­te hubiera entendido el título porque nuestra intención es realizar un análisis de las modi­ficaciones y cambios que se producen en toda la esfera sexual durante este periodo concreto del ciclo vital humano.

Para intentar entendernos en Sexología es necesario establecer unos referentes comunes y dotarnos de una terminología que permita ese entendimiento. Consideramos que la Teoría de los Sexos del Profesor Amezúa nos presta ese marco y por eso vamos a utilizarla. Pero plantear nuestro enfoque desde esta teoría sería inútil si nues­tro lector no la conociera, por ello, realizare­mos una breve presentación de la misma en esta introducción.

Así mismo, preferimos utilizar los térmi­nos “climaterio” y “edad crítica” para refe­rirnos al periodo vital en el que se produce la menopausia a usar, como es costumbre, el término “menopausia” como marcador del mismo. En la segunda parte de esta introduc­ción justificaremos esta postura.

 

1.1 Teoría de los Sexos

 

1.1.1 Introducción

En este apartado vamos a plantear, de manera resumida y a modo de presentación, la Teoría de los Sexos desarrollada por el Dr. Efigenio Amezúa1 (Amezúa, 1999). Esta teoría trata de crear un referente conceptual para estudiar el hecho de que los seres humanos somos sexuados: el Hecho Sexual Humano (HSH en adelante). Éste es el campo específico de la Sexología, “una Sexología substantiva, construida con el recurso de la interdisciplinaridad y la acen­tuación prioritaria de su elaboración articu­lada como campo específico propio, siguien­do los criterios al uso y al mismo nivel que cualquiera de las otras disciplinas científicas y profesionales”.

Hasta nuestros días, la Sexología no ha gozado del estatus de ciencia, eso del sexo se mantenía reducido a su localización geni­tal, al estudio de sus funciones y sus pato­logías, ya fueran reproductoras o hedonísti- cas, y a sus implicaciones morales. La Teoría de los Sexos surge del esfuerzo científico por entender nuestra realidad de seres sexuados que se inicia a principios del siglo pasado (s. XIX) y que desde entonces viene aportando conocimiento a este enten­dimiento de cultivo, de contextualización. Se trata de un paradigma que se articula en torno a los sexos frente al paradigma, que sigue predominando actualmente, del locus genitalis, sustentado en torno a la reproduc­ción, al placer y a toda la psychophatia sexualis que de ellos pudieran derivarse. Algunos autores cuyas teorizaciones se encuadran en el paradigma de los sexos son Ellis, Bloch, Hirschfeld y Marañón. Kaan, Krafft-Ebing y muchos de los autores actua­les, que sin saberlo manejan los mismos referentes, serían los representantes del paradigma del locus genitalis (Brecher, 1973).

Somos conscientes de los cambios epis­temológicos que esta teoría conlleva, pero los consideramos necesarios dada la degene­ración lingüística con la que intentamos entendernos habitualmente y la carestía con­ceptual que ello supone en el área de estudio de la Sexología. La Teoría de los Sexos supone un intento de aclararnos epistemoló­gicamente, no sólo referencialmente; aporta “conceptos para entendernos” y “palabras para comunicarnos” sobre el hecho de los sexos, facilita el razonamiento, e intenta apartar componentes emocionales personales del estudio científico del hecho de los sexos2. La Teoría de los Sexos se basa en considerar cuatro campos conceptuales (Sexuación, Sexualidad, Erótica y Amatoria) que se entienden en tres planos de individua­ción (modos, matices y peculiaridades).

 

1.1.2  De la Sexuación

Consecuencia de abordar el estudio de eso del sexo desde una perspectiva de con­junto, desde el considerar que los seres humanos somos sexuados, es que el objeto de estudio pasa de los órganos sexuales y sus funciones, al individuo como ser sexua­do. Así, lo primero a estudiar es el proceso de Sexuación, “el cómo los sujetos se hacen de uno u otro sexo y las consecuencias que se derivan de ello”. Esto es, pasamos de ocuparnos del qué hacen los sujetos al cómo se hacen. Este proceso de Sexuación se da a lo largo del desarrollo biográfico de la per­sona, el sujeto se hace sexuado en una evo­lución continua a lo largo de su existencia.

Si el sujeto se sexúa es porque existen ciertas estructuras que se encargan de confi­gurarnos de uno u otro sexo: son los Elementos Sexuantes. Algunos están sufi­cientemente estudiados y por tanto son comúnmente reconocidos: los genéticos, hormonales, gonadales, neuronales, genita­les o los patrones sociales; mientras que otros lo están menos: los emocionales, ele­mentos imaginario-fantasmagóricos o los efectos sinérgicos de varios de ellos. Entre todos ellos “mantienen una coherencia común que los articula: contribuyen a sexuar al sujeto, son agentes de Sexuación que intervienen a lo largo de toda su vida”. Pero ellos mismos no son el resultado final, como no es lo mismo “el agua que el hidrógeno y el oxígeno”; el conjunto es distinto a la suma de las partes.

Este proceso de Sexuación da lugar a la diferenciación sexual en uno u otro sexo. La diferenciación se muestra en los Rasgos o Caracteres Sexuales que son graduables entre los dos modos de Sexuación (masculi­no y femenino) y según el elemento sexuan- te que se esté considerando. Por tanto, la diferenciación se lee desde la posibilidad de intersexualidad, de que se puedan dar carac­teres comunes en distinta gradación según el modo sea masculino o femenino, así “los dos sexos están potencialmente en cada suje­to y cada sujeto contiene elementos de los dos en mayor o menor medida”3.

 

1.1.3De la Sexualidad

El segundo campo conceptual es el de la Sexualidad. Necesitamos definirla concep­tual y epistemológicamente porque esta palabra se encuentra en un barrizal en el que la tendencia mayoritaria es a asociarla con la condición de necesidad, de recurso instru­mental. Este es el modelo que sigue, por ejemplo, el Diccionario del Español Actual de Manuel Seco cuando define la Sexualidad exclusivamente como “comportamiento y actividad relativos al sexo” (Seco, 1999).

La Teoría de los Sexos considera la Sexualidad como la vivencia del ser sexua­do, con estructuras sexuantes y sexuadas; es por tanto “un valor o dimensión individual [...] de desarrollo y cultivo de las propias potencialidades en sus distintos grados den­tro de las biografías individuales”4. No se trata de una necesidad surgida de la función (reproductiva o hedonista) sino del fenóme­no completo de vivirse como ser sexuado.

Esta diferencia entre considerar la Sexualidad como una cualidad en vez de como una herramienta no es banal: “una cualidad se estudia, se analiza y se cultiva; una herramienta se utiliza”.

 

1.1.4 De la Erótica

Si el campo de la Sexuación se refiere al hacerse sexuado y el de la Sexualidad al sentirse como tal, el de la Erótica trata de los deseos surgidos de éstos, se refiere a la atracción propia de los sujetos sexuados. El concepto de Erótica tiene una amplitud mayor que el de libido, instinto (ambos se entienden como consecuencia en el plantea­miento genitalizado y funcional que se deri­va de los presupuestos de la psychopathia sexualis) o lascivia. Se “ha ofrecido al Eros clásico un nuevo marco de inteligibilidad en el que éste, [...], ha sido replanteado en tér­minos modernos como una de las dimensio­nes propias de los sujetos sexuados [...]”. Amezúa señala dos de los rasgos propios e innovadores de la Erótica: “el de ser la materia prima de los sujetos y de sus rela­ciones. [...], configurándoles de manera expansiva y centrífuga”.

Las personas nos vamos erotizando a lo largo de nuestra vida, como corresponde al hacerse y vivirse como sujetos sexuados, por lo que el resultado, al igual que el de la Sexuación y Sexualidad, es individual y sólo evaluable en un momento determinado, ais­lado, del ciclo vital y desde unos referentes preestablecidos por necesidades de estudio. Este planteamiento nos permite estudiar la foto del hecho sexual de un individuo y nos ayuda a rehuir aquellos modelos que impli­can marcar un cliché previo.

En este campo ocupa un lugar fundamen­tal el concepto de Fantasía Erótica, como deseo desarrollado en el campo de la imagi­nación, esto es, no necesariamente exteriori­zado en conducta, incluso a veces necesaria­mente privado de posibilidad alguna de con­creción en acto, en la medida en que sólo es posible su desarrollo en el ámbito de la ima­ginación, donde no existirían las limitacio­nes que la realidad impone.

 

1.1.5  De la Amatoria

A los tres campos expuestos se une el de la Amatoria. Al igual que la Sexualidad es consecuencia de la Sexuación, y la Erótica de ambos, la Amatoria es “corolario” de los otros tres; han sido expuestos en un “orden epigenético” puesto que se trata del desarro­llo de una gradual diversificación y diferen­ciación en el tiempo de un hecho, el sexual, no predeterminado; planteamiento radical­mente opuesto a la idea de preformación o preconfiguración que la visión más funcional -reproductiva o hedonista- atribuye al HSH.

La Amatoria hace referencia a la conducta y al comportamiento derivados de hacerse, sentirse y desear como ser sexuado. Es un concepto que incluye al Amor por ser éste un tipo de Amatoria pero que se amplía con todas las “posibilidades de variedad o modalidades del encuentro o de los encuentros”; variedades que no tienen por qué encontrar en el Amor su motivación. También engloba al mating and copulatory behaviour y a su sinónimo más moderno de sexual behaviour, que parecen haberse convertido en la totalidad de la Amatoria científicamente establecida, cuando en realidad se ocupan del comportamiento orgásmico, mucho más objetivable en resulta­dos que las otras variedades de Amatoria. La noción de Amatoria resuelve también estos problemas conceptuales, la conducta sexual no engloba todas las conductas sexuales, como por otra parte los principales autores que desarrollaron este concepto reconocen en el planteamiento de sus estudios5. Su conteni­do ha sufrido una degeneración desde la inter­pretación funcional; la conducta sexual reco­gida en el término conducta sexual no engloba todas las posibilidades del ser sexuado, cons­ciente de serlo y deseante.

 

1.1.6  De los Planos de Individuación

 

Estos cuatro grupos conceptuales deben

entenderse desde tres Planos de Individuación que los personalizan, los contextualizan en un sujeto concreto en el que se desarrollan. Por tanto, el HSH no es un proceso idéntico en todas las personas o en cada uno de los sexos. Los campos “son flexibles y acomo­dados” en planos sucesivos de individuación a lo largo de su biografía; esto nos permite comprender y explicar a los sujetos en sus diversificaciones y variedades sexuantes y sexuadas.

Estos planos de individuación son:

Modos

Los seres humanos tenemos dos modos de individuación: masculino y femenino. Cada sujeto se situaría entre los dos polos siguiendo una graduación distinta según el campo que se tratara de individualizar en ese plano, como ya comentamos al hablar de la diferenciación. Los modos son más objetiva- bles al nivel de los Elementos Sexuantes que de la Amatoria, pero no deja de haber en cuanto a los primeros situaciones de Sexuación límite en las que hay que marcar una frontera objetiva que determine la ads­cripción de un sujeto a uno u otro polo, como en la asignación de sexo cromosómico que arbitra este proceso en los Juegos Olímpicos. Por suerte, la existencia de la mayoría de los seres humanos no suele verse arbitrada por medios tan concretamente objetivados.

Desde la vivencia, esto es, desde la Sexualidad, estos modos, lo masculino y lo femenino de cada ser sexuado en sus carac­terísticas combinaciones, cristalizan en lo que se denomina identidad sexual.

•     Matices

Hay dos matices en la individuación: la heterosexualidad y la homosexualidad. Al igual que los modos, se trata de polaridades en las que se puede graduar según el campo objeto de estudio. Amezúa propone los tér­minos homoerótico y heteroerótico por hacer más referencia a las implicaciones en la orientación de los matices de individua­ción. La cuestión de la orientación sexual la manejamos desde este modelo en términos de predominancia, ya que, como han señala­do diversos autores, desde dentro (Ellis, Hirschfeld, Bloch) y fuera de la Sexología (Freud), se considera la heterosexualidad y la homosexualidad como tendencias presen­tes en mayor o menor medida en todos los individuos.

Peculiaridades

Se trata de las variedades “particulares y propias”, que nos individualizan y que desa­rrollamos a lo largo de nuestra vida. De entre estas peculiaridades se han extraído las más pertinentes para explicar distintas ideo­logías desde la ciencia y se las ha denomina­do perversiones. Sin embargo, igual que el Amor no es más que una posibilidad en toda la Amatoria, las perversiones no son más que una muestra de todas las peculiaridades. La distinción entre los campos de la Erótica y la Amatoria permite, además, entender las peculiaridades como variedades del HSH que no han de exteriorizarse necesariamente en conducta, esto es, que pueden manejarse exclusivamente en el terreno de la Erótica, pertenecer a la fantasía.

Los campos y los planos se entrelazan en los distintos puntos de corte; y de la sinergia en el tiempo y lugar -en la biografía- de estos cruces, con todas sus posibilidades de combinación y graduación, surge el sujeto sexuado. El mapa del hecho sexual plantea­do por la teoría de los sexos nos ayuda a orientarnos en el estudio de este proceso vital.

 

1.2 Etapas evolutivas del HSH

Ya hemos señalado que el HSH se desa­rrolla a lo largo de todo el ciclo vital y que se ve influenciado por múltiples factores (todo el hecho biográfico) que determinan su individualización. Por tanto, aunque pode­mos dividir el ciclo vital en etapas -normal­mente desde la sexuación- para estudiarlo,


 

 

no debemos olvidar que es individual, que cada persona podría marcar sus propias eta­pas con sus características particulares. Habitualmente se divide el ciclo vital en infancia, adolescencia, juventud, adultez y vejez, cada una identificada por las distintas modificaciones corporales que se producen en ella. Resulta más complicado, por carecer de solución de continuidad, definir los perio­dos de paso, las edades críticas que llamaba Marañón (Marañón, 1925). A grandes ras­gos, identificamos dos muy importantes por sus implicaciones corporales y sociales: la adolescencia y el climaterio. Son las dos edades en las que se inicia y declina el pro­ceso reproductivo y en todas las culturas han tenido gran importancia.

Respecto a la denominación del paso de la infancia a la juventud no hay problemas terminológicos, se le llama adolescencia. Pero en relación a la edad crítica que media el paso de la vida adulta a la vejez no hay consenso. Es bastante habitual denominarla menopausia, sin embargo este término no es del todo correcto porque menopausia signifi­ca cesación de la menstruación, esto es, se refiere a un hecho concreto gonadal, no al proceso completo de envejecimiento. Se produce por tanto una metonimia que ya es aceptada incluso por los diccionarios

(Navarro-Beltrán, 1992; RAE, 1995) pero que en el entendimiento científico genera confusión (Punyahotra y Street, 1998). Nos parece más acertado utilizar el término “cli­materio”, que engloba todo el proceso, y se refiere etimológicamente al paso entre las dos etapas del ciclo vital6. Si trasladamos aquel artificio lingüístico a la adolescencia, resulta que deberíamos denominarla menar- quia, olvidándonos entonces de todo lo que significa la adolescencia en lo social, en lo psíquico, en lo orgánico no gonadal, en el aprendizaje, y olvidándonos, como cuando usamos el término “menopausia”, del modo masculino que también vive la adolescencia y el climaterio (Kockott, 1994). Parece tan poco adecuado e inexacto denominar menar- quia a la adolescencia como menopausia al climaterio.

 

2. HSH y climaterio

La intención de este apartado es señalar y comentar, campo por campo, los cambios más representativos de los que se producen en el HSH durante el climaterio.

 

2.1 Sexuación

El proceso de envejecimiento comienza entre los treinta y los treinta y cinco años y afecta a todo el organismo, no únicamente a

 

 


 

 

los elementos sexuados y sexuantes; estable­cer fronteras en situaciones concretas, como la menopausia, no es realista. La menopau­sia constituye una especie de “marca” del envejecimiento, pero sólo en el sentido de que establece el final de la etapa reproducti­va de la mujer; las modificaciones propias del envejecimiento comienzan mucho antes y continúan hasta el final de la vida. Además, el envejecimiento transcurre lenta­mente, de tal forma que las adaptaciones físicas y psicológicas son progresivas. Cuando se habla del HSH durante el clima­terio se suele hacer hincapié en los cambios que afectan a la respuesta sexual genital. Sin embargo, no hemos de perder de vista que cualquier cambio en la esfera corporal puede afectar al hecho sexual, ya que las estructu­ras que permiten que nos vayamos sexuan- do, viviendo este hecho, deseando y rela­cionándonos como seres sexuados, abarcan más de lo que es habitual considerar desde un modelo puramente reproductivo (hormo- nas-gónadas-genitales).

No nos vamos a detener en los procesos de sexuación que definen y acompañan al climaterio porque son tratados en profundi­dad por autores especializados en libros de fisiología7, pero sí quisiéramos señalar que no todos los cambios en las estructuras invo-


lucradas en el hecho sexual que se atribuyen a los cambios en las hormonas sexuales que acompañan a la cesación de la actividad ovárica están debidamente acreditados. Como ya hemos señalado, parece que estos cambios comienzan mucho antes de que ni siquiera se modifiquen los niveles hormona­les y que son debidos al envejecimiento. Por ello, son múltiples los procesos fisiológicos que modifican su actividad teniendo todos ellos repercusión en el hecho sexual. Como ejemplo de esta discutida atribución, e insis­tiendo previamente en la dificultad de con­cretar cuáles son los cambios que se produ­cen en las estructuras sexuadas y sexuantes de la mujer como consecuencia directa de la deprivación de estrógenos, se suelen aceptar comúnmente la disminución de lubricación vaginal y la atrofia de las paredes vaginales como directamente relacionadas, siendo la vagina la estructura de los órganos genitales más afectada por el descenso de estrógenos. La afectación en el hecho sexual que estos procesos de atrofia pueda conllevar es una de las indicaciones clásicas de la terapia hormonal postmenopaúsica. Sin embargo, parece que en algunos aspectos de la atrofia genital las hormonas de reemplazo sólo mejoran los síntomas, pero no alteran los cambios. También parece que las mujeres que son castradas quirúrgicamente no sufren en el mismo orden los procesos de atrofia que las mujeres climatéricas, lo que podría indicar que resulta abusivo atribuir todos los cambios al descenso de estrógenos. Además, si bien la cesación de actividad de los ova­rios conlleva un déficit en la producción de estrógenos, no debemos olvidar que las glán­dulas suprarrenales y los mismos ovarios persisten en la producción de andrógenos, los cuales son aromatizados a estrógenos, de menor actividad biológica, en los tejidos adi­poso y nervioso; con ello, aunque disminuya la producción de estrógenos no cesa total­mente su actividad. Es bien sabido que en las mujeres con mayor proporción de grasa cor­poral esta transformación se ve favorecida.

Según estos argumentos, la menopausia no tiene las mismas consecuencias en todas las mujeres, con lo que la sintomatología asociada al climaterio mostrará una enorme variabilidad, también en los cambios que implican a la sexuación.

 

2. 2 Sexualidad

Al estar la menopausia considerada como “marca” del envejecimiento, constitu­ye un momento vivencialmente complejo, en el que la mujer ha de redefinir su identidad sexual, y hacer una especie de duelo por su juventud y fertilidad perdidas. No se tiene en cuenta que la identidad sexual sólo en cierta medida está cristalizada desde la infancia: lo que ser mujer significa para una mujer concreta no está de ninguna manera establecido para siempre en ningún momen­to de su vida. Desde niña, pasando por la adolescencia, juventud, madurez, hasta la vejez, la vivencia de ser una mujer está en permanente acomodación a nuevas realida­des, nuevos retos, nuevas dificultades. El climaterio es, desde esta visión de la sexua­lidad dentro de un proceso, otra etapa más, no necesariamente excepcional, que será afrontada con el bagaje de las experiencias anteriores y que puede ser vivida con mayor o menor problemática dependiendo del hecho biográfico de cada mujer.

La vivencia del hecho sexual humano durante el climaterio es, por ello, muy varia­ble, y los factores individuales suelen dar cuenta mejor que cualquier generalización. La manera en que la mujer ha vivido su hecho sexual a lo largo de su biografía suele ser un buen predictor de cómo va a afrontar los cambios relativos al envejecimiento y cómo éste va a incidir en su hecho sexual. Esto no quiere decir que no debamos consi­derar cuestiones de orden sociocultural que hacen de filtro entre la percepción de los cambios corporales asociados al climaterio y el significado que la mujer les atribuye. No olvidemos que en otras culturas la menopau­sia no parece ir asociada a los mismos sínto­mas que en la nuestra. Dentro de nuestras sociedades primermundistas hay una fuerte tendencia cultural a reservar a los jóvenes la cualidad de sexuados por excelencia, con la consecuente consideración de los viejos como seres asexuados que carecerían de vivencia alguna relativa a su hecho sexual fuera de los roles encomendados para esa franja de edad. En el caso de las mujeres esta limitación habría sido particularmente marcada, en cuanto a que los caracteres que identificarían la “feminidad” están fuerte­mente asociados con la forma física de la juventud y la fertilidad. El menoscabo de éstas, propio del envejecimiento, sería así vivido por muchas mujeres mayores como un proceso de pérdida de feminidad, de su propia condición de mujer; no en vano, el pionero en el entendimiento de la menopau­sia como proceso morboso, Wilson, tituló una de sus obras Feminine forever (Wilson, 1966). Así, durante el climaterio, los cam­bios corporales asociados al envejecimiento y a las modificaciones hormonales son inter­pretados por muchas mujeres como el comienzo del fin, no ya de su amatoria, sino del periodo en que se podían considerar mujeres con pleno derecho. En este sentido, parte de las quejas somáticas de algunas mujeres climatéricas pueden ser entendidas como un malestar ligado a la ansiedad que genera este reajuste de su identidad sexual. Incluso hay estudios que señalan que la acti­tud negativa frente a la menopausia puede ser un buen predictor de la posterior apari­ción de sintomatología como fatiga, irritabi­lidad y depresión.

Por supuesto que los modelos de femini­dad están modificándose, y cada vez existe más variedad de referentes identificatorios, pero aún así, la equiparación entre juventud y feminidad sigue siendo determinante. Habrá que ver cómo van evolucionando estos modelos en la medida en que se produ­cen cambios en los roles sexuales y si, junto con el progresivo envejecimiento de la población, generan nuevas alternativas a las sexualidades climatéricas. (Sarrel, 1982; Winn y Newton, 1982; von Sydow, 1992; Fooken, 1994; Punyahotra y Street, 1998; Wright, 1998; Jiménez y Pérez, 1999).

 

2.3 Erótica

Uno de los signos asociados a envejeci­miento, y en concreto al periodo climatérico, más relatados es el del descenso del deseo sexual. Se suele asociar, en el caso de la mujer, con el descenso de estrógenos propio de la menopausia, obviándose el papel favore­cedor del deseo sexual que puede tener el desequilibrio en la relación testosterona/estró- geno que se produce en el climaterio. Tampoco se puede pasar por alto el hecho de que la relación entre los niveles hormonales y el deseo sexual no es directa, sino que está mediada por muchos factores, entre los que hay variables de tipo social y psicológico. En este sentido, existen estudios que dan cuenta de esta realidad, considerando como mejores predictores del mantenimiento del deseo a lo largo del climaterio la existencia de relaciones amatorias, el buen estado sub­jetivo de salud, y otras variables (López y Olozábal, 1998).

Muchos de los cambios asociados al envejecimiento pueden producir disfuncio­nes eróticas, ya sea a través de una altera­ción de los niveles hormonales, ya sea blo­queando la erótica del individuo por la reac­ción emocional de éste a los cambios que experimenta. Pueden ser vividos por la mujer como merma de su atractivo físico y de su condición femenina, con la misma jus­tificación que comentábamos al hablar de la sexualidad; esta vivencia probablemente incidirá negativamente sobre su erótica y sobre la evolución de los procesos de base. No hay que olvidar que la mujer puede con­trastar lo que teme con la realidad -en sus relaciones, por ejemplo, si su envejecimien­to corporal produce rechazo en su pareja- lo que innegablemente hará descender aún más su autoestima y, consecuentemente, afectará negativamente a su deseo.

Aún teniendo en cuenta todo lo anterior, que podría justificar la presunción de un descenso del deseo sexual en la mujer cli­matérica, queremos señalar que muchas veces esta suposición se basa en observacio­nes referentes a la conducta, lo que cierta­mente limita el campo que se pretende des­cribir. Se suele considerar que la falta de relaciones coitales indica falta de deseo sexual, cuando esta carencia de relaciones coitales puede estar indicando solamente falta de deseo de tener relaciones coitales (por evitación del coito debido a molestias relacionadas con él, por preferencia de otro tipo de relación, por conflictos de pareja), o ser debida a la carencia de una pareja idó­nea. No necesariamente a falta de deseo. Cuando los estudios afinan un poco más, y tienen en cuenta otro tipo de “conductas sexuales”, como pueden ser relaciones no coitales o masturbación en solitario, no sue­len tener en cuenta factores socioculturales de la población concreta de la que están hablando. Una mujer española que tenga sesenta años en la actualidad ha nacido en los años cuarenta y ha tenido muchas proba­bilidades de sufrir una educación muy repre­siva en materia sexual; ello posiblemente le dificulte el reconocimiento de prácticas tra­dicionalmente consideradas inadecuadas, cuando no insanas, y haga que responda ante una pregunta sobre su deseo sexual desde la suposición de que se espera que no lo tenga.

Continuando la exploración en el campo de la erótica, ésta no tiene por qué tener necesariamente un componente conductual; el terreno de las fantasías puede estar muy desarrollado en mujeres que aparentemente no manifiestan interés sexual alguno y que difícilmente admitirán que lo despliegan en el plano de la imaginación. Parece importan­te hacerse la pregunta de si tenemos los ins­trumentos teóricos y metodológicos necesa­rios para poder investigar con propiedad en este campo del hecho sexual humano.

Visto todo esto, creemos que no se puede aceptar acríticamente la suposición tan gene­ralizada de que se produce un descenso del deseo sexual en el climaterio. Sí parece comprobado que la experiencia de una vida sexual satisfactoria contribuye a enriquecer la erótica a pesar de todos los factores de envejecimiento que puedan incidir negativa­mente. Precisamente la vejez, de la que la menopausia se considera un anticipo, suele caracterizarse por una dificultad de expresar los deseos pero no por su ausencia (como da cuenta la sabiduría popular con la triste expresión de “viejo verde”). En el caso con­creto del coito, la existencia de una pareja con la que se ha establecido una relación amatoria satisfactoria suele ir asociada al mantenimiento del deseo de practicarlo. Este deseo también puede verse estimulado durante el climaterio, como en los casos en que la imposibilidad de concepción libera a la mujer de preocupaciones que podían estar resultando inhibidoras de su erótica. (Bachmann y cols, 1985; Bachmann y Leiblum, 1991; Koster y Garde, 1993; McCoy, 1998; Mouchamps y Gaspard, 1999).

 

2.4Amatoria

Prácticamente todas las investigaciones realizadas sobre el modelo de lo que se ha venido a llamar, desde Masters y Johnson, Respuesta Sexual Humana (con sus fases de excitación, meseta y orgasmo), coinciden en describir una lentificación de ésta en los dos modos durante el climaterio. En el caso de la mujer las modificaciones genitales asociadas a la fase de excitación pueden hacerse más lentas y requerir más estímulos; las prácticas coitales pueden afectarse por la pérdida de distensión de la vagina y el orgasmo verse modificado en su frecuencia y en sus signos acompañantes (p.e.: disminuir el vigor de las contracciones musculares).

Sin embargo, estos cambios por sí solos no tienen por qué suponer un abandono de la amatoria, e igual que en el caso de la eróti­ca, los estudios que relacionan los cambios asociados al envejecimiento con un abando­no de las “prácticas sexuales” suelen partir de modelos muy simplistas que no registran la gran variabilidad de la amatoria. Si redu­cimos la “conducta sexual” al coito, éste puede estar dificultado por la existencia de dispareunia o de inapetencia en la pareja; pero al incluir en la amatoria todas las con­ductas que se asocian al hecho de ser sexua­do, tal vez no podamos concluir tan simplifi- cadoramente que el envejecimiento se asocia de manera natural con un descenso de la fre­cuencia de “relaciones sexuales”.

Más importante aún que los cambios en la Respuesta Sexual Humana asociados al climaterio, son las condiciones físicas, psi­cológicas y sociales en las que la mujer se enfrenta a esta etapa de su vida. Los proble­mas de salud asociados con el envejecimien­to pueden limitar el encuentro sexual. La creencia de la mujer en la inconveniencia de mantener su amatoria en la vejez o a partir de la menopausia puede hacerla retirarse de su práctica. No en vano habrá oído a lo largo de su vida que eso del sexo es para los jóve­nes, aún cuando su deseo sexual se manten­ga intacto. La falta de pareja constituye uno de los problemas más dramáticos del enveje­cimiento, y la mujer, que frecuentemente se empareja con hombres mayores que ella, se encuentra en muchas ocasiones pasando por el climaterio sola o con una pareja con difi­cultades para establecer encuentros sexuales, especialmente si se asocian éstos inevitable­mente al coito.

Otra cuestión de primera importancia se refiere al problema de la autonomía. Parte de los datos relativos a los cambios en la amatoria propios del climaterio se extrapo­lan de estudios sobre la conducta de las ancianas, muchas de las cuales carecen de medios para llevar una vida independiente. ¿Puede una mujer mayor, soltera, separada o viuda, ejercer su amatoria libremente en una residencia para la tercera edad? ¿Y en casa de sus hijos? En nuestra sociedad el hecho sexual de las personas mayores no autóno­mas está bajo la tutela de sus cuidadores, y en la medida en que en la mente de éstos su erótica y su amatoria no existen, tampoco se les facilitarán. López (1996) señala, con acierto, que el rechazo de los hijos a la expresión del hecho sexual de sus padres mayores no es más que la consecuencia de las actitudes negativas hacia el hecho sexual que sus padres les inculcaron a lo largo de su educación, lo que, en último término, nos lleva de nuevo a incidir en la necesidad de tener siempre en cuenta el hecho biográfico.

En resumen, una mujer climatérica, que cuente con una buena relación de pareja, carezca de problemas físicos incapacitantes y tenga una situación vital que le permita una cierta autonomía en sus relaciones sociales, probablemente se encontrará durante el climaterio en uno de los mejores momentos de su vida para explorar y ejercer la amatoria. Existen, por demás, estudios que apuntan a que el mantenimiento de rela­ciones coitales regulares protege de la falta de lubricación vaginal asociada al descenso de estrógenos. (Rentzsch y Boblan, 1982; Lauritzen, 1983; Rudelstorfer y Riss, 1987; Mooradian y Greiff, 1990; Youngs, 1990; Hawton y cols, 1994; von Sydow, 2000).

 

3. Dificultades sexuales en el climaterio

 

3.1  “Dificultad”frente a “trastorno”

El modelo del HSH permite hacer dife­rentes lecturas según desde qué campo se lea y según el plano de referencia que se prime; sin embargo, la idea más importante es la de que se trata de un mapa del territorio general del HSH, y no de un mapa de trastornos, de patología (Amezúa, 1999). Las interseccio­nes entre planos y campos permiten entender el HSH en su complejidad y diversidad, y nos muestran que una manifestación concre­ta de ese hecho en un individuo se entiende dentro de la totalidad, nunca aislada o des- contextualizada. Es cierto que el signo con­creto que estemos estudiando cobra sentido en un sistema diagnóstico y que, evidente­mente, la patología sexual existe, teniendo su nosología una utilidad innegable. Pero quisiéramos hacer hincapié en otra lectura, la biográfica, en la que un fenómeno aislado es explicable desde la consideración de la totalidad del individuo, en su existencia con­creta, con su contexto actual, su pasado, sus límites, etc. Esto nos lleva a considerar que un modo (masculino o femenino) deviene en un trastorno de la identidad, un matiz en una orientación egodistónica, o una peculiaridad en una parafilia, sólo en la medida en que el conjunto queda distorsionado, sólo cuando existe disarmonía entre los elementos inte­grantes del mapa o en su interacción con el medio. Esto significa, por ejemplo, que una pareja puede vivir su amatoria de manera satisfactoria, aún cumpliendo criterios de eyaculación precoz o de cualquier otro tras­torno de la DSM-IV, siempre que encuentre la manera de hacer compatibles sus deseos y necesidades con su realidad, con sus cir­cunstancias personales (la práctica clínica así nos lo demuestra, incluso en otras áreas de la salud).

El desarrollo histórico de la Sexología y disciplinas afines ha venido dando cuenta de esta evolución hacia el entendimiento no normativo, no patologizante por tanto, del HSH. Desde Krafft-Ebbing hasta hoy en día, se ha recorrido un largo trecho en la direc­ción de considerar variaciones normales muchas expresiones del hecho sexual que se consideraban patológicas. Pero no se trata aquí de propugnar un desplazamiento de la frontera que separa la patología de la salud, sino más bien de proponer un modelo que pueda dar cuenta de la gran diversidad de estructuras y manifestaciones que acom­pañan al ser sexuado, sin que el criterio patologicista se convierta en el eje alrededor del cual se teja la conceptualización, como exige cualquier modelo que ofrezca un refe­rente de “sexualidad normal”. Se trataría más bien de considerar que en el recorrido biográfico uno puede encontrarse obstácu­los, modificaciones, variaciones o alteracio­nes más o menos complicadas, incluso imposibles de franquear, que le hagan dete­nerse o le impidan el desarrollo de su salud sexual. Es en ese sentido en el que vamos a hablar de “dificultades” sexuales, y dejamos los términos “trastorno”, “disfunción” y “patología” para la categorización concreta que el caso pueda requerir a lo largo de su diagnóstico, tratamiento o evolución.

 

3.2 Demandas de consulta sobre el HSH durante el climaterio Para estudiar las dificultades sexuales durante el climaterio vamos a utilizar un esquema de clasificación de demandas de consulta que nos ayuda a ordenarlas etiológi- camente y a orientar su tratamiento (Gérvas y de Celis, 2000). Aún reconociendo que no se trata de una clasificación exhaustiva, y siendo conscientes de la simplificación y solapamiento de categorías que conlleva, nos proporciona, junto con el mapa del HSH, un referente adecuado para comenzar a entender y atender las dificultades que puede encon­trar una mujer durante su climaterio.

 

La clasificación es la siguiente:

I)             DEMANDAS SUSCEPTIBLES DE TRATAMIENTO MÉDICO

I-        A/ Las secundarias a problemas orgánicos Serían éstas demandas surgidas de dificul­tades planteadas por enfermedades asociadas al envejecimiento. En estos casos existe un trastorno que daña la integridad física de los órganos y sistemas que intervienen en la expresión del hecho sexual. Casi todas las enfermedades afectan a la salud sexual en mayor o menor medida, pero cabe citar, por su frecuencia en este periodo de la vida, la cardiopatía isquémica, la diabetes, los proce­sos neoplásicos, los ACVA, los problemas reumatológicos y el sobrepeso. Como ya hemos señalado, la presencia de enfermedad es uno de los factores, junto con la disponibi-


 

 

lidad de pareja, que más condicionan los cam­bios en el HSH durante el climaterio. (Mooradian y Greiff, 1990; Olazábal, 1990).

Es importante manejar a tiempo y ade­cuadamente las dificultades y problemas sexuales que estas enfermedades producen para evitar su cronificación (identificación precoz, diagnóstico diferencial, etc...). Sin embargo, muchas veces no son tenidas en cuenta ni por la paciente -que las suele con­siderar consustanciales a su enfermedad- ni

por el médico -que no está habituado en su práctica a tomarlas en consideración-; y si añadimos a esto el hecho de que desde este ámbito de actuación sanitaria difícilmente se accede al sexólogo, habitualmente estas demandas simplemente no existen.

 

I-B/ Las secundarias a tratamientos

El efecto adverso de muchos tratamientos farmacológicos, médicos o quirúrgicos sobre la esfera sexual es bien conocido. Por ejemplo, en el caso de los farmacológicos, inhibi­ción del deseo por betabloqueantes, retardo o inhibición del orgasmo por IMAOs, disminu­ción de la lubrificación vaginal por antihis- tamínicos o anticolinérgicos, quimioterapia; de entre los médicos, podríamos señalar los efectos de la diálisis o la radioterapia; y en cuanto a los quirúrgicos, la mastectomía y la histerectomía pueden tener serias repercusio­nes negativas sobre el hecho sexual. (Degen, 1982; Milde y cols, 1996; Wilmoth y Ross, 1997; Hallowell, 1998; Bobes y cols, 1999; Bruner y Boyd, 1999; Gutiérrez y Stimmel, 1999). Sin embargo, resulta difícil establecer hasta qué punto la instauración de un proceso de deterioro de algún aspecto de la vida sexual de la paciente se debe al tratamiento, a las dolencias que se están tratando, a factores relacionados con las repercusiones emociona­les de la enfermedad, o incluso a otros efectos secundarios del tratamiento que terminan repercutiendo en la salud sexual (por ejemplo, cambios en la imagen corporal o alteraciones vegetativas). Es cierto que todas estas modifi­caciones son difíciles de concretar, pero las señalamos para poner de relieve que la paciente reacciona de manera global frente a la enfermedad y frente al tratamiento y su dimensión sexual se ve afectada de múltiples maneras que deben ser consideradas de forma sistemática cuando la tratemos8. Cuando sea posible establecer que las dificultades sexua­les de una paciente se deben a los efectos colaterales de algún tratamiento, está claro que su sustitución es lo ideal. Si este reempla­zo no es posible, es preciso proveer a la paciente de una adecuada información y ase- soramiento sexológicos sobre los ajustes que puede hacer en sus encuentros sexuales para minimizar el efecto negativo del tratamiento.

 

II)                      DEMANDAS ABORDABLES MEDIANTE EDUCACIÓN Y ASESORAMIENTO SEXOLÓGICOS II-A/ Las propias de educación sexual Ya hemos señalado que el climaterio es un periodo de la vida que no siempre ha sido abordado desde una perspectiva humanista, la tendencia habitual es la de considerarlo un periodo de declive, un punto de inflexión hacia la muerte. Quizás por ello está rodeado de oscurantismo, con lo que los mitos y falsas creencias se encuentran muy arraigados y pue­den condicionar negativamente su vivencia. Es muy común pensar que el deseo sexual decli­na, que la capacidad fisiológica para la amato­ria se ve mermada, que tener interés sexual a esta edad ya no es adecuado, etc... Por tanto, es importante que las mujeres reciban educación sexual y asesoramiento sobre el climaterio para evitar que las creencias infundadas afec­ten negativamente a su salud sexual; no olvi­demos que la predisposición negativa a aceptar los cambios asociados a este periodo de la vida puede favorecer la aparición de síntomas psi­cológicos. (Kingsberg, 1998; López y Olazábal, 1998; Punyahotra y Street, 1998; Jiménez y Pérez, 1999).

Hay otro tipo de demandas encuadradas dentro de este epígrafe que son una petición de ayuda al sexólogo acerca de cómo afron­tar una situación planteada en la vida sexual de la paciente a partir de una enfermedad o tratamiento. Un ejemplo claro de este tipo lo constituye la rehabilitación de la mujer ova- rectomizada. Ya hemos mencionado la nece­sidad de incorporar a la rehabilitación de este tipo de paciente educación y asesora- miento sexológicos.

 

II-       B/ Dificultades sexuales asociadas al ciclo vital

En este apartado se encuadran demandas que, aun pudiéndose incluir en otros, tienen como característica propia que reflejan difi­cultades generadas por la aparición de los cambios en el HSH asociados al climaterio expuestos en el segundo apartado de este artículo. Estos cambios vendrían a perturbar el inestable equilibrio logrado en el periodo anterior. Muchos de ellos son asumidos e integrados por la mujer sin que se planteen mayores dificultades; otros, como ya hemos señalado, pueden necesitar alguna aclaración o información, sobre todo si son vividos como modificaciones irreparables o condi­ciones degenerativas. Hay, sin embargo, cambios asociados a la maduración y el envejecimiento que constituyen factores de estrés, en la medida en que pueden repercu­tir muy negativamente en la autoestima y convertirse en fuente importante de ansie­dad, especialmente cuando no existe un buen conocimiento del proceso que está teniendo lugar. Por supuesto, estos cambios afectan también al hecho sexual; por ejem­plo, si una mujer durante el climaterio -en una etapa en la que está tratando de adaptar­se a multitud de cambios, redefiniendo la relación con su pareja, cuando los hijos ya están fuera de casa y tal vez esté a punto de ser abuela- pasa por una etapa de inhibición del deseo -o de simple disminución de la motivación por el encuentro amatorio (pro­ceso que suele ser más frecuente que un cua­dro de inhibición del deseo clásico)- que pudiéramos considerar propia de la edad y en principio pasajera, puede llegar a consi­derar que se trata del primer indicio de que el fin de su amatoria se acerca, lo que posi­blemente la deprimirá y llevará a evitar cual­quier encuentro sexual, y acabará conven­ciéndose de que, como habrá escuchado muchas veces en su entorno, el envejeci­miento trae consigo más bien pronto que tarde el ocaso de toda erótica y amatoria. No es difícil que desde aquí se establezca una inhibición del deseo -o una amotivación por el encuentro- más o menos permanente y especialmente si su pareja, posiblemente en el mismo periodo vital y con sus propias dificultades, evita los encuentros sexuales para eludir tensiones.

En este tipo de situaciones, es importante darle sentido biográfico a los cambios que angustian a la mujer, ayudarla a que no los vea como una pérdida irreparable o una con­dición degenerativa. Muchas de estas difi­cultades son consecuencia de desplazamien­tos de la angustia que el envejecimiento pro­duce. (Barrett, 1989; Nijs, 1998).

Querríamos señalar en este apartado que compartimos la opinión de algunos autores sobre la patologización que está sufriendo esta etapa de la vida; parecería que existiera un interés en convertir este periodo vital más o menos difícil en una enfermedad con sus tratamientos concretos. Muchas de las demandas sobre las dificultades que el cli­materio produce en el HSH no son más que interpretaciones sesgadas e incorrectas de toda la información que sobre esta patología se recibe. En estos casos, a los profesionales sanitarios no parece importarnos el hecho de convertimos en un factor iatrogénico más, con la característica particular de tratarse de un factor que lleva asociado el remedio de la enfermedad que causa (Mora, 1996).

 

II-       C/ Las secundarias a problemas orgánicos crónicos o invalidantes

Algunas de las enfermedades recogidas en el apartado I-A/ de la clasificación pueden evolucionar hacia un deterioro casi irreversi­ble de la erótica y/o amatoria (diabetes, cán­cer, alteraciones vasculares, artrosis). Además, ciertos tratamientos, especialmente los oncológicos, pueden dañar de manera irre­parable estructuras fundamentales de las invo­lucradas en la amatoria de la paciente, así como en su identidad sexual (mastectomías). Existen también situaciones traumáticas (lesiones medulares, amputaciones) que pue­den limitarla en muchos aspectos. En algunos casos, a las limitaciones en la vida sexual de la paciente determinadas de manera directa por la enfermedad se añaden depresión, ansie­dad, baja autoestima y expectativas muy pesi­mistas en relación con cuáles son las posibili­dades de recuperación o de llevar una vida sexual satisfactoria. Estas reacciones emocio­nales frente a la enfermedad dificultan la recu­peración en todos los aspectos, aunque más en el sexual, puesto que en parte por desconoci­miento, en parte por problemas de actitudes del personal sanitario, no se le presta atención, mientras que en otras esferas la información y rehabilitación de la paciente se abordan de manera sistemática. Parece oportuno ocupar­nos de la salud sexual de estas pacientes, incluso durante el climaterio. (Binik y Mah, 1994; de Rios y cols, 1997; Gupta y Gupta, 1997; Westgren y cols, 1997; Hovata, 1999; Sawyer y Roberts, 1999).

Lógicamente, ante este tipo de casos resulta fundamental una evaluación más específica del experto en Sexología con obje­to de facilitar una rehabilitación que permita a la paciente sacar partido de los aspectos conservados de su respuesta sexual. Esto no excluye que pueda requerir tratamiento adi­cional por parte de otro especialista (psicote- rapeuta, fisioterapeuta) que le ayude a aceptar sus limitaciones actuales y a manejar las emociones que su estado físico le provoca. Cualquier persona sigue estando sexuada sean cuales sean las circunstancias por las que atraviese, y el no reconocimiento, cuando no la negación, de esta dimensión fundamen­tal de su vida empeora muchas veces su sufri­miento, especialmente si no encuentra en su entorno más próximo la posibilidad de discu­tir con personas bien informadas y receptivas a las limitaciones que está soportando. Por supuesto que la reacción de cada persona ante la limitación de su vida sexual que alguna de las condiciones descritas puede llegar a impo­ner es muy variable. Desde mujeres que pue­den perder todo interés por este aspecto de su vida, y se concentran en conseguir una buena adaptación en otros, hasta aquéllas que consi­derarán que las repercusiones que la enferme­dad o traumatismo han tenido sobre su amato­ria constituyen problemas fundamentales en su rehabilitación. Esto no hace sino reflejar, por otra parte, la importancia relativa que la dimensión sexual tiene según las personas.

 

III) DEMANDAS SUSCEPTIBLES DE TRATAMIENTO SEXOLÓGICO:

 

III-        A/ Las secundarias a problemas psicopatológicos:

Muchos trastornos psicopatológicos cur­san con dificultades sexuales más o menos agudas. Algunas son un síntoma más de un cuadro psiquiátrico, contribuyendo a sus cri­terios diagnósticos, como la falta de deseo en la depresión mayor; otras están ligadas a la cronificación de un trastorno, como las derivadas de conflictos de pareja causados por el deterioro de la paciente; otras, inclu­so, pueden ser un intento de mantener el equilibrio dentro de un cuadro grave, como ciertas disfunciones o delirios de cambio de identidad sexual en pacientes con cuadros psicóticos. Algunas de estas dificultades sexuales podrían ser abordadas con éxito desde una terapia sexológica, siempre que se pueda sostener su compatibilidad con el tra­tamiento que la dolencia psicopatológica de base requiera.

Por otro lado, no existe evidencia clara en la literatura médica de que durante el cli­materio se produzca un aumento de la inci­dencia de problemas psicopatológicos (más allá de los problemas derivados de la adapta­ción a este ciclo vital y que han sido comen­tados en el punto anterior); sin embargo, aunque su incidencia no se incrementara res­pecto al resto de la población en otras etapas vitales, debemos tenerlos en cuenta como factores con gran influencia sobre el HSH, más aún en este periodo de inestabilidad generalizada. (Youngs, 1990; Montgomery y Studd, 1991; Teuchs y cols, 1995; Pearce y Hawton, 1996; Jiménez y Pérez, 1999).

 

III-        B/ Las dificultades propias de la vida sexual

Entrarían dentro de este apartado deman­das de pacientes que sufren alguna dificultad sexual que no es consecuencia específica del climaterio ni producto del curso de enferme­dad o condición congénita, ni de tratamiento alguno. Estas demandas deben ser atendidas por un experto que asesore acerca de qué medidas tomar. Muchas pueden estar encu­biertas tras una queja somática, normalmen­te relacionada con las típicas de este ciclo, y aparecer sólo en primer término la cuestión principal tras el correspondiente procedi­miento diagnóstico. En este apartado se incluyen las llamadas disfunciones sexuales de causa psicógena, pero también, entre otros, los conflictos asociados a la identidad sexual o a una orientación erótica egodistó- nica. (Masters y Johnson, 1972; Kaplan, 1985; APA, 1995; Nijs, 1998).

 

4.La edad crítica en el modo masculino

El ciclo biológico y vital es independien­te de los modos: hombres y mujeres pasan por todas las etapas del ciclo vital antes o después. Por lo tanto, parece indudable que existe un climaterio masculino: sería el escalón fisiológico que debe superarse entre la madurez y la vejez; con características comunes y diferenciales del de la mujer. Respecto al HSH, en líneas generales, el cli­materio en el hombre conlleva un proceso de cambio en los distintos campos mucho más gradual en intensidad y en el tiempo que en el caso de la mujer. El que no exista una cesación repentina de la función reproducti­va no es óbice para que el proceso de enve­jecimiento se exprese en el organismo y podamos encontrar modificaciones en todos los campos y dificultades en el caso de no conseguir adaptarse. En el Esquema 2 se detallan algunos de estos cambios.

Lo que no podemos aceptar es la existen­cia en el modo masculino de una entidad equivalente a la menopausia, la que se ha comenzado a denominar andropausia9. Puesto que el modo no es una cualidad tran­sitoria, ni siquiera a nivel hormonal, ni la mujer deja de ser tal por el hecho de que se extinga su función reproductiva, ni el hom­bre deja de serlo por el hecho de que se modifiquen a la baja, entre otras variables, sus niveles hormonales de testosterona, ni siquiera en el caso de que cesara la esperma­togénesis. Mora (1996) denomina “tontería fisiológica” a la justificación, pretendida­mente científica, de la andropausia y piensa que podríamos estar asistiendo al inicio de un intento de patologizar el climaterio mas­culino similar al que se produjo con la menopausia. Es curioso que el trabajo que situó a la menopausia como centro y causa de la pérdida de la condición de mujer y que propuso la terapia hormonal farmacológica como sustituta de la función gonadal para evitar dejar de ser mujer (al menos transito­riamente), tenga, treinta años después, título especular del que repite un planteamiento parecido con los hombres: Feminine forever y Forever young (Wilson, 1966; Bilger, 1995). Se crea una entidad fisiopatológica de lo que en realidad es, que no es poco, un momento vital crítico: el paso a la vejez.

 

5. Conclusiones

El Hecho Sexual Humano se entiende como hecho biográfico, de tal modo que su comprensión sólo es posible dentro del marco del ciclo vital del sujeto.

El proceso de envejecimiento, estricta­mente hablando, comienza desde la concep­ción, afecta a todas y cada una de las células del organismo y conlleva cambios progresi­vos a los que el individuo va adaptándose física y psicológicamente de manera gra­dual. En este contexto la menopausia es parte de un proceso más global de envejeci­miento reproductivo.

  Si bien en todas las mujeres podemos identificar el momento de la cesación de la menstruación, la menopausia, otros cambios asociados al climaterio muestran gran varia­bilidad en cuanto a sus manifestaciones. Esto, a nuestro entender, no es más que una consecuencia de la diversidad propia del hecho sexual humano.

Parece lógico que la diferente realidad sociocultural en la que han desarrollado su hecho biográfico los hombres y mujeres que entrarán en periodo climatérico en los próxi­mos años hará que su percepción y vivencia de los cambios asociados al envejecimiento sea distinta de la de aquellos individuos sobre los que hasta ahora se han realizado los estudios. Resulta necesario que la futura investigación se adapte a esta nueva reali­dad, teniendo en cuenta que tal vez nuevas realidades requieran nuevos modelos desde los que acceder a ellas. Factores como la incorporación masiva de las mujeres al trabajo remunerado o la liberalización de las costum­bres amatorias han de tener repercusión en el entendimiento de la realidad sexual de los ancianos en las próximas décadas.

Si bien el concepto de climaterio, como escalón en el ciclo vital, es aplicable, con

sus características propias de cada modo, tanto al hombre como a la mujer, entende­mos que la noción de andropausia carece de sentido biológico alguno, ya que no existe momento concreto en que se pueda identifi­car la cesación de la fertilidad en el hombre. Concederle entidad nos conduciría por el camino de la patologización de los ciclos vitales.

 

 


Notas al texto

1       Se trata de un planteamiento general y somero, por lo que recomendamos leer el original si se desea entrar en antecedentes, justificación y discusión teórica. Todos los entrecomillados corresponden a extractos textuales del original.

2       Fuera de esta nueva formulación, ¿sabría definir sexo?, ¿y sexualidad? Si obviamos los significados pornográficos comunes en el lenguaje de la calle, entre profesionales su significado depende de con- ceptualizaciones sesgadas por la formación, las actitudes y el contexto profesional en el que se usen. Por “sexo” puede entenderse genitales, acciones, espectáculos, orientaciones... ¿Ocurre lo mismo en otras ciencias?.

3       En palabras de Magnus Hirschfeld: “El hombre completo y la mujer completa son en realidad sólo for­mas imaginarias que tenemos que llamar en nuestra ayuda para poseer un punto de partida para los estadios intermedios” (Hirschfeld, 1903). Recomendamos leer La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales de Gregorio Marañón (Marañón, 1990).

4        Sartre lo explicaba con las siguientes palabras: “Ser sexuado significa existir sexualmente para un prójimo que existe sexualmente para mí... en tanto que él es otro para mí y yo soy otro para él” (Sartre, 1983).

5       Los propios iniciadores de estos estudios señalaron: “Aunque la expresión o concepto de conducta sexual signifique cosas muy distintas, en nuestro vocabulario, a los efectos de nuestro trabajo, será usada para indicar exclusivamente la estimulación y excitación de los órganos genitales (...) Y por ello tomamos la cópula como concepto central de esta obra” (Beach y Ford, 1969). Sin menoscabo de que la conducta sexual pueda ser establecida como modelo aún a riesgo de limitarnos al igual que lo hacen el modelo del Amor Pasión o del celibato. Si así lo estableciéramos, ¿qué ocurriría con la Amatoria representada en obras y no en cópulas puntuadas en orgasmos?.

6       Menopausia (o menopausis)( gr.: menós -relacionado con menstruación-; gr. paüsis-cesación-): cesación natural de la regla y periodo de vida, entre los 45 y los 50 años de edad, en que ocurre; edad crítica; climaterio. Climaterio (gr.: klimaktér-escalón-): conjunto de fenómenos que acom­pañan a la cesación de la función reproductiva de la mujer o la actividad testicular en el hombre (Navarro-Beltrán, 1992).

7        Como lectura complementaria sugerimos el texto de Orlando Mora (1996).

8       Es importante tener en cuenta que la mayor parte de la investigación relativa a los efectos de los fár­macos sobre la vida sexual ha sido enfocada principalmente en el modo masculino, entre otras razo­nes por la mayor facilidad de objetivar algunos aspectos de su respuesta sexual, como señalan Kolodny, Masters y Johnson (Kolodny, Masters y Johnson, 1982).

9       La palabra andropausia -aunque etimológicamente sea incorrecta- es recogida en los diccionarios y definido como inicio del cese de la capacidad reproductiva en el hombre. v.g.: Andropausia ( gr.: andrós -hombre-; gr. paüsis-cesación-): involución fisiológica de la función gonadal en el varón (Navarro-Beltrán, 1992; Seco, 1999).

 


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TÉRMINOS, CONCEPTOS Y REFLEXIONES PARA UNA COMPRENSIÓN SEXOLÓGICA DE LA TRANSEXUALIDAD1.

 

José Ramón Landaarroitajauregui2 *

* Centro de Atención a la pareja “Biko Arloak”, Erdikoetxo 1-C, entreplanta, 48014 Bilbao. E-mail: biko1@correo.cop.es

 

Este trabajo tiene tres partes. La primera es una introducción en la que el autor justifica la pertinencia de la creación de nuevos términos. En la segunda el autor presenta dos concep­tos centrales en Sexología Sustantiva. Éstos son: sexación y sexuación. La sexuación se refiere al proceso de diferenciación sexual y la sexación se refiere al etiquetaje sexual. Se exponen sus características, constituyentes y principios. Finalmente, en la tercera parte se abordan algunas cuestiones teóricas y clínicas sobre transexuales.

Subyace un intento de poner orden a materiales científicos sobre la condición sexual (ser hombre, ser mujer) que están dispersos, para lo cual se articula un universo semántico cohe­rente y consistente constituido por términos específicos que sirven para hacer comprensiva y comprensible la transexualidad y el sexo cerebral. Al final se ha incluido un glosario de nuevos términos.

 

Palabras Clave: Teoría sexológica, Transexualidad, Sexología Sustantiva, Diferenciación sexual cerebral, Sexuación, Sexación, Aspectos clínicos, Nuevos términos.

 

TERMS AN THINKING FOR A SEXOLOGICAL COMPREHENSION ON TRANSSEXUALITY

 

The following works consists of three parts. Firstly, in the introduction the author justifies the need to create new words for a comprehensive material on transsexualism. Secondly, the author presents and describes the characteristics, constituents and principles of two essential concepts in Substantive Sexology: sexation, referred to sexual differentation pro­cess; and sexuation, related to sexual labelling. Thirdly, the autor approaches to some of the theoretical and clinical issues on transsexuals.

Underneath of this work lays the attempt of the author to draw up the rather scattred scien- tific material on sexuality related to the sexual condition (being a man and being a woman). In order to do so the author articulates a coherent and consistent semantic universe compo- sed of specific terms which pave the way for transsexuality and cerebral sex to be compre­hensive and comprehensible. Finally, a new terms glossary has been incorporated.

 

Keywords: Sexological Theory, Transsexuality, Substantive Sexology, Brain sexual diffe- rentiation, Sexuation, Sexation, Clinical issues, New terms.

 

“La transexualidad es similar y está relacionada con las condiciones intersexuadas en que la apariencia de los genitales no es congruente con el sexo cromosómico de la persona. Como es obvio que se ha cometido un error identificando el sexo del niño al nacimiento, la tarea de la medicina es rectificar esta situación como se rectifican otras discapacidades congénitas".

(Russell W Reid)3

 

 

 


PARTE PRIMERA

 

Introducción

Por qué tanto neologismo

Aunque se me acuse de “nominalista” -que es etiqueta que con mis publicaciones voy ganándome-, en este trabajo voy a ope­rar fundamentalmente con las palabras. Y esto no sólo porque el asunto me parece importante (las palabras son más que pala­bras), sino porque los términos concretos que tenemos y usamos en este área no nos sirven para entendernos. Los ejemplos de esto que digo son incontables, pero sólo pre­sentaré algunos. Por ejemplo, cuando deci­mos transexual femenino, qué estamos diciendo y qué estamos queriendo decir. El adjetivo femenino define ¿los genitales o la identidad sexual?; si se refiere a los genita­les, ¿cuáles: los originales o los quirúrgicos? Cuando decimos transgenérico4, qué esta­mos diciendo y qué estamos queriendo decir, ¿que los genitales son sexo y que lo otro -lo que sí se cambia: los caracteres sexuales secundarios- son género? Y cuan­do decimos que los transexuales cambian de género, ¿qué estamos diciendo y qué esta­mos queriendo decir? O cuando decimos que se identifican con el sexo contrario, ¿contra­rio a cuál? Parece que nos entendemos, pero hay en todo esto muy poco rigor.

Usaremos aquí palabras que nos sirvan no sólo para hablar de transexuales sino también de no-transexuales. Pues es sin­tomático que no tengamos siquiera un nom­bre para designar a quienes no son transe­xuales. Si se reflexiona un poco sobre ello, resulta increíble que los sexólogos no tenga­mos un nombre científico medianamente riguroso para expresar que alguien se siente -se considera, se identifica- como hombre o como mujer, cuando absolutamente todos y todas nos sentimos hombres o mujeres.

Durante mucho tiempo nos ha parecido que las propias etiquetas hombre y/o mujer, eran útiles para describir tanto lo que se es, como lo que se siente, como lo que parece ser. Las hemos tomado por categorías cientí­ficas, pero no lo son. Pues tenemos ya cono­cimiento científico suficiente para afirmar que nos sentimos hombres o mujeres con bastante independencia de cuáles sean los genitales que escondamos bajo nuestra ropa interior. Así que nos hacen falta palabras para nombrar hechos que están ahí y que ya conocemos. Este artículo se preocupa espe­cialmente de estos términos que nos faltan; y sobre todo, de las relaciones semánticas y lógicas entre ellos.

 

La necesidad de un vocabulario sexológico coherente y consistente

A lo largo de todo este siglo, ha sido monumental el incremento de las evidencias científicas en materia sexual. En la actuali­dad, el volumen de información científica sobre sexo, aunque disgregado y desarticula­do, es enorme. Por ello, a mi juicio, la Sexología del siglo XXI tiene como uno de sus mayores retos el de articular teorías coherentes, unificadas y holísticas que den coherencia terminológica y conceptual a todo este ingente material. La consecución de este logro nos obliga a una revisión gene­ral del vocabulario y de los conceptos que venimos manejando en unas y otras áreas sexológicas.

Esto nos plantea tres retos. Por un lado, un trabajo de captura: hemos de recopilar y compendiar comprensivamente toda esta producción, y para ello hemos de conocer en profundidad el campo sexológico tanto lon­gitudinalmente, a lo largo de toda su histo­ria, como transversalmente, a lo largo de todas las disciplinas que han abordado lo sexual. Y en este propósito es importante recuperar términos absurdamente abandona­dos por razones casi siempre espurias. Por otro lado, un trabajo de deconstrucción y reconstrucción terminológica: lo cual supo­ne desde un reordenamiento de las relacio­nes entre los conceptos, hasta una recupera­ción y reciclaje de términos mal usados, connotados y/o tergiversados. Y, finalmente, por otro lado, un trabajo de producción crea­tiva de nuevos términos, que debe ser reali­zado sólo en tanto sea necesario.

Este aspecto productivo de creación de nuevos términos me importa especialmente. Porque me parece que la tentación de crear -incluso gratuitamente- nuevos términos es, con frecuencia, abusiva en el dominio cientí­fico. Al punto que lo que denomino snobis­mo científico es uno de los impedimentos que más obstaculizan el acceso al conoci­miento. En la ciencia actual en general -y en la ciencia sexológica en concreto- la deriva hacia lo novedoso supone casi siempre más costos que beneficios. Y la presunción de que “lo anterior”, “lo histórico”, “lo clási­co”, “lo antiguo” son desechables, de poco interés o están desfasados es no sólo abierta­mente acientífica, sino sencillamente sober­bia.

Sin embargo, y pese a lo dicho, creo que en Sexología es necesaria la creación de tér­minos nuevos con los cuales construir una terminología específica y genuinamente sexológica.

Para la construcción de este vocabulario sexológico ha de darse con términos que cumplan las siguientes cuatro condiciones. Han de ser: precisos, comprensivos, cohe­rentes externamente y consistentes interna­mente. Cuando digo precisos, quiero decir que han de decir lo que quieren decir y no otra cosa, por lo tanto en lo posible habrán de estar etimológicamente bien construidos de modo que cualquier buen conocedor de los recursos del idioma pueda suponerlos con su sola mención. Cuando digo compren­sivos, quiero decir que han de comprender y describir con evidencia científica la natura­leza de lo que expresan sin transformarlo con ningún propósito (por bueno que sea éste). Cuando digo coherentes externamente quiero decir que han de ser lógicos con el universo semántico y conceptual del resto de los términos de las diferentes disciplinas al que hacen referencia, pero especialmente coherentes con los términos sexológicos anteriores. Y finalmente cuando digo consis­tentes internamente, quiero decir que sean congruentes semántica y lógicamente, luego que no produzcan contradicciones semánti­cas, ni saltos de orden lógico consigo mis­mos o con el universo conceptual al que hacen referencia.

Desgraciadamente en Sexología sobrevi­ven muchos términos ambiguos y/o impreci­sos, tautologías, construcciones moralmente connotadas, neologismos estériles, etc. Las razones de todo esto son múltiples: bien por simplificaciones, reducciones o metonimias (por ejemplo la sustitución de genital por sexual); bien porque en el discurrir del tiem­po se han ido corrompiendo por efecto, entre otras, de la “vulgarización científica” (por ejemplo la sustitución del adjetivo erótico por el adjetivo sexual); bien porque connota­ciones ajenas a la ciencia, casi siempre polí­ticas o morales, han producido sesgos (por ejemplo la sustitución del género por el sexo; la desaparición del adjetivo venéreo -que parece pathos y no amoroso—, etc.); bien porque desde su propio inicio se construye­ron mal (por ejemplo respuesta sexual humana para describir fisiología orgásmi- ca); bien porque nuevos conocimientos han obligado a readecuar los significados y usos de términos inicialmente adecuados (por ejemplo andrógenos para describir exclusi­vamente las hormonas masculinizantes); bien por simple abandono, a menudo igno­rante, pero también militante (por ejemplo abandono del concepto intersexualidad o peor aún, mal uso en contexto exclusivo de malformación y patología, etc., etc.).

El asunto ha ido adquiriendo dimensio­nes tan notables que con frecuencia en Sexología Sustantiva han de gastarse energías y tiempos extraordinarios -incluso intelectualmente vejatorios- para explicar lo notorio, lo evidente o lo obvio. Por ejemplo, expresiones como educación afectivo-sexual para subrayar que se van a contemplar los afectos (puesto que opera la presunción


estúpida de que lo sexual excluye toda refe­rencia afectiva); reiteraciones como educa­ción sexual: o sea, de los sexos para incidir -incluso obsesivamente- sobre el significa­do del adjetivo sexual, que obviamente se refiere a sexo (o sea, al asunto de que hay machos y hay hembras y que difieren preci­samente por razón de sexo); o la expresión sexología científica para remarcar -de nuevo reiterativamente- que la sexología es cientí­fica (pues al parecer opera la presunción de que pudiera haber una logía no científica); y así un largo etcétera con el que no quiero aburrir.

 

 

PARTE SEGUNDA

 

Dos conceptos centrales:

Sexación y sexuación

Sexación: presentación primera

Aunque la expresión sexación 5(1) es un neologismo mío, hay usos lingüísticos ante­riores de los cuales este término procede. En concreto existe la profesión de “sexador de pollos". Por coherencia semántica sexador es quien sexa. El quehacer de este profesio­nal es clasificar a estas crías según su sexo, luego parece sensato que SEXAR (2) signifi­que clasificar por sexo. El resultado eviden­te de esta acción es que en virtud de ella queda determinada la vida, y la muerte de estas aves.

El término sexismo parece hacer referen­cia a los efectos nocivos de esta clasifica­ción sexual cuando ésta se produce en humanos. Siendo que en esta especie la sexación también determina sus vidas (sus sueldos, sus obligaciones, etc.) tanto más, cuanto más sexista sea la cultura en la que esto ocurra. Así pues los usos estaban, luego el neologismo más que invento es captura. En cualquier caso con este término de sexa- ción me refiero a los hechos de clasifica­ción, de categorización y/o de etiquetación sexual. A propósito de ello uso conceptos como etiqueta sexual, categoría sexual o

clasificación sexual siempre para referirme a la que podríamos considerar la sentencia sexual, el veredicto sexual o el nombramien­to sexual. Insisto: eres (en realidad, te soy: digo que eres, te reconozco como) macho o hembra; y soy (en realidad, me soy: digo que soy, me reconozco como) macho o hem­bra. Estamos hablando de hechos de recono­cimiento sexual.

Aunque -a falta de otros mejores- use­mos términos como categoría, etiqueta o clasificación no debe entenderse la sexación como un hecho cognitivo. Mejor aún, debe de entenderse en primer término como hecho no-cognitivo. Si se prefiere, precogni- tivo o subcognitivo.

Así que resulta importante subrayar que la sexación no requiere cerebro corticaliza- do, ni reflexividad, ni cultura. Es cierto que estas propiedades humanas juegan, o puede jugar, algún papel sexante. Incluso, antise- xante. Pero la sexación es un hecho natural y evolutivamente antiguo. Hasta el punto que se expresa en muchos insectos, peces y anfibios, en los reptiles, en las aves y, desde luego, en todos los mamíferos: desde la más humilde rata hasta el más insigne humano.

A modo de primera presentación mencio­naré tres anécdotas curiosas sobre sexacio- nes no humanas.

 

Mosquitas “embarazadas"

Bastantes de los recursos insecticidas actualmente disponibles recurren a una “habilidad” que algunos insectos tienen: la de discernir -discriminar- el sexo de los sujetos de su propia especie mediante el reconocimiento de determinados estímulos con significado sexual.

Así que en verano, sobre la cabecera de mi cama, un emisor de ultrasonidos hace creer a las mosquitas embarazadas -que son las más temibles- que hay un macho mos­quito en la habitación. Este ultrasonido las disuade de entrar, ahorrándome molestas picaduras.


El mecanismo opera sobre una evidencia constatada: los mosquitos se reconocen sexualmente. Muchos insectos -son tantos, que no me atrevo a afirmar si todos, la mayoría o una buena porción de ellos- tie­nen mecanismos emisores que propician que el otro, un otro de su misma especie, les reconozca sexualmente como macho insecto o como hembra insecto. Es precisamente a estos estímulos que propician la clasifica­ción sexual a los que he llamado INDICADO­RES ALOSEXANTES (40).

Los insectos parecen tener mecanismos receptores y decodificadores que les sirven para reconocer sexualmente a ese otro emi­sor de señales. Precisamente a este hecho de captación e “interpretación” de determina­dos estímulos con significado sexual para, a partir de ellos, construir una etiqueta sexual, es a lo que he llamado alosexación (8). Una vez sexualmente clasificado se interactúa con este sujeto alosexado de un modo u otro en razón, precisamente, de esta etiqueta sexual. En este caso la mosquita se va de la habitación -o no entra en ella- porque ese es su modo concreto de interactuar con el supuesto macho que “supone” a resultas del zumbido.

 

Ranas “pigmalión”

Esta segunda anécdota nos lleva al mundo anfibio. Sabemos que las ranas tienen meca­nismos de reconocimiento sexual relacionados con la forma y el color. Así que una piedra, o cualquier otro material con una forma y color bien determinados, se convierte para una rana macho en un objeto deseable -desde luego copulable, a tenor de su conducta.

Ahora bien, a principios de este año una noticia curiosa saltó a los teletipos: un fenó­meno extraño parecía ocurrir en bastantes estanques de Inglaterra fruto de lo cual ranas macho, cual Pigmalión, se “enamoraban” de las estatuillas decorativas que rodean estos estanques. Por cierto estas estatuillas no tie­nen ni esa forma, ni ese color con significa­ción sexual.

La noticia que pretendía ser simpática, no me lo resultó en absoluto pues me hizo pensar que quizás algo había modificado los mecanismos alosexantes (4) de estas ranas. Peor aún, ese “algo” podía tener alguna rela­ción con los vertidos químicos que con fre­cuencia denuncian los grupos ecologistas y que efectivamente están modificando espu­riamente los procesos de sexuación de anfi­bios, peces y aves. Así que la noticia más que simpática, me pareció amenazante.

Es posible -yo lo creo- que la sexación también sea químicamente modificable como de hecho lo es -esto ya lo sabemos con certeza- la sexuación. Y es incluso pro­bable que las sustancias químicas que pro­duzcan estas alteraciones sean también hor­monas sexuales o afines químicos.

 

La rata “gay no transexuada”

Esta tercera anécdota nos lleva a los laboratorios experimentales de investigación básica. Realizada en el laboratorio una inter­vención endocrina demasculinizante y femi- nizante a una rata macho en la primera semana postnatal se feminizarán todas las estructuras que en ese tiempo concreto se estén sexuando.

Mediante esta manipulación experimen­tal se producirán pues transexuaciones (5) fácilmente observables que afectan a los niveles genital, gonadal y somático; pero fundamentalmente se feminizarán todos los subniveles de la sexuación cerebral. Algunas de estas sexuaciones que afectan al cerebro son objetivables en las propias estructuras cerebrales (tamaño del Núcleo Sexo- Dimórfico y retroalimentación gonadotrópi- ca), mientras que otras se deducen de la observación de la conducta adulta de la rata.

Decimos que el comportamiento sexual y erótico de la rata es heterotípico (esto es, no típico de su sexo) porque pese a ser geno y fenotípicamente macho se comporta global­mente como rata hembra. Tiene un patrón sexual de conducta gínico (38) porque muestra conducta maternal, acción de bajo consumo energético, etc. Y tiene un patrón de conducta erótica también gínico porque muestra receptividad, lordosis y aceptación de monta. Muchos experimentadores, muy torpemente, han etiquetado a estas ratas experimentalmente transexuadas como “ratas homosexuales" tomando como evi­dencia de esta categoría su conducta obser­vable de aceptación de la cópula.

Sin embargo, y esto es muy curioso, no ha recibido el mismo etiquetado la rata macho control -la no intervenida- que es, de hecho, un macho geno y fenotipo que está montando, penetrando y eyaculando en el ano de otro macho. A tenor de su comporta­miento, una vez usado el mismo criterio eti- quetador, esta rata macho merecería cuanto menos la etiqueta de “rata sodomita activa".

Es evidente que la conducta de la “rata sodomita pasiva" -la víctima del experi­mento- es uno más de los resultantes de la intervención experimental transexuadora. Pero, ¿por qué se conduce de este modo la otra si no ha recibido intervención ninguna y es -supuestamente- macho heterosexual?.

Hasta aquí el dilema. La solución, ahora que he dado con ella, me parece sencilla. La rata no intervenida -la sodomita activa, la que monta- es una rata macho heterosexual con un patrón sexual de conducta y un patrón de conducta erótica homotípicos. Esto es, típicos de su sexo. Sólo le ocurre una cosa anómala producida precisamente por el experimento: clasifica a la otra como hembra y lo hace así porque la rata interve­nida se comporta como hembra, huele como hembra (esto no está suficientemente verifi­cado, pero aseguro que emite feromonas femeninas) y porque sus caracteres sexuales secundarios están feminizados (su estructura musculo-esquelética es menor, la distancia ano-genital también, etc.). O sea, porque sus indicadores alosexantes son gínicos. Así que la alosexa como hembra y se comporta con ella como si lo fuese.

Pero lo que el investigador parece ver es otra cosa: él ve una rata con cromosomas, gónadas y genitales macho dejándose pene­trar. Para el investigador la rata penetrada es sin duda un macho. Y la convicción de observar a un macho dejándose penetrar analmente le lleva a la conclusión precipita­da de que es una rata gay.

El objeto alosexado (6) -la rata en cues­tión- es el mismo para ambos sujetos alo- sexadores (7) -la rata penetradora y el expe­rimentador - pero el resultante de la ALOSE- xación (8) difiere y se contradice. Y difiere porque los indicadores alosexantes (40) que uno y otro seleccionan no son los mis­mos. Porque los criterios alosexantes (9) tampoco son los mismos. Fruto de lo cual los INDUCTORES DE ALOSEXACION (11) tampo­co lo son. Al fin y al cabo aunque los dos son machos (el uno rata y el otro experimen­tador) cada cual actúa como lo que es y está a lo suyo.

Faltaría preguntarse qué categoría sexual se da a sí misma la rata experimental, luego cuál es su autosexación (10) y a quién de los dos le da la razón. No es posible com­probarlo, pero -permítaseme el animismo- creo que si la rata pudiera definirse a sí misma se tendría por hembra y no por macho. A lo sumo se autoetiquetaría como rata transexual, pero en ningún caso como rata gay. Y deduzco esto, no tanto por su comportamiento, o sus confesiones, sino por el conocimiento de los modos de operación de la sexuación mamífera. Lo común a las tres anécdotas es que hay unos sujetos de diferentes especies -mosquita, rana, rata y humano- que alosexan. Todos ellos tienen capacidad de reconocer, de discriminar, el sexo de los objetos alosexados, asignando una etiqueta sexual. Luego en esta acción sexante, uno es el sujeto sexante (el sexador) y el otro el objeto sexado.

En todos los ejemplos que he presentado los sujetos alosexadores cometen errores, por­que en todos estos casos hay alguna interfe­rencia en el normal proceso de sexación.

La mosquita yerra porque hemos imitado un inductor de alosexación mosquito (zum­bido macho) y cae en la trampa. La rana yerra porque, probablemente, se ha produci­do alguna alteración química que ha modifi­cado los receptores y/o decodificadores que usa para la alosexación. No está del todo claro en el caso de la rata y el experimenta­dor quién es el que yerra. Depende de lo cri­terios que tomemos como válidos para esta sexación. Supuesto que sea la rata la equivo­cada, yerra porque los inductores de alose- xación han sido alterados a resultas de la transexuación experimental realizada. Si fuese el experimentador el equivocado, yerra porque no reconoce los inductores de alose- xación específicos de especie y se obstina en alosexar a la rata transexuada en razón de un criterio de alosexación (9) exclusivamen­te genital. Quizás porque es el criterio que se usa en su especie.

En cualquier caso todo sujeto alosexador -sea mosquita, rana, rata o experimentador- selecciona, de entre todos los estímulos que el otro emite, aquellos que sirven para dictar la sentencia sexual (es macho, es hembra); esto es, los que tienen un significado sexual. Luego hay unos estímulos, precisamente los que he llamado indicadores alosexantes (40) que son susceptibles de ser captados mediante mecanismos alosexantes que han de incluir receptores, decodificadores y PRE- ESQUEMA DE SEXACIÓN (12).

De cualquier modo, y espero con los ejemplos haberlo aclarado suficientemente, en todos estos casos se ha producido un acto de sexación. Y este acto no ha requerido como condición indispensable cerebro corticalizado, ni cultura.

 

Generología y sexación

Aunque la Generología6 empezó siendo un potente movimiento surgido en el seno del feminismo de los USA a propósito de estudios sobre mujer, es ya la disciplina científica con reconocimiento universitario cuyo objeto epistémico es el género. Honestamente la considero una corriente apóstata de la Sexología que expresa y mili­tantemente renuncia a ser sexológica. Y menciono la apostasía porque han renuncia­do tanto al sexo como a la logía. Al sexo negando su existencia misma o constriñén- dolo a su mínima expresión. A la logía por­que la apuesta no es comprender las cuestio­nes sexuales, sino transformarlas. En cual­quier caso ahí está produciendo, por cierto, enorme cantidad de material.

La traigo a colación aquí porque el cons- tructo sexación tiene cierta correspondencia con dos expresiones frecuentemente usadas por algunos autores/as generológicos. Me refiero a: dimorfismo sexual aparente y a sexo como variable estímulo.

Con respecto al primer término -que es más expresión que busca la corrección polí­tica que el rigor científico- afirmo que toda sexación es necesariamente una dimorfiza- ción sexual de las apariencias. Y subrayo los dos términos de la expresión que acabo de usar.

Es dimorfización sexual porque se modi­fica -se reconstruye- una variable sexual de continuo (polar) en una variable sexual dicotómica, la sexuación (los múltiples hechos de sexuación), en una etiqueta de sexación. Y es aparente, porque opera sobre indicios de los cuales se deducen -o se indu­cen- las tales etiquetas.

Más tarde explicaré que esta dicotomiza- ción se realiza a través de reiteradas metoni­mias reductoras que sirven precisamente al propósito de consecución de una etiqueta definitiva y definidora.

El constructo sexo como variable estímu­lo no es una expresión políticamente correc­ta sino un término de uso científico. En España ha sido Juan Fernández7 siguiendo la senda de la prestigiada generóloga R.K. Unger, quien ha sugerido la distinción entre tres sexos: el sexo como variable estímulo, el sexo como sexualidad y el sexo como variable sujeto. Estos dos últimos “sexos” (sic) se corresponderían con lo que en Sexología Sustantiva llamamos clásicamente erótica y sexuación. Y en cualquier caso el primero de estos sexos (el sexo como varia­ble estímulo) se correspondería, creo que bastante bien, con esto que estoy llamando

sexación.

Respecto al sexo como variable estímulo, viene a constatar Fernández que existe una ingente producción científica que gira en torno a los cómos, los qués y los paraqués de la interacción humana cuando ésta está de algún modo mediada por cómo se clasifica sexualmente a ese otro con el cual se inte- ractúa. Son pues, fundamentalmente, estu­dios que analizan las conductas -las ideacio­nes, las interpretaciones, las interacciones, etc.- que están mediadas por la etiqueta sexual que se asigna al otro/a. Cuestiones del tipo: yo me conduzco o interactúo con esta persona así -y no de otro modo- en tanto que, previamente, la he clasificado con una etiqueta sexual: la de mujer o la de hom­bre (incluso la de ambiguo) y no con otra, o ninguna.

De todas estas investigaciones generoló- gicas se concluye algo que podríamos tomar ya como evidente e indiscutible: que esta clasificación sexual de ese otro con el que interactúo condiciona -más aún, determina- mi modo de interactuar con él. Por lo tanto, mi modo de conducirme, de expresarme, de idear, de interpretarle, etc.

Ahora bien, aunque subrayo esta relación entre términos que me parece cierta, desde un principio quiero marcar dos diferencias -tres con la mencionada ocurrencia interes- pecies- entre este término sexológico de sexación y aquel generológico de sexo como variable estímulo.

En primer lugar, un distanciamiento polí­tico. Pues por cuestiones, sobre todo, de ads­cripción política -esto es, de actitud comba­tiva y vocación abolicionista-, desde la generología no se ha pretendido la compren­sión científica de la etiquetación sexual, sino, antes al contrario, su exterminio cultu­ral y político. Así que prácticamente toda la investigación sobre el denominado sexo como variable estímulo está contaminada de esta vocación abolicionista. No es compren­siva, sino combativa. Se me acusará de exceso en esta crítica pero el antisexismo es, explícitamente, etiqueta identitaria que en generología se usa sin reparo. Y ese anti no es apuesta científica, sino política; que además no es la mía.8

Y  en segundo lugar, un distanciamiento teórico. La diferenciación generológica entre sexo como variable sujeto y sexo como variable estímulo, luego la elección de los términos sujeto y estímulo (sin entrar ya en el mal usado y maltrecho sexo), sugiere algo que expresamente quiero evitar: la impre­sión de que la etiqueta de sexación no es constitutiva del sujeto; o, alternativamente, que los hechos de sexuación no son fuentes estimulares.

Sin embargo, como demostraremos más abajo, ningún hecho sexual más potente esti­mulador que los hechos de sexuación y ningún hecho más constitutivo de la condi­ción de sujeto que la propia autocategoriza- ción sexual. Pues los hechos de sexuación -todos y cada uno de ellos- no sólo son ele­mentos constitucionales que construyen al sujeto; sino que son, a su vez, los estímulos de más fuerte significado sexual que sirven precisamente para la etiquetación sexual. Y por otro lado, las etiquetas sexuales no sólo son estímulos de interacción, sino que son elementos constitucionales sin los cuales el sujeto no puede construirse. Así que me parece que hay mucho estímulo en el sexo como variable sujeto y mucho sujeto en el sexo como variable estímulo. Suficiente como para desechar esa terminología.

 

Sexología Sustantiva, sexo y sexación.

La Sexología Sustantiva es una corriente sexológica nacida en España y creada en el contexto de la sexología europea del “sexo- que-se-es”. Esta corriente -de la que me siento orgulloso promotor y representante- expresamente acoge el paradigma moderno de los sexos distanciándose, por inservible, del paradigma premoderno del locus genita- lis. Así pues la noción de sexo -insisto, sexo en tanto que condición de diferencia; luego no sexo en tanto que acción placentera- es fundamental. Esta corriente es, antes que todo y fundamentalmente, una logía del sexo: luego un discurso fuerte, teórico, com­prensivo, coherente y articulado sobre el sexo. Dicho muy claro, para la Sexología Sustantiva sexo no es una “four letters word”9, sino un macroconcepto nuclear y constituyente: el objeto epistémico que da sentido a la propia disciplina.

Tradicionalmente, en Sexología Sustan­tiva se ha manejado como esquema ordena­dor el conocido como Triple Registro del Hecho Sexual Humano cuyo original fue presentado por Amezúa en conferencia leída en 1979 en Vitoria-Gasteiz bajo el título “La sexología como ciencia: esbozo de un enfo­que coherente del hecho sexual humano”10. Fue precisamente en aquella célebre ponen­cia donde se levantaron los cimientos de lo que luego será bautizado como Sexología Sustantiva.

Estos fundamentos fueron, y son, básica­mente:

- Que la sexología es la ciencia del hecho sexual. Literalmente allí se dijo: “la sexo- logía es la ciencia que busca, investiga y desentraña, de una forma específica y con métodos propios, el sentido del hecho sexual, es decir, del hecho ineludible de que somos sexuados, nos vivimos como sexua­dos y nos expresamos como sexuados”.

-  Que este hecho sexual se articula a través de tres registros que son: el sexo (el modo de hacerse y ser sexuado), la sexuali­dad (el modo de vivirse como sexuado) y la erótica (la expresión del ser sexuado y sexual).

- Que son tres las funciones práxicas de la sexología: la investigativa, la educativa y la asistencial.

- Que la sexología, o es científica, o no es nada.

Veintiún años después, Amezúa ha publi­cado una reformulación y puesta al día de aquella conferencia constituyente11. En este trabajo ha propuesto el Mapa del Hecho Sexual Humano en el cual ha expuesto cua­tro -y no tres- registros del hecho sexual. A saber: sexuación, sexualidad, erótica y ama­toria. Luego sus novedades terminológicas y conceptuales son dos: por un lado, la modi­ficación de sexo por sexuación; y por otro lado, la ampliación (en realidad bipartición) de la antigua erótica, en las nuevas erótica y amatoria.

Me interesa aquí la modificación de aquel sexo original que era el primer registro del esbozo del 79, por la sexuación que es ahora el primer registro de la teoría refor- mulada del 2000. Siendo, lo cual no es asun­to baladí, que es su propio creador quien lo ha modificado. Y todo esto porque conside­ro esta sustitución de sexuación por sexo -y lo afirmo sin ambages- como un error termi­nológico y conceptual de Amezúa.

Pues como ya he afirmado públicamente “sexo y sexuación son términos, ambos necesarios, pero ambos diferentes pues denominan hechos distintos. A mi juicio, el término sexo hace referencia a la condición de la diferencia; mientras que el término sexuación hace referencia al proceso de la diferenciación. Es evidente que la diferencia se hace a través de la diferenciación y que la diferenciación construye la diferencia; pero, aunque ambos hechos se hagan mutua refe­rencia, no deben confundirse”12. Luego no son sinónimos, ni mucho menos son inter­cambiables.

A mi juicio el sexo (la diferencia) se cons­truye no sólo de sexuación (diferenciación), sino también de sexación (discriminación). Sé -o creo saber- que Amezúa considera los constituyentes de lo que yo llamo sexación como hechos que perfectamente se integran en el concepto de sexuación. De lo cual esta distinción mía no le parece cuestión funda­mental. Sin embargo, a mi juicio esta diferen­ciación conceptual y terminológica es no sólo necesaria sino asunto central. Pues, aunque es evidente que la sexación es una sinécdoque de


la sexuación, sin embargo como ha quedado claro con los ejemplos animales que más arri­ba he presentado, resulta también evidente que esta sinécdoque es una realidad de primer orden. Luego no es una construcción cultural humana. Ni mucho menos un capricho inte­lectual mío.

Así pues la sexación es, primero que todo, esta sinécdoque de la sexuación. Es, pues, categoría reducida y reductora que se expresa como una etiqueta sexual que es definitoria, definitiva, finalística, binomial y disyuntiva.

Es definitoria porque define (en realidad, construye) el sexo del sujeto sexado. Es definitiva porque permanece en el tiempo produciendo una inercia y una resistencia al cambio de magnitud muy considerable. Es finalística porque persigue un fin: filtrar las interacciones con los otros. Es binomial por­que se expresa con dos -y sólo dos- posibles resultantes. Y es disyuntiva porque la asig­nación de una categoría presume la imposi­bilidad de la otra; resultando que: si A, no- B; y si B, no-A.

En ningún caso puede operarse sin eti­queta sexual, aunque pueda -y suela- decir­se que sería deseable, necesario o promovi- ble no etiquetar sexualmente. Excep­cionalmente sí pueden aparecer dificultades de etiquetación que en cualquier caso se resolverán a través de la reiteración de la sinécdoque.

Es cierto que la sexación, como luego se verá, es uno más de los resultantes de la sexuación. Y cierto también que no hay sexación sin sexuación. Pero así mismo no hay sexo sin sexación. O dicho de otro modo, no hay sexo con sólo sexuación.

Los resultantes de la sexuación son dife­rencia y diversidad, mientras que los de la sexación son discriminación y dicotomiza- ción. En tanto que valores son más bonitos los primeros que los segundos, pero no hablamos de valores sino de hechos: hechos sexuales. Y ambos -sexuación y sexación- son hechos sexuales evidentes y ciertos. Luego ambos sexo.

Acabo de afirmar que la sexuación es una de las dos categorías del primer regis­tro del hecho sexual: el sexo. La otra sería la sexación. Luego que en ningún caso la sexuación es, ella sola, el primer registro del Hecho Sexual. Afirmo que una y otra -sexuación y sexación, diferencia y discri­minación, diversidad y dicotomización- son igualmente, una y otra, sexo. Luego afirmo que es un error sustituir sexo por sexuación.

Ahora bien, afirmar la importancia del concepto sexación en la construcción del sexo, no significa reducir la importancia capital del concepto sexuación. Y estas afir­maciones me obligan a presentar siquiera mínimamente qué es la sexuación en Sexología Sustantiva.

 

 

 

Un concepto capital en Sexología Sustantiva: sexuación

En la literatura norteamericana suele denominarse proceso de diferenciación sexual. De hecho sexuación y diferenciación sexual son sinónimos. La sexuación se refiere a la acción -siempre diferenciadora y creado­ra de diversidad- de hacerse en unas u otras direcciones, por unos u otros caminos: machos y/o hembras. O mejor aún, la acción de masculinizarse y de feminizarse, siendo que los sujetos pertenecientes a especies sexuadas, los sujetos sexuados, se sexúan en la una y en la otra (insisto en las dos) direc­ciones, adquiriendo características del uno y/o del otro sexo (caracteres sexuales). Algunas de estas características de sexua- ción son específicas para cada especie y otras muchas son comunes a todas ellas, o a muchas de ellas.

Lo más característico de la sexuación es que es un proceso que recorre todo el curso vital: desde la concepción hasta la muerte. Este proceso se articula a través de hechos -acciones- que expresamos y ordenamos por medio de niveles que se describen mejor con el recurso a un verbo. De ahí el uso del verbo sexuar (de su reflexivo: sexuarse; y de otras formas verbales: sexuado, sexuante, sexuable).

Así que ambos -acción y proceso- sean conceptos-clave necesarios para describir y comprender la sexuación. Pues es necesario un verbo para describir la acción y un campo semántico -el evolutivo; sea filo u onto- para su comprensión.

Para expresar la dirección sexual concre­ta de cada una de las acciones de esta dife­renciación, he propuesto los verbos ANDRI- zar(se) (13) y ginizar(se)(14); luego todas sus formas: gínico, ginizante, ginizable, ándrico (39), andrizante, andrizable, etc. Más las que lógicamente se derivan de éstas: andrógeno (15), GINÓGENO (16), ginización, andrización, ginandria (17), egoginia (18), EGOANDRIA (19), GINERASTIA (20), ANDRERAS- tia (21), etc.

Pese a que lo parezca no hay dos modos (dimorfia) -el ándrico y el gínico- de la sexuación, sino un proceso que a través de múltiples acciones se hace en cada individuo en la una y en la otra dirección, y en ambas al mismo tiempo, aunque con diferentes intensidades y en distintos niveles. Así que, la sexuación es intersexual (ginándrica).

Este antiguo concepto -intersexualidad- es central en Sexología Sustantiva y da cuenta de que todos y todas, cada quien a su modo, somos necesariamente un resultado ginándrico. Siendo que esta ginandria no es un derecho, ni un valor, sino simplemente un hecho. Luego, esto me parece importante subrayarlo, no somos ginándricos porque deberíamos de ser o porque resulte deseable serlo; sino simple y llanamente porque sali­mos así. Sin más.

La sexuación es un proceso constituido por infinidad de hechos (los hechos de sexuación) sincrónicamente concatenados y diacrónicamente interactuantes. Cada hecho de sexuación se expresa a través de dos modos de acción: organización y activación. La organización (22) opera con momentos críticos que son específicos para cada hecho de sexuación, y transforma definitivamente la estructura asexuada y sexuable; mientras que la activación (23) tiene una acción mutable puesto que es deudora de la presen­cia del agente sexuante (24); y no está aso­ciada a momento crítico alguno, permane­ciendo en el tiempo.

Cuando digo organización y activación, no me refiero sólo a organizaciones u activa­ciones hormonales (si bien ambos han sido originalmente términos de uso endocrinoló- gico exclusivo), sino también a organizacio­nes y activaciones genéticas. Y deduzco, aunque lo desconozcamos aún, a acciones organizadoras y activadoras del resto de los agentes sexuantes.

Cada hecho de sexuación es siempre una acción transformadora (diferenciadora) de un agente sexuante sobre una estructura sexuable. Esta estructura sexuable puede, o no, estar previamente sexuada. Esta acción sexualmente transformadora puede ser definitiva (organizadora) o mutable (acti- vable).

Las sexuaciones por organización son transformaciones cualitativas de un material de origen que es asexuado y que es sexuable para pasar a ser un material de destino que es sexuado. Suele denominarse a este mate­rial de origen como precursor indiferencia- do; y es por cierto éste, término muy atinado que cumple todas y cada una de las cuatro condiciones terminológicas mencionadas al principio.

Las sexuaciones por activación son transformaciones cuantitativas (de incre­mento o decremento) de un material de ori­gen que es sexuado y sexuable a otro mate­rial de destino que es también sexuado y sexuable (en términos de más o de menos respecto al primero).

Conocemos mucho más de las sexuacio- nes por organización que de las sexuaciones por activación; luego conocemos más y mejor la sexuación prenatal que la sexuación postnatal.

Los agentes sexuantes -andrógenos y ginógenos- pueden ser de varios tipos: gené­ticos, hormonales, neuronales y eidéticos. Denomino andrógeno a cualquier agente sexuante con acción andrizante y denomino ginógenos a cualquier agente sexuante con acción ginizante.

A propósito de esto conviene aclarar que las sustancias químicas -hormonas- que conocemos como andrógenos, si bien sí son -en su sentido etimológico- una forma de andrógenos, no son los únicos. Luego los andrógenos no son LOS andrógenos, sino UNOS andrógenos. Así que consideré que deberían ser rebautizados (en realidad, ape­llidados) como ANDRÓGENOS HORMONALES (25) o andrógenos endocrinos, que son eti­quetas que propongo.

En la actualidad conocemos otros andró- genos que por no ser hormonales no son reconocidos como tales, pese a su evidente acción androgénica. Por ejemplo el gen Sry es un andrógeno genético con una acción androgénica evidente: propicia la creación del testículo fetal. Esta sustitución termi­nológica resultará más necesaria cuando, en el tiempo, vayamos conociendo más andró- genos no-hormonales.

Las estructuras de origen asexuadas y sexuables conocidas (los precursores indife- renciados) son de dos tipos: intersexuales o dimórficos.

El precursor dimórfico (26) está consti­tuido por subestructuras diferentes, pero indiferenciadas: la protogínica y la protán- drica; mientras que el precursor interse­xual (27) está constituido por una estructura única e indiferenciada -que es protogínica- susceptible de más o menos andrización.

El proceso de sexuación parece operar con una máxima: de ningún modo algo que sea sexuable puede no sexuarse. El cumpli­miento de esta máxima requiere de una sexuación por omisión (28) que, hasta donde sabemos, es siempre gínica.

 

Sexuaciones cerebrales

En esta última década ha eclosionado la investigación sobre el sexo en el cerebro. No hemos hecho más que empezar y sin embar­go cada vez que navego en Internet me topo con información nueva. Muchas investiga­ciones son redundantes y abundan en líneas ya abiertas, pero otras abren universos científicos nuevos cual caja de Pandora escupiendo vientos cuyos destinos descono­cemos del todo.

Reordenar y organizar coherentemente todo este material resulta tarea complicada no sólo por el volumen y la dispersión de los datos, sino porque trabajamos con material muy “recién horneado" que procede funda­mentalmente de dos grupos de diferencias sexuales en el cerebro que son de naturale­zas muy distintas: por un lado, las investiga­ciones sobre diferencias sexuales funciona­les; y por otro, las investigaciones sobre diferencias sexuales estructurales.

Como nuestro conocimiento del cerebro es aún muy inconcluso, ni siquiera conoce­mos algunas correspondencias básicas entre unas y otras. Y es posible que cosas que tomamos ahora por diferentes sean en reali­dad la misma vista desde diferentes planos.

En estos momentos tenemos certeza fun­dada de, al menos, las siguientes diferencias sexuales que operan en el cerebro:

-  Diferencias estructurales: hipotalá- micas13 -NSD14, INAH15-, corticales16 -comisura anterior17, hipocampo y neocor- tex18-, conectividad interhemisférica - cuer­po calloso19-, límbicas20- estría terminalis21, amígdala22- sistema nervioso23 y órgano vomeronasal24.

- Diferencias funcionales: de funciona­miento neuroendocrino25 -eje H-H-G26-, perceptuales27 -visuales, olfativas, visuales, táctiles-, comunicativas -diferencias sexua­les en la emisión de signos verbales, en la asignación de significados, etc. -gestuales y conductuales28, emocionales29, intelectua­les30 -estilos cognitivos31, mnémicas32, lingüísticas, matemáticas, espaciales33-, motóricas -psicomotricidad gruesa y fina, coordinación visomotora-, relacionadas con la lateralización cerebral -diferente manejo de funciones lateralizadas, intuición, domi­nancia hemisférica34-, etc.

Con el propósito de ordenar todo este material integrándolo en una teoría coheren­te de la Sexuación cerebral, en “Homos y heteros” diferencié seis subniveles de sexua- ción cerebral. A saber: Egosexuación, Sexuación Objetal del Deseo Erótico (SODE), Sexuación del patrón de conducta (SPC), Sexuación Subjetual del Deseo Erótico (SSDE), Sexuación del Eje H-H-G (SEHHG) y Sexuación de las habilidades cognitivas y motóricas (SHCM).

De todas ellas, en aquel trabajo me inte­resó especialmente la Sexuación del Objeto del Deseo Erótico (SODE), que es neologis­mo que propuse para explicar el sustrato de sexuación prenatal que está por debajo del hecho de que sentimos deseo, atracción y nos enamoremos de gentes a las que previa­mente hemos alosexado con una u otra eti­queta sexual.

Ya entonces no quise usar los términos que otros autores habían usado para esto mismo35, entre otras múltiples razones por­que entiendo que no puede establecerse una relación causal, lineal y directa, entre esta sexuación y la orientación sexual adulta. Que es lectura en exceso simple que se ha hecho de estos trabajos.

En cualquier caso, supuse entonces, y mantengo ahora, que este hecho de sexuación cerebral sería una sexuación organizadora prenatal llevada a cabo por esteroides que diferencia sexualmente al objeto del deseo discriminando entre sujetos andrerastas (21) y sujetos ginerastas (20). Con posterioridad, estos neologismos me abrieron nuevas posibi­lidades semánticas (ginerastizarse, andrerasti- zarse, sexuación erástica, etc.)

Afirmé además en aquel trabajo que, por debajo de lo que se ha conocido como orien­tación sexual, subyacen cuanto menos tres hechos sexuales: una sexuación prenatal organizadora (que sería precisamente esta SODE); una sexuación puberal activadora, cuya dinámica y fundamentos aún descono­cemos; y una alosexación en el tiempo real del deseo.

Según esto, si me siento atraído, deseo y me enamoro de una mujer concreta, esto ocurre porque en primer lugar me sexué -prenatalmente- como ginerasta, porque en segundo lugar se me activaron -puberalmen- te- los mecanismos del deseo y en tercer lugar porque -en tiempo real del deseo- alo- sexo a esa mujer como hembra (lo sea o no; se diga a sí misma que lo es, o no).

Ahora bien estas tres condiciones no explican definitivamente por qué siento lo que siento ahora y por esta mujer concreta. Es evidente que esta explicación, sin abando­nar el terreno de lo material, requiere que sean mencionadas las feromonas, la fenileti- lamina (PEA) o el incremento hormonal de andrógenos: especialmente de dehidroepian- drosterona (DHEA). Y, ya en el terreno de lo funcional, requiere desde luego la mención de otros muchos sucesos históricos -biográ­ficos- que han ido marcándome como indivi­duo (aprendizaje, socialización sexual -cáno­nes de belleza, expectativas sexuales, reglas sexuales, etc.-, posibilidades eróticas, refuer­zos, etc., etc.) y por supuesto los hechos de interacción con esta persona concreta que se resuelven “en gerundio”.

Algo parecido a lo que acabo de explicar entre orientación sexual y SODE ocurre con el neologismo egosexuación (28) y la iden­tidad sexual. Aunque más abajo explicaré esto con mayor detenimiento, me interesa destacar que la egosexuación es el primer hecho -el primero no es el único- que irá determinando biográficamente la identidad sexual definitiva. Puesto que este hecho pri­mero es indudablemente un hecho de sexua- ción, lo bauticé con esta etiqueta y el recur­so al manido ego. Me parece que este térmi­no es del todo provisional, puesto que los resultantes de la investigación futura propi­ciarán términos mucho más adecuados y cer­teros. Por ejemplo, si en el tiempo se confir­masen la relación entre los descubrimientos holandeses del grupo de Gooren respecto a la estría terminalis y este hecho de sexua­ción al que estamos haciendo referencia comenzaríamos a hablar, ya con propiedad, de sexuación de la estría terminalis en rela­ción a la identidad sexual. Como, así mismo, probablemente acabemos hablando de sexuación de los núcleos intersticiales del hipotálamo anterior en relación a la orienta­ción sexual.

En cualquier caso, y vuelvo a los nive­les de sexuación cerebral, el esfuerzo de ordenación que allí mostré sigue inconclu­so. Ha pasado aún poco tiempo y aunque sigo manejando básicamente los mismos seis subniveles que allí expliqué, ya he rea­lizado algunas modificaciones. De suerte que el esquema que ahora manejo es el siguiente:

  Sexuación erástica (o erastización sexual) => Sustituye a lo que allí denominé Sexuación Objetual del Deseo Erótico (SODE) y sigue referiéndose a lo que suele conocerse como sexuación de la orientación sexual. Ahora bien, en tanto que considero que el deseo erótico incluye también la atracción y el enamoramiento, entiendo que la sexuación erástica no sólo incluye la SODE, sino también la sexuación del órgano vomeronasal (en tanto que decodificador feromonal), la sexuación de los mecanismos de producción y regulación de DHEA (en tanto que materia prima de la producción feromonal y en tanto que inductora del deseo) y los mecanismos de producción de PEA.

  Sexuación identitaria (o egosexua- ción) => Se refiere a lo que suele conocerse como sexuación de la identidad sexual, pero que a estas alturas sabemos que es la sexua- ción inductora de autosexación. Como más abajo volveré a ello, me ahorro las explica­ciones.

  Sexuación del patrón sexual de con­ducta => No hay ninguna modificación y hace referencia a aspectos tales como expresi­vidad corporal, juego infantil, preferencia de actividad (percepción y manejo del riesgo, consumo energético, competitividad, agresivi­dad, etc.), patrones gestuales y posturales, etc.

Sexuación erótica => Es una reformula­ción de lo que entonces llamé Sexuación Subjetual del Deseo Erótico (SSDE) y en cual­quier caso sigue refiririéndose a la sexuación del patrón erótico. Incluyo ahora no sólo el deseo, sino también la excitación y el orgas­mo, que entonces no consideré.

  Sexuación del patrón endocrino (o sexuación del eje H-H-G) => No hay modifi­cación ninguna y se corresponde con la Sexuación del eje Hipotalamo-Hipofiso- Gonadal y sus mecanismos de feedback.

Sexuación de habilidades cognitivas y motóricas => que tampoco sufre variación ninguna y que sigue refiriéndose a las dife­rencias sexuales cognitivas y motóricas en creciente descubrimiento.

En cualquier caso, estoy seguro de que tampoco esta nueva propuesta de esquema teórico de la sexuación cerebral que ahora traslado será la definitiva. De momento es sólo la mejor que se me ocurre para ordenar lo que vamos sabiendo. Pero tendrá que ser ulte­riormente modificada incluyéndose tanto reor­denaciones como, seguramente, incorporacio­nes de materiales ahora desconocidos.

 

Qué significan las diferencias sexuales en el cerebro

Conviene aclarar qué significado debe­mos darle al creciente descubrimiento de diferencias sexuales en el cerebro. Es cierto que cada una de estas diferencias se expresa mediante formas ándricas o gínicas. En rigor, más o menos ándricas y/o más o menos gínicas. Pero también es cierto que ninguna sola de estas diferencias sexuales descubiertas discriminan, ni mucho menos, entre dos poblaciones sexuales: por un lado los hombres y por otro las mujeres. Los solapamientos son múltiples.

Estos solapamientos se explican perfec­tamente por la no correspondencia entre dos hechos sexuales que son diferentes: la sexuación y la sexación; y por la contradic­ción que luego explicaremos de los princi­pios que guían cada uno de estos hechos sexuales.

Por ejemplo, las diferencias en el tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior (INAH3) parecen diferenciar entre dos gru­pos: andrerastas y ginerastas. Sean unos u otros, hombres o mujeres. Es cierto que la mayor parte de las andrerastas son mujeres.

Y cierto también que la mayor parte de los ginerastas son hombres. Pero es cierto tam­bién que hay hombres andrerastas (entre un 5-15% de ellos lo son) y mujeres ginerastas (entre un 2-4%).

Las diferencias en un núcleo límbico conocido como zona central del núcleo basal de la estría terminalis (su acrónimo en inglés: BSTc) parecen diferenciar entre autosexación masculina y autosexación femenina, al margen de cuáles sean los geni­tales de quienes así se sexan. Es cierto que a la mayor parte de quienes tienen el doble de neuronas en BSTc les tenemos por hombres (alosexación) y se tienen por hombres (auto- sexación); y a quienes tienen la mitad de neuronas, las tenemos y se tienen por muje­res. Pero hay unos mínimos porcentajes de error (desde luego menos de un 1%) que se corresponden precisamente con los que lla­mamos transexuales. Éstos parecen tener el rango de neuronas que corresponde con su autosexación, aunque no corresponda con cómo les etiquetamos sexualmente.

Con respecto a la conectividad interhe­misférica, es cierto que quienes tienen un cerebro más lateralizado son hombres y quienes tienen un cerebro menos lateraliza- do son mujeres. Pero existen importantes porcentajes de hombres con cerebros menos lateralizados y de mujeres con cerebros más lateralizados.

Es cierto que la mayor parte de quienes tienen una regulación hormonal cíclica lle­vada a cabo mediante un mecanismo de feedback positivo son mujeres y quienes tie­nen una regulación hormonal tónica (en rea­lidad pulsátil) llevada a cabo mediante un mecanismo de feedback negativo son hom­bres. Pero, aunque no sabemos aún cuántos, también es cierto que hay hombres que res­ponden positivamente al incremento de estrógenos y mujeres que responden negati­vamente al incremento de andrógenos.

Finalmente, con el sexo en el cerebro pasa exactamente lo mismo que con el resto de los niveles del proceso de sexuación. Que es cierto que la mayor parte de los hombres tienen cromosomas XY, pene, testículos, mayor pilosidad corporal y timbre de voz más grave; pero también hay mujeres con todos o con algunos de estos caracteres sexuales. Así mismo es cierto que la mayor parte de las mujeres tienen cromosomas XX, vulva, ovarios, menor pilosidad corporal36 y timbre de voz más agudo; pero también hay hombres con todos o con algunos de estos atributos sexuales.

 

Son dos -y no tres- las sexaciones posibles

En “Homos y heteros” afirmaba errónea­mente que existen tres sexaciones: autosexa- ción, alosexación e inducción alosexante (3). Lo cierto es que aquello que allí afirmé es erróneo, pues bien pensado sólo son dos los actos de sexación: la autosexación y la alosexación.

La allí considerada tercera sexación37 no es un hecho de sexación, sino un propiciador de uno de estos hechos de sexación: la alo- sexación. Así que, aunque sea necesario subrayar la importancia -especialmente en humanos- de que el sujeto alosexado no es sólo un objeto pasivo de la acción sexante sino un sujeto activo de la misma, lo cierto es que la inducción alosexante no es una ter­cera forma de sexación. En cualquier caso, y ya que la he mencionado, con esta expresión me refiero a los procesos de manipulación que consciente o inconscientemente el obje­to alosexado articula para que los otros le sexen con una categoría sexual concreta que se corresponde, en principio, con su autosexación.

He dicho al principio de este trabajo que la sexación no es un hecho cognitivo, que no requiere reflexividad, ni conciencia, ni cul­tura, ni corticalización. Esto sirve para explicar que la sexación es evolutivamente antigua o para presentar la sexación de los mosquitos, de las ranas o de las ratas. Pero los humanos podemos “reflexivizar", “con- cientizar", “culturalizar " y “corticalizar " (sic) nuestras sexaciones. Todas ellas, pero especialmente las alosexaciones y más aún las formales que son, finalmente, actos solemnes de cultura que sirven al ordena­miento sexual de las sociedades.

Al margen de que compartamos o no algunas particularidades con otras especies, a partir de ahora nos centraremos en el dominio humano. Así que presentaremos brevemente cada una de estas sexaciones en humanos.

 

Autosexación humana

Con el término autosexación me refiero al acto de categorización sexual de uno mismo, cuyo resultante -al menos en huma­nos- es la convicción de que uno es hombre o es mujer. Sobre esta convicción se irá construyendo evolutivamente la que deno­minamos identidad sexual; y sobre ésta, biográficamente, la sexualidad de este ser sexuado: su modo personal e intransferible de ser el hombre o la mujer que de hecho es.

Aunque la autosexación se refiera a la categoría sexual que alguien se da a sí mismo no debe de ser confundida con la alo- sexación que alguien hace de sí mismo. En ambos casos el sujeto se sexa a sí mismo, pero en un caso el inductor de la sexación es la sexuación cerebral, mientras que en el otro son otras sexuaciones no cerebrales. Fundamentalmente la genital.

Por explicarlo con simplicidad: ante la pregunta ¿por qué eres hombre?. La respues­ta “porque tengo pene” hace referencia a la alosexación que el sujeto está haciendo de sí mismo. La respuesta “por que me siento -o me sé- hombre” hace referencia a su autosexación.

Los criterios de sexación son diferentes en la alosexación y en la autosexación. En la alosexación los estímulos proceden de afue­ra, aunque ese afuera sea uno mismo. En la autosexación proceden de adentro. La dife­rencia entre alosexación y autosexación no reside tanto en los objetos sexados (los otros o uno mismo); sino, sobre todo, en las diná­micas de sexación y en los criterios sexan- tes.

Nos autosexamos por dentro, y no por fuera. Puede servir como metáfora de esto la autoaudición. Nos oímos -a nosotros mis­mos- por dentro, y no por fuera. Así que cuando nos escuchamos por fuera, por ejem­plo en una cinta magnetofónica, nos resulte­mos tan extraños.

Sea cual sea el soporte material de esta etiqueta, que es desde luego un hecho de sexuación, la autosexación humana es un hecho que está cognitivamente mediado. Luego la corteza cerebral y -en los huma­nos, el aprendizaje y la cultura- juega un papel nada despreciable en todo ello.

La autosexación se hace manifiesta a través de un acto de conciencia: descubro que soy mujer, descubro que soy hombre. Esto es, tomo conciencia -antes o después- de ello. Tomar conciencia y/o descubrir son verbos que expresamente usamos y que dan cuenta de que uno toma contacto cognitivo con un hecho que es anterior y preexistente a la propia cognición. Así pues, respecto de la autosexación quizás deba de evitarse el uso de verbos como aprender, enseñar, cons­truir, etc. Sobre todo porque todo parece indicar que el aprendizaje es respecto a esta autosexación, mucho más que la causa, un potente amplificador. Pero también un potente obstaculizador.

 

Alosexación humana

La alosexación es actividad interactiva que requiere en principio de un otro-distin- to-de-mí que actúe como objeto sexable. Luego en todo acto de alosexación hay dos actores (29): el sujeto alosexador y el obje­to alosexado.

Ahora bien, aunque normalmente el suje­to alosexador y el objeto sexado son diferen­tes, también puede ser el mismo. Pues como ya he dicho más arriba, yo puedo alosexar- me a mí mismo. Por otra parte, como ya se ha dicho, el objeto alosexado no es un objeto pasivo del acto de la alosexación, sino un sujeto activo que emite -omite, subraya, etc.- determinados estímulos propios con significación sexual.

El sujeto alosexador asigna la etiqueta sexual fundamentalmente en razón de hechos de sexuación previos al acto de sexa- ción que han ocurrido en el objeto alosexa- do. Pues el objeto alosexado es antes que todo, un ser sexuado. Así que, como expli­caré cuando enuncie sus principios, la sexa- ción requiere de previa sexuación.

Pero ¿cuáles hechos de sexuación son los que determinan esta alosexación?. La res­puesta a esta cuestión no es sencilla. En el dilema de la rata gay no transexuada que presentamos más arriba, la rata control alo- sexa en razón de unos, y no otros, hechos de sexuación. Parece elegir sobre todo el olor feromonal y el patrón de conducta, siendo que ambos son resultantes del proceso de sexuación de la rata alosexada. Sin embargo, exactamente al mismo tiempo, el experimen­tador también alosexa a esa misma rata, pero en razón de otros estímulos que son también resultantes de su proceso de sexuación. El experimentador parece seleccionar el patrón cromosómico (que él sí conoce) y la presen­cia gonadal y genital.

Ahora bien, los hechos de sexuación no son los únicos indicadores de sexación ya que existen otros signos con significado sexual, que no siendo hechos de sexuación, sí operan como indicadores alosexantes. La significación sexual de estos signos es arbi­traria y está histórica y culturalmente media­da. Desde el primer tercio de siglo conoce­mos estos signos no sexuales que sí tienen un significado sexual con el término de caracteres sexuales terciarios. Los caracte­res sexuales terciarios son construcciones culturales y su significación sexual es arbi­traria, aunque consensuada en una misma cultura y tiempo. Por ejemplo: corte de pelo, accesorios, funciones, actividades laborales, etc..

El sujeto alosexador realiza tres accio­nes: por un lado selecciona metonímicamen- te unos estímulos con significado sexual (a esto le llamo sinécdoque sexual: al desgaja- miento de partes sexuales que significan el todo sexual); por otro lado, decodifica esta información mediante el filtro de un sistema de categorías sexuales (que hemos llamado pre-esquema sexual) dotándolas de un signi­ficado sexual coherente; finalmente constru­ye una etiqueta sexual -una sentencia sexual- que, como ya hemos dicho, es defi- nitoria, definitiva, binomial y disyuntiva. Esta etiqueta sexual es el resultante final de la alosexación y determinará las interaccio­nes con el objeto alosexado.

En ocasiones se presentan dificultades, sobre todo con la binomización o la disyun- tividad de la etiqueta. En este caso opera un mecanismo de jerarquización de los estímu­los sexantes de suerte que se activa una sinécdoque en bucle: se desgajan y reselec- cionan los estímulos más pertinentes y se desechan los más impertinentes. Y esto rei­terativamente, hasta dar finalmente con la etiqueta disyuntiva que cumpla la condición de afirmar lo uno y de negar lo otro. Pues el resultante de la alosexación, la asignación de una etiqueta sexual, no sólo debe afirmar que ese otro es de un sexo, sino que debe negar que pueda ser del otro.

Conviene incidir en los aspectos de inte­racción pues la aloclasificación nos es abso­lutamente necesaria para contextualizar tanto los mensajes que de los demás recibi­mos, como para en virtud de ella producir unos u otros comportamientos de comunica­ción e interacción con esos otros que previa­mente hemos clasificado. Incluso para prede­cir cómo esos otros -una vez clasificados- pueden interpretar nuestros propios mensajes. Y esto porque esta alosexación condiciona los modos y maneras en que interactuamos con esos otros, y los modos y maneras con que interpretamos a esos otros y los modos y maneras con los que nos comunicamos con esos otros.

Y es que toda interacción entre sujetos sexuados es una interacción sexual. Sea -o no- una interacción erótica, sea entre seres del mismo -o diferente- sexo, y sea entre sujetos de una, u otra, especie38.

 

Tipos de alosexaciones en humanos

Diferencio entre alosexaciones informa­les (30) y alosexaciones formales (31). Las primeras se realizan permanentemente, en cada instante de interacción con los demás. Las segundas son actos solemnes en los cua­les se realiza una etiquetación sexual que se pretende especialmente más definitiva y más definitoria.

Las primeras son una acto personal que sirve a las necesidades del individuo y pue­den tomar como indicadores alosexantes estímulos que no son hechos de sexuación, aunque hayan adquirido por unas u otras razones un significado sexual en cualquier caso arbitrario. Las segundas son actos cul­turales reglados que actúan como mecanis­mos garantistas y que sirven a las necesida­des de regulación sexual de las sociedades. Se llevan a cabo por profesionales habilita­dos y usan como indicadores de alosexación, hechos de sexuación.

 

Alosexaciones formales

En nuestra cultura son fundamentalmente cuatro las alosexaciones formales: la alose­xación neonatal (32) que es conocida como sexo de asignación, y cuya consecuencia más notoria es el sexo legal; la realosexa- ción perinatal, que aquí llamaremos transe- xación perinatal (33) y que es conocida en la literatura científica como sexo de reasig­nación;, la alosexación olímpica (34) y la realosexación judicial que aquí llamaremos TRANSEXACIÓN LEGAL (35).

Como puede apreciarse, se trata de dos alosexaciones y dos realosexaciones. Las realosexaciones son en realidad transexa- ciones (36), pues se realizan a un ser sexua­do que ha sido ya previamente sexado. Y sirven en principio para la modificación de esta etiqueta sexual previa. En ellas uno o varios alosexadores autorizados resuelven que hubo error de sexación y que procede la transexación formal.

Cada una de estas alosexaciones tiene su dinámica propia: sus propios criterios sexan- tes, sus propios momentos de sexación y sus propios agentes alosexantes (todos ellos alo- sexadores profesionales).

La neonatal es una alosexación formal universal. Como es público y notorio, su cri­terio alosexante es el genital que se expresa mediante la observación macroscópica de la forma de los genitales externos. Y esto por­que el inductor de alosexación (el indicador alosexante de máxima jerarquía) es el geni­tal externo. Como es lógico, los genitales tienen una especial importancia en un mundo en el cual el paradigma premoderno del locus genitalis sigue vigente. Sin embar­go no se usa este mismo criterio para el resto de las alosexaciones formales.

Por ejemplo, el inductor de alosexación en la transexación perinatal no es único, sino múltiple. Quizás por esto sea ésta la única alosexación formal que es necesaria­mente colegiada e interdisciplinar. Además de los genitales -que, por definición, son poco definidores por difíciles de alosexar39-, se estiman los siguientes indicadores de alo­sexación: patrón cromatínico, presencia y actividad gonadal y sesgo gínico40. El crite­rio de alosexación es -debería de ser- el ajuste con la identidad sexual futura; por ello se pretende, a la luz de los indicadores, pronosticar cual será la identidad sexual futura del alosexado. Hasta no hace mucho el criterio era exactamente su complementa­rio. Esto es: construir la identidad sexual futura en coherencia con la etiqueta sexual previa. Este cambio verbal -construir por descubrir- es paradigmático tanto para la ciencia como, sobre todo, para los transexuales.

En cambio, el inductor de alosexación en la aloclasificación olímpica no sólo no es genital, sino que expresamente renuncia a la consideración de este hecho de sexuación para tomar exclusivamente el patrón cro- matínico. De suerte que la presencia del cro­mosoma Y produce la etiqueta olímpica de “no-mujer”, que supone exclusión de partici­pación en categorías femeninas o descalifi­cación de resultados. El criterio es genético, porque se estima que la dotación genética ándrica resulta una especie de “dopping”.

Finalmente, el inductor de alosexación de la transexación legal vuelve a ser de nuevo el genital (quirúrgicamente interveni­do o puberalmente “aparecido”). Aunque también en esta transexación se consideren los caracteres sexuales secundarios (normal­mente también modificados mediante terapia hormonal), la confirmación autorizada de la firmeza de la identidad sexual (mediante informes periciales de expertos) y la solici­tud formal y firme de este anhelo. Todo ello porque los criterios alosexantes son dos: por un lado, la garantía sexual (esto es la veraci­dad legal de que, efectivamente, alguien es de ese -luego no es del otro- sexo) y, por otro, el ajuste sexual legal (esto es la ade­cuación del sexo legal al sexo anatómico).

De estas cuatro alosexaciones formales, sólo una -la primera- es universal. Las otras tres son realizadas sobre colectivos minori­tarios.

En cualquier caso, todas las alosexacio- nes formales son siempre mecanismos cultu­rales garantistas que operan contra la pre­sunción de fraude sexual. Ahora bien, ¿qué es el fraude sexual?. Más aún, ¿cómo se garantiza la garantía sexual? y ¿cómo se evita el fraude de la prevención del fraude sexual? La respuesta a estas cuestiones es crecientemente amenazante. Pues los erro­res, aún siendo cuantitativamente pequeños, son sumamente dolorosos en intensidad y extensión para quienes los padecen.

Una madre descalificada por no ser mujer, un “huevodoce” no reconocido en el nacimiento, un infante mal reasignado (el gemelo judío de Money) o un transexual quirúrgicamente no intervenido al que se deniega la modificación legal de sexo son errores de alosexación y producen sufri­miento añadido.

Y puestos a hablar de errores, transexualidad y alosexación neonatal, conviene con­fesar que con los transexuales los científicos cometemos dos errores tradicionalmente considerados como inaceptables en ciencia: por un lado una tasa de éxito cero; y por otro, la conjunción simultánea y sumativa de los errores tipo alfa y tipo beta. Pues hasta el momento ni uno sólo de los transexuales ha sido detectado en la alosexación neonatal formal. Y con ellos se comete al tiempo tanto el error alfa como el error beta. Esto es: el error de negar lo cierto y el error de afirmar lo incierto.

Es cierto que aún no tenemos ciencia sufi­ciente para resolver estos errores, pero sí tenemos conocimiento suficiente para aceptar que así están las cosas. No es mucho, pero es lo suficiente para tener el firme propósito de mejorar los mecanismos alosexantes forma­les. Todos ellos, pero en especial el único que es universal y afecta a toda la población sin excepción: la alosexación neonatal. Pues si ésta tuviese una tasa de error cero, que es objetibo deseable y quizás no demasiado leja­no, quizás los otros resultarían del todo inne­cesarios. Y en tanto no sea posible: flexibili- zar la cuarta alosexación formal.

 

Alosexaciones informales

Las alosexaciones informales también operan con indicadores alosexantes, muchos

 


 

 

de los cuales corresponden a hechos de sexuación. Sin embargo, operan fundamen­talmente con indicios que hacen relación a la apariencia del proceso de sexuación en el objeto alosexado. Son indicios o suposicio­nes sobre la naturaleza de caracteres sexua­les primarios y secundarios. Ahora bien, la alosexación informal opera, sobre todo, mediante los caracteres sexuales terciarios.

Como es notorio, en nuestra cultura nin­guno solo de los caracteres sexuales prima­rios es visible. Las razones de esta invisibili- dad difieren: bien por su naturaleza, bien por su ubicación, bien porque no se presentan al espacio público (se ocultan).

El patrón cromosómico puede -y suele- ser desconocido incluso por el propio sujeto poseedor de tal carácter sexual. Los genita­les tanto masculinos como femeninos y las gónadas masculinas suelen permanecer habi­tualmente ocultos a la mirada del otro. Las gónadas femeninas no son accesibles por su propia ubicación. Finalmente la egosexua- ción (que a mi juicio es el más primario de los caracteres sexuales primarios) es tan inaccesible que aún no es siquiera científica­mente conocida. Luego respecto a todos

ellos operan sobre todo presunciones y apa­riencias.

Los caracteres sexuales secundarios (tim­bre de voz, pilosidad epidérmica, distribu­ción de grasas, estructura musculo-esqueléti- ca, patrón de conducta, etc.) si bien tienen bastante más notoriedad pública a la mirada ajena, en la actualidad pueden modificarse, omitirse o subrayarse con bastante facilidad mediante infinidad de procedimientos técni­cos y argucias estéticas, etc. Luego, depen­den más del manejo de la inducción alose- xante que haga el objeto alosexado que de las selecciones estimulares del sujeto alose- xador.

Finalmente los caracteres sexuales tercia­rios son en nuestra cultura crecientemente ambiguos o unisex (ropa, corte de pelo, accesorios, etc.). Con esto ocurre un fenó­meno curioso: al dificultarse el proceso de alosexación gracias a la conjunción de lo anteriormente descrito, se incrementa: por un lado, el fenómeno de la presunción; y, por otro, la importancia de los pre-esquemas sexuales. O sea, paradójicamente, evitando tópicos sexuales se incrementan los tópicos sexuales.


En estos momentos resulta más definido­ra y definitiva la presentación sexual que el propio objeto alosexado hace a través del manejo de los indicadores alosexantes de cualquier otro estímulo con significación sexual. Esto es, cada vez más, la etiqueta de alosexación de este sujeto en concreto coin­cide más con la inducción alosexante que él hace. Como ya he dicho, esta inducción alo- sexante se realiza fundamentalmente mediante la presentación activa o pasiva de indicadores alosexantes y mediante el mane­jo de aquellos signos que tengan mayor sig­nificación sexual en su cultura. Este fenóme­no es importante porque, aunque no seamos demasiado conscientes de ello, cada vez más alosexamos como los sujetos alosexables quieren ser alosexados. Esto es, en razón de inducciones alosexantes más que en razón de criterios alosexantes. Y en ello hay un cambio de paradigma cultural sexante de primera magnitud imperceptible pero perti­naz.

 

Alosexaciones prenatales mixtas

El desarrollo técnico-médico ha traído consigo, al menos en lo que llamamos pri­mer mundo, un tipo de alosexaciones mixtas que, sin ser del todo formales, no son desde luego informales: están a medio camino entre ambas. Me refiero a las alosexaciones prenatales; fundamentalmente: ecografía prenatal y amniocentesis41. Estas alosexacio­nes prenatales aunque no son un acto solem­ne con transcendencia formal, sí comparten con las alosexaciones formales que el alose- xador es un profesional especialista habilita­do.

Las dos técnicas tienen, -o pueden tener-, un propósito alosexador explícito o implícito. Comparten entre sí algunas carac­terísticas de alosexación, aunque difieren en otras. En la amniocentesis el criterio de alo- sexación es el vigesimotercer par cromosó- mico mientras que en la ecografía monitori- zada el criterio alosexante es la presencia macroscópica de los genitales. Curiosamente la una usa el criterio alosexador olímpico y la otra el criterio alosexador neonatal uni­versal. Y en cualquier caso, la una usa el mismo criterio que después se usará cuando se produzca la alosexación formal neonatal, mientras que la otra usa uno diferente.

Esto plantea una cuestión interesante: ¿qué ocurre en los casos -no demasiados, pero crecientes- en los cuales habiéndose realizado ambas pruebas neonatales las alo- sexaciones difieren? La respuesta es que, en principio, prevalece el criterio genital. Pero esta respuesta podría ser contradicha si se realizase transexación perinatal formal.

 

Hipertrofia de sexo legal

Aunque nuestras interacciones ordinarias estén filtradas en razón de nuestras alosexa- ciones informales, lo cierto es que las alose- xaciones formales tienen importancia capital en nuestro estar en el mundo. Resultando que estas últimas determinan definitivamen­te nuestro lugar en la sociedad.

La etiqueta sexual resultante de la alose- xación neonatal se convierte birlibirloque en lo que conocemos como sexo legal. Este sexo legal determina muy explícitamente si hacemos o no el servicio militar, los servi­cios o vestuarios públicos en los que pode­mos -o no- entrar, o las residencias, cole­gios y/o cárceles en los que nos alojarán, o el nombre de pila -nombre con significación sexual- con el cual seremos registrados y que nos identificará por vida, etc, etc.. Y más implícitamente este sexo legal determi­nará la cuantía de nuestros salarios, nuestras posibilidades laborales, nuestras obligacio­nes familiares, los modelos de prescripción cultural en los que proyectarnos, las expec­tativas de guión de vida que se tejerán res­pecto a nosotros, ...

Más aún, este sexo legal nos acompañará y definirá en cada acto cotidiano de vida. Tenga, o no, este acto un significado sexual. Por ejemplo, el sexo legal queda registrado en el DNI y, a través de este documento, el sexo aparece cada vez que se paga con dine-

 


 

 

ro de plástico, en cada control de carretera, en cada operación bancaria, en cada firma contractual. De todo esto saben mucho, des­graciadamente para ellos, los transexuales.

No hay proporcionalidad ninguna entre el tiempo dedicado a la alosexación neonatal (segundos), los criterios técnicos y científicos desplegados a tal fin (apariencia genital) y la importancia definitiva y definitoria de aquel acto sobre la vida del objeto alosexado. A esto contribuye sobremanera la rigidez del sexo legal y la psicótica inercia a la posibilidad de transexación legal. Desgraciadamente los transexuales también saben mucho de esto.

Aún no puede exigírsele a los alosexado- res formales neonatales (médicos) que reduzcan sus iatrogénicas tasas de error, puesto que no tenemos todavía mecanismos de detección con garantías suficientes que nos permitan prever la futura autosexación tomando como referencia los indicadores de sexuación que se expresan neonatalmente. Pero puede -y debe- exigirse a los alosexa- dores formales judiciales (jueces) una urgen­te flexibilización de sus criterios transexan- tes que sean más acordes con el conocimien­to científico y más acordes con el principio moral mínimo de no causar daño (o no incrementarlo al menos).

 

Los Principios de la Sexuación y los Principios de la Sexación.

Con todo lo dicho hasta el momento pode­mos enunciar los tres principios de la Sexuación y los cinco principios de la Sexación, con sus correspondientes corolarios.

 

Los tres Principios de la sexuación

Primer principio: inevitabilidad: “Todo ser sexuable42 se sexúa”.

-    Primer corolario: los agentes sexuantes -ginógenos y andrógenos- garantizan la sexuación.

-     Segundo corolario: si, por error u omi­sión de los agentes sexuantes, no se produjese sexuación, se activará la sexuación por omi­sión.

-    Tercer corolario: la sexuación por omi­sión es siempre gínica.

Segundo principio: ginandria. “Todo resultante del proceso de sexuación es siem­pre ginándrico”.

-     Primer corolario: la sexuación es una variable polar, y cualquier suceso es un punto de un segmento delimitado por dos polos: el gínico y el ándrico.

-     Segundo corolario: se puede ser más o menos ándrico o gínico; incluso se puede ser


mucho de lo uno y muy poco de lo otro; pero no se puede ser todo de lo uno y nada de lo otro.

Tercer principio: proceso. “La sexuación es un proceso constituido por múltiples niveles que son diacrónicamente secuencia- les y sincrónicamente interactivos”.

- Primer corolario: la sexuación siempre está inconclusa. Sólo un acontecimiento la detiene: la muerte. Todavía pueden produ­cirse acciones andrizantes y/o ginizantes -fisiológicas, accidentales o incidentales- en cualquier momento del ciclo vital.

-  Segundo corolario: los sucesos de sexuación ocurren en un orden evolutivo que es irreversible.43

- Tercer corolario: cada hecho de sexua- ción determina los siguientes y es determi­nado por los anteriores.

- Cuarto corolario: los resultantes de los diferentes niveles de la sexuación inte- ractúan entre sí en el sujeto sexuado.

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Los cinco Principios de la sexación

 

Primer principio: presexuación. “Toda sexación requiere de previa sexuación.”

-Primer corolario: la sexuación es requi­sito indispensable de la sexación.

-  Segundo corolario: la sexación es uno más de los resultantes de la sexuación.

-  Tercer corolario: la autosexación requiere de egosexuación y la alosexación requiere de caracteres sexuales.

- Cuarto corolario: aunque sin sexuación, no hay sexación; sin sexación, no hay sexo.

 

Segundo principio: universalidad. “Todo ser sexuado es sexable y, efectivamente, sexado. Todo ser sexuado es sexante y, efec­tivamente, sexador”..

- Primer corolario: todos somos objetos sexados; nadie puede no tener etiqueta sexual; luego no se puede no estar sexado (todos estamos autosexados y alosexados).

- Segundo corolario: todos somos sujetos sexantes; nadie puede no poner etiquetas sexuales; luego no se puede no sexar (todos nos autosexamos y alosexamos a otros).

- Tercer corolario: si apareciere dificul­tad de etiquetación se procede al método de reducción (o a la sinécdoque en bucle, que es lo mismo), tantas veces como sea necesa­rio. Así hasta obtenerse la etiqueta sexual.

 

Tercer principio: finalidad. “La sexación se expresa a través de una etiqueta sexual que se pretende definitoria, definitiva y finalística”.44

- Primer corolario: establecida la etique­ta, el sujeto queda definido por la etiqueta asignada; luego no por sus caracteres sexua­les (o cualquiera de sus hechos de sexua- ción).

- Segundo corolario: por su condición de definitiva, la etiqueta es fenomenalmente inercial, luego presenta enorme resistencia al cambio.

- Tercer corolario: todas las interacciones entre sujetos quedan marcadas por esta eti- quetación sexual. Ninguna interacción ocu­rre -ni puede ocurrir- al margen de esta eti­queta sexual.

 

Cuarto principio: dimorfismo. “La sexa- ción es dimórfica”.

- Primer corolario: las etiquetas sexuales son dos y sólo dos: macho y hembra.

-  Segundo corolario: no hay terceras eti­quetas de sexación. Luego las otras etiquetas que suelen usarse -ambiguo, intersexual, andrógino, persona, etc.- no son etiquetas sexuales. O bien son etiquetas no-sexuales. Expresan dificultad del acto de la sexación; o tambien, negación ideologizada de la misma.

 

Quinto principio: disyuntividad. “La sexación es disyuntiva”.

- Primer corolario: las etiquetas sexuales son disyuntivas, luego mutuamente exclu- yentes.

-  Segundo corolario: los indicadores sexantes pueden operar en negativo o en positivo. Se sexa también por exclusión.


 

 

   Tercer corolario: la asignación de una etiqueta sexual, sea cierta o errónea, impo­sibilita (al menos dificulta enormemente) la reasignación de una nueva etiqueta sexual.

   Cuarto corolario: la reasignación de una nueva etiqueta sexual (transexación) requie­re más energía para negar la antigua que la necesaria para afirmar la nueva.

Parecerá contradictorio lo que voy a decir, pues es trabalenguas paradójico, pero es certero: los principios de la sexuación no contradicen los principios de sexación aun siendo contradictorios. Pues, aunque todos los sujetos sexuados sean ginándricos y estén en proceso inacabado, son etiquetados con una -y solo una- etiqueta sexual que, como ya se ha dicho, es binomial, definitiva, definitoria, finalística y disyuntiva. Todo ello aunque la sexuación de tales sujetos no sea ni binomial (pues es intersexual), ni definitiva (pues es inacabada), ni definitoria (no define nada, simplemente ocurre), ni finalística (es, como todo resultante evoluti­vo: azaroso y ateleológico), ni disyuntiva (pues es conjuntiva).

 

Por cierto, esta paradoja es desvelable, pero irresoluble.

 

Egosexuación, autosexación e identidad sexual

Conviene diferenciar los conceptos ego- sexuación y autosexación, de los cuales ya hemos dado cuenta, del concepto identidad sexual. Todos ellos hacen relación al cómo cada quien se siente -se dice, se sitúa, ... - en tanto que hombre o mujer. Pero son hechos diferentes, con significación diferente, que ocurren en momentos diferentes y que corresponden a universos teóricos distintos.

Como ya se ha dicho, la egosexuación es el término que uso para denominar un hecho de sexuación cerebral en el que operan todas y cada una de las características generales de la sexuación, luego los tres principios de la sexuación y sus corolarios. El término es neologismo mío que se corresponde con lo que en la literatura científica se ha llamado diferenciación sexual del centro de la identi­dad sexual45.

Aunque el conocimiento específico que tenemos sobre este subnivel de la sexuación cerebral es aún muy preliminar, hay bastan­tes evidencias que permiten afirmar que la identidad no está determinada por el apren­dizaje y la culturización, sino también por el proceso de diferenciación sexual. Más aún, que la causación biológica es más firme que la cultural.

Ni siquiera sabemos todavía cuál es el material sexuado sobre el que opera esta sexuación, aunque hay algunos indicios que permiten suponer que puede ser algún núcleo hipotalámico o un núcleo límbico (la estría terminalis).

Al respecto de esta estría terminalis hay un artículo prometedor que ha aparecido publicado este mismo año46 y que es obra del que a mi juicio es el más potente equipo investigador en este área: el equipo holandés adscrito a la cátedra de Transexualidad de Amsterdam. Por su interés lo comento míni­mamente.

Se contaron las neuronas somatostatíni- cas de la zona central del núcleo basal de la estría terminalis (BSTc). Al parecer los hombres, al margen de cual sea su orienta­ción -esto es, tanto homosexuales, como heterosexuales-, tienen el doble de estas neuronas que las mujeres (también sea cual sea su orientación). Esto es, existe una dife­rencia sexual respecto al rango neuronal que no se relaciona con la orientación sexual del deseo. Los resultados de este trabajo indican que los transexuales de hombre a mujer tie­nen un rango femenino de estas neuronas y contrariamente los transexuales de mujer a hombre tienen un rango masculino de estas mismas neuronas. El número de estas neuro­nas queda organizado prenatalmente y no se modifica por tratamientos, alteraciones o variaciones hormonales adultas.

Pudiera ser que la estría terminalis sea la estructura que sexuándose determine median­te mecanismos aún desconocidos la etiqueta de autosexación.

La autosexación es el resultante más notorio de esta sexuación cerebral previa y se expresa mediante la conciencia de una etiqueta sexual autoidentificatoria. Esta eti­queta cumple las cinco condiciones arriba expresadas; luego es: definitiva, definitoria, finalística, binomial y disyuntiva.

El concepto identidad sexual es suma­mente complejo y difícil de definir. Desde luego, demasiado complicado para ser expli­cado en las muy pocas líneas que le vamos a dedicar. Pero es evidente que la identidad sexual no es, de sí, un hecho de sexuación. Esto es importante advertirlo, porque tras la creciente constatación de la relación entre diferenciación sexual cerebral e identidad

 


 

 

sexual, cada vez más se ordena la identidad sexual como un hecho más de sexuación. Y no lo es.

En términos teóricos la identidad sexual es sexualidad (luego segundo registro del Hecho de los Sexos) y no sexo (primer registro). Los sexólogos sabemos que la identidad sexual es la percha de la cual cuel­ga prácticamente toda la sexualidad humana (la feminidad, la masculinidad) o, si se pre­fiere, el cimiento sobre la cual ésta se cons­truye. En tanto que sexualidad es, sobre todo, vivencia; esto es, experiencia subjeti­va, construcción biográfica.

Aunque requiera de previas egosexuación y autosexación, la identidad sexual sobrepasa tanto teórica como vivencialmente aquellas categorías. La identidad sexual es también un resultante biográfico de conciencia -razona­blemente temprano, pues, aunque vicariamen­te, comienza a formarse en el segundo año de vida extrauterina. Ahora bien, en este acto de conciencia que se expresa como una convic­ción profunda e inalterable concurren aspec­tos bios, psicos y socios.

Pero el concepto de identidad sexual no sólo dice de la etiqueta sexual y de la con­ciencia de ser hombre o mujer, sino del peculiar e intransferible modo de ser -de sentirse y de vivirse como- el hombre o la mujer concretos que cada quien es.

Luego entonces es bastante probable que la identidad sexual la vayamos construyendo biográficamente en el diálogo entre la ego- sexuación, la autosexación, las alosexacio- nes -formales e informales- que los otros hacen de mí y los propios mecanismos inductores de estas alosexaciones de mí que vamos articulando a lo largo de nuestra trayectoria vital. Pues mi identidad no sólo se construye en lo que mis ojos ven, sino en cómo me veo a través de los ojos de los demás. Pero la identidad sexual se construye también en el diálogo con las regulaciones sociales culturales, con los modelos sexuales culturales, con las expectativas sexuales, con los usos y costumbres sexuales, con la pro­pia biografía erótica, con el discurso sobre uno mismo, con la conciencia de sí, con la reflexividad, etc.

Quiero subrayar esta idea de diálogo entre sexaciones. En primer lugar, como ya hemos dicho, todos los sujetos alosexan y manejan unos criterios sexantes para tales etiquetaciones sexuales de los otros. Ahora bien, ¿qué pasa cuando los criterios de alo- sexación que uso para los otros no me sirven para alosexarme a mí mismo porque con­trarían mi propia autosexación? Más aún, ¿qué pasa cuando las etiquetas resultantes de las alosexaciones que los demás hacen de mí, coincidiendo todas entre sí, son contra­rias a la que me doy para mí mismo? Todo esto les ocurre a los transexuales. Por eso la construcción biográfica de su identidad sexual se ve dificultada, pues no tiene el soporte cognitivo necesario para lograr esta convicción profunda e inalterable que les es -como a todos- del todo necesaria.

 

Transexuaciones

He dejado para el final de esta segunda parte el concepto transexuación (5) que en rigor debería haber sido explicado dentro del apartado dedicado a la sexuación, pues la transexuación no es sino una particularidad posible del proceso de sexuación. De hecho, la transexuación es una forma concreta de intersexualidad que se expresa con formas ginándricas secuenciadas en un mismo sujeto.

Nada hay de extraño o de inhabitual en estas condiciones de intersexualidad y ginandria de los transexuales puesto que éstas son características universales del pro­ceso de sexuación. Lo inhabitual de la tran- sexuación es que se trata de un resultante de sexuación que, comenzando en el primer paso de sexuación en su forma gínica, acaba en su último paso en su forma ándrica; o viceversa. Siendo que considero primer paso a la fusión gamética y al establecimiento del patrón cromosómico (xx o xY) y llamo último paso -aunque, de hecho, no lo sea- a la sexuación cerebral en general y a la ego- sexuación en concreto. Luego que, en el sujeto transexuado hay discordancia sexual entre dos tramos sexuales perfectamente identificables.

Para mejor explicar la transexuación usaré una metáfora ferroviaria donde: el pro­ceso de sexuación es el viaje; el sujeto es el propio tren; la vía del tren está constituída por dos carriles sexuales (el gínico y el ándrico); hay doble vía (la vía ándrica y la vía gínica); y se producen -o pueden produ­cirse- cambios de aguja (sucesos transe- xuantes); en un sistema de ferrocarriles en el cual se produce una condición de seguridad vial ineludible: en ningún caso el tren desca­rrila o no circula.

Todo viaje en tren es un viaje ginándrico porque el tren circula siempre sobre una vía sexual formada por dos carriles que son sexuales. El tren puede circular tanto en una como en la otra vía sexual. Normalmente circula en una o en la otra dependiendo de cual haya sido la vía en la que se puso en marcha en la estación de origen. Como cir­cula por ella, suele llegar a su estación de destino en esa misma vía.

En la mayor parte de los viajes el tren ha circulado todo el recorrido de sexuación por una misma vía sexual (la gínica o la ándri- ca). Lo que llamo un suceso transexuante (37) es un cambio de agujas que produce cambio de vías. Y el término transexuación hace referencia a un viaje que iniciado en una vía de origen, finaliza en la otra vía de destino.

Entonces la transexuación ocurre, preci­samente, porque se ha producido un suceso transexuante. Los sucesos transexuantes pueden ser: fisiológicos (p.e.: sexuaciones por omisión), incidentales (p.e.: experimen­tos de laboratorio, resultante de drogas o ambientes hostiles, alteraciones ecológicas, etc.) o accidentales (p.e.: sucesos hormona­les patológicos, etc.); y producen translación del recorrido sexual típico. Este suceso ocu­rre siempre en un momento concreto y afec­tará a un nivel concreto. A partir de ahí puede, o no, afectar a la totalidad del reco­rrido posterior. Esto depende de la cualidad determinante que este nivel de sexuación tenga en el posterior desarrollo de la sexua- ción. Por ejemplo, en el caso de la rata gay, decíamos que la rata era transexuada. El experimento servía precisamente a ese propósito transexuante; la intervención endocrina era el suceso transexuante. Ocurría en un tiempo concreto: la primera semana postnatal. Y afectaba sólo a los niveles de sexuación posteriores a este tiem­po; luego a la sexuación somática y a la sexuación cerebral.

Por tanto, con el término transexuación hacemos referencia a una forma especial de sexuación cuya peculiaridad es la siguiente: la sexuación es típica (discurre por la vía esperada) desde su inicio hasta el suceso transexuante, y también es típica desde el suceso transexuante hasta el final del proce­so de sexuación; pero estos dos tramos de sexuación no coinciden entre sí: son sexual- mente discordantes. En todas las formas de intersexualidad habituales -ginandrias- no hay modificación de la vía esperada, pero sí hay o puede haber -cambio de agujas provi­sional. En este caso no hay dos tramos sexuales divergentes, sino un hecho sexual -o varios- que son sexualmente divergentes con el recorrido sexual típico.

Probablemente se entiende todo esto mejor -y sin recurso a metáforas siempre discutibles- con algunos ejemplos de sexua- ción concretos en los cuales ocurre un suce­so transexuante.

En todos estos ejemplos supondremos un espermatozoide Y que entrega su carga genética a un óvulo -siempre x- comenzan­do las sucesivas divisiones celulares. Presumiblemente esta célula primera (todos fuimos algún día un ser unicelular) tiene un potencial ándrico y bastantes probabilidades de producir un niño. Luego el recorrido esperado supone que si la estación de origen -la célula primigenia- es ándrica, en la esta­ción de destino el recién llegado será alose- xable como varón. Varón -con sus particula­res ginandrias-, pero varón al fin y al cabo.

Primer ejemplo: la campeona de esquí descalificada Ahora bien, puede que este cromosoma Y no contuviese el gen Sry, o si lo tuviese que no se activara. Así que en el tercer mes fetal no se produjesen testículos, sino ova­rios (por omisión). A partir de este momento el resto del proceso discurrió, con todo su potencial ginándrico, por la vía gínica típica. El resultante al día del nacimiento fue una niña perfectamente típica (salvo en su patrón cromosómico del que nadie tuvo cuenta). Esta particularidad sólo le dificultó el emba­razo. Sin embargo, aunque requirió de asis­tencia médica, fue madre fértil.

¿Qué le ocurrió? Que un suceso transe- xuante -la ausencia o inactividad del gen Sry- modificó el proceso de sexuación en un momento crítico concreto -en este caso, transexuación gonadal-; y a partir de ese suceso, la sexuación ocurrió sin particulari­dades mencionables en la dirección gínica.

Recién nacida la alosexaron formalmente como niña, le asignaron nombre de niña y fue educada como tal, pues sus genitales perfectamente formados (vulva y clítoris) lo facilitaron. Se autosexó como hembra y se identificó siempre como mujer. Nunca des­cubrió nada patológico ni extraño en su con­dición femenina. Pasado el tiempo sólo una curiosidad: era una chica con un par cro- mosómico vigesimotercero xY.

Ahora bien, resultó ser una fenomenal esquiadora y su patrón genético fue detecta­do en los test olímpicos de cromatina. Hoy sus medallas, sus registros y sus méritos deportivos constan en la historiografía del fraude deportivo; incluso su honorabilidad quedó en entredicho para muchos cronistas deportivos.

 

Segundo ejemplo: la gimnasta que quiso ser olímpica

Con este mismo supuesto de entrada (fusión entre espermatozoide Y y óvulo x), pero a resultas de otro suceso transexuante ocurrido en un momento ulterior, resultó que la niña no sólo tiene un patrón cromosómico xY, sino también testículos disfuncionales con ubicación intraperitoneal. Tras su naci­miento y en razón de sus genitales perfecta­mente ginizados también la alosexaron for­malmente como hembra.

Si entramos en su relato de vida, descu­briríamos que su autosexación fue gínica identificándose como mujer. En este caso fue una niña normal que en el discurrir de la vida se sintió menos normal puesto que no sólo no pudo competir en las olimpiadas -cosa que estuvo a su alcance porque su pubertad tardía le favorecía en su carrera como gimnasta-, sino que prepuberalmente fue intervenida quirúrgicamente para extirparle aquellos testículos disfuncionales e intraperitoneales que amenazaban malignización.

Aunque a partir de la pubertad recibió estrógeno externo que ya nunca abando­naría, no pudo ser madre, que fue anhelo que siempre tuvo. Es probable que sus cuadros depresivos actuales usen de esta idea obsesi­va -“no he podido ser madre”- para atrapar­la en la nostalgia y la tristeza. Pasado el tiempo volvió al quirófano para ponerse unas prótesis mamarias de silicona que, dice, le sirvieron “para quitarse el complejo, gustarse más a sí misma y mejorar su auto­estima”. Aunque un sólido discurso feminis­ta la ha ayudado a separar los conceptos de feminidad, maternidad y corporeidad, a menudo se duele de su suerte. Se trata de una transexuación genital interna. El suceso transexuante ocurrió en la formación de estos genitales internos.

En estos dos ejemplos no hubo error nin­guno en la alosexación formal neonatal. Ambas fueron sexadas como niñas, educadas como tales y así se sintieron siempre. Pero en los dos ejemplos siguientes sí se produce tal fatal e indeseable error.

 

Tercer ejemplo: el “huevodoce”

Si otro suceso transexuante ocurriese con el mismo supuesto de origen aún más tarde, tendríamos también otra niña XY, con testí­culos sin descender, próstata y vesículas seminales, con una cierta hipertrofia clitóri- ca pero con vulva perfectamente femenina.

Recién nacida también se la alosexó como hembra, aunque nació con testículos funcionales no descendidos que nadie detectó. Conociendo su relato de vida descu­briríamos que después de una infancia de marimacho, a partir de la pubertad se mani­festaron en sentido ándrico los caracteres sexuales secundarios y se reafirmó en su condición masculina, en sus comportamien­tos ándricos y en su deseo ginerasta.

En este caso, sí se cometió un error fatal en la alosexación neonatal. No era niña: era niño. Y, por cierto le hubiese ido mejor, sin el lastre de este error.

Se trata, en este caso, de una afección genética que impide la fabricación de dehi- drotestosterona (DHT) que es el andrógeno hormonal de acción fuerte encargado de andrizar los genitales externos. En rigor, en este caso no se trata de una transexuación (no hay cambio de agujas definitivo), pues todo el recorrido -salvo la estación genital externa- se ha realizado típicamente por la vía ándrica. En Centroamérica, que es donde más se han dado estos casos, el len­guaje popular les ha bautizado con el gráfico término “huevodoce”, que hace referencia a que son chicos que empezaron a serlo tras su pubertad, después de una docena de años de estar en el mundo como chicas.

En la actualidad toda la comunidad científica acuerda que hay que hacer un esfuerzo científico -hoy es posible pues su patrón genético es ándrico y siendo la afec­ción genética se encuentran antecedentes familiares- para mejorar los sistemas de detección de esta peculiaridad. Esto es, corregir los mecanismos de alosexación neo­natal, para alosexarlos como chicos desde el principio. Y para que reciban, si procede, tratamiento hormonal, quirúrgico y sexoló- gico temprano. Pero, sobre todo, para que toda la carga cultural alosexante no actúe lesivamente dificultando la construcción de su identidad sexual.

 

Cuarto ejemplo: transexual femenino

Un último ejemplo con los mismos ele­mentos de partida, pero con una transexua- ción prenatal aún más tardía. Se trata de una niña 46 XY con testículos perfectamente funcionales y en la ubicación correcta y con genitales (tanto internos como externos) per­fectamente ándricos. Lógicamente con estos caracteres sexuales se le alosexó neonatal­mente como niño. Quiero detenerme un poco en su historia.

Ya en los primeros años de su vida dio notorias muestras de juego infantil femeni­no. Sus padres, preocupados, lo llevaron al psicólogo y al pediatra. Uno y otro, tras recordarles el sufrimiento que la crueldad del resto de los niños iba a reportarle, sugi­rieron que fuesen firmes en la sanción de tanta feminidad y en la promoción de habili­dades más varoniles. El padre hizo durante años una cuestión de honor de este consejo. Hasta que abatido, culpabilizado e iracundo abdicó (de ésta y del resto de sus responsa­bilidades parentales).

El día de su comunión -su madre lo recuerda aún horrorizada- consiguió que su


mejor amiga le prestase aquel vestido blanco y que lo fotografiase vestido de esa guisa con su cámara recién estrenada. Fueron sorpren­didos los dos in fraganti (la una semidesnuda y el otro con el vestido de comunión de chica puesto). El suceso corrió de boca en boca por todo el pueblo con toda suerte de interpreta­ciones. Gracias a la intercesión del cura- párroco entró en el seminario en régimen de internado rodeado de chicos. La experiencia -cuenta ella ahora- en aquel santo y lúgubre lugar “fue horrible, incluidos los abusos”. Aunque, paradojas de la vida, fue también allí donde conoció por vez primera el amor y donde recibió sus primeras “caricias con ter­nura”. Resumen de su vida académica: “las notas, un desastre”, “de castigo en castigo hasta la expulsión definitiva”. Abandonados los estudios durante mucho tiempo aborreció los libros.

A los 16 años empezó a drogarse. A los 19 años se escapó de casa después de una “fenomenal bronca con el viejo” y empezó a prostituirse; al principio “de vez en cuando”, y luego “con dedicación exclusiva”. Nunca permitió que nadie, “por mucho que me pagase o por mucho que dijese quererme”, le rozase siquiera el pene. Con el tiempo aprendió incluso a que algunos clientes de “los que muy machos” siquiera lo supieran. “Siempre supe que era chica. Aprendí a no poder decirlo, pero lo sentía”. A los 22 empezó con androcur y neoginona, primero por su cuenta; aunque después de algunos años sin control, acabó visitando al endocri­no. “No sé quien estaba más cortado si él o yo, el caso es que nos entendimos”. “Para entonces ya tenía suficiente dinero y me fui a Madrid a hacerme las tetas. Después vino “lo de abajo” (sic) y ahora estoy con un abogado para cambiarme el nombre y que me quiten la V del carné”. “Tiene gracia que me va a resultar más difícil cambiar unas letras en unos papeles que cambiarme el cuerpo entero”.

En realidad al igual que las otras tres, es una historia en la que ocurre un suceso transexuante. Como la inmediatamente anterior, es una historia de alguien mal alosexado. Salvo que en aquel caso hay acuerdo cientí­fico sobre el error en la alosexación. Y en este caso, el del transexual, ningún acuerdo. Pues la comunidad científica mayoritaria- mente no reconoce, en los casos de transe- xualidad, el error fatal de alosexación neo- natal47. Y este asunto, el reconocimiento del error, es relevante tanto desde el punto de vista teórico como profesional y de investi­gación, como también desde la perspectiva política y social. Y, por supuesto, desde la perspectiva biográfica de cada una de estas personas mal alosexadas.

Si logramos reducir esta tasa de fracasos alosexantes las historias -sus historias- serán otras. Desde luego mejores.

 

 

PARTE TERCERA

Transexuales

Presentación

Con todo lo dicho hasta ahora, podemos afirmar que los transexuales son uno más de los múltiples hechos de diversidad sexual; que son una más de las múltiples formas de la ginandria humana; y que son además suje­tos que sufren por la severa e inquebrantable tensión entre sus mecanismos autosexantes y los mecanismos alosexantes del resto del mundo (incluidos los suyos propios)

En otro orden de cosas, son un fenome­nal contra-ejemplo del dimorfismo sexual y de nuestro rígido sistema de diferenciación entre hombres y mujeres.

Los problemas con ellos relacionados -tanto sus problemas con el mundo, como los problemas del mundo con ellos- no deri­van de lo primero -la diversidad, la ginan- dria o su identidad-, sino de lo segundo: la dificultad de integrarlos en un mundo de dos -y sólo dos- sexos. Su misma existen­cia es una fenomenal cuña que se introduce en esta herida sangrante (herida científica,


social y también política) que es la redefini­ción y delimitación de las fronteras entre los sexos.

Con motivo de esta tensión entre su exis­tencia y el “orden sexual” a menudo nos hemos dejado tentar por dos negaciones posibles: bien negarles a ellos (en virtud de la evidencia de dos -y sólo dos- sexos); bien negar los dos -y sólo dos- sexos (en virtud de su evidente existencia). No sé cuál de las dos negaciones es más grave y cuál insulta más la inteligencia.

Una última cosa: aunque a menudo se les haga abanderados de tales o cuales libera­ciones sexuales, los transexuales no preten­den subvertir el orden sexual, sino contraria­mente ansían tener un sitio en él.

 

Algunos datos sobre transexualidad

 

Definiciones

CIE-10: “Deseo de vivir y ser aceptado como miembro del sexo opuesto, usualmen­te acompañado por un sentido de incomodi­dad con, o inadecuación de, el propio sexo anatómico, y un deseo de recibir cirugía y tratamiento hormonal para hacer el propio cuerpo tan congruente como sea posible con el sexo preferido.”

DSM-IV: “Disforia de género severa que cursa con un deseo persistente por las carac­terísticas físicas y los roles sociales que corresponden al sexo biológico opuesto.”

Diccionario médico de bolsillo Dorland: “Trastorno de la identidad de género, en el que la persona afectada tiene un deseo invencible de cambiar su sexo anatómico, y que se origina en la convicción fija de que es miembro del sexo opuesto; estas personas solicitan a menudo tratamiento hormonal y quirúrgico para cambiar su anatomía según sus deseos.”

Real Academia Española de la Lengua: “Dícese de la persona que mediante trata­miento hormonal e intervención quirúrgica adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto.”

 

Comentarios a las definiciones

Tanto las definiciones como las fuentes que acabo de presentar son diferentes, pero todas recurren al “sexo opuesto” y todas omiten la “identidad sexual”. Y además todas hacen prevalecer la alosexación del definidor sobre la autosexación del defini­do.

Aunque todas me parecen un despropósi­to por desafortunadas, desatinadas o incluso frívolas merecen comentarios diferentes.

La del CIE-10 define el Síndrome Transexual como un deseo. Desde luego que sí existe un deseo (un anhelo, un propósito), pero no se trata de un deseo.

De las cuatro, tres mencionan la cirugía y el tratamiento hormonal. Esto, primero, no es siempre cierto. Y segundo, cuando sí lo es, el acierto es circunstancial y medicocén- trico. Pues la cirugía y la hormonoterapia son exclusivamente las técnicas médicas concretas de que disponemos en este tiempo concreto y en esta parte del mundo. Pero la transexualidad es un hecho universal. Los transexuales han existido en otros tiempos y existen en otros lugares sin conocer siquiera la existencia de esas técnicas. Con unos u otros recursos a su alcance (éstos u otros) lo común, longitudinal y transversalmente, a todos ellos es su insistencia en sentirse y ser reconocidos con la etiqueta sexual con la cual se identifican. Y ya centrándonos sólo en los transexuales occidentales actuales, su deseo de cambio de nombre o de cambio de sexo legal es tanto o más central, notorio y reiterativo que la hormonoterapia y la cirugía.

La definición de la RAEL sólo considera transexuales a los que ya han modificado sus caracteres sexuales. Luego de algún modo, a los que han dejado de serlo, para ser simple­mente hombres o mujeres. Tras el tratamien­to, el transexual se convierte para los demás sencillamante en el hombre o en la mujer que siempre se han sentido para sí mismo. Y es precisamente con ese -y no con otro- fin que se realiza la intervención.

Ahora bien, el propio término que usa­mos para definirles y las peculiaridades de su construcción (sobre todo el recurso a la partícula trans) refuerza este significado que da la RAEL. Además, el prejuicio garantista (luego la advertencia de que han cambiado su naturaleza sexual) lo refuerza.

La mención al sexo preferido de la defi­nición del CIE-10 es sencillamente frívola. Ni en los transexuales, ni en nadie el sexo se prefiere (ni se elige), pues el sexo es una variable natural e impuesta. Además no tendría el menor sentido todo lo que estamos diciendo y haciendo, si su fin fuese dar curso a una preferencia. O sea: cumplir un capricho.

Resulta curioso que todas las definicio­nes omiten cualquier referencia a la identi­dad sexual. Que todas omiten cualquier refe­rencia a que se les ha asignado un sexo que no coincide con el que ellos se autoasignan. Quizás porque los propios definidores, coin­cidiendo también en esta asignación sexual consensuada, concluyen que ni siquiera es una asignación.

 

Términos asociados48

El actual término transexual fue creado a principios de los sesenta -su obra “The transsexual phenomenom” se publicó en el 66- por el endocrinólogo norteamericano Harry Benjamin, pero el esfuerzo de buscar términos para definir y comprender la tran- sexualidad es viejo.

Ya Rohleder en 1901 acuñó el término automonosexualismo. Lo sexólogos de prin­cipios de siglo -entre ellos, Marañón- se manejaron con el término intersexualidad o estado intersexual y Hirschfeld en su obra “Die transvestiten”, de 1912, acuñó el térmi­no travestido que entonces hacía también referencia a los hoy transexuales (pues en tiempos de Hirschfeld ninguno deseaba hor- monoterapia, ni cirugía de reasignación genital), aunque luego este término ha adquirido otros significados y ha quedado relegado a otras minorías eróticas.

A partir del éxito del término de Benjamin, se han establecido categorías o tipos dentro de los transexuales. Así, por ejemplo, en lo pri­meros setenta Money y Gaskin, retomando términos de Hirschfeld diferenciaron entre travestismo homosexual y travestismo no homosexual. Posteriormente, era 1974, Person y Ovesey diferenciaron entre transexuales primarios y transexuales secundarios. Curiosamente definieron al transexaul pri­mario como alguien que es funcionalmente asexual y que progresa con resolución hacia cirugía sin desviaciones significativas hacia la homosexualidad ni la heterosexualidad y sin afeminamiento infantil. Y definieron al transexual secundario como alguien homo­sexual y afeminado desde la infancia. Además entre los transexaules secundarios distinguieron entre: transexual homosexual y transexual travestista. Posteriormente tanto Stoller por un lado, como Levine y Lothstein, por otro, retomaron esta diferen­ciación entre transexuales primarios y tran- sexuales secundarios, pero -lógicamente y en coherencia con los usos habituales de tales adjetivos- dándoles la vuelta. Esto es, considerando primarios a los secundarios de Person y Ovesey: a los que sí habían mostra­do sus características de identidad en las eta­pas infantil, puberal y adolescente; y consi­derando secundarios a los que no habían mostrado tales características.

Nótese que en casi todas estas definicio­nes de tipos hay -explícito o implícito- un sesgo sexual: se habla fundamentalmente de transexuales con caracteres sexuales mascu­linos e identidad sexual femenina. Los lla­mados male-to-female transsexual (MtFT). Luego omitiendo a los female-to-male trans- sexuals (FtMT)49.

Ha sido finalmente Blanchard quien ha diferenciado entre transexualidad androfílica y transexualidad ginecofílica, usando los que a mí me parecen más afortunados términos de cuantos he mencionado. Pues expresan explícitamente la condición sexual a través de las partículas griegas gineco y andro.

Aunque se le añada la partícula griega filia insistiendo sobre la idea del deseo sexual50 (querer ser) más que en la identidad sexual (sentirse).

Considero, continuando la propuesta de Blanchard, que los transexuales deben ser clasificados en gínicos y ándricos. Ahora bien, yo sugiero las etiquetas egogínicos y egoándricos. La razones de este cambio son múltiples: por un lado abandono la recu­rrente -y a mi juicio desacertada- mención al deseo (filia). Pues la particularidad de estas personas no está en lo que desean ser, sino en lo que sí son. Considero desacertado cualquier término que se centre en las caren­cias -lo que les falta- y no en sus particula­ridades -lo que sí tienen. Además, detrás de este cambio de terminología subyace una apuesta teórica radical: la aceptación de la identidad sexual (y por debajo de ella, la autosexación) como criterio alosexante defi­nitivo: como el inductor alosexante de máxi­ma jerarquía. Y por si fuese poco, porque considero que estas etiquetas resuelven bas­tante bien la búsqueda de términos sexológi- cos específicos que, cumpliendo las cuatro condiciones terminológicas que expuse al principio, sirvan, además, tanto para transe- xuales como para no-transexuales. Tanto para los nómadas como para los sedentarios de la sexación.

Entonces el término egoginia hace refe­rencia a la condición de sentirse en femenino, de sentirse mujer. Y una vez adjetivado, serían personas -hombres o mujeres- egogíni- cas quienes tendrían identidad femenina o autosexación gínica. Tengan unos u otros genitales, gónadas o cromosomas y sean -o no- transexuales. Complementariamente, el término egoandria haría referencia a la condi­ción de sentirse en masculino, de sentirse hombre. Luego, una vez adjetivado, serían personas -insisto: hombres o mujeres- egoándricas las que tendrían identidad mas­culina o autosexación ándrica. Tengan unos u otros genitales, gónadas o cromosomas y sean -o no- transexuales.

Así por ejemplo: quien firma este artículo es egoándrico y su madre es egogínica. El transexual llamado FtMT también es egoán- drico, tanto como yo. Y la transexual MtFT es egogínica, tanto como mi madre. Finalmente, y de esto estoy completamente seguro, los hechos de sexuación que hacen de unos y de los otros lo que somos (egogínicas o egoándri- cos), son exactamente los mismos. Al margen de nuestros genitales, que al respecto de esto aportan bien poco.

 

Prevalencia

Hablamos de un colectivo muy pequeño. Según el psiquiatra inglés Russell W. Reid, en Inglaterra uno de cada 15.000 adultos es tran­sexual (esto significa un 0,0067% de la pobla­ción)51. En Escocia se estima que 8,18 de cada 100.0 adultos (0,0082 %), con una ratio cuatro veces superior a favor de los egogíni- cos52. En Alemania entre 2,1-2,4 por 100.000 personas adultas alemanas son transexuales (0,0024 %) y la relación es: 2,3:1 a favor de los egogínicos53. En Holanda, uno de cada 18.0 varones (0,0055 %) es transexual54 y la ratio es 3:1 a favor, de nuevo, de los egogí­nicos55. Zucker, KJ., Bradley, SJ. y Sanikhani, M. (1997) afirman que la relación sexual es de 6,6 a favor de los egogínicos. Con estos datos en España serían un total de entre 1500 y 3000 los transexuales. Y un máximo de 200 transexuales en el País Vasco.

Lo común a todos estos datos es que hay, significativamente más transexuales egogínicos que transexuales egoándricos. Lo cual refuerza que la sexuación por omisión es siempre gínica.

Se estima que la demanda de cirugía geni­tal es una por cada 1,7 por millón de habitan­tes y año56. Así que si todas las intervencio­nes quirúrgicas fuesen realizadas en la sani­dad pública ésta tendría que asumir unas 22 intervenciones de reasignación genital por año en toda España. La sanidad vasca tendría que asumir 3 ó 4 al año.

En estos momentos -excepto por el efecto cuello de botella- casi habría más cirujanos en la red pública dispuestos a rea­lizar estas intervenciones, que transexuales necesitándola. Sin embargo la posibilidad de financiación pública de estas interven­ciones sigue produciendo escándalo públi­co, insensibilidad política y resistencias sanitarias.

El Servicio Andaluz de Salud, como corresponde a una institución sanitaria pública, ha asumido y financiado esta res­ponsabilidad que es sanitaria y que es públi­ca. Son los primeros en España en hacerlo, lo cual les honra. Confío en que no sean los últimos. Y confío además en que Osakidetza asuma con prontitud esta empresa.

 

Sobre tratamiento

 

Diagnóstico

Inevitablemente la categoría de transe- xual está, y seguirá estándo, muy medicali- zada. La garantía de esta medicalización reside en que se requieren intervenciones que deben ser llevadas a cabo por especia­listas médicos. De ahí que las categorías diagnósticas estén siempre asociadas a la transexualidad.

En la actualidad, se toman fundamental­mente estos dos criterios diagnósticos para la evaluación de la transexualidad: identidad persistente durante al menos dos años e ine­xistencia de ningún desorden mental (espe­cialmente esquizofrenia).

Además, desde el punto de vista del diagnóstico diferencial, suelen excluirse de la categoría otras formas de intersexualidad y/o anomalías genéticas, así como el traves- tismo (vestir ocasionalmente ropas de mujer por una razón u otra, pero incluyendo en este propósito el placer sexual) y la homose­xualidad afeminada.

No termino de entender muy bien ningu­na de las tres; sobre todo porque pueden aparecer, efectivamente, en la historia de un transexual concreto algunos hechos de sexuación o hechos eróticos perfectamente encuadrables en una o varias de estas cate­gorías diagnósticas diferenciales sin que por ello el transexual deje de serlo.

Al margen de estas u otras etiquetas diagnósticas garantistas relacionadas con las lógicas y necesarias reservas ante intervencio­nes hormonales y quirúrgicas que son agresi­vas, desde la perspectiva del profesional de la sexología las dos claves diagnósticas definiti­vas son: de un lado la fuerte y persistente identificación con el sexo opuesto a los carac­teres sexuales (esto es: una identidad sexual firme y bien construida, pese a los innumera­bles obstáculos biográficos) y la persistente disconformidad con los indicadores -sobre todo los más notorios- del sexo asignado.

En último término, entiendo que el sexó­logo/a debe de tener la convicción íntima e inequívoca de que uno está ante un hombre o una mujer (al margen de cuáles sean sus genitales o su DNI).

 

Tratamiento completo

El tratamiento completo incluye:

a)  diagnóstico e informe de descarte de psicopatología

b) información, preparación y tratamiento psicosexual previo

c)   hormonoterapia (modificación del balance hormonal hombre-mujer)

d)  uno o dos años de vida satisfactoria haciendo vida ordinaria en el papel del sexo de identidad con seguimiento psicoterápico

e)   intervención quirúrgica pectoral (mamoplasia o mastectomia, según casos); extirpación gonadal (de ovarios o de testícu­los, según casos)

f)  cirugía genital: extirpación de genita­les internos (prostatotomía o histerectomía, según casos) y cirugía de reasignación de genitales externos

g)  otras intervenciones quiroestéticas (tiroides, pómulos, caderas, etc.)

h) psicoterapia de seguimiento

i) modificación legal de nombre y sexo

No se producen necesariamente todos los

pasos. Es especialmente notoria la ausencia de apoyo profesional psico y sexual tanto previo, como de seguimiento. Con suma fre­cuencia también se excluyen las intervencio­nes quiroestéticas.

También frecuentemente el tratamiento endocrino es prescrito para evitar la medica­ción hormonal sin control médico que ya viene ocurriendo con anterioridad.

El orden en el que se ha expuesto es el orden habitual, pero no el orden lógico. En concreto, es del todo ilógico, además de lesivo, que la intervención judicial sea la última y la de menor tasas de logro con éxito, tanto por intento, como por tiempo, como por unidad monetaria.

Las tasas de éxito con los tratamientos que efectivamente se hacen, en los cuales se con­templa -si no exclusivamente, sí fundamental­mente- la faceta hormonal y quirúrgica, giran en torno al 95 %. El criterio de éxito es que “estén bien adaptados y sean estables”.

Sólo conozco una investigación de segui­miento de fracasos -arrepentimientos- que fue hecha en Suecia57. Los datos que aportan son que un 3,8% de los intervenidos quirúrgi­camente se arrepienten. Y sugieren como fac­tores coadyuvantes de este arrepentimiento el manejo de la circunstancia por parte del entor­no más inmediato al transexual ( fundamental­mente familia, amigos íntimos y parejas).

En base a estos y otros muchos datos, Cohen-Kettenis y Gooren (1999) afirman que la SRS (acrónimo en inglés de cirugía de reasignación de sexo) no es la panacea y que es necesaria la psicoterapia.

 

Momento de inicio del tratamiento

Hay un cierto acuerdo por parte tanto de profesionales como de colectivos de transe- xuales para que estas intervenciones (espe­cialmente las endocrinas y quirúrgicas) sean llevadas a efecto con la mayor prontitud, una vez realizado el oportuno y adecuado diagnóstico. Sin embargo, hay notorios desacuerdos cuando esta mayor prontitud rebaja la mayoría de edad.

Por ejemplo, los holandeses del grupo de Gooren defienden y llevan a cabo interven­ciones adolescentes en sujetos bien diagnos­ticados. Sin embargo, Meyenburg (1999) advierte taxativamente que no se debe comenzar la reasignación en ningún caso antes de los 18 años. Por otro lado, Cohen- Kettenis, PT. y van Goozen, SH. (1998) sugieren el retraso puberal para acercar la pubertad a la mayoría de edad.

Yo no tengo la menor duda de que lo más deseable sería detectar a los transexua- les, no ya antes de la mayoría de edad, sino en la primera infancia, incluso en el primer año. Y creo que debería de llevarse a cabo con ellos un trabajo a largo plazo, interpro­fesional, coordinado y planificado que inclu­ya absolutamente todos los órdenes de su vida (aspectos educativos, sociales, labora­les, jurídicos, endocrinos, eróticos, quirúrgi­cos, económicos, etc.).

El problema de mi propuesta es que no tenemos aún ningún modo de detección tem­prana suficientemente fiable y discrimina- dor. Así que, de momento, la mejor garantía de la buena praxis sigue siendo su libre, firme, decidida e inquebrantable voluntad que -como es obvio- sólo puede ser expre­sada cuando se cumplen las naturales condi­ciones psicocognitivas.

No obstante entiendo que subyacen en este debate sobre la mayoría de edad, razo­nes que no son ni sexológicas, ni clínicas; sino exclusivamente legales. Incluso razones de protección profesional y no de servicio y atención a la demanda.

Ahora bien, incluso asumida una pers­pectiva legalista, los propios ordenamientos jurídicos occidentales reconocen derechos y voluntades sexuales previas a la mayoría de edad -en todo caso pospuberales o adoles­centes- como pueden ser: matrimonio, libre consentimiento de unión carnal, aceptación de p/maternidad, etc. No veo por qué no puede operar aquí la misma lógica.

Protocolo según Colectivo de Transexuales de Cataluña Pro-derechos (21-6-99)

- Periodo de verificación y diagnóstico (mínimo 3 meses). Se debe proporcionar al paciente el Libro Blanco sobre la Transexualidad (LBT) y garantizar que lo comprenda. Certificado psicológico de que el candidato comprende el LBT. Informe psiquiátrico que garantice ausencia de psico- patología.

- Requerimientos administrativos. Para mayores de edad: escrito firmado de consen­timiento y declaración jurada de Decisión libre y consciente. Para menores de edad: dos informes psiquiátricos acreditados y autorización de tutores. Manifestación expre­sa y escrita de la propia voluntad de acogerse a las terapias.

-          Preparación psíquica y social58

-          Terapia hormonal

-Condiciones para la Cirugía de Reasig­nación Sexual Pectoral: mamoplasias o mas- tectomia. Mayoría de edad. Petición expresa escrita y firmada del demandante. Tres meses de hormonación mínima. En transe- xuales masculinos (de chica a chico) histe- rectomía y ovariotomía.

- Condiciones para la Cirugía de Reasig­nación Sexual Genital. Mayoría de edad. Mínimo de 9 meses de terapia hormonal. Petición escrita y firmada por el demandante.

 

Conclusiones

 

Definición

Con todo lo dicho hasta aquí podemos afirmar que los transexuales son personas cuya autosexación no corresponde con su alosexación. Esto ocurre porque, seguramen­te, en su proceso de sexuación se produjo un suceso transexuante cuando se estaba sexuando determinada parte del cerebro. Puede ser que esta parte sea la mencionada BSTc. En cualquier caso, producto de este suceso transexuante su cerebro se sexuó de modo divergente al que se sexuaron otros niveles de sexuación que son precisamente los que tomamos como criterio para alose- xarlos formal e informalmente.

Pese a todo, estos sujetos con más o menos dificultad (normalmente mucha) van construyendo como pueden su identidad sexual en coherencia con su egosexuación y su autosexación. Y en contradicción -y en lucha- con las alosexaciones formales e informales en las que ellos son el objeto alo- sexado.

En ellos más que disarmonías internas (incoherencias de los diferentes niveles de sexuación) hay un conflicto que afecta a la construcción de su identidad sexual. Este conflicto se produce fundamentalmente entre su autosexación y los mecanismos alo- sexantes de los otros (incluso de ellos mis­mos) y frente a las alosexaciones formales de prescripción cultural. Esta discordancia ocurre justo porque, como ya se ha explica­do, los criterios alosexantes son siempre diferentes que los criterios autosexantes.

En nuestro tiempo y cultura, resolvemos este conflicto (en teoría, una vez constatadas las mínimas garantías de la firme adquisi­ción de una identidad consistente) con modi­ficación quirúrgica, endocrina, legal, etc. de los niveles de sexuación que consideramos como criterios fundamentales de alosexación (fundamentalmente los genitales, los carac­teres sexuales secundarios y el sexo legal).

 

Necesidad de reconocimiento social de la propia identidad sexual

Más arriba hemos hablado de inducción alosexante. Esto es, de los mecanismos que explícita o implícitamente articulamos para que los demás nos alosexen de un determi­nado modo. De este modo los objetos alo- sexados influyen en los mecanismos alose- xantes de los sujetos alosexadores. Este aspecto es central en la transexualidad por dos razones: por un lado el cómo sea alguien sexualmente clasificado determina cómo interactúan con él y su lugar en el mundo; y por otro lado, el cómo los otros -y él mismo- lo clasifiquen sexualmente condiciona la construcción de su identidad sexual. Pues también se siente hombre o mujer a través de cómo los otros lo sienten hombre o mujer.

Los transexuales resultan obsesivos en su esfuerzo por ser reconocidos en tanto lo que íntimamente se sienten. Cada quien con sus fuerzas, sus recursos y posibilidades, luchan (el verbo es muy adecuado) por lograr una identidad pública más armoniosa -o menos disarmónica- con su identidad privada. Cuantos he conocido directa o indirectamen­te, gastan cantidades inmensas de energía, tiempo y dinero en lograr el reconocimiento público de su identidad íntima. A veces dedican tanta energía en esta empresa que claudican del resto de las facetas de la vida; incluso haciendo de ésta la razón única y definitiva de vivir.

Es esta necesidad de reconocimiento público de su identidad sexual lo que puede llevarles a los tribunales para modi­ficar su nombre o su sexo legal, lo que explica la reiteración obsesiva por ser reconocidos en su grupo social y familiar por un nombre -siempre abiertamente sexuado- con el que ser llamados. Explica sus negativas o resistencias a usar su DNI en situaciones cotidianas (bancos, seguros, con­tratos laborales, etc.) y la insistencia de muchos de ellos/as por lucir los indicadores de subrayado sexual más notorios y llamati­vos que estén a su alcance.

Además de esta dimensión que es más pública, podemos encontrar este mismo fenómeno de necesidad de reconocimiento en la realización erótica llevada a cabo en la más absoluta de las intimidades. Allí donde supuestamente, y una vez cerrada la puerta, no hay más normas que las que allí dentro se dicten. En este terreno erótico también apa­rece de forma apremiante la necesidad de que el otro me clasifique, me reconozca, me trate, me interprete, me acaricie, me sienta etc. como del sexo que me identifico.

 

Tensión entre sexaciones

A lo largo de la biografía vital de los transexuales suelen producirse importantes tensiones entre hechos de sexación que lla­maré “competiciones sexantes”. Están, por un lado, la competición interna y, por otro, las competiciones externas.

La competición sexante interna se refiere a la contradicción que el transexual encuen­tra entre sus modos de alosexar a los demás (incluso el modo de alosexarse a sí mismo) y su modo de autosexarse. Pues los transexua- les también son sujetos alosexadores y no sólo objetos (mal) alosexados. Luego tam­bién tienen unos criterios de alosexación que operan sobre indicadores alosexantes y están sometidos por la fuerza de los inductores alosexantes. Esto es, juegan con las mismas reglas de sexación que el resto de los huma­nos. No tienen otras distintas para sí.

Entonces los transexuales también usan criterios alosexantes genitales y para ellos tam­bién tener pene/vulva es un inductor alosexa- dor que propicia etiqueta de hombre/mujer. Luego siendo poseedores de tales atributos también se alosexan a sí mismos con las categorías de alosexación habituales. Excepto por el fenomenal empuje de su con­vicción interna: la conciencia de su autose- xación. Pero la tensión existe y es vitalmen­te terrorífica.

Por otro lado, están las competiciones sexantes externas en las que compiten induc­ciones sexantes contradictorias. Básicamente están: por una parte, la inducción sexante ajena (familiar, educativa, cultural, terapéu­tica, etc.) que pretende producir en estos sujetos una autosexación coincidente con la alosexación formal; por otra, la inducción sexante propia (del propio transexual) que pretende producir alosexaciones formales e informales coincidentes con la propia auto- sexación.

Esta competencia con mayor o menor intensidad ocurre a lo largo de todas y cada una de las etapas de su vida. Ahora bien, en determinadas etapas de la vida, especialmen­te las primeras, la intensidad e hiperpresen- cia de esta competencia resulta desleal (desde luego especialmente lesiva). Pues esta competencia incrementa la disarmonía (la egodistonía) y dificulta el ajuste sexual (la adquisición de una identidad sexual firme). Conviene no incrementar, sino rela­jar esta tensión.

Sería deseable que recibiesen alguna ayuda temprana que les permitiese mejor salir de estas competiciones sexantes en las cuales suelen salir derrotados.

 

Qué podemos ofrecer los sexólogos clínicos a los transexuales

Los transexuales adultos -en tanto que tales- no sufren, per se, estado patológico ninguno. Ni mucho menos patología mental (por definición ha de descartarse ésta para ser así etiquetados). Son simple y llanamen­te uno más de las resultantes de la diversi­dad sexual. Y esto no es una afirmación políticamente correcta, sino resultado de evidencia científica constatada.

Sin embargo, los transexuales sí necesi­tan ayuda de profesionales “psi”, además, claro está, de otras ayudas profesionales (endocrinas, quirúrgicas, sociológicas, jurí­dicas, legislativas, educativas, laborales, etc.). Pero complementaria a todas ellas, los transexuales necesitan específicamente ayuda sexológica. Y este servicio sexológico habrá de ser ofrecido, evidentemente, por profesionales cualificados que ejerzan la clí­nica sexológica.

Ahora bien, si requieren tanta ayuda no es porque, de sí, su condición sea tan carente y necesitada; sino porque construyéndose a sí mismos en diálogo con un mundo que no tiene sitio para ellos, acaban pagando no sólo el peaje de su propias características sexuales, sino la plusvalía de esta interac­ción con un mundo cuya realidad sexual no los contempla.

Y en su caso no se trata sólo de un fenó­meno más de marginación social (política, legal, sexual, etc.), sino de una dificultad enorme para ser personas. Sobre todo - pues no puede ser de otro modo-, para ser perso­nas sexuadas, sexuales y eróticas.

Y esta es la razón por la cual los transe- xuales requieren profesionales de la sexo- logía clínica y la razón por la cual quienes trabajamos en sexología clínica tenemos algo que ofrecerles. Pues nosotros somos quienes nos dedicamos a estas tres cate­gorías humanas de: sexuados, sexuales y eróticos; en las cuales se producen la mayor parte de sus carencias y dificultades.

Aunque en un trabajo posterior explicaré esto con mayor detalle adelanto cuatro cam­pos de intervención sexológica con transexuales:

1. Informativa: que se entiendan a sí mis­mos en tanto que sexuados, sexuales y eróti­cos, y que entiendan las particularidades de su sexuación y de su sexación; que entien­dan los tránsitos del tratamiento: sus ritmos, las posibilidades y los problemas, los recur­sos y las carencias.

2.  De apoyo y seguimiento: facilitarles los tránsitos; prevenirles, entrenarles y apo­yarles frente a las múltiples adversidades; realizar informes y periciales; soporte psico- emocional; seguimiento del proceso, etc.

3.   Sexoterápico: que resuelvan en lo posible sus carencias sexuales y psíquicas personales.

4. De crecimiento erótico: que, entendida e integrada su sexualidad, activen en lo posi­ble su peculiar erótica y que ésta sea fuente de placer y bienestar.

Consejos a padres

Con frecuencia el profesional de la sexo­logía es consultado a propósito de un niño o niña de corta edad (primera y segunda infan­cia) que presenta juego infantil heterotípico y/o patrones de conducta heterotípicos. Incluso, además de lo anterior, niños o niñas con cierto discurso o conciencia -explícita o implícita- de su condición sexual contraria­da (nombre modificado, resistencia incondi­cional a determinadas acciones de alta signi­ficación sexual, etc.).

Tanto el juego infantil, como los patro­nes de gestuación y conducta heterotípicos deben ser tomados como predictores de posible transexuación cerebral. Estos predic- tores no son definitivos y definitorios, pero son indicativos. Desde luego, a falta de otros más fiables son lo mejor que tenemos.

Esta predicción de transexuación cere­bral no afecta necesariamente a la egosexua- ción, pues puede afectar a todos o a alguno de los otros niveles de sexuación cerebral sin incidir necesariamente en éste. La transe­xuación cerebral puede afectar a la sexua- ción erástica, a la sexuación del patrón de conducta, a la sexuación erótica, al patrón endocrino o a la sexuación de las habilida­des cognitivas y motóricas. Pero también puede afectar a la sexuación identitaria. A todas juntas o a algunas de ellas por separado. Siendo que no todas las posibilidades combi­natorias pueden darse, pues recuérdese que la sexuación opera con un orden evolutivo. Así que el suceso transexuante -sea cual sea- habrá ocurrido en un momento determinado y sus efectos no tienen ninguna retroactividad.

Es importante que cuantos interactúan con el pequeño/a sepan con prontitud que, en cualquier caso, su intervención educativa correctora no va a tener ningún éxito norma- lizador y sí múltiples efectos nocivos e inde­seables, tanto en el menor -en su desarrollo como persona, en las interacciones con él, etc.- como en las dinámicas que se estable­cen en los sistemas humanos en los que estos niños/as están insertos (familia, clase, grupo, etc).

En este sentido, el valor didáctico de la experiencia pasada con los zurdos puede darnos muy buenas pistas (y resulta espe­cialmente eficaz para que todo esto sea entendido en medios escolares). El mensaje respecto de esto es bien claro y puede resu­mirse con la siguiente frase: “durante mucho tiempo tratamos de corregir a los zurdos haciéndolos diestros y sólo logramos zurdos contrariados e infelices; eso sí, escribiendo con la derecha”.

Finalmente, se trata de aceptar lo que hay y de facilitarles el ingreso en un mundo que no está diseñado para ellos. Luego hemos de usar con ellos los dos principios rectores de la educación especial: normalización e inte­gración. Todo ello se soporta exclusivamen­te sobre un cimiento: la aceptación compren­siva y comprendida del niño o niña concre­tos. Digo comprensiva en cuanto a conteni­dos actitudinales; y digo comprendida en cuanto a contenidos cognitivos.

En estos casos el trabajo con los progeni­tores es fundamental. Pues todas las inercias producidas por el orden sexual juegan contra la buena praxis parental. Es fundamental que el profesional sea empático con el sufri­miento de los padres, pero que sea honrado y asertivo en la explicitación de lo que está ocurriendo. De lo que se ve y de lo que pasa por debajo de lo que se ve.

A mi juicio, es una mala y dolosa praxis profesional la que llamo “recetar tranquili­zantes”. Esto es: alimentar una esperanza desesperanzadora a base de no enfrentarse con los hechos o de escudarse en creencias mágicas (como que el tiempo arregla las cosas, que una adecuada reeducación puede encauzar el asunto, etc.).

Es fundamental el trabajo centrado en la desculpabilización intrínseca (los padres en mayor o menor medida siempre se sienten culpables) y en la mejora de los mecanismos psíquicos de manejo de la culpabilización externa (hagan lo que hagan, siempre serán culpados; incluso por el propio transexual).

Es importante que padres y educadores comprendan las dinámicas de tensión -las que antes hemos llamado competiciones sexantes- entre sexaciones e inducciones sexantes (internas y externas). Sobre todo para no hipertrofiarlas con su bienintencio­nada intervención.

Una última idea, si efectivamente son transexuales (si hubo transexuación prenatal que afectó el nivel de egosexuación), cuando antes se produzca la transexación y las intervenciones transexuantes de reversión, mejor. Tal y como están las cosas es proba­ble que la primera transexación formal, razonablemente temprana, de entre las posi­bles sólo pueda ocurrir en el ámbito estricta­mente familiar. Incluso con cierto secreto; al menos, reserva. Así pues pueden tomarse como recursos transexantes promovibles los siguientes: un nombre -incluso mote- fami­liar, un estilo de ropa, unos determinados accesorios; roles y tareas con significación sexual en el ámbito familiar, etc., etc., etc.

 


Notas al texto

1        Advertencia: En algún sentido este artículo es continuación de Homos y heteros. Aportaciones para una Teoría de la Sexuación cerebral. Si en aquel trabajo me centré en la orientación sexual, me dedico ahora a la identidad sexual. En cualquier caso, tanto allí como aquí hablamos de sexuación cerebral. He hecho un esfuerzo para, por un lado, no resultar repetitivo a quienes hayan leído aque­lla obra; y para, por otro, sí resultar comprensible a quienes no lo hayan hecho. Después de leerlo por vez última y antes de entregarlo, creo que los segundos han quedado mejor parados que los pri­meros. Lo cual lamento. Espero que me perdonen las reiteraciones - necesarias por otro lado- y confío compensarles con las modificaciones y mejoras.

2        Puede dirigirse correspondencia al autor en las siguientes direcciones: Joserra Landarroitajauregi. Centro de Atención a la Pareja BIKO ARLOAK. C/ Erdikoetxe 1 c, Entrepl. Bilbao 48014. E-mail: biko1@correo.cop.es.

3        En BSTc n° 3, año 2000.

4        Es etiqueta que se usa para definir al transexual que no desea cirugía de reasignación genital.

5        Mis neologismos se muestran, en su primera aparición, en versal y con un número entre paréntesis. La versal es para indicar que es término que propongo. El número es el localizador en el glosario de términos que he incluído al final.

6        Yo ya usé, irónicamente, este neologismo en 1994. Puede verse en ¿De la Sexología a la Generología?. BIS, n° 6.

7        Juan Fernández (1996).

8        Quizás convenga aclarar mi posición respecto a esto. Mi compromiso -científico y también político- es la sexología. Esto es bastante público y notorio: así que soy un sexologista. Y esto en tanto que promotor activo de una ciencia articulada e institucionalizada del sexo y en tanto que persona curio­sa que pretende conocer con rigor las cuestiones relacionadas con el sexo. En este sentido no sólo no comparto ningún afán abolicionista respecto a ninguna materia sexual -ni antisexismo, ni antihe­donismo, ni antipornografía, ni antierotismo, ni antisexualismo, ni antiprostitución, ni anticondón, ni ninguna otra.-, sino que me reconozco abiertamente un anti-abolicionista sexual. O si se prefiere, en relación a este caso concreto, se me puede definir como anti-antisexista. O mejor, aunque esto siempre lleva a equívocos sobre todo si son malintencionados: soy pro-sexista. Desde luego tengo un talante “muy a favor”, una actitud muy fílica y una disposición muy receptiva hacia todo lo rela­cionado con el sexo. Incluso el fenómeno de etiquetaje sexual.

9        Los norteamericanos usan esta perífrasis un tanto cursi -“palabra de cuatro letras”- para decir lo que en castellano llamamos palabrotas.

10      Puede leerse en Revista de Española de Sexología n° 1.

11      Amezúa (1999)

12      Puede leerse en Reseña de Teoría de los sexos en BIS n° 29. Año 2000.

13      Gorski (80), Swaab et al (1984,1985,1988, 1992 y 1995)

14      Hofman y Swaab (1989), Zhou et al (1995)

15      LeVay (1991)

16      Diamond (1989), Breedlove (1994 y 1999), Gorski (1999)

17      Allen et al (1989 y 1991)

18      MacLusky et al (1987), Maggi (1987)

19      DeLacoste-Utamsing y Holloway (1983 y 1986), Fitch et al (1991).

20      Madeira et al (1995), Micevych et al (1992).

21      Kruijver et al (2000).

22      Han (1999).

23      Mong (1996), McLusky (1981) Shankland (1995).

24      McCarthy et al (1997), Meisami et al (1998), Segovia et al (1996).

25      Hutchison et al (1997 y 1999), Naftolin (1991, 1994).

26      Dorner (1981, 1983 y 1988), Gooren (1986), Rodhe et al (1986), Segarra (1998).

27      Green (1978).

28      Hutchison (1978).

29      Friedman et al (1974), Girdano et al (1995).

30      Kimura (1992).

31      LaTorre et al (1976).

32      Miles et al (1998).

33      Cohen-Kettenis y van Goozen (1998), Gouchie y Kimura (1991).

34      Holtzen (1994).

35      Otros autores han usado otras terminologías: Milton Diamond usó para esto mismo centro de la elección de objeto sexual y Dorner, centro de la elección de pareja y también centro del aparea­miento.

36      Por cierto, menor pilosidad corporal no quiere decir ninguna. Las pieles depiladas de las mujeres occidentales actuales no son obra del sexo; sino de cremas, ceras, maquinillas, electrones y otros adminículos.

37      Por razones inexplicables en aquella obra apareció como inducción autosexante. Es un error que espero corregir en otras ediciones, si las hay.

38      Desde luego si la especie es sexuada, que no todas lo son.

39      Lógicamente suelen ser sujetos de transexación perinatal aquellos que no son fácilmente alosexa- bles mediante el mecanismo universal.

40       Se exprese o se omita, la etiqueta gínica es el modo primus interpares.

41      Perforación transabdominal del útero para la obtención de líquido amniótico.

42      Llamo ser sexuable a cualquier sujeto perteneciente a una especie sexuada.

43      Lo irreversible es el orden, no los sucesos. Por suerte en este caso -y también por desgracia en otros- podemos -y solemos- revertir sucesos.

44      Recuérdese que hemos dicho: definitoria porque establece la frontera sexual entre los colectivos sexuales y asigna cada elemento a su conjunto sexual; definitiva por que pretende trascenderse a sí misma (se presume sin final en el tiempo); y finalística porque sirve siempre a un mismo fin: filtrar cualquier interacción con los otros y con uno mismo.

45      Diamond (1977), Dorner (1998).

46      Kruijver, FP., Zhou, JN., Pool, CW., Hofman, MA., Gooren, LJ. y Swaab, DF. (2000): Male-to- female transsexuals have female neuron numbers in a limbic nucleus. J. Clin. Endocrinol. Metab, 85: 2034-41.

47       No siempre. Recuérdese que encabecé este artículo con una cita de Rusell Reid en este sentido de reconocimiento del error de alosexación.

48      La mayor parte de esta información terminológica la tomo de Anne Vitale en Transexualidad Primaria y Secundaria. Mito y realidad. Puede verse en BSTc n° 3.

49      Esta terminología se usa frecuentemente en investigación para evitar equívocos. El primer término indicaría el sexo de alosexación formal y el segundo el sexo identitario. Aunque realmente el primer acrónimo indica los caracteres sexuales originales y el segundo los caracteres sexuales de destino.

50       Nótese que he escrito deseo sexual con significado absolutamente diferente del que suele usarse que en realidad es deseo erótico. Deseo sexual dice -es intelectualmente humillante tener que aclarar lo que es de perogrullo - del deseo relacionado con el sexo; y sexo dice de la condición diferencial. Así que, lógicamente, deseo sexual se refiere a querer ser de un sexo. Y no a querer hacer un gesto erótico u otro con alguien o solo.

51      Ver Aspectos médicos del Desorden de la Identidad de Género en BSTc n° 3, 2000.

52      Wilson, P., Sharp, C. y Carr, S. (1999).

53      Weitze, C. y Osburg, S. (1996).

54      Bakker, A., van Kesteren, PJ., Gooren, LJ., Bezemer, PD. (1993).

55      van Kesteren, Gooren y Megens (1996).

56      Landen, M., Walinder, J., Lundstrom, B. (1996).

57      Landen, M., Walinder, J., Hambert, G. y Lundstrom, B. (1998).

58      Me resulta sorprendente constatar que los propios colectivos transexuales no incluyan la dimensión sexual y la erótica como campos de atención prioritarios en los protocolos que proponen.

 


Glosario de términos

1.       Sexación: etiquetación sexual.

2.       Sexar: clasificar según sexo; asignar eti­queta sexual.

3.       Inducción alosexante: participación acti­va del objeto sexado en la alosexación que otros hacen de sí. Manejo de los pro­pios indicadores alosexantes. Normalmente: subrayado u ocultación de caracteres sexuales.

4.       Mecanismos alosexantes: soportes materiales de la alosexación. Son tres: receptores, decodificadores y pre-esque- ma sexual.

5.       Transexuación: translación de la direc­ción sexual típica producida por un suceso transexuante. Forma especial de la sexuación en la que pueden diferen­ciarse dos tramos de sexuación típicos, pero sexualmente discordantes.

6.       Objeto sexado: quien es sexualmente etiquetado.

7.       Sujeto sexante (o sexador): quien reali­za la etiqueta sexual.

8.       Alosexación: etiquetación sexual de otros realizada sobre la base de indica­dores alosexantes y usándose criterios alosexantes. Reconocimiento sexual.

9.       Criterios alosexantes: establecimiento de jerarquías para la resolución de incon­gruencias entre indicadores alosexantes.

10.    Autosexación: autoetiquetación sexual. Resultante primero de la egosexuación.

11.    Inductor de alosexación: indicador alo- sexante de máxima jerarquía. Esta jerar­quía le es asignada en virtud de los cri­terios de alosexación.

12.    Pre-esquemas de sexación: mecanismo decodificador -cognitivo o precogniti- vo- que convierte los estímulos con sig­nificado sexual en una etiqueta sexual.

13.    Ginizar: en relación a la sexuación, feminizar.

14.    Andrizar: en relación a la sexuación, masculinizar.

15.    Andrógenos: cualquier agente sexuante con capacidad de andrizar (sea, o no, hormonal).

16.    Ginógenos: agente sexuante con capaci­dad de ginizar.

17.    Ginandria: referido a los resultantes tanto gínicos como ándricos que el pro­ceso de sexuación produce siempre en un mismo sujeto.

18.    Egogínico: que se tiene a sí misma por hembra (en relación a la autosexación).

19.    Egoándrico: que se tiene a sí mismo por macho (en relación a la autosexación).

20.    Ginerasta: que siente deseo erótico por hembras.

21.    Andrerasta: que siente deseo erótico por machos.

22.    Organización: uno de los dos modos de operación de la sexuación: transforma definitivamente una estructura asexuada y sexuable en una estructura sexuada.

23.    Activación: el otro de los dos modos de operación de la sexuación: transforma mudablemente una estructura sexuada y sexuable en una estructura sexuada más sexuada. Normalmente usa de un agente sexuante que andriza o del potencial gíni- co por omisión.

24.    Agente sexuantes: quienes tienen capa­cidades de producir diferenciación sexual. Son de cuatro tipos: genéticos, hormonales, neuronales y meméticos.

25.    Andrógenos hormonales: tradicional­mente denominados como andrógenos. Hormonas con acción masculinizante; normalmente esteroides gonadales.

26.    Precursor dimórfico: tipo de precursor indiferenciado (pre-estructura asexuada y sexuable) constituido por dos subestructu- ras: la protogínica y la protándrica.

27.    Precursor intersexual: tipo de precursor indiferenciado (pre-estructura asexuada y sexuable) constituido por una única estruc­tura protogínica susceptible de andrizarse.

28.    Egosexuación: nivel de sexuación cere­bral que determina la autosexación. Parece que la estructua neuronal que se sexua es BSTc.

29.    Actores de la alosexación: quienes par­ticipan en el acto alosexante. Son dos: sujeto sexador y objeto sexado. El obje­to sexado no es pasivo, participa mediante la inducción alosexante.

30.    Alosexación informal: acto cotidiano de categorización sexual.

31.    Alosexación formal: acto solemne de categorización sexual con transcenden­cia pública y formal.

32.    Alosexación neonatal: sexo de asigna­ción. Se corresponde con el sexo legal.

33.    Transexación perinatal: o también rea- losexación perinatal. Habitualmente denominada como sexo de reasignación o reasignación sexual. Se refiere a la modificación de la etiqueta sexual pre­viamente asignada.

34.    Alosexación olímpica: alosexación for­mal que determina si alguien puede, o no participar en las modalidades depor­tivas femeninas.

35.    Transexación legal: o también realosexa- ción judicial. Modificación legal de la etique­ta sexual en acto jurídico (o administrativo).

36.    Transexación: modificación de la eti­queta sexual previamente asignada.

37.    Suceso transexuante: acción -fisiológi­ca, accidental o incidental- que propicia una translación de la sexuación típica. Cambio de agujas.

38.     Gínico: etiquetado como femenino (relativo a sexuación).

39.     Ándrico: etiquetado como masculino (relativo a sexuación).

40.     Indicadores alosexantes: estímulos con significado sexual (normalmente caracte­res sexuales) sobre los cuales opera la alosexación.

41.     Protogínico: Material primigenio, aún no sexuado pero sexuable, que tiene un potencial sexuante gínico.

42.     Protándrico: Material primigenio, aún no sexuado pero sexuable, que tiene un potencial sexuante ándrico.

 

 

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TRANSEXUALIDAD:
UNA REVISIÓN DEL ESTADO ACTUAL DEL TEMA

 

Mercedes García Ruiz *, Ricardo de Dios del Valle **

* Sexóloga. Psicóloga. C/Las Eras 16. San Claudio. 33191 Oviedo. E-mail: mgarcia@correo.cop.es
** Sexólogo. Médico. C/Avda Torrelavega 62-3° G. 33010 Oviedo. E-mail:
ricardodios@jazzfree.com

 

La transexualidad es un fenómeno que ha puesto en entredicho los conocimientos actuales sobre el proceso de sexuación del ser humano y más concretamente sobre la identidad sexual. A lo largo de este artículo pretendemos exponer una revisión de los conocimientos actuales sobre el tema, incluyendo desde una perspectiva histórica, hasta una definición del problema, así como los intentos de explicar las causas de la transexualidad, cómo diagnosticarla y que ofertas terapéuticas existen en la actualidad. Creemos que este tema es de gran interés para los sexólogos ya que puede ser una problemática a la que enfrentarse en la práctica clínica diaria y, por otro lado, sigue constituyendo un reto para la investigación en el campo de la sexología.

 

Palabras clave: Transexualidad, revisión, sexología.

 

TRANSEXUALISM: AN ACTUALITY REVIEW

 

Transexualism is a phenomenum that has moved the actual knowlegments about the sexua- tion process in human being, and, especially, about the sexual identity. The aim of this arti- cle is to review the actual knowlegments about this concern incluiding the history, the con­cept of this problem, and some explanations about the transexualism's causes, how to diagnose it and the actual treatments. Authors know the interest of this concern for sexologists becau- ses this can be a problem in the daily practice. However this is a challenge for research in sexology.

 

Keywords: Transexualism, review, sexology.

 

 

La transexualidad en la historia

Friedreich (1830) ya describía el caso de hombres que tenían la “ilusión” de ser muje­res. Esquirol (1845), Westphal (1869) y Krafft- Ebing (1884) describieron fenómenos que tenían algunos aspectos de la transexualidad. Marcusse en 1916 describe un tipo de inver­sión psicosexual que se caracterizaba por bus­car un cambio de sexo. En 1931, Abraham des­cribe el primer caso de un paciente sobre el que se realiza una intervención quirúrgica de reasignación de sexo. El término fue utiliza­do en primer lugar por Cauldwell en 1950 y popularizado por Harry Benjamin durante los años sesenta. Pero ya tenemos referencias ante­riores de personas transexuales. Así, James Barry (1795-1865), cirujano de la Armada

inglesa, que a su muerte proclamó que era una mujer. Otro caso notorio fue el de William Sharp (1855-1905), que en la última década de su vida se hizo llamar “Fiona MacLeod”, y comenzó a escribir con este nombre dando a conocer su verdadera identidad a su muer­te. La doctora Mary Walker sirvió en el ejér­cito de los Estados Unidos en la guerra civil y reclamó en el Congreso el derecho a llevar pantalones, sufriendo gran exclusión social por vestirse con el traje masculino. Charles Durkee Pankhurst conducía diligencias entre ciudades del oeste americano a finales del siglo XIX; a su muerte se supo que era una mujer. Havelock Ellis recogió también diversos ejem­plos de transexuales femeninas. Estos casos y muchos otros existentes en la literatura de todo el mundo nos demuestran que la transexuali- dad ya existía mucho antes de que la cirugía permitiese el cambio de sexo. No debemos olvidar que en los casos expuestos anterior­mente y en otros descritos en la literatura no se puede diferenciar fácilmente la transexua- lidad y el travestismo. Muchas personas se atrevieron a vivir como personas de otro sexo sin cirugía de reasignación y sin otras ayudas terapéuticas, intentando ser felices, aunque viviendo siempre con el miedo a ser descu­biertos (Bullough, V., 1998).

 

¿Qué entendemos por transexualidad?

El término travestismo se debe a Hirschfeld que publica en 1910 “Die travestitm: eina untersuchung über den erostischen Verkleu- dungstrieb mit urmfangreichmen easmistis- chem und historischmen material” (Los tra­vestís: una investigación sobre la pulsión erótica de transvestirse).

Magnus Hirschfeld (1923) utilizó el tér­mino “Elischer Transsexualisms”, transexua- lismo psíquico, transexualismo del alma, dis­tinguiéndolo de la corporeidad ginandromorfa en la intersexualidad en su obra sobre “Estados intersexuales. La mujer masculina y el hom­bre femenino”.

El término transexual aparece por primera vez en la literatura profesional en el trabajo de Hirschfeld (1923). En éste todavía no se había hecho una distinción entre travestismo, homo­sexualidad afeminada y transexualismo.

Es a comienzos de los años 40 cuando el término se empieza a usar en sentido moder­no, para señalar a individuos que desean vivir (o viven actualmente) de manera permanente en el papel social del género opuesto y a quie­nes desean ser sometidos a reasignación de sexo (Cauldwell, 1949). Cauldwell (1949) publicó en “Sexology” un artículo titulado “Psychopathia transexualis”, término cons­truido según el modelo de Psychopathia Sexualys de Kraft Ebing.

La primera conferencia en la que el término “transexualismo” se utilizó tuvo lugar el 18 de diciembre de 1953 en la Academia de Medicina de Nueva York y poco antes de ese simposio (publicado en 1954) fue consagrado el traves- tismo y el transexualismo por Harry Benjamin (1953) quien había publicado el primer artícu­lo sobre el transexualismo “Travestism and Transexualism” en la revista International Journal of Sexology. A partir de esta utilización se impone el término.

H. Benjamin (1966) publica “The Transexual Phenomenon” donde escribe:

“Los verdaderos transexuales sienten que pertenecen al otro sexo, desean ser y funcio­nar como miembros del sexo opuesto, y no solamente parecer como tales. Para ellos sus órganos sexuales primarios (testículos), lo mis­mo que los secundarios (pene y el resto), son deformidades desagradables que el bisturí del cirujano puede cambiar seguramente por los grandes progresos recientes de la endocrino­logía y de las técnicas quirúrgicas”.

Benjamin se va a referir fundamentalmen­te al transexualismo del varón. Alby (1956) se refiere también al transexualismo de la hem­bra e introduce el término “error de la natura­leza” que a menudo es utilizado por los y las transexuales: “Más a menudo, hombres que mujeres, esos sujetos normalmente constitui­dos, tienen el sentimiento de pertenecer al sexo opuesto y demandan una transformación mor­fológica por medio de la cirugía plástica y la administración de hormonas, para corregir lo que consideran como un error de la naturale­za”.

Hasta 1962, los artículos que se refieren al transexualismo se clasificaban bajo la rúbrica de Sexual Desviation, después Sex Desviation, y a partir de 1963, bajo la rúbrica de Transvestismo. La rúbrica Transexualidad apareció en 1968. Para que el término se impusiese pasaron quin­ce años, después de la invención del mismo por Benjamin.

Stoller (1968) publica “Sex of Gender” en su volumen I: “El transexualismo es la con­vicción de un sujeto biológicamente normal, de pertenecer al otro sexo. En el adulto, a esta creencia le acompaña, en nuestros días, la demanda de intervención quirúrgica y endo- crinológica para modificar la apariencia anató­mica en el sentido del otro sexo”. Sobre esta convicción Stoller añade que es permanente e inquebrantable.

Person y Ovesey (1974) dan una definición breve, refiriéndose a la resolución o al deseo de reasignación del sexo por medio de las hor­monas y la cirugía: “Definiríamos el transe- xualismo como la resolución o el deseo de rea­signación del sexo por medio de hormonas y cirugía en las personas biológicamente nor­males”. Introducen así una distinción entre la transexualidad primaria y secundaria.

Basándose en estudios sobre hermafrodi­tismo, Money (1994) propuso un concepto bivalente considerando los aspectos de la identidad de género/rol de género. Según Money, rol de género es la manifestación pública de la identidad de género. El transe- xualismo sería entonces resultado de una incongruencia entre el sexo asignado y el ambivalente concepto de identidad de géne­ro/rol de género. Por otra parte en los tran- sexuales, el rol de género está al mismo tiem­po seriamente bloqueado.

En el DSM III (1980), entre los Trastornos Psicosexuales, los trastornos de la Identidad Sexual se caracterizan porque el individuo tie­ne sentimientos de malestar e inadecuación sobre su sexo anatómico, así como conductas persistentes, generalmente asociadas al sexo contrario. Como categoría diagnóstica el tran- sexualismo se refiere a un sentimiento persis­tente de malestar y de inadecuación respecto al propio sexo anatómico y un deseo persis­tente de liberarse de los propios genitales y de vivir como miembro del otro sexo.

En el DSM IV (1995) aparecen como sec­ción los trastornos sexuales y de la Identidad Sexual caracterizándose por una identificación intensa y persistente con el otro sexo, acom­pañándose de malestar persistente por el pro­pio sexo.

El CIE-10 (1992) define tres trastornos dife­rentes: trastorno de la identidad sexual en la infancia, travestismo de rol doble y transexua- lismo que se refiere a la identificación acusada y persistente con el otro sexo o sentimiento de inadecuación con su rol. La alteración no coe­xiste con una enfermedad intersexual. La alte­ración provoca malestar clínicamente signifi­cativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

En estos individuos, la identificación de género, pero no el rol de género, puede estar en oposición a su sexo de asignación.

En el sistema de Clasificación de Enferme­dades Psiquiátricas, el transexualismo apare­ció en 1980 (DSM III, 1980). En la versión más reciente el término “transexualismo” se abandonó y en su lugar se usa el término Desorden de Identidad de Género (DIG).

 

Prevalencia de la transexualidad

La prevalencia de la transexualidad en per­sonas mayores de 15 años está basada en el número de transexuales que han sido tratados en los centros más importantes. Este número varía según el estudio. Así se han aportado datos de prevalencias de 1:100.000 en varones y de 1:400.000 en mujeres en un estudio rea­lizado en USA en 1968. En estudios más recientes como los realizados en Holanda

(1990)     se muestra una prevalencia de 1:11.900 varones y 1:30.400 mujeres. El hecho de que estudios más recientes muestren prevalencias cada vez mayores se podría explicar por la difi­cultad para la reasignación de sexo existente en los años 70 y 80 o el estigma social que conlle­vaba en aquella época. Otro elemento que pue­de explicar las diferencias es la diferente meto­dología utilizada en los diversos estudios. El DSM-IV sugiere una prevalencia del 1:30.000 en varones y 1:100.000 en mujeres. La inci­dencia de la transexualidad se estima entorno a 0.15 por cada 100.000 personas y año (Landén, M., Walinder, J. y Lundstrom, B.

1996).

 

¿A qué se debe la transexualidad?

 

Factores biológicos

El proceso de diferenciación sexual no se acaba con la formación de los genitales exter­nos, a pesar de ser éste el criterio para asignar el sexo al recién nacido, sino que también otros órganos de la anatomía humana sufrirán el pro­ceso de diferenciación sexual. Sin duda, entre ellos el más importante es el cerebro. Una dife­renciación sexual del cerebro como hombre ocurre en presencia de suficientes niveles de testosterona durante el período crítico de dife­renciación sexual cerebral mientras que en ausencia de la misma se diferencia hacia hem­bra. En estudios con animales se observó que la presencia o ausencia de testosterona influía en la morfología de ciertos núcleos cerebrales (Arnold et al. 1984; Breedlove, 1994; McEwen, 1981). Otro efecto de la testostero- na es que anula la capacidad de respuesta de la hormona LH para responder a un estímulo estrogénico.

Las hipótesis que pretendían explicar la causa de la transexualidad desde la perspecti­va biológica se basaban todas ellas en una idea común, la supuesta discordancia entre la dife­renciación sexual de los genitales y del cere­bro, pensando que el cerebro era el sustrato anatómico de la identidad sexual. La investi­gación biomédica en este sentido se ha cen­trado en tres direcciones principales:

Identidad de género en personas con una historia endocrinológica anormal durante la gestación (exceso de andrógenos en hembras o escasez de los mismos en machos). Dentro de esta línea de investigación se estudiaron individuos XX que habían padecido una hiper- plasia adrenal congénita, enfermedad que pro­voca la existencia de niveles altos de andró- genos durante la gestación. Se pensó que estos individuos sometidos a altos niveles de tes- tosterona tendrían un desarrollo de identidad sexual de varón, incluso habiendo sido edu­cados como niñas. Muy pocos casos se han encontrado en los que haya ocurrido esto (Meyer-Bahlburg, 1993) y suele ser en indi­viduos con ambigüedad genital que se han identificado como niños al nacimiento y desa­rrollaron una identidad masculina acorde al sexo asignado. Las niñas a las que se les asignó una identidad femenina no desarrollaron pro­blemas de identidad, aunque mostraban gran interés por juegos activos y un elevado gasto de energía (Money y Schwartz, 1977). En la mayoría de los casos no tuvieron ningún pro­blema de identidad sexual (Cohen, P. y Gooren, L., 1999). Otros casos estudiados fue­ron los de hombres expuestos durante su ges­tación a progestágenos y a estrógenos, como el dietil-estilbestrol, fármaco utilizado entre los años 1940 y 1970 con objeto de evitar abor­tos accidentales. Algunos estudios como los de Kester, Green, Finch y Williams (1980) apuntaban que los varones expuestos a estas sustancias presentaban una gran incidencia de problemas de identidad u orientación sexual. Estos datos no se confirmaron en el segui­miento de hombres expuestos a estas sustan­cias (Coleman, E. Gooren, L. y Ross, M., 1998). Otros casos estudiados fueron los de individuos que padecían el déficit de la 5-alfa- reductasa, individuos que habían nacido con genitales externos femeninos y habían sido educados como niñas; en la pubertad no se pro­dujo la telarquia (desarrollo de las mamas) y el clítoris se agrandó mucho hasta parecerse a un pene; también ganaron masa muscular y la voz se hizo más grave. En este síndrome la tes- tosterona no se puede transformar en dihidro- testosterona, la cual es responsable de la dife­renciación de los genitales en dirección masculina; los genitales internos y cerebro son sensibles a la testosterona. Estos individuos al llegar a la pubertad asumieron sin dificultad la identidad de género masculina cuando sus cuerpos se virilizaron (Wilson, J., Griffin, J. y Russel, D.; 1993., Levay, S., 1993).

El tipo de respuesta de la LH al estímu­lo estrogénico. Analizado en los trabajos con mamíferos inferiores y en un trabajo realiza­do por Dorner et al. en 1975. Se creía que la regulación neuroendocrina de la LH era un indicador seguro de la diferenciación sexual del cerebro. Se pensó que en los transexuales de hombre a mujer tendría una respuesta que se asemejase a lo que ocurre en las mujeres, es decir, una elevación de la LH tras la esti­mulación estrógenica, como consecuencia de una exposición prenatal a niveles desajusta­dos de esteroides sexuales y se esperaba que ocurriese lo contrario en los transexuales de mujer a hombre (Cohen-Kettenis, P. y Gooren, L., 1999). Estudios posteriores (Gooren, 1986) demostraron que en transexuales de hombre a mujer tenía una respuesta similar a hombres heterosexuales y que después de la realización de la orquidectomía y tratamiento con estró- genos mostraban un cambio en la respuesta (Coleman, E., Gooren, L. y Ross, M., 1998). Estos estudios nos indican que la respuesta de la LH a los estímulos estrogénicos no viene determinada de forma definitiva por lo ocu­rrido durante el período prenatal.

La morfología de los núcleos cerebrales. La tercera línea de investigación desarrollada se centró en la localización de núcleos cere­brales sexualmente dimórficos con respecto a su tamaño o forma. Los núcleos sexualmente dimórficos son: el núcleo del área preóptica del hipotálamo, el SDN-POA, dos grupos celu­lares del hipotálamo anterior (INAH-2, INAH- 3) y una parte del componente postero-medial del núcleo que hace de lecho de la estría ter- minalis (BNST-dspm), el núcleo supra- quiasmático (SCN), y la subdivisión central del núcleo denominado lecho de la estría ter- minalis (BSTc). Estas diferencias sexuales son sugestivas para subrayar las diferencias sexua­les en la identidad de género, en la reproduc­ción y en la orientación sexual (Cohen, P. y Gooren, L., 1999). El estudio que más luz apor­ta sobre la posible existencia de núcleos sexualmente dimórficos como causa de la tran- sexualidad es el que realizó Zhou, en el que encontró en seis transexuales de hombre a mujer que el BSTc era más pequeño que en los varones biológicos y coincidía con el ran­go del tamaño que tiene en las mujeres. Zhou et al. fueron los primeros que demostraron una estructra cerebral femenina en transexuales genéticamente varones. En personas no tran- sexuales que han estado tomando estrógenos por razones médicas no se encontró el BSTc más pequeño, indicándonos que las diferen­cias no han sido debidas al tratamiento hor­monal ni a otros factores como edad u orqui­dectomía (Zhou, J., Hofman, M., Gooren, L. y Swaab, D., 1995).

No existen evidencias definitivas sobre el ori­gen biológico de la transexualidad; los últimos estudios sobre la morfología de los núcleos cere­brales realizados por Zhou aportan una esperanza de llegar a conocer algo más sobre las causas de la transexualidad.

 

Factores Psicológicos

Marañón (1930) señalaba que en los casos en los que el sexo declarado en el momento era discordante con el sexo biológico en la ado­lescencia, los factores ambientales, especial­mente los educativos, son determinantes para la psique del sujeto. De este modo, prefigura la idea de que el sexo de asignación prevale­ce sobre el sexo biológico e introduce en el hermafroditismo una ruptura entre lo dado cor­poral y lo adquirido psíquico. Por otra parte, la noción de “cambio de sexo” aparece para clarificar prácticas médicas quirúrgicas hasta ese momento carentes de nombre.

Money (1955) y sus colaboradores psi­quiatras en el Hospital de Baltimore, afirman, a partir de setenta y seis casos de intersexua- lidad, que el género de un sujeto se fija defi­nitivamente en la edad límite de dos años y medio. La fijación de la identidad de género permite justificar la elección de la modifica­ción del cuerpo de los transexuales ya que apa­rece como más maleable que la psiquis.

Para Harry Benjamin (1967) el transexual tiene un problema de género definido como “la armonía y la uniformidad de la enferme­dad psicosexual” se origina en la psiquis, en oposición a lo morfológico denominado sexo. Las opciones de Benjamin sobre las causas y el tratamiento del transexualismo son relati­vamente simples. Ninguna explicación de tipo psicológico le convence y en su opinión el tran- sexualismo sólo puede ser una perturbación constitucional (genética u hormonal) cuyas modalidades aún no han sido descubiertas: señala que no es posible encontrar constantes etiológicas, en los relatos de los numerosos transexuales.

Para Money (1977) el elemento central está en la “secuencia de la diferenciación” que comienza con el dimorfismo de los cromoso­mas sexuales y prosigue con la diferenciación de los órganos reproductores internos y luego de los órganos genitales externos que conlle­van una asignación diferencial del sexo en el nacimiento, luego del sexo de educación (iden- tidad/ rol de género infantil), la diferenciación hormonal en la pubertad y, finalmente, la iden­tidad /rol de género en la edad adulta, que incluye especialmente comportamientos dife­renciados en materia de erotismo y amor. Money incluye elementos innatos, biológicos, y elementos adquiridos, sociales. La diferen­ciación sexual la plantea desde un ángulo inte- raccionista, donde las categorías biológica y social pertenecen a un continuo. Otro concepto clave que plantea es el de periodo crítico (un código interno se expresa en la medida en que no sufre interferencias del entorno durante el periodo crítico). El proceso de codificación implica una programación por parte de los padres, pero no se trata de un proceso pasivo, el niño es el que codifica. La diferenciación se opera gracias a dos mecanismos: la identi­ficación (comportarse como un miembro de su sexo) y la complementariedad (reaccionar a los comportamientos de los miembros del otro sexo por medio de comportamientos com­plementarios o recíprocos). Una discordancia entre los estímulos emitidos por los padres es una causa mayor de anomalía de la identidad /rol de género. Plantea también que los tabúes que pesan sobre la sexualidad infantil impiden que los niños “repitan” su rol sexual adulto.

Money (1955) en el ámbito familiar alude a “una insuficiente estimulación táctil, dema­siada proximidad personal, enfermedad o muerte de pariente, conflictos familiares en los que el niño es un peón, exploración atípi- ca, actividades o juegos sexuales de impacto demasiado espectacular, el equívoco o la ambigüedad de las expectativas paternas fren­te a la masculinidad o la feminidad de sus hijos-as”. Todas estas actitudes y sin duda otras agregadas a una predisposición hormonal pue­den producir transposiciones de género.

Stoller (1968), marca el desarrollo del con­cepto de transexualismo y de la práctica del “cambio de sexo” desde finales de los 60 has­ta la actualidad. Para Stoller el sexo y el géne­ro siguen estando vinculados por una relación determinista a través de la diferenciación sexual probable del cerebro. Distingue tran- sexualismo primario, caracterizado por una ausencia casi total de deseos y de prácticas sexuales; en tanto que en el secundario, el deseo de cambiar de sexo se declara tardía­mente, tanto en los travestis heterosexuales como en los homosexuales afeminados.

Stoller (1975) define, por lo tanto, el sín­drome transexual a partir de una etiología específica y no acepta el “cambio de sexo” sal­vo en el caso de los individuos que corres­ponden a la definición del transexualismo pri­mario. Para los varones esta etiología se articula esencialmente alrededor de un cierto estilo de relación con la madre: contacto cor­poral muy frecuente e intenso entre la madre y el niño, extremada permisividad de la madre, lo que acentúa y prolonga una unión en la que el niño y la madre son uno solo y que el padre, pasivo y distante, no rompe.

Las madres se definen como bisexuales, es decir, al mismo tiempo femeninas y mari­machos, en su comportamiento y en su aspec­to, con un sentimiento de neutralidad sexual que se inscribe en un fondo depresivo. Expresan un profundo sentimiento de vacío, vinculado con una relación también vacía con la propia madre, relación que no ha sido com­pensada por el padre. El padre del joven tran- sexual está “dinámicamente ausente”. En cuan­to al niño, se caracteriza por una belleza que, desde el nacimiento, favorece un mayor vín­culo físico por parte de la madre y la fantasía de una feminidad natural de su hijo; muestra un temperamento particularmente creativo y “artístico”.

Las hipótesis etiológicas de Stoller no dan cuenta del transexualismo femenino. Se con­forma con postular un desarrollo simétrico (ausencia de una simbiosis feliz entre la mujer y la madre, impulso del padre a la masculini- zación).

Catherine Millot (1986) plantea que Stoller en “Sex and Gender” hace del transexualismo femenino un problema de identificación: resul­taría una especie de simbiosis con el padre. La etiología sería de alguna manera inversa a la del transexualismo en el varón. Stoller plan­tea que lo que masculiniza a la niña tal vez se debe a una presencia excesiva del padre y una ausencia excesiva de la madre. Así pues, se podría proponer la hipótesis de que el transe- xualismo es mucho más raro en las niñas que en los niños, porque es mucho más verosímil que haya una madre excesivamente próxima, antes que una madre ausente y un padre exce­sivamente próximo.

Person y Ovesey (1973) formulan una crí­tica moderada y limitada a las concepciones de Stoller. Discuten la tesis según la cual la identidad femenina es el resultado de una fusión prolongada con la madre. Sostienen, por el contrario, que estos sujetos construyen una identidad sexual ambigua, en el marco de un deseo o de una fantasía de fusión, cuya fun­ción es defensiva, frente a su angustia de sepa­ración de la madre.

Para L. Lothstein (1977) el transexualis- mo femenino es esencialmente una perturba­ción del self system que refiere a la patología del narcisismo y la personalidad bordelaine. Se arraiga en el periodo pre edípico y en la dinámica familiar intergeneracional. La niña es designada por su familia, y especialmente por su madre, para convertirse en transexual. Esta actitud precoz de los padres obstaculiza en la niña la formación de la imagen de sí mis­ma, pero también la del Yo. Éste se identifica con la visión de la feminidad propuesta por sus padres y separa sus componentes bise­xuales en un ser femenino “absolutamente malo” y en un ser masculino “absolutamente bueno”.

Lothstein señala el carácter primitivo de las defensas usadas por los transexuales (dene­gación, proyección, identificación proyectiva, descisión) como parte de la organización bordelaine de su personalidad y signo de una falla fundamental en la estructura del yo.

Para Lacan una de las claves para com­prender la transexualidad consiste en la fór­mula de la metáfora paterna. La relación de la madre con el niño se reduce a una relación dual, en la que el niño está identificado al falo que le falta a la madre. En virtud de esa iden­tificación, el psicótico se ve feminizado, “Por deber ser el falo -escribe Lacan- el paciente se consagra a volverse mujer”.

El transexualismo puro dice Millot no con­lleva síntomas psicóticos en el sentido psi­quiátrico del término. El síntoma transexual funcionaría como suplencia del nombre del padre, en tanto que el transexual tiende a encar­nar a la mujer.

Safonan y Alby (1956) creen que el recha­zo transexual de la masculinidad es psicótico y que se trata de una psicosis sin delirio apa­rente. La castración está enquistada, no sim­bolizada y aparece en lo real, lo que indica la presencia del delirio y la psicosis.

Según Green (1990), y en el marco de una reflexión general sobre la bisexualidad psíqui­ca, el desarrollo psicosexual y el narcisismo, la “psicososis transexual” constituye “la alie­nación sexual más extrema”. “El transexualis- mo apunta a la expulsión, a la erradicación total del falso sexo real, para darle la mayor existencia posible al verdadero sexo imagina­rio camuflado”. Esta paradoja del transexua- lismo proviene de que para Green existen “experiencias psicóticas normales”. La primi­tiva de esas experiencias y prototipo de todas sus relaciones de amor ulteriores, es la rela­ción primitiva entre el lactante y la madre, y que constituye según Green una experiencia psicótica. Las opiniones de Green sobre el transexualismo se integran en una concepción sobre la sexuación. El primer organizador, en el proceso de sexuación, es la atribución de género por parte de los padres. Las fantasías de los padres y sobre todo de la madre, así como las del propio sujeto, se articulan por un lado, con la percepción que el sujeto tiene sobre su propio cuerpo y al mismo tiempo del género que se le atribuye, para crear un con­flicto psíquico, que se expresa en la fantasía de la escena primitiva, segundo organizador: este conflicto se refiere al sexo del individuo en tanto depende "de la manera en que es vivi­do y percibido por su madre y su padre, de sus deseos convergentes o divergentes, de la manera en que se vive y se percibe a sí mismo en deseos convergentes o divergentes. Este conflicto se vincula tanto con el narcisis­mo del individuo como con sus pulsiones de destrucción".

En este marco teórico la “convicción transexual” y la demanda de cambio de sexo sólo pueden comprenderse como un proceso. En otros términos, la identidad sexual de los tran- sexuales debe analizarse como una construc­ción e, incluso, como una transformación, es decir, que hay que tener en cuenta al mismo tiempo procesos primarios (la individuación) y procesos secundarios (la sexuación y la diná­mica de las identificaciones).

Para la corriente etnometodológica (1950), el género o, mejor dicho, el hecho de que un indi­viduo sea hombre o mujer y de que sea tratado como tal, se sitúa como una de las categorías mentales que los miembros de la sociedad con­sideran “evidentes”, en tanto se construyen per­manentemente en todas sus interacciones.

Según Garfinkel (1967), para que la dife­renciación entre hombre y mujer funcione debe ser considerada como “algo natural”, ser con­siderada una “realidad”. La seguridad se pro­duce al haber sido criada como una mujer, “con órganos genitales femeninos”. Aquellos que funcionan como insignias de la pertenencia de un individuo a una categoría de género, son denominados “órganos genitales culturales” para mostrar el hecho de que en su función de insignia, son construidos durante las interac­ciones sociales.

Cohen y Gooren (1999), en su revisión sobre el transexualismo, plantean que los estu­dios de carácter retrospectivo realizados en transexuales adultos muestran diferencias en el tipo de crianza que han tenido en su infan­cia. Los transexuales de hombre a mujer carac­terizan a sus padres como menos emotivos, con más rechazo hacia ellos y dicen sentirse más super controlados. Las transexuales de mujer a hombre señalan que ambos, tanto el padre como la madre, las rechazaban y eran menos afectivos emocionalmente, aunque seña­laban que sus madres las super-protegían. La influencia de los padres, como factor que con­tribuye al desarrollo de una DIG, parece encontrar algún apoyo en estos hallazgos. Es concebible, mientras tanto, que las carac­terísticas ambientales, tales como el tipo de crianza, asociadas con una situación psicopa- tológica de los padres, -a lo que se añade una constelación de factores familiares-, pueden encabezar algunos de los desórdenes de iden­tidad de género.

 

Diagnóstico

El diagnóstico de las alteraciones de la identidad sexual ha sufrido cambios drásticos a lo largo de los últimos 30 años. Las prime­ras descripciones de lo que se denominó una conducta sexual “incongruente” sin otras anor­malidades físicas o biológicas detectables datan de Green y Money (1991) y las primeras lis­tas diágnósticas son de 1968 (Noshpitz, 1991). El transexualismo ha sido eliminado como diagnóstico independiente en el DSM-IV (APA, 1994) pero permanece en la CIE -10 (OMS, 1992).

La ubicación de estos trastornos dentro de las clasificaciones al uso también ha cambia­do: en el DSM -III se incluyeron dentro de los trastornos psicosexuales. En su versión revi­sada (DSM-III-R) aparecieron en el epígrafe trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia; la CIE-10 los ha englobado dentro de los trastornos de la personalidad y comportamiento del adulto y, finalmente, el DSM IV los ha vuelto a definir en un aparta­do específico (trastornos de la conducta e iden­tidad sexual).

Los criterios para el diagnóstico de Transexualismo son (DSM III-R):

          sensación de malestar y de inadecuación respecto al propio sexo anatómico

          deseo de liberarse de los propios genita­les y de vivir como un miembro del otro sexo

          la alteración ha persistido al menos duran­te dos años. Ausencia de intersexualidad físi­ca o anormalidad genética

no ser debido a otra enfermedad mental como, por ejemplo, la esquizofrenia

De forma genérica (CIE-10 o DSM IV) los niños o niñas con un Trastorno de la Identidad Sexual (TIS) manifiestan un sentimiento nega­tivo persistente en relación con su sexo anató­mico, verbalizan deseos de ser del sexo opues­to (o que de hecho lo son), presentan un travestismo de inicio precoz y consistente, pre­fieren juegos y compañeros de juegos del sexo contrario, y adoptan papeles del sexo opuesto en las actividades lúdicas. Los transtornos de la identidad sexual constituyen un continuum en el que no puede establecerse una línea demar­cadora clara que diferencie qué niños debieran recibir el diagnóstico y cuáles no (Kaplan, 1994). Tanto el DSM-III-R como la CIE-10 permiten el diágnóstico de Transexualismo, no así el DSM-IV.

Para Cohen y Gooren (1999) actualmente es imposible diagnosticar el transexualismo sobre la base de criterios objetivos. Debido a que no existen instrumentos que midan el tran- sexualismo, se depende de la información sub­jetiva, dada por el solicitante, para el diagnós­tico. Algunos de ellos, harán intencional o incoscientemente, una distorsión de la histo­ria de su vida para obtener su objetivo de Cirugía de Reasignación de Sexo (CRS).

Los procedimientos de diagnóstico reco­mendados en los Protocolos de Cuidados de la Asociación Internacional de la Disforia de Género “Harry Benjamin” (Walker, 1985) son los de llegar a una decisión de la CRS en dos fases: en la primera el diagnóstico está basado en los criterios diagnósticos psiquiátricos (DSM o Clasificación Internacional de Enfermedades). En la segunda fase, debe comprobarse la capa­cidad de cada uno para vivir en el papel del sexo deseado y la firmeza de sus deseos de CRS, a la vista del desengaño existente mientras vive en el rol del género opuesto.

Cohen y Gooren (1999) señalan los proce­dimientos en las diferentes fases del diagnós­tico. En la primera fase se recoge la informa­ción sobre el desarrollo tanto general como psicosexual, el significado subjetivo y el tipo de su travestismo, su comportamiento, orien­tación sexual y su imagen corporal.

Puede usarse una evaluación psicodiágnóstica para evaluar mecanismos intelectuales y emocionales y detectar alguna psicopatología (Cuestionario de Personalidad de California (CPI), Cuestionario Multifásico de Personalidad de Minnesota (MMPI). En algunos casos se uti­lizan Escalas de Masculinidad y de Feminidad de Bem o de Spence (Fernández, 1998). También se recoge información sobre el ajus­te social.

Es preciso realizar un diagnóstico diferen­cial respecto a la homosexualidad, el travestismo o personas que se excitan por el traves- tismo (Travestidos fetichistas) o en personas que prefieren ser menos sexualizadas, pero no tienen interés en una identidad de género inver­tida; en los pacientes del síndrome de Scoptic (Coleman, 1990) o en homosexuales ego-distó- nicos, en personas con estrés pasajero por el travestismo, o personas con enfermedades psi­quiátricas graves.

Cuando los criterios del DSM-IV para la DIG no están totalmente cubiertos, se usa el diagnós­tico de “Desorden de Identidad de Género Inespecífico”. Para los casos menos extremos de la DIG, la Clasificación Internacional de Enfermedades tiene tres categorías ademas del transexualismo: el Travestismo Dual (F64.1), Otros transtornos de la Identidad de género (F64.9) y Trastorno de la identidad de género no especificado (F64.9).

A algunos individuos con DIG, se les deno­mina como Transgenéricos. Estos no buscan una completa reasignación de sexo. En lugar de ello, intentan una integración de sus pro­pios aspectos masculinos y femeninos, y sólo buscan un tratamiento médico parcial, tales como la toma de hormonas o una cirugía par­cial (Cohen y Gooren, 1999).

Los procedimientos diagnósticos para ado­lescentes son esencialmente los mismos que para las personas de más edad, pero deben ser más intensos y con más tiempo. Como crite­rios adicionales se plantean:

1.Los solicitantes deben mostar a lo largo de su vida, una extrema y completa identidad de género invertida.

2. Ausencia de Psicopatología seria.

3.No deben tener problemas importantes a nivel social y deben contar con apoyo familiar.

En la segunda fase del diagnóstico, el suje­to ha de vivir permanentemente en el papel del género deseado. Los miembros de la familia deben estar informados acerca de inminentes cambios. Durante el test de la vida real, se requiere el contacto regular con un psicólogo o psiquiatra conocedor del tema.

 

Tratamiento

En 1979 Harry Benjamin International Gender Dysphoria Association elaboraró unos estandares de tratamiento que tenían por obje­tivo definir una ética profesional para el trata­miento de las personas transexuales (Denny, D. y Roberts, J., 1997). Los estándares de trata­miento de la HBIGDA son los más usados en la actualidad, pero otras organizaciones han inten­tado definir otros, como en la International Conference on Transgender Law and Employment Policy (ICTLEP) en 1993 donde formularon su propio protocolo. El protocolo de la HBIGDA conforma el protocolo mínimo para acceder al tratamiento médico de reasignación de sexo, tanto hormonal como quirúrgico. El protocolo de la HBIGDA exige un mínimo de 3 meses de psicoterapia y el informe positivo de un psiquiatra antes de iniciar el tratamien­to hormonal; y exige el informe positivo de dos psiquiatras y el “test de la vida real”, es decir, vivir al menos un año de acuerdo al nue­vo sexo, antes de la intervención quirúrgica de reasignación sexual. Este protocolo ha sido ampliamente usado durante estos años sin sufrir modificaciones sustantivas. También debemos decir que este protocolo es conside­rado excesivo por la mayor parte de organi­zaciones de transexuales, las cuales desean un mayor protagonismo de la determinación indi­vidual y acabar con el paternalismo de las auto­ridades y profesionales sanitarios, los cuales se configuran en jueces sobre la identidad de una persona. Así en la International Conference on Transgender Law and Employment Policy (ICTLEP) se formuló un protocolo en el que no se consideraba ético que ningún profesio­nal sanitario se negase a dar tratamiento a cual­quier persona que lo desease, estando sujeto simplemente al consentimiento informado y en ausencia de contraindicación médica (Denny, D. y Robert, J., 1997).

 

Tratamiento hormonal

Antes del inicio del test de la vida real, se realiza un examen médico con objeto de excluir condiciones físicas (cromosomopatías, anomalías hormonales) y para prevenir las complicaciones derivadas del tratamiento hor­monal. El objetivo del tratamiento hormonal es lograr desarrollar caracteres sexuales secun­darios del sexo que se desea adoptar. En los transexuales de hombre a mujer se utilizan agonistas de la LHRH, estrógenos, o fárma­cos antiandrógenos como el acetato de cipro- terona. Los efectos del tratamiento hormonal son: disminución de la conducta sexual mas­culina y de la fertilidad; las erecciones son cada vez menores, cierta atrofia de pene, testí­culos y próstata; aumento de las mamas. Algunas pacientes refieren cambios de humor, los cuales se dan más frecuentemente al ini­cio de la terapia. El vello facial y la voz son características que se resisten al tratamiento hormonal y que requieren un tratamiento específico que luego veremos. Con objeto de lograr una movilización de las grasas corpo­rales y su redistribución de forma femenina se usan estrógenos. El tratamiento hormonal sue­le ser por vía oral, pero también son usados los parches transdérmicos e inyecciones intra­musculares. Aunque existe un debate abierto sobre la posología, si se debe dar una dosis constante de hormonas todos los días, o se debe intentar imitar el ciclo menstrual. Hoy por hoy se usa una posología no ciclíca, ya que se con­sidera que la feminización es más rápida. Los efectos se comienzan a ver a los dos o tres meses, y se producen efectos irreversibles en unos 6 meses; se presentan efectos máximos en dos años. Los riesgos del tratamiento hor­monal son la enfermedad tromboembólica (trombosis venosa profunda y tromboembo- lismo pulmonar). Los riesgos aumentan si se tienen más de 40 años, se es obeso y fumador. Es conveniente abandonar el tratamiento hor­monal entre tres y seis semanas antes de una cirugía mayor para reducir el riesgo de fenó­menos tromboembólicos, así como si se tiene que estar inmovilizada durante algún tiempo. Otro efecto secundario importante es la hiper­tensión, la hiperprolactinemia (a veces se desa­rrollan prolactinomas) y cierta toxicidad hepá­tica con aumento de transaminasas. En muchas ocasiones la aparición de efectos secundarios se soluciona cambiando el régimen hormonal. Los chequeos médicos habituales no difieren de los que se realizan a mujeres no transexuales que reciben tratamiento hormonal, como los anticonceptivos orales. Se debe vigilar la fun­ción hepática, el perfil lipídico en sangre, la coagulación, glucemia basal y la presión arte­rial. Hay algunos médicos que opinan que deberían realizarse más exploraciones y deter­minaciones, pero no parece justificado en el momento actual (The Looking Glass Society, 1998).

En los transexuales de mujer a hombre se usan andrógenos (testosterona) con objeto de lograr un crecimiento del vello corporal, apa­rición de barba, voz grave y una forma más masculina del cuerpo (Cohen-Kettenis, P. y Gooren, L., 1999). Otros efectos que se pro­ducen son el aumento del tamaño del clítoris, aumento de masa muscular y redistribución de la grasa corporal (O'Keefe, T. y Fox, K.,

1997)     . La adminstración oral no suprime total­mente la menstruación en la mitad de los tran- sexuales y se necesita añadir un progestágeno o agonista LHRH. Los efectos adversos pro­ducidos por los andrógenos son el acné, alo­pecia androgénica, perfil lipídico desfavora­ble y toxicidad hepática (con la aparición en algunos casos de tumores hepáticos benignos y malignos). Los controles médicos son simi­lares, con vigilancia de la aparición de estos efectos secundarios. En Amsterdam el trata­miento hormonal se comienza lo antes posi­ble, y se ha observado en adolescentes entre 16 y 18 años que tales tratamientos bloquean el desarrollo de las características sexuales no desadas sin introducir las características sexua­les del género opuesto. Esto se logra con la administración de agonistas de la LHRH. Estos preparados frenan la producción de LH y FSH y, por tanto, se reducen los niveles de esteroi- des sexuales, permaneciendo en un estado pre- puberal. Cuando queda claro que los pacien­tes se benefician del tratamiento, se inicia la terapia sustitutiva, como hemos visto ante­riormente. No hace falta comentar que los padres están implicados en el tratamiento. Se han observado mejores resultados cuanto más temprano es el tratamiento (Cohen-Kettenis, y P. Gooren, L., 1999), aunque otros autores advierten del riesgo de este tratamiento, con­siderando que esta etapa de la vida se carac­teriza por presentar numerosas dudas que lue­go pueden ser resueltas en uno u otro sentido.

1998)      

Cirugía de reasignación de sexo

En los transexuales de hombre a mujer la cirugía fundamental que se realiza es una vaginoplastia y en algunas ocasiones la implanta­ción de prótesis mamarias. En los transexuales de mujer a hombre se realizan reducciones mamarias en todos los casos y faloplastia.

La vaginoplastia con inversión penil es el método que más ampliamente se realiza. Este método consiste en utilizar la piel del pene para construir la vagina. En ocasiones es nece­sario utlizar la piel del escroto o injertos de piel de otras zonas, ya que de lo contrario el tamaño de la vagina puede resultar reducido. Las complicaciones más frecuentes son el pro­lapso parcial de la vagina, fístulas entre la vagi­na y el recto, estenosis de la vagina y la ure­tra. Otra técnica quirúrgica utilizada es la colo- vaginoplastia. En este caso se utiliza una resec­ción del colon sigmoide para reconstruir la vagina. Esta técnica presenta mayores com­plicaciones que la anterior y por ello sólo debe usarse cuando no es posible la anterior. Por otra parte, la clitoroplastia es una intervención destinada a construir un clítoris que sea de aspecto realista y funcional. Los cuidados post­operatorios necesarios son a base de un trata­miento hormonal durante toda la vida. Suelen necesitar un tratamiento con estrógenos (no es necesario el uso de progestágenos, aunque en algunos casos aportan beneficios, si está en proceso de feminización todavía; hay autores que piensan que reduce el riesgo de cáncer de mama, aunque no existen datos de la inciden­cia de esta enfermedad en transexuales). Los estrógenos deben pautarse por vía oral, transdérmica o en inyecciones, y no son sufi­cientes las cremas vaginales con estrógenos, aunque éstas aportan una mejoría en la lubri­cación de la vagina. Es necesaria una aplica­ción al día y proceder a lavarse con agua para eliminar la base de la crema. La higiene en el postoperatorio es similar a la que se produce tras cualquier intervención quirúrgica; se uti­lizan geles con povidona iodada con objeto de evitar las infecciones en el postoperatorio. Posteriormente no es necesario el uso de estos productos sino que con duchas de agua calien­te es suficiente. El uso de productos lubrican­tes es necesario para las relaciones sexuales en pacientes a los que se han realizado una vaginoplastia con inversión penil. (The Looking Glass Society, 1998).

Lo que debemos esperar de una faloplas- tia ideal es la construcción en una sola inter­vención quirúrgica de un pene con buena apa­riencia estética y que se mantenga la sensibilidad táctil y la sensibilidad erógena, permitiendo una adecuada funcionalidad durante las relaciones sexuales. La metaidoi- plastia, que consiste en construir el pene alar­gando el clítoris, conserva la sensibilidad del nuevo pene, al menos la táctil, y este pene es capaz de realizar la penetración durante las relaciones sexuales. Esta intervención tiene como principal inconveniente el tamaño final del pene, el cual es más pequeño de lo que se suelen desear. Se obtienen mejores resultados cuando los pacientes han recibido tratamien­to con andrógenos, los cuales provocan un aumento del tamaño del clítoris, facilitando la posterior intervención (Hage, J., Bloem, J. y Suliman, H., 1993). Otras intervenciones que se realizan en la actualidad son la faloplastia con recto del abdomen, faloplastia con colgajo micro- quirúrgico radial, etc... Debemos decir que la cirugía de reasignación de sexo ha pasado de una primera fase en la que sólo se perseguía la creación de unos genitales externos, a una fase posterior en la que se pretende crear unos geni­tales estéticamente bellos y funcionales.

Respecto al éxito de la cirugía de reasigna­ción de sexo, podemos decir que existen diver­sos estudios, pero todos ellos con muestras pequeñas. Podemos extraer de todos estos estu­dios el hecho de que la cirugía de reasignación de sexo sí consigue solucionar la disforia de género que sufren las personas transexuales. Los porcentajes de éxito varían ampliamente de unos estudios a otros, pero podemos decir que son del 87% al 97% (Green, R. y Fleming, D., 1990). Se han descrito rechazos post-operatorios. Así Pfafflin y Junge concluyen que la mayoría de los casos de rechazo postoperatorio se hubieran evitado a través de un cuidadoso diagnóstico diferencial, un adecuado test de la vida real y una calidad razonable de la cirugía (Pfafflin y Junge, 1992). Weitz y Osburg (1996) exponen que desde 1981 a 1990 de las 733 personas que habían solicitado el cambio legal de sexo, sola­mente una de ellas volvió a solicitar el cambio de sexo legal (al sexo de crianza); cuando la soli­citud era simplemente para volver a cambiar su nombre legal, solamente se producían 52 casos de un total de 1.422 (0.4%).

Otras intervenciones quirúrgicas a las que se someten las personas transexuales son la mamoplastia de aumento que tiene por objeto el aumento del tamaño de las mamas; mastec- tomía en el caso de transexuales de mujer a hombre. Así mismo, otras intervenciones quirúgicas de tipo plástico pueden ayudar a lograr un aspecto más acorde con su nuevo sexo, aunque estas intervenciones dependerán de las necesidades de cada persona.

 

Otros tratamientos

Otros tratamientos utilizados pueden ser la depilación corporal con electrolisis o depila­ción con láser, cuyas complicaciones más importantes son las inflamaciones, quemadu­ras de la piel e hipo o hiperpigmentación cutá­nea. Las técnicas de feminización de la voz se constituyen como otra ayuda importante en el proceso del cambio.

 

Psicoterapia

Para Colette Chiland (1999) la psicotera­pia es difícil por el modo de funcionamiento de estos pacientes que quieren que todo se jue­gue en la representación corporal y nada en la psíquica. Llegan resueltos a obtener la cirugía y el psicoterapeuta es sospechoso de querer­les desviar de su fin.

A veces, la psicoterapia forma parte del programa de reasignación como un tiempo pre­liminar. El paciente está vigilante con el tera­peuta que tomará la decisión sobre la inter­vención. Parece importante que la psicoterapia se realice sin que la opinión del psicólogo entre en juego en la decisión. Se han utilizado dife­rentes tipos de terapias: conductistas, cogniti- vas, psicoanalítica, de grupo. La eficacia de todas estas intervenciones no ha sido investi­gada en estudios serios.

La psicoterapia y el consejo son también una alternativa para los candidatos a la CRS. Estos pacientes pueden, por ejemplo, sobre- valorar su ansiedad ligada a su futuro o nece­sitar apoyo cuando “salen”, cuando experi­mentan daño personal o cuando intentan ajustarse a su cambiante situación vital. (Cohen y Gooren, 1999)

Visión sexológica (Amezúa, 1999)

Los grandes campos conceptuales de la Sexología, como son la Sexuación y la

Sexualidad, traen consigo una serie de planos sucesivos de individuación o de concrección cada vez más singularizada bajo los cuales se desarrollan.

De estos planos sucesivos de individuación cabe señalar los modos, matices y peculiari­dades. Es decir, las biografías de los sujetos no siguen procesos únicos e iguales, fijos e invariables para todos, sino acomodados y fle­xibles según esos modos, matices y peculiari- daes que nos permiten comprender y explicar a los sujetos en sus diversificaciones y varie­dades sexuantes y sexuadas.

Los sujetos tienen dos modos referencia- les de sexuarse y de vivirse o sentirse, de expe­rimentarse como tales: el masculino y el feme­nino. El concepto de intersexualidad dado por Hirschfeld, es fundamentalmente teórico, es decir explicativo, y no clínico o diagnóstico. Da cuenta de una inmensa gama de dichas variedades sin necesidad de recurrir a la pato­logía del neutro o del ambiguo.

Se ha abusado de la patología de una mane­ra superflua, se ha recurrido a ella para no mati­zar o profundizar en la variedad de los modos existentes y en la riqueza de su entramado.

El fenómeno transexual podría ser consi­derado como el caso más emblemáticamente extremo y excepcional de complicaciones a este respecto. Pero no se olvide que éste es un fenómeno provisional y de paso -trans, y no de instalación o destino. Interesa matizar la gama de variedades que ofrece la intersexua- lidad como franja de reparto entre el masculi­no y el femenino, como hombres y mujeres, sin que éstos pierdan su capacidad de refe­rencia pues es entonces cuando se abre la puer­ta a la patología.

Desde la construcción de lo sujetos sexua­dos y del Hecho de los sexos, todas estas rea­lidades tienen una explicación razonable y coherente dentro del entramado general de la sexualidad y sin recurrir a la patología: los sujetos no se construyen de forma rectilínea o en formato homologado y uniforme. Las pecu­liaridades propias se dan como resultado de sus biografías concretas y peculiares.

A partir de este nuevo paradigma y de los conceptos por él generados, se entiende que razonablemente todos los sujetos contienen esas dimensiones en grados o formas diversas de manera que con ellas podemos entender un gran cúmulo de diversidades y variantes tan­to en cada sujeto como, dentro de él, en los distintos planos de su construcción.

El concepto de intersexualidad es clarifica­dor y ofrece claves para entender el proceso con dos resultados visiblemente claros: la creación de sujetos sexuados con fuertes identidades -sólidas y consistentes- y al mismo tiempo, con una gran variedad de formas dentro de los mis­mos. Este concepto puede explicar los modos masculino y femenino, los matices homosexuales y heterosexuales y las peculiaridades, así como las variedades en el interior de unos y otros pla­nos de individuación.

 

 

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LA VOZ DE LA MUSA:
UNA DIFÍCIL DESCOLONIZACIÓN CORPORAL. PERSPECTIVAS TEÓRICAS Y ARTÍSTICAS

 

Luz Mar González Arias *

* Doctora en Filología Inglesa por la Universidad de Oviedo y Profesora Asociada en su Departamento de Filología Anglogermánica y Francesa.

Campus de Humanidades El Milán, Universidad de Oviedo, 33071. Asturias. España.

 

El cuerpo femenino se ha convertido en uno de los temas más controvertidos desde diversos frentes teóricos debido a la tradicional simplificación del que ha sido víctima en los siste­mas de representación patriarcales: bien como objeto erótico sobre el que descargar las fan­tasías sexuales masculinas, bien como elemento ornamental, pasivo, fuente de inspiración para la actividad artística del varón. Una re/lectura del cuerpo a partir de la filosofía existen- cialista de Simone de Beauvoir nos ofrecerá un marco teórico muy adecuado para el análisis de pinturas, poemas y demás manifestaciones culturales en las que la corporeidad se perfila como el texto fundamental desde el que comenzar a re/tejer la identidad femenina.

 

Palabras clave: Simone de Beauvoir, artes visuales, literatura, cuerpo femenino.

 

THE VOICE OF THE MUSE: THE DIFFICULT DECOLONISATION OF THE BODY. THEORETICAL AND ARTISTIC PERSPECTIVES

 

The female body has become one of the most controversial topics in theoretical discussions due to its traditional simplification in patriarchal representations, where it has been either the erotic object of male sexual fantasies, either a purely ornamental item, the passive sour- ce of inspiration for male artistic activity. Simone de Beauvoir’s existentialist philosophy provides an adequate theoretical framework for the re/reading of the female body in pain- tings, poems and other contemporary cultural representations. The body is now shaped as the main text from which the re/knitting of female identity stems.

 

Keywords: Simone de Beauvoir, the visual arts, literature, female corporeality.

 

 

Perspectivas teóricas y artísticas

Hasta una época aún demasiado reciente el cuerpo femenino ha estado ausente del discurso cultural del mundo occidental. Para gran parte del público lector esta afirmación, así planteada, sería cuestionable, ya que, tanto en literatura como en las llamadas artes visuales - escultura, pintura o cine - las formas femeninas han inundado desde siempre la representación. Los cuerpos de mujer han inspirado las creaciones de escul­tores, pintores, escritores, directores de cine o publicistas para quienes el concepto de “musa” estaba definido de forma sistemática en femenino. De este modo, la creación

artística era dominada prácticamente en su totalidad por la esfera masculina mientras la mujer, y con ella su corporeidad, se con­vertía, por oposición al sujeto creador, en el objeto pasivo de dicha creación, un elemen­to estético, meramente ornamental, silencia­do y al servicio de los intereses de un siste­ma patriarcal, tanto en la realidad socio- política como en los textos, verbales o visuales, generados desde dicha realidad contextual. Por lo tanto, la afirmación con la que comienza este artículo requiere, en efec­to, ser matizada, ya que la fisicalidad feme­nina sí ha estado presente en los discursos culturales, aunque siempre como un espacio


colonizado por el entramado ideológico falocéntrico, predefinido constantemente desde la autoría masculina que monopoliza­ba los distintos ámbitos del saber. El cuerpo definido desde dentro de la propia experien­cia femenina, liberado de la simplificación romántica o de los prejuicios religiosos sobre los que se han sustentado las represen­taciones canónicas, ha carecido de un espa­cio propio para su desarrollo hasta bien entrado el siglo XX. Las “musas” de la lite­ratura y arte contemporáneos ya no juegan el papel de objetos complacientes y sumisos, de mujeres fértiles destinadas exclusivamente a la procreación, o de cuerpos eróticos sobre los que descargar los deseos más reprimidos del subconsciente masculino. Gracias a la aportación de teóricas feministas y de autoras comprometidas con las asimetrías genéricas en las sociedades contemporáneas, el cuerpo de la mujer despierta de su letargo y se inscri­be en la representación, perfilándose como un componente básico en la construcción de las identidades femeninas.

 

Musas del discurso patriarcal: el cuerpo de la mujer como espacio colonizado

La narración de los orígenes del mundo en forma de mitología genésica responde a la necesidad por descubrir nuestra procedencia y destino último y da lugar a la aparición de tex­tos cuya autoridad es raramente cuestionada. Los mitos de creación se presentan como un conjunto de relatos que ofrecen respuesta a los grandes interrogantes de la humanidad y que, además, aparecen sancionados por la autori­dad divina. Invariablemente, el primer hombre y la primera mujer son empleados como modelos a implantar en las sociedades que les dan vida; sus roles y la simbología atribuida a sus cuerpos servirán como estereotipos de “lo masculino” y de “lo femenino” en la comuni­dad. Así, por ejemplo, del mito genésico cris­tiano -si bien el mismo argumento podría aplicarse a gran parte de los mitos de crea­ción de las sociedades paganas- se despren­de la consideración de la sexualidad femeni­na como algo pecaminoso y sucio a reprimir. El hecho de que en la Biblia Adán y Eva aparezcan desnudos tras transgredir la orden de tomar el fruto prohibido ha dado lugar a la interpretación de la “tentación” de Eva en términos claramente sexuales. De este modo, el cuerpo de la primera mujer de la mitología cristiana y por ende, el de todas sus descendientes, ha sido considerado como el origen de las desgracias de los mortales, su sexualidad como algo peligroso que con­duce al desastre y, en último término, a la muerte. Son varias las teólogas y críticas que desde distintos frentes del feminismo han censurado las exégesis tradicionales del mito genésico cristiano por producir un modelo de feminidad negativo generado a partir de la corporeidad de Eva. Del mismo modo, Marina Warner desarrolla en Tú sola entre las mujeres (1991) su tesis de la Virgen María como la segunda Eva que vendrá a enmendar, precisamente con la renuncia a su propia sexualidad, todo lo que la primera mujer había estropeado al sucumbir a los pla­ceres carnales. De este modo, la mitología cristiana generó la simplificación de la mujer en los estereotipos de pecadora y de madre vir­ginal, connotados en negativo y en positivo respectivamente según la sexualidad femenina estuviese o no desarrollada en dichos modelos.

La ideología que preside tanto la repre­sentación de Eva como las interpretaciones tradicionales de este mito fomentaron no sólo una renuncia a los placeres corporales, sino una desaparición paulatina de la propia fisicalidad femenina. En su estudio sobre santas del medievo italiano, Rudolph Bell (1985) nos ofrece una interpretación de la anorexia con claras reminiscencias católicas. Para este autor, las mismas convicciones que hacen de Eva un cuerpo herético convirtie­ron a aquellas santas en enfermas con sínto­mas de anorexia aguda. La autodemacración y la negación a comer adquirían una dimen­sión religiosa que permitía a aquellas muje­res evitar sus características femeninas. Metáforas de la “mujer varón”, es decir, de la mujer metamorfoseada en un hombre, son frecuentes en la literatura cristiana primitiva. En una jerarquía de valores, convertirse en varón significaba entrar en un estadio supuestamente superior en el que la trans­cendencia desplazaba a la inmanencia y donde las necesidades sexuales de la mujer quedaban totalmente suprimidas por una existencia espiritual de ascetismo absoluto.1 Puesto que en el Génesis Dios creó al hom­bre a su imagen y semejanza, la masculini- zación del cuerpo de la mujer se convirtió en el estado ideal de perfección espiritual y en la única manera de imitar al hombre, creado, incluso físicamente, a imagen divina.

Pero la invisibilidad del cuerpo femenino no sólo es producto de prejuicios religiosos o de corpus míticos anclados en el pasado. La crítica norteamericana Naomi Wolf ha trabajado sobre los estereotipos de belleza dentro de las sociedades occidentales con­temporáneas que, nuevamente, fomentan una desaparición progresiva de la corporeidad de la mujer. Para Wolf la belleza es la forma que la sociedad contemporánea tiene de aprisionar y controlar el cuerpo femenino una vez que los mitos de la llamada “mística de la feminidad”, tales como la castidad, la maternidad, la pasividad o la domesticidad, parecen haber perdido gran parte de su poder (1991: 11). El hecho de que esta nueva religión de la belleza exija cuerpos cada vez más delgados y jóvenes no es, en opinión de Wolf, un fenómeno casual. La dualidad carne/espíritu es reemplazada en la sociedad actual por una nueva dicotomía de igual poder: cuerpo/mente. Si era preciso un proceso de masculinización para acceder a la austeridad de la vida espiritual, ahora, sos­tiene Wolf, será precisa una desaparición paralela de las formas femeninas para libe­rarse de las asociaciones de la carne con el dominio doméstico e introducirse en el mundo laboral, monopolizado hasta el momento por el hombre.

La corporeidad de las mujeres también se ha visto reducida al silencio en la feminiza­ción espacial de la que se sirve la retórica política canónica. En este tipo de discursos, surgidos desde experiencias nacionalistas o coloniales, las formas femeninas son utiliza­das como iconos abstractos, equiparadas con la tierra colonizada o liberada según los casos. El efecto de estas metáforas espacia­les, cuyo origen podría encontrarse en la práctica de identificar a la Mujer con la Madre Naturaleza, es el de simplificar la historia de las mujeres de un determinado contexto ideológico, sus cuerpos reducidos a una representación alegórica y sus realida­des sexuales totalmente invisibles en la práctica discursiva, social y política. Así, por ejemplo, en su reciente trabajo sobre género y nacionalismo (1997) Nira Yuval- Davis denuncia el vínculo entre ambos tér­minos a los que dedica su estudio al consi­derar que las mujeres, y sus cuerpos, juegan los papeles de reproductoras biológicas y simbólicas de las naciones a las que pertene­cen y subraya cómo la nación se forma, en cualquier caso, a expensas de definiciones muy concretas de feminidad y de masculini- dad. Estas definiciones benefician al varón e invariablemente omiten la realidad corporal de la mujer, limitada a la procreación de nuevos patriotas, idealizada en iconos abs­tractos y pasivos, en definitiva, simplificada.

También desde la teoría literaria la bio­logía femenina y sus ciclos naturales han sido rechazados por considerarse que escri­bir sobre el cuerpo de la mujer vetaría la participación de ésta en el ámbito cultural, dominado por el hombre. Así, escribir sobre cuestiones de género dejando a un lado todo lo referente al cuerpo se convirtió en prácti­ca literaria para muchas mujeres. La distin­ción sexo/género surgió del estudio que Stroller llevó a cabo sobre transexuales a finales de los años sesenta. Este psicoanalis­ta explicaba el transexualismo como la falta de identificación entre el sexo biológico del paciente y su identidad genérica. Muy pron­to la distinción sexo/género era adoptada por teóricas feministas estructuralistas que utili­zaban este binomio para analizar cómo las desventajas sociales de la mujer no se des­prendían de la biología femenina (sexo) sino que eran producidas culturalmente (género). La distinción sexo/género resultó útil en un primer momento como oposición al determi- nismo biológico y sus efectos en la realidad social de las mujeres. Sin embargo, muchas teóricas feministas pronto comenzaron a tra­bajar en las limitaciones de la distinción, ya que un marco teórico que mantenga la opo­sición sexo/género reduce el cuerpo a una suma de hormonas y cromosomas - objeto de estudio de la medicina - que no partici­paría en modo alguno en la socialización posterior del mismo. Es decir, el cuerpo que­daría reducido a una entidad pasiva, una conceptualización que no tardó en decons- truirse pues, tal como explica Nira Yuval- Davis, citando a Hood-Williams, el científi­co debe saber de antemano qué significan socialmente los términos “mujer” u “hom­bre” antes de poder confirmarlos genética­mente (1997: 9). El efecto de estas primeras teorizaciones feministas, si bien orientadas a favorecer la inserción de la mujer en la esfe­ra laboral y creativa, monopolio exclusivo del varón, produjeron, una vez más, el efec­to de silenciar el cuerpo femenino tanto en la representación como en la vida pública y privada.

Pero una de las distorsiones más eviden­tes de lo femenino se debe a la reificación del cuerpo de la mujer en los sistemas de representación canónicos, donde aparecía reducido al papel de musa erótica bajo la mirada de un voyeur masculino. Son muchas las críticas contemporáneas a la filosofía occidental que señalan cómo su cuerpo teó­rico ha estado caracterizado por una especie de “hipertrofia de lo visual”.2 El compromi­so temático de filósofos y teóricos con “lo que puede verse” deriva de la metafísica de la presencia que ha dominado el pensamien­to occidental desde Platón hasta nuestros días. La relación entre lo visual y lo mascu­lino pronto empezó a tejerse, ya que la forma era visual y esta forma poseía una dimensión de género que la convertía en masculina. Desde el principio se concedió privilegio a la mirada sobre otras formas de percibir el mundo, con lo que el varón subrayaba constantemente su poder sobre todas y cada una de las cosas bajo su escruti­nio. Durante la primera mitad del siglo XX las teorías estructuralistas y fenomenológi- cas aún confiaban en la identidad transpa­rente del aquí y ahora, es decir, de la forma que puede verse y percibirse como “presen­te”. El predominio de lo visual no es exclu­sivo del campo de la filosofía. En disciplinas como la geografía, por ejemplo, la mirada es básica para la consecución de cualquier representación del terreno. Al igual que en el pensamiento filosófico tradicional, el geó­grafo aspira a reproducir la tierra que se encuentra presente ante sus ojos con objeti­vidad y precisión. La mirada juega, pues, un papel primordial en las representaciones cul­turales que, tras el desarrollo de teorías pos- testructuralistas y deconstruccionistas, dejan patente la relación entre una ideología social determinada y el objeto mirado y reproduci­do. El ocularcentrismo criticado a partir de la segunda mitad del XX se encuentra en la base de la teoría psicoanalítica más tradicio­nal, representada por Freud y por Lacan. Si bien el psicaonálisis constituye un corpus teórico muy amplio y toda generalización sería inapropiada dada la complejidad de sus teorías, cierto es que las conceptualizaciones del cuerpo (masculino y femenino) introdu­cidas por Freud y por Lacan han influido de manera significativa en la mente colectiva, de tal modo que es ahí donde teóricas, auto­ras y artistas han encontrado parte del mate­rial necesario para deconstruir y desmitificar las representaciones tradicionales de la sexualidad y corporeidad de las mujeres.

Para ambos autores los procesos de for­mación del ego, y por lo tanto de la subjeti­vidad humana, se encuentran íntimamente ligados a lo visual. Para poder llegar a un entendimiento de los procesos (visuales) que fomentan la identificación mujer-musa (eró­tica o literaria) desde este marco teórico es preciso relacionar los términos con el con­cepto de “fase del espejo” (state du miroir, en el original francés), un concepto básico para el psicoanálisis que Lacan fue desarro­llando a lo largo de toda su carrera3 y que inicialmente consistía en comparar el com­portamiento de un bebé de seis meses con el de un chimpancé de la misma edad cuando ambos eran enfrentados con sus imágenes reflejadas en un espejo (Evans, 1997: 115). Mientras que el animal percibe rápidamente la imagen proyectada como una fantasía y pierde el interés en ella, el bebé se regocija y queda fascinado por lo que asimila como su propio ser. Lacan da cuenta del placer y regocijo del niño de la siguiente forma: el bebé experimenta su cuerpo como fragmen­tado, al no poseer aún sobre él ni una coor­dinación ni un dominio absolutos. Sin embargo, la imagen que ve en el espejo, y con la que se siente identificado, le produce el placer del dominio, pues esa imagen sí está coordinada. El cuerpo del bebé es perci­bido a través del espejo como un todo orquestado, totalmente bajo su control. Este primer momento en la formación del ego se caracteriza, pues, por una fantasía de domi­nio a través de la identificación con un otro especular o imaginario,4 no real. La tensión entre la imagen y la realidad se convierte, de este modo, en la fase que inaugura la adqui­sición de la subjetividad, basada desde el comienzo en una quimera, en la fantasía de un dominio que le confiere seguridad a un ser todavía lejos de alcanzar unidad y con­trol. Desde este estado tan inicial, la visión va unida al deseo de dominio sobre la ima­gen proyectada y al placer que dicho domi­nio supone una vez que se crea la sensación (ilusoria) de unidad para el cuerpo aún desordenado y frágil del bebé.

Placer y mirada poseen una dimensión de género que los convierte en dos de los ele­mentos más importantes a tener en cuenta en los procesos de cosificación del cuerpo femenino. Elisabeth Grosz distingue entre dos formas de escopofilia o placer en la mirada: en su manifestación activa, también denominada voyeurismo,5 un sujeto experi­menta placer al mirar un objeto; por su parte, en la escopofilia pasiva, o exhibicio­nismo, un sujeto experimenta placer al ser contemplado por otro sujeto (Wright, 1995: 447). Estos dos tipos de placer visual apun­tan a los procesos a través de los cuales un sujeto es cosificado y, por lo tanto, reducido a la pasividad. Sin embargo, a gran parte de la crítica feminista basada en el psicoanálisis y centrada en cuestiones de visión y mirada se le ha reprochado el hecho de partir, bien de una confusión conceptual entre la mirada de Sartre y la mirada de Lacan,6 bien de la falsa premisa según la cual la visión, un mero sentido físico, se entendería como sexuada. Sin embargo, tal como señala Grosz, si bien la mirada no puede ser ni masculina ni femenina, ciertas formas de mirar pueden ser, y son, empleadas para reproducir estructuras de poder (patriarcales, coloniales, etc.) (Wright, 1995: 449). Tal es la creencia de Laura Mulvey, quien en 1975 publicó “Visual Pleasures and Narrative Cinema”, un artículo muy influyente sobre mujeres y cine desde una perspectiva psicoa- nalítica. Según Mulvey, el placer que se des­prende de la mirada parte de un proceso car­gado genéricamente desde el principio, de tal modo que en el cine - aunque el argu­mento podría aplicarse a toda representación

-     el objeto mirado es siempre la estrella femenina, reducida al papel de objeto eróti­co (exhibicionista, pasivo) de la mirada (voyeurista, activa) del héroe protagonista, del resto de los personajes masculinos, y/o del público, identificado con el papel de voyeur, independientemente de su sexo. El estudio de Mulvey generó una fuerte polé­mica debido a su correlación exacta entre masculinidad-voyeurismo y feminidad-exhi­bicionismo, según la cual los miembros de un par no podrían formar parte en ningún momento del par opuesto. Igualmente, el artículo generó oposición al no considerar que la conceptualización del cuerpo femeni­no como “carencia” en las teorías freudianas y lacanianas no es la única teorización posi­ble (Mulvey, 1985: 303-304). Sin embargo, y pese a las limitaciones de este estudio, un artículo como “Visual Pleasures” supone un paso importante para comprender la dinámi­ca de la mirada que reduce el cuerpo femeni­no al papel de icono pasivo. Así, según Mulvey, el público que va al cine - nueva­mente podríamos aplicar el mismo argumen­to al resto de las representaciones culturales

-     se siente identificado con el héroe mascu­lino, debido a que éste desempeña la misma función de ego especular que la imagen del bebé proyectada en el espejo y ofrece una sensación de dominio ilusoria. Las carac­terísticas del protagonista masculino, o ima­gen especular, en las que se aliena el público son radicalmente opuestas a las del Otro: la madre, la mujer, la musa.

El cuerpo femenino no sólo se ha cosifi- cado y, por lo tanto simplificado, desde el psicoanálisis canónico a través de la mirada. También se ha ido perfilando como una enti­dad invisible e imperfecta desde ese mismo marco teórico. En sus ensayos sobre la teoría de la sexualidad (1975) Freud parte de la “normalidad” biológica masculina al afir­mar que para el bebé ambos sexos se carac­terizan por la presencia del pene en un pri­mer momento (61). La diferencia entre hom­bres y mujeres, por lo tanto, si bien ausente en los primeros meses de vida, será producto de la castración, la cual explicaría la pérdida del órgano en la mujer y, por lo tanto, su condición de “incompleta”. Desde el psico­análisis freudiano, este proceso es superado de modo diferente en el niño y en la niña. Mientras que para el varón la castración nunca deja de ser una fantasía, la niña debe aprender a vivir con una castración física que experimenta como real. De este modo, la inferioridad social de la mujer es analiza­da por el padre del psicoanálisis como un fenómeno anclado en la desventaja física de la misma. Los problemas teóricos del análi­sis de Freud son abundantes, siendo el más evidente su énfasis en la biología de ambos sexos y el inexplicable temor de la niña por perder un órgano que jamás poseyó (Wright, 1995: 43).

Lacan da un paso adelante en este senti­do y entiende el proceso de la castración como idéntico para el niño y para la niña. Según Lacan, la castración no se basa en la primacía de los genitales masculinos, sino en la fantasía de poseer o no poseer un falo imaginario.7 El bebé, independientemente de su sexo, se percata de que la madre fálica, ese ser imaginario y omnipotente con el que está en relación constante, ha sido castrada por el padre, debido al tabú del incesto. La madre deja de poseer el falo para el bebé y éste, a su vez, reprime su deseo de convertir­se en falo para su madre y comprende que sólo el padre lo posee, al menos temporal­mente. El miedo a ser castrado origina en el sujeto la represión del deseo materno y pro­voca, finalmente, su entrada en el Orden Simbólico, el único que, según Lacan, regiría la vida en sociedad. En la teorización lacaniana el falo se convierte en una entidad que nadie posee realmente, pero totalmente necesaria en el proceso de adquisición de la subjetividad y de la identidad sexual del infante. El falo se define como el “signifi­cante de significantes” y estaría relacionado también con el lenguaje y, por lo tanto, con todos las representaciones surgidas dentro de las distintas sociedades (Lacan, 1997: 285). A pesar de la insistencia de Lacan en la ausencia de determinismo biológico en sus teorías y de la distinción que mantiene a lo largo de su obra entre el “falo real”, el “falo imaginario” y el “falo simbólico”,8 la confusión entre el órgano biológico y las funciones simbólicas e imaginarias de dicho órgano es, por necesidad, muy frecuente. En realidad, en la base de esa confusión con­ceptual se sustenta toda la adquisición de la subjetividad humana formulada desde el psi­coanálisis más canónico, pues es precisa­mente la carencia del falo real la que desen­cadena la ansiedad de castración y las reac­ciones subsiguientes en el bebé. Es también la relación íntima entre significante fálico y órgano físico la que, en un primer momento, construye la imagen de la madre como cas­trada o mutilada y la del padre como posee­dor del falo o Ley.

A diferencia de las teorías freudianas, Lacan parece evitar toda acusación de esen- cialismo biológico en su teoría del falo, ya que éste, como decimos, no se corresponde con ningún órgano real de la supuesta “nor­malidad” sexual masculina. Sin embargo, la íntima relación entre el falo significador simbólico y el órgano biológico masculino ha desatado las críticas de autoras y teóricas feministas que, desde distintas perspectivas, denuncian el desprestigio de la sexualidad femenina también desde esta argumentación canónica. Los criterios de selección del falo lacaniano como supersímbolo cultural res­ponden, una vez más, a la visibilidad del mismo frente a la no tan obvia presencia de los genitales femeninos, conceptualizados como invisibles, imperfectos, carentes.

 

Verbalizaciones teóricas desde la subjetividad femenina

De todas las epistemologías que tratan de deconstruir los modelos de feminidad patriarcales la teorización iniciada por Simone de Beauvoir en El segundo sexo (Le deuxieme sexe) (1962 [1949]) es una de las que resulta más adecuada para comprender la importancia de lo corpóreo en la (auto)definición de las identidades femeni­nas.9 El estudio de la filósofa francesa puede resumirse en la máxima de la que la autora nos hace partícipes en las páginas iniciales del libro cuando escribe que “el cuerpo no es una cosa, es una situación” (59; énfasis en el original). La primera parte de esta afir­mación se corresponde con el rechazo de Beauvoir a todas aquellas teorías científicas que trataban de explicar la subordinación social de la mujer de acuerdo a su biología.

El determinismo biológico de dichos traba­jos queda ejemplificado en The Law of Heredity, obra publicada en 1883 por el bió­logo W. K. Brooks. El argumento funda­mental de este estudio de finales del XIX es que en la biología del ser humano se encuen­tra su destino. Para Brooks, el óvulo sería transmisor de todas aquellas características hereditarias, es decir, fijas, frente al esper­matozoide, más dinámico y portador de peculiaridades adquiridas a lo largo de la vida del individuo. De acuerdo a la perspec­tiva de Brooks, las diferencias sociales entre los sexos se desprenderían directamente de las diferencias fisiológicas entre ambos.

El esencialismo biológico de estudios como éste encuentra la firme oposición de la filosofía existencialista y fenomenológica desarrollada en Francia a mediados del siglo XX. Uno de los trabajos más interesantes en este sentido, y una fuerte influencia para El segundo sexo, es el de Jean-Paul Sartre en El ser y la nada (L’Etre et le néant) (1984 [1943]), donde el filósofo define el concepto de “situación”, relacionado directamente con la experiencia corporal. Siguiendo los dicta­dos de la filosofía existencialista de Sartre el cuerpo es una situación en sí mismo, y no una entidad inmersa en una situación deter­minada, exterior a él. Con este tipo de afir­maciones, el esencialismo biológico de auto­res como Brooks pierde toda credibilidad, ya que, desde este nuevo enfoque, el cuerpo no es una simple suma de hormonas y cromoso­mas, sino que determina y es a la vez deter­minado por el mundo exterior. Sartre ilustra su teoría con el ejemplo del peñasco, que no es intrínsecamente difícil o fácil de trepar. Ante la posibilidad de superar el obstáculo que representa el peñasco para el caminante, el cuerpo del protagonista va a decidir si la acción es sumamente difícil, arriesgada o simplemente sencilla. Las condiciones físi­cas del sujeto, factores como su edad, peso o enfermedades, van a determinar la forma en que éste considere la roca, que en ningún momento existirá como situación indepen­diente del hombre (1984: 506-514). Para Sartre, nuestro cuerpo es un cuerpo situado en un espacio y constituye, a la vez, nuestra situación en el mundo. Esta idea existencia- lista del cuerpo como una “situación”, es decir, como una entidad afectada por el mundo exterior y, al mismo tiempo, capaz de influir en ese mismo espacio, es la que recoge Simone de Beauvoir en su trabajo sobre el cuerpo, esta vez, un cuerpo sexuado como masculino o femenino. Beauvoir comienza por preguntarse qué significa ser mujer. A diferencia de las definiciones deterministas que reducían el sexo femenino a las características de sus órganos repro­ductores, Beauvoir, sin negar la importancia de la fisiología en ambos sexos, no puede aceptar una definición de la mujer en térmi­nos exclusivamente biológicos. Su defini­ción del cuerpo se acerca a la filosofía de Sartre y, por lo tanto, supone que el sexo de la mujer influye y es al mismo tiempo influi­do por el mundo exterior, con el que se encuentra en una relación de reciprocidad. A partir de este análisis la mujer ya no es sólo una suma de células pasivas, sino un cuerpo histórico en constante creación de su propio significado.

A pesar de la teorización existencialista de Beauvoir, su conceptualización del cuer­po ha conducido a varias teóricas contem­poráneas, destacando entre ellas la nortea­mericana Judith Butler, a leer la obra de la filósofa francesa en términos de la distinción sexo/género y, por lo tanto, a tratar de supe­rar el supuesto marco teórico de Beauvoir.10 Para Butler la muy manida declaración de Beauvoir según la cual la mujer no nace, sino que se hace, sugeriría la división entre los aspectos corporales dados por la biología (sexo) y todos los signos de identidad adqui­ridos culturalmente con la socialización de los sexos (género) (Butler, 1986: 35). Sin embargo, el análisis de Butler es fruto de una confusión conceptual entre el cuerpo existencialista de Sartre, Merleau-Ponty y Beauvoir y la teorización del cuerpo realiza­da por científicos como Stroller. Las limita­ciones de este enfoque estructuralista del cuerpo son superadas en la obra de Butler, donde se niega la posibilidad de estudiar la corporeidad del sujeto como si se tratase de un objeto pasivo no influido por su sociali­zación. Para Butler, aquello tradicionalmen­te analizado como “materia”, es decir, cro­mosomas y demás aspectos relacionados exclusivamente con la medicina, no puede considerarse un significante vacío, sino una entidad también significadora.

El proyecto de Butler, irónicamente, no se aleja del de Beauvoir y podría afirmarse que, en realidad, sus movimientos teóricos responden al mismo objetivo que El segundo sexo. La teórica norteamericana malinterpre- ta la filosofía de Beauvoir y lee su cuerpo situacional no a la luz del existencialismo, sino a través de la distinción sexo/género, una distinción posterior, en cualquier caso, a la publicación de la obra. El segundo sexo puede contar entre sus logros el teorizar sobre el cuerpo de la mujer como una enti­dad básica en la formación de la identidad femenina. Frente a todas las teorías de sexo/género y frente a los postulados estruc- turalistas que, tratando de superar la dico­tomía de Stroller parten de ella y la utilizan, Simone de Beauvoir establece la relación de reciprocidad absoluta entre corporeidad y mundo exterior, de tal modo que ambos ele­mentos son re/creados constantemente de acuerdo a las variables que les rodeen - país, clase, condiciones socio-económicas, etc. - pero no poseen una esencia fija que sea su destino.

El existencialismo francés y el postes- tructuralismo norteamericano no son los úni­cos marcos teóricos desde los que se ha tra­tado de inscribir la fisicalidad femenina en los discursos culturales. Desde principios de los sesenta son varios los trabajos de teólo­gas feministas que tratan de recuperar para las sociedades contemporáneas la figura de las diosas paganas, fértiles y sexuadas, con el fin de desestabilizar los modelos cristia­nos de feminidad. Así, por ejemplo, Merlin Stone recuerda en sus estudios que al comienzo de los tiempos Dios era una mujer y las comunidades rendían culto a la Diosa de la vida (1979: 120). Stone repasa una gran cantidad de mitos femeninos en cultu­ras tan distantes como la irlandesa, la india o la egipcia: Sarasvasti, Cerridwen, Brigit eran adoradas como dadoras de vida, inventoras del alfabeto o vientres fértiles que asegura­ban la descendencia. La distancia temporal entre el momento del coito y la concepción y el del parto hacía imposible en el mundo antiguo una paternidad segura, hecho que sin duda influiría en la consideración de las figuras femeninas del politeísmo como fuen­tes de vida exclusivas. Las diosas eran ima­ginadas como procreadoras partenogenésicas y por ello eran respetadas por la comunidad y adoradas en los altares. Si bien no se ha podido demostrar que esta etapa de politeísmo centrado en divinidades femeninas se corres­pondiese necesariamente con un matriarcado, sino más bien con una sociedad matrilineal en la que la descendencia se nombraba por línea materna, la situación de las mujeres y la con­sideración de sus cuerpos dentro de aquellas sociedades parece haber sido más favorable que tras la implantación de las enseñanzas cristianas y su mitología monoteísta. Mary Daly es una de las voces más representativas en este sentido, con una gran cantidad de publicaciones sobre diosas y corporeidad. Daly defiende la divinidad como un verbo activo que expresa fuerza vital para su nueva teología feminista, no como un sustantivo marcado con un género gramatical concreto. De esta forma, señala Daly, se evitan las pro­yecciones antropomórficas de un Dios que excluye a las mujeres y las reduce al papel del eterno “Otro” (1979: 210-218). Carol Christ es otra de las destacadas teólogas que subra­yan la importancia de las diosas en la afirma­ción de la sexualidad, voluntad y legados femeninos (1979: 273-287).

La labor de trabajos como los menciona­dos supuso en un primer momento un gran

avance para los estudios de las mujeres al presentar la religión y la historia de las civi­lizaciones desde un ángulo hasta entonces invisible. Estos mitos ginocéntricos, sin embargo, plantean problemas teóricos que no deben ser obviados, ya que pueden llegar a ser interpretados como naturalizadores, a través del propio mecanismo de creación mítico, de unos valores que no son sino cul­turales y construidos por un proyecto ideoló­gico concreto. El mito, sea éste patriarcal o ginocéntrico, produce el efecto de convertir en naturales, ahistóricos y universales mode­los que responden en realidad a la ideología que preside un determinado entramado con- textual. Es precisamente el poder naturaliza- dor del mito el que ha contribuido a la uni­versalización de imágenes femeninas sancio­nadas por el patriarcado y que son rechaza­das por autoras y teóricas feministas que tra­tan de contrarrestar sus efectos. Los mitos tradicionales son re/escritos o denunciados por voces femeninas que no se sienten iden­tificadas con las imágenes de sus cuerpos preconizadas por ellos. Sin embargo, tam­bién existe la estrategia de recuperar o de crear un mito alternativo al patriarcal con el fin de mermar los efectos del mismo. Es ésta la estrategia adoptada por trabajos como los arriba mencionados, con un noble objetivo pero en contra de los cuales puede argumen­tarse una forma de esencialismo inherente a tales mitos. La narración mitológica alterna­tiva puede llegar a considerarse como un contenido que está enterrado en el pasado y que contiene la definición “verdadera” y “universal” de la masculinidad y de la femi­nidad. El mito, entonces, no se reconoce como una representación determinada cultu­ralmente o re/producida constantemente por la historia, sino como la narración que defi­ne a la Mujer genérica por oposición al Hombre genérico.11 El mito se convierte en un elemento preceptivo y su efecto inmedia­to es la creación de imágenes femeninas que posean la fuerza que estas autoras perciben en las diosas del pasado. De este modo, la mujer alcanza, a través de la figura cataliza- dora de la diosa, una definición esencialista de su propia feminidad, cuyos orígenes se encuentran enterrados en épocas arcaicas.

Éstos son tan sólo algunos ejemplos de las corrientes críticas preocupadas por sacar a la luz el cuerpo de la mujer que los prejui­cios religiosos, el psicoanálisis tradicional o los discursos culturales patriarcales habían reducido a la otredad. Sin embargo, ninguna teorización resulta completamente satisfac­toria o exenta de problemas en sus concep- tualizaciones de “lo femenino”. Así, la críti­ca ginocéntrica consigue inscribir el cuerpo de la mujer, pero el excesivo énfasis en la función procreadora de las diosas paganas apunta hacia un esencialismo biológico del que es deseable salir en tanto en cuanto es incompatible con la pluralidad del cuerpo femenino esperada en las representaciones contemporáneas. El postestructuralismo, por su parte, niega la validez de la dicotomía sexo/género que reducía lo corpóreo a la pasividad. Pero los giros teóricos de autoras como Butler, aunque para deconstruirla, parten de la dicotomía que tratan de deses­tabilizar y, de este modo, la utilizan y subrayan. Por lo tanto, podemos concluir que si bien el trabajo de Beauvoir en El segundo sexo adolece de ciertas limitacio­nes, limitaciones por otro lado inherentes a estudios tan pioneros como éste, su cuerpo situacional, anterior a los estudios de sexo/género, resulta un marco muy adecua­do desde el que comenzar a teorizar sobre el cuerpo sexuado. La re/construcción de la identidad femenina debe incluir su fisicali- dad como un significante plural capaz de comunicar con el mundo exterior, sin negar la influencia que la sociedad y las asi­metrías genéricas puedan llegar a ejercer en la (auto)percepción de dicho cuerpo. A par­tir de Beauvoir el cuerpo femenino no sólo significa sino que, además, se presenta como un elemento indispensable en un “femenino”, no tan eterno, ni silencioso, ni esencialista.

 

La voz de las musas: verbalizaciones artísticas del cuerpo femenino

Desde comienzos de los años sesenta, en Estados Unidos, un poco más tarde en el conti­nente europeo, caderas, vientres y pechos inundan las páginas del texto literario. El psi­coanálisis lacaniano que relacionaba al falo con la adquisición del lenguaje y con la supre­macía física masculina es atacado por filósofas como Luce Irigaray, para quien los labios vaginales, en continuo roce autoerótico, pre­sentarían una actividad corporal ausente en los genitales masculinos, a su parecer más pasivos (1991). La teorización irigariana reclama el cuerpo de la mujer y une sexualidad y textuali- dad al relacionar los labios del habla con los labios vaginales. Una vez el falocentrismo deja de tener sentido a la luz de esta nueva percep­ción de los genitales de la mujer, la condición masculina del Logos también es derrocada por un lenguaje que la filósofa relaciona con las diosas paganas y sus deseos anclados en su propia corporeidad, frente a los modelos ase­xuados del cristianismo posterior (1991: 205). El significante absoluto lacaniano ya no podrá tener sentido en sí mismo, sino que deberá al menos oponerse al sistema presidido por el significante vaginal irigariano. Este nuevo sig­nificante formulado por Irigaray pasa a unir, de este modo y como lo hacía también el falo de Lacan, sexualidad, lenguaje y deseo. El poema “Musa”, de la irlandesa Anne Hartigan (1993),12 constituye uno de los muchos ejem­plos que podríamos encontrar en la literatura contemporánea para favorecer una inscripción de la fisicalidad femenina sobre el texto escrito y aunar las aspiraciones de realización y reco­nocimiento corporal con una participación activa de la mujer en la articulación cultural:

 

Peligroso,

Yacer con una mujer de palabras?

Dulce esperma?

También ella puede manchar lienzos blancos,

Con sangre caliente.

Con tinta negra.

 

El texto, que es reproducido aquí en su integridad debido a su corta extensión, abre las puertas a la esperanza de que, en el futu­ro, el cuerpo femenino ya no sirva el papel de musa pasiva y silenciada, sino que parti­cipe en la autodefinición plural de la identi­dad femenina y logre comunicar a través de un lenguaje no mediatizado por el falocen- trismo canónico sus deseos y sus aspiracio­nes artísticas y sexuales.

También desde las artes visuales el cuer­po de la mujer adquiere protagonismo abso­luto. Cathoid (fig. 1), de Eilís O’Connell, reproduce una región pubiana de color azul con una abertura central en forma de lágrima que contrasta con el tono del resto de la composición. La silueta alargada de ésta y otras creaciones de esta artista formalista irlandesa ha desencadenado críticas a la supuesta tendencia de O’Connell a represen­tar formas fálicas. Sin embargo, su obra constituye un espacio desde el que subrayar la fragmentación del cuerpo femenino y las

 

 

 

construcciones iconográficas de la nación, en este caso irlandesa, en forma de mujer. La silueta alargada de la abertura central en Cathoid no se convierte en referente de la corporeidad masculina y su primacía en los sistemas de representación canónicos, sino que entra en relación con la posición vertical que presentaban las sacerdotisas celtas y con las aberturas también verticales contenidas en los monumentos megalíticos en los que O’Connell ha mostrado siempre gran interés (Nahum, 1997: 63).

Cathoid, además, contradice los postula­dos psicoanalíticos sobre el órgano sexual masculino y la importancia concedida al mismo en base a criterios espaciales y visua­les. La fisura central de esta escultura con­duce a una cavidad hueca en el interior de la misma que representa las regiones descono­cidas de la sexualidad femenina, esa dimen­sión corporal no visible pero contenida en un espacio que se extiende a lo largo y ancho de toda la figura y que adquiere tanta importancia como la superficie expuesta a la mirada. El público que observa la escultura de O’Connell es incapaz de acceder a toda su extensión, con lo que el placer visual tra­dicional se ve suprimido en favor del tacto. La conexión entre la obra de O’Connell y el desprestigio de la mirada como fuente mas­culina de placer sacan a la luz formas de adquirir la subjetividad diferentes de las tra­dicionales.

 

 

 

Otro de los ejemplos gráficos más intere­santes para ilustrar la importancia de la sexualidad femenina y su participación acti­va en el discurso cultural es el proyecto lle­vado a cabo por las artistas, nuevamente irlandesas, Pauline Cummins y Louise Walsh en 1992 bajo el título Sounding the Depths (figs. 2 & 3), una exposición de foto­grafías, imágenes grabadas en vídeo y soni­dos. En este trabajo los cuerpos de las dos artistas, Cummins y Walsh, aparecen en fotografías y documentos en los que sus bocas, dientes y lenguas se superponen a los pechos, vaginas y torsos descubiertos de ambas (fig. 2). La sensación visual que se crea con esta técnica es la de exponer vísce- ras y regiones interiores de la sexualidad femenina con el fin de dejar salir por las fisuras y aperturas buco-vaginales un len­guaje, tanto corporal como verbal, oculto en el discurso cultural canónico. Los cuerpos desnudos que componen Sounding the Depths se perfilan como entidades coloniza­das y marcadas por luchas de poder colonia­les, nacionalistas y religiosas, desde donde caminan hacia la independencia conceptual y política.

En las fotografías que componen el mon­taje, Cummins y Walsh se turnan como modelos y fotógrafas, consiguiedo subvertir así la pasividad de la musa tradicional y el punto de vista autorial, y supuestamente objetivo, del artista masculino poseedor de la mirada. Cummins confiesa haber disfruta­do de esta subversión y explica cómo la modelo influía activamente en la toma de la fotografía, creando la sensación de un arte de tipo performance y alterando las perspec­tivas fotográficas con sus movimientos (Roth, 1992: 14). Por otro lado, en muchas de las imágenes en las que Cummins y Walsh aparecen desnudas, la mirada de la artista que ejerce de modelo en ese momento está dirigida hacia su propio cuerpo, recla­mando así el derecho a la autodefinición y control corporal. Las miradas de ambas sobre sus propios cuerpos no responden a la necesidad narcisista que la mujer supuesta­mente siente de identificarse con el objeto de deseo. Los cuerpos de ambas no se cons­tituyen en musas eróticas, sino que desesta­bilizan la mirada (masculina) que sólo perci­be la parte más visible y superficial del cuer­po para adentrarse en las cavidades interio­res, al igual que también había hecho Eilís O’Connell en su escultura. Sounding the Depths destaca, igualmente, por la presencia constante de bocas en distintos grados de apertura (fig. 2) y de elementos tales como cremalleras o conchas con aperturas parale-

 


 

 

las a las de las cavidades bucales y vaginales (fig. 3). De este modo, los labios del habla y los labios sexuales femeninos se entrecruzan en las fotografías para ofrecer la posibilidad de un lenguaje alternativo. Las propias artis­tas han declarado que Sounding the Depths no opera exclusivamente a través del discur­so verbal tradicional. En su obra la boca no es sólo un órgano articulatorio, sino la indi­cación de que el cuerpo de la mujer reclama su participación en la cultura, hablando y significando. Al mismo tiempo, los dientes que se superponen a vaginas y pechos parti­cipan de las fantasías imaginarias masculi­nas sobre las vaginas dentadas y castradoras del psicoanálisis tradicional. Los cuerpos de las artistas aparecen agresivos, con lo que ellas se convierten en herederas de las mani­festaciones polimorfas de las diosas y en sedes del poder, al tiempo creador y destruc­tor, de las mismas. Las aperturas de los cuerpos y bocas de las modelos-artistas y las conchas con interiores viscosos en forma de lengua unen lo corpóreo al discurso alterna­tivo de las mujeres. Una vez más, el cuerpo es conceptualizado como elemento esencial de la identidad femenina y es inscrito, todo él, en el texto verbal y/o visual. Los cuerpos de Sounding the Depths y los que aparecen en poemas como el analizado en este trabajo son significantes activos de la diferencia y de la identidad femenina, tanto en su reali­dad contextual como a escala internacional. Son, en definitiva, los cuerpos de las musas rebeldes que desean salir del silencio impuesto por un sistema de valores clara­mente falocrático y por una colonización corporal y sexual milenaria.

 

Notas al texto

1          De forma paralela, la figura del hombre metamorfoseado en mujer - aunque menos frecuente - representaba la degeneración espiritual de aquellos que sucumbían a los placeres carnales. Para un estudio detallado de la “mujer varón” y su significación en la literatura cristiana primitiva, véase Vogt, 1985.

2          La “hipertrofia de lo visual” (“the hypertrophy of the visual”, en el original inglés) es la termino­logía empleada por el teórico Martin Jay en su brillante estudio sobre lo visual y sus limitaciones a la hora de reproducir la realidad (Jay, 1994).


3        La fase del espejo de Lacan comenzó teorizándose como una fase más dentro de la formación del ego y localizada en un momento histórico en la vida del individuo, más concretamente en los prime­ros meses de la infancia. Sin embargo, pronto pasó a convertirse en una estructura permanente en el proceso de adquisición de la subjetividad (Evans, 1997: 115).

4        El otro especular hace referencia en psicoanálisis a un otro imaginario en el que se aliena el ego con el fin de alcanzar la subjetividad. Es el reflejo del ego, pero al mismo tiempo no existe. Por lo tanto, no podemos hablar del otro especular como un otro absoluto, ni tampoco como equivalente total del ego, ya que el otro especular es él mismo y a la vez es otro. Por el contrario, el Otro indica una alte- ridad radical, pues éste ya no puede ser asimilado a través de procesos de identificación o aliena­ción, como ocurría en el caso anterior. La madre es la primera en ocupar la posición de Otro para el bebé.

5        La palabra “voyeurismo” se emplea aquí con el significado que posee en las teorías psicoanalíticas mencionadas, no con el sentido que esta palabra tiene en el uso común de la lengua española, donde se refiere exclusivamente a la excitación sexual producida al observar a otros en situaciones eróti­cas.

6        Tanto Sartre como Lacan emplean para “mirada” el término francés le regard. Sin embargo, los tra­ductores ingleses han utilizado términos diferentes - the look para Sartre y the gaze para Lacan - con el fin de subrayar las diferencias entre ambos conceptos. La mirada es, efectivamente, teorizada de manera diferente en estos autores. Mientras que para Sartre la mirada es un proceso mediante el cual un sujeto es convertido en objeto, la mirada lacaniana pertenece al ámbito del Otro, no al del sujeto. La posibilidad de ser observado, no la de mirar, es la que prima en este caso (Evans, 1997: 72).

7        Para Freud los términos “falo” y “pene” son intercambiables y se refieren invariablemente al órgano sexual del varón. Lacan, en cambio, utiliza el primer término como denominación de la Ley del Padre que rige el Orden Simbólico y el segundo para referirse a los genitales masculinos reales (Evans, 1997: 140).

8        El “falo real” no es sino el órgano sexual masculino, mientras que el “falo imaginario” es aquello percibido por el bebé como objeto de deseo de la madre, una función que el infante querrá desem­peñar. A su vez, el “falo simbólico” es el que cumple la función de significante privilegiado (Evans, 1997: 141-142).

9        Mi posición teórica con respecto al cuerpo fue desarrollada en el seminario que Toril Moi coordinó en la Universidad de Cornell bajo el título “Sex, Gender and the Body: Phenomenological and Psychoanalytical Perspectives”, como parte de los cursos de la School of Criticism and Theory en 1997. Mis re/lecturas de Beauvoir, Freud y Lacan se las debo principalmente a mi asistencia y parti­cipación en dicho seminario.

10      Para un análisis detallado de los principios teóricos sobre los que se apoya El segundo sexo, véase Martínez, 1999.

11      En estos casos se produce un análisis estructuralista que tiende a conceptualizar a la mujer como si de una entidad monolítica se tratase, sin posibilidad para la pluralidad de significados dentro de la categoría conocida como “feminidad”.

12      La traducción del poema es mía.

 

 


Referencias

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ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 0. Nov. 1994

La Asociación Estatal de

I. Introducción.

Profesionales de la Sexología

II. La Sexología española del Siglo XX.

 

III.Fechas de referencia

 

IV. La A.E.P.S.

I Jornadas de educación sexual.

Objetivos, contenidos, metodología y evaluación.

Sistema escolar

El perfil del educador/a sexual.

 

Modelos de educación sexual.

 

La educación sexual en Aragón

Decálogo: Educación sexual

 

en el sistema escolar

 

ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 1. Nov. 1995

 

Sexología Clínica

 

 

Manso, J. M. & Redondo, M.

El papel del sexólogo clínico para otros profesionales de la salud.

 

Amezúa, E.

¿Qué sexología clínica?.

 

Fuertes, M. A.

Determinantes relacionales de los problemas de deseo sexual: Pautas para una posible intervención.

 

Zapiain, J. G.

El deseo sexual y sus trastornos: Aproximación conceptual y etiológica.

 

Álvarez, J. M.

El deseo en Psicoanálisis.

 

Gil, J. M.

Sobre los deseos humanos.

 

Educación Sexual

 

 

Barragán, F.

Currículum, poder y saber:

Un análisis crítico de la educación sexual.

 

Lázaro, O. & de la Cruz, C.

Las sexualidades más válidas.

 

Desde otras disciplinas

 

 

Kacelnik, A.

Sexualidad y biología.

 

ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 2. Nov. 1996

 

Landaarroitajauregui, J. R.

El castillo de Babel o la construcción de una sexología

 

 

del hacer y una generología del deber ser.

 

Fernández, J.

¿Son incompatibles la sexología y la generología?.

 

Lanas, M.

Sexología: hacia una epistomología interna.

 

Llorca, A.

La teoría de intersexualidad de Magnus Hirschfeld:

 

 

Los estadios intermedios.

 

Martínez, I.

Metáforas del cuerpo de la mujer y cuerpo de la medicina.

 

Saez, S.

La prevención del SIDA:

 

 

Un enfoque sexológico y una propuesta educativa.

 

Sánchez, A.

Evaluación del desarrollo de la identidad sexual

 

 

durante la infancia.

 


ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 3. Jun. 1997

Dedicatoria al Dr. Ramón Serrano Vicens.

 

Amezúa, E.

La nueva criminalización del concepto de sexo

(una historia de ciclo corto dentro de otra de ciclo largo).

 

Martín-Peñasco, L. E.

Memoria, logos y metáfora del cuerpo.

 

Seeck, A

¿Ilustración y recaida? El proyecto de establecimiento de una “Sexología” y su concepción como parte de la biología.

 

Pretzel, A.

Sexología y ciencia de la mujer.

 

Montiel, L.

Renacimiento del andrógino: la bisexualidad originaria en el pensamiento de Carl Gustav Jung.

 

Ferdinand, U.

Maltusianismo y Neomaltusianismo: sobre la aparición y desarrollo de un concepto de política poblacional.

 

Dose, R.

No sex, please, we're British o: Max Hodann en Inglaterra en 1935, un emigrante alemán a la búsqueda de una existencia.

 

Llorca, A.

El sexólogo Max Marcuse y su trabajo como editor de obras sexológicas.

 

ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 4. Nov. 1998

Amezúa, E.

Cuestiones históricas y conceptuales: el paradigma del

 

hecho sexual, o sea de los sexos, en los siglos XIX y XX.

Rivera, M. M.

La rebelión de los cuerpos.

Beyebach, M.,

Parejas exitosas.

Landaarroitajauregui, J. R. y

 

Pérez Opi, E.

 

Gil Calvo, E.

La invención de la feminidad.

Fernández, J.

Feminismo y sexualidad.

Martínez, F.

Los sexos: del amor a la sexualidad.

ÍNDICE

ANUARIO DE SEXOLOGÍA. N° 5. Nov. 1999

 

Martínez, F.

En los cincuenta años de El Segundo Sexo (1949-1999). Simone de Beauvoir y el debate de los sexos.

 

Money, J.

Antisexualismo epidémico: del Onanismo al Satanismo.

 

Lameiras, M.

La sexualidad de los/as adolescentes y jóvenes en la era del sida.

 

Amezúa, E.

Líneas de intervención en sexología. El continuo “Sex the- rapy-Sex counselling-Sex education” en el nuevo Ars Amandi.

 

Oosterhuis, H.

La ciencia médica y la modernización de la sexualidad.

 

Osma, M. A. y Loza, S.

Mediación familiar: experiencias y reflexiones desde el ámbito público.

 

Meler, M.

Espejos y máscaras: miradas en torno a la identidad feme­nina.

 

Lanas, M.

La pareja como experiencia constructiva.

 

Manzano, M.

El sexoanálisis: un nuevo modelo de tratamiento específi­camente sexológico.

 

 


 

 

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de Profesionales de la Sexología)

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Marañón, G. (1926): Tres ensayos sobre la vida sexual.

Madrid. Biblioteca Nueva.

Bruckner, P. y Finkielkraut, A. (1979): El nuevo desor­den amoroso. Barcelona. Anagrama. (Orig. 1977).

b)       Para capítulos de libros colectivos o de actas: Autor/es; año; título del trabajo que se cita y punto; a continuación, introduciendo con “En”, el o los direc­tores, editores o compiladores (inicales del nombre y apellido) seguido entre paréntesis de “Dir.”, “Ed.” o “Comp.”, añadiendo una “s” en el caso del plural, y coma; el título del libro, en cursiva y, entre parén­tesis, la paginación del capítulo citado; la ciudad y la editorial.

García Calvo, A. (1988): Los dos sexos y el sexo: las razones de la irracionalidad. En F. Savater (Ed.), Filosofía y Sexualidad (pp. 29-54). Barcelona. Anagrama

c)       Para revistas: Autor/es; año, título del artículo y punto; nombre de la revista completo y en cursiva y coma; volúmen entre paréntesis, seguido del número y coma; página inicial y final.

Steicen, R. (1994): Du “manque du désir” au “désir du manque”. Cahiers de Sexologie Clínique, (20) 123, 26-36

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